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GRIMORIO

DE LA MUERTE
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

SEYCE Ediciones
© Gabriel Corona Ibarra Córdoba

SEYCE Ediciones

http://editorialseyce.3a2.com

Primera edición: Enero 2011

Impreso en España

ISBN: 978-84-614-6858-4

Depósito legal: B-00000000000000000

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización


por escrito del titular del copyright, la reproduc-
ción total o parcial de esta obra por cualquier
medio o procedimiento mecánico o electrónico,
actual o futuro, incluyendo las fotografías y la di-
fusión por Internet.
A mi Padre, Licenciado Alfredo Corona Ibarra

A quienes lo inspiraron

A quienes lo comprendan

sin otro particular un saludo,


quedando de usted s. s. s.

Gabriel Corona
Grimorio de la muerte

Escribo estas páginas empezando en el número cero; a ma-


nera de prólogo, ya que después de haber leído el contenido del
presente occursus, me inspiraron el siguiente cuento:

La diligencia de Fermina

Por Alejandro Robles Barrón

CAMINANDO tranquilamente por la gran avenida, embe-


bido en extraños pensamientos y aletargado en sendas epifanías,
súbitamente me vi de regreso en la realidad; como pluma de ave
titánica sentí que algo me había caído en la cabeza.
Era una lámina de cartoncillo, con la figura de un anciano
que sostenía una lámpara dentro de sus vestiduras, de barbas
blancas y mirada nostálgica, con el número nueve romano. Miré
hacia arriba, en dirección al balcón donde pudo haber salido des-
pedida; producto de algún influjo del ventarrón que acababa de
pasar. Subí la escalera de caracol que me conduciría hacia el
lugar exacto. Era una escalinata frágil en la segunda planta de un
antiguo edificio destinado a la renta de oficinas. Todas las puer-
tas se veían en desuso y selladas por el tiempo, sin embargo, la
última se encontraba entreabierta.
- Entra, la carta te eligió-, era la voz de un hombre octo-
genario, que resonaba desde el fondo de la estancia, oscura. En
la negrura de la pieza, pude admirar tapices persas colgados en

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

las paredes, espadas de diferentes tamaños y nomenclaturas. La


oscuridad no se debía precisamente a estos colguijes sino al cre-
cimiento de plantas trepadoras que hacía tiempo transgredían el
patiecillo exterior y que, sus ramas se habían metido a través de
las rendijas de las ventanas. El techo se veía plagado de ellas.
- No temas a los gnomos que habitan en el techo- aquella
voz se tornaba cada vez más ronca. El aire era fresco, frío por
algunos instantes. El piso estaba plagado de diminutos charcos,
producto de las lluvias recientes, el lugar no tardaría en sucum-
bir, la construcción sí que era frágil.
- Si has podido cruzar la primera sala, entonces no te preocu-
pes, llegarás.
- Disculpe señor; ¿cómo es que se le ha caído este icono, si
no hay lugar por donde arrojarlo? Las ventanas están práctica-
mente tapizadas, todo está ennegrecido… dije con la voz entre-
cortada.
- La personas, y aún las cosas, estimado peregrino, si son
honestas no tienen porqué salir despedidas e infames por las
ventanas; para ellas está la puerta-, un olor a tabaco empezaba a
impregnar el ambiente.
Cuando por fin estuve a unos cuantos pasos del ser miste-
rioso, de un tirón se encendieron varias velas a su alrededor. Las
flamas parecían salamandras bailarinas, que pendían de diminu-
tos pabilos. En los muros podiase admirar extrañas inscripciones
y dibujos ejecutados con gran maestría; un gallo con la guadaña
en sus patas, varias constelaciones, planetas y la palabra PER-
SEVERANCIA repetida en cada esquina de la sala.

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Grimorio de la muerte

- Muy bien que has podido traspasar todas las estancias, jo-
vencito; habitualmente cuando alguien viene siempre hay impe-
dimentos en alguna de ellas; de repente sienten una mano huesu-
da tocándoles el hombro, o una voz de ultratumba susurrándoles
palabras chocarreras; algunos sienten tanto frío que no hallan
el valor suficiente para llegar hasta aquí. Lo peor es cuando las
musas muertas, de rostros espectrales y cuencos oscuros en lu-
gar de ojos, salen del enramado y ¡ay de ellos!- era un anciano
vestido de levita y corbata de vieja usanza, muy elegante. Había
sendos volúmenes escritos en una lengua antiquísima sobre su
escritorio.
Alagado por tanta cortesía, me sentí en la obligación moral
de presentarme: - Mi nombre es…
- Sé tu nombre, desde hace mucho; de no saberlo, entonces
habrías sido otro de los tantos equívocos visitantes-. De su pipa
despedía un humo suave y denso, de tabaco aromático.
- ¿De dónde viene tanto misterio, señor…?- él no me había
dicho su nombre.
- Alfredo Corona, abogado -contestó muy digno-. Una mu-
jer bellísima ha venido desde muy lejos para dejarte un presente.
Ella, precisamente hoy, se encuentra indispuesta, por lo que ha
decidido retirarse a descansar. Sin embargo, me ha dado instruc-
ciones estrictas sobre lo que he de entregarte.
En su mano derecha lucía un anillo cuyo grabado parecía
ser el de la imagen de una rosa dentro de un triángulo invertido.
El trato de este caballero me inspiró tanta confianza, que dejé
de sentirme tenso. A la izquierda del escritorio se encontraba un

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

yelmo oxidado, coronado por un penacho de plumas apagadas y


despintadas por el paso implacable de los siglos. En su interior
había una vela blanca que se quemaba lentamente.
- Singular artilugio, ¿no?- mi curiosidad crecía cada vez
que admiraba los rincones y objetos que la luz de las velas me
permitía observar, el resto de la armadura se encontraba a mis
espaldas-. Fue el regalo que un poderoso monarca obsequió a
mis antepasados, sin embargo, no es precisamente una investi-
dura para la batalla terrenal. Este rey fue a su vez descendiente
un poderoso mago y monarca egipcio; quien logró dominar por
largos años el corazón de Europa. Se dice que, el metal con que
está hecha esta formidable armadura, hacía que su ocupante tras-
pasara las barreras del tiempo y del espacio. ¿Quieres conocer a
la dama de la que te he hablado?, es fácil; sólo debes ponerte el
yelmo y sabrás de quién se trata.
Decidido a romper con el velo del misterio que me envolvía
desde que entré a esa estancia, accedí valeroso. Te guiaré, dijo
serenamente mi extraño amigo.
- Debes apagar la vela con la yema de tus dedos, una vez
hecho esto, cerrarás los ojos…
Me puse el yelmo, el anciano comenzó a recitar oraciones
en una lengua desconocida; y lentamente sentí que mis ojos se
adormecían, entonces comencé a notar que una luz platina ilu-
minaba la sala; abrí los ojos y vi que los rayos del sol entraban
por las ventanas, totalmente despejadas y libres de ramajes mar-
chitos.
Se escuchaban pasos ligeros, era una mujer. Volví la mirada

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Grimorio de la muerte

y ahí estaba; una graciosa muchachita de grandes ojos y piel


pálida, cabello largo y de cuerpo delicado. Me miraba detenida-
mente:
- ¿Se siente bien? Últimamente lo noto muy silencioso y
letárgico, será mejor que vaya con un doctor-. No pude expre-
sar palabra alguna. De pronto, con una mirada pícara, la mujer
sonrió tiernamente: -Le tengo un regalo, para ver si alegra ése
ánimo-. La mujer corrió elegantemente para buscar el obsequio
en cuestión. Entonces de súbito sentí un gran cansancio y caí
desplomado sobre el piso, escuché un grito estridente envuelto
en llanto.
Abrí los ojos y recobré la movilidad, estaba de regreso en la
sala del anciano. Él encendió de nuevo la vela y colocó el yelmo
encima de ella. ¿Reconoció a esa mujer?, preguntó el anciano
con las manos juntas y la mirada dubitativa.
- La he visto, en sueños, sollozando; ella hace que despierte
nostálgico y muchas veces, triste- respondí aturdido.
- ¿Cómo es ella?
- Tiene una mirada serena, casi triste; aún así noté que per-
seguía el alegrarme con su marcha grácil; estuvo a punto de ha-
cerme un obsequio.
-¡Entonces ella es precisamente la mujer en cuestión!
De pronto el anciano se levantó y me dijo:
-Ven mañana a esta hora, ¿Qué día será? Viernes…
- Veintiocho de julio.
- La puerta estará abierta, pasa con toda confianza, ahí verás
la diligencia que ésta mujer me ha designado entregarte.

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Salí de exabrupto, o mejor dicho, así fui despedido de aquel


lugar. Todo el día estuve callado y pensativo; no pude dormir
en toda la noche. A la mañana siguiente, emprendí la marcha
presurosamente. Olvidé por completo cualquier otro asunto y
me dirigí al lugar dónde había sido testigo de las visiones más
extrañas. Subí desesperadamente hasta la estancia y me encontré
con mayúscula sorpresa: el lugar estaba completamente vacío.
Me dirigí hacia la tercera sala, donde un día atrás había con-
versado con el anciano. Sólo se encontraba en el escritorio un
libro viejo y carcomido, y encima de éste, una nota:
“Querido A…: he aquí la encomienda, nos veremos en la
otra vida. A…C…”.
Entonces tomé el libro entre mis manos y lo abrí; estaba
en blanco. De entre sus páginas amarillentas cayó un delicado
pedazo de papel escrito con antigua caligrafía, de tinta quemada:
“Exprese aquí su amor hacia mí, y revívame. Fermina M.
Julio veintiocho de mil ochocientos sesenta y cinco”.
Palidecí. Era ella, definitivamente.
Desde entonces, no he logrado conciliar el sueño, paso las
noches en vela; sin saber la fórmula ni el cómo revivir a ese her-
moso ángel, atrapado en las páginas amarillentas de éste libro.

Tepic, octubre de 2009

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Grimorio de la muerte

ADVERTENCIA

Este es el grimorio de los antiguos; gigantes que dejaron sus


huellas húmedas en la lava hirviente de las Salamandras, desde
el comienzos de los tiempo.
Es la sabiduría de sus raíces, y su linajuda herencia mística;
directamente de la casa de los dioses, es el conocimiento eterno
de generaciones que se han comunicado cada unos de los ritos,
desde la frontera última de sus labios, para que en un suspiro del
viento, y custodiado por un silfo llegue hasta el oído del neófi-
to. Historias que son cuentos, cuentos que son ritos, ritos que
son historias, contadas en lo profundo de las cavernas; entre el
estrepito de una fogata, que trata de lamer la oscuridad con sus
lenguas de fuego.
Pacto secreto entre los dioses y sus hijos.
Hoy lo tienes frente a ti, en tus manos, sientes el peso del
papel mientras lo sostienes, pero si eso fuera todo que alegría,
por que el peso más profundo es el oculto, el tener tanta sabidu-
ría a tu alcance, el poder estar a un pequeño paso a desvelar los
misterios del universo, el poder conocer el pasado y el futuro en
un solo ahora, sin restricciones.
Es de preguntarte si estás preparado para leer estas líneas,
por la responsabilidad que implica el que tus ojos se deslicen por
entre sus secretos, arrancándole girones a lo cabalístico y alquí-
mico de sus mutaciones.

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Si es así, continúa; si las fuerzas no te abandonan de re-


pente, permite que la puerta quede entreverada, que de entre su
abertura deje escapar un rayo pequeñísimo de luz que bañe de
sabiduría la oscuridad de tu existencia. Si aun con la advertencia,
pretendes profanar su intimidad, te advierto que desistas y en el
acto te arrepientas, antes de cometer semejante improperio.
Si aun con la advertencia quieres continuar en tu ímpetu
necio por profanar el contenido mágico de este grimorio, en los
secretos de su contenido, asume las consecuencias de tal acto de
falsa humildad y curiosidad insana, ya que está protegido por
los antiguos conjuros e invocaciones de los arcanos ancestrales.
Mientras en la oscuridad más profunda; la parca afila su guadaña
para castigar al que sin merecerlo, sin ser el elegido; penetre en
los fastos insondables de este libelo. Que los ojos muertos del
profano… del entrometido… de aquel que no es digno… sean
en el acto sacado de sus orbes y lanzado cual canicas a las fieras
del abismo…
Por segunda vez… si te hablo desde el silencio de las pa-
labras, a ti… intruso, profano te prevengo; de la danza que las
energías místicas que están dando a tu alrededor, en una vorá-
gine de los arcanos mistéricos y ocultos que viven entre los ele-
mentos… que se levantaran de entre los estrépitos del átomo
inicial en contra de tu impertinencia… está en peligro tu alma,
tu espíritu se destruirá, será lanzado al vacio y absorbido por el
sol central, mientras el espacio que tus ojos pretenden profanar;
te lastimara con fuegos nacidos en los ojos de un dragón.

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Grimorio de la muerte

Por tercera y última vez.


Si por tercera vez.
Te conjuro en el nombre de los arcángeles Rafael, Miguel,
Gabriel y Uriel; en el nombre de los regentes Eurus con su ejér-
cito de Silfos, Notus con su ejército de Dragones y Salamandras,
Céfiro con su ejército de ondinas y sirenas, de Bóreas con su
ejército de Gnomos; para que seas detenido en este instante cós-
mico, que no se cree karma.
Si no es posible y continuas con el deseo prometeico de
continuar, me libero de cualquier carga karmática, de aquí en
adelante viajaras sólo por las inhóspitas y gélidas regiones pro-
tegidas por el ángel Azrael, serás pesado y medido en la balanza
de Anubis, bajo la mirada escrutadora que dejara al descubierto
lo más recóndito de tu alma, frene a los 42 maestros del karma,
de donde se determinará si eres un iniciado o un eternamente tres
veces maldito…
Si resultas ser triple maldito, como en el antiguo Egipto: tu
nombre será borrado de la piedra, cualquier papel o fotografía
quemados, hasta que el asesinato del poeta en su sintaxis trasmu-
tara en execración y muerte tu epitafio.
Empero; si estás leyendo estas líneas, revisa tu cuerpo, sus-
pira profundo para que en tu corazón escuches tú alma, estas ahí,
sin heridas; entonces resultaste ser un iniciado, un individuo que
no doblara su rodilla ante ser nacido de rebelde pecadora, capaz
de continuar escribiendo en lo profundo de estas líneas.
A ti entrego este grimorio, no para que simplemente lo leas,

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

hoy está entre tus manos por que el regente de keter quiere que
seas guardián de sus secretos; sea pues cumplido el designio que
te reunió en este sendero del tarot hermético, feliz sea tu viaje en
los extremos de la carta siete, le chariot1.

1
El Carro.

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Grimorio de la muerte

LA HIJA DE LA NOCHE

NOCHE CERO

La noche tiende su manto por los azules del cielo, dejando a


su paso un color profundo plagado de chispas, mientras la banca
en que me encuentro sentado, cruje como anunciando la fatali-
dad de la vida.
Hoy en este parque, tan solitario, alejado de mi, en medio
del bullicio de las gentes, tan sumido en mis pensamientos, en
mis sentimientos, tan vacio de todo y tan lleno de no sé que, tan
separado de lo que soy, pensando que la muerte es algo fuera de
mi ser, algo mas allá de mi realidad; una alteridad última; algo
que llega y nos asesina arteramente, niña que esta simbolizada
por un macabro esqueleto blanco que empuña una larga guada-
ña; enemigo apocalíptico, invisible, que se nos acerca como a
traición para dar su golpe mortal casi siempre certero, o dama
engalanada que nos acompaña en todo momento, que sensual-
mente no invita al final del día a seguirla por los senderos de lo
desconocido, ser inefable que hasta los inmortales tiemblan al
escuchar su nombre. Me pregunto por qué pienso en esto, y llega
a mi memoria aquel recuerdo.
Fue hace cuatro días cuando una persona vestida de negro,
la túnica de pesada lana le llegaba hasta los confines de su roce
con el suelo, sólo amarrada a la cintura por un grueso cordón
del mismo color opaco, pero con muchas medallas colgando de

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

entre su tejido, de varios tamaños, unas doradas otras color azo-


gado; que tintineaban a sus más leves movimientos, en un soni-
do apagado y sordo; llegó a tocar en mi casa, aproximadamente
como a las nueve de la noche, llamó a la puerta fuertemente,
como desesperado; tocó con tres grandes golpes, después como
apresurado y inmediatamente de una breve pausa tocó tres veces
más, para repetir la operación, a lo que acudí para abrir la puerta.
Cual va siendo mi sorpresa al ver aquella silueta a contra
luz de la lámpara del alumbrado público, que detrás de la si-
niestra figura resaltaba el aspecto mórbido de su estampa, figura
inexpresiva, con la piel demacrada, un ser delgado, con los ojos
hundidos; que al verme habló con una voz que le nacía desde el
fondo de la garganta, aguardentosa, como si saliera de una gár-
gola en día de tormenta.
¿Es usted el señor Marih Kjurám Abí-Yah?
Si, ¿que se le ofrece?
Sólo extendió su mano consumida, que sostenía un cilin-
dro de pergamino, y sin más palabras me entregó aquel paquete;
cuando lo tuve entre mis manos; dio la vuelta y se alejó, sin
mirar atrás, perdiéndose al dar vuelta en la esquina de la acera,
para no volver jamás.

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Grimorio de la muerte

LA CARTA

Desde que recibí aquella carta, cuatro largos días en que no


he dormido, en que las ideas se me han fragmentado, dando paso
a una serie de imágenes caóticas que recorren mis recuerdos, sin
llevarme a ninguna parte, en un vacio que se antoja superficial.
Porque de hacerlo profundo me sumiría en la peor de las locuras.
Pero aquel paquete que me entregó el desconocido; consis-
tía en:
Una vela de cera virgen, amarillenta, chorreada, con el pa-
bilo ennegrecido por la acción de la combustión; con un olor
acre o a panal, pegajosa.
Enrollada en un pergamino escrito con tinta escarlata salida
de criatura nocturna.
Se podía leer al principio una advertencia que rezaba más
o menos así:

Mi Amigo, Sin Otro Negocio;


Urge leas esta carta
En la intimidad de tu santuario;
a la lux de la vela que se acompaña
Ret:.lajado a las doce de la noche
Tiempo; para la decisión que se te pide,
de lo contrario…
¡¡¡Él Asesino, él enemigo!!!

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Si has decidido seguir leyendo la presente misiva, será bajo


tu riesgo.
Hoy a las tres de la madrugada, hora en que las puertas del
cielo se abren de par en par y baja el arcángel Azrael a pasearse
por el mundo; se presentara un enviado de nuestra secta secre-
ta, para medir tu valor, así seguidamente se irán presentando
algunos de nuestros protectores para que los conozcas, el día
23 de junio en la noche de San Juan pasada la hora que marca
el veinteavo segmento de la regla, período en el que se abren
de par en par las puertas intangibles del “otro lado del espejo
negro”: deberás esperarnos en la encrucijada que forman las
calles Mariano Abasolo y Avenida México, en la segunda banca,
vestido con algodón de matiz negro para la ocasión, sin dine-
ro en tus bolsillos, ni llaves viejas o cualquier otro aditamento,
tus bolsas deberán estar vacías, tus pies descalzos, tu espíritu
y alma preparada, tus ojos los vendaras tan pronto empiecen a
sonar las doce campanadas, esto es para que no seas tentado
por las reinas cobrizas, las princesas en flor o las ninfas dia-
mantinas cautivas de los embrujos, brujerías o maldiciones de
los faunos astados; que no te devoren las culebras, o te chamus-
quen los dragones y salamandras, o se torne tu pelo blancuzco,
por mirar de frente a el jinete que hala las riendas del caballo
azabache, de ojos centellantes de carmín. Animal que galopa
con herrajes de plata, mientras lanza destellos Selene de entre
sus pisadas, que se pierden entre la niebla que despide su nariz,
o la desnudes de las hadas que salen de paseo a la luz de la
Luna llena; seres féminas, misteriosas; o los duendes y trolls

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Grimorio de la muerte

que se escapan de sus grutas para recorrer el elemento que los


vio emerger mientras se cobijan en la oscuridad de la noche,
entre los matorrales, solo se te permitirá llevar un pendiente de
plata en forma de pentagrama con las cuatro letras del nombre
inenarrable.
Atentamente s.s.s.
13.44

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Grimorio de la muerte

PRIMERA VISITA

A la tres de la madrugada de la noche que termina del día y


el que comienza me encontraba dormido entre el capullo forma-
do por las mantas de la cama, cuando de mi lado derecho empecé
a escuchar un resollar profundo y jadeante, que me obligó a abrir
los ojos, voltee poco a poco, en la oscuridad de mi recámara, y
tope mi vista con los ojos enrojecidos de un gato montés color
negro, al verme; con el nerviosismo propio de su especie, en un
arrebato de bestialidad fue que tiró un zarpazo, el cual me dejó
herida la nariz, para cruzar de un salto sobre la cama; en una tur-
bulencia salió del cuarto apresurado, como movido por los hilos
invisibles de un titiritero siniestro. Salí del lecho siguiendo aquel
animal, que se dirigía al portal de la casa.
Cuando llegando al final de su travesía, justo donde Juno
detiene al viajero, atrapado entre las protecciones de oro y plata
incrustadas en los gruesos barrotes de madera que flanqueaban
aquel portón, y mi persona; estando la bestia en aquel dilema;
me retó con su última mirada amenazante, solo para desvanecer-
se en la oscuridad del pórtico.
Inquieto me quede a meditar aquel suceso, los parpados se
esforzaban en permanecer abiertos, temerosos del retorno de la
bestia.

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Grimorio de la muerte

SEGUNDA VISITA

Ya por la mañana, como a las seis; escuche un graznido, que


me sacudió, sacándome del estado letárgico en que me encon-
traba; dirigí mis pasos vacilantes a la sala, revoloteando, cho-
cando contra la ventana, los muros y las puertas vi a un cuervo
azabache que revolotea dentro de la casa, corrí por una escoba,
dispuesto a matarlo; lo perseguí, el ave asustada se replegó hasta
la esquina del cuarto, ya sin salida alguna, clavó su cuencas de
obsidiana en el arma que blandía entre mis manos sudorosas;
yo dispuesto para asestarle el golpe mortal, alguien tocó suave-
mente mi hombro izquierdo, susurrando una frase ininteligible
al oído, voltee para ver quién era; no había nadie, sólo flotaba en
el ambiente el olor de yerbas como el romero, la albahaca y la
ruda; lleno de dudas regresé para terminar con la vida de aquel
animal, para mi sorpresa había desaparecido, no sé como, por
donde salió tampoco, aquella casa estaba totalmente cerrada, y
aquel ave negra como el ónix ya no estaba.

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Grimorio de la muerte

LA TERCERA VISITA

La noche del tercer día tocaron a la puerta de nuevo, como


a las tres de la mañana, el sueño se me iba, recuerdo que en
ocasiones despertaba pero no podía abrir los ojos, como si algo
impidiera que mis párpados abrieran, sentía mi piel muy pero
muy caliente, casi sentía que ardía. En ocasiones no podía mover
siquiera el cuerpo, como si la sabana pesara toneladas, luchaba
por separarme de aquella prisión textil, sentía pesado mi cuerpo
como si alguien estuviera encima de mí impidiendo que me le-
vantase, el esfuerzo fue agotador pero finalmente logré levantar-
me, como si algo o alguien se desprendiera de la cama cual trozo
de madera que sale despedido por efecto del hachazo certero del
leñador.
Por fin logré dirigirme para ver quien tocaba, abrí la puerta,
me encontré con una mujer desnuda, su piel blanca azulada, de-
jaba ver los aureolas excitadas en lo más alto de su erección, en
armonía con la redondez de sus senos, invitando a que siguiera
el camino que delataba su línea nigra oscura, terminando direc-
tamente el lo sensual de sus carnosos labios, la visión se ofrecía
cual si fuera en un sueño húmedo.
Aquella hermosa mujer; despojada de vanidades y ropas;
caminaba muy despacio paralela a la camioneta, con su dedo
índice de la mano izquierda, rosándolo por el cofre, muy lento,
con la mirada clavada en el trazo que su dedo dejaba, como si

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

estuviera enamorando aquel frio metal, dibujando con sensuali-


dad, lentamente volteó para mirarme. Mis ojos lo sentí ardiendo,
el alma me dio un vuelco, mi pecho sonó como un tambor tribal,
mi respiración se escuchó profusa, mientras se incendiaba la par-
te baja de mi cuerpo.
En la palidez de su figura; ante mí se transformó en un gato
blanco con manchas negras, alejándose; por más de forma cal-
ma. Poco le importó lo que yo estaba sintiendo.
Miré atónito aquella escena, la camioneta y al rededor de la
misma se veía como si hubiera llovido, mojado el piso, solo a un
metro alrededor del vehículo, y el resto de la calle seco, mientras
el gato volteaba para verme de soslayo y sin prisas se perdió
entre los carros estacionados enfrente.
Aún excitado, con el cuerpo temblando de erotismo y no de
frio; me quede un rato pensando en lo sucedido y no supe que
hacer, por lo que regrese a dormir, posiblemente en sueños llega-
ra una respuesta a situación tan sicalíptica y extraña.

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Grimorio de la muerte

CUARTA VISITA

Siendo las doce del día, el sol en pleno cenit, vi en lo alto de


la escalera una mujer morena clara, de cabellos negros y pesa-
dos, cayendo por los lados de su cuerpo, cubriendo sus senos, lo-
grando que sus pezones fueran el tesoro por descubrir; vestía una
túnica blanca de tela muy delgada, vaporosa; que permitía ver
las formas redondas de su cuerpo, una doncella como de veinte
años, hermosa, escultural, su abdomen se veía suave y definido,
su sensualidad atezada inflamaba la pasión de mis sentidos. Me
invitaba a subir los escalones.
Interrumpiendo mis sentidos; habló con una voz suave y
armoniosa, una voz que invita al amor.
- Hola Marih, recuerda que hoy a las doce de la noche te
vamos a estar esperando.
Dicho esto, empezó a evaporarse poco a poco, ejecutando
una danza voluptuosa.
Recordé lo que escribiera Mozart, en una carta a su padre;
describe a la muerte como: “la mejor y verdadera amiga de la
humanidad,.... la llave que nos abre la puerta a nuestro verda-
dero estado de felicidad....”, yo agregaría al amor y la pasión.

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Grimorio de la muerte

ENCUENTRO

Me recosté con la intención de descansar, de prepararme


para el acontecimiento por suceder; en un estado de somnolen-
cia o vigilia mi mente penetró a los sueños donde comencé por
ver una semilla entre falanges, blancas, descarnadas…que la
depositó en una maceta de tierra negra, la semilla comenzó a
descomponerse, putrefacta se apagó su vida, tan solo para dar
paso a una nueva, un brote verde salió de sus entrañas, abrién-
dose paso, las hadas en salmodias de creación, cuidaban aquella
planta. La muerte y la vida son las caras de la misma moneda, la
vida brota de la muerte, en una danza inalterable, ya la semilla
trasformada en árbol, de su follaje dejó caer un millardo de se-
millas, alimento de aves y ardillas, de ratas y lombrices, el ciclo
natural se reconstruye, palpitó un suave susurro en el aire “Lo
temps és breu”2.
Viento que se lleva lo que ya no se necesita, el desprendi-
miento de lo viejo, da cabida a lo nuevo, rejuvenecimiento míti-
co de Perséfone visitando a Deméter.

2
El tiempo es breve.

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Grimorio de la muerte

LA ESPERA

Sentado en aquella banca del parque, cuando el sol estaba


alumbrando en plenitud el nadir.
Recordé las historias que me contaba mi padre, sobre la an-
tigua orden de los caballeros de Ophiuchus, semidiós zodiacal
capaz de resucitar a los muertos.
La leyenda cuenta; que dentro de sus iniciaciones sometían
a los profanos, al poder de las constelaciones de Serpens Caputi
y Serpens Cauda3, mientras bebían del cáliz serpentario.
La copa de oro, cuajada de rubís, presentaba la forma de
una serpiente enroscada desde la base, depositando su cabeza
amenazante dentro de la misma. Contenía el veneno de un áspid,
en mixtura con licor místico.
Tras de la libación; los profanos caían en un sueño mortuo-
rio que duraba, lo que duraba los tres giros de la tierra sobre su
eje, sueño del que solo unos cuantos despertaban; los más conti-
nuaban en el arrebato místico de Hades.
Cuál sería mi destino, tomar de aquel brebaje, cortar mi
cuerpo para firmar con sangre, morir; desconozco… sólo espero
la realidad de mi presente.

3
La cabeza y cola de la serpiente.

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Grimorio de la muerte

DESDE EL PRINCIPIO

En la esquina varias personas se abalanzaban sobre el pues-


to de fritangas, en una banca distantes unos novios se prodiga-
ban cariño.
En aquel momento fue que llegó una calesa negra, se detu-
vo, abrieron la portezuela y bajaron dos hombres de gabardina
negra, encostalaron mi cabeza, amarraron mi cuello y manos por
la espalda. Desesperado, quise gritar, pedir auxilio, nadie atendía
al clamor de mi súplica, era como si no existiera, no nos veían,
no nos escuchaban, ellos seguían en su mundo, sólo el mío se
agitaba.
Aquellos hombres me arrastraron rumbo a la calesa, a la
fuerza y entre tropiezos entre en el carruaje; ya en el piso, sentí
el tirón del movimiento, un tránsito eterno, no sabía a dónde me
llevaban, desconocía mi destino, me preguntaba: ¿Cómo fue que
llegue a esto? ¿Qué me orilló a tomar este camino? ¿Fui yo el
que lo decidí o alguien me manipulaba? mientras las preguntas
hacían fila al interior de mi alma, mis raptores me despojaban del
calzado, dejando al desnudo las plantas de los pies.
La calesa se detuvo, los corceles bufaron, me bajaron.
Llevándome a un sitio donde pusieron mis pies desnudos
sobre un puño de tierra, mientras alguien punzó mi pecho y me
dijo:
- No te atrevas a dar un solo paso, permite que la fuerza

33
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

de tus antepasados corra por entre tu ser, que la tierra antigua


te transmita los secretos que encierra en su lobreguez, que las
cenizas de los abuelos te den la sabiduría necesaria para pasar
las pruebas que tendrás que enfrentar. Se lo que estas pensando,
si… esta tierra es del barro que uso Dios para hacer a Adán, re-
vuelta con las cenizas fúnebres de tus antepasados alquímicos,
todo imbuido con la gnosis de la Diosa Primigenia.
Si te atreves a dar un solo paso, serás carroña en la espada
que apunta a tu corazón.
Así es que mantente quieto, no te muevas… petrifícate.
- Las palabras taladraron mi cerebro, quise salir corriendo,
si no podía dar un paso al frente, podría darlo hacia atrás. Con
los dedos entumidos toque lo que pude alcanzar en la nada, es-
perando no se diera cuenta mi interlocutor.
Se escuchó una carcajada.
- Crees que puedes escapar, estas equivocado, detrás de ti
se extiende un abismo que puede ser la morada de tus huesos, si
lo intentas.
- Eso me desanimó, la saliva de mi boca seca, se tornaba
espesa; de mi frente corría un sudor grueso, con el que me ardían
los ojos, por mi espalda sentía un río; que con su caudal a gotas,
me daba escalofrío.
De las plantas de mis pies empezó a correr una vibración
desconocida para mí, en ratos caliente, en ratos fría, que me
angustiaba el intelecto, pero apaciguaba mi espíritu, una ola de
sensaciones que fue subiendo hasta apoderarse de mi mente,
para dar paso a un sentimiento de vacuidad.

34
Grimorio de la muerte

Me tomaron de la soga que circundaba el cuello, me ja-


laron, y mis pies empezaron a dar pasos torpes, sobre un piso
marmolado, comencé a subir una escalera con dificultad, ya que
mis ojos estaban cubiertos, y mi cuerpo se comportaba como
drogado, dando tumbos llegue a un espacio, me imagino amplio
y alto, por que el viento corría por entre mi cuerpo, me quitaron
la caperuza que cubría mi cara.
Vi a doce personas vestidas con túnicas negras, al centro
uno de ellos con un pedazo de tiza blanca, dibujaba varios sím-
bolos sobre el piso. Yo alcance a reconocer algunos como la es-
trella de cinco puntas y la de seis, una escalera, varios círculos
concéntricos, letras hebreas, el signo de Aries, leo, sagitario y
escorpio, unos animalitos como lagartijas alrededor del circulo
mas externo, y un dragón coronando.
Terminados los trazos, se acercaron dos que traían unos
recipientes de latón, con cuidado colocaron el recipiente más
grande al centro de aquel diseño. Por lo que pude ver era agua el
contenido del mismo, luego sobre el agua pusieron el recipiente
más chico, era algo como una copa grande. Cuando estuvieron
los recipientes bien dispuestos, se acercó un cuarto que traía en
su diestra un martillo negro y en su siniestra una daga flamígera
ceremonial, los cuales golpeó con fuerza tres veces sobre los
recipientes, hasta sacarles chispas.
Aquel trebejo estalló y después del rápido estruendo, se in-
flamó en el contenido del recipiente más pequeño, levantándose
una llama de color azul que iluminó el espacio en que nos en-
contrábamos.

35
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

El venerable sacerdote en jefe; Comenzó a recitar en la-


tín, mientras colocaba un orbe en el hocico del dragón, sobre
la espalda de aquel animal mítico colocó tres plumas de águila,
un átame, dos columnas de pan ázimo; de seis piezas cada una,
cuatro vasos: uno con vino tinto, otro con sal, tierra el tercero y
agua el último, seis inciensos.
Levantó la flameante daga, en agresiva actitud, la sostenía
con sus dos manos. Trazó en el aire varios símbolos con la punta,
dirigiéndose a los cuatro puntos cardinales.
Las llamas del caldero del centro empezaron a verse color
violeta, con paso firme y con la daga en su mano se acercó a mí,
tomó mi mano izquierda y pinchó el dedo cordial. Vi la sangre
manando de la herida, pero no sentía absolutamente nada, me
acercaron un pergamino donde puse la huella que dejó mi digitus
medius ensangrentado, luego me ofrecieron una bebida amarga,
entonces me colocaron en decúbito supino dentro de aquel trazo
que se extendía por el piso.
Uno a uno se fueron retirando, el último colocó en mi pecho
una rama; en cada una de mis manos un talismán, rezó, me tocó
la frente y se alejó.
Recordé las palabras de Platón:
“El cuerpo es la prisión del espíritu, de la que se escapa
con la muerte”.
Mis parpados empezaron a caer, el cuerpo se entregó al des-
canso, mi alma a viajar.

36
Grimorio de la muerte

FRONTERAS

En aquel local solo y obscuro, adornado con dos sillas de


madera de cedro, frente a un espejo con marco de nogal, con su
pequeña mesa de roble, sobre la misma tres vela moradas e in-
ciensos flamígeros, un gato negro acostado del lado izquierdo y
al derecho un jarrón con flores blancas.
Me senté en un ángulo de cuarenta y cinco grados, viendo
en la profundidad de la luna plateada que reflejaba el cuarto, en
la silla sobrante, se empezó a ver una nubecilla violeta, que em-
pezó a cobrar forma humana, me frote los ojos, dirigí mi vista a
la silla, estaba vacía, pero en el espejo la silla estaba ocupada por
una hermosa doncella, sin creerlo aun voltee entre tres y cuatro
veces, la silla a mi derecha seguía vacía, en la visión del espejo
estaba acompañado.
- No te asustes, sólo quiero conocerte… estas traspasando la
frontera ente el mundo de los vivos y los muertos.
Su voz, dulce me tranquilizó, entonces me detuve en cada
detalle de su rostro, para recorrer el resto de su figura, llevaba un
tocado de plata, su cara era la de una virgen, su mirada profunda,
amorosa; sus labios carnosos, sensuales, provocativos; sus ropas
brillaban en un azul añil con vivos dorados y rojos, al cuello le
colgaba un dije de dos medias lunas encontradas, varios anillos
poblaban sus dedos de marfil, el solo verla me daba un vuelco el
corazón, ¿qué le pasaba a mis sentidos?, me estaba enamorando

37
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

locamente, ¿quién es esta mujer que causa desasosiego en mis


entrañas?
Observando a la damisela, advertí que su boca se movió;
volvió a emitir tranquilizadores sonidos - me doy cuenta que
estas sintiendo… te conozco.
- Dicho esto el espejo se obscureció por completo y solo
quedé en medio de aquel cuarto sentado, nadie más me acom-
pañaba. El gato se había ido, las velas ya no estaban, la mesa
desapareció, la mujer me abandonó…

38
Grimorio de la muerte

TRECE VELAS

En la oscuridad total en que me hallaba, a merced de las


fuerzas universales; negrura que fue tornada en luz, frente a mis
ojos incrédulos; cobró vida una llama de color naranja con la
forma de una paloma, que en su aleteo dejaba ver llamas con
una pátina carmín, mientras entonaba un canto angelical; cuan-
do terminó de cantar, dejó libre el espacio, apareciendo tras de
sí un espejo. La magia continuó y fue entonces que se reflejó,
mientras aparecía una segunda paloma de fuego, que entonara
la misma canción; el ciclo mágico se fue repitiendo hasta que se
formó un círculo de trece palomas ígneas, que al unísono canta-
ban aquella divinal canción.
Al terminar de súbito chocaron al centro, por encima de mi
cabeza; dando paso a las formas de una mujer algo epicúrea, que
descendió suavemente inflamada de pasión en color gules herál-
dico; tocando con su dedo índice mi hombro derecho, el espacio
se incendió por entero en una luz tan brillante en el que perdí la
vista no por ceguera, sino por aturdimiento.

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Grimorio de la muerte

BESTIARUM VOCABULUM4

Comencé a sentir un libro entre mis manos, bastante grueso,


pesado, empolvado, viejo, con textura rugosa y aterciopelada en
su centro.
Con miedo, abrí los ojos, para mirar lo que en mis manos
se encontraba.
Un compendio de bestias mitológicas estaba ante mis ojos,
acaricié el libro, me emocioné, que secretos podría develar al
abrir sus páginas, así que sin miramientos lo intente abrir, nada,
no se podía. Vi que a un lado de mi pierna derecha estaba un
cuenco con granos de sal gruesa, tome unos pocos con los dedos
gordo, índice y medio, los lance por sobre mi hombro izquierdo,
para ahuyentar a las fuerzas malignas que pudieran estar que-
riendo ver por sobre mi hombro.
El libro cobró vida, levitó; se abrió por si solo en el capítulo
dedicado a las gárgolas.
Lo leí con detenimiento, cuando llegue al final del capítulo,
me fue imposible dar vuelta a las hojas, el libro se cerró para
petrificarse por completo, transformase en piedra andrógina.
A mi diestra estaban un cincel y un martillo, los tome, y
sin proferir palabra alguna, comencé a devastar la piedra negra,
conforme volaban las lascas, fue emergiendo de su núcleo una
gárgola, sus colmillos estaban afilados, igual que sus garras, sus

4
Bestiario, es un compendio sobre bestias o animales mitológicos.

41
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

ojos amenazantes, la textura de su piel que dejaba entrever fuer-


tes músculos, cuando la terminé por completo, deslicé mis dedos
sobre la superficie rugosa de su piel, la observé por un largo pe-
riodo, por arriba, por los costados, enfrente, abajo, atrás y quise
penetrar en la profundidad de su abstracción.
Corrió el tiempo, sería un minuto, serian las horas, poco
importaba, aquel demonio menor estaba ahí mirándome desde
su lapidaria mirada, algo me quería decir.
Continúe viendo a la bestia, para comulgar con su silencio
pétreo, fue entonces cuando pensé, en el libro decía que se po-
dría conjurar la piedra, lanzarle un hechizo, para darle vida a la
roca, despertar los señoríos que durante milenios la diosa había
depositado en sus entrañas y poder contar con la protección de
la gárgola.
La lectura fue rápida, sólo una vez… si leí una invocación
en latín antiguo especial para este caso; pero no la recordaba.
Recordé vagamente algunas palabras en latín, asimismo
que entre mis pertenencias traía una pequeña piedra de rayo.
Coloqué la piedra de rayo en lo profundo de la garganta de
la gárgola.
Invoqué su poder, y comencé a conjurar por siete veces las
siguientes palabras:
¡¡¡Vibratus ab œthere fulgor lapis vita!!!
No pasaba nada, entonces tome saliva con mi dedo índice
derecho y coloque un símbolo sobre la frente de la gárgola, le di
un poco de pólvora fuerte, que gargareó a destajo.
Por segunda y por tercera vez repetí siete veces las palabras

42
Grimorio de la muerte

en latín, siempre sosteniendo la gárgola entre mis manos, sin


despegarle los influjos magnéticos que fluían de mis ojos a los
suyos.
Mas que hechizando aquella mole de granito, el hechizado
estaba siendo yo, creando un lazo mágico entre aquel ser y mi
espíritu, una amistad eterna; fue entonces que la gárgola parpa-
deó, regresándome la mirada altiva. Un guardia nacía entre mis
manos.

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Grimorio de la muerte

XÓLOTL

La multitud gritaba enardecida, los alaridos se elevaban


como anunciando una muerte macabra, serian soltados los pe-
rros de guerra; los Alanos; traídos de la península ibérica.
En el centro de aquel patio, un indio semidesnudo, sentía
flaquear sus fuerzas, miraba alrededor, veía a sus verdugos con
las gargantas abiertas, y de entre los dientes correr hilos de baba
gruesa; él sólo estaba armado con un garrote, sabía lo que pasa-
ría, el aperreamiento, se enfrentaría a dios Xólotl, su mente di-
vagaba entre luchar por su vida o entregarse a su venerado Dios,
inmolándose en su honor.
Vio que de unas jaulas de palos retorcidos, dejaron salir a
cuatro monstruos con las orejas cortadas al ras de su testa, de un
porte esbelto, musculoso y enormes, con las centellas fulguran-
tes amarillas, plagadas de hilos sanguíneos, la lengua salía cual
víbora amenazante, de la que colgaba una masa viscosa, oscura
caverna flanqueada por una hilera de cuchillos blanquecinos y
maloliente, ladrido estremecedor y demoniaco.
La hora estaba marcada, era entregarse o luchar.
Los perros bermejos se abalanzaron sin temor alguno,
saltando dispuestos a matar, el indígena los recibió a palos, el
instinto pudo más que sus creencias, atacó a los perros sin mi-
sericordia: el dios dejó de ser, el dios había muerto, el estaba
entregado a sobrevivir.

45
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Un perro logró apoderarse de la mantequilla suave, los


peroneos se desgarraron entre sus afilados colmillos, la sangre
brotó, los animales se excitaron, la comida estaba ofreciendo su
mejor aroma, los invitaba inevitablemente al festín.
El dolor fue agudo, cayendo de rodillas, no por que estuvie-
ra orando; la rodilla se incrustó en la grava y el polvo, el garrote
voló decidido a la cabeza incrustada en su pierna.
El golpe fue contundente, el perro se desplomó sin vida a su
lado. La vida le volvió al cuerpo, se animó, un enemigo menos,
sólo quedaban tres, regresó con mayor ímpetu a la batalla, estaba
decidido a salir con vida de aquella empresa.
Entonces el conquistador venido de Extremadura, dejó es-
capar su voz, desde lo poblado de su rostro barbado.
- Que falible método de tortura es este, sólo una pequeña
herida; y una de las bestias muertas; quiero a ese indígena muer-
to, haz algo.
Su interlocutor; hombre menudo, vasallo de aquel señorón;
pero con algo de poder por estos lares, algo nervioso dijo - Suel-
ten a Amadís, para emperrar a ese indio insolente.
El encargado de las jaulas en su desesperación por obedecer
a su patrón, chocó contra ellas, dejando escapar a seis perros
más, entre dogos, lebreles y un Ixcuintla negro y pelón. Al me-
nos eso era lo que alcanzaba a ver el indio. Poco le importaron
los perros al hombre que dignamente confrontaba a la muerte, se
hincó, vio directamente al perro calvo, y sin titubeos comenzó a
rezar. La jauría se amontonó a su alrededor…

46
Grimorio de la muerte

El dolor cesó, el indio abrió los ojos impresionado, quería


saber que estaba pasando, entonces fue recibido por la lamida
del animal bermejo al que le diera muerte, se paró, y vio alrede-
dor, estaba a la orilla de un río, su única compañía era el canino,
el cual lo miraba sin parpadear un poco, echado en sus patas tra-
seras y dejando colgada su lengua, aquel animal que momentos
antes era el peor de los monstruos, se transformó en dócil.
Al otro lado del río había unas personas; empezó a recono-
cer que varios familiares y amigos… lo venían a recibir, tomó
al xólotl-itzcuintli del cuello y juntos cruzaron la corriente por
última vez.

47
Grimorio de la muerte

AMBYSTOMA MEXICANUM5

En este día de luna llena, justo en que cumplo cincuenta y


dos años, recuerdo que la muerte se acercaba, acechaba por entre
los rincones, se escondía en cada esquina en la que daría vuelta,
para observarme detrás de cada puerta, asomarse cual francotira-
dor por cada ventana; sentía lo gélido de su mirar, como camina-
ba a lo largo de mi espina dorsal, el sueño se esfumaba, llevaba
días sin dormir, tal vez semanas, que importaba si podía escon-
derme de la muerte, ganarle la delantera y que no me encontrara.
Esto es gracioso, jugando a las escondidillas con el Ángel
de la muerte.
Pero tengo la idea de haberle ganado, hoy llega el libro que
encargué al tendero de la librería de esotérico, “los dioses pre-
hispánicos, mitos y ritos”.
- El asustadizo quídam, caminaba por las calles de la ciu-
dad, con cuidados extremos, al llegar a las esquinas, y antes de
cruzar la calle, miraba tres veces en cada dirección, se persigna-
ba y corría apresurado hasta la siguiente acera.
Supuestamente ya a salvo, revisaba la cuadra que se exten-
día frente a él, los edificios, las casas, si las paredes no estaban
agrietadas, si no había algún gato negro cerca o perro que le
atacara, cuando estaba totalmente seguro continuaba su camino,
con pasos lentos, protegiéndose lo más posible.
Por fin llegó a la librería esotérica.
5
Ajolote.

49
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

- Hola como está, ya tengo el libro que encargó, llegó justa-


mente hace una hora, permítame traérselo.
- Está bien, aquí le espero.
- El hombre se sentía seguro, en aquel local comercial abun-
daban los fetiches, amuletos y talismanes, así es que la espera
por el libro no sería problema alguno.
Salió el tendero del almacén con un embalaje de paquetería
sin abrir, tomó el cúter amarillo…
- No… no lo abra, así entréguemelo, mejor dígame ¿cuánto
le debo?
- Son 888 pesos.
- Sacó novecientos pesos de la cartera de piel roja, los depo-
sito sobre la vitrina, se dio la media vuelta y salió de la librería
rumbo a su casa.
Ya en la intimidad de su casa, se dirigió al closet de su cuar-
to, quitó las cajas de zapatos, separó la ropa colgada, tomó la
caja que contenía el libro colocándola bajo su brazo izquierdo;
abrió una puerta oculta, que daba a una escalera de caracol que
llevaba al desván, subió nueve escalones, se agarró fuertemente
del tubo central de la escalera, y se colocó sobre el décimo es-
calón, la escalera chasqueó, girando en sentido contrario a las
manecillas del reloj, ahora en vez de subir, bajaba, cuando al fin
se detuvo estaba en el sótano.
Aquel lugar estaba alumbrado por trece lámparas de sal pe-
trificada, dispuestas en círculo, alrededor del cuarto, al oriente
estaba una pecera enorme como de cinco metros de frente por
tres metros de alto por cuatro metros de profundidad, junto a

50
Grimorio de la muerte

esta un altar; al sur una mesa de trabajo, una silla ergonómica


de oficina, cómoda y con ruedas, al norte un sillón, y al poniente
un librero, al centro sobre el piso varios signos trazados con tiza
blanca y carbón.
El hombre tomó la silla, se sentó frente a la mesa de trabajo,
tomó una daga ceremonial de pedernal, y con mucho cuidado
la corrió por dentro de la caja, abriéndola con cuidado, tomó el
libro, se fue directamente a leer el índice, encontrado el tema
deseado, deslizó la yema de su dedo de poder; sobre la hoja para
posicionarla junto al número de carilla, abrió el libro en la pá-
gina, para leerlo con detenimiento. Lo leyó una vez, dos, tres…
varias veces, hasta que hubo aprendido de memoria el contenido
del tema, estaba leyendo sobre la leyenda y ritos del axolotl, del
eterno niño, de su eterna búsqueda de la inmortalidad, de cómo
huía de la muerte, lográndola esquivar.
Dejó el libro sobre la mesa, rodando la silla hasta quedar
frente a la pecera, dentro nadaban varios ajolotes negros y blan-
cos, pequeños animalitos parecidos a las salamandras, coronados
con un penacho de seis bastones rematados en rojo, con cuatro
extremidades cortas, una cola, pero lo más interesante, era que
presentaban cuatro dedos en las extremidades delanteras y cinco
en las traseras, en una relación cabalística con la carta del tarot
denominada la luna.
Tomó dos perennibranquios: una hembra y un macho. Re-
citando un cántico en lengua náhuatl, durante treinta minutos
prosiguió cantando aquel salmo, todo el tiempo acariciando a
los dos monstruos acuáticos, cuando terminó, los presentó a los

51
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

seis puntos determinados por el símbolo Ollin: me refiero a los


cuatro espacios cardinales y los dos recintos mistéricos.
Salió sin prisas del sótano, se dirigió a la cocina y aun vi-
vos, cocinó a los pequeños animalitos teratológicos.
El mortal, disfrutó aquella cena, sin importarle el lado oscu-
ro de Venus, o si los dioses se enojaban; lo cierto es que el festín
era exquisito.
Desde aquel día, hace ya setenta y siete años; que la joven
criatura cena dos ajolotes cada trece lunas llenas.

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Grimorio de la muerte

LA PLUMA

El extremo de las alas de un Ángel, justo en el justo lugar


donde se doblan; se le llama cuento.
Aquel día, caminé por el cuarto, me encontraba solo, sé que
me había visitado el Ángel de la muerte, estaba totalmente ator-
mentado, asustado; circulé de un lado para el otro, de un extremo
al opuesto, algo me llamó la atención, debajo de la pata izquier-
da de la silla, estaba una pluma, la recogí con cuidado, la jugué
entre mis dedos, estaba suave como las mejillas de un bebé, em-
pero expulsaba un fuerte olor a viejo o a muerte.
Me senté, admiré la pluma por largo tiempo, por un tiempo
que se antoja eterno, pero por un instante que es efímero; ¿aquel
era un regalo?, ¿un compromiso?, ¿la olvidó?, ¿la perdió?, ¿por-
qué la dejó?...las dudas no doblegaban mi espíritu, lo engrande-
cían.
Entonces vino una idea a mi mente, que pasaría si escribía
con la pluma del arcano místico del número XIII del Tarot, el tra-
zo que su punta dejara, transmutaría lo escrito en realidad…que
se yo, no soy más que el instrumento de un engranaje cósmico.
Pero por que quedarme con la duda…
Carbonicé en un carbúnculo; un poco de incienso de copal,
me serví una copa de tequila, de cera virgen encendí la vela,
dispuse la tinta color vino carmín, un pergamino y me dispuse a
escribir…

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Las palabras fluyeron con estrépito, dejando su huella en


aquel espacio blanco; manchas que cambian el curso de nuestra
historia o nuestro pensar, cuento que habla de mis deseos; histo-
ria… rito… secreto…
Me vigilan; en el fondo unos ojos que espían, se asoman por
entre la oscuridad, obsidianas perdidas en lo negro de la noche;
mirada mesmerica, hipnótica que recorre mi espina dorsal, mis
manos escriben la carta que quiero escribir, escriben la carta que
me vas a ordenar; trazo del mortal, grafías influidas por un ser
inmortal…

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Grimorio de la muerte

GATO NEGRO

La noche tendía su velo oscuro por entre los abedules, la no-


che amamanta a sus hijos, el sueño se vuelca en lo más profundo
de sus locuras, más allá de lo que no puedo pensar, logra crear
mundos eternos, románticos encuentros, cielos morados llenos
de vampiros translucidos.
En la oscuridad una sociedad secreta llama, invoca a la hija
de la noche, aquella que finge dormir en la oscuridad, para no
alertar a su madre. Siguen cantando los rezos bajo la luna nue-
va, los Caballeros de la Muerte; miran el otro lado del espejo,
su profundidad, los reflejos deformados; en un contacto con los
Príncipes de la muerte sociedad execrable de mórbidos intereses.
El canto ensordecedor continúa, dice algo como:

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Grimorio de la muerte

LOS GEMELOS

Hermosa; tiendes tus cabellos negros de seda en el profuso


espacio endrino:
Plagado de lágrimas, de diamantes; ofreces el misterio lác-
teo de tu busto a la blanca niña en tu regazo, que te cela.
Los mielgos acurrucados en tu nido:
Duerme plácidamente uno de los amantes, la otra; te mien-
te esperando tu descuido, acecha cual animal herido tras del
matorral; afila, persigue; asesta golpe certero para atacar por
traición al mortal, centellea el filo de su guadaña que corta de
tajo la vida por entero. Eco sofocado, afonía de la entraña…
Señor del silencio cuyo corazón está callado; pulso mudo,
estremecido; mientras te muerde un perro rojizo.
Cloto, Láquesis y Átropo6 te están hilando. Es de aupar los
que bajo el polvo yacen…
La duración de lo terrenal es como un espejismo; visión
opaca del espejo ennegrecido;
Cuando quiera tu Mensajero arrebatarte.
Porque sólo es una vida… De poco se acerca la languidez,
Mientras se desprende La vejez,
Con sabiduría acepta la partida; Somos libres, por los dio-
ses con su suerte, Los que nacemos a la vida tras la muerte.

6
Las parcas: Divinidades romanas del Destino, que se identifican con las Moiras
griegas, hiladoras del nacimiento, vida y muerte que en México se les atribuye a las
tres Marías o tres lloronas, y son referente directo de la muerte.

57
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

El espejo oscuro vibra, al unisonó de la convulsión de sus


reflejos; gato negro que ronronea la pierna fría del visitante arte-
ro, es Ker quien está presente, lado siniestro de la moneda lace-
rada en su perfil, dualismo intrigante de Mors y Tánatos.
El manto oscuro cubre las calles de la ciudad, el amante va
en su carro rumbo a su casa después de haber saciado su deseo
carnal, no sabe lo que encontrará al dar vuelta en la esquina,
conduce creyendo que la calle está sola.
Mientras unos ojos obscuros esperan escondidos, esqueleto
que se desliza sobre el lomo del gato negro, que tiene un ojo azul
y otro café.
En el templo del espejo, los cantos continúan su ritmo hip-
nótico, en lo profundo del cantico, el líder repite incesante un
nombre, Al muerto se le suele citar por el nombre completo, sin
perdones, el canto se escucha fuerte, el nombre se va escuchando
débil, unos cantan, el otro conjura, los muchos llaman, el indi-
viduo asesina.
El vehículo da vuelta en la esquina, el gato sin saber salta a
la calle, se atraviesa, cuando las centellas se reflejan en su crista-
lino, intentar esquivar el golpe mortal, corre… corre… corre…
pobre animal.
Da la vida por el ser que en el vehículo va, el caucho se
arremanga, chilla el piso, el Ángel corta el hilo dorado…el auto
se estrella por esquivar.
El amante recuerda de forma fugaz, que de niño le pidió al
felino los papeles cambiar.

58
Grimorio de la muerte

Se baja con la frente ensangrentada, ve con la columna des-


echa al pequeño, su amigo de la infancia; lo toma entre sus bra-
zos, lo aprieta fuerte en su regazo, lo acaricia, lo mima, siente el
dolor que se filtra, que puede hacer… nada, se queda quieto…
ve su reflejo convexo…
Último suspiro, última mirada cóncava… se va…

59
Grimorio de la muerte

GRAZNIDO

La hechicera, la anciana que vive a las orillas de la ciudad,


la de los cabellos blancos despeinados, sin dientes, con las ma-
nos nudosas, engarrotada la derecha, porque en ella lleva a todas
partes la medalla de donde emana su poder; vestido holgado de
algodón, veteado y roído, viejo con olor a naftalina, falda larga,
pesada, circular como escondiendo la juventud de su sexualidad,
chanclas de plástico, uñas terregosas, cigarro en la zurda, siem-
pre preparada con el humo para ahuyentar a las fuerzas de la os-
curidad, está un poco vieja, un poco ciega; pero nada sorda, todo
lo escucha, todo lo contesta, esperando el momento de que dejes
la plata en la mesa; ¡Sí…! ¡En la mesa…! Junto a los cartones
amarillentos, las cartas españolas con que te hecha la suerte o te
habla del mal de amores o lo que tú quieres escuchar.
Aquella señora a la que los del barrio temen, por ser la bru-
ja, que duerme de día y vive de noche.
Las madres dicen a sus hijos; -no te acerques a su casa, alé-
jate de esa bruja maldita, te puede pervertir, drogarte; abusar de
tu juventud, robártela; absorber por entre tus narices la energía
de vida. Te prohíbo tajantemente que te acerques a ella.
Cuando en el lavadero comentan los chismes del día ante-
rior se escucha:
- Se dieron cuenta ayer se estacionó frente a la casa de la
vieja una camioneta negra como a las tres de la mañana, seguro
no anda en buenos pasos.

61
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

- Nada que ayer a las tres de la tarde llegó una señora, acu-
sándola de que le había robado a su hijo, de que se lo estaba
devorando poco a poco, que lo dejara libre, que lo dejara ir, que
si no lo hacía le echaría a los judiciales, que por qué; disque lo
tiene de esclavo sexual; ustedes creen.
- No estarás equivocada, porque a quien he visto salir de ahí
es a una jovencita como de 15 años de edad, que a veces trae una
niña en brazos, yo nunca he visto salir a un jovencito.
- Como serás tonta, esa muchachita, es sólo el sebo.
Son platicas tan acaloradas, que las vecinas de la hechicera
nunca se dan cuenta que el cuervo las observa desde el frondoso
paraíso, como avisándole a su ama de las noticia más actuales;
dura un poco más la plática, tan solo para ser interrumpida de la
forma más arrebatada, cuando llega la bruja con una palangana
llena de trapos del mas rojo color, los avienta en el primer lava-
dero que tiene a mano, sin importar si ya está ocupado, invade lo
que cree ella, es de su propiedad.
- Órale bola de viejas argüenderas, que si no se van en ese
momento pa su casa, les lanzó el hechizo de la mano negra, o
el nudo de espalda pa´ sus mariditos, y haber que hacen en las
noches calurosas, echarse agua fría o salir a buscar hombre en
las esquinas.
No está por demás decir que las mujeres renegando, gritan-
do, maldiciendo y demás; se retiran de los lavaderos, pero siem-
pre se les ve en los ojos el miedo; la de la cabellera blanca, tira
las tres o cuatro garras, pedazos de vendas llenas con la sangre
de los intestinos de pollo que limpió para la comida de esa tarde;
porque las brujas también comen.

62
Grimorio de la muerte

Las asusta, con hechizos, sortilegios, conjuros o con la


muerte, las aterra, las llena de fantasmas, abusa de las cargas
que desde milenios traen arrastrando en su mente, juega con sus
temores más profundos, se divierte, las ve correr ante sus ojos;
¡Sí…! ¡Casi ciega! Poco importa, porque logra un respeto que
emerge victorioso de lo más subterráneo de sus miedos.
Esta noche en sueños voy a visitarla, ¿El cuervo se dará
cuenta de mi presencia? ¿Cuándo reza frente a su altar, la ima-
gen descarnada le avisara que voy en camino? ¿Sus cartas se
elevaran de la mesita de noche, para avisarle con el siete de co-
razones, que recibirá una visita inesperada? ¿Cuál será el medio
mágico que le informará de mi presencia? o ¿Sólo será un char-
latán que se esconde tras la vestiduras histriónicas de un arcano
sicalíptico? Hoy por la noche lo descifraré.
Prendo cinco velas color violeta, en su llama enciendo los
inciensos de sándalo, visto mi cama con sabanas blancas, reviso
que este correctamente colocadas las imágenes de los arcángeles
en cada uno de los cuatro puntos cardinales, doblo mis rodillas
mirando a oriente, arrodillado me presento solo ante el creador,
en un rezo para mi protección; me intento persignar con la mano
izquierda, pero algo me lo impide, recuerdo que es augur de mal-
dición en santiguarse con la mano zurda; recapacito y bendigo
mis cuerpos con la mano derecha, desnudo, tan solo con la pro-
tección que cuelga de mi cuello, coloco mi cabeza con dirección
al norte, me sumo en la más poderosa vigilia, para poder bilocar
mi ser.
Me siento ligero, sin ataduras, libre, puedo volar, me reviso,

63
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

veo cada parte de mi cuerpo, si esta completo, ahora me visto de


una túnica de un blanco resplandeciente, ahora sí; puedo conti-
nuar mi viaje, llego a la casa de aquella mujer, traspaso el techo,
y desde lo alto observo la escena.
En el cuarto esta una cama, fortín de la abuela de cabellos
albinos, una mesita de noche, tres sillas, un tocador antiguo con
una luna de cuerpo entero, frente a los pies de la cama, ¿Será
para viajar al otro lado del espejo? Un buró que hace las veces
de altar, y un closet cerrado; entre la cama y la mesita de noche
está sentada la bruja; tendiendo los cartones amarillentos en una
acción de cartomancia; manipulando la mente inocente de tres
jovencitas que están sentadas enfrente, seguro preguntando so-
bre el bello mancebo que les roba las horas de sueño, de cómo
lograr atraparlo entre los lazos mágicos del matrimonio; observo
la escena:
- Mira muchachita te voy hablar de la “vena amoris”, la vena
que corre directo del dedo anular izquierdo hasta el corazón; ha-
remos un hechizo de amor para lo que tendrás que conseguirme
dos anillos de plata, una para ti, y otro para él, un mechón de su
cabello, un tarro de miel, un plato blanco nuevo, sin dibujos …
Algo está pasando, siento que me observan, una mirada pe-
sada, reviso para cerciorarme si la dama se dio cuenta de mi pre-
sencia; no ella esta entretenida con las mozuelas; acaso alguna
de ellas tiene el don, ¿es algunas de ellas?; no están bien hipno-
tizadas… ¿Qué está pasando o qué se me olvido?… Reviso de
nuevo el cuarto, todo está igual.

64
Grimorio de la muerte

¡Claro…! Me olvide del cuervo. Volteo a la esquina supe-


rior cercana a la ventana, ahí está el ave negra muy quieta, vién-
dome, sin parpadear, estudiándome; queriendo saber quién soy,
a que voy, para inmediatamente graznar; anunciando a su dueña
sobre el intruso y sus intensiones.
Las dos pequeñas piedras negras brillantes, estaban clava-
dos en espera de los movimientos que hiciera, este era el mo-
mento preciso para ver si podría comunicarme con los lenguajes
de los animales, sin emitir sonidos, con los ecos suaves apaga-
dos de una comunicación mental, más que palabras, transferí los
sentimientos, las ideas, los símbolos de un arte antiguo, los ojos
del cuervo se transformaron en las ventanas de una declaración
interminable, en ellos podía ver los comienzos de la amistad con
aquella bruja, los pactos realizados, mucho más, los secretos se
desdibujaron, la bruja quedó a descubierto, en lo negro del re-
flejo ocular.
El cuervo quedó tranquilo, espolvoreó su plumaje, se aco-
modó, dirigió su pico a donde seguían platicando las mujeres.
Volví a concentrarme en las platicas de la bruja, seguí dis-
puesto a saber los rituales que aquel ser me podía enseñar.
- Como te decía muchachita, tienes que atrapar a ese hom-
bre, vas a realizar el siguiente ritual, dos días antes de luna llena,
tomas dos cuarzos rosas en tu mano derecha, luego colocarás
las dos sortijas de plata dentro de un vaso de vidrio sin dibujos,
lleno hasta la mitad con agua bendecida, poniéndolo fuera de
tu ventana, para que las saetas de la luna llenen el vaso con su
energía romántica, la foto que tienes, donde estas con él; la po-

65
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

nes bajo el vaso, el resto del vaso lo llenas con miel y pétalos de
rosas, esto a media noche, empiezas a rezar, diciendo:
Gran Diosa de la Luna Llena, Selene diáfana que ves lo
más profundo de los misterios del alma de los amantes, te invoco
para que unas nuestros corazones, permitas que nos amemos
por siempre, danos la prosperidad y el amor que necesitamos
para llegar al altar unidos por el lazo de tu bendición; así sea,
así se haga y así es.
Cuando termines la oración coloca los cuarzos en el vaso,
repite la oración los dos días siguientes, el día después de la luna
llena, regálale el cuarzo y el anillo a tu amor, coloca el cuarzo
tuyo bajo la almohada donde duermes, para que tus sueños se
unan a tu hombre, y el anillo ponlo en tu dedo anular izquierdo
para que con esto ahuyentes a todas las energías negativas y a
los Ángeles malvados que te emboscan por encima del hombro
izquierdo, con esto te aseguro que en menos de tres meses, te
estará pidiendo matrimonio.
- ¿Qué era lo que tenía que aprender de esta mujer? ¿Por
qué los antiguos me mandaron a este paraje? ¿De qué se trataba
esta empresa?
Yo quiero trascender… No comprendo… Será que al per-
tenecer a la tierra, a su gente, a los hechizos más básicos; al ser
parte de ellos, más que trascender en lo individual, trasciendo
formando parte del grupo, porque tú te vuelves la posibilidad de
trascendencia, desde el escaño más humilde, que permite que de
entre el grupo sea uno el que lo represente, si y sólo si; uno, el
líder.

66
Grimorio de la muerte

No comprendo… Estoy confundido…


El viaje iniciático es individual, se trasciende con el trabajo
arduo, con la destrucción del ropaje de oropel, cambiándolo por
un simple harapo que te permita ser más libre.
Por hoy es todo, mañana regresaré, tal vez tendré la opor-
tunidad de develar el mensaje encriptado que los antiguos me
dejaron oculto entre los girones de vida de esta anciana.
El cuervo intenta graznar… se da cuenta que me puede de-
latar, no es el momento, entonces con un parpadeo me despide.
Dure varios días pensando, no me hacía a la idea de volver
por aquel lugar, la vieja indígena, me descubría, y la verdad que
podía aprender, las dudas viajaban por mi mente.
Está bien, este viernes visitaré aquel lugar de la bruja cano-
sa, veré que es lo que los antiguos quieren enseñarme.
- Sin saberlo la siguiente incursión del temerario caballero;
le permitiría conocer como se invoca a los elementales, las fuer-
zas que se conjugan para formar el cosmos, el polvo de estrellas
que se reúne en un torbellino luminoso que logra darle forma a
los seres que se creen semidioses.
- Cuando la noche había tendido su manto, y su hijo Hipnos
terminó de pasarse por entre las almohadas de la ciudad, realicé
mi ritual de protección, me dispuse y viajé.
Recién llegué al recinto de la bruja; el cuervo me estaba es-
perando, me vio llegar, pero esta vez me tenía un lugar reservado,
una vista diferente de aquel lugar, lo recorrí, era el mismo sitio
de la otra noche, nada había cambiado, sólo una cosa, desde el
techo no advertí que el armario o pequeño altar, era un baúl viejo

67
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

y con una cerradura muy particular, desde la cual se desprendía


una cintilla como de seis centímetros de ancha, de plata, llena
de varios símbolos de protección, todos en una filigrana exquisi-
ta, entonces me comió la curiosidad, esos signos los conocía, el
mensaje estaba en esa cintilla o dentro del baúl de roble dulce,
oscurecido por el tiempo, con algunas quemaduras, huellas de
los mas ancestrales rituales en el que fuera testigo, era testigo
mudo que sobrevivió a quienes lo crearon y utilizaron, estaba
desesperado, que podría decir tanto signo, así que comencé a
descifrar, después de un rato descubrí que sólo eran símbolos de
advertencia y otros de protección, entonces lo importante estaba
dentro, el contenido me llamaba, sería esta mujer mi Pandora.
La bruja se levantó, se acercó al baúl, despejó el altar im-
provisado, sacó una llave de entre las prendas que sostenían su
feminidad; la introdujo en el ojo del pestillo, y dando varios gi-
ros en un sentido, en otro; lo abrió.
Sin saber que la observaba, que mis ojos miraban por detrás
de su persona, con la ansiedad del niño que quiere descubrir los
secretos de la abuela, levantó la tapa, dejando al descubierto sus
magníficos tesoros.
Me apresuré por ser el primero en descubrir su contenido:
dentro estaban una espada, joyas, monedas, un cuenco, una copa,
y un libro antiguo, pesado, grande grueso, amarillento de pasta
engarzada, con decoración de piedras preciosas. Tomó la espada,
la colocó solemnemente sobre la mesita de noche, con el pomo
orientado hacia el occidente, colocó el libro sobre la mesita y
con respeto, el respeto que se merecen los que han trascendido

68
Grimorio de la muerte

a sus creadores, lo abrió; tomó un lápiz y unas hojas, comenzó


a tomar nota de lo que leía, ensimismada en su investigación no
se percató de mi algarabía, encontré el secreto de aquella bruja.
Tocaron a la puerta en esa noche de luna en cuarto crecien-
te, la mujer cerró el libro, y bajó las escaleras que la conducían
al desván, para abrirle la puerta a una de las doncellas del día
anterior.
- Hola muchachita, pasa te estaba esperando, recuerda que
no es muy sabio hacer esperar a esta vieja bruja, porque sus mi-
nutos son el tesoro perdido de sus días.
- Señora, mire le traje lo que me pidió.
- Déjame ver si esta todo… Si… Bien…
La anciana miró sigilosamente en todas direcciones, como
buscando espías escondidos entre los carros; para luego cerrar,
poniendo doble llave.
- Déjame ver la foto que traes.
- Tomó la foto y la guardó en el cinto que sostiene su falda;
de que le servía verla, estaba casi ciega.
Tomó el brasero que contenía las ascuas de carbón, tomó
las siguientes yerbas: ruda macho y hembra, laurel, rodajas secas
de cebolla morada, cáscaras de ajo macho, hembra y japonés
e incienso que estaban dispuestas sobre la mesa del comedor,
rezando y soplando la bruja se inclinó sobre el brasero, La res-
piración entrecortada de la bruja empezó a parecer un estertor
agónico. Movió ligeramente los párpados, mostrando las encías
desdentadas. El viento agitó el humo del brasero... las ascuas se
tiñeron de un rojo fulgor, o tal vez lo hacían invisibles presencias

69
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

que se revolvían en la penumbra, sahumerio todos los rincones


que pudo, limpió a la muchacha, todo estaba listo, se podía dar
comienzo al ritual, el propósito la unión de dos seres nacidos de
la carne.
La joven mujer no estaba impresionada, no se daba cuenta
que sólo era el comienzo.
Llenó de sal gruesa un plato de porcelana, que flanqueaba
la puerta que daba al jardín; con delicadeza le puso alcohol; le
lanzó un cerillo de palo, se inflamo; las llamas embravecidas
bufaron, retando los poderes de la vieja, sesenta años tentaban
al destino, mientras un humo negro oscurecía los cabellos de la
enmarañada cabeza blanquecina. El calor de las brasas reveló un
rostro lleno de heridas, marcadas por el tiempo, surcos profun-
dos, sembrados de experiencia.
La bruja profirió, -anda muchacha sáltale, pasa al patio y
comienza a desnudarte.
La muchacha asustada, saltó aquella llamarada azur, entre
mil estrépitos la sal mágica que se quemaba empezó a tronar
incontrolable, saltan despavoridos los enemigos, corren a escon-
derse.
La bruja tomó las notas que escribiera en su cuarto.
Agarró una botella de aguardiente, se deslizaron en su gar-
ganta tres tragos, sin hacer un solo gesto, colocó de nuevo la
botella en la mesa, y se limpió los labios con la manga mugrosa,
beso proscrito, dirigiendo sus pasos al patio.
En aquel claro selvático urbano, microcosmos de la madre
tierra, se encontraba en el piso un símbolo de protección; un pen-

70
Grimorio de la muerte

tágrama wicca orientado hacia el oriente, rasgando en su punta


más próxima el velo de Isis, en el naciente se enarbola un altar.
La joven mostraba la redondez de sus senos, su piel se anto-
jaba cual pétalo de tinta rosa, con la textura carnosa del durazno,
mujer delgada; con los aureolos en estado de tumefacción, el frio
se reflejaba en sus pezones.
La bruja sostenía la espada en su derecha. Sin titubeos la
deslizó por los cuatro costados de la doncella, como cortando
los cordeles de un titiritero siniestro, terminando; las dos voltea-
ron directamente donde el sol asoma sus primeros rayos al ama-
necer, para tocar a las cuatro puertas que existe en su corazón,
mientras el campanario toca la doceava nota de bronce.
En la regencia de Ralpada; se encontraba un sahumerio des-
pidiendo una columna de humo.
En la regencia de Nijd; una veladora dorada destellaba sus
lenguas de fuego.
En la regencia de Kanisc; un cáliz estaba lleno de agua lus-
tral.
En la regencia de Bhog; una sal terrosa, gruesa estaba depo-
sitada en un cuenco de madera.
En un círculo más interno, en cada una de las puntas de la
estrella refulgente; unos pequeños depósitos con miel, tenían en
el centro una vela rosa prendida.
Trazó a lo largo de su cuerpo la cruz cabalística, arrebato
alquímico para su protección.
La mujer de la cabellera color Ixtlac, con fuerza expelió tres
veces el aire que contenían sus pulmones; blandió la espada cor-

71
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

tando la columna de humo, trazando un signo, para al final dar


una estocada al centro, en dirección de su corazón, purificando
el aire, invocando a los Silfos, bajo los aires de Ressu, se le oyó
decir -YHVH-. Una columna de luz amarilla apareció, descendió
el arcángel Rafael.
El fuego la esperaba, crispado, con sus dedos tocó tres ve-
ces la llama, trazó el mismo signo con la espada; estocada, que
purifica el Fuego, invocando a las Salamandras, bajo los aires
de TusNo, se le oyó decir -INDA-. La columna roja de luz fue el
vehículo del arcángel Miguel.
Hundió los dedos gordo, índice y medio en el cáliz por tres
veces, sacudiéndolos en las cuatro direcciones, con el gordo es-
bozó una cruz en el entrecejo de la mujercita, la punta de la es-
pada tocó la superficie del liquido en un dibujo antiguo, arañazo
al espacio que purificó el agua, invocando a las Ondinas, bajo
los aires de Féroci, se le oyó decir -EHEIEH-. La columna azul
deslumbró a la llegada del arcángel Gabriel.
Tres granos de sal jugaron entre los dedos de la derecha, se
deslizaron en el tobogán que formaba la esperaba, el signo, el
corte, tuche, purificaron la tierra, invocando a los Gnomos, bajo
los aires de SABORE, se le oyó decir -AGLA-. El arcángel Uriel
descendió en la columna blanca que iluminó aquel rincón.
Llegando al centro, con la espada en alto; invocó a la Diosa,
al gran espíritu y al arcángel Metatrón.
Invocó las fuerzas de cada uno de los elementos, les dio la
bienvenida a los elementales, explicó que los convocó para que

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Grimorio de la muerte

la mujer desnuda pudiera llegar al altar de la mano del hombre


de sus sueños. Pidió su consejo e intervención.
Con gran reverencia se dirigió a la diosa afrodita para que
dirigiera aquel ritual, tomó un listón rojo en el que estaban escri-
tos los nombres, colocó la fotografía en el regazo desnudo, joven
y pulcro; el rojo cordel se extendió alrededor de la cintura de
la doncella, como queriéndola atrapar, amarrándola a los dejos
de sus sentimientos pasionales, deseos condenados con el listón
del deseo de la mujer; 7 velas rosas con el nombre de ella y él;
grabados con la punta de una espina desgarradora en lo blando
de su textura, fueron el testigo mudo de fuego que iluminó su
desnudez; la anciana dejó un camino circular, sello de amores
formado de polvo de canela y azúcar.
Las rodillas tocaron la tierra en un acto de humildad, el con-
tacto con la madre estaba hecho, en el ambiente empezó a flotar
una tonadilla femenina de súplica, su cantar parecía agradar a los
presentes, los labios se fueron tornando suaves y carnosos gajos
de durazno, las pupilas se dilataron, bajo el ritmo de los más
ocultos tambores de sus cuerpos deseosos de amor.
Después de un rato el sonido de tambores, liberó su hechizo
al universo, el silencio se apoderó del espacio entero, el tiempo
se detuvo, sólo para comenzar el segundero su carrera, cuando
las flores rebosaron de rocío.
La bruja ofrendó en el altar tres panes ázimos y una copa de
vino tinto, dirigió la hogaza a los labios ávidos de besos. Con la
delicadeza de los ángeles trozo el pan clavando los dientes en lo

73
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

suave de su cuerpo, sin abrir los ojos, entregada totalmente a su


divinidad íntima, el licor mojó sus labios, para deslizarse por las
profundidades de su ser, comunión entre mundos.
Dieron las gracias a las fuerzas presentes, las despidieron y
en un borneo final cerro el circunvalación de los dioses.
- Mi niña vístete, y coloca esa foto junto con el lazo entre
tus ropas íntimas.
Me dispuse a retirarme, ya conocía el secreto, regrese mi
vista, para observar a mi cómplice emplumado, su actitud era di-
ferente, algo había cambiado, el ave abrió su pico negro, y lanzó
al viento su más feroz grito de batalla, mi presencia había que-
dado comprometida. La anciana con cabeza de cotomitl; volteó
para todos lados, buscando al intruso que se atrevía a conquistar
el espacio más sagrado de su casa, el perturbador de sus hechi-
zos; lanzó sal al suelo, a los cuatro puntos cardinales y maldijo,
así que me retiré en el instante, podría ser el blanco de aquellas
maldiciones.
Vi por última vez al pajarraco, el entrelazó lo negro de su
mirar, por un momento fuimos uno solo. Al recuperar la con-
ciencia de mi unicidad, mi cuerpo reposaba indolente sobre el
frio tálamo de mi habitación.

74
Grimorio de la muerte

TLALLI7

- Tetlamatzin me citó esta noche en la caverna de la diosa


negra.
- ¿Y para que pediste el consejo del anciano ese?
- Quiero saber que pasó el día de mi nacimiento y que me
depara Tlaltecuhtli.
- Todos sabemos que serás un gran guerrero, que lograras
todo lo que te propongas en esta vida.
- No importa, hoy estaré a la hora indicada a la entrada de la
caverna, llevando un ocelotlxochitl en mi mano derecha.
La luna se formó circular en el firmamento, el manto noc-
turnal se extendió, dejando entrever pequeños orificios, peque-
ñísimas ventanas al infinito luminoso, o serían ojos cristalizados
de ciempiés.
El muchacho dispuesto se acercó a la entrada de la cueva,
esperándolo estaba un tlilocelotl.
Caminaron juntos, internándose en las profundidades de la
tierra, la tea destellaba hermosamente en los ojos del ocelote8.
Caminaron como una hora aproximadamente, se detuvie-
ron cuando llegaron donde se veía un pequeño hilo de lava, el
ocelote se transformó en el anciano, tomó un poco de pinoltetl, o
polvo de tierra, lanzándolo a la lava, y comenzó diciendo:

7
Tierra.
8
Jaguar.

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

- Tlalollin, el señor Tlaltecuhtli responde a tu pregunta.


El reino de la tierra se extiende incesante bajo nuestros pies
y tú estás destinado a ser el señor de estas tierras, te llevare a
mi reino por tres días para que aprendas a gobernar con respeto,
honor y la estimación de tu pueblo; solo cuídate de la traición de
Maghiscatzinn.
- Dicho esto, la lava despidió un vapor mortal, que Tlalollin
aspiró por completo; dejó de sentir su cuerpo el cual quedó en
estado catatónico, sólo a un paso de la muerte, quedaría boca
arriba en aquella gruta, entonces recordó dolorosamente; que el
nombre del brujo era Maghiscatzinn.

76
Grimorio de la muerte

EHECATL9

La dama desesperada tomó las cartas del mazo del tarot: la


emperatriz, el mago, los enamorados, y la luna.
Con mucho cuidado las colocó en cruz, uniéndolas entre
sus centros.
La foto del hombre que ella quería para esposo, la colocó
sobre la cruz que formaran las cartas del tarot, formó un círculo
de azúcar mascabado y canela en polvo.
Prendió una vela rosa.
En la flama prendió un tronquito de canela en rama, debida-
mente enrollado en hilo color rojo, bañado de miel.
Cuando la rama de canela tuvo un ascua al rojo vivo le pidió
al hada que vigila esta especie que intercediera.
- Espíritu que habitas la canela; te ruego que escuches mi
voz, gracias por traer a mis brazos, al hombre de mis sueños,
que es justamente el amor que merezco, en gracia y perfección;
asimismo que el humo de este incienso vuele alto y llegue hasta
ti, llevando mi mensaje de gratitud.
Introdujo su dedo índice derecho en la boca, y lo llenó de
saliva, trazando un símbolo mágico sobre aquella fotografía.
- Con el poder del liquido mágico de mi voluntad, que la
fuerza está en mi, invoco el poder.
Comenzó a soplar con fuerza, pero despacio, sobre la rama

9
Viento.

77
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

de canela, a cada soplo la ascua se encendía con una intensidad


pasional, el humo se vertía sobre la foto, para luego ascender a
las alturas…
Detengo mi dialogo: no sé por qué estoy pensando en…
Mary; años que no la veo.

78
Grimorio de la muerte

TLEMAQUILIZTLI10

En la mañana la madre indígena llevó a sus gemelos, para


bañarlos en el remanso que forma el río, con mucho cariño los
acarició, mientras el agua corría, les cantó una melodía en ná-
huatl.
Los niños jugaban alegremente con el líquido transparente;
mientras el agua seguía corriendo entre las piernas de la madre.
Terminado el chapuzón; se puso a secar a su pequeña hija
Tlapipitza, a la niña se le cayó el ombligo.
La madre lo tomó y lo situó sobre una penca de maguey, su
esposo se los había encargado mucho.
- Mi amor, cuando se le caiga el ombligo a los niños; me
los guardas, para llevar a cabo el ritual tradicional de mi familia.
Recordando esas palabras, la mujer se dispuso a secar el
agua del pequeño cuerpo de Tletl, pero sus ojos se desorbitaron,
no tenía el ombligo, donde estaba, se paró de súbito, volteó en
varias direcciones, siempre son los ojos hurgando el suelo, si
no encontraba aquel cordón umbilical, sería un pleito fuertísimo
con su viejo.
Buscó por un lado por otro, y nada, su frente y manos es-
taban empapadas, tomó la pequeña toalla con la intención de
recoger aquel copioso sudor, al pasar la tela por el rostro sintió
que algo le raspaba, sería un insecto que se enredó, revisó, para

10
Día del Fuego Nuevo.

79
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

advertir que era el ombligo del niño, lo puso junto al de su her-


mana, y se sentó a descansar, no habría problemas al llegar a
casa.
Tomó a los bebés, amarrándolos con el huipilli; lo más cerca
a su cuerpo, ya asegurados, agarró la hoja de maguey; pero otro
contratiempo, había pateado aquella penca, los ombligos estaban
revueltos, que le diría a su viejo, después de mucho pensar deci-
dió decirle de forma discrecional que un ombligo le pertenecía a
Tletl y el otro a la niña.
Cuando llegó su marido, ella le entregó los ombligos.
- Viejo, aquí están los ombligos; mira este es el ombligo de
Tlapipitza y este es el de Tletl.
La mujer había salvado el día, resolvió de forma practica el
dilema, pero lo más importante su marido se comió la mentira.
- Gracias mujer, hoy en la noche realizare el ritual de mis
antepasados, sembrare el ombligo del niño en el campo de ba-
talla, el de mi hija en la cocina cubierto con cenizas del fogón.
Emocionado tomó los ombligos, los guardó, cuando cayera
la noche realizaría el rito, sin la mirada indiscreta de sus vecinos.
Cuando Selene tubo su más fuerte brillo azul, el hombre
salió de su casa rumbo a el escogido campo de batalla, sembraría
el ombligo de su hijo, sería un guerrero valeroso, estaba sumido
en sus pensamientos, de repente tropezó, al caer de bruces, botó
el tesoro que ocupara su mano derecha, se levantó, sacudió sus
ropas, y con la luz argentina encontró aquellas joyas familiares,
pero cuál sería el ombligo de Tletl.

80
Grimorio de la muerte

Se sentó hasta bien salido el disco áurico, pensando que si


llegaba a sembrar el ombligo de Tlapipitza en el campo de bata-
lla, su hijo seria un mandilón, o quien sabe que pasaría, asustado
dirigió sus pasos a la choza del brujo del pueblo.
Ese hombre sabio, el nahualli; sabría qué hacer.
Tocó a la puerta de la choza, y escuchó una voz ruda, pero
cansada.
- Pasa muchacho te esperaba hace tres horas.
Ándale pásate, la puerta está abierta.
El hombre entró en la choza, y puso sobre la mesa los om-
bligos, y le contó detalladamente la pequeña y dolorosa historia.
No te preocupes, yo se que hacer.
- Déjame los ombligos, yo resolveré el problema. ¡Ahhh y
pon un billete de quinientos pesos!
El padre desesperado, colocó un billete junto a los ombli-
gos, retirándose de aquel lugar, confiado en que el nagual resol-
vería el problema, con los conocimientos que los ancestros le
enseñaron.
Aquel indio, prendió el fuego de un anafre que tenía dentro
de la choza, le rezó a Xiuhtecuhtli, cuando los carbones estaban
al rojo vivo, lanzó los ombligos al fuego, regresaría en unas ho-
ras, cuando el fuego hubiera cumplido su encargo, mientras se
marcharía a descansar.
Cuando las ascuas fueron sólo cenizas blancas, despertó el
brujo, tomó las cenizas, salió al patio y esparciéndolas por los
seis puntos cardinales, diciendo en cada uno de ellos:

81
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

- Hijos míos, los libero; que los dioses cuiden sus pasos,
que la ardilla mística traiga el fuego de la sabiduría a sus mentes.
Tracen sus vidas, logren sus metas, sean las personas que su
voluntad determine.

82
Grimorio de la muerte

ATL11

El día de campo era estupendo, corríamos de la mano, por


fin había salido con la mujer de mis sueños.
La alegría corría por mis venas, animándome por completo,
las horas se volvían minutos, el amor inflamaba mis sentidos.
El sol nos regalaba su luz, iluminando nuestra unión, el pas-
to jugueteaba con nuestros pies, los arboles plagados de cantos
eran los testigos mudos de aquel momento.
Nunca me fijé que nos acercábamos inocentemente a la ori-
lla del risco.
Ese último giro fue mortal.
Brinqué y giré en el aire, mi corazón no cabía en mi pecho,
cuando de repente el suelo bajo mis pies se despeño, y fui a dar
al río que se encontraba tres metros abajo, caí en el agua, me
hundí, a lo lejos escuchaba los gritos de mi amada.
- Mi amado Acolmán; cayó al río.
Nada mi amor, nada… auxilio, que alguien me ayude.
Siento la agonía tomando por casa mi corazón.

11
Agua.

83
Grimorio de la muerte

AUXILIO, AUXILIO, AYÚDENME…

- La voz frágil de la mujer se desgarraba, mientras Acolmán


luchaba por volver al regazo de su amada.
- Poco podía hacer; luché con todas mis fuerzas por escapar,
por llegar a la orilla, pero un remolino me jalaba, nadé, nadé y
volví a nadar, el río solicitaba mi sacrificio;
¿Porque tenía que morir, si el amor tocaba mi corazón?
Decidido continúe braceando contra corriente, hasta que las
fuerzas se acabaron, no podía moverme; sabia que todo llegaba
a su fin, volteé para buscar el rostro angélico, para llevarme el
recuerdo de la chispa de sus ojos a la noche eterna, seria la luz
que acompañara mi soledad.
La encontré, y vi rodar sus lágrimas.
Entonces me deje llevar por el afluente.
Sería mi tumba.
Tendí mi cuerpo a lo largo del agua, me convertiría en uno
con ella.
- Esa mirada en lo oscuro del momento, es la forma más
amorosa con la que me han visto, ¡Me ama! Tengo que salvarlo.
- La mujer bajó al río por una pendiente que se encontraba
metros más adelante, se paró en un peñasco que se adentraba sin
temor en las fauces de aquel torrente.
- El tiempo se veía cuadro a cuadro, pasé junto al remolino
y continúe de largo, hasta que choqué con una roca. Cansado, sin

85
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

fuerzas sentí que un ángel tomaba mi mano, eran los guardines


del inframundo recibiéndome.
No; ahí estaba ella, Atezcatl, salvándome, asistiendo a mi
segundo nacimiento.
- ¡Acolmán; mí amor!
- ¡Atezcatl!
Fueron las únicas oraciones que pudieron salir razonada-
mente, de la boca de los amantes, que se debatían entre lágrimas
y sollozos, mientras la mano pálida, trémula y fría de su amada
se entrelazaba con la de Acolmán, convirtiéndose en una sola.

86
Grimorio de la muerte

TU NOMBRE

Al fondo se escucha el rechinar de un metal, arrastrado por


el suelo.
Agudizo la vista para ver de quien se trata.
Sólo veo las chispas que salen del choque del acero, con la
roca.
Se escucha el latido de un corazón de bronce.
La oscuridad me invade, esta alrededor, no estamos más
que las chispas y yo.
Las chispas, el ruido, la angustia se acerca sin descanso.
¿Quién será? ¿De dónde vendrás? ¿A dónde va? ¿Es a mí a
quien buscas?… ¿Qué quieres?
El miedo se apodera de mi espíritu… tiemblo, los músculos
no me responden, siento adoloridas las articulaciones, está cada
vez más cerca.
Las chispas dejan entrever una frase grabada en el metal, es
una hoz la que se abalanza sobre el suelo, la frase dice nemini
parco.
Recuerdo haber leído en alguna parte esa frase… ¿Dón-
de?… ¿Dónde?…
Si ya recordé es la frase grabada en la guadaña del ángel de
la muerte, recuerdo ahora que significa “no hay lugar para el
perdón”

87
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Me dan escalofríos. ¿Qué está pasando? ¿Llegó la hora pre-


cisa de mi retorno?...
Los miedos me corroen… No puedo pensar con claridad…
Quiero salir corriendo…
Una mano me toca el hombro y me susurra en el oído, -no
te preocupes-; dicho esto.
Apareció de súbito sobre mi regazo una biblia abierta en
el libro del génesis 32, por curiosidad o por oportunidad leo el
versículo 28:
Dijo el otro: «¿Cuál es tu nombre?» - «Jacob.» -
El Ángel en mi espalda me susurró lo siguiente:
- Sería conveniente que leyeras el siguiente versículo:
«En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has
sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has vencido.»
Ese era el secreto, darme otro nombre para que el ser que
estaba buscándome no me encontrara.
¿Qué nombre seria el indicado?
Me obligaré a guardar silencio, tomando el nombre místico
y secreto, de NIIR.
Escaparé de las garras de duendes, ogros, hadas, magos ne-
gros y la innombrable…

88
Grimorio de la muerte

DOBLE

- Aquel hombre Dormía plácidamente, después de una jor-


nada ajetreada, en que se esforzó por pasar un día totalmente
ocupado, sin respiros como queriendo olvidarse que era el ani-
versario luctuoso del ser que le diera apellido, sustento y amor,
el padre abnegado de mil noches de desvelo.
Pero su afán no dio los resultados esperados, siendo las
doce de la noche se presentó su padre en Sine corpore vitœ, en
un cuerpo sin vida habitado por el alma inmortal; se sentó a la
orilla izquierda de la cama; tomó su tiempo, vio en el hombre
que su hijo se había vuelto, sus dedos fantasmales recorrían el
rostro del dormido, sacando el máximo de provecho de aquel
evento, cuando su corazón silencioso estuvo satisfecho, posó lo
frio de su mano en el rostro inconsciente.
- Hijo despierta en los confines del mundo invisible.
Hijo levántate.
- Abrí los ojos, solo para encontrarme con mi padre.
¿Cómo estas? ¿Qué has hecho?...
- Viajar, trabajar; lo de siempre, nada ha cambiado.
- ¿Por qué has venido a visitarme?
- Tengo un recado para ti, mañana cuando el sol este en el
cenit, tendrás que ir a mi tumba, llevado un ramo con doce rosas
rojas, vestido de luto; un hombre te estará esperando para plati-
car contigo.

89
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

- Espera… Espera. ¿Pero cómo puede ser posible?… Tú


estás muerto.
- Hijo que error cometiste…
- Dicho esto; el viejo se desvaneció en el espacio, se con-
virtió en una nube de polvo que no dejó rastros de su presencia.
¿Qué pasaría con el durmiente? ¿Recordaría el recado? o ¿Al le-
vantarse sólo sería un sueño lo sucedido? O lo que es peor no re-
cordaría nada queriéndose ocultar en la inconsciencia de su vida.
El reloj continuó su carrera interminable, el segundero ro-
zaba el minutero segando las horas, dejando los cadáveres de los
días a su paso, sin intentar siquiera detener el curso ya trazado,
la mañana se precipitó en la ventana, dejando pasar lo dorado de
los rayos de astro rey, los párpados se convirtieron en un telón
rosáceo, que se transparentaba, el día había llegado, la hora era
la indicada, la mañana cobraba a los durmientes el precio de su
descanso.
Me levanté por el lado izquierdo de mi habitación, recorda-
ba aquel sueño, como si lo hubiera vivido, mi padre hablándome,
hace 16 años que el viejo me abandonó (sin darme explicación
alguna de su partida, quien se creía, que dios le había dado la po-
testad, para que se atreviera abandonarme, justo en el momentos
que empezaba a entenderlo, cuando sus consejos se convertían
en instantáneas de sabiduría, ¿Por qué me dejaste? Qué importa
que me regañaras, o que me impongas el peor de los castigos, si
puedo tener la oportunidad de abrazarte).
Si el viejo se había tomado la molestia de visitarme o la
imaginación me jugaba el peor de los engaños, poca importancia

90
Grimorio de la muerte

tenía esto, la verdad estaba enfrente, que me costaba visitar la


tumba olvidada de mi padre, le llevaría flores, en un acto de hu-
mildad y reconocimiento; limpiaría de maleza la pequeña lápida
de piedra, que rezaba su Esquela:

SABED
QUE EL LICENCIADO

Aldo Fre Oro Can

IL.’. Y POD.’. SOB.’. GR.’. GRAL.’. Y EX - GRAN MINISTRO DE ESTADO

DEL SUP.’. CONS.’. DEL R.’. E.’. A.’. Y A.’. PARA LOS EE. UU. MM.

21 - V - 1916

12 - VII - 1989

“Era un hombre bueno; no alimentó en su vida odio ni ve-


neno y por su amor se fue por los rumbos del tiempo...

... Al dolor y al gozo fue discreto y del bien y lo bello apa-


sionado”.

91
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Entonces podríamos platicar.


Preparé mi día, cuando el tiempo se acercaba a la parte su-
perior del reloj, encaminé mis pasos al cementerio.
El pasillo de ladrillo rojo se alejaba en alfanorona jugada,
mis ojos recorrían los pequeños caminos terrarios; queriendo
descifrar el laberinto que se formaba entre sus juntas; me enca-
miné cuidando que mi huella no pisara las mojoneras del choque
entre sus zonas; perdido en obtener la victoria, me alejo por un
momento de mi propósito.
Un ruido en el césped terminó de súbito con mi siguiente ju-
gada, entonces voltee a ver qué o quién se atrevía a perturbarme.
Mi columna vertebral resintió un choque eléctrico espantoso…
Yo estaba ahí parado en la tumba de mi padre, hundiéndose-
me los zapatos negros en lo suave del zacate, esperando al viaje-
ro incógnito, que viene a conocer a la devoradora de inmundicia,
las canicas cristalinas que llevo en las cuencas de mi calavera,
se posaron en el transeúnte, que despreocupado caminaba por
el callejón que llevaba directo al sepulcro íntimo… pero veo su
rostro; algo le asustó, algo vio que no esperaba; se ve su rostro
demacrado, una vela tiene en estos momentos mas color que él.
Me estaba viendo desde el fondo del cementerio, un segun-
do petrificado en la eternidad, cual si Medusa estuviera jugando
a los encantados…

92
Grimorio de la muerte

¿DÓNDE ESTÁS?

- Tomo la pluma que va a continuar la búsqueda… Instru-


mento caído del cielo, desprendido del ala izquierda del Ángel
aquel… ¿Qué pasa con mis dedos?… Se engarrotan, no quieren
continuar, me come la angustia quiero escribir, me aúpa el ser a
dejar un trazo informe sobre mi hoja… la pluma sigue inerte…
busco dentro de mí, busco… no encuentro… ¿Qué pasa?
- Mientras Ic Oro Can tomaba un tequila, inocente; sin sa-
ber que su amante puso gotas de un liquido rojo; recomendación
de una hechicera.
Ic Oro Can lleva el líquido a su boca, lo bebe de un solo
trago, le arde la garganta; pero le calma sus ganas de tener.
Tras unos minutos, la sensual mujer se acerca, se desliza
sobre la alfombra afelpada, que dejaba un sonido callado a los
pasos suaves, posa sus delicadas manos en Ic, sus labios de un
carmín profundo, dejan entrever las perlas de su sonrisa; enton-
ces le susurra una frase antigua y extraña, al oído derecho de su
amante, el cual está totalmente drogado.
- Quiero escribir, esa carta de amor que nunca te regalé, me
imagino que estas entre los brazos de un hombre, en una lucha
interminable, feroz negro cisne de cuello erguido que te doblega
a sus placeres.
¿Dónde estás?

93
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

- Con los ojos abiertos y las pupilas dilatadas; Ic se levanta


del sillón, y arrebata bruscamente a su amante, le desliza sus ma-
nos sobre la frente y por el pecho las uñas van dejando un arado
listo para sembrar pasiones y desdichas.
- ¿Qué te busco en los lugares más oscuros, lo sabías?
¿Dónde estás?
- La mujer golpea a Ic, lo quita… lo detiene; se da cuenta
que no es lo que busca… con la pócima quería traer el alma de
aquel ser, que conoció en un antro el viernes 13 de marzo pasado.
Pero fue tal la cantidad de alcohol o de cannabis, que no re-
cordaba su nombre o apariencia. Sólo sentía el deseo de tenerlo
entre sus piernas.
No recordaba si tuvieron sexo o si sólo vivieron el momen-
to.
Lo que si llevaba tres meses tomando diario en el antro y
nadie le sabía dar razón, ni siquiera el bar ténder recordaba que
ella compartiera con otra persona la bebida.
- ¿Qué hago?… Como te encuentro. Si sólo te tuve en un
sueño, de los que despierto y no recuerdo; sólo sé que te deseo.
¿Quién serás? ¿De qué mundo vendrás? ¿Te volveré a ver o
a soñar?… Sólo sé que te necesito.

94
Grimorio de la muerte

TOCI12

Espesaba el día, preparé la tina con agua caliente, para dar-


me los treinta minutos de relajación, suficientes, para encontrar-
me antes de enfrentar las montañas de fierro y asfalto, que se
interponían entre mi destino y mi felicidad, cuando la luna ar-
gentina estuvo opaca por el roció de la bañera, me dispuse a pe-
netrar en las profundidades del espejo aqueo que ofrecía lustrar
las larvas negras que atormentaban mis sueños, convirtiéndolos
en pesadillas.
Deje caer el cuerpo, en aquella masa de agua, y no era Ar-
químedes; simplemente sentí el agua caliente correr entre mis
extremidades, para luego precipitarse en el entramado de esca-
ques, cerré mis ojos para poder perderme en los sueños que se
me tornaban húmedos e infatigables, dispuesto a disfrutar cada
momento como si fuera único, mi frente comenzó a producir un
racimo infinito de perlas, que rodaban por entre mis mejillas,
otras se escondían entre la oscuridad del caracol.
El tiempo se empezaba a tornar interminable, el desasosie-
go empezó a minar los rincones de mi ser, mi alma vibraba con
la ansiedad de niño que ve a su madre perderse en la esquina, el
cuerpo en un acto involuntario me enderezó, como dispuesto a
levantarme, y salir de aquel placer que se tornaba en mi prisión.

12
Contracción de Tonantzín, la madre tierra o madre de los dioses, en la mitología
azteca.

95
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Medite el momento, los acontecimientos, los detalles, abrí


los ojos y reconocí el territorio, para apoderarme del mapa. ¿Qué
me pasaba? Estaba en mi baño, en un lugar seguro, que hacía
años me pertenecía, o que yo le pertenecía, aquí estaba en el lu-
gar preciso donde los miedos podrían ser los eternos proscritos
de mi espíritu.
Entonces regrese a cerrar las ventanas que me ofrecían la
aparente realidad que vive afuera de mi ser, me di cuenta de cada
ruido que me rodeaba, la regadera estaba dejando caer una pe-
queña gota desde lo alto de su nido, cual aguililla que emprende
su primer vuelo, para estrellarse en el océano de mis deseos; un
sonar de tambores se precipitaba desde el fondo de mi pecho,
danza ritual de los antiguos, que con cada latido me acercaba a
la línea sanguínea de mis antepasados; en un vahído hipnótico.
Sentí en mí el incendio que se producía a lo largo de la geo-
grafía agreste de mi frontera más próxima, y como se inundaba
como queriendo apagar la fuerza de un fuego sin llamas.
En la pantalla cinematográfica y onírica de mis parpados,
se proyectaban las imágenes más sicalípticas de aquel momento;
se oscureció, me talle los ojos, como queriendo arreglar aquel
desperfecto técnico que no me permitía ver en tecnicolor, fue
entonces que abrí los ojos… ¿Abrí los ojos?… ¡Abrí los ojos!…
Mi corporeidad estaba en un valle que se extendía verde delante
de mis ortejos…
Una mujer hermosa estaba con los brazos extendidos al cie-
lo, bajo la planta de su pie derecho una serpiente; hacia sus cua-
tro puntos cardinales, empezando por el levante; estaban parados

96
Grimorio de la muerte

Tezcatlipoca Grana, Tezcatlipoca Azabache, Tezcatlipoca Albo,


Tezcatlipoca Azur; y sobre su cabeza una serpiente emplumada.
Toci dijo: Señores de los seis puntos cardinales los invocó
para que me ayudes a regresar de la muerte a mi ser amado.
La serpiente contesto: Toci, síguenos cuando el cielo se cai-
ga, y los dioses entremos al inframundo por el poniente, tendrás
que acercarte de rodillas, lentamente, y orando con la suplica del
alma de tu amor.
- Por lo pronto arrodíllate, espera que las estrellas pueblen
el espacio, contestó el dios blanco.
La noche se precipitó en el preciso instante que los Dioses
chasquearon sus dedos, el cosmos se oscureció, las estrellas em-
pezaron a resplandecer, pero una estrella le llamaba la atención
a la mujer, una pequeña estrella doble o triple que parpadeaba,
como enviándole señales, como encriptado un mensaje, para que
sólo y sólo la mujer lo leyera.
- Tendrás que orar a la estrella de algol, mientras me si-
gues. Fueron las palabras de un ser que no vi llegar, no se dé
donde apareció, tenía el pelo erizado, el cual estaba habitado
por infinidad de animalitos algo extraños y nocturnos: tepocates;
alacranes, ciempiés, arañas, que con su tejido dejaban caer un
cabello sedoso blanquecino, y muchos más; al pecho llevaba un
collar del cual colgaba un cráneo, sus pies y manos tenía en vez
de uñas, garras de jaguar.
Caminaban la mujer y el ser aquel, pero lo extraño resul-
taba, que en vez de alejarse a cada paso, lo que se movía era el
escenario. Yo seguía parado sin moverme, la mujer caminaba

97
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

con pasos muy sensuales, mientras el ser enterraba sus garras en


la tierra, y al dar el paso dejaba un surco de su huella, pero se-
guían a la misma distancia de mi persona, lo que cambiaba era el
ambiente, hasta que detuvieron sus pasos frente a un cementerio
o ¿Se detuvo el mundo?… No sé…
- Mi niña Toci, todavía quieres continuar con el ritual; estas
a tiempo de retractarte.
- Continuemos, si estoy segura.
- Toma mi mano izquierda, y acompáñame al inframundo.
- Cuando la mujer tomó la garra del ser ya estaban dentro
del cementerio, justo en el centro.
- Póstrate mi niña, y con las manos elevadas; tendrás que
orar junto a mí, desde las doce de la noche hasta que el sol me
haga desaparecer con sus primeros rayos, y justo en ese mo-
mentos hazme la petición desde el fondo de tu ser, que el ultimo
latido de la noche te escuche.
- Si lo hare madre… ¡Si lo hare!
- Me faltan las palabras para describir aquella escena, em-
pero cuando se puso en posición orante la mujer, los parpados
cayeron pesados, cual si fueran plomos, como me perdería se-
mejante acontecimiento. ¿Cuál sería el final o seria el inicio de
qué? Así que inmediatamente los abrí, estaba en la bañera de mi
casa, el reloj marcaba la hora de ir a trabajar.

98
Grimorio de la muerte

SENTIMIENTO

La noche corría sin altibajos, un padre se dirigía por su hijo,


con el que se quedó de ver en el centro comercial, eran aproxi-
madamente las veintitrés horas con treinta minutos.
Al llegar se dio cuenta que su hijo estaba siendo molestado
por dos muchachos del barrio, los conocidísimos Lini y el Calo,
muchachos entre 25 y 27 años, que seguido viajaban con rumbo
al país del norte, para poder negociar con los deseos más oscuros
de sus lóbregos clientes.
Fue tal el enojo, que la fuerza mágica del mismo, llenó de
flamas la testa, que dejó fluir los rayos de ira por entre las ven-
tanas de la calavera, con un paso mágico, que corría desde el
fondo del corazón, para proyectarse en energía sonora, fuera de
aquel padre, que dirigía sus fuerzas más primitivas en contra de
los muchachos.
Aquel hombre conocía el manejo de las artes mágicas del
hipnotismo.
Así que los sumió en un trance hipnótico, convenciéndo-
los de conducir sus respectivos automóviles. Cuando los vio al
volante, les ordenó emprender una carrera sin destino, sin meta,
sólo que se alejaran hasta donde el energético llegara a su fin,
quería alejarlos de aquel estacionamiento, para que sus senti-
mientos ya no estuvieran en juego, y prevenir el lastimarlos.
Dicho esto; logrado atreves del influjo magnético salido de

99
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

sus manos, menester de la voz mesmérica iracunda adminicu-


lada; los muchacho emprendieron vertiginosa carrera con los
bólidos de acero, por aquella estrecha callejuela, levantaron a
su paso la grava, no respetaron a la triste anciana que intentaba
cruzar, y las encrucijadas del diablo, se convertían en cruces des-
tellantes de muerte.
El hombre sentía en el fondo de su ser, la victoria, dominaba
la magia y manipulaba a los mortales.
Cuando las llantas rozaban sobre el tercer cruce de calles,
un camión de carga los impactó, los autos volaron para ser dete-
nidos por las bardas, que al impacto botaron el enjarre, dejando
al descubierto el esqueleto de terracota, de su andamiaje.
El Lini dio la última bocanada de aire, el estertor se apo-
deró de su tráquea, el rayo de la muerte traspasó los cielos para
iluminar el ataúd metálico que se antojaba la pira de un funeral
vikingo.
Mientras en el centro comercial padre e hijo se retiraban,
dispuestos a descansar aquella noche, ignorantes del aconteci-
miento que tenía lugar sólo a menos de un kilometro.
Por la mañana en el desayuno, prendieron la televisión para
enterarse de las noticias.
- Ayer siendo aproximadamente las veinticuatro horas, en la
esquina de las calles Arquitecto Rivas y Veracruz; perdió la vida
un muchacho de 26 año apodado el Lini, producto de una carrera
clandestina, el conductor del otro carro alias el Calo se encuentra
internado en el nosocomio central, en estado de coma…
- ¿Mi amor por qué apagas el televisor? ¿Oye que no son

100
Grimorio de la muerte

vecinos de tu mamá esos muchachos? Mira que desperdiciar la


vida en una tonta carrera, pero era de esperarse andaban en muy
malos pasos.
¿Vas a querer chilaquiles o migas con huevo?
- Se me revolvía el estomago, no tenía intención de comer;
yo mandé a esos muchachos directo a su muerte. ¿Por qué me
comió el coraje? ¿Por qué dejé que las salamandras se apode-
raran de mí? ¿Por qué no fui tolerante? Total solo una llamada
de atención, hubiera sido suficiente. Pero él hubiera es un pen-
samiento perdido en el espacio de nuestros sueños, de nuestros
más púberos anhelos, la realidad es esta que estoy viviendo.
En cambio ahora tengo este sentimiento que me está corro-
yendo el alma… pensar que hoy quede de ir a visitar a mi madre,
y el Lini vivía justo en la casa de enfrente.
- Cabizbajo, pensativo, reflejando en su rostro una pesadez
que nunca había conocido, llegó a la casa de su madre, mirando
por entre el hombro vio directamente a la casa blanca de enfren-
te.
Tenía sobre el marco de la puerta un moño negro.
- ¿Alguien me habrá visto cuando los convencí de entrar en
los carros?
Es un sentimiento horrible.
- Aquel despojo se debatía entre sus pensamientos, cuando
de la casa de Lini abrieron la puerta y salieron los padres del
muchacho, la madre estoica, callada, con los ojos inyectados de
lágrimas y sangre, el padre destrozado.
No fue como otras veces, que los señores salían a la calle

101
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

felices, saludando a todo el mundo, esos viejecitos que siempre


estaban atentos a los vecinos.
Hoy era diferente, el cuerpo de los ancianos estaba cubierto
de harapos negros, pero más que las vestiduras de sus cuerpos,
las vestiduras de su alma y su espíritu eran el dolor, un dolor que
no existen las palabras para describirlo.
- ¿Los señores sabrán que soy el culpable de la muerte de
Lini?
Este sentimiento me está torturando, ¿qué puedo hacer?...
La viejecita colocó su mano en el brazo del hombre y dijo:
¿Hola Ic, nos podría acompañar al sepelio de mí querido Lini?
- Aquello era una trampa, o la verdad no sabían lo que había
pasado, lo que sí es cierto es que los remordimientos se están
agravando en mi alma pero, ¿cómo salir de esta y como saber
qué es lo que realmente está pasando?
¿Sepelio doña Mary, qué sepelio… de quién… qué pasa?
- Mi muchacho que ayer por ganar unos dólares, expuso la
vida en una loca carrera, pero el destino lo esperaba, aquí cerca;
a unas cuadras, un camión desbarató su coche y… y… mm… mi
muchacho…
- Las lágrimas brotaban de los ojos hinchados de aquella
madre desconsolada, los sentimientos, el dolor, la garganta, su
cuerpo y su alma entera, no podían aceptar aquella fatalidad, la
obligaron a callar.
- No sabe nada, el único que sabe lo que ocurrió soy yo,
horrible prisión la que me espera, tener que guardar silencio por
siempre, o ¿decirle la verdad a esta señora, mejor aun liberarme

102
Grimorio de la muerte

del pecado, de la tortura en acto de confesión?


- La magia trabaja de formas inimaginables, uno logra vi-
sualizar un proyecto, un escenario, pero al final las fuerzas ocul-
tas de la naturaleza le dan un giro a los acontecimientos y cambia
el resultado esperado.
- Mi más sentido pésame, me encuentro con usted en el pe-
sar. Pero le pido una disculpa; no podre acompañarla, mi madre
me está esperando.
¿Por qué no me dice en que funeraria lo estarán velando?
Sirve que convenzo a mi madre y pasamos los dos para acom-
pañarlos.
- Gracias muchacho, tu siempre tan oportuno y considerado.
- Los ancianos se retiraron en silencio, hasta perderse del
campo visual del hombre… El quídam sentía en el fondo de su
ser, la derrota, la magia lo dominaba, lo manipulaba, lo convirtió
en su esclavo hasta que el reloj se detuviera.

103
Grimorio de la muerte

DUALIDAD LUNAR

Está obscuro, no me veo mi reflejo en la pupila de tus ojos,


cielo lóbrego de luna nueva.
Lanzo el hechizo invocado por hombre nacido de mujer que
incendia la luna llena.
Tus ojos resplandecen, reflejo y luz.

105
Grimorio de la muerte

LUNA NEGRA

El clan de la muerte: los miembros de esta sociedad secreta


no son seres histriónicos, más bien son humildes, o podría decir
opacos, un ejemplo es: cuando se sientan a la mesa, después de
unos minutos los comensales se olvidan de que existen; son in-
teligentes, astutos e ingeniosos; conocen las artes del glamour,
el espionaje, la magia y secretos olvidados de sus víctimas, por
lo que hablemos un poco de ellos, bueno de su secta, no de sus
ritos, bueno simplemente hablaremos un poco, porque entre me-
nos los mencionemos, estaremos más a salvo, recordemos que
su lemas es: hazlo a como dé lugar, sin importar los medios, ni
lo que suceda.
Dispongámonos a trazar líneas rotas sobre el pergamino de
nuestras conciencias de la siguiente manera:
Todo era la magia de la Luna Negra; La posición del disco
argentino de Lilithu, en que se dejaron ver sus fuerzas aquella
noche.
El cielo está completamente oscuro, las estrellas dejaron de
brillar, la luna se escondió, el sol está luchando en el inframundo
por resucitar, bajo miles de serpientes que lo quieren doblegar;
es el augurio de una noche infernal.
En el centro de la plaza una anciana esta sola, su hombro
izquierdo se torna oscuro, amenazante por el amigo fiel que ahí
vive, un perturbador zanate que tiene un ojo colgando fuera de

107
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

su cuenca, la viejecilla con una mirada lechosa intenta ver lo que


sucede, sólo escucha un metal que golpea sobre las piedras de la
calle, se esfuerza, pero lo único que logra es aguzar mas el oído;
mientras una bicicleta con las llantas ponchadas, está dando cír-
culos, un hombre de tez negra, silba una tonadilla, mientras gira
y gira, y continua pedaleando su vehículo, frente a la iglesia del
lugar.
En el templo del clan de la muerte, una sacerdotisa prende
los inciensos de madreselva y novia o Enamorada de la noche, a
una estatua de hueso; ennegrecida por el efecto de años de hilos
de humo que la han vestido, es la figura de la madre oscura, que
está sentada sobre tierra del mas atezado color, con las cuencas
bien abiertas y vacías. Si aquella figura no tiene ojos: es alta,
bastante delgada, desde el final de la tierra donde esta posada, se
extiende un piso formado por miles de cráneos, todos perfecta-
mente alineados, los candelabros son de fémures humanos, las
velas chisporrotean furiosamente, el espacio se antoja esotérico,
misterioso.
Desde el fondo se acercan en procesión fieras líbicas, van
realizando dibujos en el aire con el dedo envenenado; son va-
rias hijas de la Madre Anterior a Eva, de la que habla el profeta
Isaías en el versículo 34:14, aquella que Dios Creó a su imagen
y semejanza según relato oculto dentro del antífona del Génesis
1:27.
Al frente camina una doncella de piel cobriza, lo único que
cubre su desnudez, son los cabellos negros que caen entre sus
senos; con las palmas de las manos volteando al cielo, las trae

108
Grimorio de la muerte

estilando, cae de entre sus dedos un líquido carmesí, gotas rojas


que deja a su paso, gotas obscuras que se pierden entre las hue-
llas de la multitud, son dos esferas marrones que juegan sobre
las palmas, los ojos de la doncella son dos espacios desiertos y
lóbregos, mientras camina por sus mejillas se va deslizando un
rosario de margaritas rojas.
Los cánticos se empiezan a volver ensordecedores, se ele-
van por entre los ladrillos, embelesan al escucha, generan una
embriagues alucinante.
Las margaritas dejan un camino de desolación hasta los pies
de la madre oscura, las rodillas se estremecen de dolor, cuando
su desnudez descansa sobre la blanqueada calota craneal entre
las suturas del frontal y el parietal.
Se entregan a los más bajos placeres que pueden tener, y
van drenando la sangre de aquellos miserables. Illorum mors
beata videtur13.
Los espíritus caníbales y necrófago, sacian su hambre an-
cestral.
La pitonisa mayor; toma las esferas lacrimosas, para co-
locarlas en los espacios oscuros de la estatua, poco a poco la
estatua cobra vida, extiende su mano y la clava en el pecho de
la doncella, corta de un solo golpe la flor roja, arrebatándole la
lozanía de sus mejillas, se lleva el corazón a un tibio y humante
a la boca, para devorarlo por completo.
La Diosa tenebrosa que los mortales daban por muerta, la
dama de hueso que habían dejado atrás los amuletos y recuerdos,

13
La muerte de aquellos parece feliz.

109
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

para protegernos, creando un universo en fragmentos, con partes


de ella, en un nosotros, pertenencia etérea a la inmortalidad; en
estos momentos estaban cobrando vida, para tomar venganza del
olvido en el que se encuentra.
Sin darnos cuenta que su actuar nos motiva a realizar las
mejores cosas de la vida, a valorar lo que tenemos dándole sen-
tido a las decisiones que tomamos, y justificando los éxitos o los
fracasos, sabiendo que lo que logremos es para compartirlo.
Sin querer llega a mí la imagen de mi hijo, esto me lleva a
una pequeña reflexión, al que se le muere su esposa es viudo, al
que se le muere el padre es huérfano, pero al que se le muere un
hijo: no ha encontrado el diccionario como llamarle, y si tene-
mos que culpar al diccionario, porque si tuviera que tomar la
decisión de crear un concepto, el dolor sería terrible, sería pre-
ferible tomar el lugar de Prometeo, y que mil veces me coman el
hígado los buitres, hasta la eternidad.
En aquel lugar escatológico tanatorio; la diosa advierte que
un profano está siendo testigo de aquel rito, levanta su mano,
señalando el escondrijo del profano.
Esto llego a su fin, he sido descubierto.
Mi mente empieza a inventar mil formas de salir de este
problema, el instinto me obliga a querer conservar el aliento de
vida.
No fue suficiente tiempo, ya tengo varias Nornas frente a
mí, no puedo escapar, no pensé en nada, el momento llego.
Me toman por los brazos, colocan la punta afilada de una
espada en mi pecho, y me obligan a caminar a contra sentido,

110
Grimorio de la muerte

no sé el destino, no sé a dónde dirijo mis pasos tambaleantes,


me tropiezo y caigo, me levantan de nuevo, pero nunca quitaron
aquella amenaza de mi corazón.
Llegamos a un salón, me avientan, me levanto, para dar-
me cuenta que estoy en presencia del tribunal de Minos, Éaco y
Radamantis, sentados en unas urnas funerarias gigantes, de una
simplicidad elegante.
A mi derecha estaban las Moiras, hilando tres hebras de
diversos colores: blanco, negro y dorado. Una en la rueca esta
hilándolos, la que sigue los está haciendo ovillos, y la ultima de
manera inflexible; toma los ovillos entre sus manos para revisar-
los y destruirlos sin miramientos, fueran de hombres o de dioses.
Del otro lado está la vengadora Tisífone.
La voz inexorable de Minos retumba diciendo - anciana
Átropos; deja tu balanza a un lado, toma las tijeras de oro y cor-
ta el hilo de este mortal, que ha osado perturbar nuestro sacro
recinto.
La más joven; Cloto, solicitó al conclave el indulto del ex-
tranjero.
- Es de ver que el forastero, no llegó a este recinto querien-
do perturbar nuestros asuntos, el llegó guiado por una mano ex-
perta; que no advierten el símbolo que traes tatuado en la mano
derecha, es el salvoconducto que permite visitar nuestro reino,
por eso solicito que le sea perdonada la vida, y se le dé el pase
a la tierra.
Al escuchar las palabras de nona, el mortal dijo en su favor:
- Éaco: juez del inframundo y eterno rey de la isla Egina en

111
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

el golfo Sarónico. Suplico a ti, indulto a mis ofensas, atendiendo


a tu famoso sentido de piedad, de justicia y de rectitud.
Radamantis: en tu carácter de Juez de las sombras y siem-
pre vivo rey de Creta: suplico pronuncies una sentencia benevo-
lente.
Minos: Juez prudente, implacable y eterno rey de Creta;
ruego que aclares la ubicación correcta de mi alma, sabedor de
que no pertenece a los nueve círculos dantescos, la ubiques en el
reino de los mortales.
Diosas del destino: permítanme el carrete que controla mi
vida, para esconderlo; dejándome salir de este problema en que
me encuentro, diosas de la verdad, la sabiduría y el Finis Initium,
cúbranme con el manto de su indulgencia.
Las parcas se voltearon a ver, dirigiendo una mirada cruda
a los jueces de las sombras.
La tría Fata habló, en una sola voz - nos toca velar porque
el destino de cada ser en el universo, sea quien sea, hacer que se
cumpla. Tu destino no es fenecer hoy.
La sangre volvió a correr por las venas heladas del hombre,
pero faltaba que los jueces dieran su veredicto, con una mirada
nerviosa, los vio, temeroso que el verlos los ofendiera.
Entonces tomo la voz Éaco - Haz viajado por nuestros mis-
terios, has visto cosas que no están destinadas a los mortales,
y aun te atreves solicitar nuestro disimulo ¿Quiénes crees que
somos?
- Pero no importa traes el salvoconducto - fueron las pala-
bras de Radamantis.

112
Grimorio de la muerte

Minos golpeó su puño contra su pierna, rechinó los dientes,


levantó la vista, directamente contra el profano, los ojos cente-
llaron en mil flamas, su boca se abrió, la garganta emitió un so-
nido profundo te ofreceremos la libertad, abriremos tus ojos de
nuevo a la luz del día; vivirás, pero no para contarlo, y recuerda
esto tiene un límite, este es el tuyo; y sólo regresaras cuando
vengas a cubrir un trono entre nosotros.
Las furias elevaron al unisonó la mano derecha, con los de-
dos estirados, de entre sus ropas se precipitaron tres hebras, las
cuales se fueron enhebrando conforme se pasaban por la palma
de sus manos, como ofreciéndoselas al profano.
Tomaron la palabra las parcas y en una sola voz dijeron
-Toma este hilo trino, para que conozcas del nacimiento, la vida
y la muerte.
El hombre extendió su brazo para tomar cada uno de aque-
llos hilos trinos.
Para su sorpresa, a su mano llegó una sola cuerda de nueve
hebras, que se fue trenzando a su brazo, hasta formarse un collar
de protección.
El silencio se antojaba sepulcral, cuando el collar estuvo
terminado, al centro del recinto apareció una pequeña pirámide
de luz.
- ¿Qué será esa luz?, me llama, siento la necesidad de po-
seerla, la voy a tomar.
El mortal giró su brazo, cuarenta y cinco grados, hasta estar
en la dirección de la luz, se levantó, y como hipnotizado se diri-
gió hacia la luz, cuando la tocó, se unió a la luz, los tres jueces de

113
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

las sombras soplaron con la fuerza de los dioses, extinguiendo


aquella luz.
- Que hermosa luz, cuanta paz ofrece a mi espíritu.
Siento como mis dedos se introducen en su esencia, me
confundo con su calor.
Me jala, me lleva, empiezo a viajar en el torrente de un río
subterráneo, la luz se ha transformado en la oscuridad más in-
tensa; me traga por entero en lo oscuro del infinito vacio, pasa
el tiempo.
El corazón me empieza a palpitar con fuerza, un pequeño
punto blanco asoma; al fondo se ve un ojo de luz, se agranda,
me alumbra, me deslumbra, me lastima, cubro mi rostro con el
brazo, abro los ojos, se incendian mis pupilas, se contraen, me
duelen; quiero escapar de tanta luz.
Me doy cuenta que estoy tirado en la puerta de mi casa, el
sol pega directamente en mi cara, trato de incorporarme, tamba-
leante, saco las llaves y con trabajos logro abrir la puerta.
Entro para escapar de tanta luz que me lacera los ojos.
Que sueño tuve, que bárbaro… ¿Sería un sueño? Yo creo
que sí.
Lo grave es que no sé ni cómo llegue al pórtico, que día es,
o que hora.
Veo mi reflejo en el espejo de la entrada...
El hombre se quedó inmóvil, empezó a sudar profusamen-
te, la respiración se volvió jadeante, pálido, nervioso, aferró sus
manos a la mesita que estaba debajo de la luna reflejante y pla-

114
Grimorio de la muerte

tinada, sus ojos quedaron directamente viendo el reflejo de su


cuello.
Sería que le atormentaba el collar que dibujaba su contorno,
o sabedor de los destinos de la humanidad, y sobre todo del suyo
propio, su alma trémula de agonía; Conocía los designios del
torcedor eterno.

115
Grimorio de la muerte

KUPURI MUCANIERI

Cuento primer lugar del XIII CERTAMEN DE CUENTO


INDÍGENA TLAHUITOLE en 28 de noviembre de 2008

Me encontraba en aquel lugar solitario, retirado del pueblo;


aquel sitio donde en la infancia no nos acercábamos por miedo a
los espíritus. El sitio de los hechizos; a lo lejos, como parte del
paisaje: la casa del brujo, aquel anciano que recorría el pueblo
de noche, que los viejos señalaban: ¡Es un nahualli! Solo lo su-
surraban, por temor a que los escuchara -a que les lanzara una
maldición.
Estaba parado en el portal de aquella choza en ruinas, a mi
izquierda una itzcuintli negra franqueaba la puerta; mientras me
mostraba los colmillos amenazantes. Toque tres veces a la puerta
de palos… Nadie contesto; sin más por mis espaldas apareció el
viejo con un cubo de agua en su diestra… Sin decir palabra abrió
la puerta; entre el crujir de la madera, el polvo que se desprendía
de los adobes.
Me señaló que entrara en la choza solo había un gran pozo
bordeado de tepalcates, con varias piedras volcánicas todavía
calientes, al centro; siete montículos de tierra apisonada a su al-
rededor, un camastro de palos, yerbas colgando del techo. Me
senté en uno de los montículos, mientras el viejo rezaba unas
oraciones incomprensibles para mí; tomó varias de las yerbas,
ahogándolas en el balde; las asperjó por todo la apitzalli [cuar-
to], para al final lanzar las yerbas húmedas al fogón del pozo.

117
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Se sentó lentamente; sin dejar de verme directamente a los


ojos, como estudiándome: una mirada gélida, penetrante, que
me dejaba desnudo con una oscilación que más que hurtarme,
arrancaba mi carne; dejando al descubierto mi esqueleto, mi ser
interno, lo que yo realmente soy. En ese momento me sentí libre,
ya que nada podía ocultar, una sensación de alivio, seguida de
una tranquilidad inesperada, desconocida… Ese hombre sabía
todo de mí con solo mirarme.
Era el mismo marak’ame [curandero] que se apareció en
mis sueños: con los rasgos regios, su cara poblada de profundas
arrugas, como anunciando su experiencia y sabiduría, tés cobri-
za, pelo negro, lacio, grueso, vestido con su calzón de manta, la
camisa del mismo material con la parte inferior de las mangas
abierta, bordada, con diseños simétricos, de alacranes y murcié-
lagos; su cinta de lana a la cintura, un sombrero de palma con
adornos de chaquira, plumas de águila y colas de ardillas, un
morral pequeños; calzando sus huaraches.
Recuerdo vagamente que en aquella visión me señalaba su
xacalli, mientras flotaba, todo a su alrededor en el sueño, era
como transparente, sólo las dos figuras con gran colorido y rea-
lismo que se veían eran la figura del marak’ame, apuntando di-
recto a la choza.
- Te esperaba para oquitzalometztli [luna nueva]; pero has
llegado antes… dijo sonriendo.
Interrumpió mis pensamientos, con su voz ronca, avejen-
tada; no supe que decir, lo mire por largo tiempo, el silencio se
hizo pétreo, las piedras volcánicas pareciera que se ponían al
rojo por el destello de las miradas que se cruzaban en aquel cuar-

118
Grimorio de la muerte

to, la sensación de vacío se apoderaba de mi, que le podía decir


a un marak’ame, que la primera vez lo vi en un sueño, que no
lo conocía, que sin palabras me invitó a su nocal [casa], y decía
esperarme con la certeza del amigo entrañable que has dejado de
ver desde la adolescencia…
Los pensamientos se amontonaban dentro de mí, para luego
abandonarme de súbito; sin poder llegar a conclusión alguna, el
espacio de aquel xacalli, se deformaba ante mis ojos, no sabía
qué hacer, cuando de repente el anciano como adivinando lo que
estaba pensando, rompió el silencio.
- Unos me dicen loco, otros marak’ame, brujo, o mil cosas
más.
Te llame por que ha llegado la hora de cerrar mi círculo.
Tú eres la sangre nueva que tengo que preparar; para que tome
mi lugar al término del Macuilli Mázatl de la Panquetzaliztli del
Matlactliomei Técpatl [sábado 22 de diciembre del año 2012].
Te voy a contar la historia de mi vida… para que sepas lo
que te sucederá; cuales serán tus responsabilidades.
Corrían los tiempos de Chiconahui Tochtli, en el día de Chi-
cuei Mázatl, o el año de 1306, en el poblado de Tzinacantepec;
dormía plácidamente cuando fui despertado por los gritos de mi
madre. Unos hombre pintados con cenizas; vestidos tan solo de
esqueletos; me arrebataron por los brazos, taparon la cara, fui
arrastrado por el monte, perdí la noción del tiempo y el espacio,
no sé cuando desperté, porque me taladraba los oídos el chi-
llido de un murciélago, con la vista nublada y a siegas por la
oscuridad empecé a recorrer los alrededores, para poder saber en
dónde me encontraba; estaba frio, húmedo, oscuro, las paredes

119
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

eran de tezontle; al pasar del tiempo me di cuenta que estaba


dentro de una cueva, deambule por la misma por horas, por días,
por semanas, realmente no lo sé… sin saber si era de noche o
de día, me encontraba en las fauces del destino; sin más que mi
existencia.
Tras varios recorridos encontré un Kutsa’la, en lo alto de la
gruta una abertura, por donde periódicamente dejaban algunos
alimentos, los de ese día me los comí como desesperado, por ese
mismo socavón descubrí cuando salía el sol en el firmamento,
cuando aparecía metztli, para tranquilizar mis sueños. La tomé
por confidente de mi soledad, poco a poco me fui acostumbran-
do, noche con noche, escuchaba el chillido de mi único amigo
Tzinacantli.
Pasaron los meses, hasta que empecé a comprender la vo-
cecilla chillona de mi orejudo amigo, el cual me guió por un la-
berinto a lo profundo de la cueva, al fondo empecé a ver una luz
verdosa emitida por unos hongos, que iluminaba una pared con
varios grabados, cerca estaba un sillón labrado en la piedra, me
senté; cual va siendo mi asombro… aquel pequeño animalito, se
transmutó, en un ser Antropozoomorfo: un Camazot, el que se
presentó, argumentando ser mi maestro. Desde ese día todas las
noches recibía educación de aquel ser, me enseñó a comprender
las inscripciones de la gruta, fue como conocí la historia de su li-
naje sagrado, su nacimiento del semen y sangre de Quetzalcóatl,
aprendiendo los misterios de místico origen de la cempoalxó-
chitl, flor de los muertos, como los de la vida eterna y la muerte.
Cuando mi instrucción estuvo al parecer concluida, en el lu-

120
Grimorio de la muerte

gar de la comida sólo encontré una flor de tzompanxochitl, junto


con un cuero de Maxa, era un códice, del pozo colgando una
escalera de mecate, trepe torpemente, con miedo; sin saber el
destino que me esperaba al terminar los peldaños; pero resuelto a
lograr mi asenso continúe. Salí del pozo, respire profundamente,
mordiscando el sabor del aire, libertad etérea, gritos y sollozos,
di algunos pasos; tropecé entre ramas, piedras, cayendo de ro-
dillas al suelo, mientras de mis ojos rasos, brotaban lagrimas
amargas como queriendo borrar la soledad, sólo para encontrar-
me con Xuturi Ifa’akatne [Nuestra Madre la Flor del Amanecer],
el corazón palpito fuerte, en el instante en que el sol acarició mi
rostro, grite desde el fondo de mis entrañas, hasta desgarrarme
la garganta, de rodillas ya sin fuerzas me desmayarme por com-
pleto.
Cuando la luna iluminó la vereda; desperté, tome un itacatl
que estaba entre las ramas, sólo para comenzar mi peregrinar
rumbo al norte, aquel códice me mostraba un cerro, el cerro de
Coamiles donde encontraría una inscripción de petroglifos; dos
perros con la visión puesta en entre los símbolos del sol y la
luna, con una actitud de caminar orgulloso; en lo alto tres círcu-
los concéntricos.
- Me está hablando de la carta XVIII en el tarot, la luna…
argumente en voz alta, pero el viejo con voz severa prosiguió.
- No sé, si como la carta que dices. Pero no me interrumpas,
porque se me acaba el tiempo eterno, se vacía de cuajo en un
momento la inmortalidad y quedamos a merced de lo efímero.
En fin: el viaje lo realizaba de noche; con la protección

121
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

de mi pequeño amigo. En tanto dentro del morral la flor no se


marchitaba, seguía viva, vibrante, intensa, como el primer día…
eterna.
Tras haber dado cincuenta y dos vuelcos la segur de plata;
Llegue una de esas noches a las faldas de un cerro; donde me en-
contré con un hombre; acompañando fielmente por Ûlu’no’no;
pequeña perrita negra como el hollín. Me dijo su nombre; el cual
recuerdo que era algo así como: Tmurahue, Hueman, Watá’kame
o Huemantzin [primer hombre] o algo por el estilo. Me pidió le
mostrara la flor amarilla; con tan solo verla salir de mi morral;
en recompensa me prodigo con una flor morada, sedosa, la cual
mire con detenimiento, la jugué entre mis dedos, para girarla
lentamente, como el amante que acaricia el rostro del ser que-
rido, con delicadeza; una pequeña danza donde aprendí que los
sépalos y el pedúnculo; formaban una calavera; regrese la vista
a mi interlocutor; pero ya no estaba; otra vez solo, más en el es-
pacio reducido de mi morral; mi flor tenía una nueva compañera.
Lo cierto resultaba que había llegadó a el cerro indicado,
tenía que buscar el petroglifo que indicaba el códice, estudiarlo,
por lo que sin prisas encendí una fogata para que me protegiera y
poder hacer las ofrendas a mis ancestros, prepararme para lo que
se avecinaba; con la flama chisporroteante entre naranjas, ro-
jos, azules más violáceos, dueño de una madures hasta entonces
inexplorada, me acosté a dormir, por la mañana sería más fácil
encontrar las inscripciones.
Cuando el sol tocaba el cenit; recorrí la cima del cerro, para
encontrarme con el petroglifo, lo estudie, para dar paso a la in-

122
Grimorio de la muerte

tuición después de una ración de Hiku’ri, donde los perros me


indicaban un punto especifico en un río cercano, el cual debía
cruzar para así poder llegar al cerro de las Calaveras; encamine
mis pasos al río, cuando llegue a el sitio me estaban esperando
Tucacame [Diablo], junto a él, dos de los hombres que hacía
años me raptaran, cada uno de los hombres tomó un hueso de su
collar y con un conjuro los lanzaron, al tocar el suelo los huesos
de vida se astillaron, en su lugar sólo quedaron dos perros: una
negra, otro negro con manchas blancas, mire en el cielo la caní-
cula, este es un día de perro; estaba sobre el horizonte anuncian-
do el desbordamiento de aquel rio; se acercaron a mí los perros;
dócilmente los abrace, acariciándolos, lentamente me llevaron
al río, para cruzarlo; las aguas se tornaron turbulentas; pero yo
estaba tranquilo, los Xoloitzcuintle, franqueaban cualquier con-
trariedad, llegamos a la orilla, caminamos juntos hasta las faldas
del cerro de las Calaveras.
En la angostura estaban parados Toka’kami o Mictlantecu-
htli y Mictacacíhuatl, señores de la muerte. Era un sitio muy
oscuro; clave en el piso cuatro flechas y prendí cuatro teas que
traía en mi morral, con lentitud, para no perturbar el lugar; saque
las flores de mi morral; con la intención de entregárselas a mis
anfitriones; la flor amarilla de cuatrocientos pétalos destellaba
con hermosos tornasoles, iluminando el lugar, dotándolo de una
paz inmutable, trascendiendo el mundo profano, en una manifes-
tación de lo solemne.
Fue la muerte un lazo más con lo sagrado, tomaron las flo-
res entre sus huesos, las depositaron con pulcritud dentro de su

123
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

corazón, en un eco sofocado, afonía de las entrañas…los seño-


res del silencio cuyo corazón está callado; sonido que despierta,
levanta a los que bajo el polvo yacen… visión opaca del espejo
ennegrecido; que me permitió ver, aprender los misterios de las
almas, de la vida, de la muerte y la eternidad… me convertí , en
guía de los vivos, difuntos; fiel guardián de los secretos de los
mundos, para viajar a voluntad, en una libertad, otorgada por
los dioses, a todos los que nacen a la vida tras la muerte, Kupuri
mucanieri [cuando el peregrino tiene su alma], mi visión espiri-
tual se ubicó en el cerro donde se reúnen la luz y la oscuridad;
el reutari. Desde ese día es mi compañera fiel la perra negra…
Pero hoy es tu día, tu momento; será tu amigo inseparable
de la Natikari [noche]; Camazot.
Extendió la mano, señalándome con el dedo índice. Del
fondo de la choza, por detrás de su cuerpo encorvado; voló he-
chizado un murciélago, que fue a posarse en mi hombro derecho:
atónito la primera reacción fue de espanto, intente ahuyentarlo,
manoteé; pero todo fue en vano de repente quede petrificado, re-
trocedí cuando mi mano golpeo contra el anciano… lo mire con
detenimiento… todo el tiempo fue sólo una roca muy grande,
finamente tallada, una obsidiana, lo que veía a cada momento era
mi reflejo. El anciano se desmoronaba en un fino polvo blanque-
cino, confiándose sobre la tlaltepehualli [tierra amontonada], mi
silueta ganaba en colorido; pero mi ser peregrinaba en el vacío.
Las llamas de las rocas crecían en el fogón, mirada fugaz en el
espejo ennegrecido.

124
Grimorio de la muerte

Hable la tradición - sólo para mí- caminar de noche, bajo los


rayos de la luna o la tormenta más artera; ser el guía, el animero,
el guardián del tiempo, el argonauta eterno entre el mundo de los
vivos y los muertos…

125
Grimorio de la muerte

EL MARA’AKAME MUDO

Pseudónimo: Caballero Águila Blanca


Nombre Autor: Gabriel Corona Ibarra Córdoba
PRIMER LUGAR EN EL CONCURSO DE CUENTO
INDÍGENA TLAHUITOLE 2010

Corría el tercer año de la brutal sequia, la comida escasea-


ba, el ganado estaba flaco; mientras los danzantes ejecutaban un
ritual, sonaban fuerte el ruido de los huaraches, los dioses del
inframundo escuchaban la plegaria.
Fue cuando el aventurero Alemán J. C. Rosenkreutz, escu-
chó de la existencia del Mara’akame14 mudo; alias el Lute. Al
que sus padres le llamaron “Juan Toci López” y sus dioses lo
bautizaron como Eleuterio de la Rosa de la Cruz.
Esto despertó la llama de la curiosidad del extranjero, mo-
tivándolo a recorrer el sendero fuera del pueblo; aquel pequeño
atajo de terracería que lo llevaría a la cueva serpiente, donde
vivía el hombre sabio.
No era cualquier Cantador, era un Nauxa15; pero vaya para-
doja: el silencio de este hombre, que sellaba sus labios por deci-
sión personal. Pensar que su poder estaba en el justo momento
en que al mover las manos… lograba que el viento emitiera soni-
dos envolventes, que permitían visualizar los mutismos oscuros
de la naturaleza.

14
Chamán, cantador, curandero.
15
Cargo de un peregrino asociado con Kawyumari.

127
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

¡Sí!. Los elementos y espíritus cobraban elocuencia en las


manos de aquel hombre.
Esos pases hipnóticos fueron los que permitieron a Ro-
senkreutz escribiera en su diario; unas cuantas aventuras de Juan
Toci.
“Hoy me es posible poder contar esas historias, porque el
referido diario, fue la única herencia de mi padre”.
En el pequeño libro es que fueron plasmándose las aven-
turas y los recovecos de una vida; en lo negro de la sangre que
manaba de la vena de su pluma, esparciendo filigranas por el
espacio vacío de luz, espejo de nimbos y vías paralelas.
Así las cosas. Empezare por relatarles esta Kawjtu16, lo que
se lee en las hojas viejas del diario; sobre el origen del mutismo
misterioso del Lute.
La historia comienza en el justo momento en que Juan Toci
López, Siendo apenas un niño; jugaba con su perra negra, la Ca-
mila. El vientre abultado del animal dejaba ver que tendría a su
camada en unas dos semanas. El pequeño estaba emocionado de
saber que tendría muchos perritos; fue cuando el Viejo sabio del
pueblo se presentó con sus padres.
De sus labios emigró el vaticinio; rumbo a los oídos del pa-
dre del muchacho. Pedro vengo a decirte lo escrito en las hojas
de los árboles, en las plumas del águila blanca; lo que me conta-
ron los espíritus que se mecían entre las ramas.
Aquel indio robusto frunció el entrecejo, la visita de aquel
viejo no era un buen augurio, la preocupación pasó por las arru-
gas de su cara.
16
Narración mítica.

128
Grimorio de la muerte

Las palabras del viejo fueron - El destino de tu hijo está


sellado, será un Cantador.
Todos sabían que aquel destinado a transitar por el camino
rojo, el de la magia de los ancestros; obligadamente pasaba por
un ritual iniciático que consistía primero en morir para su fami-
lia, los cuales obsequiaban al pueblo exequias de cinco días, con
el ritmo arcaico de un réquiem místico; el banquete funerario del
quinto día contaba contejuino, frijoles, tortillas, caldo; carne de
venado e iguana, acompañado de un petate con cinco tortillas, un
bule con agua y tres monedas de cobre; para que el elegido en-
caminara sus pasos a la montaña, transmutando; platicando con
los dioses, desapareciendo por cinco años; viviendo de lo que la
naturaleza le prodigaba.
El niño cruzó su mirada con la del viejo, lentamente regresó
para ver a Camila. La acarició; de su raso ojo izquierdo; se des-
prendió una perla salada del engarce de su alma.
- No es posible, no lo permitiré, ¡Estamos en pleno siglo
XX!... No, No y NO, fueron los alaridos de Pedro.
El anciano. En silencio, tocó a Juan, diciéndole antes de
retirarse. Vengo por ti en 15 días, inevitablemente comenzarás
tu viaje.
Esa noche la cena fue amarga, el silencio y las caras largas
fueron la sobremesa; en el ambiente flotaban el coraje y la con-
fusión.
Los días pasaron, las cosas se fueron calmando u olvidando
poco a poco; la familia estaba más preocupada por qué comer,
angustiados por llevar un dinerito extra a la casa, fue como Pe-
dro aceptó algunos negocios poco recomendables.

129
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Las manecillas del reloj cortaban el espacio de los segun-


dos, hasta acumular costales de inútiles horas.
Cuando el último ruido acompasado, anunció un trágico día
de luna llena, en que se presentó el dueño, dispuesto a recoger
su mercancía.
Un hombre de sombrero, alacrán de pita, bordado en la he-
billa de su cinturón, dijo. A ver Pedro me estás entregando 14
paquetes y yo te dejé 20… ¿Qué pasa?
Pedro; que por ahí había guardado unos paquetes, bien es-
condidos en su almiar.
- No patrón, sólo esos son lo que tengo… los que me dejó.
- ¡O me dices dónde están los otros paquetes o…!
Sin más le mostró el filo del machete a tres centímetros de
su rostro; entonces Pedro no supo que más decir, que hacer.
El interlocutor, descargó su furia; decapitando al padre de
Juan; su madre se abalanzó para defender su familia, lo único
que logró fue sentir el frio del metal; como cortaba sus carnes,
arrancándole el aliento en la lucha.
Cuando el machete goteaba lágrimas escarlatas, desgarran-
do el viento en dirección a Juan. Camila saltó; sus colmillos en-
contraron la mano ensangrentada del perpetrador, tal fue el com-
bate entre la perra fiel y el asesino, que de un tajo artero corto
el vientre canino, los perritos quedaron tirados sobre la tierra,
mientras sus fauces se aferraban a la yugular del matón. Ese fue
el final de la batalla.
De aquella perrería sólo se salvó un hijuelo.
El pequeño lo tomó, el rostro se le humedecía, no sabía si

130
Grimorio de la muerte

de llanto o de sangre; temblando lo acicaló, entonces; el miedo


se apoderó de él; cuando escuchó que crujían las cosas a su alre-
dedor, unos pasos se dirigían a su espacio...
- Párate, he venido por ti, hoy es el día; acompáñame.
Fueron las palabras del Aojador, que regresaba por Juan.
La profecía se cumplía. El pequeño solitario se encaminó
hacia la casa del hechicero, abrazando a su pequeño cachorro,
era lo único que le quedaba de su familia, el dolor se tornaba
insoportable, sentía que el pecho le estallaría, no podía respirar,
en su confusión desconocía el futuro.
Ya en la jacalito el viejo dio a tomar Nawá17 a Juan, le contó
que tenía que empezar su peregrinaje a Wiricuta, rumbo al Le-
vante; justo en la orilla del mundo.
Le regaló un pequeño Imumui18, y le dijo - Escucha Toci,
el silencio de la roca en bruto; es la enseñanza más profunda, el
grito más desgarrador, el niño apretó los labios, sellándolos; su
mirada lo decía todo.
El Curandero comenzó a preparar la despedida, quemó ma-
cuchi19 para elevar columnas de humo a los puntos cardinales,
empezando por el este la casa Tawewiekame20, luego el norte,
oeste, sur, al centro de la tierra y por último al cielo; comunicán-
dose con tatewari21; cantando un huahui22.
Alrededor del círculo mágico que se trazó, con paso de
anciano; se encendieron cuatro velas de cera cruda, una quinta
ardía fuerte al centro, sobre un rukuri23 con tejuino. Los cinco
postes de madera roja como el fuego, de Ützaj24, columnas que
sostenían el cielo, no corrían peligro alguno; habían sido reno-
vados.

131
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Dio su primer paso; Juan se alejó del xiriki25. No estaba


solo; le acompañaba su cachorro, los espíritus, la luna y la ben-
dición de su primer gran amigo.
El peregrinar iniciaba. Toci se presentaría con uno de los
siete demonios, para recibir su privilegio, y poder llegar hasta
Jícuri26.
En el fondo se escuchó una voz aguardentosa “nos volvere-
mos a ver Kauymáli27 Eleuterio de la Rosa de la Cruz; recuerda
que hoy murió Juan Toci López”, el neófito de Cantador apretó
contra su pecho al perro, apresuró sus pasos, perdiéndose a lo
lejos entre el breñar.
Pues el que habló; era el mismísimo Tukákame28.
Cabe señalar en esta parte de la historia, que entre las hojas
del diario se encontraba un recorte, una nota periodística; en la
que se leía con letras grandes amarillentas, “FAMILIA MUERE
POR AJUSTE DE CUENTAS”; en letras pequeñas ”se presume
que el hijo fue secuestrado”.

17
Tejuino: bebida fermentada de maíz.
18
Piedra que representa la escalera de los Dioses.
19
Tabaco.
20
Nuestro Padre el Sol.
21
Dios del Fuego.
22
Canto Ritual esotérico.
23
Jícara.
24
Palo del Brasil.
25
Casa Adoratorio.
26
Dios del Peyote.
27
Hermano Lobo Mayor.
28
Dios de la Muerte Huichol.

132
Grimorio de la muerte

GUERRERO INMORTAL

Pseudónimo: Tatei Wierika Wimari


TERCER LUGAR EN EL CONCURSO DE CUENTO
INDÍGENA TLAHUITOLE 2010

En estas primera líneas, las cuales me resisto a escribir con


la frase tan trillada: “ESTE ERA”, o aquella que dice: “ERASE
QUE SE ERA”, o en su defecto: “EN UN PAÍS MUY LEJANO”;
frases tan socorridas, pero tan europeas, lejanas a la costumbre,
porque este cuento no es cuento, podría decir que es una “LE-
YENDA”, pero me niego a referirme de esa manera, dado que lo
que les voy a narrar es la historia que me tocó vivir por los años
1400 o 1500 aproximadamente, en ese orden de ideas tampoco
es la elucubración de una mente desquiciada que quisiera tocar
por un momento los más fríos bordes de la realidad, o los más
locos símbolos de lo onírico. Entonces la suma de las leyendas
adminiculadas a la historia da como resultado la mitología de un
pueblo, de mi pueblo.
Por lo tanto, respecto a lo que se sucedió en aquel tiempo,
les comentare un pasaje mitológico:
Fue una noche profunda, inmensa y aterradora, trasiega ba-
talla de poder.
El día se había presentado eterno, el Sol renunciaba ante
la luna; lentamente. El cielo se encendía de bermejos, rojos y
naranjas destellantes, entre montañas verdes, nubes blancas y
azules, que se entretejían allende el horizonte, en las postrime-

133
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

rías del mundo material. Aparece un millardo de chispas en el


firmamento, despidiendo a su hermano mayor, al incandescente
Señor de las saetas fulgurante, en su éxodo al inframundo, al lu-
gar de los esqueléticos. El chaman águila bicéfala, todo cubierto
de insignias mágicas, se preparaba para recibir los misterios de
la oscuridad.
La multitud danzaba, las flamas se reflejaban en las pieles
rayadas con las pinturas mágicas de una ceremonia antigua.
Gargantas de una raza cobriza, bocas que gritaban enarde-
cidas, con alaridos que se elevaban cual oraciones, sus cuerpos
borrados los ocultaban de una muerte macabra.
El arcano carente de nombre visitaría aquel paraje, seguido
de los perros pelones, una pequeña perra blanca, y un guerrero
de mil castas, perro altivo y negro.
En el centro de aquel círculo mágico, un indio airoso, mar-
cado con los tatuajes del tiempo, líneas agrestes que se hunden
en lo árido de su rostro, eleva sus pequeñas varas de poder, cu-
biertas de coloridos hilos de vida y plumas que disipan los desti-
nos y elevan las plegarias entre silfos, todo bajo las percusiones
en son de guerra, gallardo enfrenta a los espíritus de las sombras.
En un rito que palpita en lo profundo del corazón del indio.
Que en sus movimientos arrítmicos presentan es su cosmovi-
sión: el pasado, presente y futuro. Observa cómo sus altares van
siendo destruidos por seres cuadrúpedos, barbados del color áu-
rico del sol, mientras entre las llamas abrasadoras se consumen
los secretos entre los aullidos de dolor de sus amigos venerables
sacerdotes ancianos, y van quedando sus costumbres cubiertas

134
Grimorio de la muerte

entre cenizas y huesos de sus muertos, puñados de tierra y en el


extremo de las depredaciones; bajo miles de granos cristalinos
blancos, cual lágrimas coaguladas de un mar de olvido caótico.
El anciano no comprende lo que sucede, limpia sus ojos
queriendo saber que está sucediendo, canta, entona los sonidos
ocultos de la naturaleza, los que aprendió de dioses y ancestros.
Busca las respuestas entre las cenizas y las ascuas, revisa
el augur de las estrellas, escucha los murmullos de los arboles,
entre los silencios de sus muertos, se adentra en el sendero de
su corazón, caminando por los ofídicos trazos de una antigua
ciencia.
Águila bicéfala, pregunta entre los mundos, el hombre se
desvanece entre lo efímero de la muerte, infante inocente que
es elegido por el “Poder”, epígono de las enseñanzas de Los
Abuelos el fuego, el mar, la lluvia, la tierra y el sol.
Recuerdo bien que sacó del morral una cantidad prodiga de
macuche y de hícuri.
Quemó el macuche para que sus plegarias viajaran en lo
alto envueltas en el humo, mientras los seres tenebrosos fueron
cegados. La profecía debía ser clara.
Comió más peyote, el diálogo divino se estaba tornando
algo complicado.
Clavó la mirada en la bella primigravida, que lo consultaba
sobre el nombre que le pondría a su hijo.
- Muchacha, te veo y te veo, eres sólo una mujer, solo un
embarazo, y solo un hombre toma tu mano, mientras te ofrece
tejuino. ¿Quién eres?

135
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

La mujer con los ojos rasos le dijo - por favor apúrese, quie-
ro saber el nombre que deberá llevar mi hijo, por favor; es que
ya va a nacer.
- Aquí mismo está mi abuelito el Dios Sol, que habló con
voz fuerte, sonido que tronó como un rayo en el cerro, poderío
que hasta los sordos escucharon.
Y me dijo que en una tarde, cuando el viento mecía los eter-
nos verdes de la sierra, te tomó entre sus brazos, disfrutando de
las mieles de tu inocencia, dejando en lo profundo de tu cuerpo
joven, la semilla de su existencia.
Por otro lado aquí se encuentra un espíritu, que me dijo, al
oído izquierdo, que él fue tu anterior esposo, que te preñó, pero
que el hombre que hoy esta a tu lado, lo mató, para poder casarse
contigo. Aun que por el amor, luchó fieramente por aferrarse a la
vida, pero danzado su última danza ante la poderosa energía que
a todos los seres vivos nos arranca violentamente de este mundo.
Asimismo veo al hombre que te cuida, que él ve tu vientre
con un amor que sólo un padre puede profesar por el no nato.
Efectivamente, aquel ser; estaba destinado a ser un gran
hombre, tenía la gracia divina de contar con tres padre. Y yo
Majakuagy señor del imperio de hicuripa, No podía faltar al na-
cimiento de un inmortal, aquel que tendrá el don de profecía,
aquel que podrá decir el porvenir de los simples mortales.
El chaman continuo hablando - No veo a un niño, veo un
guerrero, un gobernante, un ¡REY!, que dirige los designios di-
vinos de su pueblo aun cuando su cuerpo no son más que un
montón de huesos blanqueados al tiempo, que sigue acumulando

136
Grimorio de la muerte

victorias, en el ocaso de sus cenizas, y que su nacimiento es el


de una tierra, de una población, de su gente, egida de un ejército
inconquistable, indómito y rebelde.
En eso la comadrona, anciana sabia y conocedora de la na-
turaleza, se dio cuenta que ésa noche caería una gran tormenta
de rayos y centellas, que los hombres temblarían ante el poder de
los dioses, dando como resultado el nacimiento del niño.
La paz de las danzas ceremoniales fue rota por un relámpa-
go, que iluminó las lágrimas que corrían por las mejillas de la
madre, mientras estremecía los nervios del venerable anciano.
La lluvia se precipitó como por mandato divino, el diluvio pa-
recía ser el vaticinio, desde el primer momento inundo los alre-
dedores.
Las mujeres jóvenes se pusieron a rezar, mientras la partera
con cinco féminas entradas en años se dispusieron acompañar en
aquel acontecimiento cósmico, Los gritos de dolor eran velados,
ennegrecidos por los truenos, mientras la madre tierra dejaba oír
su palpitar con el golpe rítmico de gorgoteo de la lluvia.
Aquella hermosa flor de renovaciones, efímera belleza entre
dos eternidades, limite carnal entre los mundos, luchaba dispues-
ta a todo, con tal de traer un pequeña vida, en medio de grandes
dolores, sólo pensaba en darle al mundo a su primogénito.
Cuando las primeras flechas flamígeras asomaron por entre
los negros eternos de la noche, sólo para desintegrarla, mientras
las últimas aguas se derramaban desde lo alto del cielo. Iluminó
la bóveda celeste un gran número de relámpagos, como nunca
antes se había humano alguno había tenido la oportunidad de

137
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

presenciar, el sonido que acompaña al potente trueno anunció


el nacimiento del niño; mientras cuatro águilas se posaban en
cada uno de los puntos cardinales, un águila de plumas doradas
volaba en torno al recién nacido, alucinando a los danzantes con
los destellos de sus alas.
El chaman, hombre sabio y viejo, dio por fin con la respues-
ta del nombre de aquel chamaco, su mente se iluminó de súbito,
y empezó a relatar la costumbre:
- Todo en el universo está vivo, late el corazón del cosmos
en la mano de tata sol, no hay nada muerto en el mundo, todo
es verde, las flores eclosionan, las aves conmueven el cielo en-
tre sus alas, el fuego chisporrotea lamiendo el horizonte. Los
mortales creen que los muertos están muertos; pero están mucho
más vivos que antes, mientras danzan y cantas las glorias del ser
inmortal que pronto caminara por el canal húmedo de la vida.
Se encontraban presentes todos los dioses, hasta los del in-
framundo, cada uno dispuesto a otorgan su don al que nacería.
Continuó rezando la tradición el venerable anciano - tú
serás un gran hombre, de mayor estatura de los que te quieran
conquistar, tu alma volara en las alas de del lucero del alba, tra-
montándote por las ramas del árbol cósmico, caminaras con la
frente en alto, porque perteneces al linaje de gobernantes de los
totanis, esto será; palmo a palmo de los abuelos del fuego, cola
de venado y nuestro padre.
Y sabiendo que “El que es dueño de su pan, es dueño de
su conciencia”, guiaras a tu pueblo por las sendas de lo omni-
potente.

138
Grimorio de la muerte

Por eso tu nombre será ¡NAYERI!


Dicho el nombre del niño, el cielo se cubrió de un silencio
sacramental, y sólo el primer llanto del niño logró arrancar una
lágrima de tinta sangre a los dioses, la grandeza de un reino se
estaba escribiendo en los fastos de la historia.

139
Grimorio de la muerte

TEPICQUE

Aquella noche el mensajero celestial empezó su recorrido


atreves de las estrellas.
Avisando que la reunión de los dioses sería en un paraje
hermoso, verde, lleno de luz, el ombligo del planeta tierra.
Tal fue el alboroto que todos dijeron: Vamos a Tepic, aquel
pequeño lugar creado por Dios.
Otro lo corrigió y le dijo:
- Nada, nada será un TEPEC, cuando estemos todos los dio-
ses reunidos, un lugar de mucha gente.
Otro de los dioses gritó desde el fondo del universo y dijo:
- Estás equivocado, ahí haremos la masa para crear el pri-
mer hombre, por eso será el lugar del maíz.
Una más que escuchaba, un dios de esos muy serios, que
se toman todas las cosas a pecho, con una voz cacofónica, pero
solemne, les dijo:
- Vamos al lugar para conocerlo, entonces los cometas po-
blaron el cielo.
La infinitud del firmamento se vio ahogada en innumerables
colas de papagayos diamantinos; que formaban un enrejado en
el cielo, entramado de luces, que anunciaban la grandeza de un
advenimiento.
Las plantas de los seres primigenios se posaron sobre la tie-
rra de Xalisco, y al contacto con sus plantas el suelo se empezó

141
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

a calcinar, la tierra transmutaba en una lava incandescente de


un rojo color, tan sólo para que al momento que su pie dejaba el
espacio limitado de su huella, quedara en su lugar, un montón
de piedras blancas y livianas, paso a paso los dioses se fueron
reuniendo alrededor de TEPIQUE, sentándose en los cerros del
rededor, y uno gritó, -este es un lugar entre cerros, vean al centro
esta una piedra de basalto llorón.
Cuando dijo esto último, apareció entre truenos y centellas,
el Dios de Dioses, poso con lentitud inefable sus pies en aquel
lugar, con yerbas que traía en su morral, marco una cruz, en el
justo lugar donde pondría una gran piedra que cayó del cielo,
aun en vuelo e hirviendo por el roce con la atmosfera, la tomó
con su mano derecha, la llevó hacia su rostro en un arrebato di-
vinal, y con la fuerza de los mares, sopló sobre aquel basamento
hasta enfriarlo, ya maciza la roca, la colocó en el centro de la
cruz, y con sus manos, que no son las manos de cualquier mortal,
comenzó a devastar aquella roca, con la maestría del artífice de
mil vidas, le dio la forma que sólo él podía darle, entonces sin
más, volteó y barrió con su mirada los alrededores, y dijo, con
una voz que no es de este mundo:
- Desde hoy este será el lugar donde Dios devastara la pie-
dra fundamental de todas sus obras, por eso la llamare Tepic.
Dicho esto, el aire se volvió más denso que de costumbre,
apareciendo una niebla espesa, y en el horizonte, por los cielos
se dibujaron las serpientes, los dioses se volvieron invisibles y la
piedra que Dios tuviera entre sus manos transmutó por artes de
la alquimia celestial en una pareja de mortales…

142
Grimorio de la muerte

Información adicional:
TEPIC. Tepi-c.
De c, sinónimo de co, en, y tepic, verbal de pretérito en pa-
siva, criar Dios algo. Lo criado por Dios, lo formado por Dios,
hechura de Dios, cosa hecha por Dios; la Ciudad de Tepic.
TEPEC -TEPIC. Tepe-k.
Tepek-cerro K lugar.
TEPEC TEPICQUE TEPIC. “En la piedra dura o entre mu-
cha gente” (Traduce Fortino Ibarra de Anda). “Ripio, piedreci-
llas o pequeño, insignificante o piedra maciza” (expresa Eufe-
mio Mendoza) “El nombre primitivo de esta ciudad, debió ser
TEPEC que significa lugar muy poblado, sin embargo otros au-
tores dan la etimología de “lugar de maíz” (dice Alberto Leduc).
TEPIC Tepelli (?) Tepito (?)
Geográficamente En el primer caso mpio piedrecillas. Etim.
Tetl piedra, picilloa devastar, achicar. En el segundo, pequeño
insignificante; quizá sea tepicqui piedra maciza. Etim. Tetl pie-
dra, picqui cosa maciza.
Ahora bien tenemos que en diversas palabras compuestas
en lengua náhuatl, nos encontramos con ciertas formas lingüís-
ticas que tienen contextos discursivos definidos, pero en el más
de los casos son discursos abstractos. Dichas formas han sido
nombradas de diversas maneras: parábolas; metáforas, entre mu-
chas. Con la relación verbal y conceptual de dos o más signos,
conceptos o imágenes cuyo significado no se construye por sus
individualidades o a través de la suma de sus partes; sino que re-
miten a un significado más incluyente. Básicamente son abstrac-

143
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

ciones conceptuales, con significados semióticos más allá de las


simples palabras que los componen, de ahí tenemos lo siguiente:
Fuego: tletl
Dios: teotl
Piedra: tetl
C-> co: en
Ic: para que
Piciltli: devastando
Picilli: devastado
Picqui: piedra maciza o fundamental
Por lo que el de la voz llega a la siguiente afirmación:
De la conjugación abstracta tenemos que TEPIC, TE (1, 2,
3); PIC (6, 7, 8); IC (4, 5): se definiría como:
“El lugar donde Dios devasta la piedra fundamental”.

144
Grimorio de la muerte

CAJA MÁGICA DE IC

Aquel día viernes al salir de la escuela, como siempre mi


madre pasó por mí, pero esta vez estaba muy apurada.
Me dijo: corre hijo, apúrate.
Corrimos por entre los carros, como tres cuadras.
Llegamos a una zapatería, donde le entregaron una caja gris.
Sin decir más nos fuimos a la casa.
Al entrar lo primero que hizo fue dirigirse a su closet y
guardar aquella misteriosa caja gris.
Con cuidado colocó la caja encima de sus cobijas, como
arrullando a un bebe; como depositando al niño Dios sobre el
pesebre.
Con aquel cuidado, como si se fuera a romper la caja, que
no veía mi mamá que la caja era de cartón, sólo eso; de cartón…
¿Qué pasaba, qué contenía esa caja, porqué tanto misterio y cui-
dados?
Tomó la llavecita plateada que colgaba de su cuello y cerró
el closet.
Pasó el sábado, le siguió el domingo y la caja gris continua-
ba en el closet, mi madre no la abría, no dejaba al descubierto
el mistérico contenido… si fueran simples zapatos, mínimo se
los abría probado frente al viejo espejo de vanidad del corredor,
espejo que perteneció a la abuela.
Pero nada.

145
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Acaso temía desatar los demonios y la destrucción de la


tierra si esa caja fuere violada en sus misterios.
Realmente no se… pero el miércoles llegaron sus amigas
con un vestido blanco, pletórico de organdí, de encajes y una
máquina de coser, con gran algarabía decían todas que para pro-
barle el vestido.
Entraron a su cuarto, mi madre tomo la llavecita y abrió
el closet, tomó varios adornos para presumir con sus amigas, y
descuidó aquel tesoro gris… ahí estaba, solo; sin un vigía que lo
cuidara, era la invitación perfecta para descubrir el contenido de
aquel tesoro.
Me escabullí al interior de la recamara, con la gallardía de
un gato me pare frente a la caja gris, sentí mucha angustia, mie-
do, un frio sepulcral me recorrió la espalda del principio al fin
y de regreso, las manos me temblaban, pero esta era la oportu-
nidad perfecta, así que volteé de reojo a ver a mi madre, la cual
estaba poniéndose un gran trapo blanco, que le cubría los ojos
por completo, ahora o nunca, así que con mi mano derecha, que
sudaba a mares tome la tapa de aquel obstáculo entre mi persona
y el descubrimiento del secreto.
Cuando tuve por fin entre mis pequeños dedos la tapadera,
lentamente me asomé al interior de la caja… lo único que vi
fueron unas zapatillas cerradas de charol color blanco, era todo,
mire con mayor detenimiento, sí; era lo único que contenía aquel
cofre de los tesoros.
Pero porque mi madre lo guardaba con aquel celo, porque
no había visto que se probara las zapatillas, si en ocasiones an-

146
Grimorio de la muerte

teriores, hasta me pedía consejo sobre si el vestido de la noche


combinaba con su bolso o su color de ojos, ¿Qué pasaba el día de
hoy? ¿Cuál era el secreto que guardaba esa caja gris?
Mientras entre mis pequeños dedos estaba la tapadera de la
caja, la cual me empezó a dar cosquillas en mi mano, vi deteni-
damente aquel pedazo de cartón, simple, sin dibujos, por fuera
tenía unos garabatos, empecé a leerlos, porque yo ya era un niño
grande, estaba en primero de primaria y ya me sabia el abeceda-
rio; aquellos trazos eran el nombre de mi madre, y un número, el
21, esto me pareció mágico, así que sin decir nada me encaminé
a mi cuarto, con el hurto perfecto de mi infancia; con aquella
tapadera mágica, nadie notaria su ausencia.
Ya en mi cuarto me puse a jugar con la tapadera, con mi
dedo índice de la mano derecha, el cual lo coloqué en la esquina
superior del mismo lado, para jugar, por lo que empecé a girar la
tapadera, primero despacio, luego un poco más recio, así confor-
me giraba; un pequeño ruido, un golpeteo rítmico, se apodero de
los espacios, del cartón; como si estuviera siendo castigado con
algo, aquel ruidito mecánico me sumió en un trance hipnótico,
del cual fui brutalmente despertado, justo en el momentos en que
se escuchó el timbre de la puerta; clásico; tres timbrazos peque-
ños y uno largo, quien más podía ser que el detestable noviecito
de mi mamá.
Mi madre alzó la voz para ordenarme: Ic, hijo ve abre la
puerta, ve quien es.
Mi mamá, como si no supiera que era el enfadoso de su
novio.

147
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Pero cual va siendo mi sorpresa; de repente de la tapadera


todavía en giro vertiginoso, saltó un pequeño dado de colores,
rodó por debajo de mi cama hasta el otro lado; no sabía qué ha-
cer o decir, si gritar o llorar, pero corrí a verlo.
Ahí estaba, junto a mis patines, a un lado de la rueda delan-
tera del patín izquierdo, un pequeño dado que marcaba el núme-
ro cinco en su cara azul.
Pero el momento mágico se interrumpió de súbito, cuando
la madre le habló a su retoño: Ic, apúrate hijo, ve abre la puerta…

148
Grimorio de la muerte

DEBERÁS SERÁ UNA BRUJA…


LA HECHICERA

Quiero que le digas a esa bruja con la que vas.


Sí… a la mujer aquella de los pelos platinados y despei-
nados, que trae todo el día la bata roída, con la medalla en su
mano derecha, los dedos nudosos y engarrotados, las chanclas
de plástico, y las uñas llenas de tierra; que ni sabe, que no es
una hechicera de verdad, que si fuera una bruja se diera cuenta
el día que yo fuera a ir a su territorio, cosa que no se asomaría al
balcón; cada vez que me acerco a su casa… para impedirme el
paso cual dragón que cuida una doncella.

149
Grimorio de la muerte

UN CAMINO A LA ILUMINACIÓN

Un hombre distraído, lo fue dejando todo en el camino, para


encontrarse libre de ataduras, bufón y comodín de mil mudos,
que se ríe de los limites, porque en su libertad, es capaz de re-
ferirles la verdad a reyes y plebeyos, porque sabe de magia, se
pone a preparar sus mutaciones alquímicas frente una mesa
Mientras la Sacerdotisa, toma la posición sedente al centro
de las dos columnas, proponiéndose como el tercer camino a la
iluminación, y mira al mago, como estudiándolo.
Lo enamora con los ojos, prende el deseo de su hombre, los
opuestos se han encontrado en una explosión cósmica, lo que dio
paso a la emperatriz.
El mago renuncia por el momento a su vida y en los brazos
de su amor empieza a envejecer, se empodera y acepta ser el
emperador.
Pero por las noches lo visita Marte el dios de la guerra que
lucha en defensa de la quinta esencia de la existencia, para con-
vencerlo de que él es un sumo sacerdote de los misterios iniciá-
ticos.
Sin importarle el sueño, se despierta para hacerle el amor a
su emperatriz, enamorados entre las sabanas de su deseo.
Por la mañana sube a su calesa y empieza un gran viaje.
Busca a la justicia y la sabiduría para su reino.
Sin encontrarla, viaja por los confines allende el horizonte,

151
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

y regresa por la noche, ya viejo, sin dinero, y con la lámpara de


Diógenes iluminando su camino.
El viejo sabio, prudentemente camina; apoyándose sobre un
bastón; que antes fuera su báculo mágico, ya aquel hombre se
construye él mismo, en su necesidad de autoconocimiento, ori-
ginando la mágica triplicidad de los tres mundos
Y ve las ruinas de su carro de guerra, al fondo están jugando
un perro y un gato en la única rueda completa, que gira desdibu-
jados de los ciclos de vida, que se resuelven en los escaques de
la cuadratura del círculo.
Su emperatriz lucha con un león, por que prometió casarse
con otro hombre, el día que sus fuerzas no lograran abrir las fau-
ces de aquel fiero animal, entonces dejaría de esperar el regreso
de su ser amado.
El hombre al ver a su mujer en peligro, se auto sacrifica, se
cuelga boca abajo del pie izquierdo, como fuera la costumbre de
los reyes de antaño, para ceder su reino material, pierde los teso-
ros que contenían sus bolsas, pero lo único que quiere a cambio
es a su mujer, su amor.
El arcano sin nombre, llega a visitarlo en aquel suplicio, le
acaricia la cara con la guadaña, y corta la cuerda que sostiene
aquel emperador de mapas de papel.
Un Secreto Ángel Guardián de las aguas primordiales, mez-
cla unos líquidos especiales para darle a beber, y el colgado re-
cupere sus fuerzas, a su mujer y su reino.
Pero Mefistófeles no puede dejar pasar la oportunidad y lle-
ga a realizar un pacto demoniaco con el recién colgado.

152
Grimorio de la muerte

El hombre quiere sólo recuperar el amor, rechaza al tenta-


dor.
Mefistófeles lleno de ira destruye los castillos del reino.
Las flamas de aquella destrucción, lamen el limbo en sus
confines y en el cielo asoma la estrella que auguraba la venida
de mesías o reyes.
La luna celosa de sus hermanas menores llega a la fiesta
emocionada por conocer que rey llegaría a conquistar la tierra.
El sol escucha rumores de que nacerá un rey más grande
que él, y se presenta presuroso en aquel evento, cubre a la luna
con su manto, eclipse de luces, amores y presagio de grandeza.
El arcángel Gabriel se asoma, anuncia el nacimiento del
nuevo hombre, aquel loco, que se creyó emperador, caminó por
los senderos y se colgó, es el nuevo hombre que viene a vivir en
el mundo, reinándolo al lado de su mujer.
Nació el viejo sabio e iluminado que vivirá por siempre en
la montaña.

153
Grimorio de la muerte

ZAÍD

Cuento segundo lugar del concurso de cuento


“AL RITMO DE LA LUZ” 2008

Parafraseando a mi Hermano, atreviéndome a pedirle pres-


tada su voz; es de referir que conozco un país. Mi país, del cual
hablaré; de todas sus bondades, de nuestro amado país, de aquel
terrón en que cada uno nos esforzamos para contribuir de ma-
nera suficiente a su desarrollo, que es cuestión más de fe que de
esperanza, de paciencia y que entre todos lograríamos hacer de
este, un mejor lugar en el centro de la Luna; para nuestros hijos
o debo decir para nosotros mismos; para mí.
Ayer, al salir de casa y justo en el primer cruce de calles.
Encontré como ya es Costumbre un gran cerro de basura al cen-
tro de la encrucijada, el que quizá siga ahí desde hace varios
días; porque el honorable ayuntamiento municipal no tiene dine-
ro para el biocombustible del camión que recolecta en mi colo-
nia, digo es sólo una posibilidad; por cierto en la cima de aquel
collado se encuentra el perro bermellón y callejero de siempre,
buscando sus alimentos del día, haciendo un reguero por la calle,
demostrando en su nimiedad que es el pequeño rey del mundo,
todo porque esta hasta arriba en aquella porquería; destapando
los olores suficientes para recordarnos los peores momentos de
la vida; aquella inmundicia hay que esquivarla por la Izquierda
porque del otro lado hay un bache descomunal, que aunque es-
toy seguro que si por accidente llego a caer en el, cuando logre

155
Gabriel Corona Ibarra Córdoba

salir de ahí; el municipio se enfrentara sus obligaciones con un


civismo por demás ético, reparando los daños causados bajo la
premisa de un derecho de lo contencioso administrativo, pero
para evitar retrasos prefiero el estrecho paso de terracería que
ofrece la intersección, porque con el problema de la caída de la
bolsa no se ha podido reencarpetar la vía, pensar que yo un ciu-
dadano de miles no entiendo porque el bullicio de unos cuantos
hombre encerrados entre computadoras y pantallas pueda afectar
mi vida; en fin debo seguir mi camino; porque mi hijo debe lle-
gar a tiempo a la escuela.
Al llegar a la avenida me encuentro un gran embotellamien-
to, porque como es rutina, el egregio chofer del vehículo popular
que por ahí transita; cabe aclarar que es lo único verdadera-
mente democrático y dinámico que se mueve por mi ciudad; este
hace sus paradas a media calle para evitar que otros camiones
lo pasen, le ganen el pasaje o el horario, como si fuera el único
que lleva prisa por llegar, lo irónico es que sólo da vueltas en su
circuito sin horizontes; pero sin importarle, en un acto de pre-
potencia se detiene con aquella gallardía en las inmediaciones
del nodo vial; cuando por fin se reanudó el movimiento; veo a el
agente de tránsito que acostumbra a desayunar un pastelillo con
refresco; paso por los rescoldos de mi mente la lejana posibilidad
de que el feliz conductor del urbano lo invitó a desayunar este
día o cualquier otro en el pasado, pero no lo creo; porque eso no
sucede en donde vivo… por otro lado al conductor que estaba
justo atrás de mi y que sonaba la bocina como un maniático;
retando al destino, para que se apure; fue detenido por el oficial,

156
Grimorio de la muerte

que a su vez fue abruptamente interrumpido en la digestión de su


paquete de calorías multinacionales; todo por hacer tanto escán-
dalo, eso habla bien del agente y deja ver que es substancial para
él, aplicar el reglamento hasta en el más mínimo detalle; no más
contaminación por ruido en mi ciudad, este es mi gallo.
Por fin y después de varios sobresaltos viales logre llegar
a la escuela de mi hijo; momentos más tarde, en lo acogedor
que resulta el nido que llamo casa; donde espero tener un baño
caliente, una gran taza de café; si es que de la mesada mi mujer
alcanzó a pagar el ticket del gas; mientras veo el noticiero de la
mañana, para estar bien informado.
Qué raro mientras veía el noticiero me di cuenta de va-
rias cosas, por ejemplo: que empiezo a acostumbrarme a ver la
muerte de gracia como el diario ser de mi país; digo después
de algunos años de lo mismo es normal ó no; a nuestro liberal
y democrático representante del poder ejecutivo federal que se
ve pequeño cuando está detrás del pódium; pero estoy seguro
que con la banda tricolor y sentando en la silla por el águila co-
ronada, es un héroe nacional… que con un golpe certero de su
escoba, hace que salgan corriendo los demonios de entre nues-
tro matorrales y litorales… dejando una tierra limpia; me estoy
acostumbrando también a oír que las bombas hoy sólos son unos
insignificantes artefactos explosivos que no causaron más daño
que un leve desprendimiento del asfalto, seguido de la frase al
tropel “Son hechos aislados”, seguido del audaz dictamen donde
señalaron que si hay gobernabilidad, que vivimos los coterrá-
neos en un estado de derecho; pero a pocos días todo al trasto.

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Gabriel Corona Ibarra Córdoba

Que ahora sí, que en este sexenio la lucha contra el narco-


tráfico es frontal. Mientras reflexionaba recordé a mi viejo de
pelos platinados; que lleva muchos años esperando que las cosas
mejoren esforzándose todos los días, a mis amigos, al vecino, al
anciano que recorre las calles de nuestra ciudad, con paso lán-
guido; pero lleno de esperanza vendiendo ilusiones en cachitos
de lotería que explora entre sus nudosos dedos, al indígena que
tocando casa por casa, apostó el pequeño patrimonio metálico a
unos kilos de nopales, que espera venderlos para llevar alimento
a sus hijos; a mi hijo que aun en su inocencia espera el plato de
alimento, con todo y postre, el de todos los días, sin darse cuenta
de lo que ocurre a su rededor; de pronto se hizo tan grande la
lista que me di cuenta, que la esperanza; prácticamente todos la
tenemos, me di cuenta que generaciones enteras se han extingui-
do con la esperanza de ver un mejor país y que de seguir así mi
generación morirá esperanzada, o cegados estamos muriendo de
a poco creyendo que vivimos mejor que antaño y quizá ese país
por el que todos trabajamos día con día nunca cambie.
Entonces grito sólo para mi, en un gutural rugido ahogado
en la profundidad de mi garganta, un vibrar de tambores silen-
ciosos que deja saber su sonido sólo a lo profundo de mi ser, por
que el sólo murmurarlo públicamente puede ser una invitación
a la parca. ¿Qué necesitamos?; si somos más los que esperamos
esperanzados, los cansados; de la educación gris que se ofrece a
nuestros hijos, de la inseguridad, de la miseria, de la desigualdad,
de la represión, del compadrazgo, de las relaciones mediáticas
entre la prensa y los poderes, de los comercios familiares llama-

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Grimorio de la muerte

dos partidos políticos, de funcionarios corruptos, de gobiernos


sin rumbo, de instituciones vetustas, grotescas, de un estado de
derecho inventado, de ver como las empresas sindicales saquean
a sus agremiados, de ver pues, como los parvos sin conciencia
alguna, destruyen lo que a muchos les cuesta en vida y trabajo.
No Juan Pueblo; los mexicanos le hemos fallado a los mexi-
canos en general y a ti en particular; no seas más un muerto gris
que deambula por las aceras en una tarde que derrite el asfalto
bajo tus pies, no creas que con votar ejerciste la democracia y
construiste el bien común, no aplaudas pequeñas obras viales o
monumentos rimbombantes cuando la ciudad se cae a pedazos,
en medio de la incertidumbre; que por Rutina vegetamos con la
esperanza de que todo cambiará, que con miedo no vamos mas
allá; porque podemos perder el mendrugo de pan, que difícil-
mente llevamos a la mesa de nuestro hogar; lo que alcanzamos
a lograr en un cuchicheo apagado en contra del gobierno, un
murmullo de café, un filosofar entre los amigos, donde logramos
en el mejor de los caso un país que sería la envidia del mundo
entero, empero no pasamos de eso; una charla nada más.
Juan Pueblo, por favor ya no más; Por que amarrarse la len-
gua, comer poco y dormir menos; deja de guardar silencio; sal a
las calles a gritar, exige tu libertad.

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