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El Ecumenismo Catolico
El Ecumenismo Catolico
EL ECUMENISMO:
Esta situación de división, separación, exclusión y condena en nombre de Jesús entre las Iglesias cristianas no podía
continuar. A finales del siglo XIX surgen actitudes, esfuerzos y acciones de los cristianos y de las distintas iglesias
cristianas en busca de la unidad, para así cumplir la voluntad de Jesús. Este conjunto de deseos, búsquedas y
encuentros se llama ecumenismo.
El ecumenismo nació en la ciudad de Edimburgo el año 1910 por iniciativa de algunas iglesias protestantes, a raíz del
escándalo que suponía la división de las iglesias en las zonas misioneras.
Las iglesias protestantes fueron acercando sus posturas doctrinales y pastorales, y en el año 1948 fundaron el Consejo
Mundial de las Iglesias. Sus objetivos eran: vivir la fraternidad entre las iglesias, dialogar desde la igualdad y trabajar
para llegar a formar una sola Iglesia como quiso Cristo.
Los católicos, ante la cerrazón de la doctrina y la actitud pontificia, comenzaron a potenciar los encuentros entre
cristianos y favorecieron el ecumenismo espiritual: rezar a Dios por la conversión y el cambio de corazón de los
cristianos (así nació la semana de oración para la unidad de los cristianos). Las experiencias vividas por cristianos de
diferentes Iglesias en la Alemania nazi ayudaron al conocimiento y al encuentro entre cristianos. Poco a poco la postura
oficial se fue abriendo a la realidad del ecumenismo y se dieron los primeros pasos de acercamiento por parte católica.
Estas son las principales diferencias entre el catolicismo y el resto de confesiones cristianas y algunos de los puntos en
común:
Anglicanos:
La cuestión de la sucesión apostólica, de la que depende la validez de sus ordenaciones episcopales y
presbiterales. La cuestión de la autoridad del Papa y los obispos, la de los sacramentos.
Hoy en día los temas son más concretos. Por ejemplo, la ordenación de mujeres al sacerdocio, que muchos
anglicanos no aceptan y que está promoviendo muchas conversiones al catolicismo entre pastores y fieles,
tanto en Europa como en América.
Luteranos
El luteranismo carece de concepto claro de Iglesia. Para ellos la Iglesia es la local, parroquia o comunidad que
se reúne para rezar y oír la Palabra.
La Palabra de Dios es el fundamento de su fe cristiana, aunque ésta admita interpretaciones diferentes por
cada uno. Por tanto, carecen de autoridad eclesiástica y de una instancia que defina la fe cristiana con
claridad. Tampoco tienen una teología sacramental estructurada.
El único sacramento que conservan “vivo” es el santo bautismo. Bautizan, desde luego, válidamente. En
cuanto a la Eucaristía hay entre ellos muchas opiniones. A veces celebran la Eucaristía, pensando que al estar
reunidos en nombre de Cristo Él está en medio de ellos.
Con los luteranos se ha llegado a un acuerdo sobre la justificación del hombre ante Dios por los méritos de
Jesucristo. En un documento elaborado durante diez años llamado La Justificación se expone la doctrina de
ambas Iglesias, que en realidad es la misma, pero que había sido malentendida por los luteranos en cuando a
la Iglesia católica, al pensar que nosotros tratábamos de obtener la justificación ante Dios Padre por medio de
la Virgen María o de los santos. Ahora está claro que no es así.
Ortodoxos
Tienen toda la estructura eclesial y sacramental intacta desde los tiempos apostólicos. Lo único que les falta es
la obediencia explícita al Romano Pontífice, al que llaman el Patriarca de Occidente.
Los católicos podemos acercarnos a su eucaristía y participar en ella o confesarnos si no tenemos una iglesia
católica en las cercanías. Aunque conviene preguntar al párroco ortodoxo si nos admite, para evitar el
escándalo. Ellos son siempre admitidos a recibir los sacramentos en la Iglesia católica, si lo desean.
Juan Pablo II agradeció a la Iglesia Ortodoxa Búlgara el cuidado que tuvo de los fieles católicos durante el
tiempo de la gran persecución comunista a la Iglesia católica.
El Concilio Vaticano II abrió definitivamente las puertas al diálogo y a la comprensión y cerró las heridas de tantos años
de incomprensión y enfrentamiento. Había llegado el momento de emprender el camino a la unidad.
Todavía no se ha conseguido la unidad. Las Iglesias están aún conociéndose, olvidando los viejos prejuicios y
trabajando en común con una misma ilusión. Gestos y realidades como Taizé y el encuentro de Asís de 1986 auguran
un final feliz.