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Universidad Autónoma de Chihuahua

Facultad de Filosofía y Letras

La sospecha en Marx y el intercambio simbólico

Profesor: José Carlos López Iracheta


Alumno: Enrique Mendoza Vargas
Matricula: 303652
Materia: Hermenéutica de la cultura
Fecha: 24/05/2019
Introducción

Ocurre que generalmente aceptamos la realidad sin cuestionarla, pues no hay tiempo
para ello. Es necesario despertar, levantarse, desayunar (a veces), bañarse, ir al trabajo,
comer, salir del trabajo, lidiar con el tráfico o el transporte público, llegar a casa, ver
televisión u ocuparse en los quehaceres diarios, dormir y prepararse para las actividades
diarias del siguiente día. Estas actividades, no se realizan siempre en el mismo orden, y no
siempre las mismas actividades, hay quienes agregan pasar horas frente a la pantalla de su
celular, o pasar horas frente a aparatos de metal frio que tonifican sus músculos, para
presentarse a los lugares en que no quieren estar, pero no nos damos cuenta de ello, formamos
parte del circulo del consumismo.

¿En qué momento dejamos de vivir para convertirnos en engranes de un sistema?


Desde el momento en que nacimos y nos dieron un registro como ciudadanos. Nos etiquetan
como miembros potenciales de un macrosistema dentro del cual no elegimos participar,
fuimos arrojados a la existencia. Desde los comienzos de la vida, ya hay que seguir un orden
de actividades direccionadas a consumir, sea activa o pasivamente. Marginados por un
estatus social heredado, con pocas o nulas posibilidades de aspirar a un nivel de vida
económico mas alto, para no arrastrar con tanta obscenidad los efectos de la sociedad de
consumo.

Pero ¿Quién es o quienes son los responsables de este circulo vicioso? Podríamos
buscar culpables en las transnacionales, en el gobierno, en la mentalidad de la sociedad,
empero son varios los factores que han determinado este ciclo de producción-consumo.

Apoyados en Marx, como uno de los maestros de la sospecha, enarbolaremos las


siguientes reflexiones.

1
Orígenes de la sospecha en la filosofía

Para comenzar estas reflexiones en torno a Marx y el intercambio simbólico, es


menester establecer un primer punto de apoyo: la sospecha.

La filosofía, desde sus inicios, ha echado mano de la sospecha, es decir, no confía en


lo que “se” dice por ahí, entre la “gente”, entre el pueblo. En este sentido, Torralba nos
comparte que: “El escepticismo está en el corazón de la filosofía. En el sentido más genuino
de la palabra, el escéptico es el que anhela la verdad: no le satisface recorrer los caminos
trillados, sino que busca explicaciones a los fenómenos que parecen evidentes por sí
mismos.” (8). En el enfrentamiento con la realidad, también Paul Ricoeur nos señala que es
menester “[…] el empleo de la interpretación como táctica de la sospecha y como lucha
contra las máscaras.” (27).

La vida social es tan rápida que no hay tiempo para ejercitarnos en la sospecha, el
dinamismo social es diáfano, transparente, no detectable a la velocidad en que vivimos. Sin
embargo, es labor de la filosofía detener el ritmo, analizar y señalar las problemáticas
subyacentes en la vida ordinaria. Los que nos dedicamos a la filosofía constituimos la piedra
en el zapato del consumismo. “Los filósofos son objeto de desconfianza y recelo” (Torralba
8).

De esta manera, la sospecha, en la que se desplaza el filósofo o la filósofa, no se


pretende más que el análisis de un hecho, evento o fenómeno de cualquier índole. Pero no
hay un intento de desmantelar sistemas, no hay una pretensión terrorista. Puedo decir que es
solo una intención esclarecedora y pensante. “En efecto, cuando se impone la sospecha, se
inicia un viaje que no se sabe con certeza ni cómo ni cuándo concluirá.” (Torralba 11).

Ahora bien, no es que el filósofo, a la manera del paranoico y esquizofrénico, invente


una realidad alterna, donde descubre las teorías conspiracioncitas en contra de la humanidad.
Porque el mismo filosofo o filosofa están inmersos en la sociedad, formamos parte de un
sistema. El detalle consistirá en que el filosofo se detiene ante los fenómenos y los analiza,
se pregunta por el sentido de las cosas y las instituciones, critica (en el sentido positivo de la
palabra) los sistemas y los pone en jaque, los cuestiona de manera que respondan las
cuestiones que no todos se formulan.

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Marx y el intercambio simbólico

Uno de los maestros de la sospecha, que ya enunciaba Paul Ricoeur1 es Marx. Aunque
se ha intentado olvidar a Marx y sus postulados, sepultándolos en la idea de fracaso, algunos
pensamientos de Marx aún son vigentes.

Uno de los conceptos y tratamientos de Marx que aun es vigente es su postulado en


torno al salario “El salario está determinado por la lucha abierta entre capitalista y obrero”
(51). El capitalista es en nuestro tiempo el empresario, el dueño, el patrón. El obrero ya no
se recluye en las fábricas, ahora porta gafete y conduce un auto que sacó a crédito por 6 años,
empeñando su vida, su tiempo y sus labores para poder desplazarse a su lugar de trabajo.

El obrero, el empleado, el trabajador o el “Godínez” siempre está en desventaja. Los


precios de los productos que consume, o que necesita para sobrevivir siempre son altos. Los
mercados “simulan” la competencia económica para ofrecerle al consumidor-obrero la mejor
opción, sin embargo, no hay mejor opción, solo opciones de consumo, de consumo
comprometido2. El salario, al menos en México, apenas alcanza para la sobrevivencia de las
familias. Pero no hay opción, hay que trabajar para ganar dinero. “El capitalista puede vivir
más tiempo sin el obrero que éste sin el capitalista” (Marx 51).

La dura crítica de Marx, en los Manuscritos economía y filosofía da para más. Marx
señala que “El obrero se ha convertido en una mercancía y para él es una suerte poder llegar
hasta el comprador” (52). La fuerza de trabajo, los obreros, ya no es fuerza meramente, se ha
diluido su sentido “el trabajador ya no es un hombre, ni tampoco hombre o mujer; sólo tiene
un sexo: esta fuerza de trabajo que le asigna a un fin. Está marcado por ella como la mujer lo
está por su sexo (su definición sexual), como el negro lo está por el color de su piel; todos
ellos signos y nada más que signos.” (Baudrillard 18). El obrero ya no es obrero, es
mercancía, el capitalista ya no es dueño, es comprador.

1
Véase de Paul Ricoeur: Freud: Una interpretación de la cultura. p. 32
2
Consumo comprometido es el consumo a crédito, es decir, se compran suministros con dinero que no es
fruto del trabajo (si es que se le puede denominar así).

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Ahora bien, La relación patrón-empleado, establecida desde el contrato, es una
ficción, pues no existe tal relación. La fuerza de producción, el empleado, solo soporta la
“relación” y las fatigas a las que es sometido:

[…] solo por escapar a la dura necesidad del hambre. No tienen ni fidelidad ni gratitud
para con sus jefes; éstos no están unidos con sus subordinados por ningún sentimiento
de benevolencia; no los conocen como hombres, sino como instrumentos de la
producción que deben aportar lo más posible y costar lo menos posible. Estas masas
de obreros, cada vez más apremiadas, ni siquiera tienen la tranquilidad de estar
siempre empleadas; la industria que las ha convocado sólo las hace vivir cuando las
necesita, y tan pronto como puede pasarse sin ellas las abandona sin el menor
remordimiento; y los trabajadores…están obligados a ofrecer su persona y su fuerza
por el precio que quiera concedérseles. (Marx 67).

Ahora bien, hay que tener en cuenta el contexto en el Marx escribe estas líneas, donde
la situación laboral era deplorable, incluso más que en la actualidad. Jornadas laborales de
16 horas, en condiciones insalubres, la única salida posible de aquella situación era la muerte.
Sin embargo, esta realidad no ha cambiado del todo. Aunque ya no se trabajan 16 horas
(oficialmente) y las condiciones laborales han aumentado en calidad, la situación del
trabajador, del empleado, del asalariado, trae consigo otro tipo de enfermedades. Nótese por
ejemplo el estrés, la gastritis, el túnel carpiano, entre otras.

En este sentido, podemos buscar el origen de esta situación, y como mencionaba al


principio, ocurre desde nuestro nacimiento. Aunque al nacer no somos obreros, nos van
acondicionando desde la escuela. Ya no somos personas sino un número. Esto lo podemos
apreciar mas claramente en nuestra formación universitaria. Las universidades se han
convertido en los nuevos campos de concentración, caldo de cultivo para las empresas. Nos
asignan un número de matrícula y ese número es nuestra referencia. A dicho numero es el
que califican, al que sancionan en la biblioteca si adeudas un libro, es a que adjudican los
eventos del carnet cultural, ese dichoso número, esa codificación, es nuestra marca en la
agónica espera de la asignación de un número de seguro social, para integrarnos a los ciclos
de producción y consumo, para al final, morir y convertirnos en una fría estadística.

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Pero mientras esperamos la muerte, debemos integrarnos al campo laboral, con las
competencias que nos ha proporcionado nuestra casa de estudios. En este sentido puedo decir
que no nos preparan para realizarnos como personas, tal como lo suponen los modelos
educativos, sino nos preparan para aceptar la alienación sin respingar. Nos veremos inmersos
en el ciclo de producción y consumo, con escasas posibilidades de reflexionar sobre nuestra
existencia, nuestra existencia alienada.

Marx expresa la alienación o enajenación de la siguiente manera:

[…] cuanto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir; cuanto más
valores crea, tanto más sin valor, tanto más indigno es él; cuanto más elaborado su
producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más
bárbaro el trabajador; cuanto más rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más
desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador. (107).

¿Preparación para el trabajo o preparación para la alienación? Esa es la cuestión.

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Conclusión.

La practica de la sospecha en la filosofía, no debe dejarnos impávidos frente a las


problemáticas de nuestro tiempo, no debe dejarnos silenciados en las aulas, sino que, a pesar
de convertirnos en los vecinos incomodos, debemos señalar cuando algo va perdiendo el
rumbo, cuando las estructuras se están petrificando, cuando lo “normal” se ha normalizado.

La sospecha de Marx aún es vigente. Generalmente se rechaza de lleno el


pensamiento Marxista, y es que muchos pensadores lo han llevado al extremo. Cierto es que
no me considero Marxista, pero si aprecio la importancia del pensamiento de Marx.

El análisis de Marx nos despierta de alguna manera de la alineación, si bien, estamos


inmersos en el sistema capitalista, no podemos seguir la simulación de una vida feliz, pues
no se es feliz por tener trabajo, pues tener trabajo no significa tener dinero, y tener dinero no
asegura la felicidad.

Si bien, no cambiaremos nuestra realidad como empleados o futuros empleados, pero


si tendremos la conciencia de que no podemos dejarnos llevar por el dinamismo sinsentido
de la sociedad, para no dejarnos alienar, para pensar antes de actuar, para esforzarnos en
mejorar la sociedad, en la medida de nuestras posibilidades, para mejorar nuestras relaciones
interpersonales, en fin, para intentar ser realmente mejores ciudadanos.

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Referencias

Baudrillard, Jean. El intercambio símbolico y la muerte. Barcelona: Monte Avila , 1980.


PDF.
Francesc, Torralba. LOS MAESTROS DE LA SOSPECHA: Nietzsche, Freud, Marx.
Barcelona: Fragmenta Editorial, S.I., 2013. PDF.
Marx, Karl. Manuscritos economia y filosofía. Madrid: Alianza, 1980. PDF.
Ricoeur, Paul. Freud: una inerpretación de la cultura. México: Siglo XXI, 1990. PDF.

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