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Subjetividad Adictiva Ignacio Lewcowicz
Subjetividad Adictiva Ignacio Lewcowicz
Ignacio Lewkowicz
1. Cómo es socialmente posible la figura onmipresente del adicto? Cómo es posible que
en una sociedad no sólo produzca adictos sino que, sobre todo, los instituya como tales,
como un tipo reconocido, admitido, predicado y tratado? En que condiciones
socioculturales es posible que la adicción se constituya inequívocamente en institución
social? Una perspectiva historiadora puede trazar unas líneas de reflexión sobre
algunos puntos de estos problemas generalmente ciegos en su evidencia.
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aún más un requerimiento que una realización. Desde el campo del discurso histórico,
el movimiento actual que intenta comprender esa relación se nuclea en torno del
nombre aún difuso de historia de la subjetividad
8. Que el adicto sea una figura instituida significa aquí por un lado, que un es un efecto
de unas prácticas sociales de producción de subjetividad; por otro, que el efecto es
universalmente reconocible. La figura del adicto es un tipo psicosocial porque es
reconocible, está tipificada, es objeto de predicación y objeto de cuidados sociales; en
definitiva, porque brinda una identidad capaz de soportar el enunciado de virtud
ontológica: soy adicto. La identidad adictiva es el índice de existencia de una
subjetividad instituida. De donde se deriva que la adicción no sólo es un riesgo de la
época sino la amenaza de la época; o más aún, es la amenaza de la época instituida por
la época como la amenaza específica de la época, contra la cual hay que organizar una
serie de cuidados casi microscópicos.
12. El consumidor está producido por una serie de prácticas específicas. La serie de
prácticas que lo estructura lo instituye como un sujeto que varía sistemáticamente de
objeto de consumo sin alterar su posición subjetiva. Actualmente, la vertiginosa
sustitución de ropas y juegos infantiles instaura al cachorro en una lógica de
equivalencia específica: el término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El
anterior no cae por haber hecho ya la experiencia subjetiva de la relación con ese
objeto particular sino por la presión del nuevo que viene a desalojar el anterior. El
anterior cae sin tramarse en una historia, porque el nuevo, venido de por sí, tiene que
tener la capacidad de colmar integralmente al sujeto. Por la misma vía el zapping
televisivo, la renovación del mercado, la multiplicación tecnológica, reproducen esta
inducción productiva de subjetividad a lo largo de la vida de un individuo. Las
prácticas que mencionamos en rigor arrancan siempre al poseedor o espectador (lo
mismo da) el término actual en nombre del que ya viene. El que viene es la promesa de
felicidad inmediata - si no, a su vez, habrá de caer. Entonces, qué posición subjetiva es
la que inducen estas prácticas? Todo ha de esperarse del objeto, nada del sujeto. La
promesa es la del objeto próximo. La lógica de la satisfacción por el objeto es la del
todo o nada. No se produce entonces nada semejante a la modificación del objeto por el
sujeto ni del sujeto por el objeto. En un comercio sin interacción el sujeto es soberano
de asumir y desechar, pero no es libre de alterar ni de alterarse - con lo cual queda
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excluida la posibilidad de una experiencia y una historia. Insistimos: aquí sólo se trata
del consumidor como figura emblemática establecida; no cuenta en esta línea lo que
cada individuo haga con lo que hicieron de él, con el consumidor en que fue
constituido (así como en los tiempos modernos, no contaba para la determinación de la
figura instituida del ciudadano lo que cada ciudadano hiciera con el ciudadano que
habían hecho de él).
14. Las adicciones se sitúan en el revés de sombra específico del sujeto instituido del
consumo. Las patologías socialmente instituidas se constituyen en la captura del revés
de sombra por una instancia ideológica de delimitación. La institución del sujeto de la
conciencia por las prácticas cívicas - y la familia nuclear burguesa que le corresponde,
por delegación del estado nacional - produce a su vez, como un efecto inevitable pero
ciego, el mundo fantasmagórico que el psicoanálisis estableció posteriormente como
sujeto del inconsciente. A partir de la institución del sujeto de la imagen por las
prácticas de consumo: qué se estará produciendo como envés específico de sombras?
En ese envés de sombras se produce una serie de anomalías respecto de lo que se
supone integralmente dominado por la institución del sujeto específico. Esa serie de
anomalías para consistir, tiene que ser leída por un discurso específico y controlada,
cuidada, predicada y distribuida por la serie de instituciones que realizan la eficacia de
ese discurso específico. Hasta el advenimiento del psicoanálisis, el envés de sombra de
sujeto de la conciencia era tomado como desviación por el discurso médico. Las
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anomalías adictivas hoy parecen estar en posición semejante a las anomalías histéricas
respecto del discurso médico. La instancia de delimitación de las patologías se ha
desplazado, en la modernidad tardía, del discurso médico hacia el massmediático. Lo
que socialmente se llama adicción es efecto de la lectura y tratamiento del envés de
sombra del sujeto consumidor por el discurso massmediático y sus instrumentos
institucionales (comunicación y autoayuda).
19. He aquí el problema. Las drogas de por sí no causan adicción: las diversas
situaciones en que circulan sin patologías adictivas así lo probarían (tal como lo
señalan ilustradamente los textos de Escohotado entre otros). Pero en las condiciones
actuales de subjetividad de consumo capaz de pasar a la adicción, constituyen un
objeto privilegiado de la amenaza adictiva. En estas condiciones, las drogas producen
adictos (o mejor: realizan la adicción de los adictos producidos por las prácticas del
consumo). Por eso es tarea de los especialistas determinar el punto en que se constituye
el campo de intervención.
2. Nada hay aquí de relativismo cultural, pues por un lado para un habitante de una
situación su situación es absoluta, sin exterior en otra situación con la cual comparar
(relativizar) su pertenencia efectiva a la situación en que habita. Por otro lado, como la
pertenencia a la situación es absoluta, la naturaleza determinada por esa pertenencia es
esencial - para nada accidental. Finalmente, no se trata de relativismo cultural porque
aquí no estamos ante concepciones culturales diversas que son predicadas de distintos
modos y con distintos contenidos a los miembros de una cultura sino que se trata de
prácticas efectivas que instauran una subjetividad de modo efectivo, sin plan, sin una
estrategia deliberada de forjar así (a partir de una causa final organizadora) los
individuos según un arquetipo. El tipo resultante no es la efectuación-resultado de un
tipo ideal sino el efecto consistente más allá de las intenciones constitutivas.
HISTORIA DE LA SUBJETIVIDAD
2. Pero la historia de las mentalidades tropieza con un límite: supone que las
variaciones de la experiencia humana son insustanciales. Esas variaciones son otras
tantas presentaciones particulares de la misma estructura de base. Lo que varía de
situación en situación son los contenidos específicos en que se realiza (o colorea) la
misma estructura universal de lo que es un ser humano. La historia de las mentalidades
no puede pensar la intraducibilidad de las experiencias (alteridad) porque las supone
ocurrencias comunes de la misma estructura de base (inalterable de por sí). La historia
de las mentalidades no puede pensar las mutaciones decisivas de esa estructura de base
(alteración) porque la supone substrato de una historia que no produce su propio
substrato.
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-distinta de la que los hombres esperamos encontrar para hablar de semejantes. El
esclavo antiguo no pertenece a la humanidad instituida como tal.
IDENTIDAD ADICTIVA
1. Desde el punto de vista de la historia de las subjetividades, en las diversas
situaciones socioculturales se ofrecen a los individuos una serie de tipos
identificatorios posibles en que realizarse. La tarea primera de producción práctica de
la subjetividad se desarrolla luego en la oferta de identidades posibles, de figuras
encarnadas que funcionan como espejo posible para el que las escoja -pero todos
escogen por lo menos una: quién podría constituirse sin un espejo. Las identidades
profesionales son sólo una de las identidades posiblemente ofrecidas. Si bien durante
un tiempo -bajo la vigencia de los estados nacionales- las identidades profesionales no
eran simplemente profesionales, en el funcionamiento actual las profesiones ya poco
colaboran en la configuración de una identidad.
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4. Quizá los apresurados ejemplos no hayan sido los más adecuados, pero lo decisivo
es que el tipo del adicto bien puede organizar una vida en torno del rasgo adictivo. Hay
un guión de la cultura actual que le ofrece una serie de escenas codificadas, de etapas y
discursos, de argumentos y sentimientos que, desplegados por turno organizan la vida
paradigmática de El Adicto.
1. La existencia social tiene una serie de problemas. La clave estratégica del discurso
histórico consiste en escapar a las tentaciones anacrónicas de la evidencia. Pues es
evidente que los romanos eran hombres como nosotros. Con ese argumento, es muy
fácil deslizarse hacia las certezas de que nada esencial ha cambiado. Consecuencia:
cada vez que se postula una novedad, o irrumpe un fenómeno de nuevo tipo, bastará
hallar algo fenoménicamente semejante en el pasado para ponernos a salvo
imaginariamente y sentenciar que nada ha cambiado. Este es un de los funcionamientos
más frecuentes de lo que se puede llamar inercia de las representaciones.
3. Para el discurso histórico, sólo existe lo que se inscribe con su nombre en una red de
prácticas que le dan consistencia. El sentido histórico social de un concepto es la red
de prácticas en que se inscribe. Si hallamos en los documentos antiguos los testimonios
de que tal individuo tenía una relación particularmente intensa con el láudano, nada nos
autoriza a sostener que, mientras vivió tal relación, era adicto al láudano. Porque tal
supuesta "adicción" no estaba establecida como tal, ni tratada por las instituciones y los
discursos que hacen de una relación materialmente semejante hoy un adicto. Es posible
que para una psicología allí se pudiera reconocer una estructura clínica clasificable
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como "adicción". Pero el sentido social de esa práctica se alejaba irremediablemente de
nuestras nociones entonces inexistentes.
3. Los estados nacionales habían instituido al saber médico como instancia fundamental
de delimitación de las patologías, derivación tratamiento. El discurso filosófico,
tramando una arquitectura ideal de los saberes existentes en una situación, solía
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reforzar epistemológicamente de derivación que de hecho -y con toda evidencia de su
parte- el estado hacía hacia sus hospitales generales.
2. El estado instituye los términos a los que representa. Los representa una vez
instituidos: se distancia de su producto y lo representa a distancia. En una situación
cualquiera tenemos por un lado los individuos y por otro la instancia de representación.
Estas situaciones son estructuralmente ciegas al hecho originario de que es la instancia
de representación la que a su vez ha instituido la materia prima a representar.
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3. Una alteración del lazo social (el pasaje del estado nacional al estado técnico-
administrativo, lo que se suele llamar pasaje a la post-modernidad) determina a su vez
una alteración del soporte subjetivo de tal lazo (de ciudadano a consumidor, para seguir
con el ejemplo decisivo).
4. Se suele llamar soporte subjetivo del lazo social a la figura individual, específica,
que está en la base de la operatoria del estado. Si aquí es lícita la metáfora de los
elementos y las relaciones, habrá que llamar lazo social a las relaciones que se
establecen entre los elementos; habrá que llamar correlativamente soporte subjetivo del
lazo a los elementos constitutivos de la relación. Y la metáfora vale sólo si se le adosa
una condición. De ninguna manera se podrá admitir que los elementos preexistan a la
relación, o que la relación preexista a los elementos. La institución de una subjetividad
específica y de un lazo específico es consustancial. No hay instauración de un tipo de
lazo social que no sea a la vez la instauración de un soporte subjetivo pertinente; no
hay institución de una subjetividad específica que no sea a la vez una efectuación de
los requerimientos de un tipo específico de lazo social.
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