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#Segundo Avance
#Segundo Avance
El concepto acoso sexual (sexual harassment) es empleado por primera vez en 1974 durante
un curso dictado en la Universidad de Cornell (USA) por un grupo de feministas para
analizar sus experiencias con los hombres en el mundo laboral y referirse al
comportamiento masculino que negaba su valor en ese mundo y que, aunque
superficialmente tenía apariencia sexual, constituía, en realidad, un ejercicio de poder.
(Bosch Fiol , y otros, 2009)
En este sentido, cabe recordar, como señalan, entre otras Ana L. Kornblit y Mónica Petracci
(2002), y han repetido otras/os muchas/os autoras/es, que, efectivamente, “el acoso sexual
es un problema de poder, no un problema sexual” y que incluye el empleo de la autoridad
para exigir satisfacciones sexuales, para imponer requerimientos sexuales indeseados para
la víctima en el contexto de una relación Pero también, es necesario remarcar, como hacen
por ejemplo Begoña Pernas y cols. (2000), Carme Alemany y cols. (2001) o Rocío Pérez
Guardo (2012), que, desde este punto de vista, el acoso sexual no es un problema de poder
jerárquico sino de poder de género. (Bosch Fiol , y otros, 2009)
Se entiende por acoso todo comportamiento por acción u omisión mantenido en el tiempo,
sea este verbal o físico, que tenga el propósito o produzca el efecto de atentar contra la
dignidad de una persona, en particular cuando se crea un entorno de indefensión,
intimidatorio, degradante u ofensivo. (Univeridad de la Rioja , 2017)
Los comportamientos que se califican como acaso sexual pueden ser de naturaleza:
El acoso sexual constituye una forma asimétrica de violencia asociada con la asimetría de
las relaciones de género propia de la cultura patriarcal y aunque no es un problema de los
tiempos actuales, cobra cada vez más vigencia debido a los avances en materia de derechos
humanos. Caballero, al analizar la acción social sobre el acoso sexual, identificó tres fases
importantes: la primera fase, contextualizada en la década de los 70s e influenciada por las
feministas norteamericanas, enfatiza la denuncia; la segunda fase, durante la década de los
90s, resalta la represión judicializada y la última fase corresponde al estudio científico
académico. (Castaño, y otros, 2010)
Algunos autores como Martínez y Cevallos optan por el término “experiencia sexual
infanto-juvenil no voluntaria” para enfatizar, más allá de los criterios legales y moralistas,
en el aspecto psicológico, en el impacto del grado de la posible voluntariedad en la
participación y en la evaluación subjetiva del episodio. En su estudio, estos autores
documentan ampliamente cómo los episodios abusivos afectan negativamente la confianza
y la disposición a la intimidad, además de las secuelas en la salud mental a corto, mediano
y largo plazo, generando depresión, ansiedad, síndrome de estrés postraumático, marcada
irritabilidad crónica, abuso de sustancias químicas, adicción, tendencias suicidas y
trastornos de la conducta alimentaria. La violencia sexual además conlleva sintomatología
física y otras consecuencias académicas y laborales. (Castaño, y otros, 2010)