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(Los pequeños cantos, 1971)

Alejandra Pizarnik

nadie me conoce yo hablo la noche


nadie mi conoce yo hablo mi cuerpo

nadie me conoce yo hablo la lluvia


nadie me conoce yo hablo los muertos

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(La muerte me da, Cristina Rivera Garza)

El cuerpo y la línea

Son los diá s de los escritorios de metal, las pantallas en color verde, las sopas instantáneas.
Los días de
esas muertes, son. Los recuerdo. Lo recuerdo bien. Lo recuerdo todo. Mi vestido rojo. Mi
hambre (siempre tenía hambre). Mi gusto por el corte súbito de la frase.

Nunca hablamos de Pizarnik tú y yo.

Nunca hablamos de su prosa. De sus problemas con la prosa. De su deseo por la prosa. De
su deseo (insatisfecho) por la prosa.

Mientras los hombres moriá n (porque el destino de los hombres es morir) marcados por el
objeto
con filo, yo cortaba la frase. Gustosa
abriá la liń ea (como el que abre una lata de sardinas)

la probabilidad de otra liń ea. Bifurcaba

una mano a la derecha y otra mano a la izquierda el cuerpo en medio, el cuerpo


marcado por la apertura de la liń ea
caiá . Desangrado.

El cuerpo solo.

La Nota Roja anunciaba al diá siguiente: nunca hablamos de la prosa.


Debemos hablar de la prosa. La prosa es [ilegible]. Cosa por hablar.

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(Da arte das armadilhas, Ana Martins Marques)

I LIKE MY BODY
o meu corpo tão mais bonito
junto ao seu
músculos, pelos
meus seus cabelos
encostados nossos
joelhos juntos
densos, compactos
acidentes de ossos
nos seus braços
os meus braços
tão melhores
mãos encontradas
ao acaso das vértebras
um caminho
áspero, liso
pela pela
(sua língua
lenta
entre
entra)
o meu corpo tão mais bonito
junto ao seu
côncavas, iguais
nossas bocas
se recebem
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(Manca, Joana Adckok)
Este cuerpo de mujer que habito
desde dónde he alzado una mano para tocar el cabello
de Moisés haciéndose tierno de repente
con lágrimas puestas al revés de toda una infancia
de cortar conejos agarrarse los huevos cargar al mundo
arreglar con voltímetros blandir llaves inglesas taladrar
paredes soldados proteger
la suavidad de nuestros ángulos nuestra sabiduría
de cortinas, desde donde he aleteado pestañas
para enamorar a tres, cuatro desde donde he trazado
la “S” sinuosa del deseo
a la que Crátilo llamó “serpiente” y Adán llamó
“percepción de flujo”
desde donde me he cansado de cuidar
como Teresa y Diana
el miedo que no sentían al tocar leprosos
con sus manos inmaculadas, los labios
con que besaron
sus benditas llagas, desde donde he lavado la grasa
del taller
dejando remojar fibras en un río de saliva universal desde
donde he sangrado gotas malogrado abonado el trigo
la hiedra desde donde he sido parcela toda ubérrima
donde rumian las cabras

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