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El Adolescente infractor en conflicto con la Ley Penal:

una perspectiva sociopsicológica del Sistema de


Justicia Penal Juvenil en el Perú1

Hugo Morales Córdova2


Pontificia Universidad Católica del Perú

Contenido

1-La adolescencia
2-El modelo bioecológico del desarrollo humano durante la adolescencia
3-La adolescencia en el Perú: Aspectos demográficos y psicosociales
4-Adolescencia y políticas sociales en el Perú
5-El estado del arte en el estudio del comportamiento de infracción a la ley durante la
adolescencia
6-El sistema de reinserción social del adolescente infractor en el Perú
7-Aspectos sociales de los efectos de la delincuencia juvenil: El fracaso de las agencias
de socialización, las políticas de atención y los costos sociales
8-Epidemiología de la delincuencia juvenil en el Perú
9-Propuestas de intervención y recomendaciones
10-Conclusiones
11-Referencias

Palabras clave: adolescencia, adolescentes en conflictos con la ley penal, justicia penal
juvenil, comportamiento antisocial, sistema de reinserción social del adolescente
infractor, medidas alternativas.

1
El autor agradece a la Mag. Mónica Iza Rotta, especialista en desarrollo adolescente y evaluación
psicológica clínica forense, y a la Dra. María Consuelo Barletta Villarán, consultora en Justicia Penal
Juvenil y especialista en Derecho y Promoción social de la infancia y la adolescencia, por la experiencia
de formación en investigación, compartida a través de la realización de estudios en la materia; y de
manera especial a Cecilia Thorne, Ph.D. por su valiosa influencia y generosas enseñanzas a lo largo de mi
formación profesional y por impulsar el desarrollo científico de la Psicología en el Perú.
2
Estudiante de pre-grado de la Especialidad de Psicología Social de la Pontificia Universidad Católica del
Perú (PUCP) y del curso de especialización en Sistemas de Justicia Juvenil y el Adolescente en conflicto
con la Ley Penal del Programa Jurídico del Instituto Interamericano del Niño de la Organización de
Estados Americanos. Es Licenciado en Educación por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(UNMSM), con estudios concluidos en Psicología Clínica en la PUCP y candidato a Magíster en
Neurociencias por la Facultad de Medicina de San Fernando de la UNMSM. Es miembro de la
Interamerican Society of Psychology, docente universitario en las especialidades de Psicología del
Desarrollo, del Ajuste y Evaluación psicológica-educacional, y Consultor Externo de la ONG COMETA
en materia de Capacitación en Tutela y Protección Integral de Niños y Adolescentes, y Justicia Penal
Juvenil para la Gerencia de Centros Juveniles del Poder Judicial en Lima-Perú. Su principal área de
desarrollo profesional se orienta hacia el diseño y evaluación de proyectos de desarrollo y capacitación en
la temática de Derecho y Promoción Social de la Infancia y la Adolescencia, Educación de Adultos,
Gestión y Planificación Educativa y Curricular, Psicología y Educación para la Salud y Neurodesarrollo.
E-mail: a19973066@pucp.edu.pe

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1-La adolescencia
Dos de las etapas más importantes del desarrollo humano a lo largo del ciclo
vital, lo constituyen la pubertad y la adolescencia. La primera representa el periodo más
destacado para el acontecimiento de los cambios fisiológicos, endocrinos, neurológicos,
psicológicos y anatómicos que experimentan los organismos humanos entre los 10 y 13
años de edad aproximadamente. Mientras que la segunda categoría hace referencia a un
periodo del desarrollo de mayor complejidad en los distintos niveles de organización del
ser humano. A diferencia de la pubescencia, donde ocurren cambios relativamente tan
acelerados como los observados durante la primera infancia, en la adolescencia se
configuran patrones más establecidos del funcionamiento mental futuro. La presencia de
fenómenos biopsicosociales de elevada intensidad en cada una de las esferas del
comportamiento de los adolescentes, origina movimientos de procesamiento cognitivo y
afectivo conducentes a mayores niveles de integración y complejidad en la organización
de la personalidad (Iza, 2002).
Operaciones de naturaleza defensiva y relacional son reorganizadas para dar
paso a la emergencia de una estructura yoica tendiente hacia la estabilidad, la
adaptación, la revisión de los propios contenidos que la integra (gracias a la capacidad
cognitiva del pensamiento formal), y el desempeño de nuevos guiones y roles de
comportamiento iniciados con las conductas de prueba y ensayo en situaciones sociales
normativamente controladas (como los clubes, las escuelas, los grupos de pares y la
familia) para un posterior desenvolvimiento social en la vida adulta.
Psicológicamente el adolescente experimenta sentimientos inconscientes de
ambivalencia respecto a los cambios y transformaciones que le acontecen. Renunciar al
estatus de niño, con todas las ganancias que supone esta etapa, para aceptar el desafío de
enfrentar nuevos roles con demandas jamás experimentadas, empleando un cuerpo que
sufre modificaciones consistentes, representa uno de los principales dilemas en esta
etapa (Iza, 2002).
Es importante distinguir un aspecto crucial en la concepción de la adolescencia,
y es su eminente contenido sociológico y cultural. Desde las ciencias sociales, la
adolescencia ha sido concebida como una representación social del ejercicio de un
conjunto de conductas culturalmente normadas, valoradas y funcionales para un entorno
sociocultural específico, en el que los infantes han sido socializados con la finalidad de
entrenarse para un desempeño futuro exitoso, o para transitar en el menor tiempo
posible hacia el mundo de los adultos.
El carácter socioantropológico de esta categoría, queda demostrado con la no-
existencia de esta etapa en algunas culturas tradicionales; o por lo menos, con la
ausencia de comportamientos característicos de esta etapa, evidente en las sociedades
occidentales, aunque, para algunos investigadores, se trate solamente de diferencias en
la expresión de contenidos sustancialmente comunes y representativos de este periodo
del desarrollo humano, pues según el entender de estos, se trata de universales
conductuales contrapuestos a los hallazgos de Margaret Meat en Samoa.
En tal sentido, podríamos decir existen características universales en el
funcionamiento psicológico durante el periodo de vida comprendido entre los 13 y 18
años de edad, aproximadamente, y dentro de un rango inferior y superior máximo que
puede llegar hasta los 10 y 20 años de edad respectivamente.
Así, observamos la adquisición de la capacidad de procrear, el cambio del
pensamiento concreto hacia el abstracto, permitiendo la capacidad de realizar
operaciones lógicas y juicios morales complejos, la aparición del pensamiento

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consecuencial, la planificación del comportamiento dirigido hacia el futuro a través de
la vocación y las metas de vida (Herrera, 2002).
En medio de todos estos cambios y transformaciones, la tarea principal que debe
realizar el adolescente es construir la propia identidad, es decir, establecer un sentido de
mismidad y continuidad psíquica a través del tiempo (Erikson, 1980). Para Rice (2000),
los nuevos retos que debe enfrentar un adolescente incluyen incorporar los cambios
físicos a un nuevo esquema corporal, utilizar nuevas habilidades cognitivas para la
introspección y relación con otros e instrumentalizarlas con el fin de formular un
proyecto de vida que le permita responder a las nuevas exigencias sociales (Silbersein y
Todt, 1992).
Una tarea importante a nivel del ajuste o la adaptación del comportamiento
adolescente, es el control de los impulsos y el empleo adaptativo de los mecanismos de
defensa que son reorganizados. Ambos constituyen criterios importantes al momento de
hablar de salud mental entre esta población, por ser considerados importantes
predictores evolutivos de un adecuado funcionamiento social, particularmente respecto
al manejo de las relaciones interpersonales, la capacidad para postergar la gratificación
y planificar la conducta, y el riesgo de incurrir en conductas delincuenciales (Barletta y
Morales, 2003).
Los cambios a nivel de la personalidad, se ubican en los dominios de los rasgos
de naturaleza sociocognitiva, antes que entre aquellos influenciados por el
temperamento, como la introversión, la extraversión, el nivel de impulsividad y la
estabilidad emocional, cuyo carácter es fundamentalmente constitucional. De este
modo, podríamos pensar que también la personalidad sufre cambios importantes,
mientras que otros aspectos del dominio psicológico quedan estables, especialmente
frente aquellos componentes referidos a la socialización, el aprendizaje social y la
influencia vincular, que serán sensibles a posteriores transformaciones a lo largo del
ciclo de vida (Barletta y Morales, 2003).
Otra importante tarea del adolescente, consiste en construir su autonomía; para
ello, es común y hasta saludable, el distanciamiento temporal de los padres con el fin de
encontrar nuevos objetos de identificación y amor, así como desafiar a las figuras de
autoridad y cuestionar el statu quo. Su mundo social se amplía, y a las relaciones con los
pares se suma la búsqueda de integrar sexualidad e intimidad en una relación de pareja
(Carvajal, 1993).
Todos estos fenómenos se insertan en una serie de intercambios entre el
adolescente y su ambiente. Los psicólogos del desarrollo coinciden al proponer una
visión ecológica para el estudio de la adolescencia (Silbersein y Todt, 1992). Según
ellos, el desarrollo se debe a la influencia de múltiples niveles contextuales y de
organización individual, a las modificaciones en las relaciones de intercambio entre el
adolescente y su medio, y a las diferencias individuales (De la Flor, 2003).
Finalmente, también existe consenso en dividir el periodo adolescente en tres
etapas, aunque los limites cronológicos de cada una son relativos, pues los límites están
planteados por las tareas evolutivas o del desarrollo3 características de cada fase
encontradas por el adolescente, antes que por su edad (Carvajal, 1993).

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Ya en 1953, Havighurst había planteado el concepto Tarea de desarrollo para referirse a la interrelación
entre la maduración física, las aspiraciones individuales y las expectativas y presiones sociales entre
diferentes contextos (Freyre, 1994). Las tareas que Havighurst identifica son: 1)establecer relaciones
nuevas y maduras con los pares y con los miembros del sexo opuesto, 2)adquirir un papel social

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La primera fase, la adolescencia puberal, se caracteriza por los cambios físicos
que exigen el reacomodo de la imagen corporal y la integración de los impulsos
sexuales. En la adolescencia nuclear o intermedia, el desarrollo cognitivo y moral
conduce a la revisión de los valores. Es la etapa en que ocurre el distanciamiento de los
padres –necesario para afirmar la propia autonomía- y del crecimiento de otras
relaciones. Finalmente, durante la adolescencia juvenil se producen elecciones laborales
y vocacionales, y el futuro cobra mayor importancia a través de la construcción de un
proyecto de vida personal (Iza, 2002).

2-El modelo bioecológico del desarrollo humano durante la adolescencia


El desarrollo humano es el proceso por el cual la persona en desarrollo adquiere
una concepción del ambiente ecológico más amplia, diferenciada y válida, y se motiva y
se vuelve capaz de realizar actividades que revelen las propiedades de ese ambiente, lo
apoyen y lo reestructuren, a niveles de igual o mayor complejidad, en cuanto su forma y
contenido. El desarrollo supone un cambio de las características de la persona que no es
efímero ni depende de la situación. El cambio del desarrollo tiene lugar, a la vez, en dos
campos: el de la percepción (el punto de vista se extiende hasta abarcar otros entornos)
y el de la acción (capacidad para usar estrategias eficaces para las nuevas situaciones).
Para demostrar que ha habido desarrollo humano es necesario establecer que un cambio
producido en las concepciones y/o actividades de la persona en desarrollo se extiende
también a otros entornos y otros momentos (Bronfenbrenner, 2002).
En la actualidad, los psicólogos del desarrollo están de acuerdo en plantear un
modelo que integre los distintos niveles de interacción biopsicosocial a lo largo del ciclo
de desarrollo humano. La clave de este planteamiento radica en la calidad de los
intercambios que las personas adultas y/ o los cuidadores realizan con las personas en
desarrollo.
Para Bronfenbrenner, la ecología del desarrollo humano comprende el estudio
científico de la progresiva acomodación mutua entre un ser humano activo, en
desarrollo, y las propiedades psicológicas cambiantes de los entornos inmediatos en los
que vive la persona en desarrollo, en cuanto este proceso se ve afectado por las
relaciones que se establecen entre estos entornos, y por los contextos más grandes en los
que están incluidos. La interacción del adolescente con el ambiente en que se
desenvuelve es bidireccional, es decir, se caracteriza por su reciprocidad.
El adolescente en desarrollo es entendido como una entidad creciente y
dinámica, que va adentrándose progresivamente a distintos espacios de desarrollo, y
reestructura el medio en que vive. El ambiente ecológico se concibe, topológicamente,
como una disposición seriada de estructuras concéntricas (elípticas), en las que cada una
está contenida en la siguiente, y está integrada por 4 sistemas: microsistema,
mesosistema, exosistema y macrosistema.
Un microsistema es un patrón de actividades, roles y relaciones interpersonales
que la persona en desarrollo experimenta en un entorno determinado, con características
físicas y materiales particulares. Los factores de la actividad, el rol y la relación

masculino o femenino aprobado socialmente, 3)aceptar el propio aspecto físico y ejercitar eficazmente el
cuerpo, 4)alcanzar la independencia emocional de los padres y de otros adultos, 5)lograr la seguridad de
una independencia económica, 6)seleccionar una ocupación y capacitarse para ésta, 7)prepararse para el
matrimonio y la vida familiar, 8)desarrollar conceptos y habilidades intelectuales necesarios para la vida
adulta, 9)desear y conseguir un comportamiento socialmente responsable y 10)internalizar un conjunto de
valores que orienten la conducta en sociedad y en la vida privada (Horrocks, 1990).

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interpersonal constituyen los elementos o componentes del microsistema. Lo que es
importante de un ambiente de desarrollo no son sólo sus propiedades objetivas sino,
especialmente, el modo en que las personas perciben estas propiedades.
Un entorno de desarrollo es un lugar en el que las personas pueden interactuar
cara a cara fácilmente, como el hogar, la guardería, el campo de juegos, la escuela, etc.
En este sentido, un mesosistema comprende las interrelaciones de dos o más entornos en
los que el adolescente en desarrollo participa activamente (por ejemplo, las relaciones
entre el hogar, la escuela y el grupo de pares del barrio). De este modo, un mesosistema
es, por lo tanto, un sistema de microsistemas. Se forma o se amplía cuando la persona
en desarrollo entra en un nuevo entorno.
Un exosistema se refiere a uno o más entornos que no incluyen a la persona en
desarrollo como participante activo, pero en los cuales se producen hechos que afectan
aquello que ocurre en el entorno que comprende a la persona en desarrollo, o que se ven
afectados por lo que ocurre en ese entorno. Por ejemplo, para el adolescente podría ser
el lugar de trabajo de sus padres, la clase a la que asiste un hermano mayor, el círculo de
amigos de sus padres, las actividades del consejo escolar del barrio, etc.
El macrosistema se refiere a las correspondencias, en forma y contenido, de los
sistemas de menor orden (microsistema, mesosistema y exosistema) que existen o
podrían existir, a nivel de la subcultura o de la cultura en su totalidad, junto con
cualquier sistema de creencias o ideología que sustente estas correspondencias. Por
ejemplo, en cada país los entornos se construyen a partir del mismo conjunto de
esquemas. Los esquemas de los sistemas varían para los distintos grupos
socioeconómicos, étnicos, religiosos y de otras subculturas, reflejando sistemas de
creencias y estilos de vida contrastantes, que a su vez, ayudan a perpetuar los ambientes
ecológicos específicos de cada grupo.
Una transición ecológica, es decir, el tránsito del adolescente de un entorno de
desarrollo más inmediato hacia otros más remotos, se produce cuando la posición de
una persona en el ambiente ecológico se modifica como consecuencia de un cambio de
rol, de entorno, o de ambos a la vez, tal como ocurre de manera característica durante la
adolescencia. A continuación se presenta un diagrama adaptado del modelo original
propuesto por el autor.
El Modelo ecológico del desarrollo humano, plantea que especialmente en las
fases tempranas del desarrollo, como en la adolescencia, y en gran dimensión durante el
curso de la vida, el desarrollo humano toma lugar a través de procesos de interacción
cada vez más complejos entre un organismo humano biopsicológico activo y en
evolución, y las personas, objetos y símbolos de su ambiente externo inmediato. Para
ser efectivo el desarrollo, la interacción debe ocurrir de forma regular a lo largo de
extensos períodos de tiempo. Tales formas perdurables de interacción en el ambiente
inmediato son llamadas procesos próximos. Se pueden encontrar ejemplos de patrones
perdurables de procesos próximos en las actividades padre-adolescente y adolescente-
adolescente, en el juego solitario o en grupo, en la lectura, el aprendizaje de nuevas
habilidades, el estudio, las actividades atléticas y en la realización de tareas complejas.
La forma, poder, contenido y dirección de los procesos próximos que afectan el
desarrollo, varían sistemáticamente como una función conjunta de las características de
la persona en desarrollo, el ambiente -tanto el inmediato como el más remoto- la
naturaleza de los resultados del desarrollo bajo consideración, la continuidad social y
los cambios ocurridos durante el tiempo que dure el periodo histórico en el que ha
vivido la persona.

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En su modelo bioecológico, Bronfenbrenner concibe el desarrollo como un
fenómeno de continuidad y cambio de las características biopsicologicas de los seres
humanos, tanto de los grupos como de los individuos. El elemento critico de este
modelo es la experiencia que incluye no sólo las propiedades objetivas de los entornos
del desarrollo sino también las que son subjetivamente experimentadas por las personas
que viven en aquellos entornos. Finalmente, Bronfenbrenner (2002) plantea, respecto a
la efectividad del desarrollo humano, los siguientes requisitos:

1.Para que el desarrollo ocurra, la persona debe comprometerse en una actividad.


2.Para que sea efectiva, la actividad debe ocurrir de forma regular en un periodo
“extenso de tiempo.” Un fin de semana ocasional en el que se hace algo con el papá o la
mamá no cuenta, como tampoco lo hacen las actividades que a menudo son
interrumpidas.
3.Una razón para que esto sea así es porque para ser efectivas para el desarrollo, las
actividades deben ser lo suficientemente largas para que se vayan volviendo “cada vez
más complejas”. La mera repetición no funciona.
4.Los procesos próximos efectivos para el desarrollo no son unidireccionales, debe
haber iniciativa y respuesta en ambas direcciones (es decir, deben ser bidireccionales).
5.Los procesos próximos no se limitan a la interacción interpersonal, también pueden
involucrar la interacción con objetos o símbolos. Bajo estas circunstancias, para que la
interacción recíproca ocurra, los objetos y símbolos en el ambiente inmediato deben ser
de un tipo que invite la atención, exploración, manipulación, elaboración e imaginación.

Aquí reside la principal justificación para hacer una distinción entre procesos
próximos por un lado y el ambiente en que éstos ocurren por otro. A saber, el primero
resulta ser la fuerza más poderosa en el desarrollo futuro. El poder de los procesos
próximos varía sistemáticamente en función del contexto ambiental (por ejemplo, clase
social, nivel educativo y empleabilidad de los padres) y de las características de la
persona (por ejemplo, peso al nacer, estilo de afrontamiento).
Los procesos próximos tienen el efecto general de reducir o amortiguar las
diferencias ambientales en los resultados del desarrollo; específicamente, bajo altos
niveles de interacción padres-adolescente, donde las diferencias de clase social en la
conducta problemática se reducen, así como en los espacios de reeducación o
rehabilitación de comportamientos disfuncionales, como es el caso de los centros
correccionales, donde los procesos próximos entre el personal y los internos, tienen
efectos importantes en términos de cambio sostenido y habilitación de comportamientos
adaptativos.

3-La adolescencia en el Perú: aspectos demográficos y psicosociales


Como ha podido apreciarse en la presentación anterior, la ecología del desarrollo
humano se soporta en cuatro sistemas dimensionales que impactan poderosamente sobre
las condiciones, la calidad y la dirección del desarrollo humano a través de una
dialéctica bidireccional. En este sentido, particular atención debe merecernos las
dimensiones del macrosistema, representadas en las instituciones sociales, la estructura
de clases y el conjunto de variables sociológicas y demográficas que se desprenden de
esta disposición de jerarquías del orden social, político y jurídico en el Perú, y que
regulan facilitando o interfiriendo el rumbo del desarrollo humano, especialmente entre
la población infanto-juvenil .

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El Perú es un país de joven autonomía política bajo el sistema de gobierno
republicano constitucional de división de poderes desde 1821. La ciudadanía se alcanza
a los 18 años de edad, la esperanza de vida al nacer es de 66,8 años de edad en
promedio para el país (se mantiene casi sin variaciones respecto a 1995, donde la
esperanza de vida promedio fue de 67,6 años), variando según la ubicación geográfica
al igual que el índice de desarrollo humano (IDH) que asciende a 0,620 como promedio
nacional (durante el año 2000) y al ingreso familiar per cápita mensual que alcanza los
352,93 soles ($ 98.00, 6 dólares más que en 1995, y 17 dólares más que en 1991) para el
país en promedio (PNUD, 2002).
La población del Perú está compuesta por 26 millones 749 mil habitantes, de los
cuales 13 millones 454 mil son varones (50,3%) y 13 millones 295 mil son mujeres
(49,7%); más del 48% vive en situación de pobreza y 15% en extrema pobreza (INEI,
2002). Dada la heterogeneidad de condiciones geográficas y sociales en las que
acontece el desarrollo humano en el Perú, la distribución de la población es
marcadamente diferenciada según el grado de urbanización y la edad de la misma. Así,
la mayoría de la población peruana (72,2%) vive en áreas urbanas frente a un grupo
menor (27,8%) que habita en áreas rurales. Sólo en la capital del Perú (Lima) se
concentra más de un tercio del total de la población nacional (más de 7 millones) según
el INEI (2002).
Es importante mencionar que no siempre la distribución poblacional en el Perú
fue así. Fenómenos sociales como la violencia política y la inequidad en la distribución
de la riqueza económica, los bienes sociales y los servicios públicos produjo la
migración de grandes grupos poblacionales desde el interior del país hacia las sedes
capitalinas costeñas durante el siglo pasado, debido a que las mayores posibilidades y
oportunidades de desarrollo tendieron a concentrarse precisamente en Lima y en los
espacios urbanos costeños, produciendo marcadas diferencias respecto a las
probabilidades de movilidad social y calidad de vida entre la población peruana.
En el Perú, 9 millones 232 mil habitantes -más de un tercio de la población total
(33,7%)- tiene entre 0 y 14 años de edad, de ellos, 6 millones 664 mil viven en áreas
urbanas y 2 millones 568 mil, en áreas rurales; frente a otros grupos etáreos de mayor
edad (INEI, 2002). El mayor número de habitantes (16 millones 282 mil) se concentra
en un rango de edad comprendido entre los 15 y 64 años (61,4%), de los cuales 11
millones 754 mil viven en áreas urbanas y 4 millones 528 mil en áreas ruarles; mientras
que el menor número del total poblacional (1 millón 235 mil habitantes) supera los 65
años de edad (4,9%), constituyendo de este grupo 892 mil habitantes como parte de la
población urbana, y 343 mil como parte de la población rural.
Existen 2 millones 255 mil 305 adolescentes entre 13 y 16 años, de los cuales 1
millón 150 mil 847 son varones y 1 millón 096 mil 458 son mujeres. Entre 17 y 20 años
existen 2 millones 185 mil 767 adolescentes, de los cuales 1 millón 120 mil 176 son
varones, mientras que 1 millón 065 mil 591adolescentes son mujeres (INEI, 1993).
La población adolescente (entre adolescentes tempranos, medios y tardíos) y
juvenil en el Perú tiene la siguiente composición según la proyección realizada hasta el
2002 por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), de cifras
provenientes del Censo realizado en 1993. Entre los 10 y 14 años de edad existen
alrededor de 2 millones 912 mil 540 adolescentes tempranos, de los cuales 1 millón 478
mil 237 son varones y 1 millón 434 mil 303 son mujeres. Al interior de la población de
adolescentes medios, existen alrededor de 2 millones 706 mil 217 adolescentes, de los
cuales 1 millón 371 mil 653 son varones y 1 millón 334 mil 564 son mujeres.

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Dentro del grupo de adolescentes tardíos entre 20 y 24 años de edad, se estima
que existen alrededor de 2 millones 541 mil 840 adolescentes, de los cuales 1 millón
286 mil 262 son varones y 1 millón 255 mil 578 son mujeres. Finalmente, la población
juvenil entre 25 y 29 años de edad estimada a la fecha, asciende a 2 millones 288 mil
436 jóvenes, de los cuales 1 millón 154 mil 937 son varones mientras 1 millón 133 mil
499 son mujeres (Cuánto, 2002).
Respecto a los índices de pobreza en esta población, encontramos que en el
grupo de edad comprendido entre los 10 y 14 años, el 62,4% vive en situación de
pobreza, mientras que un 21,8% vive en extrema pobreza. Dentro del rango de edad
comprendido entre los 15 y 19 años, el 48,7% vive en situación de pobreza, mientras un
14,3% vive en situación de extrema pobreza. Semejante condición comparte los grupos
de edad ubicados entre los 20 y 24 años y los 25 y 29 años de edad. Del primer grupo, el
39,3% vive en situación de pobreza y un 9,5% en extrema pobreza; mientras que en el
segundo grupo, el 40% vive en condiciones de pobreza mientras que un 9,3% lo hace en
situación de pobreza extrema (INEI, 2002).
Los progresos alcanzados respecto a los indicadores sociales y de desarrollo más
importantes en los últimos años no han sido alentadores. Así, las variaciones respecto a
la cantidad de años promedio de estudios alcanzado por la población de 15 a más años
de edad desde 1998 hasta el 2000 son -en promedio- 6,3 años para la población total
pobre y 9,3 años para la población no pobre (INEI, 2002). Sin embargo, el nivel
educativo de la población peruana ha mejorado, en tanto ha disminuido el porcentaje de
población sin nivel educativo, de 16,1% a 8,1% entre 1981 y 1998; mientras la
población con educación superior aumentó de 10,2% a 20,2% en el mencionado periodo
(INEI, 1999).
La tendencia de la tasa de analfabetismo en el Perú ha sido decreciente durante
el último decenio, tanto en la población general como en el grupo de población
femenina. En este sentido, el porcentaje de analfabetismo ha disminuido notablemente,
de 50% en 1940 a 7,7% en 1998 (por lo menos 1 de cada 8 personas aún no sabe leer ni
escribir); siendo aún las áreas rurales las que mayor prevalencia de analfabetismo
presentan respecto a las áreas urbanas (16,9 versus 3,5 en 1998). En la población
femenina, el porcentaje de mujeres analfabetas se redujo de 26,1% en 1981 a 11,4% en
1998, sin embargo, aún 11 de cada 100 mujeres son analfabetas, incrementándose las
probabilidades de serlo en las áreas rurales (INEI, 1999).
En el año 2000, se calcula que 1 millón 215 mil 018 peruanos entre 15 y 50 años
de edad o más, aún son analfabetos. En el grupo de edad comprendido entre los 15 y 19
años se estiman 38 mil 591 adolescentes analfabetos, mientras que en el grupo de 20 a
29 años de edad, 77 mil 394 adolescentes medios y tardíos también lo son.
La tasa de analfabetismo entre población femenina y masculina para ambos grupos de
edad tiende a duplicarse en el primer grupo y hasta triplicarse en el segundo grupo de
edad si se es mujer (Cuánto, 2002).
Durante el año 2002, el presupuesto destinado al sector Educación en el Perú
representó el 3,12% del producto bruto interno nacional (PBI), mientras la ratio respecto
al presupuesto general de la república fue 17,3% del PBI, disminuyendo a 16,0% para el
2003 (Congreso de la República del Perú, 2002).
En lo que respecta a la educación secundaria de adolescentes tempranos y
medios entre 2000 y 2001, la tasa promedio (entre primer y quinto grado de educación
secundaria) de promoción escolar asciende a 88,93%; la tasa de repetición a 4,50%, y la
tasa de deserción escolar a 6,57% en promedio; incrementándose en el primer caso y

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disminuyendo en los dos últimos respecto a otros periodos comprendidos entre 1991 y
1999 (Cuánto, 2002). El sistema educativo nacional estatal tuvo en el 2001, 2 millones
430 mil 800 escolares matriculados, de los cuales 2 millones 257 mil 400 eran
adolescentes menores de edad (Cuánto, 2002).
En la actualidad, el Perú ha suscrito importantes acuerdos internacionales en los
que se compromete a elevar la calidad de la educación, ampliar su cobertura y
establecer la equidad al interior de todos los niveles del sistema educativo nacional a
través de múltiples acciones estratégicas como el fomento de la tecnología educativa, la
obtención de mayores fuentes de financiamiento y el perfeccionamiento de su
magisterio (Swope y Schiefelbein, 1999).
Respecto a la educación superior, en el Perú existen actualmente 78
universidades de las cuales 33 son públicas (5 se encuentran ubicadas en Lima) y 45
privadas (18 están ubicadas en Lima), la mayoría de ellas con deficiencias severas en
términos de presupuesto, tecnología e infraestructura, por lo que no pueden ofrecer un
nivel de mayor de calidad en el servicio ofrecido. Aproximadamente un total de 435 mil
639 estudiantes universitarios se encontraron matriculados durante el 2001 (según la
ANR, en Cuánto, 2002), de los cuales 256 mil 362 procedían de universidades públicas,
mientras 179 mil 277 procedían de universidades privadas. Se estima que de las
universidades públicas, sólo 31 mil 356 alumnos han podido graduarse, mientras que de
las universidades privadas sólo 19 mil 071 alumnos pudieron hacerlo; tendiendo a
incrementarse anualmente las cifras en ambos casos desde 1989 (Cuánto, 2002).
Es importante mencionar que durante la década del 90, época del Fujimorato en
el Perú, el Congreso de la República autorizó la creación de nuevas universidades
privadas, con lo cual permitió la ampliación de la oferta de estudios superiores que
básicamente ha permitido el acceso a la educación superior, de jóvenes procedentes de
los sectores socioeconómicos A, B, C y D.
Según la Asamblea Nacional de Rectores (ANR), el Estado peruano invierte
poco más de $ 800 por alumno de universidad estatal al año, cifra inferior al promedio
de América Latina ($ 937) y mucho más distante que lo invertido en Japón ($ 5 448),
Estados Unidos ($ 5 936) y la Unión Europea ($ 6 585) (Díaz y Elespuru, 2000).
El Sistema Nacional de Salud en el Perú descentraliza la cobertura de atención a
través de las Direcciones de Salud (DISA) en todo el territorio nacional. Las cifras de
población estimada para ser atendida por las DISAs durante el año 2002 en los grupos
etáreos correspondientes entre los 10 y 14 años y los 15 y 19 años de edad, asciende a 2
millones 912 mil 540 adolescentes tempranos, y 2 millones 706 mil 217 adolescentes
medios respectivamente; mientras que la población entre 20 y 49 años de edad ascendió
a 11 millones 293 mil 263 personas, entre adolescentes tardíos y adultos tempranos
(MINSA, 2002).
Con respecto a algunos de los indicadores de salud más importantes por grupos
etáreos, encontramos que las diez principales causas de mortalidad informada según la
décima edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), entre
adolescentes de 10 y 14 años de edad durante el año 2000 fueron: otras causas externas
de traumatismos accidentales (19,3%), tumores (neoplasias) malignos (12,4%),
influenza y neumonía (9,1%), accidentes de transporte (7,7%), tuberculosis (3,3%),
malformaciones congénitas del sistema circulatorio (3,1%), eventos de intención no
determinada (2,8%), otras formas de enfermedad del corazón (2,7%), desnutrición
(2,6%) y enfermedades inflamatorias del sistema nervioso central (2,6%), representando
las demás causas en conjunto el 34,3% del total (MINSA, 2002).

9
Del mismo modo, las diez principales causas de mortalidad informada, según el
mismo criterio, para la población comprendida entre los 15 y 19 años de edad durante el
año 2000 fueron: otras causas externas de traumatismo accidentales (19,8%), tumores
(neoplasias) malignos (9,5%), eventos de intención no determinada (7,7%), accidentes
de transporte (7,6%), influenza y neumonía (5,0%), tuberculosis (4,9%), lesiones
autoinfligidas intencionalmente (3,0), enfermedades cerebrovasculares (2,5%), otras
formas de enfermedad del corazón (2,4%), y otros trastornos del sistema nervioso
(2,3%); mientras el resto de causas representaron el 35,4% del total (MINSA, 2002).
En el grupo etáreo comprendido entre los 20 y 24 años de edad, las diez
principales causas de muerte informada durante el año 2000 fueron: otras causas
externas de traumatismos accidentales (17,7%), accidentes de transporte (8,7%),
tuberculosis (7,5%), tumores malignos (7,4%), eventos de intención no determinada
(7,0%), influenza y neumonía (4,9%), enfermedades por virus de inmunodeficiencia
humana-VIH (4,3%), otras formas de enfermedad del corazón (2,9%), agresiones
(2,6%), y enfermedades cerebrovasculares (2,2%); mientras que las demás causas
representaron el 34,9% del total poblacional del mencionado grupo etáreo (MINSA,
2002).
Finalmente, las diez principales causas de muerte informada en el grupo de edad
comprendido entre los 25 y 49 años durante el año 2000 fueron: tumores malignos
(15,1%), otras causas externas de traumatismos accidentales (12,2%), enfermedades por
virus de la inmunodeficiencia humana (8,0%), accidentes de transporte (7,3%),
tuberculosis (6,3%), influenza y neumonía (5,2%), enfermedades del hígado (4,3%),
eventos de intención no determinada (3,5%), otras formas de enfermedad del corazón
(3,2%), y enfermedades cerebrovasculares (2,8%); mientras que las demás causas de
muerte representaron el 32,2% del total (MINSA, 2002).
La población actual de adolescentes y jóvenes entre 13 y 20 años de edad en
Lima Metropolitana (ubicada en la capital del Perú), asciende a 1 millón 355 mil 333
personas, quienes representan el 16.4% de la población total de Lima, es decir, uno de
cada seis habitantes de la ciudad es considerado adolescente o joven; mientras que la
población adolescente comprendida entre los 13 y 16 años de edad representa el 49,4%
de la población limeña, mientras que el grupo de edad comprendido entre 17 y 20 años
representa el 50,6% del total poblacional capitalino (APOYO, 2003).
Resultados interesantes, y algunos otros alarmantes, son los que arroja el perfil
del joven y del adolescente (mujeres y hombres limeños de entre 13 y 20 años) que
publica la empresa de investigación de mercados APOYO Opinión y Mercado
anualmente. Aproximadamente, tres de cada cuatro jóvenes (77%) declara haber nacido
en Lima. Según un estudio previo, los jefes de hogar nacidos en Lima representan un
porcentaje significativamente menor (35%); esto refleja claramente que gran parte de
los padres de la actual población juvenil de Lima migró hacia la capital, quizá en busca
de un mejor nivel de vida.
Un resultado interesante de la investigación es el referido a la estatura y el peso
de los jóvenes, dado que variables como el peso por edad y el retardo en el crecimiento
son tomadas en cuenta como indicadores de nutrición –o desnutrición– de las
poblaciones infantiles o juveniles. Según los resultados, el peso promedio de un joven
limeño es de 54 kilos y su estatura promedio alcanza los 160 centímetros, por debajo de
la media con respecto a otros países. Esto podría evidenciar que una parte significativa
de la población joven de nuestro país adolece o ha adolecido de nutrición apropiada. Al
analizar los resultados por nivel socioeconómico encontramos diferencias importantes:

10
mientras que la estatura promedio de un joven de NSE A es de 170 centímetros, la de
alguien de NSE E es de 154 centímetros. Algo similar ocurre con el peso: un joven de
NSE A pesa 61 kilos en promedio, mientras un joven de NSE E apenas alcanza los 51
kilos. Podemos afirmar, entonces, que el peso y la talla promedio de los jóvenes en
nuestro país es directamente proporcional al nivel socioeconómico al que pertenecen.
Otro resultado importante que arroja este estudio –quizá el más preocupante– es
el relacionado con el consumo de drogas. Así, el 43% de los jóvenes entrevistados
manifiesta que alguno de sus amigos ha probado alguna vez drogas; el 32% señala que
alguno de sus amigos actualmente las consume, y el 21% confiesa que alguna vez le han
invitado drogas. Si complementamos esta información con los resultados publicados
recientemente de la II Encuesta Nacional sobre Prevención y Consumo de Drogas 2002
–patrocinada por Devida y el INEI– se confirma un dato importante: no sólo ha
aumentado el consumo de drogas entre los jóvenes, sino también ha descendido la edad
de inicio de consumo de drogas de manera alarmante.
Se sabe que los adolescentes y los jóvenes están directamente afectados por los
problemas relacionados con la salud, la pobreza, la educación o la drogadicción que
aquejan a nuestra sociedad. Muchas veces tales condiciones tienen un impacto que
prevalece durante el resto de sus días. Por ello, es importante que los esfuerzos de
desarrollo de nuestro país orientados a este grupo objetivo no sólo se mantengan, sino
que se incrementen significativamente en el tiempo.
Un estudio muestral estratificado y aleatorio (n = 629, 317 varones y 312
mujeres, de los cuales 309 corresponden al grupo de 13 a 16 años, y 320 al grupo de 17
a 20 años) realizado recientemente por la misma fuente en un grupo de adolescentes de
distintos estratos socioeconómicos comprendidos en el rango de edad mencionado en el
área de Lima Metropolitana, revela que nueve de cada diez jóvenes vive con su familia
nuclear, es decir sus padres y hermanos, 59% comparte su habitación, principalmente
con sus hermanos, y declaran profesar la religión católica (71%) (APOYO, 2002). Dos
de cada tres jóvenes (67%) sólo a estudiar (entre los 13 y 16 años), un 9% sólo trabaja
(especialmente los de 17 a 20 años de edad de los niveles C y C/D), uno de cada diez
(11%) estudia y trabaja y un 9% no estudia ni trabaja (APOYO, 2003).
Finalmente, en lo concerniente a las características demográficas de la población
capitalina, especialmente entre los sectores socioeconómicos bajos, encontramos que los
hogares pobres de Lima están integrados por 5,2 miembros en promedio, siendo
generalmente el jefe de familia la madre o el hermano o hermana mayor (Saavedra y
Chacaltana, 2001). Un 93% cuenta con agua y luz eléctrica, pero sólo el 74,7% tiene
servicio de alcantarillado (APOYO, 2001). Sólo en Lima, un adolescente varón tiene
una esperanza de vida de 74,3 años, mientras que su par femenino alcanza los 79,3 años,
y posee un 98,1% de probabilidades de saber leer y escribir, casi 5 puntos menos que su
par femenino (INEI, 2001).

4-Adolescencia y Políticas sociales en el Perú


Siendo el Perú un país en vías de desarrollo, es relativamente fácil predecir el
destino de muchos adolescentes, especialmente de aquellos que provienen de familias
de escasos recursos económicos. Las variables mediadoras del desarrollo como la
familia, la escuela, los niveles nutricionales, y la calidad de las experiencias normativas
resultan poco diferenciadoras al momento de explicar la dirección del desarrollo en la
gran mayoría de los adolescentes pobres. Esta condición incrementa el nivel de
vulnerabilidad endógena y el riesgo social, representando una potencial fuente de costos

11
sociales futuros expresados en índices elevados de desempleo, analfabetismo,
delincuencia, drogodependencia, prostitución, morbi-mortalidad física y mental, y
reproducción generalizada de la pobreza.
Tradicionalmente la adolescencia ha sido vista como una etapa de alta
vulnerabilidad y cambios complejos a distintos niveles de organización que facilitan la
condición social de población en riesgo, cuando existen también enormes capacidades
potenciales y aptitudes que en muchos casos no logran cristalizarse ante la falta de
oportunidades ofrecidas por el contexto de desarrollo (microsistema, mesosistema y
macrosistema), llevando a los mismos adolescentes a producir oportunidades y espacios
donde pueden poner a prueba sus capacidades, confirmar su identidad y procurarse
alternativas de desarrollo que su entorno es incapaz de proveerle.
Por otro lado, no es válido sostener que las condiciones de adversidad material y
moral sean factores precipitantes o determinantes del riesgo social en todos los casos. Si
bien las propias características personales establecen diferencias individuales respecto al
comportamiento en igualdad de condiciones (evidentes en fenómenos como la
resiliencia o el afrontamiento), las experiencias de vivencias adversas y de
insatisfacción de necesidades básicas en edades tempranas, resultan altamente
predictoras del riesgo social y la conducta social marginal, al grado de redirigir
consistentemente la dirección y la calidad del desarrollo alcanzable, aún por el
organismo más saludable o mejor dotado genéticamente (Pattishall, 1994, en Ketterlinus
y Lamb, 1994).
De este modo, muchos adolescentes y jóvenes de ahora, que vivieron una
infancia particularmente difícil durante la época de la violencia política en el Perú, y
crecieron en medio de la mayor crisis económica que afrontó el país a lo largo de su
vida republicana, producida por la administración García y el Fujimorato, constituyen
una cohorte de características singulares, tanto por su capacidad de continuar
haciéndose cargo de sus propias tareas de desarrollo, como por el grado de sensibilidad
desarrollada hacia los factores de riesgo a los que fueron expuestos. En este contexto,
revisaremos brevemente los principales problemas psicosociales presentes en la
sociedad peruana y que afectan de manera importante la dirección del desarrollo
adolescente y juvenil.
En el Perú, prevalece una alta tasa de mortalidad materna e infantil durante la
adolescencia, así como una alta tasa de fecundidad en la población adolescente y un
alto crecimiento poblacional, especialmente entre la población infanto-juvenil. En
efecto, las jóvenes comprendidas entre 15 y 24 años de edad se incrementaron en 11,4%
al pasar de 2 millones 276 mil en 1993 a 2 millones 600 mil al final del siglo pasado,
debido fundamentalmente al alto número de nacimientos en los períodos anteriores
(INEI, 1998). Entre los factores asociados se encuentra el embarazo adolescente que se
observa mayormente en poblaciones de la selva, entre adolescentes de familias
disfuncionales, de menor nivel de instrucción y menor nivel socioeconómico.
Entre los indicadores más relevantes de la situación de la salud sexual y
reproductiva adolescente se tienen: las tasas de embarazo y de mortalidad materna
adolescente, las estimaciones de abortos de alto riesgo en este grupo poblacional, las
estadísticas de uso de protección anticonceptiva y sexual, los reportes de VIH / SIDA,
los reportes de abuso sexual, los niveles de conocimiento sobre sexualidad,
reproducción, anticoncepción y prevención de las enfermedades e infecciones de
transmisión sexual (ETS / ITS), y las brechas de género en educación, salud y
capacitación laboral. Estos indicadores, especialmente aquellos relacionados con el

12
aborto, la mortalidad materna y el analfabetismo tienen grandes brechas de acuerdo al
estrato socioeconómico y las procedencias regionales (rural / urbana) (Redess jóvenes,
2000).
La tasa de fecundidad adolescente en el Perú no ha descendido en los últimos
años. Precisamente, el grupo de mujeres adolescentes es el único en el que no ha
disminuido el número de hijos nacidos vivos. Incluso, se observa un incremento del
número de adolescentes que se inician tempranamente, así como la postergación de la
edad de la primera unión, lo que potencia el riesgo de desarrollar una actividad sexual
desprotegida (Redess jóvenes, 2000).
En el Perú, el 13% de las adolescentes ya son madres o están embarazadas,
especialmente las adolescentes rurales, que casi cuadriplican la cifra frente a las
adolescentes urbanas. Esta situación es aún mayor en la selva, en donde incluso existen
departamentos donde la cifra llega a representar un tercio del total de adolescentes en
esta condición (INEI, 2000).
La educación constituye un factor clave para la prevención de esta problemática,
ya que sólo un 6,6% de mujeres con estudios superiores ha tenido un embarazo
adolescente, en contraste con cerca del 43% de aquellas que sólo tuvieron educación
primaria o secundaria. Asimismo, son las mujeres en mayor pobreza quienes presentan
la mayor prevalencia de embarazos no deseados durante su adolescencia (Redess
jóvenes, 2000).
Casi un tercio de los adolescentes peruanos entre 15 y 19 años de edad trabaja,
sin embargo el 70% de ellos lo hace en condición de subempleo, mientras que el 15,2%
se encuentra en inactividad absoluta, es decir, no trabaja ni estudia (INEI, 2001). La
mayoría de estos empleos no ofrecen las condiciones mínimas de seguridad ni higiene
requeridos oficialmente por el Ministerio de Trabajo y de Salud del Perú, sin embargo
son aceptadas tales condiciones por los adolescentes debido a la ausencia de mejores
oportunidades de trabajo y ante la necesidad imperiosa de sobrevivir.
Respecto a la pertinencia de la inserción de los adolescentes al mundo laboral,
en términos de resultar saludables y adaptativos para el desarrollo de éstos o no, los
estudios psicológicos son aún controversiales en cuanto a sus hallazgos. Ellen
Greenberger, psicóloga de la Universidad de California, encontró que si bien la
experiencia de trabajo produce un mejor conocimiento del valor del dinero y hace más
responsables y seguros de sí mismos a los adolescentes, produce también un menor
rendimiento académico (encontró que existe una alta correlación positiva entre el
número de horas que trabajan los adolescentes estadounidenses entre 14 y 17 años, y sus
promedios de calificaciones) y menor tiempo dedicado por los adolescentes hacia sus
familias y hacia sus tareas escolares (Greenberger, 1983; en Morris, 1999).
En el Perú, donde las horas efectivas de aprendizaje no alcanzan las 900 horas
anuales, las horas de trabajo de los adolescentes pobres superan ampliamente cualquier
otra actividad normativa esperable. Este problema produce una elevada población de
mano de obra poco calificada, y por lo tanto poco remunerada, reproduciendo
nuevamente las cifras de la pobreza peruana.
La proporción de adolescentes y jóvenes entre los 14 y 24 años de edad, que
participan de la población económicamente activa (PEA) en el Perú urbano durante el
tercer trimestre del año 2001 fue de 3,6% entre los que contaban con estudios
universitarios concluidos, 30,5% entre quienes contaban con estudios universitarios
inconclusos, 12,6% entre quienes contaban con estudios no universitarios concluidos, y
38,3% entre quienes no habían concluido dichos estudios.

13
Entre quienes contaban con estudios secundarios completos, encontramos que el
30,7% integraba la PEA junto al 43,7% que contaba con estudios secundarios
inconclusos. Como se observa, la mayor concentración se encuentra entre quienes han
concluido o se encuentran realizando estudios secundarios y entre quienes viven en
Lima Metropolitana (42,7% de los varones y el 43% de las mujeres), participando
menos en la PEA conforme habitan en el resto del país (10,1% de los varones y 9,3% de
las mujeres en la selva representan la menor concentración) y cuentan con menores
niveles educativos, siendo las mujeres con estudios primarios incompletos y sin
instrucción la población que más participa (Ministerio de Trabajo y Promoción Social,
en Cuánto, 2002).
La población de adolescentes y jóvenes adecuadamente empleada representa el
18,2% del total nacional ubicados en el grupo etáreo entre 14 y 24 años, mientras el
28,1% se encuentra subempleada y el 40,6% se encuentra desempleada, al interior del
mismo grupo de edad (Ministerio de Trabajo y Promoción Social, en Cuánto, 2002).
Aunque con mayores ventajas, muchos egresados universitarios permanecen durante
varios meses desempleados antes de colocarse en algún puesto de trabajo. Entre ellos,
muchos no necesariamente se encuentran laborando en alguna actividad directamente
asociada con su profesión, además de no percibir una remuneración adecuada (en 1994
un joven de 20 años ganaba en promedio menos de $ 50 mensuales, y entre los pobres
extremos, menos de $ 20 mensuales) ni gozar de los beneficios laborales a los que
tienen derecho por ley (Francke, 1998).
Sólo en Lima Metropolitana, la tasa de subempleo de la población entre 14 y 24
años de edad, ascendió a 45,2% en 1997, 44,4% en 1998, 48,1% en 1999 y 46,0% en
2000, siendo más de 10 puntos porcentuales en promedio para las mujeres respecto a
sus pares masculinos, incrementándose esta proporción entre los jóvenes con menores
niveles de educación, especialmente en el grupo femenino y sin ningún nivel de
instrucción. Junto al grupo etáreo comprendido entre los 55 y más años, la población
joven capitalina es el grupo con mayores niveles de subempleo respecto a los otros
grupos de edad (Ministerio de Trabajo y Promoción Social, en Cuánto, 2002).
Las políticas gubernamentales diseñadas para atender esta necesidad han
alcanzado relativo éxito, aunque todavía en un número pequeño de adolescentes medios
y tardíos pobres. A través del programa de promoción del empleo para jóvenes
PROJoven, diseñado y ejecutado por el Ministerio de Trabajo y Promoción Social, el
Estado peruano ha atendido –hasta el 2003- a más de 34,397 adolescentes y jóvenes
desempleados, de escasos recursos económicos entre 16 y 24 años de edad, varones y
mujeres con quinto grado de educación secundaria como máximo nivel de educación
alcanzado, capacitándolos y entrenándolos en habilidades técnicas básicas que les
permitan mejores oportunidades de inserción laboral en el futuro. La ausencia de trabajo
para jóvenes es producida en parte por el modelo económico adoptado en el Perú, y por
la alta tasa de población adolescente-juvenil respecto al total poblacional del país.
A la ausencia de empleo se suma la falta de programas de atención integral
ejecutados masivamente por el Estado peruano, favoreciendo la aparición de
comportamientos disfuncionales de incrementada incidencia en los últimos años. Así, se
sabe que los varones entre 15 y 24 años de edad de áreas urbanas del Perú tienen
muchas más posibilidades de consumir alcohol (91,1%), tabaco (78,4%), marihuana
(7,3%), pasta básica de cocaína PBC (4,8%), y cocaína (1,7%) que sus compañeras
mujeres (a excepción de los inhalantes, donde la prevalencia es de 1,0% en varones

14
versus 2,2% en mujeres) (CEDRO, 1998), así como de pertenecer a una de las 380
pandillas de jóvenes violentos que existen en la capital (PNP, 2000).
Según informaciones procesadas por el World Drug Report en 1997, del
Programa de Naciones Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas (PNUFID),
el consumo de marihuana y cocaína entre estudiantes secundarios se duplicó entre 1991
y 1994, asimismo la edad promedio de iniciación en el consumo de drogas se redujo de
14 a 13 años en el mundo (PNUFID, 2002). En el Perú, la edad de inicio para el
consumo de sustancias psicoactivas corresponde a la adolescencia temprana, mientras
que la incidencia del consumo es alta para las drogas legales e ilegales, siendo el alcohol
y el tabaco dentro de las drogas legales, las que mayor tasa de prevalencia de consumo
representa (87,2% y 60,5% respectivamente; CEDRO, 1998), especialmente entre la
población joven (Contradrogas, 1999; hoy Devida).
La lucha contra el consumo de sustancias psicoactivas viene siendo ejecutado
oficialmente por Devida (ex-Contradrogas) y por otros programas gubernamentales
planificados como parte de un Sistema Nacional de Atención del Adolescente integrado
por el Ministerio de Salud (a través del programa de salud escolar y del adolescente,
programa de control de enfermedades de transmisión sexual y SIDA PROCETS, el
programa materno perinatal y el programa de planificación familiar), el Ministerio de
Educación (a través del programa nacional de educación sexual, de alfabetización y el
programa de tutoría y prevención integral) y el Ministerio de la Mujer y Desarrollo
Social, este último a través de la Dirección Nacional de Niñas, Niños y Adolescentes.
Esta oficina diseña y ejecuta programas de prevención orientados al desarrollo
integral adolescente a través de la promoción del liderazgo y las habilidades sociales, la
creación de espacios de participación y el fomento del empoderamiento de los
adolescentes varones y mujeres en el país (La Rosa, 1998 y Cortázar, Francke y La
Rosa, 1998).
Finalmente, en lo que respecta a las políticas de juventud, la administración del
Estado ha creado recientemente (julio de 2002) el Consejo Nacional de la Juventud,
entidad con rango de ministerio conformada por jóvenes representantes de este grupo
poblacional, que tiene como función principal la promoción, coordinación y articulación
de políticas de Estado orientadas al desarrollo integral de los jóvenes, así como formular
los lineamientos, planes y programas que contribuyan a la promoción socioeconómica,
cultural y política de la juventud peruana (CONAJU, 2002).

5-El estado del arte en el estudio del comportamiento de infracción a la ley durante
la adolescencia
Una interrogante importante al momento de discutir las causas y las
características del comportamiento delincuencial entre los adolescentes versa en la
comprensión de su significado. En otras palabras, qué significa transgredir las leyes, que
motivaciones o necesidades están detrás del delito realizado por adolescentes.
Al respecto, la Psicología ha identificado caminos distintos que conducen a la
infracción penal. Por un lado, la Psicopatología evolutiva establece diferencias entre los
perfiles del delincuente juvenil, desde el modelo de la personalidad antisocial, la
psicopatía y la sociopatía; mientras que por otros la Psicología del desarrollo plantea las
causas desde las deficiencias en el desarrollo moral, el empleo de estrategias
desadaptativas de afrontamiento hacia el estrés y el aprendizaje de conductas
delincuenciales como instrumentos para sobrevivir frente a la adversidad, la
marginalidad, la exclusión social y la pobreza (Barletta y Morales, 2003).

15
Como señalan algunos autores, el término delincuencia tiene un significado
legal, y no es un constructo psicológico. En este marco, el término delito se refiere a un
acto tipificado penalmente, que rompe una ley y cuyo resultado es una pena o castigo.
Farrington (1983) señala que no existe correlato psicológico para este concepto
legal, ya que los delincuentes son tan diferentes entre sí que es imposible agruparlos en
una categoría. Sin embargo, el elemento común entre quienes cometen delitos es el acto
mismo de delinquir, que podemos entender como conducta antisocial, aunque no
necesariamente toda conducta antisocial es un delito (Kazdin y Buela-Casal, 2001).
Angenent y De Mann (1996) definen la conducta antisocial como aquellas
actividades que en términos de las normas y costumbres se consideran indeseables o
incluso inaceptables. Las formas más graves se llaman transtornos de conducta, por lo
que los autores concluyen que la delincuencia juvenil es un transtorno del
comportamiento penado por la ley.
Los estudios sobre factores asociados a la cultura delictiva en adolescentes son
amplios y han sido bien sintetizados por autores como Garrido (1997), Howe (1997),
Soria (1998) y Farrington (1993) entre otros muchos. Destacaremos los más
importantes.
En lo concerniente a factores externos se ha aludido con frecuencia a los valores de la
comunidad. Así mismo, el tipo de vecindario en que se vive y el estrato socioeconómico
de pertenencia son buenos predictores del comportamiento antisocial (Frías-Armenta, et
al., 2003).
Entre los factores interpersonales debemos mencionar tres especialmente
importantes: familia, escuela y grupos de pares. Con respecto a la familia se han
identificado factores estructurales como el tamaño, trabajo de las madres, el orden de
nacimiento y la ausencia de uno de los progenitores (especialmente la figura paterna).
Posteriormente se prestó mayor atención a factores dinámicos tales como el
clima familiar, la calidad de las relaciones vinculares, el apego del adolescente hacia sus
padres, la comunicación, los estilos de crianza y disciplina. La supervisión y el
monitoreo de los padres parecen ser un factor muy significativo, especialmente en el
caso de los adolescentes varones (Angenent y De Mann, 1996). Así mismo, Farrington
et al. (2001) encuentran una alta concentración de delincuentes en las familias. El
arresto de un familiar, particularmente del padre o de alguno de la misma generación
promueve la delincuencia (Iza, 2002).
Acerca de la escuela, las experiencias de fracaso escolar constituyen siempre un
factor de riesgo mientras que el logro representa un factor protector. También resultan
importantes la actitud del adolescente hacia la escuela –es decir, si la considera un
espacio placentero y útil para su desarrollo personal- y el compromiso con las metas de
aprendizaje. En cuanto al grupo de pares, frecuentar amigos que son delincuentes,
portan armas o consumen drogas, constituyen un excelente predictor de la delincuencia
(Seydlitz y Jenkins, 1998).
Killias y Ribeaud (1999), en un estudio realizado en 12 países de Europa y
Estados Unidos, encuentran una alta relación entre el consumo de drogas y los delitos
contra la propiedad y el tráfico de drogas, aunque esto por si solo no predice la
delincuencia.
Por último, identificamos los factores internos o intrapersonales. Además de la
edad y el género, podemos encontrar aspectos biológicos, cognitivos y afectivos. Los
biológicos incluyen la herencia, especialmente en los casos en que existe algún trastorno

16
de personalidad asociado. También ha sido estudiado el efecto de las hormonas –
principalmente andróginos- durante las etapas pre natal y puberal.
Un bajo nivel intelectual parece así mismo contribuir al riesgo de cometer
delitos, aunque esto es discutido debido a aspectos prácticos de la medición de la
inteligencia. En cualquier caso parece existir un menor rendimiento en tareas verbales
medida en que reduce la capacidad para lidiar con tareas académicas, disminuyendo el
rendimiento escolar. Esto repercute en el autoconcepto, aliena de compañeros y
profesores y puede acabar generando una mala actitud hacia la escuela, oposicionismo o
deserción escolar (Quay, 1987).
Henry y Moffitt (1997) utilizan técnicas de neuroimagen y encuentran correlatos
físicos de deficiencias ejecutivas. Estas incluyen déficits en habilidades como
comprensión verbal, atención, concentración, formación de conceptos, abstracción,
anticipación y planificación.
En lo que respecta a los factores afectivos, se ha estudiado mucho la relación
entre psicopatología y delito. La asociación más evidente tiene que ver con el trastorno
de personalidad antisocial y sus precursores en la infancia: trastorno de déficit de
atención por hiperactividad, trastorno oposicionista y trastorno de conducta (Lahey y
Loeber, 1992).
Así mismo han sido identificados algunos rasgos de personalidad frecuentes en
los infractores como son la impulsividad, dificultad para postergar la gratificación,
autoconcepto disminuido, falta de habilidades sociales, poca empatía y poca capacidad
de sentir culpa (Blackburn, 1995).
De acuerdo a la clasificación de Lykken (2000), en el espectro del delito
perpetrado por adolescentes, un grupo de adolescentes infractores y delincuentes
juveniles delinquen como consecuencia de tres factores predisponentes que pueden
constituirse progresivamente en un patrón de comportamiento antisocial:

1.-Intensificación de las transformaciones psicológicas propias del periodo evolutivo.


2.-Exposición temprana a una socialización deficiente como consecuencia de una
práctica familiar negligente y composición familiar insuficiente, lo cual daría origen a la
Sociopatía.
3.-Presencia de rasgos temperamentales elevados como la búsqueda de sensaciones, la
impulsividad y la ausencia de miedo, que desencadenarían la Psicopatía.

Como hemos revisado hasta el momento, las características del macrosistema, el


mesosistema y el exosistema resultan importantes predictores de la delincuencia juvenil.
Sin embargo, pese a existir consenso respecto a una participación simultanea entre
variables externas e internas, son estas últimas las que mayor controversia generan.
Al respecto, Quay (1987) indica que en casi la mayor parte de los casos, los
delitos violentos y el crimen se asocian más con factores internos y con una mayor
perturbación psicológica en comparación con delitos cometidos por adolescentes que
constituyen faltas menores hacia la autoridad parental y no parental, por lo que aún no
existe suficiente información sobre los delitos contra el patrimonio, que si bien pueden
poseer una ocurrencia violenta, se explica más –en Latinoamérica- por la pobreza y las
variables del entorno sociocultural que por factores endógenos como la personalidad.
En todo caso, un patrón consistente de episodios de delitos durante y después de
la adolescencia constituye el mejor criterio predictivo para clasificar entre grupos de
adolescentes en riesgo de convertirse en futuros delincuentes adultos, y adolescentes

17
que experimentan una intensificación de algunas de las características de este periodo
evolutivo.
A continuación, presentamos un modelo empírico de problemas de conducta
durante la adolescencia propuesto por Dodge y Pettit (2003), que resume de manera
esquemática las vías explicativas causales, moderadoras y mediadoras del
comportamiento de infracción a la Ley Penal en esta población.

Modelo biopsicosocial del desarrollo del


comportamiento de infracción a la ley

Predisposición Predisposición
biológica biológica

Estilo Conducta de
parental Procesos Infracción a la
Pares mentales Ley Penal

Contexto Contexto
sociocultural sociocultural

Dodge & Pettit, 2003

6-El sistema de reinserción social del adolescente infractor en el Perú


Los Centros Juveniles en Perú, desde la creación del primer Correccional de
Menores en 1902, han sido administrados por diversas instituciones como: la Iglesia,
Policía Nacional, el Ministerio de Justicia, el Ministerio de Salud, el Ministerio de
Educación y el Ministerio de la Presidencia a través del Instituto Nacional de Bienestar
Familiar (INABIF).
Los métodos “readaptativos” que se utilizaron fueron de carácter empírico y
ajustados a la concepción de la época: moral, psiquiátrico, represivo, asistencialista,
entre otros, los cuales probaron una y otra vez ser ineficaces, propiciando más violencia
y resentimiento de parte de los adolescentes en correspondencia con el sistema de
atención sucesivamente aplicado (Delgado, 2003).
Mediante el Decreto Legislativo Nº 866, Ley de Organización y Funciones del
Ministerio de la Mujer y el Desarrollo Humano, de fecha 25 de octubre de 1996, se
transfiere a la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Ejecutiva del Poder Judicial, las
funciones relacionadas con la rehabilitación para la reinserción en la sociedad de los

18
adolescentes infractores de la Ley penal, es decir, aquellos que cumplen una medida
socioeducativa en libertad o privativa de tal.
Para este propósito, se crea la Gerencia de Operaciones de Centros Juveniles
como órgano de línea de la Gerencia General de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión
Ejecutiva del Poder Judicial, el 25 de noviembre de 1996 hoy Gerencia de Centros
Juveniles, órgano de línea de la Gerencia General del Poder Judicial.
Desde ese entonces, la Gerencia de Centros Juveniles ha asumido el reto de dar
un viraje radical al tratamiento de los adolescentes, coherente con las normas
internacionales y nacionales vigentes sobre administración de justicia a menores de
edad, como la Constitución Política del Estado y el Código de los Niños y
Adolescentes, tendientes a la promoción y mantenimiento de la paz con justicia social,
en este contexto se desarrollaron una serie de estrategias de intervención con miras a
elevar la calidad del servicio y brindar una posibilidad de cambio en base a un trabajo
técnico planificado.
La Gerencia de Centros Juveniles tiene como principal objetivo institucional y
compromiso social, rehabilitar al adolescente infractor, favoreciendo de esta manera,
una reinserción social efectiva. Para ello se elaboró y se aprobó mediante Resolución
Administrativa del Titular del Pliego del Poder Judicial Nº 539-97, del 25 de noviembre
de 1997, el Sistema de Reinserción Social del Adolescente Infractor, y su
modificatoria aprobada por R.A. Nº 075-SE-TP-CME-PJ del 03 de febrero del 2000.

Sistema de Reinserción Social del Adolescente Infractor


Se trata de un documento técnico normativo, especializado en el tratamiento del
adolescente infractor, el cual comprende una serie de programas, métodos, técnicas e
instrumentos de carácter eminentemente educativos, acorde con las leyes y normas
compatibles con los derechos humanos.
En este documento, el adolescente infractor es una persona en desarrollo, sujeto
de derechos y protección, quien debido a múltiples causas ha cometido una infracción a
la ley, por tanto, requiere de atención especial e individualizada que permita desarrollar
sus potencialidades, afectos, habilidades, valores y hábitos adecuados, dentro de un
proceso educativo integral. Dicho proceso se lleva acabo a través del medio abierto y el
medio cerrado, según la medida socioeducativa que corresponda.
El Nuevo Código de los Niños y Adolescentes (Ley 27337), establece, que el
internamiento preventivo de los adolescentes infractores de la Ley Penal, así como la
medida socioeducativa de internación se cumplen en los Centros Juveniles del Poder
Judicial. El ingreso así como su permanencia en ellos a través de una sentencia se
producen por resolución judicial, el mismo principio rige para las medidas en libertad.
El adolescente tiene derecho a su identidad, privacidad e imagen, más aun
cuando se encuentra en situación de víctima, autor partícipe o testigo de una infracción,
falta o delito, prohibiéndose conforme a ley en todos estos casos la publicación de su
imagen e identidad negativas a través de los medios de comunicación.
Por ello, el trabajo de imagen en los Centros Juveniles es importante en cuanto
está orientado estrictamente a promocionar el cambio del adolescente en sus aspectos
más positivos y sensibilizar a la comunidad para contar con su participación activa en la
tarea que representa la Reinserción Social del Adolescente Infractor.
A continuación se describen las características de organización más importantes
del mencionado sistema, así como los tipos de delitos cometidos por la población
atendida hasta setiembre de 2003.

19
Fundamentos del Sistema Metodológico
La Razón : Cambio de actitud a través del conocimiento.
La Fe : Adquisición de valores espirituales.
El Respeto : Propiciar una cultura de Paz.
El Afecto : Clima de confianza y apoyo emocional.

Programas Educativos en Medio Cerrado


; Bienvenida : Recepción e Inducción
; Programa I : Acercamiento y Persuasión
; Programa II : Formación Personal
; Programa III : Formación Laboral

Programas Educativos en Medio Abierto


; Programa IV : Residentado Juvenil
; Programa V : Orientación al Adolescente:
• Libertad Asistida
• Libertad Restringida
• Semilibertad
• Prestación de Servicios a la Comunidad

Programas Educativos Complementarios


; Programa de Atención Intensiva:
Adolescentes con serios problemas de conducta
; Programa:
Adolescentes madres y/o gestantes e hijos.
; Programa Huellas en la Arena:
Adolescentes externados (en seguimiento)

Delitos cometidos por los adolescentes infractores a setiembre de 2003

MOTIVO DE INGRESO

Terrorismo
0%
Otros
8%

T. Drogas
Pandillaje
4%
5%

Robo / R. Agravado
40%
Hurto
10%

Lesiones / L. graves
5%

Homicidio
10%

Violación
18%

20
Ubicación geográfica de los Centros Juveniles a nivel nacional

Población Atendida en los Centros Juveniles


PERIODO 2002

P.E.
P.E.==117
59
P.A. ==151
P.A. 98

D.J. DE PIURA
Y TUMBES

P.E. = 85
P.A. = 324

P.E. = 83 D.J. DE
P.A. = 111 LA LIBERTAD

P.E. = 119
P.A. = 237

P.E. = 461
P.A. = 1307
P.E. = 54
P.A. = 177
P.E. = 248
P.A. = 807

P.E. = 31
P.A. = 93

P.E. = 94
P.A. = 281

D a to s H is tó r ic o s
AÑOS 1997 1998 1999 2000 2001 2002
P o b . A te n d id a 2402 2817 3120 3387 3368 3761
F u e n t e : P O D E R J U D I C I A L - G e r e n c i a d e C e n t r o s J u v e n ile s - 2 0 0 3

21
Edad de los adolescentes infractores a setiembre 2003

EDADES

450
400 410

350
300
250
200 214
183
150
117
100 97
50 60
27 16
0 3 4
12 años 13 años 14 años 15 años 16 años 17 años 18 años 19 años 20 años 21 años
a más

7-Aspectos sociales de los efectos de la delincuencia juvenil: el fracaso de las


agencias de socialización, las políticas de atención y los costos sociales

Violencia y criminalidad
La violencia, históricamente, ha estado presente en el desarrollo de la
humanidad. Hoy en día, sin embargo, en los umbrales del fin de la modernidad, como
consecuencia de profundos cambios sociales al nivel global, la violencia requiere un
nuevo paradigma de comprensión4.
El carácter legitimador de la violencia ha sido diluido por la crítica; el conflicto
político ha sido desplazado por el conflicto de las identidades culturales; el totalitarismo
de la razón instrumental ha anulado la subjetividad; el imperio del mercado y la
inversión en la relación capital-trabajo ha provocado masas de desempleados; el
mecanismo de la globalización: centro-periferia, viene postergando en la marginación y
exclusión a millones de pobres. En medio de estas transformaciones socioculturales la
violencia se expresa y se impone en distintas formas y niveles.
Una de sus expresiones es la violencia anómica, fenómeno social que emerge
dentro de los procesos de industrialización y urbanización de las sociedades modernas,
constituyendo uno de los principales problemas de nuestra contemporaneidad. América
Latina, según el Banco Interamericano de Desarrollo la región además de desigual, más

4
Wieviorka, Michel...O novo paradigma da violencia,. En Tempo Social. Revista da Sociología da USP.
Vol. 9, N° 1, Sao Paulo, FFLCH, USP, 1989. Pp. 5-41.

22
violenta del mundo, dedica más del 14% del PBI a los problemas de la violencia urbana,
siendo el principal factor que afecta sus posibilidades de desarrollo5.
Desde esta perspectiva la violencia afecta el capital financiero en la medida que
trae gravísimas consecuencias económicas como la pérdida de bienes y horas de trabajo,
gastos en salud y seguridad, limita el comercio, entre otros; pero también debilita el
capital humano, esto es, la calidad de vida de las personas porque provoca miedo,
inseguridad y ansiedad. De igual modo, influye en el capital social porque perturba la
convivencia social generando aislamiento y desconfianza, y debilitan la identidad y
organización comunitaria.
Este tipo de violencia, asociada a prácticas ilegales, trasgresoras del orden social
y jurídico (criminalidad), representa en las sociedades latinoamericanas un problema de
primer orden. El miedo al crimen, principal factor de inseguridad, se fundamenta en la
percepción de un importante crecimiento de la criminalidad violenta, la exposición a la
violencia directa o indirectamente, la información recibida de los medios de
comunicación y el sentimiento de insatisfacción frente a sistema penal. Todo ello hace
que, los ciudadanos exijan al Estado cada vez más, mayores medidas de control y
represión del crimen violento; incluso provoca el surgimiento de iniciativas organizadas
de autodefensa comunitaria. Con lo cual no hacen sino alimentar una ideología del
orden y la seguridad, así como incrementar el poder policial y punitivo con medidas
pasajeras y de impacto social que a largo plazo resultan contraproducentes.
Los medios de comunicación, por su parte, juegan un papel importante en la
configuración de representaciones colectivas sobre todo del crimen violento
(homicidios, secuestros, asaltos a mano armada, etc.), y por tanto de la inseguridad
ciudadana. Esta violencia representada y difundida en los medios presenta modelos
estereotipados que sobredimensionan la violencia y acrecientan la inseguridad
ciudadana.

8-Epidemiología de la delincuencia juvenil


La ciudad de Lima, cuya población oscila los 7 millones de habitantes, está
considerada dentro de las ciudades más peligrosas de América Latina. Sigue en un
segundo orden a ciudades muy violentas como Río de Janeiro, Medellín, Cali, México
D.F. y Caracas. Durante el 2001, se han registrado 1,700 homicidios, 32,000 hurtos y
28,000 robos6; cifras que, en comparación con años anteriores, revelan un preocupante
crecimiento de la violencia.
Una de las expresiones de esta violencia y donde están involucrados
adolescentes y jóvenes está representada por las llamadas pandillas. Según la Policía
Nacional del Perú, en Lima existen cerca de 400 pandillas integradas por 13,000
adolescentes y jóvenes entre los 12 y 23 años de edad. Cada pandilla, generalmente
adscrita a un territorio y cuyo número de integrantes es bastante relativo, al punto que
puede llegar incluso a superar los 300 integrantes, genera violencia contra grupos
rivales causando daños a la vida, el cuerpo y la salud, incluso a la propiedad; sin
embargo, cada vez más, la violencia de estos grupos se viene tornando criminal por los
asaltos y robos que cometen en forma reiterada.

5
Londoño, Juan Luis, ed...Asalto al Desarrollo. Violencia en América Latina.- Washington, D.C., Banco
Interamericano, 2000. p. 27.
6
Fuente Aprosec. El Comercio, 16/04/2002. A6.

23
En estos últimos años, la infracción a la ley por parte de adolescentes integrantes
de pandillas o no, se ha elevado sustantivamente. Según la Defensoría del Pueblo en
estos últimos 3 años, el número de adolescentes privados de libertad en los Centros
Juveniles se han incrementado en un 138%7; siendo las infracciones más frecuentes las
referidas a delitos contra el patrimonio (46.4%), contra la libertad sexual(19.4%) y
contra la vida, el cuerpo y la salud (14.1%).

Perfil sociofamiliar de las y los adolescentes con conductas violentas o infractoras


En 1998, la Defensoría del Pueblo entrevistó a 467 adolescentes (438 hombres y
29 mujeres) internos bajo cargos penales en los Centros Juveniles de todo el país con la
finalidad de realizar un perfil personal, social, económico y jurídico del adolescente
infractor8.
Los resultados de este estudio señalan que el 85% de los adolescentes vive en
circunstancias personales, sociales y económicas difíciles; proceden de sectores de la
población que padecen extrema pobreza. Asimismo, padecen de graves deficiencias en
el plano educativo y tienen una baja o nula instrucción formal, siendo los índices de
retraso y deserción escolar muy significativos.
El 62% procede de familias incompletas y desestructuradas, donde el gran
ausente es el padre. Expresan una marcada desintegración familiar, la cual no es capaz
de garantizar mecanismos de control. Además de estas características es importante
señalar que muchos de ellos consumen drogas (terokal, marihuana y PBC); tienen un
manejo inadecuado de la sexualidad que los lleva a ser padres a corta edad; carecen de
documentos personales que afectan el ejercicio de sus derechos (partida de nacimiento,
boleta del militar, etc.). Además, tienen dificultades para reconocer y respetar derechos
y normas sociales establecidas, y carecen de habilidades básicas para controlar impulsos
y conductas violentas y depresivas.

Priorización del control social punitivo


Desde la época del derecho romano se establecían consecuencias legales de las
conductas de los jóvenes y de los niños; así, el derecho romano tenia las categorías de
infantes (hasta 7 años), impúberes (entre 7 y 14 años) y minores (de 14 a 25 años).
En el Perú, para enfrentar la infracción a la ley se cuenta con un sistema penal
para adolescentes. Sistema que se ha venido construyendo desde que el Perú suscribió y
ratificó la Convención sobre los Derechos del Niño a inicios de la década de los 90. A
partir de ese momento se ha establecido un cuerpo jurídico (Código del Niño y del
Adolescente) con normas sustantivas y procesales para regular la infracción de
adolescentes, de acuerdo a la doctrina de la Protección Integral de la infancia y la
adolescencia. Con lo cual, se establece un conjunto de derechos y principios
fundamentales del debido proceso aplicados a adolescentes9, y se conforma un modelo de
justicia distinto al tutelar que regía anteriormente.

7
En 1997 eran 467, y en agosto del 2000, 879.
8
Defensoría del Pueblo – Programa de Asuntos Penales y Penitenciarios / Instituto Latinoamericano de
Naciones Unidas para la Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente: Informe inédito, 1998, pp.
33-42.
9
Derechos: derecho a no ser retenidos arbitrariamente, derecho a no ser maltratado, derecho a ser
colocado en un ambiente separado de los adultos, derecho a ser informado de las razones de detención,
derecho a la defensa, derecho a doble instancia, derecho de confidencialidad.

24
Modelo Tutelar Modelo de Justicia
Menor, ser incompleto Adolescente, figura central del proceso
en situación irregular En conflicto con la ley
Objeto –sujeto pasivo Sujeto de derechos
Sin derechos Con derechos
Sin garantías procésales Con garantías procesales
Juez = padre y figura central del Juez
proceso
Medida a criterio del juez Sanción con fines educativos
Ni imputable – sin responsabilidad Imputable - con responsa. atenuada
Medidas beneficiosas Sanciones- restricciones de derechos
Sistema inquisitivo: juez investiga y Sistema contradictorio: doble instancia
juzga
Internamiento indeterminado Internamiento como último recurso
Jurisdicción indeterminada y proceso Jurisdicción especializada. El proceso
escrito, secreto y privado se divide en fases
El proceso se inicia sin acusación Intervención judicial mínima
Sanciones con fines educativos
Abogado defensor es posible, no Abogado defensor obligatorio
necesario
Limitación a recursos legales Amplia utilización de recursos legales
Rol preponderante de los trabajadores El menor de edad responsable de sus
sociales actos
Objeto del proceso: investigación de la Se aplican formas anticipadas para la
personalidad y peligrosidad del menor conclusión del proceso

Además, en este esfuerzo de adecuación a la Convención, se han creado


organismos especializados para administrar justicia: se crea la División Policial del
Niño y del Adolescente (DIVIPOLNA), los Juzgados y Fiscalías de Familia, así como
los Centros Juveniles de medio abierto y cerrado. De igual modo, se han dictado cursos
de capacitación a los operadores de justicia para que puedan aplicar adecuadamente la
ley a los adolescentes infractores.
A pesar de estas reformas, aún se mantienen prácticas tradicionales que
desvirtúan los principios de la doctrina de la protección integral. Por ejemplo, el
internamiento debería ser el último recurso, sin embargo en práctica se da todo lo
contrario: en agosto del 2000, de los 1,043 adolescentes en Centros Juveniles, 879
(84%) están en sistema cerrado, y sólo 164 en sistema abierto.
Uno de los principales factores que han influido en esta distorsión del proceso ha
sido precisamente la violencia juvenil. El sistema penal de adolescentes no previó la
dimensión del fenómeno; y por tanto los operadores, presionados por la opinión pública
que a través de los medio de comunicación demanda mayor control y represión, se ven
obligados a preferir la defensa de la sociedad antes que el interés superior del niño.

Principios: principio de Interés superior, principio de legalidad, principio de imputabilidad, principio de


inocencia, principio de celeridad, principio de abstención de declaración, principio de contradictorio,
principio de la ultima ratio, principio de diversión, principio de la desjudicialización

25
Frente a la violencia juvenil y adolescente la respuesta del Estado ha sido
reactiva, antes que pro activa. Se dieron un conjunto de leyes punitivas (del pandillaje
pernicioso, la violencia en espectáculos públicos y el servicio comunal especial)
carácter simbólico, disuasivo y criminalizador. Dichas leyes, simbólicamente,
respondían a la demanda de mayor represión presente en la población; pero también
buscaban disuadir a las pandillas. Sin embargo, lejos de haber sido efectivas, han
criminalizado innecesariamente una conducta que ya estaba regulada por el Código del
Niño y del Adolescente.

9-Propuestas de intervención y recomendaciones


El diseño e implementación de una política de prevención de la violencia urbana
y juvenil requiere una voluntad política y una propuesta técnica, que parte de asumir
conscientemente la dimensión del problema y de la necesidad de actuar sin más demora,
antes que sea demasiado tarde. La principal limitación para asumir esta condición está
en la ausencia de un diagnóstico real y confiable que permita visualizar el problema y
proyectar sus consecuencias en el mediano y largo plazo.
Una segunda condición para contar con políticas de prevención adecuadas y
eficaces está centrada en el enfoque. La complejidad de la violencia nos obliga a contar
con un enfoque integral; por un lado, es necesario construir un sistema de control
situacional que disminuya las oportunidades de cometer delitos en las comunidades
locales afectadas por la violencia, promoviendo la organización y participación vecinal
en coordinación con la policía; y por otro, elaborando un programa de protección y
promoción de la población adolescente involucrada en la violencia o expuesta a ella,
involucrando a la vez a instituciones públicas y privadas en un trabajo en red con
responsabilidades claras y definidas en forma conjunta.
Una tercera condición para la prevención de la violencia es la constitución de
una instancia pública multisectorial que coordine las políticas y monitoree los
programas locales a implementarse.
Para llevar a cabo esta política preventiva existen algunas necesidades a atender
en forma prioritaria. En principio, es importante que dichas políticas estén regidas por el
principio del Interés Superior del Niño y del Adolescente. Lo cual significa que la
protección de la sociedad no puede soslayar la importancia y necesidad del pleno
respeto de los derechos de los adolescentes involucrados en la violencia o la infracción a
la ley.
Luego, es imprescindible construir un sistema público de producción de
información sistemática y permanente; que permita observar el desarrollo de la
violencia, identificar las zonas peligrosas, los tipos de delitos, las organizaciones
criminales, entre otros; pero también, observar los resultados de los programas y las
experiencias que se implementen.
También, es importante involucrar en esta tarea a los medios de comunicación,
no sólo en la sensibilización sino también en el manejo responsable de las noticias; a la
escuela pública, con programas que trabajen con los adolescentes con problemas de
conducta y así evitar su expulsión; al Ministerio de Salud, a fin de atender los problemas
de acceso a servicios e información sobre salud sexual y reproductiva de las y los
adolescentes, así como el consumo de drogas, entre otros comportamientos de riesgo; y
a distintos organismos públicos y privados en la capacitación técnica laboral de esta
población, especialmente de aquellos que cuentan con escasas oportunidades.

26
Por último, el sistema penal juvenil debe ser fortalecido, no en el sentido que sea
más represivo, sino en que la intervención del Estado sea realmente resocializadora.
Todo tipo de maltrato, sobre todo en comisarías, debe erradicarse, la experiencia de
pasar por las instituciones penales debe ser una experiencia que ayude a desarrollar el
sentido de responsabilidad de los adolescentes infractores, que se promueva la
desjudicialización de la pobreza adolescente y juvenil a través de dar prioridad a las
medidas alternativas a la privación de libertad.

10-Conclusiones
Las conclusiones a las que podemos llegar son las siguientes:

1.Considerando que toda Política Criminal tiene por finalidad la prevención del crimen
y sus efectos; una Política Criminal dirigida a los adolescentes debe tener como marco
doctrinal los principios garantistas de la Protección Integral.
2.El objetivo de toda Política Criminal que tiene como destinatarios a los adolescentes
es la prevención, en consecuencia como instrumento prioritario se deben considerar las
políticas preventivas a todo nivel.
3.La Prevención Primaria debe concebir primordialmente las políticas sociales como
mecanismos efectivos para garantizar la condición de sujeto de derechos de los niños y
adolescentes y consecuentemente, prevenir el comportamiento de infracción a la Ley
Penal.
4.La Prevención Secundaria y Terciaria en la Política Criminal deben considerar el
proceso penal especial como una estrategia para favorecer la inserción social y
socialización del adolescente, cumpliendo su finalidad educativa.
5.Es imperiosa la necesidad de realizar investigación psicológica sobre las
características del fenómeno de la delincuencia juvenil, con el fin de conocer las
particularidades de este problema psicosocial e intervenir de manera efectiva.
6. Es necesario identificar qué variables determinan que entre adolescentes expuestos a
las mismas condiciones externas (como la pobreza y la exclusión social
latinoamericana), algunos cometan delitos y otros no, para diseñar estrategias de
prevención terciarias que amortigüen los efectos de aquellas variables que predisponen
al delito entre adolescentes.

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