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conversación
Podemos llegar a ser obsesivos y repetir una y otra vez la misma cantinela. El hecho
de hablar de ello nos alivia (cuidado que es peor tragárselo todo y no compartirlo
con nadie). Pero quizá la solución pase porque una vez hayamos hablado de
nuestros problemas, comencemos a transformar los temas de nuestras
conversaciones. Las conversaciones que mantenemos nos definen. Todos tenemos
personas en nuestro entorno que sabemos que si quedamos con ellas nos hablarán de
lo mismo: que si sus hijos, que si el fútbol, que si las enfermedades… Son parte de
sus pasiones o de sus obsesiones porque lo que hablamos nos atrapa. Nuestras
palabras configuran nuestro mundo de realidades. Si pensamos que nuestro jefe es
una pesadilla y lo repetimos a sol y sombra, será muy difícil observar algo distinto
de él o de ella. Como hemos dicho en alguna ocasión: el objetivo para la felicidad
no es tener la razón, sino ser prácticos con nuestras propias emociones. Y
nuestras conversaciones nos encienden ciertas emociones. O si no, piensa cómo te
quedas después de hablar de lo mal que va el país, la empresa, la pareja o lo que
sea… Por ello, si quieres sentirte bien contigo mismo necesitas revisar cuáles son las
conversaciones que mantienes. Veamos tres claves para ello: