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Wallerstein, Immanuel. Historia y Dilemas de Los Movimientos Antisistémicos PDF
Wallerstein, Immanuel. Historia y Dilemas de Los Movimientos Antisistémicos PDF
Desde sus primeros años, la econom ía-m undo capitalista, que 11111
ciona desde por lo m enos hace cinco siglos, ha provocado siempre fuer! 1■ .
resistencias por parte de los trabajadores, y ello bajo form as diversas: n
vueltas campesinas, m otines de hambre, movimientos mesiánicos, e ¡11
cluso diversas form as del bandidism o social. Pero es hacia el siglo XIX
que, por prim era vez, se han constituido m ovim ientos antisistémicos, |><>
líricos, organizados y durables, lo que ha sido una notable creación social,
a la cual no obstante y durante m ucho tiempo, se le ha dado m uy poca
atención, adem ás de no haberla analizado tam poco suficientemente.
E sta creación de un instrum ento del cam bio social, si bien se lia
revelado com o algo m uy eficaz, ha conocido al m ism o tiem po ciertos
lím ites. Y es esta realidad contradictoria, doble, la que puede explicar
el curioso fenóm eno que se desarrolló después de 1945. En efecto, niien
tras que durante este periodo de la segunda posguerra estos m ovim ic 11
tos parecían estar m ás fuertes que nunca, es en esta m ism a época cuan
do se han m anifestado las dudas m ás grandes respecto de su capacidad
para alcanzar sus propios objetivos, paradoja aparente que resultaba
de las presiones contradictorias nacidas tanto de la estructura coin<><le
las estrategias de estos m ovim ientos.
E ntonces, no se puede com prender lo que ha sucedido después
de 1945 m ás que desde el contexto de la historia propia de esos moví
m ientos, y esa historia debe necesariam ente partir de la época de la
27 Este texto fue publicado originalmente en inglés como capítulo del libro colectivo tilulmln
Transforming the Revolution, que incluía también ensayos de Giovanni Arrighi. Samir Amíu v
André Gunder Frank. La presente traducción al español está hecha, en cambio, de la versión di
ese libro en francés, titulada Le granel tumulte? Les mouvements socictux dans!'économic-monih1
Ed. La Découverte, Paris, 1991, pp. 10 - 55. La traducción del francés al español es obra di
Carlos Antonio Aguirre Rojas.
u» 11isloriji y dilrm.r. <l<* los movimientos antisistémicos
i'ial otom ano, y sobre todo, cuando este últim o se oponía a sus intere
ses. I’ero al m ism o tiem po, esas dos potencias se opusieron a los planes
de; este proyecto, cuando intentó crear un Estado egipcio efectivam ente
fuerte y autónom o. Finalm ente, una tercera posibilidad fue la recons
trucción desde afuera, y es el caso de la conquista de A rgelia por parte
de Francia y de su colonización a partir del año de 1830. En este caso,
observam os inm ediatam ente u n a fuerte reacción, en la cual es posible
encontrar los orígenes del nacionalism o argelino m oderno, el Estado
de A bd E l-kader y su resistencia a la conquista.
Estos intentos de m ovim ientos organizados eran todavía m uy con
fusos, como era de esperarse en un periodo en el que se intentaba lo que
podía intentarse, sin demasiados análisis o debates estratégicos. Porque
estos últim os han surgido verdaderam ente, sólo a partir del ambiente re
volucionario de 1848 y de las derrotas políticas que lo han acompañado.
En 1848, por vez primera en Francia, un grupo político cuya base era
proletaria ha intentado seriam ente conquistar el poder del Estado en be
neficio de la clase obrera, junto a la legalización de los sindicatos y el con
trol obrero sobre los lugares de trabajo. El intento fracasó, la guerra civil
irrumpió en el mes de junio, siendo una guerra civil corta pero de una
violencia extrema, y después el orden fue restablecido por medio de una
dictadura m ilitar con rasgos populistas, bajo la égida de Napoleón III. Esl <>
com probaba que la victoria del movimiento social no llegaría fácilmente'.
Sabemos bien que uno de los análisis políticos m ás conocidos de Carlos
M arx se refiere a estos acontecimientos y a su prolongación, en la obra Id
dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte, y esto no es una casua
lidad. Com o no lo es tam poco el hecho de que el texto estratégico funda
m ental del movim iento social moderno, el que ha ejercido la más grande
influencia sobre ese movimiento es el del Manifiesto del Partido Comu
nista, que fue publicado precisam ente a comienzos de 1848, es decir antes
de la insurrección de junio, la que precisam ente ha provocado que un pan
fleto, que en otras condiciones quizá habría estado destinado a perderse
en la oscuridad, haya en cambio podido dar nacim iento a un movimiento
de am plitud mundial.
Pero 1848 no ha sido solamente una enseñanza fundamental para el
movimiento social, tam bién ha sido la época de la “primavera de las nació
nes”, seguram ente m uy breve, pero que ha establecido también ciertas lec
ciones im portantes para el futuro. Porque es claro que ha sido la coyuntu
ra internacional desfavorable la que provocó la derrota de los distintos
intentos por crear nuevos estados soberanos, sobre la base de reivindica
ciones que eran a la vez constitucionales y nacionales (en Alemania, en
Italia y en Hungría). De esta experiencia, era necesario concluir que los
in I listoria y dilemas di* los movimientos antisisLéniicos
...... 111111 ■111uní iac i(males no podrían triunfar sin estar acom pañados de una
i i >\ niiliu .i internacional favorable, que les perm itiese encontrar aliados
' 1111 r I,i:, i',i;111<les potencias. En resumen, la revolución nacionalista no era
un proceso más fácil que el de la revolución social, y ellas debían, ambas y
i lula una por su lado, contar sobre todo con sus propias fuerzas, y esas
lo* i a era necesario construirlas y organizarías.
Entonces, la gran lección de 1848, es que todos esos m ovim ientos
1 ni ni necesidad de una organización política estable, capaz de llevar a
• nimias» liversas luchas durante largos años; ésta era un arma indispensa-
l i' 1>¡ira la victoria, y este axiom a ha sido la base de la estrategia de todos
I ■ movimientos de cierta im portancia a partir de esta, fecha. Algunos di-
1nn, incluso, que esta lección fue dem asiado bien comprendida.
Naturalm ente este principio no fue adm itido de entrada sin dis-
eusión. Muy por el contrario, entre 1848 y la insurrección obrera si-
•uirnle, la de la Com una de París en 1871, la discusión fue inten sa y se
l n 'I. o izó, de un lado, en el debate entre los m arxistas y los anarquistas
en el seno de la Prim era Internacional, fu n d ad a en 1864, y de otra p ar
le. entre los m arxistas y los proudhonianos.
I’ara los proudhonianos, la salida consistía en salirse y ubicarse fue-
ra del circulo de las relaciones de la producción capitalista, y para los
¡1narquistas el objetivo era la destrucción del Estado, en tanto que base de
I*>tl<>el sistema; tales eran los verdaderos m edios de realizar, según ellos,
los objetivos de la clase obrera. Por su lado, los m arxistas juzgaban que
dicho retiro sería una estrategia destinada al fracaso, y de ninguna manera
.ilgo progresista; y en cuanto a la destrucción del Estado, ella no sería tan
lácil de cumplir como lo creíanlos anarquistas. En lugar de estas dos vías,
lo que los marxistas proponían era más bien una em presa m etódica de
conquista del poder del Estado, apoyándose en el potencial revolucionario
t le aquellos que “no tienen nada que perder, m ás que sus cadenas”, es de
cir la clase del proletariado industrial. Poniendo el acento sobre la organi
zación colectiva, despreciaban todo aquello que parecía derivar del indivi
dualismo, no obstante, sin rechazar la m oral del trabajo; aunque conci-
Itiendo que esta últim a debería de ser aplicada, específicamente, sólo por
aquellos que estaban dispuestos a em plearla al servicio del bien común.
I -as estrategias proudhonianas y anarquistas eran consideradas no sola
mente com o ineficaces, sino tam bién com o posiciones que fácilm ente se
prestaban a derivar en una vida de bohem io, a degenerar en com porta
mientos similares o próximos a los del lum penproletariado, o dicho de
»>t ra manera, a com portam ientos irresponsables y políticam ente dudosos.
Por el contrario, para los marxistas, el cam bio social debería ser el resulta
do final de esfuerzos rigurosos y conscientes.
linmanuel Wallerstein 4
Tam bién es necesario considerar que la Com una de París fue desd
muchos puntos de vista un acontecimiento sorprendente, porque ella n
nació de una empresa m etódica y consciente, sino más bien de una situ;:
ción política particular: la de la derrota de Francia en la guerra de 1870, e
contra de Alemania. Es claro que la Com una sería destruida y m asacrad
por una fuerza armada, derivada de una alianza de las clases dominante
francesa y alemana. Pero no es menos cierto que esa Com una nos habí
dado la prueba de la capacidad de las clases obreras para organizarse rápi
da y adecuadamente en el contexto de una situación revolucionaria, moví
lizando en torno de ella un amplio apoyo de las masas, y m ostrándos
como particularm ente apta para la creación y la inventividad social.
Y súbitamente, ella ha dado también un sentido concreto al concep
to de “dictadura del proletariado” (un sentido pasajero, evidentemente
concepto destinado, a partir de ese momento, a tener una m uy larga vid?
Y es así que en 1872, los marxistas vencerán definitivamente en el seno d
la Internacional sobre los anarquistas bakuninistas, aunque la Internado
nal misma, que ha reunido en su seno a un conjunto de movimientos m á
bien débiles, se apagará cuatro años después, al igual que varios de eso
m ovim ientos débiles. Entonces, en el periodo siguiente, y en sustituciói
de esta Primera Internacional, en la m ayor parte de los países de Europ;
Occidental se organizarán partidos obreros sólidos y metódicos, lo mis un
que poderosos sindicatos. Y ambos, estos partidos y estos sindicatos, se
rán los que constituyan la base de la Segunda Internacional.
De este m odo, entre 1870 y 1914, y com o el debate sobre la orga
nización política había sido ya resuelto, las discusiones se centraroi
sobre tres tipos de problem as nuevos.
I" 'l'" I" olm m:; tenían derecho, no de las manos;de los patrones, sino
"i i l'H'ii dr I.i•• manos del Estado. Sus m edios de acción eran análogos a
I" d. los sindicatos: el empleo de una cierta form a de violencia en contra
di l Estado, y lamí>ién las negociaciones con él. Se puede entonces pensar,
i I- i i lu d i r í a s similitudes, que los esfuerzos de sindicatos y de partidos
sr liahi i.m podido fácilm ente sincronizar y armonizar. Pero en aquellos
lu mpo:; surgió fatalmente el problem a de las prioridades y de las jerar-
11uta:; cn t re los dos tipos de organización, y esto se com plicó rápidam ente,
I'<a la emergencia de dos tendencias -llam ad as por algunos “desviacio-
i ir . , y que se repartían de manera desigual en el seno de esas organiza
ciones.
l ,a prim era tendencia fue el resultado de la aparición de esa capa
*Iiii■, de una m anera peyorativa, fue nom brada “aristocracia o brera”, o
II icl 10 de otro m odo, de una capa de obreros altam ente calificados, me-
|or pagados, y que eran frecu entem ente conservadores en m ateria de
reivindicaciones políticas - e s to , en razón de su “posición de clase”, en
la m edida mism a en que ellos ya tenían algo m ás que perd er que sola
m e n t e sus cadenas— . A h ora bien, es im portante subrayar que fue pre-
i e ;a 111e n te en el seno de esta capa obrera que los sindicatos h abían echa-
do inicia luiente raíces. V isto desde la lejanía, nos parece ahora in evita
ble que hayan sido esos obreros los que tuvieron un lugar tan despro
porcionado en el seno de esas direcciones sindicales. Lo que entonces
derivó, rápidam ente, en el hecho de que las reivindicaciones sindicales
■ o concentraron, fundam entalm ente, en torno de la lu ch a p o r las nece
d a d e s m ateriales m ás inm ediatas.
I ,a otra tendencia había nacido de la evolución de los partidos so
lía listas, los que tend ían hacia la construcción de una suerte de alianza
de clases, en la m edida en que atraían h acia ellos, cada vez m ás, a cier-
tos intelectuales de origen burgués. V arios de estos últim os, gozaban
de buenas situaciones profesionales en el seno de las clases m edias, e
incluso de las clases altas. Pero sobre todo a partir de su form ación,
estaban bien entrenados en el ám bito de las tareas de la organ ización
que eran indispensables para un partido político. M ucho m ás que los
obreros calificados, estos intelectuales se m ostraron com o capaces de
ocupar los puestos de responsabilidad, cada vez m ás num erosos, den
tro de los aparatos de dirección de esos partidos. Y entonces, em peza-
ron a ver el rol del partido com o el de una vanguardia, encargad a de
m antener en el cam ino correcto a un sindicalism o que estaba d o m in a
do por la aristocracia obrera.
a. Los gérm enes de estas contradicciones estaban entonces ya sem
brados desde este periodo, aún cuando en aquellos tiem pos no tom aran
Iimiumiicl W iiIIcmnIcíii i i
com o a los “cam pesinos” en tanto que categorías distintas. Según este
razonam iento, era entonces vano y peligroso querer hacer m ás lento
este proceso, asum iendo la defensa de esas otras reivindicaciones, que
eran distintas a las del propio proletariado industrial. Con esto, no se
habría hecho otra cosa m ás que dividir a la clase obrera. U n punto de
vista que, por lo dem ás, estaba en plen o acu erd o con la ten d en cia
gradualista entre los socialistas.
La posición opuesta, en esta época, no consistía en un apoyo total
ni a las reivindicaciones nacionales ni a las de los cam pesinos, porque
eso se habría visto com o una traición al com prom iso in tem acio n alista
y obrero de la ideología m arxista. M ás bien, la segunda tend en cia ha
afirm ado la legitim id ad de una alianza provisional entre la clase obrera
y esos “o tros”, en virtud del argum ento de que esos “otros” eran opri
m idos por la m ism a clase dom inante, y que esta alian za era una cues
tión táctica, que debía hacerse bajo la h egem on ía “de la clase o brera”.
Por lo dem ás, dicha alianza no podía realizarse m ás que si existía un
partido de cuadros y de vanguardia para ejercer dicha hegem onía. E n
tonces, esta concepción se adaptaba perfectam ente con la perspectiva
de los leninistas, los que la han adoptado efectivam ente com o su propia
concepción.
Paradójicam ente, podem os señalar que durante la P rim era G ue
rra M un dial los “revision istas”, que se h abían opuesto violentam en te al
nacionalism o, han sido los defensores de la sagrada unión nacional den
tro de sus propios países, m ientras que por el contrario los leninistas,
partidarios de las alianzas tácticas con lo s nacionalistas, h an rech aza
do, en tanto que fieles in tem acion alistas, el otorgarle legitim id ad algu
na a esa guerra nacional burguesa.
E sta expansión de los m ovim ientos obreros organizados en E uro
pa, entre 1870 y 1914, coincidió con la últim a gran expansión territorial
de E uropa dentro de la historia m oderna, inscribiénd ose entonces d en
tro de ese contexto de la conquista colonial. Consecuentem ente, m ien
tras que los m ovim ien tos socialistas buscaban su cam ino en tanto que
m ovim ientos antisistém icos, poniendo el acento en las luchas anticapi
talistas, los m ovim ien tos nacionales en la periferia trataban de encon
trar su cam ino poniendo el acento en las luchas antiim perialistas. En
este m arco, estos m ovim ien tos nacionalistas reprodu jeron en sus p ro
pios debates acerca del rol central de la organ ización política dentro de
sus estrategias, el m ism o tipo de debates que h ab ía conocido antes el
m ovim iento socialista europeo.
Lo que podem os llam ar el nacionalism o cultural, es aquí el equi
valente de las tenden cias proudhonianas o anarquistas, es decir, la idea
Im m anuel W allerstein
de un retiro fuera del cam po de la sociedad dom inante, que debía e iiv
tuarse m ediante el renacim iento cultural y la afirm ación de su propia
identidad lingüística, artística y de sus diversos m odos de vida. En cam
bio, los nacionalistas políticos respondían un poco a la m anera de los
m arxistas, afirm ando que en el m ejor de los casos el nacionalism o cul
tural no podría alcanzar sus objetivos, e incluso peor, que él era enga
ñoso y erróneo, porque esta autonom ía cultural que no tendría el con
trol del E stado, no dispondría de la base m aterial necesaria para so b re
vivir. En resum en, tam bién aquí la conquista del poder del Estado - e n
este caso, m ediante la secesión y/o la creación de una nueva entidad
estatal— , se convertía en el objetivo estratégico prioritario, el que para
ser logrado, requería tam bién aquí de la existen cia de un partido.
El debate entre revisionistas y leninistas encuentra su paralelo, en
este caso, en el debate sobre el m étodo de cóm o realizar los objetivos
nacionalistas, habiendo de una parte aquellos que estaban por una vía
“constitucional”, es decir, de negociaciones con las autoridades exis
tentes, en vista de una transferencia gradual del poder al grupo n acio
nal im plicado, y de la otra parte aquellos que defendían m ás bien una
acción m ilitante m ucho m ás activa, con m ovilizaciones de m asa y con
confrontaciones abiertas, dentro de una lucha prolongada que en caso
de ser necesario, podría ser incluso una lucha violenta. Es interesante
subrayar, no obstante, que si en sus principios el m arxism o ha sido un
m o vim ien to c o m p ro m e tid o en u n a lu ch a re vo lu cio n a ria , y que el
revisionism o con su vía parlam entaria no se desarrolló y se fortaleció
sino m ás tarde, en cam bio y por el contrario, el m ovim iento nacionalis
ta arrancó m ás bien con el predom inio de la táctica de la vía constitu
cional en num erosos países, tales com o la India, China, el m undo ára
be, M éxico o Á frica del Sur, afirm ando su com ponente revolucionario
tan sólo en un m om ento ulterior, en el cual este com ponente radical se
consolidó.
Estas trayectorias diferentes son el resultado de los diversos terre
nos de acción geográficos, y al m ism o tiem po, de las estructuras de cla
ses diferentes en esa época. En efecto, los m ovim ientos socialistas n a
cieron en los países del centro de la econom ía-m undo, m ientras que los
m ovim ientos nacionalistas lo hicieron en la periferia. Los prim eros te
nían su base política en el proletariado industrial, antes de am pliarse
para abarcar el apoyo de los sentim ien tos anticapitalistas de vastas
m asas de la población, m ientras que la base social de los m ovim ientos
nacionalistas estaba constituida por las burguesías periféricas y por la
intelligentsia, antes de am pliarse para obtener el apoyo de los sen ti
m ientos antiim perialistas de tam bién vastas m asas o vastos grupos de
48 H istoria y dilem as d e los m ovim ientos antisistém icos
sino m ás bien que se replegó sobre ella m ism a, h acia lo que se llam ó el
“socialism o en un solo país”, y hacia stt prop ia autodefensa com o E sta
do asediado. El control del poder del Estado no fue entonces suficiente
para transform ar a la U nión Soviética, aunque sí lo fue para tran sfor
m ar a la Tercera Internacional, de ser un conjunto de m ovim ien tos p a
ralelos, a ser una estructura jerárqu ica que se adaptó a las exigencias de
un Estado en particular, en este caso, el Estado ruso. De aquí, nace la
pregunta de saber en qué m edida esa III Internacional y la U nión So
viética, ju garo n un papel de fuerzas realm en te antisistém icas al in te
rior del sistem a m undial, pregunta que quedó en suspenso desde 1920
y hasta la Segunda G uerra M undial.
D urante este periodo, las rivalidades y las m aniobras de las gran
des potencias dirigentes del m undo capitalista, que h abían y a provoca
do la Prim era G uerra M undial, han continuado causando estragos, y
preparándose para llevar a cabo la Segunda G uerra M undial. M ás ade
lante, com o sabem os, la división entre los dos bloques m ilitares de los
países capitalistas se revistió bajo la form a de una fuerte oposición ideo
lógica, tom ando la figu ra de una confrontación entre u n a coalición “li
b e ra l” y otra coalición “fa scista”. La pregunta fue entonces ¿debíam os
ver en esta confrontación, com o lo hizo Lenin durante la guerra de 1914,
una sim ple confrontación entre dos grupos de ladrones, o debíam os
m ás bien elegir entre dos cosas m alas, un a de las cuales era quizá m e
nos grave que la otra?
Las decisiones frente a esta pregunta fueron tom adas por la Tercera
Internacional, para el centro y para la periferia, de un m odo paralelo. Para
los dos sectores, los casos que sirvieron de m odelo fueron el caso de A le
mania, para los países del centro, y de China para los países de la periferia.
En Alem ania, se trataba de saber si el partido com unista debía o no parti
cipar en el “frente popular” -c o m o se les llam aría a estos frentes más tar
de— , al lado de los socialdemócratas y en contra de la derecha, y más espe
cialm ente de los nazis, o si por el contrario, debía ubicar a esos socialde
mócratas bajo la etiqueta de “socialfascistas”. En China, se trataba de sa
b er si el partido com unista debía m antener su alianza táctica con el
Kuomintag, en contra de las fuerzas im perialistas m undiales, y más espe
cialm ente en contra del Japón, o si por el contrario, debía dar m ás bien
prioridad a la guerra civil. En los dos casos no hubo nunca una respuesta
clara y neta, porque la Internacional cam bió m uchas veces de postura, y
con ella, los partidos com unistas involucrados, aún cuando el partido chi
no fue m ucho m enos dócil que el partido alemán. El m ism o tipo de proble
mas habrían de replantearse un poco en todas partes m ás adelante, en
España igual que en la India, por ejemplo.
Im m an u el W allerstein .*>i
dió al pod er dem asiado tarde, com o para que pueda ser considerado e
equivalente de la catarsis nacionalista de la que hem os hablado ante
n órm en te. Q ueda aún por investigar si las experiencias de V argas ei
Brasil, a partir de los años treinta, y de Perón en Argentina, han tenid<
un im pacto com parable. Este punto está aún sujeto a discusión, pero e:
indudable que tanto uno com o el otro, han m ostrado una gran capaci
dad para m ovilizar en su favo r un m uy vasto apoyo popular.
Esta m uy rápida visión del periodo posterior a 1945, en los tre:
“m u n d o s”, pone de relieve que en un conjunto de países, que represen
taban por lo m enos las tres cuartas partes de la población m undial, o
objetivo principal de los m ovim ientos antisistém icos del siglo XIX, e;
decir la tom a del poder, h ab ía sido efectivam ente alcanzado. La m ayo
ría de las personas veían en estos procesos toda una serie de grande?
éxitos, y la m ayoría de los nuevos regím enes nacidos de ellos, estaba 1
orgullosos de la existencia de esta visión de esas m ayorías.
Pero a partir de ese m om ento, las preocupaciones dom inantes se
transfirieron del prim er objetivo hacia el siguiente: utilizar ese podei
para llevar a cabo la transform ación social. Es necesario entonces, com
parar los resultados obtenidos por los tres tipos de m ovim ientos, er
este ám bito de las transform aciones concretas de la sociedad. Vemos
aquí, inm ediatam ente, que cada uno de los tres tipos de movimiento?
tiene en su haber una “reform a” fundam ental, de la que pueden vana
gloriarse abiertam ente y con todo derecho: para los socialdem ócratas,
eso es el E stado de B ienestar, desarrollado en los países centrales, v
que aseguraba de diversas m aneras toda una gam a de sistem as de p ro
tección y de seguridad social. Estos m ism os Estados podían inscribí 1
en su favo r el alza de los salarios reales, obtenida a través de negocia
c io n e s c o le c tiv a s , p o r lo m e n o s p a ra lo s o b r e r o s c a lific a d o s v
sem icalificados, y naturalm ente para los cuadros técnicos. Este “pactt >
social”, es lo que se ha llam ado tradicion alm en te “ford ism o”.
Es necesario, no obstante, reconocer que los socialdem ócratas no
son los únicos responsables de estos program as de protección social y
de este fordism o, porque las fuerzas conservadoras, m ás adelante, han
aceptado estas m ism as reform as, cuando se dieron cuenta de que más
allá del costo que ellas im plicaban, tenían tam bién la ventaja de podrí'
disponer de un m ecanism o de cooptación política y de ciertos benel'i
cios en la escala m acroeconóm ica. Otros lo s han aceptado com o la op
ción m enos peor, casi siem pre bajo la fuerte presión de los m ovim ien
tos obreros. M ás precisam ente, podríam os decir que las reform as 110
han pod ido ser establecidas m ás que bajo la presión de los socialdenió
cratas, sin duda alguna, pero tam bién es cierto que han sido m anten i
fi() H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s
bierto otras. Y esto, porque dado que en estos terrenos, las posibilida
des de m ejoram iento son siem pre infinitas, existe por lo tanto, todo e
tiem po, u n a cierta penuria social derivada del costo dem asiado alto di
las m ejores posibilidades dadas. Y en este sentido, habrá fatalmente
una lu ch a por ben eficiarse de las ventajas ya adquiridas, lo que har;
que unos pocos puedan asegurarse para sí m ism os una m ejor educa
ción que los otros, o m ejores servicios de salud, gracias a su dinero, o ;
su m ejor conocim iento y costum bre del m ecanism o de estos servicios
o tam bién a partir de sus especiales relaciones. H aciendo un balanct
global, y m ás allá de estos im portantes progresos, no parece que la dife
rencia entre los servicios que eran puestos a disposición de las capa:
superiores de la población, y los servicios que correspondían a las ca
pas inferiores, h aya dism inuido notablem ente com o consecuencia d<
la tom a del poder por parte de estos m ovim ientos.
Si pasam os del sector de los servicios públicos al de la satisfacciói
de las necesidades “fu n d am en tales”, en alim entación, vestido, o aloja
m iento, el resultado es m ás o m enos del m ism o tipo: un progreso ini
cial, y ciertam ente un nivel m ás alto de los beneficios, que se h a manto
nido incluso frecuentem ente, pero que no elim ina el hecho evidente di
la d iferencia que subsiste, entre los ingresos reales de aquellos que es
tán “arriba” y aquellos que están “abajo”, diferencia que efectivam enó
no ha dism inuido, y que incluso se ha acrecentado en varios de esto,
casos.
La peor situación, no obstante, se refiere al ám bito de las liberta
des. Para com enzar, debem os preguntarnos qué es lo que las “mino
rías” ganaron con la tom a del poder por parte de estos m ovim ientos
En este sentido, los socialdem ócratas han sido siem pre m uy ambiguos
H abiendo puesto el acento sobre el rol de la clase obrera en tanto qu<
tal, eran m u y desconfiados frente a las reivindicaciones centradas ei
las cuestiones de la raza, o de la etnia, o de la “nacionalidad”, pues veía i
en ellas instrum entos de d ivisión de la propia clase obrera. N o obstan
te, esos m ovim ientos socialdem ócratas se han visto obligados a salir d
su ind iferencia teórica, m ediante dos tipos de presiones, igualm ent
fuertes.
De un lado, en num erosos países esas “m inorías” constituyen un ele
mentó creciente de las “clases obreras”, y son frecuentem ente su elemci i!i
m ás miserable, el más oprim ido, con lo cual la lógica de la lucha popula
obligaba a estos socialdem ócratas a tom ar posición frente a estos proble
m as “étnico raciales”. De otra parte, los m ovim ientos de derecha en gene
ral, y los neofascistas en particular, han llevado a cabo, abiertamente, un
propaganda racista, lo que como reacción hizo com prender a los sociable
(>-l H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s
iliteratas que debían apoyar las luchas de esas “m inorías”. Aunque una
vez. llegados al poder, han seguido el m ism o cam ino que hem os m enciona
do antes: ciertos pequeños m ejoram ientos iniciales] por lo que se refiere a
la política de inmigración, de la lucha en contra de los “abusos” policíacos,
<le leyes en contra de toda discriminación, etc., pero que son m ejoram ien
tos y políticas que rápidam ente llegan a su límite. Pues estos lím ites son
impuestos por el m iedo de una com petencia eventual de parte de esas
“m inorías”, m iedo del que es p résala “m ayoría” de la clase obrera, y que se
aviva en los periodos de recesión económica.
¿El cuadro es acaso radicalm ente diferente dentro de los países socia-
listas? En sus inicios, la Unión Soviética dio un gran paso adelante en el
sentido del reconocim iento de las diferencias étnicas y nacionales reales
que existían bajo el antiguo Imperio zarista, al transform ar a este último
en un conjunto federal complejo, con num erosas entidades nacionales dis-
t intas, cada una con plena igualdad de derechos dentro de la federación, y
cada una con derechos plenos tam bién de “nacionalizar” su personal de
las funciones públicas, y de continuar em pleando su propia lengua nacio
nal. El sistema, en un cierto sentido funcionó bien, pero tam bién aquí se
llegó rápidam ente a límites graves. Uno de ellos, fue la persistente obse
sión respecto de aquello que las autoridades centrales calificaron de nacio
nalismo burgués, cuestionándolo duram ente. Com o consecuencia, las au-
loridades étnico nacionales de cada región no podían utilizar sus derechos
más que dentro de ciertas condiciones, com o la de practicar la m ism a po-
Iítica que practicaba el poder central y la de evitar todo “chovinism o” en el
sentido que el poder central daba a esta acusación.
En la práctica, esas unidades autónom as tuvieron que sufrir un
cuádruple control: las “p u rg as” frecuentes, bajo el pretexto de reprim ir
los abusos “n acio n alistas” ; estar siem pre ubicad as en el “núm ero dos”
dentro del aparato del E stado nacional, cuyo núm ero uno estaba siem
pre ocupado por un ruso; las lim itaciones de desplazam iento dentro de
la propia U nión Soviética, que m antenían una cierta separación espa
cial al interior del propio país; y por últim o, la reducción al m ínim o
estricto de los contactos étnico nacionales con los m iem bros de un m is
mo grupo étnico fuei'a de la propia U R SS. E incluso, en relación a los
grupos que podríam os clasificar com o nacionalidades “so sp ech o sas”,
tales com o los ju d ío s, los tártaros de Crim ea, los alem anes del V olga, o
los ucranianos, ciertas restricciones y represiones han sido aún m u ch í
sim o m ás duras. A unque con G orbatchov, es cierto que las cosas están
ahora en proceso de cam biar.
Sea lo que sea, el “fed eralism o ” soviético no ha dejado de ser un
gran paso adelante, de otro lado poco im itado en otros países socialis
Im m a n u e l W a lle rste in (, .
¿ H acia q ue fu tu ro ? El d eb ate so b re
la estra tegia está to d a v ía ab ierto
En la historia de los m ovim ientos antisistémicos, 1968 ha m arcado
un viraje no menos simbólico ni menos fundam ental que el de 1848. Las
derrotas de 1848, les habían enseñado a esos m ovim ientos la lección de
<|iie debían form ar organizaciones sólidas, bien equipadas para una larga
11icha, y capaces de fijarse objetivos sucesivos, de los cuales el prim ero de
bía ser la conquista del poder del Estado. Pero en 1968 este objetivo había
sido ya am pliam ente conquistado, y esta es la razón por la cual las insu
rrecciones populares que irrum pirán en esas épocas en Estados Unidos,
en Francia, en Italia, en Checoslovaquia, en Japón, o en M éxico, no lucha
rán solamente en contra del sistema m undial existente, en contra de la
i vonom ía-m undo capitalista, sino tam bién en contra de los “antiguos” m o
vimientos antisistémicos que ya habían llegado al poder.
De este m odo, en E stados U nidos, esos m ovim ien tos estallaron
durante el m andato de un presidente dem ócrata, que h abía llevado a
cabo la extensión m ás grande del Estado ben efacto r o E stado pro vid en
cia, y la am pliación de los derechos cívicos de los negros, en una m ed i
da nunca antes realizada en este país. En Francia, fue bajo la p resid en
cia de Charles De G aulle, quien si bien no representaba para nada a la
socialdem ocracia, era por lo m enos el sím bolo de la resistencia a los
nazis, y el que había presidido el proceso de la “d escolon ización ” de
Argelia y del A frica negra. En Checoslovaquia, la revuelta se daba en
contra de la realid ad p ersisten te de la estru ctu ra im p erialista de la
Kom intern. Y en M éxico, la sublevación se dio en contra del dom inio
del Partido R evolucionario Institucional, es decir, y com o lo im plica el
im m a n u e i w a u e r s te m O /
Iaba en com pleta contradicción con los objetivos antisistém icos que ellos
presum ían. A partir de ese m om ento, esta percep ción term in ó por do
m inar todo el horizonte político de esos países, ocultando y relegando
todo aquello que esos m ism os m ovim ien tos habían realizado para el
bienestar social. Porque entonces las cosas aparecían com o que, du
rante todo ese tiem po, m uchos hom bres h abían m uerto solo para de
fender una cultura im perialista, decadente y corruptora.
En la m ism a época y en todo el m undo occidental, la alternativa
“progresista” a los socialdem ócratas, que h ab ían encarn ad o lo s com u
nistas en el periodo entre las dos guerras m undiales, dejó de ser tal, o
en todo caso lo era cada vez m enos, porque el im pacto im borrable del
stalinism o y de la dom in ación im perial de la U nión Soviética sobre los
países de la E uropa del Este, había term in ad o por opacar su propia
im agen. Y si 1956 fue el año de la agresión im perialista de Suez, fue
tam bién el año de la interven ción sangrien ta de las tropas soviéticas en
Budapest, lo m ism o que del Inform e K ruschev, lo que resulta ser una
com binación de hechos apabullantes.
El m ovim iento de im pugnación y de contestación, no podía enton
ces m irar ni hacia los socialdem ócratas ni hacia los com unistas, para con
vertirlos en los portavoces de su cólera y de su com prom iso, en un m o
mento en el que la guerra im perialista hacía estragos en Vietnam , y en que
una “contracultura” se esbozaba en contra de la sociedad de consum o, a la
vez que no cesaban de crecer las diferencias entre los países llam ados del
Norte y aquellos llam ados del Sur. Y era en contra de todo esto, que se
elevaba la protesta de los estudiantes y de los obreros. Hacía falta crear un
nuevo movimiento. Al principio esta creación era algo tan vago, que se le
llamaba sim plem ente “el m ovim iento”, pero ya en los años setenta se co
menzó a hablar “de los nuevos m ovim ientos sociales”.
E ste paso del sin gu lar al plu ral es m u y revelad o r de la n a tu ra le
za de este proceso, en dond e el m o vim ien to, su p o n ien d o que h aya te
nido alguna vez un a cierta u n id ad de o rg an izació n , se co n virtió en un
m ovim ien to m ú ltip le, si no es que in clu so fraccio n ad o , en tod a una
serie de m o vim ien tos cen trad o s en to rn o de un tem a p articular: m o
vim ien tos de la s “m in o rías é tn ica s”, de lo s “trab ajad o res m ig ran tes”,
m o vim ien tos fem in istas, m o vim ien tos ecologistas, m o vim ien to s p a
cifistas, m o vim ien tos de los h o m o sexu ales, fu esen h o m b res o m u je
res, m o vim ien tos de las perso n as con ca p a cid a d es esp eciales, o de los
viejos, o de lo s ju b ila d o s.
C iertam ente, en todos estos dom inios habían ya existido m ovi
m ientos desde hace m ás de un siglo, pero el hecho nuevo era que su
actividad m ilitante se encontraba ahora orientada en contra de la h ege
Im m a n u e l W a lle rste in <v>
m onía socialdem ócrata, antes que cualquier otra cosa. Y si bien cada
uno de ellos tenía su m otivo central de lucha, que parecía ser su única
preocupación, este no era en realidad el caso, porque todos parecían
adm itir, incluso si esto no fue m uy explícito al principio, que todos ellos
eran en verd ad distintos elem entos de un conjunto m ucho m ás amplio,
quizá un poco am orfo, que era un “nuevo m ovim iento social”, en el seno
del cual cada grupo, al d efender sus propios intereses, hacía avanzar la
lucha en torno de los intereses de todos los otros grupos. Esta idea de
una solidaridad m utua se tradujo, prim ero en Estados U nidos y des
pués en Francia, bajo el concepto de una “Coalición A rcoiris”.
Fue m uy distinto el proceso en los países socialistas de Europa del
Este, en donde toda organización de oposición no podía ser más que ilegal,
lo que implicó que la rebelión en contra del orden establecido haya tenid< >
que revestir form as profundam ente diferentes a las que revistió en el caso
del Occidente. Y dado que en todos esos países el marxismo, o más exacta
mente, el marxismo-leninismo, era la ideología oficial, la protesta y la con
testación no podían hacer uso de ese marxismo en tanto que lenguaje an
tisistémico. Por el contrario, en el Occidente, los movimientos podían siem
pre continuar siendo por lo menos marxisantes, aún cuando no lo fueran
nunca en el sentido que se le daba a esta ideología por parte de los social
dem ócratas o de los comunistas.
Si en el O ccidente, los nuevos m ovim ientos asum ieron la defensa
de los grupos populares olvidados, tales com o el sem iproletariado étni
co, las m ujeres, los hom osexuales, los viejos, en el Este, en cam bio, ellos
definieron com o el objetivo de sus ataques a los nuevos privilegiados,
com o los burócratas de l a Nomenklatura, o los cuadros del partido, o la
policía, etc. Así que los prim eros síntom as de la aparición de una frac
tura dentro de este sistem a, fueron las tentativas de las prudentes re
form as em prendidas desde arriba, y que el nom bre de K ruschev basta
para resum ir y sim bolizar. Pero los dirigentes se dieron cuenta rápida
m ente de que era dem asiado peligroso dejar salir a los dem onios, y
m antenerlos bajo control, así que la tentación de regresarlos a su anti
guo lugar, lo más rápidam ente posible, fue dem asiado grande, y termi
nó por im ponerse.
Pero por su lado, los m ovim ientos antiburocráticos del Este tuvie
ron m uchos problem as para inventarse una form a de organización ade
cuada, e incluso hasta h o y no lo han logrado todavía. Fuera de las tenta
tivas de reform as desde arriba, del tipo Kruschev o tam bién del tipo
Gom ulka, podem os contar sólo cuatro grandes esfuerzos encam inados a
tratar de cam biar esta situación. El prim ero en términos de tiempo, tuvo
lugar en Hungría en 1956, en donde el reform ism o de la cúspide cedió
7() H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s
<■<>iubute m undial en contra del sistem a capitalista. Por su lad o, los na-
cionalistas del tercer m undo ya en el poder, h an acusado a esos m o vi
m ientos en contra de la “o ccid en talizació n ”, de sabotear las p o sib ilid a
des de transform ación económ ica, y de llevar a cabo una acción que
sólo puede desem bocar en el estancam iento de la sociedad.
Y esto no es todo, porque cada uno de esos nuevos m ovim ien tos
e s m uy crítico en relación a los otros dos tipos de nuevos m ovim ientos,
los que generalm ente son acusados de u n a suerte de provincianism o,
e s decir, de no ocuparse m ás que de los intereses particulares de su
i -'spectiva zona de influencia. Y cada uno de estos nuevos tipos, es igual
mente m uy crítico respecto de los dos tipos antiguos que actúan fuera
de su zona, acusándolos de no ser auténticam ente antisistém icos, y de
Imscar negociar con el grupo en el pod er en su área respectiva, en lugar
(le darle apoyo a los nuevos com bates antisistém icos. Y finalm ente, cada
Iipo antiguo es m uy crítico de los nuevos m ovim ien tos fu era de su zona,
porque ellos no han adoptado su propio m étodo para com batir al tipo
mil iguo de m ovim iento que se encuentra ubicado en su respectiva zona.
Kn resum en, con estos seis tipos de m ovim ientos, se tiene la im presión
de asistir a una suerte de guerra de todos contra todos, en donde no
obstante, cada uno de los adversarios parece ten er de su lad o argu m en
tos m ás o m enos convincentes...
Pero tam bién existen ciertos trazos com unes, en cada uno de es
tos dos grupos de m ovim ientos, constituido cada uno por una tríada.
Por lo que corresponde al grupo de los antiguos m ovim ientos, hem os
visto ya que ellos tienen en com ún la estrategia fund ad a en el objetivo
de la conquista del poder del Estado, antes que nada y por encim a de
l (ido, y luego, la transform ación social com o una consecuen cia ulterior
de esa conquista del poder. Y ya hem os visto tam bién que esta estrate
gia logró conducir a ciertas reform as, sin duda, pero que m ás adelante
condujo siem pre tam bién a claros impasses.
A h ora bien, es precisam ente el rechazo de esta estrategia lo que
constituye el trazo com ún de los “n uevos” m ovim ientos, expresado en
algunos com o un cierto escepticism o, y en otros com o una denegación
explícita de toda legitim id ad y toda eficacia de esta estrategia. De ma-
i icra que cuando los “antiguos” m ovim ien tos dem andan que se les deje
más tiem po para exten der su acción, a todo lo largo y ancho del p lan e
ta, para que los problem as actuales pued an ser realm ente resueltos, los
nuevos” m ovim ientos les responden gritando: ¡Ya Basta! Porque estos
nuevos m ovim ientos no quieren ya seguir sacrificando el presente en
aras del futuro. Es necesaria entonces una nueva estrategia, dado que
la antigua ha fracasado. Pero ju stam en te los “n u evos” m ovim ientos,
Im m a n u e l W a lle rste in 7.1
hasta este m om ento, no han logrado elaborar aún esta nueva estrate
gia, de u n a m anera clara y convincente.
Y es aquí que reside la “crisis” de los m ovim ientos antisistém icos,
en el hecho de que en el lugar de la estrategia de los “antiguos” m o vi
m ientos, cuyos logros se han revelado finalm ente com o bastante equí
vocos, los “n u evo s” m ovim ien tos no han podido todavía inventar una
estrategia alternativa viable, y en consecuencia, h an sido hasta h oy in
capaces de m ovilizar un apoyo de m asas organ izado y durable.
¿Es posible avizorar la resolución de esta crisis? Al respecto, debe
mos hacer notar un dato positivo: el hecho de que 1968 y sus diversas
consecuencias, han tenido un efecto hasta cierto punto purificador sobre
todos los movimientos. Antes de esta fecha de 1968, se vivía entre esos
m ovimientos una atmósfera de violentas denuncias mutuas, y de guerras
fratricidas, tanto en los antiguos como en los nuevos. Pero después de 1968,
la rigidez ideológica de los dogmatismos, antiguos o nuevos, de los unos y
de los otros, ha sido quebrada. Para los antiguos, a partir de la dura crítica
de los nuevos, y para los nuevos, por sus propios fracasos. De tal suerte, se
abrió un espacio para la reflexión sin anatemas.
Por eso en los años ochentas, hem os asistido a las prim eras discu
siones serias entre estos m ovim ientos, constatando que la arrogancia
de cada uno de ellos había bajad o de nivel —sin que eso quiera decir que
todas las desconfianzas han d esaparecid o— , en la m edida en que todos
ellos retorn an hacia su h eren cia com ún. Y se entiende que esta h eren
cia consiste, en el rechazo de todas las injusticias del sistem a existente,
de la econom ía-m undo capitalista, y que eso hace que cada uno de ellos
intente realizar plenam ente el slogan de la R evolución Francesa: Li
bertad, Igualdad, Fraternidad.
C iertam ente estas consignas han sido com prendidas, frecu ente
m ente, en un sentido dem asiado estrecho, pero finalm ente los m ovi
m ientos que las han invocado han tenido un gran apoyo popular, y lo
han tenid o porque ellos eran antisistém icos. Porque en la m edida en
que ellos h an dejado de ser antisistém icos, han perdido su legitim idad,
haciendo n acer y suscitando de inm ediato la oposición en contra de
ellos.
Lo que nos m uestra en qué dirección es necesario que avancemos:
primero, hacia la creación de una fam ilia de m ovim ientos antisistémicos,
en el seno de la cual habrá lugar para cada uno de los seis tipos existentes.
Esta fam ilia deberá ser una especie de coalición, que no repose para nada
sobre una centralización fuerte, lo que implicaría fatalmente la hegem onía
de un cierto tipo de movim iento sobre los restantes. 1)e otro lado, cada uno
de esos seis tipos de m ovim iento incluye en su seno a personas o a elemen
• 7 1 H is to ria y d ile m a s d e los m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s
I<).s que no son antisistémicos, y que deberán irse, pero no a partir de una
d ecisión que los exclu ya, ni de “p u rg a s” , que re sta u ra ría n el viejo
(logmatismo de antaño. M ás bien ellos se irán por sí;mismos, en la m edida
en que cada uno de estos m ovimientos, o la fam ilia de m ovim ientos en su
conjunto, vayan reafirm ando concretam ente y en su acción práctica su
compromiso real de transform ación del sistem a existente, en el sentido de
la creación de un nuevo orden mundial, fundado a partir de la fórm ula de
la Revolución Francesa.
Dos grandes tareas se im ponen, entonces, a esta fam ilia de m ovi
m ientos, digam os para los próxim os vein te años. La prim era es la de
reflexionar concretam ente sobre los objetivos de largo plazo, es decir
sobre lo que significa en el plano de las instituciones, la creación de ese
nuevo orden m undial. ¿Es esto una utopía? Puede ser. Pero d efinir m ás
claram ente nuestra utopía, podría acercar m ás estrecham ente a esos
diferentes tipos de m ovim ientos, ayudando a sup erar sus d esconfian
zas m utuas, e im pulsan do la partida de las personas que no quieren
asum ir una postura y un com portam iento de verd aderos adversarios
resueltos del actual sistem a capitalista im perante.
La segunda tarea consiste en rep en sar la estrategia interm edia, lo
que no será fácil porque no existe ninguna fatalid ad que h aga in evita
ble la realización de los objetivos a largo plazo. Pues incluso si el siste
ma está condenado por sus propias contradicciones —y yo creo, por mi
parte, que esto es posible dem ostrarlo— , de ello no se sigue que su su
cesor será un sistem a necesariam ente m ejor, porque dicha m ejoría p ue
de darse o puede no darse. A sí que si ese sistem a m ejor debe ser alcan
zado, eso sólo se hará a partir de una decisión social colectiva, y para
ello h abrá que llevar a cabo un com bate real en torno de esta decisión,
un com bate que ya ha com enzado. Y es la elección de esta estrategia
i nterm edia, por parte de esos m ovim ientos, la que va a d eterm in ar en
gran m edida en qué dirección se orientará la transición de nuestro sis
tem a social actual hacia otro sistem a distinto.
A quí el problem a es fund am entalm ente político. Porque la estra
tegia adoptada en el siglo XIX, y centrada en torno de la conquista del
poder del Estado, reposaba sobre la percepción de que ese E stado era el
sitio de un verdadero poder, cuyo despliegue com o poder estatal era
evidente. Esta idea estaba lejos de ser falsa. El Estado, en su papel de
tnonopolizador de la “violen cia legítim a” según la expresión de M ax
W eber, ha extendido cada vez más su cam po de acción, y hasta h oy no
ha retrocedido nunca ni ha reducido este papel.
N o obstante, ahora hem os aprendido que el Estado tiene m ucho
m enos poder del que aparenta, y hem os tenido que asum ir el hecho de
Im m a n u e l W a lle rste in /r>
que todos los gobiernos revolucionarios, uno después de otro, han ido
descubriendo la enorm e cantidad de cosas que su Estado individual no
podía hacer, aún cuando d etentara ese fam oso m onopolio de la vio len
cia legítim a. Porque todos esos revolucionarios en el poder, se han en
frentado a los lím ites im puestos “desde afuera”, o dicho de otra m ane
ra, a las presiones político m ilitares de los otros Estados, sea directa
m ente pero tam bién indirectam ente, es decir, de las presiones reales
de las otras fuerzas que trascienden a sus fronteras. Y tam bién se han
visto confrontados a los lím ites im puestos “desde adentro” : a los in te
reses privados y colectivos de los cuadros del régim en, que proseguían
en la bú squ ed a de sus propios fines, al som eterse, de grado o por la
fuerza, a la lógica m ás global del sistem a m undial del cual ellos seguían
siendo parte; pero tam bién, a los intereses de otras clases, las que in
cluso cuando no había otros partidos fuera del único partido gobernan
te, encontraban las vías y los m edios para expresarse y para lograr pre
sionar en contra de esos Estados.
Pero entonces, y si m ás allá de su im portancia, la conquista del
poder del E stado no puede ser la clave de todo ¿cuáles son los objetivos
a m ediano plazo que pued en fijarse los actuales m ovim ientos antisisté
m icos? Podríam os com en zar por reconocer que existen otros lugares y
otros espacios de poder, distintos al Estado, aún cuando este ocupa un
espacio y un lugar de gran dim ensión. Por ejem plo, el control de los
recursos económ icos, es otro de esos espacios. D espués, com o nos lo ha
recordado siem pre G ram sci, existe el dom inio de las instituciones cul
turales, adem ás de todo un conjunto de estructuras institucionales no
estatales: com o la prensa, la escuela, la asistencia pública, los sindica
tos, las asociaciones. T am bién, y m ás allá del poder central, existe el
poder de las colectividades locales. A sí que si tenem os en cuenta este
aspecto difuso del poder concreto, entonces verem os que la conquista
del pod er por parte de la fam ilia de estos m ovim ientos antisistém icos,
im plica m ucho m ás que esa sola conquista del poder del Estado. Esta
conquista, si bien no es secundaria en im portancia, puede ser tal vez
una conquista posterior en cuanto a la sucesión cronológica. Y es p o si
ble que, a diferencia de lo que habíam os creído, sea m ás bien la con
quista de todo el resto de lo s espacios el que sea la clave del control del
Estado, y no a la inversa.
E n cualquier caso, nuestra estrategia debe reposar sobre una vi
sión global, m ás allá de la solidaridad internacional puram ente verbal
que fue vigen te hasta hoy, visión global que construya realm ente una
política en escala m undial que sea efectivam ente puesta en práctica por
todos lo s m ovim ientos antisistém icos. Esta es una tarea que queda aún
7f> H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s
A la o rd en d el d ía de lo s m o lim ie n to s ...