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Fabbri, Paolo (1979) - Campo de Maniobras Didácticas PDF
Fabbri, Paolo (1979) - Campo de Maniobras Didácticas PDF
paolofabbri.it/maniobras_didacticas/
El discurso didáctico puede ser pensado como una estructura formal, capaz de subsumir
contenidos dispares (Greimas) -pero también como un campo de maniobras discursivas
entre dos actantes. Un enunciador articula programas manipulando objetos cognitivos
(seleccionados y organizados, luego modalizados y axiologizados), con el fin de constituir
la competencia semántica y modal de un enunciatario. El proceso de aprendizaje no se
limita, sin embargo, a la transmisión de una cultura y de un saber-hacer; “hacer
aprender” significa, más profundamente, atribuir al enseñado las calificaciones que
constituirán un receptor competente frente a los objetos cognitivos que le son
transmitidos: competencia relativa, en consecuencia, no solamente a la reproducción del
saber, sino también a la misma adquisición, y a su evolución.
Esta estrategia generai determina las regularidades de la “palabra enseñante”, las micro-
estrategias que ella pone en acción.
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competencia amenazada permanentemente. En una palabra, el contrato de transmisión,
supuesto frágil, debe ser constantemente reactivado con la ayuda de procedimientos de
captación (despertar la atención, solicitar la curiosidad del auditorio, etc.).
2.2. Los enunciados descriptivos del discurso doxológico, al ser necesariamente tomados
a cargo por alguna instancia cognitiva, aparecen, en un segundo nivel, como el saber de
un sujeto colectivo a primera vista indefinido: se sabe que… De esta manera se plantea,
en el texto, el simulacro de un contrato enunciativo entre el enunciador y el
enunciatario, contrato que se plantea, más allá de la veridicción de los contenidos
particulares, sobre la aceptación de una problemática fundamental, común a los
actantes de la comunicación. Es en este nivel que se etectúa (al menos implícitamente) la
validación de los presupuestos que comprometen, en su conjunto, la estrategia didáctica
elegida y, más particularmente, la selección de los contenidos transmitidos y su
axiologización. Así el consenso supuestamente adquirido se plantea, evidentemente, al
mismo tiempo, sobre la definición misma de carencia a llenar (en el enseñado) y
aceptación del hacer cognitivo (del enseñante).A partir de este nivel de común
inteligibilidad, se aclaran muchas singularidades semióticas del discurso didáctico: las
implicitaciones y las explicitaciones de lo conocido, los criterios que determinan lo que es
necesario recordar y lo que puede ser olvidado, el juego de anáforas semánticas, los
niveles de pertinencia retenidos, etc.
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Una localización institucional de las modalidades de este contrato enunciativo es posible:
la definición del nivel de inteligibilidad que él implica puede incluso devenir la apuesta de
conflictos indivicuales o sociales (cf. los problemas relativos a las desigualdades de
partida frente a la escuela), y dar lugar a todas c1ases de ambigüedades (semánticas y
modales) y de malentendidos (sería interesante precisar en qué medida la praxis
clentífica llega a hacer la economía de este tipo de problemas). Explícita o no, la
confrontación entre los actantes de esta comunicación persuasiva que es todo discurso
didáctico tiene, en todo caso, en lo más profundo, por apuesta, la construcción de un
simulacro de contrato enunciativo, a través del cual se efectúa, a la vez, la atribución
reflexiva de un “poder” (al enunciador), y la imposición de “deberes” (al enunciatario).
La manipulación de los actores, a nivel del texto manifestado, pasa esencialmente por
diferentes operaciones de embrague y de desembrague; ciertas configuraciones,
inmediatamente advertibles -ya se trate de actos ilocutorios puntuales o de procesos
aparentemente “neutros” (por ej., el “llamado”, como forma de constitución del actante
colectivo)-, indican de entrada la posibilidad de delimitar programas narrativos
subyacentes a la práctica didáctica, que aseguran la coherencia sintagmática de las
relaciones entre los actores. Las mismas observaciones se aplican a los mecanismos de
manipulación temporal y espacial (para una historia de estas prácticas, ver M. Foucault,
Vigilar y castigar).
La credibilidad, ella misma concebida como un producto del texto, plantea una
problemática del control, es decir, de actos de sanción (positiva o negativa) sobre el
hacer. En función de su posición en la estructura actancial, tanto el enunciador deberá
solicitar la sanción de su compañero, tanto podrá atribuírsela reflexivamente, al menos,
bien entendido, que no lo haya hecho frente al enunciatario (cf. Landowski, Figuras de
autoridad); aun cuando el enseñante delegara o suspendiera su poder de sanción, no
podría aparecer como un puro y simple observador.
Esta forma de sanción estabiliza las isotopías y funciona como anáfora semántica y
modal; ella reactiva el contrato cognitivo y valida (o no) el hacer del receptor, al mismo
tiempo que el del enseñante: ella constituye, simultáneamente, un principio de
segmentación que marca el fin de una prueba y autoriza (o no) a proseguir el
“proqrarna”.
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contrato putativo (“Yo creo que tú me crees, y tú crees que yo te creo”), contrato siempre
amenazado por el peligro de esta astucia objetiva que quiere que el enseñante -que no
cree- termine él mismo por creer para hacer creer al otro. En estas condiciones, se
comprende que el enunciador tenga la tentación de limitarse a demandar la validación
mínima que está dada por la reproducción de su propio decir, y, generalmente,
solamente a hacer decir, como si el aprendizaje de la competencia discursiva y textual
pudiera ser suficiente; como si ella constituyera la medida de toda otra competencia;
como si, finalmente, ella fuera la condición de una docilidad fundamental, de una
disponibilidad adquirida frente al hacer hacer que emana del otro, es decir, la garantía
de una inteligencia sintagmática minima.
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