Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Martin Buber Cuentos Jasidicos Los Primeros Maestros II PDF
Martin Buber Cuentos Jasidicos Los Primeros Maestros II PDF
CUENTOS JASIDICOS
Los primeros maestros. II
EDITORIAL PAIDOS
BUENOS AIRES
CUENTOS JASIDICOS
PAIDOS ORIENTALI A
Dirigida por Osvaldo Svanascini
Títulos publicados:
ISBN: 84-7509-216-0
El momento, 38 Deleites, 39
Un susurro, 38 La carta, 39
El largo sueño, 38 El rey, 40
El candelabro, 40 "Yo", 43
En tierra, 42 Conversión, 44
Nada de nada, 42 El saludo, 44
El pequeño temor y el gran te- Permiso, 44
mor, 42 La insensatez, 45
La indignidad y las plegarias que Tres generaciones, 46
llegan a Dios, 43
Su infancia
15
que se trataba de una parábola que predecía la vida de Me-
nájem, pero el muchacho sólo comprendió tanto como su ex-
periencia le permitía. El rabí de Polnoie comprendió la mitad,
y el maguid todo.
Después el Baal Shem Tov dijo al maguid: '' Este travieso
muchacho está lleno de veneración en todo su ser."
Más
16
la Torá celosamente y por amor a ella, logrará vencer ese
censurable deseo y dejará de sentirse satisfecho cuando lo lla-
men 'rabí' o cosa parecida. Pero el deseo de honores que
tuvo en su juventud, y que él ha vencido, aún persiste en lo
más hondo de su alma y, pese a saber él que ahora está li-
bre, lo persigue cual recuerdo tenaz y lo confunde. Tal es
la mancha de la primitiva serpiente, y también de ella debe
él purificarse."
La lombriz
Vocación
17
El documento
Epocas
El montón de cenizas
18
do Rabí Méndel dejó la posada y fue a la casa del tzadik sin
sombrero ni cinturón, y con una larga pipa en la boca, to-
dos pensaron que Rabí Iaacov Josef, conocido por su irascible
temperamento, se negaría a recibir a su invitado por ese com-
portamiento negligente y poco estricto. Pero el anciano le
dio la bienvenida en el umbral con grandes demostraciones
de amor, y pasó varias horas hablando con él. Cuando Rabí
Méndel hubo partido, los discípulos preguntaron a su maes-
tro: "¿Qué sucede con este hombre que tuvo la impudicia
de entrar en su casa con sólo la gorrita en la cabeza, hebillas
plateadas en sus zapatos y una larga pipa en la boca?"
El tzadik dijo: " U n rey que fue a la guerra escondió sus
tesoros en un lugar seguro. Pero enterró su más preciosa per-
la, que él amaba con todo su corazón, en un montón de ce-
nizas, porque sabía que nadie la buscaría allí. Y para que las
fuerzas del mal no puedan tocarla, Rabí Méndel entierra su
gran humildad en el montón de cenizas de la vanidad."
Una comparación
Para Azazel
19
sía que los funcionarios del rey esperan. Y prometió a los jóve-
nes que ni una sombra de deseo habría de rozar sus corazones
cuando hicieran salir a esas encantadoras mujeres de los co-
ches. Y así es: si quieres ir a la Tierra de Israel, debes pri-
mero concentrar tu alma en el secreto de la cabra que es
enviada al desierto para Azazel. Eso fue lo que quiso signi-
ficar Rabí Méndel con su banquete. ¡El pudo hacerlol Pero
a mí, hombre tan rústico, si fuera a la Tierra de Israel, allí
me preguntarían: '¿Por qué has venido sin tus judíos?' "
A la ventana
La firma
20
Una vez preguntaron al rabí de Rizhyn: " S i Rabí Me-
nájem era realmente tan humilde, ¿cómo podía llamarse a
sí mismo de ese modo?"
"Era tan humilde", dijo el rabí de Rizhyn, "que jus-
tamente porque la humildad moraba en su interior ya no la
consideraba una virtud."
21
Tal es la historia que Rabí Najman de Bratzlav contó a
sus jasidim.
22
III
SHMELKE DE NIKOLSBURG
El arpa de David
23
Nuevas melodías
Rabí Moshé Téitelbaum, el discípulo del "Vidente" de
Lublín, dijo: "Cuando Rabí Shmelke rezaba en el shabat y
en los días festivos, y especialmente en el Día del Perdón,
cuando oficiaba el servicio del sumo sacerdote, el misterio se
tornaba manifiesto en el sonido de la música al pasar de una
palabra a otra, y cantaba nuevas melodías, milagro de mila-
gros, que él jamás había escuchado y que ningún oído hu-
mano escuchara nunca; y él no sabía siquiera qué era lo que
estaba cantando ni qué melodía interpretaba, pues estaba
adherido al mundo superior."
o oo
En Níkolsburg
Cuando Rabí Shmelke fue designado rav de Níkolsburg,
preparó un solemne sermón que se proponía predicar a los
estudiosos del Talmud que había en Moravia. En camino se
detuvo en la ciudad de Cracovia, y cuando la gente de allí
le rogó que les predicara. Rabí Shmelke preguntó a su discí-
pulo Moshé Leib, después rabí de Sasov, quien lo acompa-
ñaba en el viaje: " Y bien, Moshé Leib, ¿qué he de predicar?"
" E l rabí ha preparado un espléndido sermón para Níkols-
burg. ¿Por qué no habría de predicarlo también aquí?", res-
pondió Moshé Leib.
Rabí Shmelke siguió su consejo. Y sucedió que cierto nú-
mero de hombres habían venido de Níkolsburg a Cracovia
para darle la bienvenida, y escucharon el sermón. De modo
que cuando el tzadik llegó a Níkolsburg, preguntó a su dis-
24
cípulo: " Y bien, Moshé Leib, ¿qué predicaré el sábado? No
puedo ofrecer otra vez el mismo sermón a los hombres que
me oyeron hablar en Cracovia."
"Debemos tomarnos un poco de tiempo", dijo Moshé
Leib, "examinar algún problema de la ley y preparar así un
sermón."
Pero hasta el viernes no tuvieron ni un momento para
abrir un libro. Finalmente, Rabí Shmelke preguntó: " Y bien,
Moshé, ¿qué hemos de predicar?"
"Con seguridad el viernes a la noche nos dejarán algún
tiempo libre", dijo Moshé Leib.
Prepararon una vela muy grande que había de darles
luz toda la noche y, cuando el gentío se fue a sus casas, se
sentaron frente al libro. Entonces una gallina entró volando
por la ventana y con el viento de su aleteo apagó la luz. Dijo
Rabí Shmelke: " Y bien, Moshé Leib ¿qué predicaremos
ahora?''
"Seguramente", contestó Moshé Leib, "no habrá pré-
dica hasta la tarde, de modo que a la mañana, después de las
oraciones, iremos a nuestras habitaciones, cerraremos la puer-
ta, no dejaremos entrar a nadie y hablaremos del asunto."
A la mañana fueron a rezar. Antes de que se leyera el
capítulo de la semana, se colocó el pupitre frente al Arca y
el jefe de la congregación se presentó a Rabí Shmelke y le
pidió que dijera su sermón. La Casa de Oración estaba llena
de estudiosos de Moravia consagrados al Talmud. Rabí les
hizo traer un volumen de la Guemará, lo abrió al azar, plan-
teó un problema tomado de la página que tenía ante él y
pidió a los eruditos que lo analizaran. Entonces él también,
dijo, daría su opinión. Cuando todos hubieron hablado, se
puso el chai de oración v permaneció así durante un cuarto
de hora. Luego ordenó las preguntas que se habían formu-
lado, ciento treinta en número y dio las respuestas, setenta y
dos en número, y no hubo nada que no fuese contestado, y
resuelto, y zanjado.
Anotación
25
nuevo rav debía anotar en la crónica alguna regla nueva, que
había de ser respetada en adelante. También a él se lo pidie-
ron, pero lo fue aplazando de un día para otro. El miraba a
todos y a cada uno y posponía el apuntar algo en el libro.
Los examinó cada vez más de cerca, una y otra vez y evitó
el escribir, hasta que le dieron a entender que la demora
se tornaba indebidamente larga. Entonces fue hasta donde
estaba la crónica y escribió los diez mandamientos.
26
Mundo! ¡Toda la gente te está llorando, pero qué hay de
todo su clamor! ¡Ellos piensan sólo en sus necesidades, y no
en el exilio de tu gloria!" Al segundo día vino nuevamente
antes del toque del cuerno de carnero y lloró y dijo: "Está
escrito en el primier libro de Samuel: '¿Por qué no vino el
hijo de Jesé a comer pan, ni ayer ni hoy?' ¿Por qué no vino
el Rey Mesías ni ayer, el primer día del Año Nuevo, ni hoy.
el segundo? ¡Es porque hoy, así como ayer, todas sus plega-
rias sólo son por el pan, sólo por la satisfacción de necesi-
dades corporales!"
Un sermón de expiación
27
la ofrenda de la vida misma. Pues somos de la semilla de
Abraham, que ofreció su vida por la santificación del bendito
Nombre y dejó que lo arrojaran en una calera; somos de la
simiente de Isaac, quien ofreció su vida y puso su cuello
sobre la piedra del altar; y seguramente están rogando por
nosotros a nuestro Padre en el Cielo, en este sagrado y te-
rrible día del juicio. Pero vayamos también por su senda e
imitemos su obra; ofrezcamos nuestras propias vidas por la
santificación del Nombre de Aquel que es bendito. Unámo-
nos y santifiquemos Su poderoso Nombre con amor ferviente
y, con ello por propósito, digamos juntos: '¡Oye, oh Israel!' "
Y llorando todos dijeron: "¡Oye, oh Israel: el Señor es nues-
tro Dios, el Señor es único!''
Luego prosiguió: "Queridos hermanos, ahora que nos
ha sido concedido unirnos y santificar Su Nombre con gran
amor, ahora que hemos ofrecido nuestras vidas y que nues-
tros corazones han sido purificados para el servicio y el temor
del Señor, debemos unir también nuestras almas. Todas las
almas vienen de una raíz, todas han sido esculpidas en la
sustancia de que está hecho el trono de Su Esplendor, y son
por eso parte de Dios en el cielo. Unámonos también en la
tierra, de modo que las ramas puedan ser como la raíz. Aquí
estamos, limpios y puros, para unir nuestras almas. Y nos
hacemos cargo del precepto: 'Ama a tu prójimo como a ti
mismo.' " Y todos repitieron en voz alta: "Ama a tu próji-
mo como a ti mismo." Y él continuó: "Ahora que nos ha
sido concedido unirnos a Su Gran Nombre, y unir nuestras
almas, que son parte del Dios del Cielo, dejemos que la sa-
grada Torá ruegue por nosotros ante nuestro Padre en el
cielo. Una vez Dios ofreció esto a todos los pueblos y a
todas las lenguas, pero sólo nosotros lo aceptamos y excla-
mamos: 'Todo lo que el Señor ha hablado haremos', y sólo
entonces dijimos: 'Escuchamos'. Y por eso es conveniente que
la Torá implore a nuestro Padre en los Cielos clemencia y
gracia para nosotros, en este sagrado y terrible día del jui-
cio". Y abrió las puertas del Arca.
Entonces, frente al Arca abierta, recitó la confesión de
pecados; todos la repitieron tras él palabra por palabra y,
mientras lo hacían, lloraban. El sacó el rollo y, asiéndolo
en alto con sus manos, habló a la congregación sobre los pe-
28
cados del hombre. Pero finalmente dijo: "Debéis saber que
nuestro llanto en este día no es bendito si está lleno de tris-
teza, pues la Divina Presencia no mora en el abatimiento del
corazón, sino en el regocijo por los mandamientos. Y, vedlo,
no hay mayor alegría que la alegría de este día, en que nos
es concedido expulsar todos los malos impulsos de nuestros
corazones, por la fuerza del arrepentimiento, para acercarnos
a nuestro Padre en el Cielo, cuya mano está tendida para re-
cibir a quienes vuelven a él. Y por ello todas las lágrimas que
derramamos en este día deberían ser lágrimas de alegría,
pues está escrito: 'Sirve al Señor temiéndole y regocíjate al
temblar.' " 1
Dormir
i Salmos 2:11.
29
El golpe
30
El enemigo
El mandamiento de amar
Un discípulo preguntó a Rabí Shmelke: " S e nos manda
amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. ¿Cómo pue-
do hacerlo si mi prójimo me ha agraviado?"
31
El rabí contestó: "Debes comprender esas palabras acer-
tadamente. Ama a tu prójimo como algo que tú mismo eres.
Pues todas las almas son una sola. Cada una es una chispa
del alma original, y ésta es por entero inherente a todas
las almas, tal como tu alma está en todos los miembros de
tu cuerpo. Puede llegar a ocurrir que tu mano cometa un
error y te pegue. ¿Pero tomarías un palo y la castigarías por
haber obrado sin entendimiento, y aumentarías" así tu dolor?
Es lo mismo que si tu prójimo, que es una sola alma contigo,
te agravia por falta de entendimiento. Si lo castigas, sólo te
hieres a ti mismo."
El otro continuó preguntando: "Pero si veo que un hom-
bre es malvado ante Dios, ¿cómo puedo amarlo?"
"¿No sabes", dijo Rabí Shmelke, "que el alma original
nació de la esencia de Dios y que cada alma humana es parte
de Dios? ¿Y no tendrás piedad de él cuando veas que una
de sus sagradas chispas se ha perdido en un laberinto y está
casi asfixiada?"
El anillo
Los mensajeros
32
Shmelke dijo: "No debes leer 'regalo' sino 'regalos', pues
hay un solo Dios pero muchos mensajeros para cumplir su
mandato. Esto es lo que quiere significar el versículo. No cai-
gamos en necesidad de regalos que podamos considerar sólo
como regalos de los hombres. En el momento de tomarlos
reconozcamos a los dadores como sus mensajeros."
El pobre y el rico
Ser santo
La prueba
Mejor no
34
Nuestra generación
Los hermanos
35
" H e aquí a dos hermanos de padre y madre. Uno engulle y
bebe como una bestia, el otro es como un ángel del Señor: no
necesita alimento ni bebida, porque saborea la irradiación de
la gloria divina." Rabí Shmelke repuso: " H e aquí a dos her-
manos de padre y madre. Uño es como un sumo sacerdote,
el otro como un buen dueño de casa. El sumo sacerdote
corne, y esa comida es parte del sacrificio que da la absolu-
ción al dueño de casa."
Se cuenta que:
En el palacio del Emperador se tramaban peligrosas cons-
piraciones contra los judíos. Entonces Rabí Shmelke y su
discípulo Moshé Leib de Sasov partieron hacia Viena para
poner fin a esas conjuras. Pero era tiempo muy frío y el Da-
nubio estaba lleno de témpanos. Abordaron un frágil bote
que sólo tenía cabida para dos hombres. Permanecieron allí
de pie y Rabí Shmelke empezó a cantar el canto que había
sido entonado a orillas del Mar Rojo, y Moshé Leib hizo la
voz del bajo. Y el pequeño esquife avanzó sin peligro entre
los témpanos. Ein Viena, la gente se precipitó a la costa y se
detuvo allí con la boca abierta. Pronto la noticia de ese ex-
traño arribo llegó a la corte. Ese mismo día, la Emperatriz
recibió a Rabí Shmelke y accedió a sus pedidos.
El amén a la bendición
36
que pudiera decir 'amén'. Apenas había empezado a preo-
cuparme por esto, cuando dos hombres se irguieron junto a
mí, y antes de que llegara a maravillarme de sus grandes di-
mensiones, ya pronunciaba la bendición, a la que ellos con-
testaron diciendo 'amén' con inenarrable dulzura. Pero
cuando quise observarlos más detenidamente, una nube se
los llevó."
El alma de Samuel
37
III
AARON DE KARLIN
El momento
Un susurro
El largo sueño
38
sieron despertarlo, pero el maguid no lo permitió. Dijo: " E n
este momento se ponen las filacterias del Cielo."
Deleites
La carta
39
famoso maestro sabría que tenía frente a él a uno de los
grandes hombres de su generación. El maguid abrió la carta y
—con obvia deliberación— la leyó en voz alta. Decía que su
portador no tenía en él siquiera una partícula de bondad.
Rabí Jayke rompió a llorar. "Vamos, vamos", dijo el magu-'d,
"¿tanto te importa realmente lo que escribe el lituano?"
" ¿ E s verdad o no lo es?", preguntó el otro.
" Y bien", dijo el maguid, "si el lituano lo dice, muy
probablemente sea verdad."
"¡Entonces cúrame, rabí!", suplicó el asceta.
Durante un año entero, el m&guid trabajó con él y lo
curó.
Posteriormente, Rabí Jayke se convirtió en uno de los
grandes hombres de su generación.
El rey
El candelabro
40
sólo a fuerza de sobornos que los jasidim dieron contra la vo-
luntad de aquél. Cuando lo supo, dijo: "¡Ay! ¡Qué débil es
mi generación! Si me irguiera yo en el rango de mi abuelo,
Rabí Aarón el Grande, podría haberse evitado el juicio erró-
neo sin recurrir al soborno." Y contó lo que sigue:
"Una vez los haidamaks de Ucrania y Rusia conspiraron
contra los judíos y resolvieron matarlos y apoderarse de sus
propiedades. Cuando llegó a Mezritch la noticia de ello, los
jefes de la comunidad acudieron al santo maguid y le pre-
guntaron qué debían hacer. Como advirtió que Satán lle-
vaba las de ganar, ordenó a todos, hombres, mujeres y niños,
ocultarse en los bosques que rodeaban la ciudad y llevarse
consigo tantas posesiones como pudiesen.
Un grupo de hombres corrió a la Casa de Oración para
salvar los sacros utensilios. Del techo colgaba un gran cande-
labro de peltre, de treinta y seis brazos. Lo había comprado
mi abuelo, Rabí Aarón el Grande, con el dinero recogido,
kopek por kopek, entre sus discípulos y los jasidim del ma-
guid. Todos los viernes, el santo maguid en persona encen-
día todos los brazos de ese candelabro. Era lo único que
restaba en la Casa de Oración. Todos los restantes utensilios
habían sido llevados. Mi abuelo estaba de pie junto a una
ventana, sin prestar atención a lo que sucedía alrededor. De
pronto vio que se disponían a sacar el candelabro. '¡No lo
toquéis!', dijo en alta voz.
Varios mensajeros acudieron a casa del maguid para
referirle el incidente y preguntarle qué debía hacerse. El ma-
guid los escuchó y permaneció un rato en silencio. Después
dijo: 'Todos los hombres, mujeres y niños se reunirán en la
Casa de Oración.' Cuando mi abuelo vio que la comunidad
entera se reunía en la Casa de Oración, envió al maguid un
mensaje para rogarle que acudiera y se apiadara de él. El
maguid no respondió. De nuevo mi abuelo le hizo llegar una
súplica de ayuda, cualquiera que fuese. El maguid no res-
pondió.
La Casa de Oración estaba colmada de los judíos de
la comunidad de Mezritch. Estaban todos allí: hombres, mu-
jeres y niños. Sólo el maguid faltaba. Entonces un hombre,
que vigilaba afuera, vino a informar a mi abuelo que los
haidamaks estaban en la ciudad. Mi abuelo salió y se puso
41
a la entrada de la Casa de Oración. Cuando los haidmaks
avanzaron hacia él, con voz de trueno les lanzó las palabras
del salmo: '¿Por qué se alborotan las naciones?'
Un ataque de locura se apoderó del jefe de los hai-
damaks, quien empezó a golpear a sus propios seguidores.
Estos se dispersaron y huyeron."
En tierra.
Nada de nada
1 Génesis 28:12.
42
gran temor de Dios se apoderaba de él, |no hay comparación
que baste para describirlo!"
"Yo"
Un discípulo del Gran Maguid había sido instruido por
éste durante varios años y emprendía ahora el viaje de re-
greso a su hogar. En el camino, decidió detenerse en Karlín
para visitar a Rabí Aarón, quien por un tiempo había sido
su compañero en la Casa de Estudio del maguid. Era cerca
de medianoche cuando llegó a la ciudad, pero su deseo de ver
a su amigo era tan intenso, que de inmediato fue a su casa
y llamó a una ventana iluminada. Oyó la voz querida y fa-
miliar que preguntaba: "¿Quién es?", y, en la certeza de que
su propia voz sería reconocida, sólo contestó '' ¡Yo!'' Pero
la ventana permaneció cerrada y ningún otro sonido llegó del
interior, por más que llamó una y otra vez. Por fin, dolo-
rido, gritó: "Aarón, ¿por qué no me abres?" Entonces su
amigo respondió, pero con voz tan grave y solemne que le
sonó casi extraña: "¿Quién es ése que se atreve a llamarse
a sí mismo 'Yo', como sólo corresponde a Dios mismo?"
Cuando el discípulo oyó esto, se dijo: "No he aprendido bas-
tante". Y, sin demora, volvió a Mezritch.
2 Números 14:19.
43
Conversión
El saludo
Permiso
Se cuenta que:
Aproximábase la Pascua y Rabí Aarón, quien se encon-
traba en Mezritch, quería ir a pasar la fiesta en su casa. Pi-
dió al maguid permiso para ello, y le fue concedido. Pero
no bien hubo dejado la casa, el maguid llamó a algunos de
sus discípulos y les dijo: " I d de inmediato a la posada de
Aarón y persuadidlo de que no viaje a Karlín." Ellos fue-
ron y procuraron convencer a su amigo de que celebrara la
44
fiesta con ellos. Como no lograron hacer mella en su deci-
sión, revelaron que el propio maguid los había enviado.
De inmediato Aarón acudió a él y dijo: "Rabí, tengo
gran necesidad de ir a casa y ahora se me dice que prefe-
rís que pase las Pascuas con vosotros. ¿Es verdad eso?"
"No te retendré", dijo el rabí. " S i es necesario que
vayas, ve en paz." Pero cuando Aarón partió, de nuevo dijo
a sus discípulos: "¡No lo dejéis irl" La escena se repitió, y
como el maguid no le dio instrucciones en sentido contrario,
Rabí Aarón no prestó oídos a lo que parecía pura tontería
y partió hacia Karlín. Cuando entró en su casa tuvo que irse
a la cama y murió tres días después. Tenía treinta y seis años.
Cuando el maguid se enteró de su muerte, citó lo dicho
por nuestros sabios: "Cuando Aarón murió, las nubes de glo-
ria se desvanecieron", y añadió: " E l era nuestra arma. ¡Qué
haremos ahora nosotros en el mundo!"
Los discípulos reprocharon al maguid por haber permi-
tido que ese hombre santo y radiante fuese hacia su muerte.
"¿Por qué no le dijiste?", preguntaron.
" L o que se ha dado a un hombre para que administre,
él debe administrarlo fielmente", dijo.
El maguid murió en el otoño siguiente.
La insensatez
45
Tres generaciones
46
III
1 Deuteronomio 4:35.
47
El rabí replicó: "Cuando estaba por tender el talet so-
bre mi cabeza, vino la inclinación al mal y murmuró a mi
oído: 'Quiero decir «A ti se te ba dado a ver.,.» junto
contigo'. Pregunté: '¿Quién eres tú para considerarte digna
de hacerlo?' Y ella: '¿Quién eres tú para considerarte digno
de hacerlo?' 'Estoy versado en las enseñanzas', dije. 'Tam-
bién yo estoy versada en las enseñanzas', replicó. Decidí po-
ner fin a esa conversación ociosa y dije despectivamente:
'¿Dónde estudiaste?' '¿Dónde estudiaste tú?', contestó. Se
lo dije. 'Pero yo estaba allí contigo', murmuró risueñamente,
'¡estudié allí en tu compañía!' Lo pensé un poco. 'Soy un
jasid', le informé triunfalmcnte. Y ella, imperturbable: 'Tam-
bién yo soy un jasid'. Yo: '¿Hasta qué tzadik viajaste?' Y ella,
otra vez eco mío: '¿A cuál viajaste tú?' 'Al santo maguid
de Mezritch', contesté. De lo cual se rió más burlonamente
aún. 'Pero te digo que yo estaba allí contigo y me convertí
en jasid, tal como tú. Y por ello es que deseo decir contigo
'A ti se te ha dado a v e r . . . ' . Entonces no soporté más. La
abandoné, ¿Qué otra cosa podría haber hecho?"
48
Alma en transporte
El baño
Se cuenta que:
Cuando Rabí Leví Itzjak se convirtió en rav de Berdit-
chev, quienes se oponían a sus enseñanzas lo acosaron con
actos hostiles. Entre ellos había un grupo tan fielmente de-
voto a la memoria del gran Rabí Liber, quien había vivido
y enseñado en Berditchev y muerto quince años atrás, que no
quiso tener nada que ver con el innovador. Una vez Rabí Leví
Itzjac los convocó y les anunció su intención de inmergirse
en el baño de Rabí Liber. A todo esto, Rabí Liber nunca ha-
bía tenido un verdadero baño. Lo que llamaban su baño era
sólo un techo sostenido por cuatro postes, y bajo él un pozo
lleno de agua. En invierno, Rabí Liber solía romper el hielo
con un hacha y sumergirse allí para sus abluciones sagradas.
49
Después de su muerte, el techo se había desplomado y el
pozo llenado de lodo. De modo que dijeron al tzadik que
bañarse allí era imposible. Pero se mantuvo firme en su pro-
pósito y contrató a cuatro trabajadores, que cavaron durante
todo el día. Lo mismo sucedió durante varios días. Sus ene-
migos reían de este curioso rav nuevo. Era bastante obvio
—decían— que Rabí Liber no quería que se utilizara su baño.
Rabí Leví Itzjac pidió a todos aquellos de sus íntimos
que habían conocido a Rabí Liber que se reunieran a tem-
prana hora la mañana siguiente. Acudió al baño con ellos y
una vez más los trabajadores empezaron a cavar. Al cabo de
dos horas uno de ellos gritó: "¡Veo agua!" Pronto informa-
ron que se había juntado más agua. "No es preciso seguir
cavando", dijo el rabí. Se despojó de sus ropas y, conser-
vando tan solo su gorro, bajó al pozo. Cuando entró en el
agua, todos vieron que apenas le alcanzaba a los tobillos,
pero en un momento subió hasta su boca. Entonces él pre-
guntó: "¿Hay aquí alguien que recuerde a Rabí Liber en su
juventud?" Contestaron que en la parte nueva de la ciudad
vivía un bedel que tenía ciento dieciséis años y de joven
había servido a Rabí Liber. El tzadik envió por él y esperó
en el agua, que le llegaba hasta la boca. Al principio el an-
ciano se negó a acudir. Pero cuando se le dijo lo que había
sucedido, acompañó al hombre que había ido a buscarlo.
"¿Recuerdas aún al bedel", preguntóle el rabí, "que se
ahorcó del candelabro en la Casa de Oración?"
"Por cierto que lo recuerdo", contestó sorprendido el
anciano. "Pero, ¿cómo es que te interesa a ti? ¡Todo eso
ocurrió hace no menos de setenta largos años, mucho antes
de que tú nacieras!"
"Cuéntanos lo que pasó", dijo el rabí.
El anciano relató: "Era un hombre simple, pero muy
devoto. Hacía las cosas a su propio modo. El día miércoles de
cada semana empezaba a pulir el gran candelabro pendiente
del techo para el día sábado, y haciéndolo decía: 'Hago esto
por amor a Dios.' Pero un viernes por la tarde, cuando la
gente acudió a la Casa de Oración, lo encontraron ahorcado
del candelero con un lazo corredizo hecho de su cinturón."
El rabí dijo: "Aquella vez —en la víspera del shabat—,
cuando todo había sido limpiado y pulido, y no quedaba nada
50
por hacer, el simple bedel se preguntó: '¿Qué más puedo ha-
cer para honrar a Dios? ¿Qué más puedo hacer en su honor?'
Su mente pobre y débil se confundió, y como de todas las
cosas grandes del mundo el candelabro siempre había sido
para él la más grande, se ahorcó de él en honor a Dios. Y
transcurridos ahora setenta años desde aquel día, Rabí Liber
se me presentó en un sueño y me dijo que hiciese todo cuán-
to fuera posible por liberar el alma de aquel simple. Por lo
tanto, hice restaurar el baño y me sumergí yo mismo. De-
cidme ahora: ¿Ha llegado la hora de liberar aquella pobre
alma?''
Sí, sí, sil", contestaron todos como a una sola voz.
"Entonces también yo digo: ']Sí, sí, sí!' " , dijo el rabí.
" I d en paz." Tras lo cual salió del agua, y el agua bajó
hasta un nivel donde apenas le hubiese lamido los tobillos.
Rabí Leví Itzjac hizo construir allí una casa de baños y
restaurar el antiguo baño; para sí mismo, hizo cavar otro con-
tiguo a éste. Sólo cuando se disponía a prepararse para al-
guna tarea difícil utilizaba el baño de Rabí Liber. Aún hoy
la casa de dos baños se yergue en la parte vieja de la ciu-
dad cerca de la "Klaus", y todavía llaman a uno el de Rabí
Liber, y a otro el de Rabí Leví Itzjac.
Noche de Pesaj
51
jad en este día sagrado en alabanza del Señor, bendito sea!"
A lo cual el forastero despertó a medias de su profundo sue-
ño. Aún soñoliento y deslumhrado, oyó alzarse en la casa un
sonido atronador y se aterró hasta lo más íntimo de su ser.
Pero el rabí recitaba los himnos con profundo regocijo. Enton-
ces vio al forastero y le preguntó por qué sólo él había per-
manecido. El hombre, ahora despierto del todo, le dijo cómo
había sucedido, y el rabí le pidió que compartiera con él la
comida del séder, Pero el forastero, tímido, no osaba ac'eptar,
Parecía temeroso de que —en vez de comida— se le sirvie-
ran palabras secretas de efectos mágicos. "Tranquilízate",
dijo el rabí, "comerás en mi casa lo mismo que comerías a
la mesa de cualquier vecino". Entonces el hombre decidió ir
con él.
52
" B i e n " , dijo el posadero, "lo veré con mis propios ojos.
¡A mí él no me hará moverme de allí!"
En la Fiesta de la Luna Nueva, cuando el rabí empezó
a arder de éxtasis, el posadero se le acercó. El rabí —en su
gran fervor— se volvió, lo tomó por sus faldones, lo sacudió,
lo empujó, y así, sacudiéndolo y empujándolo alternativamente,
lo arrastró de un extremo a otro de la casa, ida y vuelta. El
posadero apenas se dio cuenta de lo que le sucedía. Estaba
casi fuera de sí. Había en sus oídos un rugido como de tre-
mendas olas. Reuniendo las últimas fuerzas que le restaban,
se liberó de las manos del tzadik y huyó. Desde aquel mo-
mento, también él creyó que habían intervenido otros po-
deres, no meramente los de esta tierra.
Por Israel
El verdadero rey
53
continuación enumeró a los gobernantes de grandes países,
llamando a cada uno por su apodo. Y al fin exultó de alegría
y gritó: "Pero yo digo: '¡Glorificado y santificado sea Su
gran Nombre!' "
Un pacto
Una interrupción
54
Lucha
El deseo
55
no y del fervor casi sobrehumano que había puesto en el ser-
vicio de ese día. Aunque era ya muy entrada la noche, la taza
de café del tzadik aún permanecía intacta frente a él. AI ver
a su discípulo, dijo: "Bueno es que hayas venido, Shemue!.
Ahora puedo decirlo. Pues debes saber que hoy Satán profirió
acusaciones contra el juicio del cielo. 'Vosotros, la corte de
justicia', dijo, 'explicadme por qué ocurre esto: cuando un
hombre roba un rublo a su prójimo, pesáis la moneda para
medir la magnitud de su pecado. Pero si un hombre da a su
prójimo un rublo por caridad, pesáis a quien lo recibió y a
todas las personas de su casa beneficiadas por el donativo.
¿Por qué en este caso no os limitáis también a pesar la mo-
neda? ¿O por qué en el primer caso, no ponéis en la balanza
al hombre que ha sido robado y a todos los que han sufrido
como consecuencia del robo?' Entonces me adelanté y expli-
qué: 'Un benefactor quiere preservar las vidas de personas,
y son por lo tanto éstas lo que debe pesarse. Pero el ladrón
sólo quiere el dinero. Ni siquiera piensa en la gente a la que
despoja de éste, y es por ello que, en su caso, sólo debe pe-
sarse la moneda.' ¡Así fue como hice callar al demandante!"
El canto al "Tú"
56
Sufrimiento y plegaria
La plegaria de su mujer
57
a sus plegarias una duración mucho mayor que la habitual,
por efecto de múltiples exclamaciones y gestos que ninguna
liturgia contemplaba. Cuando hubo concluido, el rav de aque-
lla ciudad se le acercó, le presentó los saludos del shabat y
preguntó: "¿Por qué no prestas más atención a no fatigar a
la congregación? ¿No relatan nuestros sabios que Rabí Akibá,
siempre que oraba con la congregación lo hacía rápidamente,
pero cuando oraba solo se entregaba a sus propios transportes,
de modo que con frecuencia empezaba a orar en un rincón de
la habitación y concluía en el otro?"
El rabí de Berditchev contestó: "¡Cómo suponer que
Rabí Akibá, que tenía infinidad de discípulos, apresuraba su
plegaria para no fatigar a la congregación! ¡Porque, con segu-
ridad, cada miembro de ella se sentía más que feliz escuchan-
do a su maestro hora tras hora! Es probable que el significado
de esa historia talmúdic'a sea mas bien éste: cuando Rabí Akibá
realmente oraba con la congregación, es decir, cuando la con-
gregación sentía de corazón el mismo fervor que él, su ple-
garia podía ser breve, pues sólo necesitaba orar por sí mis-
mo. Pero cuando oraba solo, es decir, cuado oraba con su
congregación, pero de todos los corazones el suyo era el único
ferviente, debía alargar su plegaria para levantar los corazo-
nes de los otros hasta el nivel del suyo."
58
El lector ronco
Los ausentes
Balbuceos
59
Entonces él dijo: "¿Cómo no entendéis vosotros este len-
guaje, que acabáis de emplear al hablar a Dios?"
Por un instante los jóvenes, tomados por sorpresa, perma-
necieron en silencio. Después uno de ellos dijo: "¿Nunca vis-
teis a un niño en la cuna, que aún no sabe combinar los so-
nidos para formar palabras? ¿Nunca lo oísteis emitir balbu-
ceos, tales como 'ma-ma-ma; da-da-da'? Ni todos los sabios
y eruditos del mundo podrían entenderlo, pero no bien llega
su madre, sabe exactamente lo que el niño dice." Al escuchar
esta respuesta el rabí se puso a danzar de alegría. Y desde
aquella oportunidad, toda vez que en los Días de Temor ha-
bló a Dios a su propio modo en medio de una plegaria, nun-
ca dejó de contarle esta respuesta.
La plegaria insensata
60
se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén! Fin de las oraciones de
David, hijo de Jesé."
Sobre estas palabras, dijo Rabí Leví Itzjac: "Todas las
plegarias e himnos son una súplica para que Su gloria se re-
vele en todo el mundo. Pero si alguna vez la tierra entera
llega a estar realmente llena de ella, no habrá más nece-
sidad de orar."
Conversación mundana
61
extraño este elogio? ¿Indica acaso que los demás maestros pa-
saban su tiempo en charlas mundanas? ¿No hay nada más dig-
no de contarse acerca de Rab? El significado es éste: cuales-
quiera asuntos mundanos discutiese con otros durante el día,
cada una de sus palabras estaba, en realidad, cargada de un
secreto significado y un propósito secreto, que se hacía sentir
en el mundo superior; y su espíritu perseveraba en ese ser-
vicio durante todo el día. Por ello nuestros sabios le conce-
dieron elogios de los que no estimaron digno a ningún otro.
Lo que otros podían hacer sólo durante tres horas, al cabo
de las cuales bajaban de ese nivel, él lograba hacerlo du-
rante todo el día. Y lo mismo es verdad de Rabí Leví Itzjac.
Lo que puedo hacer por tres horas, él es capaz de hacerlo el
día entero: concentrar su espíritu, de modo que se haga
sentir en el mundo celestial, aun en una conversación que
los hombres consideran ociosa."
El que se rió
62
risa se repitieron una y otra vez. Finalmente debió ser reti-
rado de la mesa y —concluido el shabat— enviado de retor-
no a Sasov bajo custodia.
Cuando Rabí Moshé Leib lo vio, escribió al tzadik; " T e
remití una vasija entera, y me la devuelves en pedazos."
La enfermedad de Abraham David duró treinta días, al
cabo de los cuales se curó súbitamente. A partir de entonces
dio una fiesta en acción de gracias en el aniversario de ese
día y en cada ocasión narraba la historia de su visita a Ber-
ditchev, para concluir con las palabras del salmo: "Dad gra-
cias al Señor, pues El es bueno, pues Su misericordia es
eterna. ' '
Comienzos eternos
63
de nuevo. El intachable que cree haber prestado perfecto ser-
vicio y persiste en ello, no acepta la luz y viene después del
que siempre empieza de nuevo."
Envidia
El Séder de ignorante
64
limitó a mirarlos parpadeando, no entendió lo que querían de
él e intentó darse vuelta para seguir durmiendo. Pero lo le-
vantaron del lecho, lo aferraron y, poco menos que cargán-
dolo a hombros, lo llevaron ante el rabí. E¡ste lo hizo sentar
en una silla junto a él. Ujna vez sentado, silencioso y estupe-
facto, hacia él se inclinó Rabí Itzjac y le dijo: "Rabí Jaím,
amado corazón, ¿qué intención mística había en tu espíritu
cuando recogiste lo que contiene levadura?"
El aguador lo miró embotado, sacudió la cabeza y con-
testó: "Maestro, yo sólo busqué por todos los rincones, y lo
recogí.''
El asombrado tzadik siguió interrogándolo: "¿Y en qué
consagración pensaste al quemarlo?"
El hombre meditó, pareció entristecerse y dijo vacilante:
"Maestro, olvidé quemarlo. Y ahora que recuerdo, todo está
aún en el estante."
Cuando Rabí Leví Itzjac escuchó esto se desconcertó aún
más, pero siguió interrogando: " Y dime, Rabí Jaím, ¿cómo
celebraste el Séder?"
Algo pareció despertarse entonces en los ojos y los miem-
bros del hombre, quien replicó en humilde tono: "Rabí, te
diré la verdad. Verás, siempre oí decir que está prohibido
beber aguardiente en los ocho días del festival, de modo que
ayer por la mañana bebí lo suficiente para ocho días. Y me
sentí cansado y me eché a dormir. Después mi mujer me des-
pertó, y era de noche, y ella me dijo: '¿Por qué no celebras
el Séder como todos los demás judíos?' Yo dije: '¿Qué quie-
res de mí? Soy un hombre ignorante, y mi padre era un hom-
bre ignorante, y no sé qué debo hacer ni qué no debo hacer.
Pero algo sé; nuestros padres vivieron en cautiverio en la tie-
rra de los gitanos, y teníamos un Dios, y él los llevó lejos,
hacia la libertad. Y mira: ahora estamos de nuevo en cauti-
verio, y yo sé y te digo que Dios nos llevará también a no-
sotros a la libertad.' Y entonces vi delante una mesa, cuyo
mantel brillaba como el sol, v sobre ella había fuentes de
matzot y huevos y otras viandas, y botellas de vino tinto.
Comí matzot y huevos y bebí vino, y di a mi mujer de comer
y de beber. Y entonces me sentí sobrecogido de alegría, y alcé
mi copa hacia Dios, y dije: '¡Mira, Dios, por ti bebo esti copa!
65
¡E inclínate tú sobre nosotros y danos la libertad!' Y enton-
ces nos sentdmos y bebimos y nos regocijamos ante Dios. Y
después me sentí cansado, me tendí y me quedé dormido."
3 En el mundo venidero.
4 Según una conocida leyenda midráshica.
66
Su segundo nombre
El carretero
67
Estaba engrasando las ruedas de su carreta. "¡Señor del mun-
do I", exclamó deleitado. "¡Contempla a este hombreI Contem-
pla la devoción de tu pueblo. ¡Aun engrasando las ruedas de
una carreta, se acuerdan de tu nombre!"
En el suelo
68
El grueso libro de oraciones
La sabiduría de Salomón
69
es la causa por la cual podía conversar verdaderamente con
necios e impresionar sus corazones hasta que reconocían qué
clase de personas eran y lo manifestaban."
Abráham y Lot
70
una acción tan meritoria? Pues también Lot los invitó y les dio
refugio. Esta es la verdad del asunto: en el caso de Lot está
escrito que a Sodoma acudieron ángeles. Pero en lo que' con-
cierne a Abraham, las Escrituras dicen: "Alzando los ojos
miró, y he aquí que tres hombres estaban parados cerca de
él". Lot vio formas angélicas, y Abraham vio polvorientos ca-
minantes que necesitaban alimento y reposo."
Trabajo penoso
Caridad
71
"¡Os equivocáisl", exclamó el rabí. " ¡ E s antiquísimo! Es
un procedimiento viejo, muy viejo, que se remonta a Sodoma
y Gomorra. ¿Recordáis lo que se relata sobre la muchacha
de Sodoma, que dio a un mendigo un trozo de pan? ¿De
cómo la capturaron y desvistieron, untaron de' miel su cuerpo
desnudo y la expusieron a las abejas, para que la devorasen,
por el gran crimen que había cometido? 8 Quién sabe, tal vez
también ellos tuvieran una caja comunitaria donde los pu-
dientes depositaban sus limosnas para no verse obligados a
mirar a los ojos a sus hermanos pobres."
De prisa
¿Qué hacesP
72
preocupa está en manos de Dios, y todo lo que está en las
tuyas es temer a Dios."
El hombre alzó la vista y —por primera vez— supo qué
era el temor de Dios.
Amalek
73
Amalek de lo que hay bajo el Cielo" y sólo recuerdas lo que
el poder del mal hizo al Cielo: cómo erigió un muro entre
Dios e Israel y envió al exilio a la Divina Presencia."
La grandeza de Faraón
Camaleones
Quizá
74
su reino sobre la mesa ante ti, y tampoco yo puedo hacerlo.
Pero, hijo mío, ¡piénsalo solamente! Quizá sea verdad. ¡Quizá,
después de todo, sea verdad!" El iluminado hizo todo lo po-
sible por responder, pero el terrible "quizá" resonó en sus
oídos una y otra vez y quebró su resistencia.
75
En otro tiempo y ahora
El sanctasanctórum
Rabí Leví Itzjac dijo: "Nos está prohibido tener malos:
pensamientos, porque el espíritu del hombre es el sanctasanctó-
rum. En él está el Arca con las tablas de la Ley, y si el hom-
bre permite que surjan en su interior malos pensamientos, eri-
ge un ídolo en el Templo. Pero cuando en medio de la ple-
garia el tzadik es presa de hondo fervor, cuando se enciende
en llama y alza sus manos, sucede como en otro tiempo, cuan-
do —en el sanctasanctórum— los querubines apuntaban hacia
arriba sus alas."
El complot inicuo
76
tentación de la inclinación al mal, que quiere debilitar nues-
tro espíritu para impedirnos servir correctamente a Dios.
Una vez dos hombres fuertes luchaban entre sí y nin-
guno lograba prevalecer sobre su adversario. Entonces uno de
ellos tuvo una idea. 'Debo ingeniarme para disminuir el po-
der de su mente', se dijo a sí mismo, 'pues así habré domi-
nado su cuerpo'. Esto es precisamente lo que la inclinación
al mal quiere que hagamos cuando nos tienta a mortificar
nuestra carne.''
La danza
77
Discipulado
Conocimiento
78
La primera página
Enseñanzas octdtas
79
no de carnero a sus labios, y esta vez emitió una nota pura
e impecable. Concluida la plegaria, Rabí Leví Itzjac se volvió
a su congregación y dijo: " L o vencí, pero me costará la vida.
Heme aquí, una ofrenda por Israel.'' 13
Murió pocas semanas después.
Se amplía un período
El arrugo
80
que se había criado en Morchov, Ucrania. Había amistad en-
tre ambos, y en sus relaciones la reprobación era manifiesta
y el amor disimulado. Al morir el tzadik, el rabí de Morchov
acudió a caminar tras su féretro. Cuando sacaron el cuerpo
de la casa, se acercó, se inclinó y murmuró algo al oído del
muerto. Sólo resultaron audibles las últimas palabras: "Se-
gún está escrito: 'Siete semanas contarás.' " Pasadas siete se-
manas, también él murió.
*
Desde entonces
1
V
ZUSIA DE HANIPOL
Las bendiciones
Rabí Zusia solía decir: "Mi madre Mirl, la paz sea con
ella, no oraba con el libro, porque no sabía leer. Todo cuanto
sabía era decir las bendiciones. Pero dondequiera que dijese
la bendición en la mañana, allí duraba todo el día la irradia-
ción de la Divina Presencia."
«2
iba al bosque, obtenía la mejor madera, fragante de resina,
la cortaba en trozos parejos y —exactamente a la hora seña-
lada— los apilaba con destreza en los diversos hogares. El
rey disfrutaba del benéfico y vivo calor. Era mejor que todo
cuanto había tenido antes y preguntó por qué sucedía esto.
Cuando le contaron del leñador y su trabajo, le envió a de-
cir que expresara un deseo y le sería concedido. El pobre hom-
bre suplicó que se le permitiera ver al rey de vez en cuando.
La petición fue aceptada En un estrecho pasaje que llevaba
a la leñera, practicaron una ventana que enfrentaba las habi-
taciones del rey, de modo que el leñador podía mirar por
allí y satisfacer su deseo.
A todo esto, una vez el hijo del rey, sentado a la mesa
de su padre, dijo algo que lo disgustó y fue castigado con
una proscripción de un año de los aposentos reales. Durante
un tiempo vivió en amarga soledad. Después empezó a vagar
pesaroso por los corredores del palacio. Cuando llegó a la
ventanita abierta para el leñador, se apoderó de él un anhe-
lo más fuerte aún de ver de nuevo a su padre y pidió al hom-
bre que lo dejara mirar por ella. Después conversaron con
frecuencia.''
"Hermano", dijo Zusia a Elimélej cuando llegó a ese
punto de la historia, "esto es lo que dijo el leñador al prín-
cipe mientras conversaban. 'Tú estás en tu casa en los apo-
sentos del señor y comes a su mesa. Todo cuanto necesitas es
gobernar sabiamente tus palabras. Pero yo no tengo sabiduría
ni estudios, y entonces debo ejecutar mis humildes servicios
para poder ver de vez en cuando el rostro del señor.' "
La palabra
83
vajemente que turbaba la paz de la mesa redonda y era pre-
ciso sacarlo de allí. Entonces permanecía en el vestíbulo o
en la leñera y gritaba: '¡Y Dios dijo!' No se tranquilizaba
hasta que mi antepasado había concluido de exponer las Escri-
turas. Por esta razón no estaba familiarizado con los sermo-
nes del maguid. Pero la verdad, te digo, la verdad es ésta:
si un hombre habla en el espíritu de la verdad y escucha
en el espíritu de la verdad, una palabra es suficiente, pues
con una palabra el mundo puede ser edificado, y con una
palabra el mundo puede ser redimido."
Solamente lo bueno
Sufrimiento
í'.l
tros sabios dicen ciertas palabras que nos arrebatan la paz
porque no las entendemos. Según ellas, los hombres deberían
agradecer a Dios tanto el sufrimiento como el bienestar, y re-
cibir ambos con la misma alegría. ¿Nos dirías, rabí, cómo
debemos entender esto?"
El maguid repuso: "Id a la Casa de Estudio. Allí en-
contraréis a Zusia, que estará fumando su pipa. El os dará
la explicación." Fueron a la Casa de Estudio y formularon
su pregunta a Rabí Zusia. El rió. '' ¡Pues sí que habéis acu-
dido al hombre acertado! Dirigios a otro antes que a mí,
pues jamás experimenté el sufrimiento." Pero ambos sabían
que, desde el día de su nacimiento hasta ese día, la vida de
Rabí Zusia había sido una red de necesidades y angustia. En-
tonces supieron de qué se trataba: de aceptar el sufrimiento
con amor.
El receptor
85
Pero una vez recordó que Zusia era discípulo de un gran
maguid y se le ocurrió que si lo que daba al discípulo era
tan generosamente recompensado, prosperaría mucho más si
hacía presentes al maestro mismo. De modo que viajó a Mez-
ritch e indujo a Rabí Ber a aceptar de él una sustancial do-
nación. A partir de entonces sus recursos empezaron a dis-
minuir, hasta que perdió todas las ganancias conseguidas du-
rante el período más afortunado. Llevó su problema a Rabí
Zusia, le refirió toda la historia y le preguntó a qué se debían
sus actuales apuros. Pues, ¿no le había dicho el propio rabí
que su maestro era inconmesurablemente más grande que él?
Zusia respondió: "¡Miral Mientras tú diste sin importarte
a quién, fuese Zusia u otro, Dios te dio sin que le importara a
quién daba. Pero cuando empezaste a buscar receptores espe-
cialmente nobles y distinguidos, Dios hizo exactamente lo
mismo."
La ofrenda
En el camino
2 Exodo 25:2.
86
Los asistentes eran gentes rudas y violentas y habían bebido
más de la cuenta. Estaban precisamente tratando de idear al-
guna nueva diversión cuando llegaron los dos pobres viaje-
ros, justo a tiempo para su propósito. Apenas se habían ins-
talado en un rincón, Rabí Elimélej contra la pared y Rabí
Zusia junto a él, cuando se presentaron esos individuos, se
apoderaron de Zusia, que estaba más a mano, y lo golpearon
y atormentaron. Al cabo de un rato lo dejaron caer al suelo
y se pusieron a bailar. A Elimélej lo fastidió que lo hubiesen
dejado yacer sobre su saco sin molestarlo. Envidiaba a su her-
mano los golpes que había recibido. Entonces dijo: "Querido
hermano, déjame tenderme en tu lugar y duerme tú en mi
rincón." Y cambiaron lugares. Guando los asistentes termi-
naron de bailar, ciu'sie"oi vcnud'r b diversión v echaron ma-
nos a Rabí Elimélej. Pero uno de ellos gritó: "[Así no debe
hacerse! ¡Que el otro tenga su parte de nuestros regalos de
honor!" Con lo cual arrancaron a Zusia de su rincón, le die-
ron una segunda paliza y gritaron: "¡También tú te lleva-
rás un recuerdo de la boda!"
Entonces Zusia rió y dijo a Elimélej: "Ya lo ves, querido
hermano, cuando hay golpes destinados a un hombre, siem-
pre lo encontrarán, dondequiera que esté."
Los caballos
87
Los frutos del peregrinaje
Zusia y el pecador
Penitencia conjunta
89
El hombre era ayudante en la Casa de Estudio de la
ciudad donde vivía. Había sido exhortado a acudir ante Rabí
Zusia para que éste le dijese qué penitencia debía cumplir.
Pero una vez ante el rabí, se negó a hacer penitencia. En-
tonces. .. Pero el propio rabí me refirió lo que había ocu-
rrido. Lo hizo cuando yo discutí con él mis propios proble-
mas y le mencioné lo que había visto.
'¿Qué hice entonces?', me dijo. 'Bajé todos los escalones
hasta estar con él, y uní la raíz de mi alma a la raíz de la
suya. Entonces no le quedó más alternativa que hacer peni-
tencia conmigo.' Y era una penitencia muy grande y terrible.
Pero cuando el hombre dejó de gritar y gemir, vi al rabí di-
rigirse a él. Se inclinó, lo tomó suavemente por los rizos de
las sienes y suavemente hizo girar su cabeza. Finalmente lo
alzó con ambas manos y lo puso de pie. 'Se ha retirado tu
culpa',3 dijo, 'y tu pecado está expiado'.
'Y yo mismo' —así agregó el hombre que me relató la
historia— 'me convertí más adelante en lector de la Casa
de Oración de Rabí Zusia'."
El descarado y el vergonzoso
Tzadik y jasidim
90
sus ojos y su corazón hacia el Cielo y se había desprendido
de todos los vínculos corporales. Mirándolo, uno de sus ja-
sidim fue abrumado por el deseo de arrepentirse y las lágri-
mas corrieron por su rostro. Y tal como una brasa ardiente
enciende la de al lado, así hombre tras hombre fueron encen-
didos por la llama del arrepentimiento. Entonces el tzadik
miró alrededor y clavó su vista en ellos. De nuevo alzó los ojos
y dijo a Dios: "Señor del mundo, éste es, por cierto, el mo-
mento de arrepentirse. Pero sabes que no tengo fuerzas para
hacer penitencia, de modo que acepta como penitencia mi
amor y mi vergüenza."
Humildad
Acerca de Achín
91
mer de este árbol, y seré como Dios; todo lo que necesito es
comer de este árbol, y seré como Dios."
"Vete de tu tierra"
Zusia ij su mujer
92
secha a su primera mujer, el altar mismo derramará lágrimas
por él. Mi almohada está húmeda de esas lágrimas. Y ahora,
¿qué quieres? ¿Quieres aún una carta de divorcio?" A partir
de ese momento, ella se tornó silenciosa. Y cuando fue real-
mente silenciosa, se tornó feliz. Y cuando fue feliz, se tor-
nó buena.
Sus días
93
Durante el día, consignaba todas sus actividades en una
hoja de papel. Antes de acostarse por la noche, la tomaba,
la leía y lloraba hasta que las lágrimas hacían un borrón
de lo escrito.
La bendición
El cantar
Devociones de Zusia
94
a ir y venir corriendo, repitiendo lo mismo hasta que de pron-
to se acordó de algo y exc'lamó: "Vamos, yo sé silbar, de modo
que silbaré algo para ti.'' Pero cuando empezó a silbar, el
rabí de Nesjizh sintió miedo.
El temor de Dios
La creación de ángeles
El acusador
La rueda
96
recaudador de impuestos. Fue de inmediato y encontró al
hombre dedicado a vender vodka a los campesinos. Trató de
impedir que continuase y lo exhortó a rezar una plegaria, pero
el recaudador se puso más y más impaciente. Como Rabí Zu-
sia siguió exhortándolo a pesar de sus negativas y aun puso
una premiosa mano sobre su brazo, se apoderó del instniso,
lo arrojó al patio y cerró la puerta. Hacía mucho frío y el
rabí tiritaba violentamente. Entonces vio una vieja rueda
de carreta tirada en el piso y la puso contra su cuerpo. E
instantáneamente se transformó en una rueda del Carruaje Ce-
lestial y le infundió un delicioso calor. En esa situación lo
encontró el recaudador de impuestos. Al ver la venturosa son-
risa en los labios de Rabí Zusia, percibió en sólo un segundo
la verdad de la vida, y, sin más, con pies temblorosos y asom-
brado de sí mismo, se irguió en el verdadero camino."
En la encrucijada
97
game Dios, qué imperfecto es el cuerpo de Zusia, que le teme
al fuego!"
Otra vez, dijo a la Tierra: "Tierra, Tierra, eres mejor
que yo, y sin embargo te huello con mis pies. Pero yaceré
debajo de ti y seré tu subdito."
S
Fuego y nube
Se cuenta que:.
En cierta Fiesta de las Cabañas, antes de que el mundo
hubiese reparado en Zusia, éste compartió la sucá del rav de
Ostrog. Al llegar la noche, el rav se tendía sobre su blando
lecho, donde se amontonaban almohadas y mantas, en1 tanto
que Zusia dormía en el suelo, a la manera de los huéspedes
pobres del shabat. Durante la noche se dijo: "Ah, Zishe tiene
frío; no puede dormir en la sucá.'' Al instante un fuego des-
cendió del Cielo y caldeó la cabaña hasta tal punto, que el
rav de Ostrog debió hacer a un lado el colchón de pluma y
las mantas. "Ya hace bastante calor", dijo Zusia. De inme-
diato el Príncipe del Fuego partió, y el rav de Ostrog debió
recubrirse con una manta tras otra. Esto ocurrió varias veces:
el calor se alternó con el frío, y cuando llegó la mañana el
rav de Ostrog ya no llamaba a su huésped "Zishe", sino
" R e b Zishe".
Concluida la Fiesta de las Cabañas, Zusia quiso proseguir
su viaje, pero sus doloridos pies se negaron a llevarlo y él
suspiró: "¡Oh Señor del mundo, Zishe no puede caminar!"
Entonces una nube descendió hasta él y dijo: "Súbete."
"¡Rabí!", exclamó el rav de Ostrog, "¡alquilaré un ca-
rruaje para ti, pero aleja ese nube!" En lo sucesivo no lo
llamó más "Reb Zishe" sino "Rebe Reb Zishe", y desde enton-
ces tal fue el nombre con que se lo conoció en el país entero.
Terror
Se cuenta que:
Era el tiempo después de las maniobras, y el ejército vic-
torioso volvía por el camino de Hanipol. Allí se acomodaron
98
en la posada, bebieron cuanto encontraron y no pagaron un
centavo. Quisieron beber más, pero como nada quedaba, des-
trozaron todos los vasos y utensilios. A continuación pidieron
más licor, y como no había ninguno golpearon al posadero
y a sus ayudantes. El aterrado posadero logró por fin hacer lle-
gar un mensaje a Rabí Zusia. Zusia acudió de inmediato, se
detuvo ante la ventana, miró a la soldadesca que estaba den-
tro y —tres veces seguidas— dijo las palabras de la oración:
"Uvejen ten pajdeja (Señor, nuestro Dios, impon tu terror a
todas tus criaturas)." A ello, todos los soldados salieron en
tropel por puertas y ventanas con prisa demencial, dejando
tras sí sus fusiles y mochilas, y corrieron calle abajo sin pres-
tar atención al oficial que los mandaba, quien los alcanzó
en las afueras de la ciudad. Sólo se detuvieron cuando los
llamó con airada voz. Le dijeron: "Vino un judío viejo y
gritó: '¡Pajdaj!' Entonces nos sentimos aterrados —no sabe-
mos cómo ni por qué— y todavía ahora tenemos miedo." El
comandante los llevó de vuelta a la taberna, donde debieron
pagar los daños causados e indemnizar por las palizas, antes
de que los dejara marcharse de nuevo.
Enfermedad
99
"¿Por qué no puedes hacer lo que Rabí Iojanan hizo por sus
amigos enfermos, darle tu mano para que se ponga de pie?"
El rabí de Lublín rompió a llorar. Entonces el rabí de
Olik le preguntó: "¿Por qué lloras? ¿Crees que está enfermo
porque tal es su destino? Por su propia y libre voluntad asu-
mió el sufrimiento sobre sí y lo está recibiendo, y si qui-
siera incorporarse no necesitaría la mano de un extraño para
hacerlo.''
La pregunta de preguntas
La lápida
El fuego
100
llevada cada una por un visitante. En tierra había ramitas,
también dejadas sobre las tumbas por los visitantes, según la
costumbre. Ahora bien: cuando la linterna cayó y se pren-
dió fuego, todos los papeles del santuario ardieron, como tam-
bién las ramas marchitas del suelo, pero las llamas no daña-
ron la madera del santuario mismo, aunque estaba muy seca.
01
VII
ELIMELEJ DE LIZHENSK
Su reloj
Al comenzar el shabat
Buenas obras
Respuestas
102
nal de justicia superior y me pregunten: '¿Estudiaste todo lo
que hubieses debido?', contestaré: 'No'. Entonces me pre-
guntarán '¿Oraste todo lo que pudiste?' Y de nuevo mi res-
puesta será: 'No'. Y me harán una tercera pregunta: '¿Hi-
ciste todo el bien que pudiste?' Y también esta vez responderé
lo mismo. Entonces pronunciarán el veredicto: 'Dijiste la ver-
dad. Por amor a la verdad, mereces ser admitido en el mundo
venidero.' "
La primera luz
En Sinaí
Dios canta
i Salmos 147:1.
103
Las criadas
El primer pecado
El penitente
104
de la plegaria, y le tendió la mano. Pero fue tratado como an-
tes. Lloró toda la noche y en la mañana decidió no entrar de
nuevo en la Casa de Oración del tzadik, sino retornar a su ciu-
dad al concluir el shabat. Y sin embargo, llegada la hora
de la tercera comida sacra, la comida en la cual Rabí EJi-
mélej hablaba palabras de enseñanza, no pudo resistir y se
llegó hasta la ventana. Desde allí escuchó decir al rabí:
" A veces vienen a mí personas que ayunan y se atormen-
tan, muchas de las cuales hacen penitencia por seis años y
después por otros seis, ¡doce años enteros! Al cabo de lo cual,
se consideran dignas del espíritu santo y vienen a pedirme que
!o atraiga sobre ellas: debo darles ese poco que les falta.
Pero la verdad es que toda su disciplina y todos sus dolores
son menos que una gota en el mar, y hay más aún: todo su
servicio no es en aras de Dios, sino del ídolo de su orgullo.
Tales gentes deben retornar a Dios arrepintiéndose abierta-
mente de todo cuanto hicieron y empezar a servir desde abajo
y de todo corazón".
Cuando Rabí David oyó estas palabras, el espíritu lo con-
movió con tal fuerza que casi perdió la conciencia. Tembloro-
so y sollozante, permaneció junto a la ventana. Concluida la
Ilavdalá, fue hasta la puerta con aliento entrecortado, la abrió
con gran temor y esperó en el umbral. Rabí Elimélej se le-
vantó de su silla, corrió hasta su inmóvil visitante, lo abrazó
y dijo: "¡Bendito el que llega!" Tras lo cual lo llevó hasta
la mesa y lo sentó junto a él. Entonces Eleazar, hijo del tzadik,
no pudo disimular por más tiempo su asombro. "Padre", dijo,
"¡pero si éste es el hombre de quien te apartaste dos veces
porque no podías soportar su presencia!"
"¡Por cierto que nol", respondió Rabí Elimélej. "¡Aqué-
lla era una persona totalmente distinta! ¿No ves que éste es
nuestro amado Rabí David?"
El fuego impuro
105
lugar recitar la Oración Matutina con hondo fervor. Permane-
ció con él durante el shabat y advirtió el mismo fervor en todo
lo que hacía y decía. Cuando llegó a conocerlo un poco me-
jor, le preguntó si alguna vez había servido a un tzadik. La
respuesta fue " n o " . Lo cual sorprendió a Iaacov Itzjac, ya
que el camino no puede aprenderse en un libro, ni por lo que
se oye decir, pues sólo se transmite de una persona a otra.
Pidió al devoto rav que lo acompañara a casa de su maestro,
y aquél aceptó. Pero cuando cruzaron el umbral de Rabí Eli-
mélej, éste no se adelantó para recibir a su discípulo con el
afectuoso saludo habitual, sino que se volvió hacia la ventana
y no prestó atención alguna a sus visitantes. Iaacov Itzjac com-
prendió que el rechazo se dirigía a su acompañante, llevó
al rav, que estaba violentamente excitado, a una posada, y
retornó solo. Rabí Elimélej se adelantó hacia él, lo saludó ca-
riñosamente y dijo: "¿Cómo se te ocurrió, amigo mío, traer
contigo a un hombre en cuyo rostro puedo ver viciada la
imagen de Dios?" Iaacov Itzjac escuchó consternado estas pa-
labras, pero no se atrevió a dar una respuesta ni a preguntar
nada. Rabí Elimélej comprendió lo que le sucedía y continuó:
•' Has de saber que hay un lugar iluminado sólo por el planeta
Venus, donde se mezlcan el bien y el mal. A veces un hom-
bre empieza a servir a Dios, pero en su servicio entran otros
motivos, así como también el orgullo. Entonces, a menos que
haga un esfuerzo muy grande por cambiar, llega a vivir en
ese lugar oscuro sin siquiera saberlo. Es capaz incluso de
obrar con gran fervor, pues cerca de allí está el sitio del fuego
impuro. De éste toma su resplandor y con éste enciende su
servicio, v no sabe de dónde ha tomado la llama."
Iaacov Itzjac transmitió al forastero las palabras de Rabí
Elimélej y el rav reconoció la verdad que había en ellas. En
ese mismo instante se arrepintió y corrió llorando a casa del
maestro, quien de inmediato le brindó su ayuda, y gracias a
ésta aquél encontró el camino.
La amenaza de Satán
Se cuenta que:
Satán se presentó ante Rabí Elimélej y dijo: "¡No pienso
soportar más que me persigas con tus jasidim! ¡No imagines
106
que lograrás vencerme! ¡Haré que todos sean jasidim y enton-
ces perderás tu poder!"
Cierto tiempo después, Rabí Elimélej fue a la Casa de
Estudio con un bastón, para expulsar a algunos de los jasidim.
Nadie sabe por qué no lo hizo. Supongo que no se atrevió a
elegir a los mensajeros de Satán.
Elias
Una transacción
Se cuenta que:
El emperador de Viena dio un decreto que había de con-
107
denar a la más completa miseria a los ya oprimidos judíos de
Galicia. En aquel tiempo, un hombre serio y estudioso, lla-
mado Feivel, vivía en la Casa de Estudio de Rabí Elimélej.
Una noche se levantó, entró en el cuarto del tzadik y le dijo:
"Maestro, tengo un pleito contra Dios." Y aun al hablar se
horrorizaba de sus propias palabras.
Rabí Elimélej contestó: "Muy bien, pero la corte no
está en sesión esta noche."
AI día siguiente llegaron a Lizhensk dos jasidim, Israel
de Koznitz y Iaacov Itzjac de Lublín, quienes se hospedaron
en casa de Rabí Elimélej. Tras el almuerzo, el rabí hizo lla-
mar al hombre que le había hablado y le dijo: "Dinos acerca
de tu pleito."
"No tengo fuerzas para hacerlo ahora", dijo Feivel, va-
cilante.
"Entonces yo te doy las fuerzas", repuso Rabí Elimélej.
Y Feivel empezó a hablar: "¿Por qué somos esclavos en
este imperio? Como si Dios no dijera en la Torá: 'Porque á
mí es a quien sirven los hijos de Israel' 2 De modo que in-
cluso si nos envió a tierras extranjeras, aun así, dondequie-
ra estemos, debe dejarnos completa libertad para servirlo."
A lo que Rabí Elimélej repuso: "Conocemos la respuesta
de Dios, pues también está escrita en el pasaje de reprobación
por intermedio de Moisés y los profetas. Y ahora, tanto el que-
rellante como el querellado deberán abandonar la sala del tri-
bunal, según lo prescribe la regla, de modo que no puedan
influir sobre los jueces. Retírate, pues, Rabí Feivel. A ti, Se-
ñor del mundo, no podemos hacerte salir, porque tu gloria
llena la tierra y sin tu presencia ninguno de nosotros viviría
siquiera un instante. Pero te informamos que tampoco nos de-
jaremos influir por ti." A continuación los tres se sentaron a
juzgar, silenciosamente y con los ojos cerrados. Al cabo de una
hora llamaron a Feivel y le dieron el veredicto: él estaba en
lo cierto. A la misma hora era derogado el edicto de Viena.
2 Levítico 25:55.
108
El vuelco del tazón
Se cuenta que:
Estaba una vez Rabí Elimélej tomando con sus discípulos
la comida del shabat. El sirviente depositó el tazón de sopa
ante él. Rabí Elimélej se puso de pie y lo volcó, de modo
que la sopa se derramó sobre la mesa. De inmediato el joven
Méndel, que sería tiempo después rabí de Rymanov, exclamó:
"Rabí, ¿qué haces? |Nos encarcelarán a todos!" Los otros dis-
cípulos sonrieron ante estas palabras sin sentido. Y hubiesen
reído más alto de no haberlos contenido la presencia de su
maestro. Este, sin embargo, no se sonrió. Asintió con la ca-
beza al joven Méndel y dijo: "No temas, hijo mío!"
Algún tiempo después se supo que ese mismo día habían
presentado al emperador, para que lo firmara, un edicto dirigido
contra los judíos de todo el país. Una vez y otra el empera-
dor tomó la pluma, pero siempre ocurría algo que le impedía
firmar. Finalmente firmó el papel. Luego tendió la mano ha-
cia el arenillero, pero tomó en su lugar el tintero y derra-
mó la tinta sobre el documento. Tras lo cual desgarró éste
y prohibió que volvieran a poner ese edicto ante sus ojos.
La comida milagrosa
Relatan:
Era habitual que, el Día de Año Nuevo, quince jasidim
concurriesen a casa de Rabí Elimélej, donde su mujer les daba
de comer y de beber. Pero no podía servirles porciones muy
generosas, porque en ese tiempo no disponía de mucho di-
nero para gastar en la casa.
Una vez —ya bastante avanzado el día— llegaron no me-
nos de cuarenta hombres en vez de los quince esperados.
"¿Tendrás suficiente para todos?", preguntó Rabí Elimélej.
"¡Bien sabes en qué apuro estamos!", repuso ella.
Antes de la Oración de la tarde le preguntó de nuevo:
"¿No podríamos dividir la comida que haya, cualquiera sea
su cantidad, entre los cuarenta, puesto que, después de todo,
han buscado 'la sombra de mi techo'?"
109
"Apenas si alcanza para quince", dijo su mujer.
Al decir la Oración de la Noche, el rabí rogó ardiente-
mente a Dios, quien provee para todas sus criaturas. Con-
cluida la oración anunció: "¡Ahora venid todos y comamos!".
Cuando todos hubieron comido cuanto quisieron, los tazones
y fuentes seguían llenos.
El vino de la vida
Se cuenta que:
Una vez, en la segunda noche de la Fiesta de Shavuot es-
taban los jasidim sentados alrededor de la mesa de Rabí Elimé-
lej, disfrutando de la fiesta. El rabí miró en torno y los saludó
uno por uno con la cabeza, pues en la alegría de ellos se re-
gocijaba. Y dijo sonriente: "Ved, tenemos aquí lo necesario
para darnos alegría. ¿Es que aún falta algo?"
Entonces un joven testarudo y necio dijo en alta voz: " L o
que aún a todos nos falta es beber el vino de la vida, como
los devotos en el paraíso."
El tzadik le dijo: "Pon la pértiga sobre tus hombros. Su-
jeta dos cubos a ella y ve hasta las puertas del cementerio.
Cuando llegues allí, deposita los cubos, dales la espalda y di:
'Elimélej me ha enviado para buscar vino'. Entonces vuélvete,
alza los cubos llenos, sujétalos a la pértiga y tráenoslos aquí.
Pero cuídate de hablar con nadie, sea quien fuere el que te
dirija la palabra."
El joven se estremeció, pero hizo lo que se le decía. Bus-
có el vino en la puerta del cementerio, y temblando lo llevó
de vuelta consigo. En todo su entorno, en la noche sin luna,
vibraba el sonido de voces que le pedían una gota; voces
viejas y voces jóvenes, que suspiraban y gemían. En silencio
apuró la marcha, oyendo tras de sí cómo se arrastraban los
pasos de infinitos espectros. Estaba casi en el umbral de la casa
de Elimélej cuando se le aproximaron desde el lado opuesto.
"¡Ahora no podéis hacerme nada!", exclamó. La pértiga se
partió en dos. Los cubos cayeron y se rajaron y él sintió que
algo le golpeaba las mejillas. Atravesó vacilante la puerta en-
treabierta. Afuera todo estaba silencioso como la muerte. Den-
tro, habló el tzadik: "Necio, siéntate a nuestra mesa."
110
El vendedor de pescado
Sopa de avena
111
Llegado allí, pidió albergue por una noche y preguntó qué
había para cenar. "Somos pobres", dijo la mujer del posa-
dero. "Damos a los campesinos vodka a cambio de harina,
habas y guisantes secos. La mayor parte de esto mi marido
lo lleva al mercado, donde en trueque le dan más vodka, y
el resto lo comemos. De modo que para esta noche sólo pue-
do ofrecerte sopa de avena."
"Prepáramela en seguida", dijo Rabí Eleazar. Para cuan-
do hubo dicho la Oración de la Noche, la sopa estaba sobre
la mesa. Comió un plato de ella, después otro, y pidió un ter-
cero. "Dime", preguntó, "¿qué has puesto en la sopa para
que sea tan sabrosa?"
"Créeme, señor", repuso ella, "que no he puesto abso-
lutamente nada". Pero al insistir él, la posadera finalmente
dijo: "Créeme que, si te sabe tan buena, el paraíso mismo es
responsable de ello." Y agregó: "Sucedió hace mucho tiem-
po. Dos hombres piadosos pararon aquí. Se echaba de ver
que eran genuinos tzadikim. Y como nada tenía para darles
salvo sopa de avena, rogué a Dios mientras la cocinaba: 'Señor
del mundo, no tengo nada más en la casa, y tú todo lo tie-
nes. ¡Sé misericordioso con tus fatigados y hambrientos ser-
vidores y pon en su sopa algunas hierbas de paraíso!' Y cuan-
do la sopa estuvo en la mesa, los dos vaciaron la gran so-
pera, y volví a llenarla y ellos a vaciarla, y uno me dijo: 'Hija,
tu sopa sabe a paraíso.' Y hace un momento volví a rogar."
El verdadero prodigio
112
conmigo! Obtened un prodigio del mundo real, de modo que
pueda testimoniar por vosotros.' "
IM arteria
113
solo vaso sagrado al servicio del Señor. Después de muerto
Rabí Elimélej, cuando su discípulo Rabí Méndel de Rymanov
acudió a Moshé Efraím en busca de un sucesor, como su
maestro al morir le había mandado, fue reconocido como po-
laco y se le tributó una recepción bastante seca y fría. Esto
lo entristeció tanto que su rostro se transfiguró. Rabí Moshé
Efraím lo observó atentamente: su frente, que había palide-
cido, y sus ojos muy abiertos no eran los de un hombre infe-
rior. Bondadosamente le preguntó: "¿Has estudiado con un
tzadik?"
"Serví a mi maestro, Rabí Elimélej", dijo Méndel.
Entonces Rabí Efraím lo miró más atentamente y pre-
guntó: "¿Y qué fue, de ese maravilloso hombre, lo que más
maravilloso te pareció?" Pero mientras hacía esta pregunta,
pensaba: "Ahora este jasid, con su rostro luminoso, se reve-
lará tal como es y me contará algún milagro."
Rabí Méndel contestó: " D í a tras día, cuando mi maestro
se sumergía en la contemplación de la majestad de Dios, sus
arterias se ponían tensas como cuerdas. Y día tras día vi que
la arteria que hay detrás de la oreja, que no se altera por
nada del mundo y sólo tiembla en la hora de la muerte, esa
arteria, digo, día tras día la vi palpitar con fuertes pulsacio-
nes."
Rabí Efraím guardó silencio. Luego dijo: "No sabía eso."
Dos veces repitió: "No sabía eso." Y recibió a Rabí Méndel
como a un hijo.
114
VII
No hay retorno
115
Permiso
Hacia arriba
116
El lenguaje de los pájaros
117
A Dios
Temor
¿Dónde estás?
118
gendarmes La majestuosa y apacible fisonomía del rav, quien
estaba tan hondamente inmerso en la meditación que no ad
virtió al principio la presencia del visitante, sugirió al jefe
hombre de espíritu, qué clase de persona tenía frente a él Em-
pezó a conversar con el prisionero y le formuló varias pregun-
tas que se le habían ocurrido leyendo las Escrituras. Final-
mente le preguntó: "Dios, que todo lo sabe, preguntó a
Adán: '¿Dónde estás?'. ¿Cómo debemos entender esto?"
"¿Crees", contestó el rav, "que las Escrituras son eter-
nas y que cada era, cada generación y cada hombre están con-
tenidos en ellas?"
" L o creo", dijo el otro.
"Pues bien", dijo el tzadik, " e n toda era, Dios dice a
cada hombre: '¿Dónde estás tú en tu mundo? De los años
y días que te han sido asignados han pasado tantos, ¿y hasta
dónde llegaste en tu mundo?' Dios dice algo así como lo si-
guiente: 'Has vivido cuarenta y seis años. ¿Cuán lejos has
llegado?' "
Cuando el jefe de los gendarmes oyó mencionar su edad,
hizo un esfuerzo por serenarse, puso su mano sobre el hom-
bro del rav y exclamó: "¡Bravo!" Pero su corazón tembló.
Pregunta y respuesta
119
preguntaba sobre qué basaba su plegaria. Respondió: "Con
el versículo: 'Toda estatura ha de postrarse ante ti.' " Des-
pués preguntó a su padre: " Y tú, ¿con qué oras?" El dijo:
"Con el suelo y con el banco."
De un mismo tazón
Reflexión
120
debe ser cubierta en forma distinta y protegida con mayor cui-
dado. '' Satisfecho con la respuesta, el mitnagued partió. Pero el
hijo del rav no estaba satisfecho. '' No necesitabas poner tu ca-
beza entre tus manos y reflexionar para dar la respuesta que
diste", dijo.
Rabí Zalman dijo: "Cuando Coré dijo a Moisés: 'Toda
la congregación es sagrada, cada uno de ellos, y el Señor está
entre ellos; por lo cual, entonces, tú te elevas por encima de
la asamblea del Señor', Moisés, oyéndolo, cayó sobre su ros-
tro. Y sólo después respondió a Coré. Pero, ¿por qué? ¡Lo
que tenía que decir, podía haberlo dicho de inmediato! Pero
Moisés reflexionó: tal vez esas palabras sean enviadas desde
lo alto y Coré sólo sea un mensajero. ¡Cómo podría yo en-
tonces replicarle! De modo que cayó sobre su rostro y refle-
xionó acerca de si realmente él procuraba elevarse por sobre
los demás. Y cuando hubo reflexionado y concluido que no
había en él ni siquiera un vestigio de tal deseo —y, según las
propias palabras de Dios, Moisés era muy humilde, más hu-
milde que todos los otros—, supo que Coré no le había sido
enviado y contestó su pregunta."
121
haber sido designado para vivir en el mundo venidero? ¿Y
que, cuando expresó sus dudas a un amigo, éste le preguntó
si había realizado al menos una buena obra? ¿Y que recibió
una respuesta reconfortante sólo cuando afirmó haber distri-
buido su dinero entre los pobres? ¿Cómo hemos de interpre-
tarlo?"
"Hay dos clases de hombres", dijo el rav, "los de bilis
negra y los de bilis clara. Los de temperamento triste se
sientan a los libros de las enseñanzas y son de disposición ava-
rienta. Los de temperamento alegre aman la compañía y son
generosos. Rabí Janiná era de temperamento triste, consagrado
a sus estudios y recogido en sí mismo. Su mérito no residió
en vivir para las enseñanzas, sino en gobernar su propia na-
turaleza y dar sin reservas cuanto poseía. Y una vez que hubo
aprendido a vivir con sus congéneres, sus estudios dejaron de
ser una necesidad para convertirse en una virtud."
Viendo
La aparición
122
que la creó, debe —en el ojo de su espíritu— conjurar al au-
tor ante él. Esto sólo es una fantasía, pero si alguien canta
una melodía que otro compuso, ese otro está realmente con
él mientras canta." Y Rabí Méndel entonaba el aire familiar,
sin palabras, que el rav había cantado y tarareado una y
otra vez y se titulaba " E l fervor del rav."
123
VIII
SHLOMO DE KARLIN
El encuentro
El que retornó
Se cuenta que:
Rabí Aarón de Karlín murió joven, y Rabí Shlomó, que ha-
bía sido su compañero en casa del Gran Maguid y había se-
121
guido después a su amigo, de mayor edad que é!, como discí-
pulo, se rehusó a ocupar su sitio. Entonces Rabí Aarón se le
apareció en un sueño y le prometió que si asumía sobre sí
el yugo de la conducción, se le otorgaría el poder de contem-
plar todas las andanzas de las almas. Esta promesa lo sedujo
en su sueño y aceptó hacerse cargo de la .sucesión. A la ma-
ñana siguiente podía ver los destinos de las almas de todos
los hombres. Ese mismo día le llevaron una nota de pedido
junto con lina suma de dinero. La enviaba un hombre rico
desde su lecho de muerte. Al mismo tiempo, la mujer que
dirigía un hogar para los pobres, fue a pedirle que rogara
por una parturienta indigente de quien ella cuidaba y que es-
taba desde hacía días en los dolores del parto sin poder dar
a luz a su hijo. Rabí Shlomó vio que el niño no nacería hasta
que el hombre rico muriese, pues el alma de éste debía pasar
al niño. Y, por cierto, las noticias de la muerte y el naciminto
llegaron pisándose los talones. Poco después, cuando el rabí
supo que la joven madre y el niño pasaban frío, tomó parte
del dinero que habfa recibido del rico y les dijo que lo em-
plearan en comprar leña. Pues reflexionó: este niño es en
realidad e! hombre rico mismo, de modo que el dinero le per-
tenece. Poco después, dio lo que le restaba de dinero para
la atención del niño.
Por entonces la mujer partió, en compañía de otros men-
digos, y fue de ciudad en ciudad. Sucedió que cuando el pe-
queño tenía seis años, volvieron a Karlin, donde se enteraron
de que pronto había de celebrarse la Bar Mitzvá del menor
de los hijos del hombre rico. Según la costumbre, se invitaba
a los pobres a concurrir a la fiesta, y madre e hijo fueron junto
con los otros. Pero nadie logró persuadir al niño de que se
sentara a la mesa de los pobres. En alta voz y con gesto arro-
gante pidió un sitio en la cabecera de la mesa destinada a los
huéspedes. Rabí Shlomó, advirtiéndolo, los urgió a ceder al
pedido del niño, a fin de que éste no causara trastornos. 'Des-
pués de todo", se dijo, "es el dueño de casa, y sólo pide lo que
le corresponde". Al servirse la comida ocurrió lo mismo: el niño
insistió en que se le destinaran los mejores bocados, y de nue-
vo el tzadik hizo que se cumpliera su voluntad. Cuando se
preguntó a la madre si su hijo siempre se había comportado
así, ella repuso que nunca había observado semejante cosa
125
en él. Al término de la fiesta, cuando Rabí Shlomó ya se
había ido, distribuyeron dinero entre los pobres. Llegado el
turno del niño, éste exclamó: "¡Cómo osáis darme monedas
de cobre! ¡Traed oro del cofre!" Entonces los hijos del rico
lo arrojaron a la calle.
Cuando Rabí Shlomó descubrió cómo habían tratado a su
padre al retornar éste, rogó al Cielo que lo despojara de su
milagroso poder de visión,
Negativa
Se cuenta que:
Quienes moran en el Cielo quisieron revelar a Rabí Shlo-
mó de Karlín el lenguaje de los pájaros, el lenguaje de los
árboles y el lenguaje de los ángeles, pero se negó a apren-
derlos antes de saber qué importancia tenía cada uno de esos
lenguajes en el servicio de Dios. Sólo después de que se lo
dijeron consintió en aprenderlos, y desde entonces también con
ellos sirvió a Dios.
Las etapas
126
El riesgo de orar
El terrón de azúcar
Se cuenta que:
Cuando Rabí Shlomó bebía té o café, era su costumbre
tomar un terrón de azúcar y sostenerlo en la mano durante
todo el tiempo en que bebía. Una vez le preguntó su hijo:
"Padre, ¿por qué haces eso? Si necesitas azúcar, llévala a tu
boca, pero si no la necesitas, ¿por qué tenerla en la mano? "
Cuando hubo vaciado su taza, el rabí dio a su hijo el
terrón de azúcar que había conservado en la mano y le dijo:
"Pruébalo." El hijo lo llevó a su boca y sintió gran asombro,
pues no quedaba en el azúcar dulzura alguna,
Tiempo después, cuando relató la historia, el hijo comen-
tó: "Un hombre en el que todo está unido puede degustar
con la mano como si ésta fuese su lengua."
127
mesa les dijeron, con voces altas y airadas, que se levantaran.
"¿Está caliente ya la aloja?", preguntó el rabí al hombre que
servía las bebidas. A lo cual los soldados golpearon la mesa
con sus puños y dijeron: "(Fuera de aquí, o de lo contra-
rio... I " El rabí sólo dijo: "¿No está ya caliente?" El jefe
de los soldados desenfundó la espada y puso la hoja contra la
garganta del maguid. "Porque, sabes, ¡no debe estar demasia-
do caliente!", dijo Rabí Shlomó. Y los soldados abandonaron
la taberna.
Sin éxtasis
Descendiendo
1 Salmos 139:8.
128
y alargarle una mano hacia abajo. Deberás bajar tú mismo
todo el camino, hasta el cieno y la suciedad. Entonces lo to-
marás con fuertes manos y lo llevarás contigo hacia la luz."
Abrir
La curación
Habla él discípulo
129
Una vez entró en el cuarto de Rabí Shlomó y le dijo:
"Rabí, no se descubren tus pisadas."
"¿Por qué me sigues todo el tiempo?", replicó el rabí.
"Vamos, yo te diré cuándo puedes hacerlo y cuándo no."
Pero el discípulo reflexionó: "Una vez que me lo haya
dicho, no podré transgredirlo. Por lo tanto, más me vale no
oírlo."
Mostrando y ocultando
En la posada
Origen
130
armé de todo mi coraje y lo interrogué al respecto, Su res-
puesta fue: 'Buey, león, águila, hombre', y nada más. No
osé pedirle que explicara sus palabras. Sólo después de mu-
chos años llegué a comprender que los grandes tzadikim, los
curadores de almas, quieren saber en cuál de los cuatro por-
tadores de la carroza-trono de Dios se origina el alma, y no en
qué vientre terrenal recibe ella su cuerpo."
Abel y Caín
Sobras
131
"Una vez un rey", le dijo, "ordenó que se recogieran
todas las sobras de comida dejadas por su ejército, y las al-
macenó en cierto lugar. Nadie conocía la razón de tal orden.
Pero pronto el país entró en guerra, y el ejército del rey se
vio rodeado por el enemigo y privado de provisiones del exte-
rior. Entonces el rey alimentó a su ejército con las sobras que
el enemigo, riéndose, dejó pasar. El ejército conservó su vi-
gor y alcanzó la victoria."
Sin afanarse
Lo que se aprendió
132
La dote
133
se dirigió al funcionario a cargo de la prisión, le dio los cua-
trocientos rublos que constituían la dote y así logró que su
amigo saliera en libertad un día antes. Luego se marchó ha-
cia la boda en compañía de su hijo.
Existen varias versiones de lo que sucedió después. Se-
gún una de ellas, Rabí Baruj nunca mencionó la dote du-
rante los siete días que duró la celebración. Cuando el rabí de
Karlín estaba listo para retornar a su casa su hijo le dijo:
" T e vuelves a casa, y yo quedo aquí con mi suegro. ¿Qué
he de hacer si me pregunta por la dote?" Rabí Shlomó repuso:
" S i alguna vez te molesta por la cuestión de la dote, ponte,
allí donde estés, de cara contra la pared, y di: 'Padre, padre,
mi suegro me está molestando por la dote.' Entonces él de-
jará de preguntarte por ella."
Pasó algún tiempo sin que nada sucediera, hasta un vier-
nes por la noche, en que Rabí Baruj recitaba el Cantar de los
Cantares y su yerno estaba frente a él. Cuando Rabí Baruj
llegó a las palabras "un manojo de mirra", hizo una pausa y
se tocó ligeramente la mano izquierda con la derecha, como
si estuviera contando un manojo de billetes. Después continuó
con el Cantar de los Cantares. Pero su yerno no soportó que-
darse allí. Corrió a su cuarto, volvió el rostro hacia la pared
y dijo: "Padre, padre, mi suegro me molesta con motivo de la
dote." Desde entonces se lo dejó en paz.
Lo peor
134
Un palmo más arriba
Armilus
135
Una y otra vez, la comunidad de Ludmir le pidió que
acudiera a ella, pues muchos de sus amigos vivían allí, Siem-
pre se rehusó. Pero cuando se allegaron a él una vez más los
enviados de Ludmir —era en el día de Lag ba-Qmer, el trigé-
simo tercero de los días que se cuentan desde Omer, entre
las fiestas de Pesaj y de Shavuot— les preguntó sonriente:
'' ¿Qué hacéis en Ludmir en el día de Lag ba-Omer?''
" Y bien", dijeron los enviados, "justamente lo que se
hace de costumbre. Todos los jóvenes, grandes y pequeños sa-
len por los campos y disparan con sus arcos."
El rabí se rió y dijo: "|Bueno, si así son las cosas, si
vosotros disparáis flechas, todo es muy distinto. Entonces iré
a vosotros."
o o o
136
La cuerda que cedió
Por misericordia
Se cuenta que:
Una vez presentaron una queja ante el tribunal del Cielo.
Se denunciaba que la mayor parte de los judíos oraban sin
137
poner sus almas en la plegaria. Y por suceder esto, pudo en-
cumbrarse en la tierra un rey que quería prohibir a los ju-
díos de su reino orar juntos en congregación. Pero algunos
ángeles se opusieron a ello y no quisieron permitir que así
ocurriera. Finalmente, decidieron consultar a las almas de los
tzadikim que moraban en el mundo superior y ellas dieron
su consentimiento a la prohibición. Pero cuando llegaron a
Rabí Shlomó de Karlín, éste conmovió al mundo con la tem-
pestad de su plegaria y dijo: "Yo soy la oráción. Yo asumo
sobre mí el acto de orar en lugar de todo Israel." Y la prohi-
bición no se consumó.
138
IX
ISRAEL DE KOZNITZ
La historia de la capa
139
Estudiando
Conocimientos
Su Torá
140
bre aprende la Torá por amor a ella, ésta le es dada a él, y
es suya, y él puede revestir todos sus santos pensamientos en
la santa Torá."
La chaqueta de cordero
Se cuenta que:
De joven, Rabí Israel era pobre y menesteroso. Una vez fue
a visitar a Rabí Itzjac, que había de ser rav de Berditchev y
por entonces aún vivía en una ciudad cercana llamada Zelejov.
Guando se marchaba el tzadik lo acompañó al exterior de la
casa. Primero permanecieron en el umbral, conversando. Ab-
sorbidos por la conversación, comenzaron a caminar, aleján-
dose del lugar. Hacía intenso frío, y Rabí Leví Itzjac no ha-
bía llevado consigo su abrigo. "Préstame un instante tu piel
de cordero", dijo a su discípulo y amigo, y éste se la entregó
de buena gana. Congelándose en su delgada ropa, caminó
junto al tzadik, mientras conversaban sin cesar. Esto duró un
rato. "Ya es suficiente, Israel", dijo por fin el rabí. "Ahora
también tú entrarás en calor." A partir de ese momento, el
destino de Israel cambió.
Enfermedad y fortaleza
1 Génesis 28:17.
2 Además de leerse la Torá el sábado, fragmentos de ella se leen tam-
bién en esos días, "a fin de que no pasen tres días sin Torá".
141
esperaban, que los sirvientes que lo acompañaban llevando las
velas apenas podían mantener el paso. Con movimientos de
danza se inclinaba sobre la sagrada Arca, donde depositaba
el rollo, y luego caminaba con pasos de danza hasta el pu-
pitre sobre el cual estaba el candelabro, y colocaba las velas
allí. Luego, con la voz apagada que era habitual en él, de-
cía las primeras palabras de la oración, pero de una palabra
a la siguiente su voz cobraba fuerza, hasta embargar todos los
corazones. Después de la plegaria, cuando los sirvientes lo
llevaban a su casa en la litera, estaba pálido como un mo-
ribundo, pero su palidez era luminosa. Por ello se decía que
su cuerpo brillaba como mil almas.
Una vez, tras asistir a una circuncisión, se disponía a su-
bir a su carruaje cuando algunos se adelantaron para ayudar-
lo. "Necios", les dijo, "¿por qué habría de necesitar de vues-
tras energías? Está escrito: 'mientras que a los que esperan
en Dios él les renovará el vigor'; 3 yo renovaré mi vigor con
el vigor de Dios; El tiene vigor de sobra." Y de un salto su-
bió al carruaje.
La chaqueta
3 Isaías 40:31.
142
Una plegaria
Otra plegaria
Testimonio
143
Música
Cada día
144
Fuego negro
Mortificación
Repudio
7 Salmos 16:8.
145
de ella y decía que era fea. "¿Y no serás realmente fea?",
preguntó Rabí Israel.
" R a b í " , dijo la mujer, "¿no le parecí hermosa y amable
cuando nos paramos juntos bajo el dosel de la boda? ¿Por qué
me he vuelto negra ahora?"
Entonces un temblor se apoderó del rabí, que sólo con
grandes dificultades recobró el ánimo necesario para confor-
tar a la mujer, diciéndole que rogaría a Dios para que le de-
volviera el corazón de su marido. Cuando !a mujer se hubo
ido, él dijo a Dios: "Piensa en esta mujer, Señor del mundo,
y piensa en Israel. Cuando el pueblo de Israel dijo en Sinaí:
'Todo lo que el Señor ha dicho, nosotros haremos', y tú lo
elegiste y lo casaste contigo, ¿no era entonces hermoso y
amado? ¿Por qué se han tornado ahora negros?"
En orden
Se cuenta que:
Un aldeano y su mujer se presentaron ante el maguid de
Koznitz y le pidieron que rogara porque tuvieran un hijo,
pues carecían de descendencia. "Dadme cincuenta y dos gul-
den", dijo el maguid, "pues tal es el valor numérico de la
palabra ben, hijo."
146
"Con mucho gusto te daríamos diez gulden", dijo el
hombre, pero el maguid se negó a aceptarlos. Entonces el
hombre fue a la plaza del mercado y volvió cargando una bol-
sa de monedas de cobre cuyo peso lo hacía vacilar. Las es-
parció sobre Ta mesa. Había veinte gulden. "|Mira qué can-
tidad de dinero!", exclamó. Pero el maguid no quiso cejar en
su demanda. Entonces el aldeano se enojó, recogió el dinero
y dijo a su mujer: "Vamonos, Dios nos ayudará sin la oración
del maguid."
"Su ayuda ya os ha sido concedida", dijo el rabí. Y es-
taba en lo cierto.
La prueba
Se cuenta que:
Cuando el príncipe Adán Chartoriski, amigo y consejero
del zar Alejandro, llegó a cuatro años de casado sin tener hi-
jos, acudió al maguid de Koznitz y le pidió que rogara por
él, y gracias a esa plegaria tuvo un hijo. Durante el bautismo,
el padre habló de la intercesión del maguid ante Dios. Su her-
mano, quien en compañía de su hijito se encontraba entre los
invitados, se burló de lo que consideró la superstición del prín-
cipe. "Visitemos juntos a tu hacedor de prodigios", dijo, " y
verás que no sabe diferenciar entre izquierda y derecha".
Juntos viajaron hasta Koznitz, que estaba cerca de donde
vivían. " T e pido", dijo el hermano de Adán al maguid, "que
niegues por mi hijo enfermo."
El maguid inclinó la cabeza en silencio. "¿Harás eso por
mí?", insistió el otro.
El maguid alzó la cabeza. "Idos", dijo, y Adán advirtió
que lograba hablar sólo con gran esfuerzo. "Idos inmediata-
mente, y tal vez lo veáis vivo.''
" Y bien, ¿qué te había dicho?", dijo riéndose el herma-
no de Adán cuando subían al carruaje. Durante el viaje, Adán
permaneció en silencio.
Al llegar al patio de la casa, encontraron muerto al niño.
147
El budín
La parte de Adán
148
El cantonista en él Séder
Se cuenta que:
En la Rusia de aquellos tiempos, era común incorporar
a muchachos judíos al ejército, donde debían servir hasta los
sesenta años. Se los conocía como "cantonistas".
En la víspera de Pesaj, un hombre cuyo uniforme lo iden-
tificaba como cantonista llegó a Koznitz y pidió ser admitido
ante el maguid. Una vez en su presencia, pidió que se le
permitiera participar en el Séder, y el maguid dio su con-
sentimiento.
Cuando en el curso de los ritos del Séder llegaron a las
palabras: " L a Ceremonia de la Pascua ha sido celebrada en
el debido orden", el huésped preguntó si podía cantar, y se
le dio permiso para ello. Después de las palabras finales de la
canción: "...peduím letzion beriná", que significan "redi-
midos hasta Sión con alegría", gritó en ruso: "¡PodjomI", es
decir, "¡Vamos!" El maguid se puso de pie y, con voz llena
de júbilo, dijo: "Estamos listos para ir a Sión." Pero el
huésped había desaparecido.
149
que quien guarda una profecía para sí incurre en pena de
muerte. Por otro lado, se dice que si el profeta no expresa
su profecía, ésta se torna inválida. En consecuencia, hubiese
sido mejor que Zacarías callara su profecía y se sacrificara por
la comunidad. Tal es la causa por la cual lo matamos.' El
santo maguid dijo: 'Para decir esto viniste tú aquí', y com-
pletó su obra de redención."
Así relató la historia el nieto del maguid de Koznitz. Pero
también se refiere que cuando el maguid escuchó las pala-
bras del espíritu, no pudo completar su obra, y el hombre
que estaba poseído debió recurrir a Rabí Isajar Ber de Ra-
doshitz, el hacedor de prodigios, que en su juventud había
sido discípulo del maguid, y que fue quien ejecutó la obra
de redención.
El espíritu de su hermana
Se cuenta que:
El maguid de Koznitz tenía una hermana que murió jo-
ven. Pero en el mundo superior le dieron permiso para per-
manecer en casa de su hermano.
El maguid siempre veló por que se confeccionaran ropas
para los huérfanos indigentes. Cuando los comerciantes le lle-
vaban el material necesario, él decía: "Preguntaré a mi her-
mana si esta tela es de buena duración y vale la pena com-
prarla", y ella siempre le daba información correcta.
Ella vigilaba todo cuanto hacían los servidores, y cuando
uno u otro robaba una hogaza de pan o un trozo de carne, in-
mediatamente informaba del robo a su hermano. El detestaba
ese chismerío, pero no podía disuadirla de tal hábito. Una
vez perdió los estribos y le dijo: "¿No te tomarías un pe-
queño descanso?" A partir de ese momento, ella desapa-
reció.
Se cuenta que:
Cierta vez, a medianoche, una voz se dejó oí.' en el cuar-
150
to del maguid de Koznitz y gimió: "Santo hombre de Israel,
ten piedad de una pobre alma que, durante diez años, ha erra-
do de remolino en remolino."
"¿Quién eres?", preguntó el maguid. " ¿ Y qué hacías
cuando estabas en la tierra?"
" E r a músico", dijo la voz. "Tocaba el címbalo y pecaba
como todos los músicos errantes."
" ¿ Y quién te envió a mí?"
Entonces la voz dijo quejumbrosa: "Pero, rabí, yo to-
qué en tu boda, y tú me elogiaste y quisiste escuchar más y
entonces yo toqué una pieza tras otra y a ti te gustó mucho."
"¿Recuerdas aún la tonada oue ejecutabas cuando me
conducían hasta el palio de boda?" La voz tarareó la tonada.
"Muy bien, serás redimido el próximo sábado", dijo el
maguid.
En el viernes siguiente, cuando el maguid estaba de pie
ante el pupitre del lector, entonó la canción: "Ven, amigo, al
encuentro de la novia", con una música que nadie conocía,
y ni siquiera el coro pudo seguirlo.
El mundo de la melodía
151
La melodía de los ángeles
Ampliación
152
Piedras
153
IX
Su viejo maestro
154
El anciano vaciló. Al fin dijo: " E n casa sólo tengo un
poco de pan y vino para mi mujer y yo."
"No soy un gran comedor", le aseguró el rabí de Lublín,
y emprendieron la marcha.
Primero el anciano bendijo el vino, y luego lo hizo el
rabí. Después de la bendición del pan, el anciano preguntó:
" ¿ D e dónde vienes?"
" D e Lublín."
"¿Y lo conoces a él?"
"Estoy siempre en su compañía."
Entonces el anciano formuló su pedido con voz temblo-
rosa:
"|Dime algo acerca de él!"
"¿Por qué estás tan ansioso de saber?"
" D e joven" dijo el anciano, "yo era asistente en la es-
cuela y él era uno de los niños a mi cargo. No parecía espe-
cialmente dotado. Pero después me enteré que se había
convertido en un gran hombre. Desde aquel tiempo ayuno un
día por semana, para ser digno de verlo. Pues soy demasiado
pobre para ir en carruaje a Lublín y demasiado viejo para
ir a pie."
"¿Recuerdas algo acerca de él?", preguntó el rabí.
"Día tras día", dijo el anciano, "debía buscarlo cuando
llegaba el momento de estudiar el libro de oraciones, y nunca
lo encontraba. Al cabo de largo rato llegaba por su propia
voluntad, y yo le daba un moquete. Una vez lo observé irse
y lo seguí. Estaba sentado sobre un hormiguero, en el bosque,
y proclamaba en voz alta: '¡Oye, oh Israel, el Señor es nuestro
Dios, el Señor es único!' Después de ese episodio no volví a
castigarlo."
Entonces Rabí Iaacov Itzjac comprendió por qué sus ca-
ballos lo habían llevado a esa ciudad. "Yo soy él", dijo. Al
escuchar esto, el anciano se desvaneció y llevó largo rato rea-
nimarlo.
Al finalizar el shabat, el tzadik abandonó la ciudad jun-
to con sus discípulos y el anciano lo acompañó hasta que se
sintió cansado y debió regresar. Llegó a su casa, se tendió en
el lecho y murió. Mientras sucedía esto, el rabí y sus acom-
pañantes tomaban la comida siguiente al shabat en una po-
sada de aldea. Cuando terminaron de comer, él se puso de pie
155
y dijo: "Volvamos a la ciudad para dar sepultura a mi anti-
guo maestro."
En la Casa de Estudio
Un tzadik relató:
"Cuando vivía en Níkolsburg como discípulo de Rabí
Shmelke, había entre mis compañeros un hombre joven llama-
do Iaaertv Itzjac. Años después llegó a ser rabí de Lublín. Tan-
to él como yo estábamos casados desde hacía dos años. En la
Casa de Estudio se sentaba en un lugar poco visible. A di-
ferencia de los demás, nunca hacía preguntas. Nunca miraba
a ninguno de nosotros, sino solamente al rabí. Cuando no lo
miraba, tenía los ojos vueltos al suelo. Pero su rostro aparecía
transfigurado por una irradiación dorada que venía de su in-
terior, y yo advertí que el rabí lo amaba mucho."
Alegría santa
156
terrenales, hasta tal punto que Rabí Shmelke, quien también
tenía tendencia al aislamiento, encontró excesiva la actitud
del discípulo. Lo envió a Hanipol con una nota, dirigida a
Rabí Zusia, que sólo contenía estas palabras: "¡Aligera un
poco el corazón de nuestro Itzikel!" Y Rabí Zusia, que una
vez había despertado al niño Iaacov Itzjac a las santas lágri-
mas, ahora logró despertar en su interior la santa alegría.
Al borde
Su mirada
157
tonces su facultad fue limitada a ver todo lo que ocurría den-
tro de un radio de cuatro millas.
Durante su juventud mantuvo los ojos cerrados por siete
años, salvo en las horas de orar y estudiar, para no ver nada
impropio. Por ello sus ojos se debilitaron y se tornaron miopes.
Cuando miraba la frente de alguna persona, o leía su nota
de súplica, veía la raíz de su alma y, más allá de ésta, hasta
el primer hombre. Veía si esa alma provenía de Abel o de
Caín; veía cuántas veces, en sus andanzas, había asumido for-
ma corporal, y también qué se había destruido o mejorado en
cada encarnación, en qué pecado se había enredado y a qué
virtud había ascendido.
Una vez, mientras visitaba a Rabí Mordejái de Nesjizh,
hablaron acerca de ese poder. El rabí de Lublín dijo: " El hecho
de ver en cada uno qué es lo que ha hecho disminuye mi
amor por Israel. En consecuencia, te pido que hagas algo para
que sea despojado de ese don."
El rabí de Nesjizh repuso: "Acerca de todo cuanto de-
creta el Cielo, dice la Guemará: 'Nuestro Dios da, pero no
toma de vuelta.' "
Tornarse ciego
Se cuenta que:
En Lublín, la Oración Vespertina se demoraba incluso
el shabat. Antes de esta plegaria, el rabí se sentaba a solas
en su cuarto, todos los sábados, y a nadie se le permitía en-
trar. Una vez, un jasid se escondió allí para ver qué sucedía
en tales ocasiones. Al principio sólo vio que el rabí se senta-
ba a una mesa y abría un libro. Pero después una inmensa
luz empezó a brillar en el pequeño cuarto y al verla el jasid
perdió el conocimiento. Volvió en sí cuando el rabí salió del
cuarto, y también él salió no bien se hubo repuesto por com-
pleto. En la entrada no vio nada, pero escuchó decir la Ora-
ción Vespertina y comprendió con horror que las velas de-
bían estar encendidas y que él, no obstante, estaba rodeado
por la más impenetrable oscuridad. Aterrado, imploró al rabí
que lo ayudara y éste lo envió a otra ciudad, donde había
un hombre conocido por sus curaciones milagrosas. Interrogó
al jasid sobre las circunstancias en que había perdido la vista
158
y el jasid se las refirió. "No hay cura para ti", dijo el hombre.
"Has visto la luz original, la luz de los días de la creación,
que dio a las primeras personas el poder de ver de un extre-
mo al otro del mundo, que les fue ocultada después de que
pecaron y que sólo se revela a los tzadikim en la Torá. A todo
aquel que la contempla ilegalmente, sus ojos le son oscureci-
dos para siempre."
Paisaje
159
po de jasidim que se dirigían a Lublín. Escucharon al hombre
gemir en su banco, le preguntaron qué le sucedía y se ente-
raron de lo ocurrido. Entonces buscaron aguardiente, llena-
ron repetidas veces sus vasos y el suyo, bebieron unos a la
salud de los otros y a la del joven, y gritaron: "¡Por la vidal
¡Por la vida!" Uno tras otro lo tomaron de la mano y por
fin le dijeron: "¡No volverás a tu casa! ¡Vendrás'a Lublín con
nosotros y pasarás el shabat allí, y no te preocuparás por na-
da!" Bebieron hasta la mañana. Entonces todos oraron juntos,
bebieron unos a la salud de los otros y a la del joven, y em-
prendieron alegremente el camino de Lublín llevándolo con
ellos.
Llegados a la ciudad fueron a saludar al tzadik. El tzadik
miró al joven y permaneció un instante silencioso. Finalmente
preguntó: "¿Dónde has estado? ¿Qué ha sucedido?" Cuando
escuchó toda la historia, el tzadik dijo: "Estaba decretado que
murieras este shabat, y te salvaste de ese destino. La verdad
que hay en esto es que ningún tzadik puede obrar tanto como
diez jasidim."
El lecho
160
se armó de todo su coraje y le preguntó qué había encontra-
do mal en una cama que un hombre temeroso de Dios había
hecho para él con el más escrupuloso celo. El tzadik dijo: " E l
hombre es bueno y su trabajo es bueno, pero lo ejecutó du-
rante los nueve días anteriores al aniversario de la destruc-
ción del Templo. Como es devoto, se lamentó sin cesar por el
Templo, y ahora su pesar está incorporado al lecho y éste lo
transmite.''
Encendiendo la pipa
Un tzadik refirió:
"Una vez, en mi juventud, asistí a una boda a la que ha-
bía sido invitado el rabí de Lublín. Entre los comensales ha-
bía más de doscientos tzadikim, y en cuanto a los jasidim,
¡nadie hubiera podido contarlos! Habían alquilado una casa
con un gran salón para el rabí de Lublín, pero él pasó la ma-
yor parte del tiempo solo en un cuartito. En cierto momento,
un gran número de jasidim se encontraban reunidos en el sa-
lón, y yo entre ellos. Entonces entró el rabí, se sentó a una
pequeña mesa y permaneció un rato en silencio. Después se
levantó, miró a su alrededor y, por sobre las cabezas de los
otros, me señaló a mí, que estaba de pie contra la pared. "Ese
joven que está allí", dijo, " m e encenderá la pipa". Me abrí
paso entre la multitud, recibí la pipa de sus manos, fui a la
cocina, tomé una brasa, encendí la pipa, volví al salón v se la
entregué. En ese instante sentí que mis sentidos me abando-
naban. Pero el rabí empezó a hablar, me dijo unas pocas
palabras y de inmediato recobré mis sentidos. Ese fue el mo-
mento en que recibí de él el don de despojarme de todo lo
corporal. Desde entonces, puedo hacerlo cada vez que lo
deseo."
Purificación de almas
161
día a él, instantáneamente lo despojaba de su alma, la lavaba
de toda mancha y herrumbre y se la colocaba de nuevo, res-
taurada al estado en que se hallaba en la hora de su naci-
miento. ''
Más ligera
El pequeño santuario
162
Le replicaron: "Pero, ¿por qué no trabajó junta toda la
comunidad?''
Contestó: "Cuando nos hallábamos con nuestro santo
Vidente, estábamos en un pequeño santuario. No carecíamos
de nada y no percibíamos la tristeza del exilio ni la tiniebla
que envuelve todas las cosas. Si las hubiésemos sentido, ha-
bríamos conmovido mundos, habríamos hendido el Cielo para
acercarnos a la salvación."
El obstáculo
Pago
1 Deuteronomio 7:10.
163
puesto ser un rabí. ¿Qué sucede entonces? Entonces, el que
busca jerarquías espirituales ascenderá a ellas, y el que se
ha propuesto ser rabí lo será, a fin de ser destruido en el
inundo venidero."
La brülante luz
164
La transición
El largo pleito
165
glosa. Cabeza de Hierro pareció irritarse y rechazó su pe-
dido, aduciendo que no era el momento apropiado para dar
una interpretación. Pero Hoshel repitió su pedido con tal insis-
tencia que el rav tomó el libro de sus manos y echó un vis-
tazo al pasaje en cuestión. Palideció, dijo a Héshel que le
expondría el comentario al día siguiente y lo despidió.
Al otro día, cuando Rabí Héshel preguntó por el resul-
tado de la sesión, se le informó que el querellante había ga-
nado el pleito. Era misma tarde, el rabí de Lublín le dijo:
"Ya no tienes más necesidad de ir a casa del rav." Como
su discípulo lo mirara asombrado, agregó: "Aquellos dos,
querellante y querellado, se presentaron en la tierra noventa
y nueve veces, y una vez y otra la justicia fue pervertida y
ambas almas no recibieron redención. De modo que te envié
a ayudarlas."
106
Rabí Iaacov Itzjac replicó: ]No soy un tzadik, pero tam-
poco soy un mentiroso, y no he de decirles lo que no es
verdadl''
En otra oportunidad, Rabí Azriel Hurwitz preguntó al
Vidente: "¿Cómo son tantos los que te rodean? Soy mucho
más instruido que tú, y sin embargo no tengo tantos segui-
dores. ''
Repuso el tzadik: "También yo me asombro de que tan-
tos acudan a alguien tan insignificante como yo, para escu-
char la palabra de Dios, en vez de buscarla en quien, como tú,
mueve montañas con sus conocimientos. La razón puede ser
ésta: vienen a mí porque estoy asombrado de que vengan, y
no van a ti porque estás asombrado de que no vayan."
Verdad
167
"Cuando se envía mercadería a través de la frontera",
dijo el rabí, "se le aplica el sello del rey y esto la certi-
fica. De modo que cuando un hombre conoce su mérito y echa
cuentas honradas con su alma, la verdad, que es el sello
de Dios, se aplica sobre él, y queda certificado."
El camino
En muchas formas
La mano renuente
168
Contestó: "Abraham había consagrado toda su energía y
todos sus miembros a que no hicieran nada contra la voluntad
de Dios. Entonces, cuando Dios le ordenó que le ofrendara
su hijo, él entendió que debía sacrificarlo. Pero como toda su
energía y todos sus miembros habían sido consagrados a no
cometer acto alguno contra la voluntad de Dios, las manos de
Abraham se rehusaron a obedecer a Abraham y a tomar el
cuchillo, puesto que no era ésta la verdadera voluntad de
Dios. Abraham debió dominar su mano con la fuerza de su
fervor y adelantarla como un mensajero que debe cumplir un
recado de quien lo envía. Sólo entonces pudo tomar el cu-
chillo."
Verdadera justicia
La segunda madre
4 Deuteronomio 16:20.
169
Diálogo
Pecado y abatimiento
El malvado y el virtuoso
s Zacarías 1:3.
* Lamentaciones 5:21.
170
tuosos, se ha dicho: 'No se arrepienten ni siquiera en el um-
bral del infierno.'5 Porque piensan que los mandan al in-
fierno para redimir las almas de otros."
El alegre pecador
Trabajo de remiendos
171
pero cuando estaba por inclinarse para sacar agua, advirtió
que su sed había desaparecido. Comenzado el shabat, entró
en casa de su maestro. "¡Trabajo de remiendos!", le dijo
el rabí al verlo cruzar el umbral.
Pensamientos intrusos
Servicio
Rabí Iaacov Itzjac tenía el hábito de llevar a su casa a
caminantes pobres y atenderlos personalmente. Una vez ha-
bía atendido así a uno de ellos; le había servido comida y
había llenado su copa y estaba junto a su silla listo para traer-
le lo que necesitara. Concluida la comida, llevó los platos y
fuentes vacíos a la cocina. Entonces su huésped le preguntó:
"Maestro, ¿me dirás algo? Sé que tú, al servirme, has cumpli-
do el mandamiento divino, que quiere que el mendigo sea
honrado como enviado del Cielo. Pero, ¿por qué te tomaste la
molestia de llevar los platos vacíos?"
El rabí respondió: "Retirar la cuchara y el brasero del
sanctasanctórum en el Día del Perdón, ¿no es parte acaso del
servicio del sumo sacerdote?"
En la sucá
Un discípulo del rabí de Lublín dijo:
Una vez celebré en Lublín la Fiesta de Sucot. Antes de
los himnos de gloria y elogio, el rabí fue a la sucá para decir
172
la bendición de las "cuatro plantas". Durante cerca de una
hora observé su violenta agitación, que parecía gobernada por
un temor abrumador. Todos los que miraban pensaron que se
trataba de parte esencial de la ceremonia; un intenso temor
los invadió, y también se movieron y temblaron. Pero me senté
en un banco y, sin tomar lo accesorio por lo principal, esperé
a que toda esa inquietud y angustia hubiesen pasado. Enton-
ces me puse de pie para ver mejor el instante en que el rabí
diría la bendición. Y vi cómo él —en la jerarquía más alta
del espíritu— decía la bendición sin moverse, y escuché la
celestial bendición. Así fue cómo, mucho tiempo atrás, Moisés
no escuchó el estampido del trueno y la montaña humeante,
donde el pueblo temblaba de pie, sino que se aproximó a la
inmóvil nube desde la cual Dios le habló.
Sus ropas
El arpista
173
cha gente mejor que yo. Pero si no lo satisfacen y nos ha ele-
gido a mí y mi arpa, es porque al parecer desea soportar sus
peculiaridades y las mías.' "
Agradeciendo el mal
El regalo de boda
174
GENEALOGIA DE LOS MAESTROS
JASIDICOS
E L FUNDADOR:
1. Israel ben Eliézer, el Baal Shem Tov (en forma abreviada, el Baal
Shem), 1700-1760