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Capítulo i.

H istoria y dilem as de los m ovim ientos


an tisistém icos 27

El n a cim ie n to de lo s m o vim ien to s


a n tisistém ico s y su s d eb ates estratégico s
en lo s añ os de 1789 a 1945

Desde sus primeros años, la econom ía-m undo capitalista, que 11111
ciona desde por lo m enos hace cinco siglos, ha provocado siempre fuer! 1■ .
resistencias por parte de los trabajadores, y ello bajo form as diversas: n
vueltas campesinas, m otines de hambre, movimientos mesiánicos, e ¡11
cluso diversas form as del bandidism o social. Pero es hacia el siglo XIX
que, por prim era vez, se han constituido m ovim ientos antisistémicos, |><>
líricos, organizados y durables, lo que ha sido una notable creación social,
a la cual no obstante y durante m ucho tiempo, se le ha dado m uy poca
atención, adem ás de no haberla analizado tam poco suficientemente.
E sta creación de un instrum ento del cam bio social, si bien se lia
revelado com o algo m uy eficaz, ha conocido al m ism o tiem po ciertos
lím ites. Y es esta realidad contradictoria, doble, la que puede explicar
el curioso fenóm eno que se desarrolló después de 1945. En efecto, niien
tras que durante este periodo de la segunda posguerra estos m ovim ic 11
tos parecían estar m ás fuertes que nunca, es en esta m ism a época cuan
do se han m anifestado las dudas m ás grandes respecto de su capacidad
para alcanzar sus propios objetivos, paradoja aparente que resultaba
de las presiones contradictorias nacidas tanto de la estructura coin<><le
las estrategias de estos m ovim ientos.
E ntonces, no se puede com prender lo que ha sucedido después
de 1945 m ás que desde el contexto de la historia propia de esos moví
m ientos, y esa historia debe necesariam ente partir de la época de la

27 Este texto fue publicado originalmente en inglés como capítulo del libro colectivo tilulmln
Transforming the Revolution, que incluía también ensayos de Giovanni Arrighi. Samir Amíu v
André Gunder Frank. La presente traducción al español está hecha, en cambio, de la versión di­
ese libro en francés, titulada Le granel tumulte? Les mouvements socictux dans!'économic-monih1
Ed. La Découverte, Paris, 1991, pp. 10 - 55. La traducción del francés al español es obra di
Carlos Antonio Aguirre Rojas.
u» 11isloriji y dilrm.r. <l<* los movimientos antisistémicos

Revolución Francesa. Y no porque esta R evolución, ni tam poco el p e­


riodo napoleónico, hayan sentado las bases de la ^organización de esos
m ovim ientos, aún cuando en esos tiem p os nosotros podem os ya d es­
cubrir los em briones de estos últim os. M ás bien, el punto princip al es
que la Revolución Francesa, de un lado ha puesto a la ideología del
Antiguo Régim en en una postura defensiva, y lo ha hecho definitiva­
mente en la escala de todo el sistem a m undial, y de otra parte, ella ha
sentado sólidam ente las bases de los tem as ideológicos del m undo m o­
derno, de las consignas y las razones de ser de todos los m ovim ientos
que le han sucedido. En resum en, todo lo que puede condensarse en la
célebre fórm ula: “Libertad, Igualdad, F ratern id ad ”.
Pues en un prim er sentido, estas consignas h an inspirado lo que
podríam os llam ar de m anera m uy am plia el m ovim iento social, es de­
cir, la lucha de las clases oprim idas, y especialm ente de las clases óbre­
l as en la conquista por la libertad (derechos políticos en tod a la exten­
sión de este térm ino, acceso a una cierta seguridad económ ica que hace
posible optar por diversas alternativas políticas y sociales, control so ­
cial sobre el lugar del trabajo y sobre el espacio en el que uno vive), la
igualdad (es decir la elim inación de los criterios políticos, económ icos
y sociales de todo tipo de diferenciación), y la fratern id ad (la ayuda
m utua y la solidaridad de las clases obreras, concebida com o la condi­
ción necesaria de la fratern idad de tod a la hu m an id ad entera).
Es claro que estos ideales del m ovim iento social no nacieron sú­
bitam ente en la época de la R evolución Francesa: tenían ya una larga
historia detrás de ellos; incluso, habían sido algunas veces planteados
I)or m ovim ientos de protesta religiosa. Pero la R evolución F rancesa los
Iransform ó com pletam ente, en prim er lugar porque les confirió una
form a laica e independiente de toda religión. En segundo lugar, porque
les dio tam bién una legitim id ad social tal que incluso los pensadores
conscientem ente conservadores, del tipo de Joseph de M aistre, se com ­
prom etieron por vez prim era en un com bate sistem ático en contra de
ellos, reconociendo de esta m anera su creciente fuerza y presencia so ­
cial. Finalm ente, la R evolución Francesa los expandió en el m undo en­
tero, convirtiéndolos en ideales generales que no estaban asociados con
ningún lugar, con ningún grupo hum ano, o con ningún pueblo o nación
en particular.
La tercera dim ensión novedosa es que esas consignas han inspi­
rado tam bién lo que pod ríam os llam ar, de m anera m uy am plia, el m o­
ví m iento nacional, es decir la lu ch a de los pueblos oprim idos en la con-
quista de la libertad (su autonom ía política, económ ica y cultural, en
i auto que colectividad), la igualdad (encarnada esencialm ente en el con­
Im m an u el W allerstein

cepto de soberanía nacional), y la fraternidad (la solidaridad del con


jun to de un pueblo en tanto que pueblo, por encim a de toda diferencia
ción interna, y tam bién la solidaridad de ese pueblo en tanto que pnc
blo con otros pueblos oprim idos sim ilares a él). La analogía entre los
objetivos es tal, que algunos han pensado pod er aplicar el térm ino ele
m ovim iento social tam bién a estos m ovim ientos nacionales. Pero la larga
historia de los debates políticos entre estos dos tipos de m ovim ientos,
nos obliga a m antener para ellos dos denom inaciones distintas.
A q u í tam bién los objetivos, considerados en sí m ism os, no eran
nuevos. Pero la R evolución F rancesa ha im puesto a todo el sistem a
m undial dos conceptos que hasta ese m om ento no habían sido recono
cidos u n iversalm en te. P rim ero, el concep to de soberanía, concepto
crucial para tod a la superestructura política de la econom ía-m undo ca
pitalista, con su sistem a interestatal: aquella cualidad que hasta ese
m om ento se atribuía a la figura de un individuo, el “soberano”, la Reve>
lución lo ha convertido'en un concepto que se atribuía a la figura coto
pleta d el pueblo, convertido ahora en pueblo “soberano” . El segundo
concepto es el de la nacionalidad, que hasta ese m om ento no se aplica
ba m ás que a un pequeño núm ero de Estados, y que a partir de en ton
ces se h a convertido en un patrim onio com ún de todos los pueblos, in
cluso de aquellos cuya existen cia no ha sido hasta h o y reconocida.
El cam ino que h a tom ad o esta expansión de la idea nacional es,
por otro lado, paradójico, porque no es la de la difusión de los ideales
revolucionarios, sino m ás bien la del im perialism o revolucionario bajo
la form a de la conquista napoleónica, la que en su m om ento provocó
un nacionalism o antifrancés. Este doble aspecto de su origen es ev¡
dente aún dentro del nacionalism o m oderno, que puede ser, al m ism o
tiem po, revolucionario frente a fuerzas de opresión m ás poderosas, per< >
tam bién im perialista frente a otras fuerzas m ás débiles, provocando v
legitim ando en cada m om ento otras luchas distintas.
Sin duda, como lo sabem os bien, la Revolución Francesa fue segui< la
del periodo de la Restauración, de una época durante la cual se pensaba
haber elim inado al movim iento social a través del restablecimiento do la
Monarquía. Y esto, sobre todo en Francia, en donde movim iento social y
movim iento nacional eran considerados, simultáneamente, como un fi a
caso, por parte del ‘Concierto europeo’ que había organizado Metternicli
Pero m uy pronto se vio que no era tan fácil tratar de lim itar y encasillar al
nuevo espíritu dentro de los viejos moldes. Las ideas inspiradoras coi 11 i
nuaron expandiéndose bajo form as diversas.
Así, desde la primera m itad del siglo XIX, los protom ovim ientos (li­
la clase obrera desarrollaron en su seno todos los elem entos que estaban
11 ¡alona y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

i i Mmi I*». ,i mantenerse tam bién como características de su época más


...... . su capacidad de organización (como el caso de las Sociedades
...... -la i ii Inglaterra, que estaban forzadas a ser secretas en virtud de la
I * , mi contra de las Coaliciones), los diversos intentos de construir uto­
pia colectivas (defendidos por los partidarios d e O w e n , por los Saint-
111 ion ia i ios, por los fourieristas), la violencia (bajo la form a del luddismoy
•li l Manquismo, pero tam bién de la Revolución H aitiana con la insurrec-
■ Ion d<- los esclavos), la reivindicación de reform as legislativas llevadas a
cal to por parte del Estado (la Campaña por el establecim iento de la ley de
la.-; diez lloras y en contra del trabajo de los niños y de las mujeres, en
Inglaterra, el Movimiento Carlista en general, pero tam bién la Cam paña
IK >i la (-mancipación de los católicos, en Irlanda y en Gran Bretaña).
En este m ism o periodo, las m anifestaciones de la corriente de los
..... vi n lientos nacionalistas han puesto en evidencia todas las am bigüe­
d a d e s que habrían de continuar tam bién durante las etapas posterio­
res Es claro que varios nuevos Estados se fo rm aron sobre la base de las
antiguas fronteras “colon iales”, com o fue el caso en A m érica Latina,
pero tam bién en Bélgica en 1830, casos que fueron dirigidos por gru­
pos cpic han podido encontrar apoyo en el desconten to social interno,
II i n 1cntado, por lo dem ás, por la influencia ideológica de la R evolución
tú ancesa. Y esos m ovim ientos se beneficiaron adem ás de una coyuntu-
11 internacional favorable, teniendo el apoyo de una o de varias gran ­
de s potencias de la época. Pero tam bién es claro que esos m ovim ientos,
no necesariam ente m ovilizaron en su apoyo a las grandes m asas de las
capas sociales m ás desfavorecidas de sus respectivos países.
Después, la econom ía-m undo capitalista se ha ido incorporando
nuevas zonas y nuevos territorios; de ello ha resultado su reestructura­
ción política y la creación de nuevos Estados. En la línea de esta crea­
c ió n, se pueden distinguir tres variantes, que se pusieron en práctica en
el caso del Im perio O tom ano. La prim era, es la que podríam os llam ar
la del nacionalism o en sí m ism o, com o fue el caso de la R evolución Grie­
ga de 1820-1830, que fue abiertam ente apoyada p o r la G ran Bretaña y
que estaba representada, en esta situación, p o r dos figuras típicas y
opuestas: de un lado por ese rom ántico liberal, tercerm und ista antes
de que este térm ino fuese inventado, que era Lord Byron, y de otra par-
l e, por el im perialista cultural en todo su esplendor que fue Lord Elgin.
Una segunda varian te es la de la reconstrucción llevada a cabo
desde el interior, y es este el caso de la ruptura que llevó a cabo Egipto
con el Im perio O tom ano, ruptura construida por parte del prim ero de
los “ m odernizadores”, que eraM éh ém et-A lí. G ran B retaña y Francia lo
apoyaron en la m edida en que su proyecto debilitaba al dom inio im pe-
Im m anuel W allerstein

i'ial otom ano, y sobre todo, cuando este últim o se oponía a sus intere
ses. I’ero al m ism o tiem po, esas dos potencias se opusieron a los planes
de; este proyecto, cuando intentó crear un Estado egipcio efectivam ente
fuerte y autónom o. Finalm ente, una tercera posibilidad fue la recons­
trucción desde afuera, y es el caso de la conquista de A rgelia por parte
de Francia y de su colonización a partir del año de 1830. En este caso,
observam os inm ediatam ente u n a fuerte reacción, en la cual es posible
encontrar los orígenes del nacionalism o argelino m oderno, el Estado
de A bd E l-kader y su resistencia a la conquista.
Estos intentos de m ovim ientos organizados eran todavía m uy con­
fusos, como era de esperarse en un periodo en el que se intentaba lo que
podía intentarse, sin demasiados análisis o debates estratégicos. Porque
estos últim os han surgido verdaderam ente, sólo a partir del ambiente re­
volucionario de 1848 y de las derrotas políticas que lo han acompañado.
En 1848, por vez primera en Francia, un grupo político cuya base era
proletaria ha intentado seriam ente conquistar el poder del Estado en be­
neficio de la clase obrera, junto a la legalización de los sindicatos y el con­
trol obrero sobre los lugares de trabajo. El intento fracasó, la guerra civil
irrumpió en el mes de junio, siendo una guerra civil corta pero de una
violencia extrema, y después el orden fue restablecido por medio de una
dictadura m ilitar con rasgos populistas, bajo la égida de Napoleón III. Esl <>
com probaba que la victoria del movimiento social no llegaría fácilmente'.
Sabemos bien que uno de los análisis políticos m ás conocidos de Carlos
M arx se refiere a estos acontecimientos y a su prolongación, en la obra Id
dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte, y esto no es una casua
lidad. Com o no lo es tam poco el hecho de que el texto estratégico funda­
m ental del movim iento social moderno, el que ha ejercido la más grande
influencia sobre ese movimiento es el del Manifiesto del Partido Comu­
nista, que fue publicado precisam ente a comienzos de 1848, es decir antes
de la insurrección de junio, la que precisam ente ha provocado que un pan­
fleto, que en otras condiciones quizá habría estado destinado a perderse
en la oscuridad, haya en cambio podido dar nacim iento a un movimiento
de am plitud mundial.
Pero 1848 no ha sido solamente una enseñanza fundamental para el
movimiento social, tam bién ha sido la época de la “primavera de las nació
nes”, seguram ente m uy breve, pero que ha establecido también ciertas lec­
ciones im portantes para el futuro. Porque es claro que ha sido la coyuntu
ra internacional desfavorable la que provocó la derrota de los distintos
intentos por crear nuevos estados soberanos, sobre la base de reivindica­
ciones que eran a la vez constitucionales y nacionales (en Alemania, en
Italia y en Hungría). De esta experiencia, era necesario concluir que los
in I listoria y dilemas di* los movimientos antisisLéniicos

...... 111111 ■111uní iac i(males no podrían triunfar sin estar acom pañados de una
i i >\ niiliu .i internacional favorable, que les perm itiese encontrar aliados
' 1111 r I,i:, i',i;111<les potencias. En resumen, la revolución nacionalista no era
un proceso más fácil que el de la revolución social, y ellas debían, ambas y
i lula una por su lado, contar sobre todo con sus propias fuerzas, y esas
lo* i a era necesario construirlas y organizarías.
Entonces, la gran lección de 1848, es que todos esos m ovim ientos
1 ni ni necesidad de una organización política estable, capaz de llevar a
• nimias» liversas luchas durante largos años; ésta era un arma indispensa-
l i' 1>¡ira la victoria, y este axiom a ha sido la base de la estrategia de todos
I ■ movimientos de cierta im portancia a partir de esta, fecha. Algunos di-
1nn, incluso, que esta lección fue dem asiado bien comprendida.
Naturalm ente este principio no fue adm itido de entrada sin dis-
eusión. Muy por el contrario, entre 1848 y la insurrección obrera si-
•uirnle, la de la Com una de París en 1871, la discusión fue inten sa y se
l n 'I. o izó, de un lado, en el debate entre los m arxistas y los anarquistas
en el seno de la Prim era Internacional, fu n d ad a en 1864, y de otra p ar­
le. entre los m arxistas y los proudhonianos.
I’ara los proudhonianos, la salida consistía en salirse y ubicarse fue-
ra del circulo de las relaciones de la producción capitalista, y para los
¡1narquistas el objetivo era la destrucción del Estado, en tanto que base de
I*>tl<>el sistema; tales eran los verdaderos m edios de realizar, según ellos,
los objetivos de la clase obrera. Por su lado, los m arxistas juzgaban que
dicho retiro sería una estrategia destinada al fracaso, y de ninguna manera
.ilgo progresista; y en cuanto a la destrucción del Estado, ella no sería tan
lácil de cumplir como lo creíanlos anarquistas. En lugar de estas dos vías,
lo que los marxistas proponían era más bien una em presa m etódica de
conquista del poder del Estado, apoyándose en el potencial revolucionario
t le aquellos que “no tienen nada que perder, m ás que sus cadenas”, es de­
cir la clase del proletariado industrial. Poniendo el acento sobre la organi­
zación colectiva, despreciaban todo aquello que parecía derivar del indivi­
dualismo, no obstante, sin rechazar la m oral del trabajo; aunque conci-
Itiendo que esta últim a debería de ser aplicada, específicamente, sólo por
aquellos que estaban dispuestos a em plearla al servicio del bien común.
I -as estrategias proudhonianas y anarquistas eran consideradas no sola­
mente com o ineficaces, sino tam bién com o posiciones que fácilm ente se
prestaban a derivar en una vida de bohem io, a degenerar en com porta­
mientos similares o próximos a los del lum penproletariado, o dicho de
»>t ra manera, a com portam ientos irresponsables y políticam ente dudosos.
Por el contrario, para los marxistas, el cam bio social debería ser el resulta­
do final de esfuerzos rigurosos y conscientes.
linmanuel Wallerstein 4

Tam bién es necesario considerar que la Com una de París fue desd
muchos puntos de vista un acontecimiento sorprendente, porque ella n
nació de una empresa m etódica y consciente, sino más bien de una situ;:
ción política particular: la de la derrota de Francia en la guerra de 1870, e
contra de Alemania. Es claro que la Com una sería destruida y m asacrad
por una fuerza armada, derivada de una alianza de las clases dominante
francesa y alemana. Pero no es menos cierto que esa Com una nos habí
dado la prueba de la capacidad de las clases obreras para organizarse rápi
da y adecuadamente en el contexto de una situación revolucionaria, moví
lizando en torno de ella un amplio apoyo de las masas, y m ostrándos
como particularm ente apta para la creación y la inventividad social.
Y súbitamente, ella ha dado también un sentido concreto al concep
to de “dictadura del proletariado” (un sentido pasajero, evidentemente
concepto destinado, a partir de ese momento, a tener una m uy larga vid?
Y es así que en 1872, los marxistas vencerán definitivamente en el seno d
la Internacional sobre los anarquistas bakuninistas, aunque la Internado
nal misma, que ha reunido en su seno a un conjunto de movimientos m á
bien débiles, se apagará cuatro años después, al igual que varios de eso
m ovim ientos débiles. Entonces, en el periodo siguiente, y en sustituciói
de esta Primera Internacional, en la m ayor parte de los países de Europ;
Occidental se organizarán partidos obreros sólidos y metódicos, lo mis un
que poderosos sindicatos. Y ambos, estos partidos y estos sindicatos, se
rán los que constituyan la base de la Segunda Internacional.
De este m odo, entre 1870 y 1914, y com o el debate sobre la orga
nización política había sido ya resuelto, las discusiones se centraroi
sobre tres tipos de problem as nuevos.

1. En la m ayor parte de los Estados europeos, hubo desde ese mo


m entó no uno sino dos tipos de organización de la clase obrera, de ui
lado sindicatos, y del otro partidos socialistas; am bos reclutaban su;
adherentes en los m ism os sectores, su personal dirigente se sobrepon!;
a veces, pero eso no im pedía que se m antuvieran com o organizacione:
d istin tas y dentro de cam p o s de acción d iferen tes. Los sindicato:
actuaban en el seno de los lugares de trabajo, y sobre todo dentro de
cam po de la “econom ía”, luchando por arrancar a los patrones capita
listas lo que los obreros consideraban com o sus propios derechos. Su:
m edios de acción eran, de un lado la huelga, la presión sobre los patro
nes por m edio de la interrupción de la producción, y del otro las negó
ciaciones, directas o por la interm ediación de las autoridades políticas
Por su lado, los partidos socialistas actuaban en el cuadro de la es
tructura estatal y del dominio “político”, luchando por arrancar aquello ;
. I• I I ímI oi In v <111«* 111 n •. «Ir lu:. m o ví ni I i ' i i I on .m i Isl.sl n i i l n >s

I" 'l'" I" olm m:; tenían derecho, no de las manos;de los patrones, sino
"i i l'H'ii dr I.i•• manos del Estado. Sus m edios de acción eran análogos a
I" d. los sindicatos: el empleo de una cierta form a de violencia en contra
di l Estado, y lamí>ién las negociaciones con él. Se puede entonces pensar,
i I- i i lu d i r í a s similitudes, que los esfuerzos de sindicatos y de partidos
sr liahi i.m podido fácilm ente sincronizar y armonizar. Pero en aquellos
lu mpo:; surgió fatalmente el problem a de las prioridades y de las jerar-
11uta:; cn t re los dos tipos de organización, y esto se com plicó rápidam ente,
I'<a la emergencia de dos tendencias -llam ad as por algunos “desviacio-
i ir . , y que se repartían de manera desigual en el seno de esas organiza­
ciones.
l ,a prim era tendencia fue el resultado de la aparición de esa capa
*Iiii■, de una m anera peyorativa, fue nom brada “aristocracia o brera”, o
II icl 10 de otro m odo, de una capa de obreros altam ente calificados, me-
|or pagados, y que eran frecu entem ente conservadores en m ateria de
reivindicaciones políticas - e s to , en razón de su “posición de clase”, en
la m edida mism a en que ellos ya tenían algo m ás que perd er que sola­
m e n t e sus cadenas— . A h ora bien, es im portante subrayar que fue pre-
i e ;a 111e n te en el seno de esta capa obrera que los sindicatos h abían echa-
do inicia luiente raíces. V isto desde la lejanía, nos parece ahora in evita­
ble que hayan sido esos obreros los que tuvieron un lugar tan despro­
porcionado en el seno de esas direcciones sindicales. Lo que entonces
derivó, rápidam ente, en el hecho de que las reivindicaciones sindicales
■ o concentraron, fundam entalm ente, en torno de la lu ch a p o r las nece­
d a d e s m ateriales m ás inm ediatas.
I ,a otra tendencia había nacido de la evolución de los partidos so­
lía listas, los que tend ían hacia la construcción de una suerte de alianza
de clases, en la m edida en que atraían h acia ellos, cada vez m ás, a cier-
tos intelectuales de origen burgués. V arios de estos últim os, gozaban
de buenas situaciones profesionales en el seno de las clases m edias, e
incluso de las clases altas. Pero sobre todo a partir de su form ación,
estaban bien entrenados en el ám bito de las tareas de la organ ización
que eran indispensables para un partido político. M ucho m ás que los
obreros calificados, estos intelectuales se m ostraron com o capaces de
ocupar los puestos de responsabilidad, cada vez m ás num erosos, den­
tro de los aparatos de dirección de esos partidos. Y entonces, em peza-
ron a ver el rol del partido com o el de una vanguardia, encargad a de
m antener en el cam ino correcto a un sindicalism o que estaba d o m in a ­
do por la aristocracia obrera.
a. Los gérm enes de estas contradicciones estaban entonces ya sem ­
brados desde este periodo, aún cuando en aquellos tiem pos no tom aran
Iimiumiicl W iiIIcmnIcíii i i

todavía la form a de un conflicto interno abiertamente declarado, sino so­


lamente la de una tensión respecto de la prioridad jerárquica de uno o de
otro tipo de organización; y vale la pena señalar que en esa época, esta
contradicción no fue de hecho solucionada nunca verdaderam ente. M uy
al contrario, ella se integró aunque sin confundirse, dentro de la segunda
gran divergencia interna del movimiento socialista, la que se refería al punto
de la táctica de la conquista del poder del Estado, y que puede resumirse
sum ariam ente en la oposición entre la vía parlam entaria o gradual, y la vía
de la insurrección revolucionaria. Al principio, la discusión fue llevada to­
talm ente de buena fe entre los defensores de un m ism o ideal: el ideal de la
sociedad socialista, puesto que esa discusión le había sido impuesta al m o­
vimiento, a partir de una situación nueva e independiente de su voluntad.
Esa situación era la de la extensión continua del derecho de voto, esencial­
mente dentro de los países centrales de la economía-mundo.
Sin duda, esta era una antigua reivindicación de todo el m ovim iento
dem ocrático, pero fue sólo hacia m ediados del siglo X IX que las fuerzas
conservadoras se dieron cuenta de que podían obtener, con la conce­
sión de esta dem anda, ciertas ventajas para la cooptación de estos m o­
vim ientos. De hecho, en Inglaterra por ejem plo, fue el to ry Disraeli y no
el liberal G ladstone, quien propuso la más am plia extensión de este de­
recho al voto, lo que es un signo evidente de este cam bio. Y se podría
agregar que incluso en A lem an ia, fue el ultraconservad or B ism arck
quien de hecho inventó lo que m ás tarde se llam ará el E stado-Provi­
dencia.
Entonces se planteaba la pregunta a los socialistas, de decidir si
ellos debían o no participar en las elecciones, si debían o no participar
dentro de la vida parlam entaria, y finalm ente, a partir del fin del siglo
XIX, incluso si debían o no participar en el gobierno. Sobre este proble­
m a, hubo entonces aquellos que no veían ninguna razón para no llevar
a cabo esta participación, pues consideraban que su electorado poten ­
cial constituía claram ente la inm ensa m ayoría de la población, y esto
por definición. En consecuencia, los partidos socialistas tenían todas
las oportunidades de ser los grandes beneficiarios de esta extensión del
derecho de voto, con lo cual podrían hacer que el Estado evolucionara
en la dirección que los b en eficiaba a ellos. Por otra parte, los escépticos
frente a esta participación, retom aban nuevam ente los argum entos de
los m arxistas en contra de los proudhonianos y los balcuninistas, pues
pensaban que las cosas no serían tan fáciles. La burguesía, afirm aban,
no se dejaría expulsar del poder por m edio de los sim ples resultados
electorales, o m ás exactam ente, ella no perm itiría una supresión del
capitalism o por la sim ple vía electoral. En consecuencia, el proletaria-
l i H istoria y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

i li i i Ifhía prepararse para una áspera lucha, es decir, d ebía prepararse


puro la revolución. i
No obstante, en E uropa O ccidental y en E stados U nidos, la doctri-
n.i llam ada "revisionista”, es decir, la de una evolución gradu al h acia el
<nía Ir ano, era atractiva porque parecía correspond er a los resultados
lili malí a tos y concretos, y aparecía com o m enos u tópica que la táctica
11 vi ilucii maria o de la lucha arm ada. Y a que a m edida que los partidos
■ ir.sa n en núm ero y se transform aban en partidos de m asa, e sta p e rs-
pi’rl iva se reforzaba, tanto entre los m ilitan tes com o entre los dirigen-
trs Nulamente en Rusia, donde no había ni elecciones ni parlam ento, y
en donde el proletariado industrial era poco num eroso, no h ab ía un
lis n no favorable para este “revision ism o”, y su éxito parecía entonces
poro creíble. T am bién, en 1902, los antirevisionistas h ab ían adquirido
el control del partido, en un Congreso en el que tuvo lugar u n a ruptura
interna del Partido O brero Socialdem ócrata Ruso. Los bolcheviques,
dirigidos por Lenin, sostenían que solam ente un partido clandestino
de cuadros —en oposición a u n partido de m asas que actuaba legalm en-
le , estaba en capacidad de conquistar el pod er en Rusia, lo que en el
11ni texto del poder zarista, parecía en efecto plausible, de suerte que la
¡11 gu m entación de L enin era perfectam ente pragm ática, en el sentido
de estar en clara conform idad con las situaciones de hecho.
Pero en el trasfo n d o de to d a esta p o lém ica, se reen cu en tra n dos
am bigüedades ubicad as en el corazón m ism o del a n á lisis m arxista.
I .a prim era, es la que se refiere a la ten sió n entre d eterm in ism o y v o ­
luntarism o, viejo p ro b lem a m etafísico del p en sam ien to o ccid en tal, en
relación al cual, M arx ha in ten tad o segu ir u n a vía in term ed ia, so ste­
niendo al vo lu n tarism o en contra d el lib eralism o , y al d eterm in ism o
en contra de los otros pen sad o res socialistas. N o o b stan te, la to n a li­
dad d o m in a n te d e n tro d e su s a n á lis is h a sid o m á s b ie n la d el
d eterm inism o, de su erte que los revisio n istas han p o d id o tratar de
apoyarse sobre esta idea, u tilizá n d o la para d efen d er el carácter “in ­
e vitab le” de la evo lu ció n social h a cia el so cialism o , y ju stific a n d o en ­
tonces una p o lítica grad u alista. M ien tras que L enin, p o r el contrario,
se ubicaba d elib erad am en te del la d o del vo lu n tarism o , p o n ien d o el
acento sobre la im p o rta n cia d ecisiva de u n a acción organ izad a, y lle ­
vada a cabo por u n a m in o ría d evo ta y bien form ad a.
La segunda am bigüedad del análisis m arxista se refiere al rol de la
conciencia hum an a - l a que para M arx era una sup erestructura que re­
flejaba el estado de la base económ ica, aunque no se tratab a de una
correspondencia autom ática, porque podía existir, com o él lo planteó,
tam bién una “falsa co n cien cia”— . Pero entonces, ¿cóm o d eterm inar el
Im m anuel W allerstein 4‘

grado de verd ad de una cierta conciencia determ inada? U na solu ciór


consistía en dejar que la h istoria fuera la que decidiese y resolviese este
punto, es decir, adm itir que después de un cierto tiem po el nivel de
conciencia hum ana se adaptaría de m anera espontánea para convertir­
se en una traducción exacta de la realidad m aterial. La otra solución
era la de la anticipación y la aceleración de la historia, o dicho en otros
térm inos, aquellos que tenían la más grande claridad política debían de
guiar a los otros, en función de su nivel de conciencia más elevado.
E videntem ente, la prim era solución se adaptaba m ucho m ás a 1;
tendencia llam ada revisionista, m ientras que la segunda se acompasa!);
m ucho m ejor en la línea de razonam iento de los bolcheviques. Y de uní-
m anera no m enos clara, esta polém ica está estrecham ente ligada a la
que nosotros evocam os antes, sobre el rol respectivo de la aristocracia
obrera y de los intelectuales revolucionarios. Los revisionistas, de un
lado, sentían la necesidad de defender que su conciencia era la traduc­
ción ju sta y en el largo plazo de su propia base m aterial, m ientras que
en cam bio, los intelectuales revolucionarios, sentían la necesidad de
defender que su conciencia era una traducción ju sta de la base m ateria í
de la clase obrera, en oposición a la traducción sindicalista, juzgando
que esta últim a no reflejaba m ás que las preocupaciones inm ediatas.
3. El tercer problem a se refiere a las relaciones de los socialistas
con el nacionalism o, de un lado, y con las reivindicaciones cam pesinas
del otro. V em os habitualm ente estos dos problem as com o algo distin
to, y de hecho dieron lugar a debates diferentes en su propia época.
Pero en el fondo se trata de un m ism o debate, que se refiere al rol que
ju egan todos aquellos que no son parte del proletariado industrial en la
lucha por el socialism o, e incluso al rol de estos m ism os proletarios de
las fábricas que no pertenecen al grupo étnico m ayoritario o dom inante
dentro del Estado. Porque esos “o tros” pueden ser, en un prim er caso
un grupo m inoritario étnico, o incluso una “nación”, que reclam a sus
derechos a la existencia nacional —o por lo m enos el derecho a la expre­
sión de su cultura, y en otro caso, sus derechos políticos, y en am bos, la
igualdad económ ica— , y en un segundo caso una población de trabaja­
dores rurales, que reivindican su ju sta parte dentro de los frutos de su
trabajo, exigiendo frecu entem ente la posesión de la tierra que ellos
m ism os trabajan.
U na vez m ás, la respuesta del m ovim iento socialista a estas reivin
dicaciones tom ó dos direcciones diferentes. Hubo una tendencia que
las rechazaba en bloque, y las calificaba de ilegitim as, porque según
ella el proceso de desarrollo del capitalism o iba poco a poco a hom oge
neizar el m undo entero, y por ende a elim inar tanto a las “naciones"
. 40 111 si oí ia v d i l e m a s d e los m< >v mi ion Ion ;i i i I ínínI cí ni c os

com o a los “cam pesinos” en tanto que categorías distintas. Según este
razonam iento, era entonces vano y peligroso querer hacer m ás lento
este proceso, asum iendo la defensa de esas otras reivindicaciones, que
eran distintas a las del propio proletariado industrial. Con esto, no se
habría hecho otra cosa m ás que dividir a la clase obrera. U n punto de
vista que, por lo dem ás, estaba en plen o acu erd o con la ten d en cia
gradualista entre los socialistas.
La posición opuesta, en esta época, no consistía en un apoyo total
ni a las reivindicaciones nacionales ni a las de los cam pesinos, porque
eso se habría visto com o una traición al com prom iso in tem acio n alista
y obrero de la ideología m arxista. M ás bien, la segunda tend en cia ha
afirm ado la legitim id ad de una alianza provisional entre la clase obrera
y esos “o tros”, en virtud del argum ento de que esos “otros” eran opri­
m idos por la m ism a clase dom inante, y que esta alian za era una cues­
tión táctica, que debía hacerse bajo la h egem on ía “de la clase o brera”.
Por lo dem ás, dicha alianza no podía realizarse m ás que si existía un
partido de cuadros y de vanguardia para ejercer dicha hegem onía. E n­
tonces, esta concepción se adaptaba perfectam ente con la perspectiva
de los leninistas, los que la han adoptado efectivam ente com o su propia
concepción.
Paradójicam ente, podem os señalar que durante la P rim era G ue­
rra M un dial los “revision istas”, que se h abían opuesto violentam en te al
nacionalism o, han sido los defensores de la sagrada unión nacional den­
tro de sus propios países, m ientras que por el contrario los leninistas,
partidarios de las alianzas tácticas con lo s nacionalistas, h an rech aza­
do, en tanto que fieles in tem acion alistas, el otorgarle legitim id ad algu ­
na a esa guerra nacional burguesa.
E sta expansión de los m ovim ientos obreros organizados en E uro­
pa, entre 1870 y 1914, coincidió con la últim a gran expansión territorial
de E uropa dentro de la historia m oderna, inscribiénd ose entonces d en ­
tro de ese contexto de la conquista colonial. Consecuentem ente, m ien­
tras que los m ovim ien tos socialistas buscaban su cam ino en tanto que
m ovim ientos antisistém icos, poniendo el acento en las luchas anticapi­
talistas, los m ovim ien tos nacionales en la periferia trataban de encon­
trar su cam ino poniendo el acento en las luchas antiim perialistas. En
este m arco, estos m ovim ien tos nacionalistas reprodu jeron en sus p ro ­
pios debates acerca del rol central de la organ ización política dentro de
sus estrategias, el m ism o tipo de debates que h ab ía conocido antes el
m ovim iento socialista europeo.
Lo que podem os llam ar el nacionalism o cultural, es aquí el equi­
valente de las tenden cias proudhonianas o anarquistas, es decir, la idea
Im m anuel W allerstein

de un retiro fuera del cam po de la sociedad dom inante, que debía e iiv
tuarse m ediante el renacim iento cultural y la afirm ación de su propia
identidad lingüística, artística y de sus diversos m odos de vida. En cam
bio, los nacionalistas políticos respondían un poco a la m anera de los
m arxistas, afirm ando que en el m ejor de los casos el nacionalism o cul
tural no podría alcanzar sus objetivos, e incluso peor, que él era enga
ñoso y erróneo, porque esta autonom ía cultural que no tendría el con
trol del E stado, no dispondría de la base m aterial necesaria para so b re­
vivir. En resum en, tam bién aquí la conquista del poder del Estado - e n
este caso, m ediante la secesión y/o la creación de una nueva entidad
estatal— , se convertía en el objetivo estratégico prioritario, el que para
ser logrado, requería tam bién aquí de la existen cia de un partido.
El debate entre revisionistas y leninistas encuentra su paralelo, en
este caso, en el debate sobre el m étodo de cóm o realizar los objetivos
nacionalistas, habiendo de una parte aquellos que estaban por una vía
“constitucional”, es decir, de negociaciones con las autoridades exis­
tentes, en vista de una transferencia gradual del poder al grupo n acio­
nal im plicado, y de la otra parte aquellos que defendían m ás bien una
acción m ilitante m ucho m ás activa, con m ovilizaciones de m asa y con
confrontaciones abiertas, dentro de una lucha prolongada que en caso
de ser necesario, podría ser incluso una lucha violenta. Es interesante
subrayar, no obstante, que si en sus principios el m arxism o ha sido un
m o vim ien to c o m p ro m e tid o en u n a lu ch a re vo lu cio n a ria , y que el
revisionism o con su vía parlam entaria no se desarrolló y se fortaleció
sino m ás tarde, en cam bio y por el contrario, el m ovim iento nacionalis­
ta arrancó m ás bien con el predom inio de la táctica de la vía constitu­
cional en num erosos países, tales com o la India, China, el m undo ára­
be, M éxico o Á frica del Sur, afirm ando su com ponente revolucionario
tan sólo en un m om ento ulterior, en el cual este com ponente radical se
consolidó.
Estas trayectorias diferentes son el resultado de los diversos terre ­
nos de acción geográficos, y al m ism o tiem po, de las estructuras de cla­
ses diferentes en esa época. En efecto, los m ovim ientos socialistas n a ­
cieron en los países del centro de la econom ía-m undo, m ientras que los
m ovim ientos nacionalistas lo hicieron en la periferia. Los prim eros te ­
nían su base política en el proletariado industrial, antes de am pliarse
para abarcar el apoyo de los sentim ien tos anticapitalistas de vastas
m asas de la población, m ientras que la base social de los m ovim ientos
nacionalistas estaba constituida por las burguesías periféricas y por la
intelligentsia, antes de am pliarse para obtener el apoyo de los sen ti­
m ientos antiim perialistas de tam bién vastas m asas o vastos grupos de
48 H istoria y dilem as d e los m ovim ientos antisistém icos

la población. Pero en las dos situaciones, y a partir de la am pliación de


esas alianzas de clases, derivada de la vo lu n tad estratégica de con qu is­
tar el poder del E stado, las tácticas de los dos tipos de m ovim iento co ­
m enzaron poco a poco a aproxim arse.
Por lo que corresponde a los nacionalistas, su oposición al n acio­
nalism o cultural fue perdiendo poco a poco su im portancia. Pues m ien ­
tras ellos no eran m ás que pequeños grupos de burgueses y de in telec­
tuales, en la búsqueda de una vía constitucional, podían fácilm en te de­
fender tal o cual variedad de integración cultural o de “occidentaliza-
ció n ”, sea bajo la form a de la adopción de ciertos elem entos fu n d am en ­
tales de las culturas occidentales —com o la lengua, la religión, el tipo de
v e stim e n ta , e tc .— , sea b a jo u n a fo rm a e d u lc o ra d a d el tip o de la
reinterpretación del Islam , o del hinduism o, o del confucianism o, para
tratar de defender la idea de que ciertos valores “m o d ern os” no eran
exclusivam ente “o ccid en tales” o “cristian o s”, sino que estaban ya pre­
sentes en las literaturas o en las religiones antiguas de estos m ism os
pueblos. Pero cuando esos m ovim ien tos han com enzado a buscar un
verdadero apoyo de parte de las grandes m asas, no han pod ido ya de­
fender esta asim ilación, dado que para la gran m ayoría de la población
el antiim perialism o significaba la preservación y la reafirm ación de sus
propios valores y bienes, en contra de aquellos que habían aportado los
conquistadores. Y de una m anera sem ejante sucedió con la am pliación
de los m ovim ientos revolucionarios socialistas, los que al crecer han
tenido cada vez m ás que referirse al “p u eb lo ” en su conjunto, m ucho
m ás que solam ente a la clase obrera, lo que los ha inm erso en u n a evo­
lución que, fatalm ente, les ha ido dando una apariencia cada vez m ás
“nacion alista”.
De este modo los nacionalistas, al convertirse en cada vez más m ili­
tantes, se acercaron tam bién cada vez m ás al nacionalism o cultural, aun­
que sólo hasta cierto punto, porque en tanto que m ovim iento político, ellos
tenían que actuar, en cierta medida, dentro del contexto de las restriccio­
nes im puestas por el sistem a político global de todos los Estados restantes.
Y en este punto, hubo igualm ente una convergencia con los marxistas, en
virtud de que el ala leninista del m arxism o evolucionó tam bién hacia un
reconocim iento limitado de la legitim idad de los objetivos nacionalistas -
es decir, desde su propia mirada, culturales— , al m ism o tiem po en que los
m ovim ientos nacionalistas, de su lado, han tratado de seguir una vía inter­
media que com binaba objetivos políticos, objetivos de clase y objetivos
culturales. De esta manera se sentaron las bases de un nuevo análisis polí­
tico, y de nuevos desarrollos, de los cuales la revolución de octubre de 1917
sería el principal catalizador.
Im m anuel W allerstein 4 ‘)

H oy no es m enos sorprendente que com o lo fue en su propia épo­


ca, el hecho de que haya sido en Rusia y no en A lem ania, o en Inglate­
rra, en donde tuvieron lugar los “diez días que conm ocionaron al m un­
do”, para retom ar el título del fam oso libro de John Reed. Y si esta re­
volución rusa ha conm ocionado al m undo, eso fue m enos porque era la
prim era revolución que triunfaba bajo la ban d era del m arxism o, que
por el hecho de que tuvo lugar precisam ente en Rusia y no en A lem a ­
nia, en donde los socialistas del m undo entero la esperaban - d a d o que
el más fuerte m ovim iento socialista, hablando política e intelectualm en­
te, era precisam en te el de A lem an ia— , Lo que em pujaba a la gente a
considerar a esa revolución rusa com o una suerte de “accid ente”, espe­
rando que la revolución que acontecería en A lem ania, vendría en algu­
na m edida a rectificar el curso de la historia.
Pero en A lem ania la revolución sufrió poco después una derrota
fatal, que al cabo de un poco de tiem po, todo el m undo se vio obligado
a asum ir. Lenin obtuvo inm ediatam ente las consecuencias tácticas de
esta derrota: dado que ya no sería posible hacer la revolución con A le ­
m ania, habría que hacerla entonces con el O riente, al cual, en el C on­
greso de B akú de 1921, Lenin le propuso la alianza cabal y com pleta
entre los m ovim ien tos anticapitalistas del centro y los m ovim ientos
nacionalistas antiim perialistas de la periferia. N o obstante, esta alian­
za estaba cargada de todo un conjunto de extraordinarias am bigüeda­
des, cuyas consecuencias sufrim os nosotros todavía hoy.
Porque lo que la revolución de octubre había “probado” al m undo
entero, es que una revolución podía triunfar, y m ás adelante, que com o
fruto de esa revolución triunfante, un Estado revolucionario era capaz
de industrializar a su país, para convertirlo en una gran potencia p o líti­
ca y m ilitar. Pero, en definitiva, ¿qué era lo que esto probaba? ¿O en
qué era diferente esta ‘prueba' - s i es que acaso lo era— , de la ‘pru eb a’
ya dada en 1905, de que un Estado no europeo, en este caso Japón,
podía triu n far m ilitarm ente sobre un Estado europeo, en este caso la
propia R usia? Ciertam ente estas dos “pru ebas” han servido para tran s­
fo rm a r la p s ic o lo g ía s o c ia l de lo s m o v im ie n to s re v o lu c io n a rio s,
insuflando en ellos un optim ism o fundam ental de la voluntad, que d es­
de ese m om ento ha estado en la fuente m ism a de su creciente fuerza
política. Pero al m ism o tiem po estas “pru ebas”, nos vuelven a p la n te ó ­
la cuestión de saber en que consiste, m ás precisam ente, el verdadero
carácter revolucionario de una revolución.
H oy sabem os que la contraofensiva de las fuerzas dom inantes del
m undo capitalista en contra de la U nión Soviética, ha provocado que
finalm ente ella no giró ni hacia A lem ania ni tam poco hacia el O riente,
H istoria y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

sino m ás bien que se replegó sobre ella m ism a, h acia lo que se llam ó el
“socialism o en un solo país”, y hacia stt prop ia autodefensa com o E sta­
do asediado. El control del poder del Estado no fue entonces suficiente
para transform ar a la U nión Soviética, aunque sí lo fue para tran sfor­
m ar a la Tercera Internacional, de ser un conjunto de m ovim ien tos p a­
ralelos, a ser una estructura jerárqu ica que se adaptó a las exigencias de
un Estado en particular, en este caso, el Estado ruso. De aquí, nace la
pregunta de saber en qué m edida esa III Internacional y la U nión So­
viética, ju garo n un papel de fuerzas realm en te antisistém icas al in te­
rior del sistem a m undial, pregunta que quedó en suspenso desde 1920
y hasta la Segunda G uerra M undial.
D urante este periodo, las rivalidades y las m aniobras de las gran­
des potencias dirigentes del m undo capitalista, que h abían y a provoca­
do la Prim era G uerra M undial, han continuado causando estragos, y
preparándose para llevar a cabo la Segunda G uerra M undial. M ás ade­
lante, com o sabem os, la división entre los dos bloques m ilitares de los
países capitalistas se revistió bajo la form a de una fuerte oposición ideo­
lógica, tom ando la figu ra de una confrontación entre u n a coalición “li­
b e ra l” y otra coalición “fa scista”. La pregunta fue entonces ¿debíam os
ver en esta confrontación, com o lo hizo Lenin durante la guerra de 1914,
una sim ple confrontación entre dos grupos de ladrones, o debíam os
m ás bien elegir entre dos cosas m alas, un a de las cuales era quizá m e­
nos grave que la otra?
Las decisiones frente a esta pregunta fueron tom adas por la Tercera
Internacional, para el centro y para la periferia, de un m odo paralelo. Para
los dos sectores, los casos que sirvieron de m odelo fueron el caso de A le­
mania, para los países del centro, y de China para los países de la periferia.
En Alem ania, se trataba de saber si el partido com unista debía o no parti­
cipar en el “frente popular” -c o m o se les llam aría a estos frentes más tar­
de— , al lado de los socialdemócratas y en contra de la derecha, y más espe­
cialm ente de los nazis, o si por el contrario, debía ubicar a esos socialde­
mócratas bajo la etiqueta de “socialfascistas”. En China, se trataba de sa­
b er si el partido com unista debía m antener su alianza táctica con el
Kuomintag, en contra de las fuerzas im perialistas m undiales, y más espe­
cialm ente en contra del Japón, o si por el contrario, debía dar m ás bien
prioridad a la guerra civil. En los dos casos no hubo nunca una respuesta
clara y neta, porque la Internacional cam bió m uchas veces de postura, y
con ella, los partidos com unistas involucrados, aún cuando el partido chi­
no fue m ucho m enos dócil que el partido alemán. El m ism o tipo de proble­
mas habrían de replantearse un poco en todas partes m ás adelante, en
España igual que en la India, por ejemplo.
Im m an u el W allerstein .*>i

D etrás de estas incertid um bres y oscilaciones de la T ercera Inter


nacional, durante el periodo entre las dos guerras m undiales, se perñ
laba un problem a m ás profundo, que se refería al tipo de alianzas que
habían sido planteadas por el Congreso de Bakú. Pues la alianza políti
ca e n tr e lo s p a r tid o s s o c ia lis ta s d e l c e n tro y lo s m o v im ie n to s
antiim perialistas de la p eriferia podía revestir dos significaciones pro
fundam ente diferentes, que sólo se harían evidentes después de 1945.
La disyun tiva era que, de un lado, este podía term in ar siendo sólo un
cam ino m ediante el cual ciertos sectores interm edios de esos dos seg ­
m entos del sistem a m undial, el centro y la periferia, lograrían incorp o­
rarse a dicho sistem a, para beneficiarse un poco del botín y de las m iga­
jas del m ism o, bajo la falsa cobertura ideológica de un supuesto nuevo
orden de cosas.
O en el otro caso, había tam bién la posibilidad de que esta fuese la vía
real para la verdadera reunión de dos familias de m ovimientos antisisté-
micos, los que al unirse form arían un sólo movim iento, infinitamente más
poderoso, y que entonces si tendría el peso necesario para transformar
totalm ente el sistema m undial capitalista. Aquí, una vez más, no hubo una
respuesta sim ple y clara, ni en esa época ni después, y ello porque ciertas
tendencias contradictorias de la econom ía-m undo capitalista misma ha­
cían que tal respuesta fuese m uy difícil de alcanzar.
Porque el m ism o proceso de extensión y de profundización del sis­
tem a en el m undo entero, que había engendrado una polarización de
clases en escala m undial, y reforzado con ello la base social de estos
m ovim ientos, este m ism o proceso había, al m ism o tiem po, reforzado
su diferenciación geográfica, espacializando p o r así decirlo esa polari­
zación de clases, y reduciendo entonces el desarrollo paralelo de los
procesos políticos de sus diferentes Estados com ponentes. Así, las alian­
zas intern acionales de m ovim ientos de tipo diferente se volvían m enos
sencillas, m ucho m enos creíbles, lo que por el contrario, hizo que la
burguesía m undial encon trara en esta situación un m ecanism o p recio­
so tanto de control com o de cooptación.
Además, esa extensión mundial del sistema, ampliaba también el papel
de los Estados y del sistem a interestatal, en tanto que instituciones clave
de toda la econom ía-m undo, dándole sim ultáneam ente una importancia
decisiva al tem a del control del poder del Estado, aunque esta importancia
se presentaba como m ucho m enos eficaz para el caso de los Estados más
débiles. En consecuencia, la conquista del poder del Estado en tanto que
arma de los m ovim ientos antisistémicos, se convertía a partir de ese m o­
mento en algo particularm ente ambiguo: esta conquista podía servir para
sabotear el sistema, pero al m ism o tiem po transform aba a esos m ovim ien­
52 H istoria y dilem as de los m ovim ientos antisistém icos

tos antisistémicos en participantes y en sostenes del conjunto global del


sistem a interestatal existente. Y es este dilema, el que ha com enzado a
jugar un papel central en todo el periodo posterior a la Segunda Guerra
Mundial, después de 1945.

E l éxito de los m o vim ie n to s en la p o sg u e rra :


triu n fo s y a m b ig ü e d a d es
En cualquier época los hom bres han resistido a la explotación,
activam ente cuando han podido, y de m anera pasiva cuando no han
tenido otra alternativa posible. D esde 1789 hasta 1945, se desarrolló
una larga odisea de un trabajo de organ ización en condicion es m u y di­
fíciles, en el curso de una ardua lucha, durante la cual la m ayoría de la
población del globo ha sufrido duram ente la opresión. D entro de esta
aventura, 1945 m arca, psicológicam ente hablando, un verd adero v ira ­
je, porque por vez prim era los m ovim ien tos antisistém icos pensaron
que el éxito estaba a la vu elta de la esquina, y que la estrategia que
h abían adoptado en el siglo X IX, estaba a punto de prod ucir sus prim e­
ros frutos. Recordem os que esta estrategia se apoyaba sobre u n a clara
secuencia: prim ero, la m ovilización para alcanzar la conquista del p o ­
der del Estado, y después, utilizar este p od er para tran sform ar la socie­
dad, con m iras a desarrollar de m anera efectiva una socied ad en la que
dom inara la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Ya que desde 1945 comenzamos a hablar habitualmente de tres “m un­
dos”: primero el m undo occidental industrializado, es decir Europa Occi­
dental, Estados Unidos y Canadá, Australia, y después de 1970, aproxim a­
damente, tam bién Japón. Un segundo grupo era el de los países socialis­
tas, que abarcaban a la Unión Soviética, a los países de Europa del Este, a
China, a Corea del Norte, a los tres Estados de Indochina y a Cuba. Y final­
mente, en tercer lugar, lo que se convino en llam ar el tercer mundo, es
decir Asia menos China y Japón, África y Am érica Latina.
Sin duda, las líneas divisorias entre estos tres “m undos” no eran siem ­
pre dem asiado claras, pero sobre todo si se trataba de analizar el funciona­
m iento de la econom ía-m undo y del sistem a interestatal, esta división
tripartita introdujo m ás confusión que verdadera claridad. No obstante, al
mirarla m ás de cerca, parece que es útil si de lo que se trata en cambio es
de analizar los m ovim ientos antisistémicos. El m undo llam ado occidental
aparece com o aquél en el que el heredero directo de los m ovim ientos del
siglo XIX es un partido “socialdem ócrata”, ligado a la Segunda Internacio­
nal, o algún otro tipo de partido que juega m ás o m enos este m ism o papel.
El m undo de los países socialistas es aquél en el que un partido de la Terce­
Im m anuel W allerstein 53

ra Internacional se encuentra ahora en el poder. Y en lo que se refiere al


tercer m undo, es aquél en el que el representante masivo de las tradiciones
antisistémicas es un m ovim iento nacionalista o de liberación nacional.
Y no es esta una sim ple diferencia en cuanto a las etiquetas id eo­
lógicas, sino una respuesta a la pregunta de saber qué tipo de m ovi­
m iento ha sido capaz de asegurar la m ovilización política de las m asas
populares, en su com bate en contra de los privilegios de todo tipo, y
cuál m ovim iento ha encontrado suficiente eco a sus pretensiones de
representar verdaderam ente los intereses del pueblo entero. Adem ás,
estos tres tipos de m ovim ien tos no solam ente lograron esta m oviliza­
ción de m asas, cada uno dentro de su propia zona, sino que tam bién
han sido capaces, en el periodo posterior a 1945, de alcanzar cada uno
su objetivo político interm edio, es decir, de lograr la conquista del po->
der del E stado en la m ayor parte de los Estados de su zona correspon­
diente. A sí que podem os d ecir que esos m ovim ientos triunfaron. Sólo’
que, para cada uno de estos tipos de m ovim ientos, ha sido la significa­
ción m ism a de ese éxito político la que después se ha revelado com o
algo am biguo, y vale la pena analizar tanto esos éxitos com o sus am bi­
güedades, en cada una de estas tres zonas.
Por lo que corresponde a los países del centro, en el m undo lla­
m ado occidental, la estructura social cam bió considerablem ente. Pues
la enorm e concentración del capital m undial en esta zona, ha hecho
que el nivel de vida haya crecido enorm em ente, no sólo para las profe­
siones liberales y para los cuadros de las clases superiores, sino ta m ­
bién para los obreros calificados y sem icalificados. De esta suerte, si
bien se h a m antenido una capa m uy pobre dentro de la población, ella
constituye ahora un pequeño porcentaje del total. A dem ás, estos secto­
res m uy pobres tienden frecuentem ente a confundirse con un grupo
étnico, distinto del de los respectivos países y en m uchos casos privado
incluso de los derechos de ciudadanía, porque se trata de lo que se ha
llam ado trabajadores m igrantes, es decir de extranjeros. Así, m ientras
que alrededor de 1850 las capas sociales m iserables representaban al­
rededor de un 80 ó 90% del total, alrededor de 1950 ellas no represen
tan m ás que, cuando m ucho, un tercio del total. De otra parte, la inten
sa globalización ha reducido a la población rural, que era m ayoritaria
hacia 1850, a ser un m uy débil porcentaje, hasta el punto de que los
cam pesinos “trad icion ales” han desaparecido prácticam ente, o bien, se
han reducido rápidam ente a ser un grupo num érico poco relevante.
En este periodo p osterior a 1945, a la inm ensa riqueza de los paí
ses del centro correspondía un sistem a político relativam ente liberal,
que reposaba sobre el sufragio universal - p e r o con la exclusión de los
vi H istoria y dilem as de la m ovim ientos antisistém icos

"m igrantes”— , y sobre el m ultipartidism o, e que ten d ía a convertirse


en un sistem a de dos partidos dom inantes, tno m ás o m enos “conser­
vad or”, y el otro m ás o m enos “sociald em ó cu ta”j y en donde ni uno ni
otro se apoyaban exclusivam ente sobre tal o oral clase, aunque, no obs­
tante, el partido socialdem ócrata contaba geieralm ente con una fuerte
base obrera.
En 1945, no obstante, las clases obrera;y sus m ovim ien tos ju zg a ­
ron que esta estructura social, que se h a coivertido para nosotros en
algo fam iliar, se apoyaba sobre bases frágiles en la m ed id a en que esta­
b a presente el recuerdo de la crisis m undial le 1929. Ni el aum ento del
nivel de vida ni el sistem a político liberal pancían suficientem ente bien
asentados, y m ás todavía, esas clases trabajaloras ten ían el sen tim ien ­
to de que había sido necesario luch ar m u y duram ente por cada con­
quista social o política (derecho de voto, a ceso a la escuela, reducción
de la jo rn ad a de trabajo, seguridad social, etétera), y que esas conquis­
tas estaban m uy lejos de estar sufícientem eite consolidadas.
En resumen, las clases obreras tenían el entim iento de que habien­
do llevado a cabo una difícil lucha, sufrían tod.vía no sólo al ver negados
sus derechos económicos, sino al padecer tamlién una clara exclusión so­
cial y al sentir que todo pasaba como si ellos o tuviesen aún derecho de
ciudadanía completa dentro de las estructuro políticas del Estado. Así
que todavía en 1945, el combate decisivo, seguí esas clases trabajadoras,
era un combate aún por realizar y por ganar, yss precisam ente eso lo que
hicieron durante el periodo posterior a 1945. E s éxito se dio m uchas veces
bajo la form a de una gran victoria electoral, cono la del Partido Laborista
en Inglaterra en 1945, o la del Partido Socialdenócrata Alem án en los años
setenta, o la elección de Frsngois M itterrand, «1 Francia en 1981.
Y a en los años cuarenta, los trabajadoES am ericanos habían de­
m ostrado que eran capaces de im ponerse deitro del Partido D em ócra­
ta, en tanto que elem ento central e institucional de este partido, y este
hecho era com o un equivalente social y psicológico de los acon tecim ien­
tos que recién m encionam os, lo m ism o que h es el papel que el Partido
Socialista Belga tuvo en la abdicación del Rjy Leopoldo. En cuanto a
los países escandinavos, y a H olanda, lo s p a tid o s socialistas han esta­
do en el gobierno durante largos periodos. El los años ochenta, Grecia,
Portugal y E spaña, se han unido al grupo le países en los cuales se
ejerce esta gran influencia de los so ciald em cratas.
Y es solam ente en Italia, que se m antieie h o y una situación dife­
rente y atípica, porque aquí el m ovim iento obrero está representado
por un partido com unista. N o obstante, el compromiso histórico pare­
ce desarrollarse en el sentido de in cluir a Itilia dentro de esta m ism a
Im m anuel W allerstein

regla general, y hasta se pod ría sostener que el control actual de mu


chos gobiernos regionales por parte de este partido com unista, se ins
cribe tam bién en esta m ism a perspectiva. O tra excepción está repre
sentada p o r el caso de Japón. Pero finalm ente, y vistas las cosas eu el
conjunto del m undo occidental, durante los años ochenta, la llegada al
poder de m ovim ientos de la clase obrera por la vía electoral no era ya
m ás un objetivo a alcanzar, com o si lo fue en 1945, sino que era ya un
objetivo alcanzado.
En el caso del “m u n d o ” de los países llam ados socialistas, que se
extiende desde el Elba hasta el Asia O riental, tuvo lugar un desarrollo
que desde distintos puntos de vista puede considerarse tam bién com o
paralelo, durante este m ism o periodo. Y a hem os recordado que la re
volución de octubre de 1917, conquistó el poder por la fuerza, siguien d i»
un m odelo que m ás tarde sería calificado com o el m odelo m arxista
leninista, y que significaba la tom a del poder a partir de la dirección de
un partido de vanguardia, un partido de cuadros, que luego ejercía ese
poder bajo la form a de la “dictadura del p roletariad o”, en la cual el po
der real perm anecía en las m anos de ese m ism o partido.
En 1917, no obstante, los bolcheviques, sorprendidos por su pro
pió éxito, no creían poder perm anecer en el poder si no tenía lugar muy
pronto, tam bién, una revolución alem ana victoriosa. Pero cuando les
fue necesario relegar esta esperanza al nivel de las sim ples quim eras, el
aislam iento de su país por parte de las fuerzas de los Estados hostiles,
les provocó un sentim iento constante de inseguridad, que culm inó con
la invasión de la A lem an ia nazi en 1941, y con la atroz guerra que le
sucedió. Pero en 1945, la U nión Soviética h abía finalm ente triunfado
sobre los invasores, y entonces el partido com unista soviético se sentía
ahora seguro, juzgand o su propio poder com o algo bien consolidado.
En el período posterior a 1945, los com unistas tom aron el poder
en ocho países de E uropa O riental, en China, y en la m itad norte de
Corea. En tres de esos países, China, Y ugoslavia y A lbania, la tom a del
poder fue el resultado de una situación de hecho: en el curso de la Se­
gunda G uerra M undial, los partidos com unistas de esos países se afir
m arón en tanto que fuerza dirigente, m ilitar o políticam ente, de la re­
sistencia arm ada a los invasores nazis o japon eses. Súbitam ente, lleg a ­
ban así al poder partidos m arxistas leninistas, que habían logrado en­
carnar ellos m ism os a la corriente nacionalista, y habían logrado obte­
ner la victo ria en ese com bate.
Fue distinto el caso de los otros siete países m encionados, en los
cuales, sin la presencia de las tropas soviéticas, no h ay duda alguna de
que los com unistas no habrían sido capaces de tom ar el poder, o de
«ir H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

m antenerse en él. N o obstante, incluso en esos países, los partidos co­


m unistas se reforzaron gracias a la guerra y a la resistencia, aún cuando
eso haya sido en proporciones y en condicion es m u y distintas para cada
una de esas naciones. Pero, de cualquier m odo, en tod os estos casos,
perm anece el hecho de que una parte de la clase o brera sentía que h a ­
bía tom ado el poder, y que podía ahora pasar al proceso de la “co n s­
trucción del socialism o”.
Siem pre en este m ism o periodo, y para los tres contin entes que se
reagrupaban bajo la denom inación de ‘tercer m u n d o ’, ésta fue la época
de la “d e sc o lo n iz a c ió n ” . F ue ta m b ié n el tie m p o d el e n c u e n tro de
Bandung, en 1955, es decir, de la afirm ación de una presen cia política
colectiva de este grupo de países dentro del sistem a m undial. T o d a esta
zona geográfica es la zona en la que, desde el siglo XV, E urop a fue ex­
tendiendo poco a poco su dom inio, así que en vísp eras de la gu erra de
1914, todos esos países se encontraban o bajo la dom in ación colonial
directa, o bajo una dom in ación sem icolonial. N aturalm en te, tam bién
la resistencia h ab ía sido perm anente, y poco a poco, en cada uno de
estos países, fuesen oficialm ente colonias o h ubiesen ya alcanzado una
independencia que era estrictam ente nom inal, han nacido allí m ovi­
m ientos de liberación, que en general eran calificad os com o n acio n alis­
tas, en el sentido de que m ás tard e o m ás tem prano, sus tem as id eo ló gi­
cos term inaron identificándose con la reivin d icación de los derechos
de un pueblo, o de una “n ació n ”, de gobernarse p o r sí m ism a, y de ser
tratada en condicion es de igualdad por cualquier otra nación.
Com o es lógico, la creación de este tipo de m ovim ien tos que se
apoyaban sobre una sólida base popular, p rovocó siem pre la oposición
m u ltifo rm e d e la s d is tin ta s p o te n c ia s c o lo n ia le s (o en su ca so ,
im perialistas). Pero m ás allá de las distintas represiones, los m ovim ien ­
tos se fueron consolidando poco a poco, y fueron incluyend o igualm en-
te en su discurso, al lado de u n a retórica nacionalista, tam bién una re ­
tórica social. Pues sólo en la m edida en que esos m ovim ien tos ap are­
cían, no solam ente com o defensores de la libertad y de la igualdad de
los pueblos, sino tam bién de la libertad y de la igualdad en el seno de un
pueblo dado, es que ellos eran capaces de m ovilizar realm en te a las
m asas populares.
En los países que eran oficialm ente colonias, el objetivo era m u y
sim ple: conquistar su independencia. E n las sem icolonias, que oficial­
m ente eran independientes, pero que de hecho seguían siendo d om i­
nadas, el objetivo parecía aproxim arse enorm em ente al de los m ovi­
m ientos de la clase obrera en el siglo XIX: es decir, la to m a del poder
por m edio de un m ovim iento auténticam ente antisistém ico - e n este
Im m a n u e l W a lle rste in 57

caso, un m ovim iento “nacion alista” auténtico— , para el cual el éxito


significaba u n a catarsis nacionalista de las clases populares, com pleta­
m ente sim ilar a la de las clases obreras cuando lograron conquistar su
derecho de ciudadanía, sea que esto hubiese sido p o r la vía electoral o
por la vía insurreccional.
A ntes de 1945, tales ejem plos han sido raros dentro de esta zona:
podríam os citar aquí el caso de la R evolución M exicana de 1910-1921, o
el periodo del gobierno de A tatü rk en T urquía en los años veinte. Pero
es después de 1945 que este tipo de éxitos se m ultiplicaron, particular­
m ente en A sia, después de la derrota de Japón en la Segunda G uerra
M undial, la cual ya hem os recordado que tuvo por consecuencia el éxi­
to de m ovim ientos insurreccionales tanto en China com o en Corea del
Norte. D espués de esto, to d a el A sia del Sureste conquistó su ind e­
pendencia: Filipinas, Indonesia, Birm ania, M alasia, y finalm ente los
tres E stados de Indochina, V ietnam , Laos y Cam boya. Y aunque efecti­
vam ente no fue nunca in vad id a por Japón, tam bién India conquistó su
independencia en 1948.
En la m ayoría de estos países, la lucha por la independencia fue
llevada a cabo por un m ovim ien to que gozaba de un real apoyo po p u ­
lar, teniendo tras de sí toda una historia de luchas. Porque incluso si
podem os h ablar en este periodo de una coyuntura geopolítica favo ra­
ble, ha sido necesario lu ch ar por esa ind ep end encia hasta el últim o
minuto. Y el m ovim iento nacionalista consideraba que era precisam ente
este lucha, la que le h abía perm itido tom ar el poder, lo que sin duda
alguna se aplica en el caso de esos dos gigantes que son la India, y de
otro lado Indonesia. En este sentido, podem os ver claram ente esta tom a
del pod er com o la realización de una catarsis nacionalista, que se apo­
yaba sobre el sentim iento de una clara victoria política. En el caso de
los tres Estados de Indochina, los m ovim ientos nacionalistas que han
tom ado el poder eran al m ism o tiem po partidos m arxistas-leninistas, a
diferencia de lo que pasó en el resto del A sia del Sur y del Sureste. La
larga duración de la lucha arm ada en estos tres países -c e r c a de treinta
años en el caso de V ietn am — , es claram ente una razón esencial de esta
fusión de los dos tipos de m ovim ientos en uno solo.
En Á frica del N orte, en la zona del M achrek, en donde m uchos de
los E stados eran nom inalm ente independientes, las form as de la lucha
fueron diferentes, pero podem os considerar que el régim en N asser en
Egipto, o el Baath en Siria y en Irak, a partir de su prim era tom a del
poder, han creado un sentim iento de triunfo popular, de catarsis n acio ­
nalista. En la zona del M aghreb, oficialm ente colonizada, N eo-D estoui
en Túnez, Istiqlal en M arruecos, y sobre todo el Frente de Liberación
H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

N acional en A rgelia, después de una larga guerra, .han claram en te con­


ducido al m ovim iento nacionalista a triunfos com parables con aquellos
de la zona del M achrek. i
En el A frica al Sur del Sahara, com puesta por n u m erosas unida­
des políticas, la lucha h a sido m uy com pleja, pero no h a y dud a de que a
partir de inicios de los años cincuenta, se ha ido afirm ando un im pulso
creciente de liberación nacional, en el cual tod a una serie de m ovim ien ­
tos han representado auténticam ente la vo lu n tad po p u lar de libertad y
de igualdad. A sí, su conquista del poder h a sido celebrada tam bién como
un éxito de la totalidad de sus respectivos pueblos. T ales fu ero n los ca­
sos del CPP (Partido de la Convención Popular) en G hana, del R D A
(U nión D em ocrática A fricana) en Á frica O ccidental y E cuatorial, bajo
la dom inación francesa, de la Kanu (U nión N acion al A frican a de Kenia)
en K en ia, la T a n u (la U n ió n N a cio n a l A fric a n a de T a n g a ñ ic a ) en
T anzania, el M p la (el M ovim iento P opular de L iberación de A ngola) en
A n g o la , el F r e lim o (F r e n te de L ib e r a c ió n d e M o z a m b iq u e ) en
M ozam bique, el Paigcb (Partido A frican o de la Ind epend encia de Gui­
nea y de Cabo V erd e) en G uinea Bissau. Y son tam bién estos lo s casos
de la A N C (el C o n g re so N a cio n a l A fric a n o ), sie m p re en lu c h a en
Sudáfrica y de la Sw apo (la O rgan ización del Pueblo del Sudoeste de
Á frica) en N am ibia, que h o y se encuentra en el poder.
La historia de A m érica Latina es m u y particular, p orque fuera de
las islas del M ar Caribe, estos Estados habían conquistado su ind ep en­
dencia en el prim er tercio del siglo XIX, b ajo la dirección de m ovim ien­
tos llevados a cabo por los dueños de plantacion es y los colonos de ori­
gen europeo (com o sucedió tam bién en el caso de Estados U nidos). Pero
m ás adelante, esos países cayeron en u n a suerte de estancam iento polí­
tico. En el siglo XX, uno podía preguntarse si era posible clasificarlos
en la m ism a -categoría que los E stados europeos, confrontados con un
m ovim iento obrero en lucha por el poder, o m ás bien en la categoría de
los estados sem icoloniales de A sia y de Á frica, confrontados con un
m ovim iento nacionalista popular en lucha por el poder. A unque, de otra
parte, ¿cóm o se veían ellos a sí m ism os? En todo caso, parece que la
situación de un país com o Chile estaba m ucho m ás cercana a la prim e­
ra categoría, m ien tras que países com o Perú, M éxico o C uba (con una
gran parte de la población no blanca) se aproxim aban m ucho m ás a la
segunda categoría.
En cualquier caso, el sentim iento de la victoria derivado de la tom a
del poder, en C uba y en N icaragua, fue vivid o igual que lo h ab ía sido en
el caso del M éxico de la R evolución de 1910. En Chile, la victoria de
Salvador A llen d e duró dem asiado poco tiem po, y en Perú el A pra acce­
Im m a n u e l W a lle rste in

dió al pod er dem asiado tarde, com o para que pueda ser considerado e
equivalente de la catarsis nacionalista de la que hem os hablado ante
n órm en te. Q ueda aún por investigar si las experiencias de V argas ei
Brasil, a partir de los años treinta, y de Perón en Argentina, han tenid<
un im pacto com parable. Este punto está aún sujeto a discusión, pero e:
indudable que tanto uno com o el otro, han m ostrado una gran capaci
dad para m ovilizar en su favo r un m uy vasto apoyo popular.
Esta m uy rápida visión del periodo posterior a 1945, en los tre:
“m u n d o s”, pone de relieve que en un conjunto de países, que represen
taban por lo m enos las tres cuartas partes de la población m undial, o
objetivo principal de los m ovim ientos antisistém icos del siglo XIX, e;
decir la tom a del poder, h ab ía sido efectivam ente alcanzado. La m ayo
ría de las personas veían en estos procesos toda una serie de grande?
éxitos, y la m ayoría de los nuevos regím enes nacidos de ellos, estaba 1
orgullosos de la existencia de esta visión de esas m ayorías.
Pero a partir de ese m om ento, las preocupaciones dom inantes se
transfirieron del prim er objetivo hacia el siguiente: utilizar ese podei
para llevar a cabo la transform ación social. Es necesario entonces, com
parar los resultados obtenidos por los tres tipos de m ovim ientos, er
este ám bito de las transform aciones concretas de la sociedad. Vemos
aquí, inm ediatam ente, que cada uno de los tres tipos de movimiento?
tiene en su haber una “reform a” fundam ental, de la que pueden vana
gloriarse abiertam ente y con todo derecho: para los socialdem ócratas,
eso es el E stado de B ienestar, desarrollado en los países centrales, v
que aseguraba de diversas m aneras toda una gam a de sistem as de p ro ­
tección y de seguridad social. Estos m ism os Estados podían inscribí 1
en su favo r el alza de los salarios reales, obtenida a través de negocia
c io n e s c o le c tiv a s , p o r lo m e n o s p a ra lo s o b r e r o s c a lific a d o s v
sem icalificados, y naturalm ente para los cuadros técnicos. Este “pactt >
social”, es lo que se ha llam ado tradicion alm en te “ford ism o”.
Es necesario, no obstante, reconocer que los socialdem ócratas no
son los únicos responsables de estos program as de protección social y
de este fordism o, porque las fuerzas conservadoras, m ás adelante, han
aceptado estas m ism as reform as, cuando se dieron cuenta de que más
allá del costo que ellas im plicaban, tenían tam bién la ventaja de podrí'
disponer de un m ecanism o de cooptación política y de ciertos benel'i
cios en la escala m acroeconóm ica. Otros lo s han aceptado com o la op
ción m enos peor, casi siem pre bajo la fuerte presión de los m ovim ien
tos obreros. M ás precisam ente, podríam os decir que las reform as 110
han pod ido ser establecidas m ás que bajo la presión de los socialdenió
cratas, sin duda alguna, pero tam bién es cierto que han sido m anten i
fi() H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

das después de las derrotas electorales de sus iniciadores, porque los


Imetidos conservadores descubrieron tam bién sus diversas ventajas. De
otro lado, esos conservadores dudaban respecto d e las consecuen cias
1>ol(ticamente desastrosas de una eventual abolición de las m ism as. Pero
en cualquiera de los casos, no deja de ser tam bién cierto que los conser­
vadores buscaron siem pre echar atrás y reducir los salarios reales, lo
que ha hecho que las fuerzas de la clase obrera tengan siem pre que re­
com enzar el com bate en torno de estos logros.
Para los m ovim ien tos com unistas, la gran reform a fue la de la
socialización de los m edios de producción —incluidos, en la m ayoría de
los casos, tam bién lo s del sector agrícola— , y tam bién la p lanificación
estatal. Dos m edidas que en este caso, son el equivalente de lo que fu e­
ron el program a de protección social y el ford ism o para lo s socialdem ó-
cratas. A unque es verd ad que en este caso, este m ecan ism o operó en un
nivel m ás bajo que en el de los países centrales, en térm in os absolutos,
pero igualm ente es cierto que esto garan tizó un nivel m ás alto de segu­
ridad, sobre todo de la seguridad en el em pleo. Y esto hizo posible una
industrialización llevad a a cabo a un ritm o relativam ente rápido.
En cambio, en los países del tercer m undo, los nacionalism os triun­
fantes no pueden acred itar en su favor nad a análogo a estas dos gran­
des reform as m encionadas en los dos casos anteriores. Sobre todo, no
en el dom inio de las nacionalizaciones, dado el rol persistente de un
gran núm ero de m ultinacionales y de trasnacion ales en m uchos de es-
los países del tercer m undo. Entonces, quizá su m ás grand e reform a
fue solam ente la de la “nacion alización ” del aparato estatal, la del per­
sonal encargado de las funcion es públicas, y tam bién de una buen a can-
t idad de puestos de responsabilidad en el sector económ ico privado, así
com o en el sector cultural.
Estas grandes reformas, posteriores al año de 1945, eran importan-
tes y difíciles de realizar, y han sido el fruto de prolongadas luchas llevadas
a cabo por los diversos m ovim ientos, fruto del cual estos m ovim ientos
Ix >dían vanagloriai'se, lo que explica que dichas grandes reform as les ha­
yan valido, en un prim er m om ento, el contar con un amplio apoyo y con
una cierta popularidad, justa y legítim am ente conseguidas.
Todas ellas se refieren a la política interior, en el seno de sus res­
pectivos países. E n cuanto a la política exterior, los m ovim ien tos h a ­
bían prom etido una “solidaridad internacional” con aquellos m ovim ien­
tes de su m ism o tipo que no habían llegado todavía al poder; pero en
este dom inio, su acción ha sido claram ente m ucho m enos eficaz. Y no
porque los socialdem ócratas no hayan apoyado a los m ovim ien tos so-
eialdem ócratas que estaban aún en la oposición, ni porque los com u­
Im m a n u e l W a lle rste in 61

nistas en el poder no dieron su apoyo a los partidos com unistas aún en


la oposición, ni tam poco porque los m ovim ientos de liberación n acio­
nal no hayan hecho lo m ism o por los m ovim ientos de liberación que
estaban tod avía luchando. Pero es claro que no lo han hecho con tanta
persistencia y tenacidad com o habrían debido hacerlo, ni tam poco con
la resolución y la energía que hubiese sido de esperar, y de la que ellos
se vanagloriaban.
A dem ás, el apoyo m utuo entre m ovim ientos antisistém icos de tipo
diferente h a sido en general poco frecuente, aún si esos m ovim ientos
diferentes, cuando estaban en la oposición, habían dem ostrado su ca­
rácter de verd adera fu erza po p u lar y antisistém ica. E incluso al contra­
rio, pues cada tipo de m ovim iento ha tendido a darle su apoyo a m ovi­
m ientos que eran de su m ism o tipo, m irando a los otros m ovim ientos
con cierta sospecha y desconfianza, sean cuales sean las excepciones y
los casos particulares.
H ay dos razones esenciales para esta situación. La prim era, se en­
cuentra en la historia m ism a de estos m ovim ientos. Entre los socialde-
m ócratas y los com unistas, sobre todo después de 1917, existe una larga
historia de áspera rivalidad, particularm ente en Europa. Y tam bién en ­
tre los com unistas y los m ovim ien tos de liberación nacional, ha habido
una larga historia de sospech as m utuas y de incom prensiones, sobre
todo durante la época del gobierno de Stalin. Por otra parte, entre los
socialdem ócratas occidentales y los m ovim ientos anticolonialistas hubo
ig u a lm e n te u n a v ie ja h e r e n c ia d e m u tu a s s u s p ic a c ia s y de
m alentendidos, que tenía su origen en el em pleo del lenguaje de la lu ­
cha de clases por parte de los prim eros, en contra de los nacionalistas
de las colonias.
La segunda razón se vin cu la a la razón de Estado, porque los m ovi­
m ientos, un a vez que llegaro n al poder, adoptaron la opinión de que al
ser ahora ellos m ism os el E stado, tenían ciertos intereses que defender,
com o todo Estado. Pero ese m antenim iento en el poder objetivo, que se
les im pon ía un a vez que lo habían conquistado, no dependía exclusiva
m ente del apoyo de las fuerzas políticas internas, sino tam bién de d e l­
tas fuerzas políticas externas. Así, a partir de ese m om ento, su fidelidad
a la solid arid ad intern acional con otros m ovim ien tos todavía en lu c h a ,
corría el riesgo de im plicar un precio a pagar dem asiado elevado, lo que
hizo que m uchos m ovim ien tos en el poder se batieran en retirada cu
este frente externo, y esto sucedió m uy frecuentem ente. De este mod< >.
los socialdem ócratas y los com unistas, una vez en el poder, han pues lo
en prim er lugar la exigencia de su propia sobrevivencia, por encim a «I<I
im perativo de la solid arid ad internacional. Y todavía m ás, cuando loa
(. * H isto ria y d ile m a s d e los m o v im ie n to s a n tisiste m ic o s

socialdem ócratas del occidente, estando ya en el poder, y ju n to con ellos


los com unistas que com partían tem poral y m argin alm en te esos m is­
mos gobiernos, han tenido que enfrentar a los m ovim ien tos anticolo­
nialistas de sus propias colonias.
La razón de E stado, en verdad, ha llevado a los m ovim ien tos de­
m asiado lejos, presionando por ejem plo a los sociald em ócratas para
que se ubicaran a la cabeza de la cruzada anticom un ista del “m undo
libre”, y a los com unistas, durante los años veinte, para que se concen­
traran sólo en la d efen sa exclusiva del p rim er E stad o so cialista del
m undo, de la U nión Soviética, subordinando toda su actividad a las
exigencias de la política exterior soviética. M ientras tanto, los m ovi­
m ientos de liberación nacional que han llegado al poder, al verse con­
frontados con los sacrificios políticos y económ icos inm ediatos, han
tenido que retroceder respecto de una postura de no alineam iento que
no fuese pura retórica.
A h ora bien, por definición un m ovim iento es antisistém ico preci­
sam ente porque plantea que ni la libertad ni la igu ald ad pueden ser
realidad dentro del sistem a existente, y que por lo tanto es necesario
transform ar com pletam ente el m undo para que exista esa libertad y
esa igualdad. C onsecuentem ente, las m asas m ovilizadas a favo r de es­
tos m ovim ientos pretendían gozar de esa libertad y de esa igualdad,
una vez que la conquista del poder h abía sido alcanzada, o p o r lo m enos
y en todo caso, gozar de un m ucho m ás alto grado de libertad y de igual­
dad. A l principio fue m ás o m enos así, pero con el tiem p o el grado de
libertad y de igualdad efectivam ente alcanzado, ha provocad o por lo
m enos una m uy grande decepción, e incluso en ciertos casos, la situa­
ción en este sentido ha em peorado.
Por otro lado, si el concepto de “libertad” ha adquirido h o y un sentido
más bien retórico, hasta el puntó de ser utilizado tanto por la derecha como
por la izquierda, en cambio el de “igualdad” es un concepto todavía am­
pliamente identificado con la izquierda, con lo cual debería ser en este
ámbito que podríam os esperar encontrar los m ás grandes éxitos de estos
movimientos ya en el poder. Y de hecho, si tratam os de ubicar sus mejores
realizaciones, debem os constatar que ha habido grandes progresos en dos
de los sectores que son particularm ente relevantes dentro del m undo m o­
derno: el de la educación pública, y el de la salud pública. Entonces, en
cuanto al desarrollo de la instrucción gratuita, y a la seguridad social a un
m uy bajo costo, todos los m ovim ientos antisistém icos han logrado gran­
des avances en estas dos ramas de los servicios públicos.
Y sin em bargo, esos progresos no han elim inado las desiguald a­
des, e incluso han acrecentado ciertas de esas d esigualdades y encu­
Im m a n u e l W a ile rste m 6

bierto otras. Y esto, porque dado que en estos terrenos, las posibilida
des de m ejoram iento son siem pre infinitas, existe por lo tanto, todo e
tiem po, u n a cierta penuria social derivada del costo dem asiado alto di
las m ejores posibilidades dadas. Y en este sentido, habrá fatalmente
una lu ch a por ben eficiarse de las ventajas ya adquiridas, lo que har;
que unos pocos puedan asegurarse para sí m ism os una m ejor educa
ción que los otros, o m ejores servicios de salud, gracias a su dinero, o ;
su m ejor conocim iento y costum bre del m ecanism o de estos servicios
o tam bién a partir de sus especiales relaciones. H aciendo un balanct
global, y m ás allá de estos im portantes progresos, no parece que la dife
rencia entre los servicios que eran puestos a disposición de las capa:
superiores de la población, y los servicios que correspondían a las ca
pas inferiores, h aya dism inuido notablem ente com o consecuencia d<
la tom a del poder por parte de estos m ovim ientos.
Si pasam os del sector de los servicios públicos al de la satisfacciói
de las necesidades “fu n d am en tales”, en alim entación, vestido, o aloja
m iento, el resultado es m ás o m enos del m ism o tipo: un progreso ini
cial, y ciertam ente un nivel m ás alto de los beneficios, que se h a manto
nido incluso frecuentem ente, pero que no elim ina el hecho evidente di
la d iferencia que subsiste, entre los ingresos reales de aquellos que es
tán “arriba” y aquellos que están “abajo”, diferencia que efectivam enó
no ha dism inuido, y que incluso se ha acrecentado en varios de esto,
casos.
La peor situación, no obstante, se refiere al ám bito de las liberta
des. Para com enzar, debem os preguntarnos qué es lo que las “mino
rías” ganaron con la tom a del poder por parte de estos m ovim ientos
En este sentido, los socialdem ócratas han sido siem pre m uy ambiguos
H abiendo puesto el acento sobre el rol de la clase obrera en tanto qu<
tal, eran m u y desconfiados frente a las reivindicaciones centradas ei
las cuestiones de la raza, o de la etnia, o de la “nacionalidad”, pues veía i
en ellas instrum entos de d ivisión de la propia clase obrera. N o obstan
te, esos m ovim ientos socialdem ócratas se han visto obligados a salir d
su ind iferencia teórica, m ediante dos tipos de presiones, igualm ent
fuertes.
De un lado, en num erosos países esas “m inorías” constituyen un ele
mentó creciente de las “clases obreras”, y son frecuentem ente su elemci i!i
m ás miserable, el más oprim ido, con lo cual la lógica de la lucha popula
obligaba a estos socialdem ócratas a tom ar posición frente a estos proble
m as “étnico raciales”. De otra parte, los m ovim ientos de derecha en gene
ral, y los neofascistas en particular, han llevado a cabo, abiertamente, un
propaganda racista, lo que como reacción hizo com prender a los sociable
(>-l H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

iliteratas que debían apoyar las luchas de esas “m inorías”. Aunque una
vez. llegados al poder, han seguido el m ism o cam ino que hem os m enciona­
do antes: ciertos pequeños m ejoram ientos iniciales] por lo que se refiere a
la política de inmigración, de la lucha en contra de los “abusos” policíacos,
<le leyes en contra de toda discriminación, etc., pero que son m ejoram ien­
tos y políticas que rápidam ente llegan a su límite. Pues estos lím ites son
impuestos por el m iedo de una com petencia eventual de parte de esas
“m inorías”, m iedo del que es p résala “m ayoría” de la clase obrera, y que se
aviva en los periodos de recesión económica.
¿El cuadro es acaso radicalm ente diferente dentro de los países socia-
listas? En sus inicios, la Unión Soviética dio un gran paso adelante en el
sentido del reconocim iento de las diferencias étnicas y nacionales reales
que existían bajo el antiguo Imperio zarista, al transform ar a este último
en un conjunto federal complejo, con num erosas entidades nacionales dis-
t intas, cada una con plena igualdad de derechos dentro de la federación, y
cada una con derechos plenos tam bién de “nacionalizar” su personal de
las funciones públicas, y de continuar em pleando su propia lengua nacio­
nal. El sistema, en un cierto sentido funcionó bien, pero tam bién aquí se
llegó rápidam ente a límites graves. Uno de ellos, fue la persistente obse­
sión respecto de aquello que las autoridades centrales calificaron de nacio­
nalismo burgués, cuestionándolo duram ente. Com o consecuencia, las au-
loridades étnico nacionales de cada región no podían utilizar sus derechos
más que dentro de ciertas condiciones, com o la de practicar la m ism a po-
Iítica que practicaba el poder central y la de evitar todo “chovinism o” en el
sentido que el poder central daba a esta acusación.
En la práctica, esas unidades autónom as tuvieron que sufrir un
cuádruple control: las “p u rg as” frecuentes, bajo el pretexto de reprim ir
los abusos “n acio n alistas” ; estar siem pre ubicad as en el “núm ero dos”
dentro del aparato del E stado nacional, cuyo núm ero uno estaba siem ­
pre ocupado por un ruso; las lim itaciones de desplazam iento dentro de
la propia U nión Soviética, que m antenían una cierta separación espa­
cial al interior del propio país; y por últim o, la reducción al m ínim o
estricto de los contactos étnico nacionales con los m iem bros de un m is­
mo grupo étnico fuei'a de la propia U R SS. E incluso, en relación a los
grupos que podríam os clasificar com o nacionalidades “so sp ech o sas”,
tales com o los ju d ío s, los tártaros de Crim ea, los alem anes del V olga, o
los ucranianos, ciertas restricciones y represiones han sido aún m u ch í­
sim o m ás duras. A unque con G orbatchov, es cierto que las cosas están
ahora en proceso de cam biar.
Sea lo que sea, el “fed eralism o ” soviético no ha dejado de ser un
gran paso adelante, de otro lado poco im itado en otros países socialis­
Im m a n u e l W a lle rste in (, .

tas, ya que en este sentido no podem os citar m ás que el caso de Yugos


lavia, quien dio a sus propias repúblicas un grado m ás alto de autono
mía, y después tam bién a Chin a y a Checoslovaquia, que lo hicieron
igualm ente bajo distintas form as particulares. Pero en otros países so
cialistas, las “m inorías” no gozaron m ás que de una autonom ía pura
m en te in s titu c io n a l y m u y r e s trin g id a , m ie n tra s q u e la p re sió n
asim ilacionista fue en realidad el factor dom inante.
P o r su lado, los m o vim ien tos de liberación nacional del terco i
m undo h an sido m ucho m enos tolerantes en relación a sus m inorías
étnico nacionales, en las que veían una am enaza a la unidad nacional, v
a su propio m antenim iento en el poder, lo que hizo que la represión st
haya dirigido rápidam ente en contra de ellas.
Si el tratam iento que sufrieron las “m in o rías”, en los países en los
que los m ovim ientos h abían tom ad o el poder, iba desde lo m uy m alo a
lo m ás o m enos equitativo (pero, m u y raram ente, a lo excelente), por lo
que corresponde a las libertades individuales la situación fue m ucho
peor, y los países socialistas, tanto com o los del tercer m undo, están
lejos de ser ejem plares en este dom inio. M ás bien todo lo contrario.
Pues no h a y duda de que esos m ovim ientos han estado confrontados,
desde su llegada al poder, a presiones contrarrevolucionarias reales,
las que frecuentem ente eran apoyadas por fuerzas externas. Pero esos
hechos han engendrado tal cantidad de obsesiones, que se form ó un
sistem a en el que un gran núm ero de ciudadanos se encontraron d<
pronto excluidos de to d a participación posible dentro de los debate
políticos, en donde el acceso a la inform ación era extrem adam ente re
ducido para la m ayoría de las personas, y en donde el poder de la bu n >
cracia ha podido ejercerse sin lím ites y sin ningún control, ju n to al he
cho de que la represión arbitraria ha podido desplegarse en una escala
m uy grande. Así que no sólo las libertades han sido reducidas, sino qm
su propio disfrute se h a repartido de una m anera sum am ente desi)',nal
Para resum ir, podem os decir que la llegad a al poder de los moví
m ientos antisistém icos después de 1945, si bien perm itió realizar <l<
entrada reform as im portantes, con un fuerte apoyo popular, se tradu
jo , conform e iba pasando el tiem po, en u n a profunda desilusión, y iv.li
en los tres dom inios, de la igualdad social, de la libertad política, y <l«• In
solid arid ad internacional. Y esto sucedió un poco, en todos los dial in
tos rincones del planeta.
Los m ovim ientos en el poder han respondido a estas acusara un
d esarrollando tres tipos de argum entos. En prim er lugar, afirm an qm
las “reform as” cum plidas son de cualquier m anera fundam entales v
que bastan para ju stificar su rol histórico. En segundo lugar, según « 11<>s(
fifi H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

las lim itaciones de la igualdad, de la libertad y de la solidaridad, no son


u culpa ni su responsabilidad, sino que son la consecuen cia de las difi­
cultades creadas por los defensores del antiguo statu quo. Finalm ente,
<Iicen tam bién ellos, si estos m ovim ientos contin úan en el m ism o cam i­
no y conquistan el pod er en todavía m ás países- estarán entonces en
capacidad de elim inar com pletam ente a esos defensores de dicho anti­
guo statu quo, y será entonces cuando ellos pod rán cum plir tod as las
prom esas que hicieron de transform ación social.
Pero es claro que un núm ero im portante de los antiguos adherentes
y sim patizantes de estos m ovim ientos, han com enzado a dudar cada
vez m ás de la valid ez de estos tres argum entos, y es por esa razón que
dichos m ovim ientos se encontraron en una situación realm en te difícil
a partir de 1968, situación com plicada que contin úa h asta el día de hoy.

¿ H acia q ue fu tu ro ? El d eb ate so b re
la estra tegia está to d a v ía ab ierto
En la historia de los m ovim ientos antisistémicos, 1968 ha m arcado
un viraje no menos simbólico ni menos fundam ental que el de 1848. Las
derrotas de 1848, les habían enseñado a esos m ovim ientos la lección de
<|iie debían form ar organizaciones sólidas, bien equipadas para una larga
11icha, y capaces de fijarse objetivos sucesivos, de los cuales el prim ero de­
bía ser la conquista del poder del Estado. Pero en 1968 este objetivo había
sido ya am pliam ente conquistado, y esta es la razón por la cual las insu­
rrecciones populares que irrum pirán en esas épocas en Estados Unidos,
en Francia, en Italia, en Checoslovaquia, en Japón, o en M éxico, no lucha­
rán solamente en contra del sistema m undial existente, en contra de la
i vonom ía-m undo capitalista, sino tam bién en contra de los “antiguos” m o­
vimientos antisistémicos que ya habían llegado al poder.
De este m odo, en E stados U nidos, esos m ovim ien tos estallaron
durante el m andato de un presidente dem ócrata, que h abía llevado a
cabo la extensión m ás grande del Estado ben efacto r o E stado pro vid en ­
cia, y la am pliación de los derechos cívicos de los negros, en una m ed i­
da nunca antes realizada en este país. En Francia, fue bajo la p resid en ­
cia de Charles De G aulle, quien si bien no representaba para nada a la
socialdem ocracia, era por lo m enos el sím bolo de la resistencia a los
nazis, y el que había presidido el proceso de la “d escolon ización ” de
Argelia y del A frica negra. En Checoslovaquia, la revuelta se daba en
contra de la realid ad p ersisten te de la estru ctu ra im p erialista de la
Kom intern. Y en M éxico, la sublevación se dio en contra del dom inio
del Partido R evolucionario Institucional, es decir, y com o lo im plica el
im m a n u e i w a u e r s te m O /

propio nom bre de este Partido, en contra del proceso de la institucio-


nalización de la revolución.
Com o es claro, 1968 h a sido derrotado, del m ism o m odo en que lo
h abía sido 1848. Pues cuando m ucho, sólo ciertos pequeños grupos
obtuvieron m om entáneam ente algunas conquistas parciales. Pero en
un sentido m ás profundo, 1968 fue tam bién un viraje, de la m ism a
m agnitud y de la m ism a significación que 1848. Ya que las fuerzas en ­
tonces en el poder, han debido, a partir de ese m om ento, tener en cuen­
ta las exigencias populares expresadas durante este año sim bólico, y
por ende, actuar en consecuencia. Pero el resultado m ás im portante, es
que 1968 h a relanzado el debate en el seno de todos los m ovim ientos -
com o lo hizo tam bién 1848— , poniendo en cuestión el consenso que se
había establecido finalm ente hacia 1880, respecto a que el objetivo prio­
ritario era el de la conquista del poder por m edio de una lucha política.
Pues es precisam en te frente a esta estrategia de m ediano plazo, frente
a la cual 1968 ha establecido una clara ruptura. A sí que h oy nos encon­
tram os en la m itad de un claro debate estratégico, que no sabem os cuán­
do term in ará ni com o se desenvolverá, ni tam poco a qué conclusión
llegará.
Para com enzar, recordem os que las revueltas de 1968 y los “nue­
v o s” m ovim ien tos que nacieron de dichas revueltas, han sido inicial­
m ente d esencadenados por la tom a de conciencia de que los “antiguos”
m ovim ien tos habían fracasado en la consecución de un gran núm ero
de sus objetivos, e incluso, de que ellos habían traicionado esos objeti­
vos, para convertirse, com o se dijo en aquellos tiem pos, en “un elem en­
to que era m ucho m ás parte del problem a, que parte de la solu ción ”, lo
que era un calificativo que se aplicaba a los tres tipos de m ovim ientos
“antiguos” que ya hem os exam inado. Pero la im pugnación frente a es­
tos m ovim ientos antiguos, h a revestido form as m uy diferentes en los
tres “m u n d o s” que hem os señalado, y por lo tanto, ha dado nacim iento
a m uy diferentes tipos de esos “n uevos” m ovim ientos.
En el centro, la im pugnación irrumpió dentro del contexto marcado
por dos procesos esenciales del m undo de la segunda posguerra: a) prim e­
ro, las guerras incesantes de los poderes im perialistas en contra de los
m ovim ientos de liberación nacional, y especialm ente los casos de Argelia y
de Vietnam , y b) el proceso de la desestalinización del movimiento cornil
nista mundial, marcado por el fam oso Informe Rruschev al X X Congrest >
del Partido Com unista de la Unión Soviética, en 1956.
Pero com o las guerras coloniales habían sido llevadas a cabo, di
rectam ente por los gobiernos socialdem ócratas, o con su apoyo, las co ­
sas se presentaban en térm in os de que el actuar de estos gobiernos es
f.H H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

Iaba en com pleta contradicción con los objetivos antisistém icos que ellos
presum ían. A partir de ese m om ento, esta percep ción term in ó por do­
m inar todo el horizonte político de esos países, ocultando y relegando
todo aquello que esos m ism os m ovim ien tos habían realizado para el
bienestar social. Porque entonces las cosas aparecían com o que, du­
rante todo ese tiem po, m uchos hom bres h abían m uerto solo para de­
fender una cultura im perialista, decadente y corruptora.
En la m ism a época y en todo el m undo occidental, la alternativa
“progresista” a los socialdem ócratas, que h ab ían encarn ad o lo s com u­
nistas en el periodo entre las dos guerras m undiales, dejó de ser tal, o
en todo caso lo era cada vez m enos, porque el im pacto im borrable del
stalinism o y de la dom in ación im perial de la U nión Soviética sobre los
países de la E uropa del Este, había term in ad o por opacar su propia
im agen. Y si 1956 fue el año de la agresión im perialista de Suez, fue
tam bién el año de la interven ción sangrien ta de las tropas soviéticas en
Budapest, lo m ism o que del Inform e K ruschev, lo que resulta ser una
com binación de hechos apabullantes.
El m ovim iento de im pugnación y de contestación, no podía enton­
ces m irar ni hacia los socialdem ócratas ni hacia los com unistas, para con­
vertirlos en los portavoces de su cólera y de su com prom iso, en un m o­
mento en el que la guerra im perialista hacía estragos en Vietnam , y en que
una “contracultura” se esbozaba en contra de la sociedad de consum o, a la
vez que no cesaban de crecer las diferencias entre los países llam ados del
Norte y aquellos llam ados del Sur. Y era en contra de todo esto, que se
elevaba la protesta de los estudiantes y de los obreros. Hacía falta crear un
nuevo movimiento. Al principio esta creación era algo tan vago, que se le
llamaba sim plem ente “el m ovim iento”, pero ya en los años setenta se co­
menzó a hablar “de los nuevos m ovim ientos sociales”.
E ste paso del sin gu lar al plu ral es m u y revelad o r de la n a tu ra le­
za de este proceso, en dond e el m o vim ien to, su p o n ien d o que h aya te ­
nido alguna vez un a cierta u n id ad de o rg an izació n , se co n virtió en un
m ovim ien to m ú ltip le, si no es que in clu so fraccio n ad o , en tod a una
serie de m o vim ien tos cen trad o s en to rn o de un tem a p articular: m o ­
vim ien tos de la s “m in o rías é tn ica s”, de lo s “trab ajad o res m ig ran tes”,
m o vim ien tos fem in istas, m o vim ien tos ecologistas, m o vim ien to s p a ­
cifistas, m o vim ien tos de los h o m o sexu ales, fu esen h o m b res o m u je­
res, m o vim ien tos de las perso n as con ca p a cid a d es esp eciales, o de los
viejos, o de lo s ju b ila d o s.
C iertam ente, en todos estos dom inios habían ya existido m ovi­
m ientos desde hace m ás de un siglo, pero el hecho nuevo era que su
actividad m ilitante se encontraba ahora orientada en contra de la h ege­
Im m a n u e l W a lle rste in <v>

m onía socialdem ócrata, antes que cualquier otra cosa. Y si bien cada
uno de ellos tenía su m otivo central de lucha, que parecía ser su única
preocupación, este no era en realidad el caso, porque todos parecían
adm itir, incluso si esto no fue m uy explícito al principio, que todos ellos
eran en verd ad distintos elem entos de un conjunto m ucho m ás amplio,
quizá un poco am orfo, que era un “nuevo m ovim iento social”, en el seno
del cual cada grupo, al d efender sus propios intereses, hacía avanzar la
lucha en torno de los intereses de todos los otros grupos. Esta idea de
una solidaridad m utua se tradujo, prim ero en Estados U nidos y des
pués en Francia, bajo el concepto de una “Coalición A rcoiris”.
Fue m uy distinto el proceso en los países socialistas de Europa del
Este, en donde toda organización de oposición no podía ser más que ilegal,
lo que implicó que la rebelión en contra del orden establecido haya tenid< >
que revestir form as profundam ente diferentes a las que revistió en el caso
del Occidente. Y dado que en todos esos países el marxismo, o más exacta
mente, el marxismo-leninismo, era la ideología oficial, la protesta y la con
testación no podían hacer uso de ese marxismo en tanto que lenguaje an
tisistémico. Por el contrario, en el Occidente, los movimientos podían siem
pre continuar siendo por lo menos marxisantes, aún cuando no lo fueran
nunca en el sentido que se le daba a esta ideología por parte de los social
dem ócratas o de los comunistas.
Si en el O ccidente, los nuevos m ovim ientos asum ieron la defensa
de los grupos populares olvidados, tales com o el sem iproletariado étni
co, las m ujeres, los hom osexuales, los viejos, en el Este, en cam bio, ellos
definieron com o el objetivo de sus ataques a los nuevos privilegiados,
com o los burócratas de l a Nomenklatura, o los cuadros del partido, o la
policía, etc. Así que los prim eros síntom as de la aparición de una frac­
tura dentro de este sistem a, fueron las tentativas de las prudentes re
form as em prendidas desde arriba, y que el nom bre de K ruschev basta
para resum ir y sim bolizar. Pero los dirigentes se dieron cuenta rápida
m ente de que era dem asiado peligroso dejar salir a los dem onios, y
m antenerlos bajo control, así que la tentación de regresarlos a su anti
guo lugar, lo más rápidam ente posible, fue dem asiado grande, y termi
nó por im ponerse.
Pero por su lado, los m ovim ientos antiburocráticos del Este tuvie
ron m uchos problem as para inventarse una form a de organización ade
cuada, e incluso hasta h o y no lo han logrado todavía. Fuera de las tenta
tivas de reform as desde arriba, del tipo Kruschev o tam bién del tipo
Gom ulka, podem os contar sólo cuatro grandes esfuerzos encam inados a
tratar de cam biar esta situación. El prim ero en términos de tiempo, tuvo
lugar en Hungría en 1956, en donde el reform ism o de la cúspide cedió
7() H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

i ápidam ente el lugar a una insurrección popular, que quería la instaura­


ción del m ultipartidism o, y que buscaba eventualm ente separarse del
conjunto del bloque del Este, lo que provocó que ese m ovim iento fuese
aplastado.
El segundo fue el decenio de la R evolución Cultural China, desde
i<)66 hasta 1976, que tom ó la form a de una lu ch a entre dos grupos al
interior del Partido Com unista, aquellos que se au tonom braban p arti­
darios de la “vía socialista”, en contra de aquellos que los prim eros ca-
Iificaban com o partidarios de la “vía capitalista”. A l princip io tuvo éxito
<'I prim er grupo, e instauró su propia “época del terro r”, p ara vivir m as
adelante su propio “T h erm idor”. El tercero fue la tentativa de instaurar
en Checoslovaquia, en 1968, un “socialism o con rostro h u m an o ”, en
donde la dirección del m ovim iento correspondió a los nuevos d irigen ­
tes del Partido Com unista, los que lo condujeron un poco en contra de
la propia dirigencia encarnada por ellos m ism os, pero tam bién en con-
l ra del predom inio de la U nión Soviética dentro de la vid a del país. D es­
graciadam ente, es im posible saber lo que habría podido gen erar esta
fórm ula original, porque el intento fue tam bién aplastado por el ejérci­
to soviético.
O tra variante del m ovim iento se d esarrolló en Polonia, en 1980,
con la aparición de un sindicato independiente —ind ep end iente del Par-
Iido Com unista, naturalm ente, pero tam bién independiente de todo ob-
jct ivo de conquista del pod er del E stado— , y este fue el caso del Sind i­
cato Solidaridad, que com batía por una reform a desde abajo, y que ter­
minó revelándose com o la estructura antisistém ica m ás sólid a dentro
de toda la zona del Este. En efecto, y m ás allá de la prohibición de su
existencia en 1983, el Sindicato “Solidaridad” ha sobrevivido efectiva­
mente en tanto que m ovim iento antisistém ico. A estos cuatro esfuer­
za>s, vale la pena agregar la em presa m ism a de G orbachov, la que n ece­
sitará de un cierto tiem po para desplegar todos sus efectos, sin que p o ­
dam os por ahora saber si ella perm itirá de u n a m anera durable, la ins-
lauración de una verdadera vid a política pública.
Por su parte, los m ovim ientos antisistém icos del tercer m undo
tienen un tipo totalm ente diverso de preocupaciones. Lo que ellos han
puesto en cuestión, por encim a de todo, es la asim ilación cultural a los
valores “universalistas” del O ccidente, rasgo que se encuentra p resen ­
te, según ellos, en los m ovim ientos de liberación nacional que han lo­
grado llegar al poder. Y es posible que esta característica hubiese sido
aceptada, si esos m ovim ientos hubiesen sido capaces de presen tar un
balance satisfactorio de logros y conquistas sociales, pero este no ha
sido para nada el caso. La m iseria, la su b o rd in ació n a las p olíticas
Im m a n u e l W a lle rste in /

neocoloniales, la em ergencia de nuevas capas de privilegiados, son to ­


dos elem entos que conducen a dudar de las prem isas de estos m o vi­
m ientos históricos, e incluso de los m ás “radicales” .
Y es m uy grande el núm ero de estos nuevos m ovim ientos del tercer
mundo, que han revestido una form a religiosa, con los “integrism os” o
“fundam entalism os” múltiples del Islam, pero tam bién del budism o, del
hinduism o, del judaism o, del cristianismo, y todos ellos desplegando polí­
ticas que son profundam ente ambiguas. Ciertamente, en Am érica Latina,
la T e o lo g ía de la L ib e ra c ió n se p re se n ta h o y co m o a b ie rta m e n te
antisistémica. Pero en Irán, por ejemplo, o en otras partes, el Jom einism o
parece oscilar violentam ente entre ciertos tem as antisistémicos y otros que
son m uy explícitam ente reaccionarios. Es m uy posible, no obstante, que
esta form a religiosa sea pronto trascendida por esos movimientos, al verse
colapsada por sus propias contradicciones, como en su momento fue tras­
cendida tam bién la form a de la Revolución Cultural China por ese mismo
motivo.
T am bién hem os visto flo recer num erosos m ovim ientos com uni­
tarios, tanto por ejem plo en Brasil com o en la India. En todo caso, y
m ás allá de esta variedad de form as, los esfuerzos por construir nuevos
géneros y nuevos tipos de m ovim ientos dentro del tercer m undo, está
destinada a continuar, y es probable que esos m ovim ientos sigan creán­
dose, por lo m enos en parte, en torno de este tem a del rechazo del “uni­
versalism o ” occidental, incluyendo a veces tam bién a su propia versión
m arxista.
En total, en m uy poco tiem po, y esencialm ente después de los años
sesenta, en lugar de tres tipos de m ovim ientos antisistém icos tenem os
ahora seis, que incluyen a los tres tipos antiguos, m ás los nuevos m ovi­
m ientos sociales en O ccidente, los m ovim ientos antiburocráticos en el
Este, y los m ovim ientos en contra de la occidentalización en el tercer
m undo. Cada unos de estos m ovim ientos es m uy crítico respecto de los
otros cinco, pero continúa h abien do ciertos tem as com unes a los tres
tipos de m ovim ientos antiguos, y otros que son com partidos por los
tres tipos de m ovim ientos nuevos.
T am bién los m ovim ien tos antiguos han respondido a las críticas
form uladas en contra de ellos por parte de los nuevos m ovim ientos,
cada uno dentro de su propia zona de influencia. A sí, los socialdem ó-
cratas han postulado que las exigencias de los nuevos m ovim ientos so ­
ciales son poco razonables y que corren el riesgo de am enazar las con­
quistas de una lucha de m ás de un siglo, dentro del ám bito de lo social.
Los com unistas han acusado tam bién a los m ovim ien tos antiburocráti­
cos, de am enazar la estabilidad del Estado, y de poner en peligro todo el
H is to ria y d ile m a s d e los m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

<■<>iubute m undial en contra del sistem a capitalista. Por su lad o, los na-
cionalistas del tercer m undo ya en el poder, h an acusado a esos m o vi­
m ientos en contra de la “o ccid en talizació n ”, de sabotear las p o sib ilid a­
des de transform ación económ ica, y de llevar a cabo una acción que
sólo puede desem bocar en el estancam iento de la sociedad.
Y esto no es todo, porque cada uno de esos nuevos m ovim ien tos
e s m uy crítico en relación a los otros dos tipos de nuevos m ovim ientos,
los que generalm ente son acusados de u n a suerte de provincianism o,
e s decir, de no ocuparse m ás que de los intereses particulares de su
i -'spectiva zona de influencia. Y cada uno de estos nuevos tipos, es igual­
mente m uy crítico respecto de los dos tipos antiguos que actúan fuera
de su zona, acusándolos de no ser auténticam ente antisistém icos, y de
Imscar negociar con el grupo en el pod er en su área respectiva, en lugar
(le darle apoyo a los nuevos com bates antisistém icos. Y finalm ente, cada
Iipo antiguo es m uy crítico de los nuevos m ovim ien tos fu era de su zona,
porque ellos no han adoptado su propio m étodo para com batir al tipo
mil iguo de m ovim iento que se encuentra ubicado en su respectiva zona.
Kn resum en, con estos seis tipos de m ovim ientos, se tiene la im presión
de asistir a una suerte de guerra de todos contra todos, en donde no
obstante, cada uno de los adversarios parece ten er de su lad o argu m en ­
tos m ás o m enos convincentes...
Pero tam bién existen ciertos trazos com unes, en cada uno de es­
tos dos grupos de m ovim ientos, constituido cada uno por una tríada.
Por lo que corresponde al grupo de los antiguos m ovim ientos, hem os
visto ya que ellos tienen en com ún la estrategia fund ad a en el objetivo
de la conquista del poder del Estado, antes que nada y por encim a de
l (ido, y luego, la transform ación social com o una consecuen cia ulterior
de esa conquista del poder. Y ya hem os visto tam bién que esta estrate­
gia logró conducir a ciertas reform as, sin duda, pero que m ás adelante
condujo siem pre tam bién a claros impasses.
A h ora bien, es precisam ente el rechazo de esta estrategia lo que
constituye el trazo com ún de los “n uevos” m ovim ientos, expresado en
algunos com o un cierto escepticism o, y en otros com o una denegación
explícita de toda legitim id ad y toda eficacia de esta estrategia. De ma-
i icra que cuando los “antiguos” m ovim ien tos dem andan que se les deje
más tiem po para exten der su acción, a todo lo largo y ancho del p lan e­
ta, para que los problem as actuales pued an ser realm ente resueltos, los
nuevos” m ovim ientos les responden gritando: ¡Ya Basta! Porque estos
nuevos m ovim ientos no quieren ya seguir sacrificando el presente en
aras del futuro. Es necesaria entonces una nueva estrategia, dado que
la antigua ha fracasado. Pero ju stam en te los “n u evos” m ovim ientos,
Im m a n u e l W a lle rste in 7.1

hasta este m om ento, no han logrado elaborar aún esta nueva estrate­
gia, de u n a m anera clara y convincente.
Y es aquí que reside la “crisis” de los m ovim ientos antisistém icos,
en el hecho de que en el lugar de la estrategia de los “antiguos” m o vi­
m ientos, cuyos logros se han revelado finalm ente com o bastante equí­
vocos, los “n u evo s” m ovim ien tos no han podido todavía inventar una
estrategia alternativa viable, y en consecuencia, h an sido hasta h oy in ­
capaces de m ovilizar un apoyo de m asas organ izado y durable.
¿Es posible avizorar la resolución de esta crisis? Al respecto, debe­
mos hacer notar un dato positivo: el hecho de que 1968 y sus diversas
consecuencias, han tenido un efecto hasta cierto punto purificador sobre
todos los movimientos. Antes de esta fecha de 1968, se vivía entre esos
m ovimientos una atmósfera de violentas denuncias mutuas, y de guerras
fratricidas, tanto en los antiguos como en los nuevos. Pero después de 1968,
la rigidez ideológica de los dogmatismos, antiguos o nuevos, de los unos y
de los otros, ha sido quebrada. Para los antiguos, a partir de la dura crítica
de los nuevos, y para los nuevos, por sus propios fracasos. De tal suerte, se
abrió un espacio para la reflexión sin anatemas.
Por eso en los años ochentas, hem os asistido a las prim eras discu­
siones serias entre estos m ovim ientos, constatando que la arrogancia
de cada uno de ellos había bajad o de nivel —sin que eso quiera decir que
todas las desconfianzas han d esaparecid o— , en la m edida en que todos
ellos retorn an hacia su h eren cia com ún. Y se entiende que esta h eren ­
cia consiste, en el rechazo de todas las injusticias del sistem a existente,
de la econom ía-m undo capitalista, y que eso hace que cada uno de ellos
intente realizar plenam ente el slogan de la R evolución Francesa: Li­
bertad, Igualdad, Fraternidad.
C iertam ente estas consignas han sido com prendidas, frecu ente­
m ente, en un sentido dem asiado estrecho, pero finalm ente los m ovi­
m ientos que las han invocado han tenido un gran apoyo popular, y lo
han tenid o porque ellos eran antisistém icos. Porque en la m edida en
que ellos h an dejado de ser antisistém icos, han perdido su legitim idad,
haciendo n acer y suscitando de inm ediato la oposición en contra de
ellos.
Lo que nos m uestra en qué dirección es necesario que avancemos:
primero, hacia la creación de una fam ilia de m ovim ientos antisistémicos,
en el seno de la cual habrá lugar para cada uno de los seis tipos existentes.
Esta fam ilia deberá ser una especie de coalición, que no repose para nada
sobre una centralización fuerte, lo que implicaría fatalmente la hegem onía
de un cierto tipo de movim iento sobre los restantes. 1)e otro lado, cada uno
de esos seis tipos de m ovim iento incluye en su seno a personas o a elemen
• 7 1 H is to ria y d ile m a s d e los m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

I<).s que no son antisistémicos, y que deberán irse, pero no a partir de una
d ecisión que los exclu ya, ni de “p u rg a s” , que re sta u ra ría n el viejo
(logmatismo de antaño. M ás bien ellos se irán por sí;mismos, en la m edida
en que cada uno de estos m ovimientos, o la fam ilia de m ovim ientos en su
conjunto, vayan reafirm ando concretam ente y en su acción práctica su
compromiso real de transform ación del sistem a existente, en el sentido de
la creación de un nuevo orden mundial, fundado a partir de la fórm ula de
la Revolución Francesa.
Dos grandes tareas se im ponen, entonces, a esta fam ilia de m ovi­
m ientos, digam os para los próxim os vein te años. La prim era es la de
reflexionar concretam ente sobre los objetivos de largo plazo, es decir
sobre lo que significa en el plano de las instituciones, la creación de ese
nuevo orden m undial. ¿Es esto una utopía? Puede ser. Pero d efinir m ás
claram ente nuestra utopía, podría acercar m ás estrecham ente a esos
diferentes tipos de m ovim ientos, ayudando a sup erar sus d esconfian­
zas m utuas, e im pulsan do la partida de las personas que no quieren
asum ir una postura y un com portam iento de verd aderos adversarios
resueltos del actual sistem a capitalista im perante.
La segunda tarea consiste en rep en sar la estrategia interm edia, lo
que no será fácil porque no existe ninguna fatalid ad que h aga in evita­
ble la realización de los objetivos a largo plazo. Pues incluso si el siste­
ma está condenado por sus propias contradicciones —y yo creo, por mi
parte, que esto es posible dem ostrarlo— , de ello no se sigue que su su­
cesor será un sistem a necesariam ente m ejor, porque dicha m ejoría p ue­
de darse o puede no darse. A sí que si ese sistem a m ejor debe ser alcan­
zado, eso sólo se hará a partir de una decisión social colectiva, y para
ello h abrá que llevar a cabo un com bate real en torno de esta decisión,
un com bate que ya ha com enzado. Y es la elección de esta estrategia
i nterm edia, por parte de esos m ovim ientos, la que va a d eterm in ar en
gran m edida en qué dirección se orientará la transición de nuestro sis­
tem a social actual hacia otro sistem a distinto.
A quí el problem a es fund am entalm ente político. Porque la estra­
tegia adoptada en el siglo XIX, y centrada en torno de la conquista del
poder del Estado, reposaba sobre la percepción de que ese E stado era el
sitio de un verdadero poder, cuyo despliegue com o poder estatal era
evidente. Esta idea estaba lejos de ser falsa. El Estado, en su papel de
tnonopolizador de la “violen cia legítim a” según la expresión de M ax
W eber, ha extendido cada vez más su cam po de acción, y hasta h oy no
ha retrocedido nunca ni ha reducido este papel.
N o obstante, ahora hem os aprendido que el Estado tiene m ucho
m enos poder del que aparenta, y hem os tenido que asum ir el hecho de
Im m a n u e l W a lle rste in /r>

que todos los gobiernos revolucionarios, uno después de otro, han ido
descubriendo la enorm e cantidad de cosas que su Estado individual no
podía hacer, aún cuando d etentara ese fam oso m onopolio de la vio len ­
cia legítim a. Porque todos esos revolucionarios en el poder, se han en ­
frentado a los lím ites im puestos “desde afuera”, o dicho de otra m ane­
ra, a las presiones político m ilitares de los otros Estados, sea directa­
m ente pero tam bién indirectam ente, es decir, de las presiones reales
de las otras fuerzas que trascienden a sus fronteras. Y tam bién se han
visto confrontados a los lím ites im puestos “desde adentro” : a los in te­
reses privados y colectivos de los cuadros del régim en, que proseguían
en la bú squ ed a de sus propios fines, al som eterse, de grado o por la
fuerza, a la lógica m ás global del sistem a m undial del cual ellos seguían
siendo parte; pero tam bién, a los intereses de otras clases, las que in ­
cluso cuando no había otros partidos fuera del único partido gobernan­
te, encontraban las vías y los m edios para expresarse y para lograr pre­
sionar en contra de esos Estados.
Pero entonces, y si m ás allá de su im portancia, la conquista del
poder del E stado no puede ser la clave de todo ¿cuáles son los objetivos
a m ediano plazo que pued en fijarse los actuales m ovim ientos antisisté­
m icos? Podríam os com en zar por reconocer que existen otros lugares y
otros espacios de poder, distintos al Estado, aún cuando este ocupa un
espacio y un lugar de gran dim ensión. Por ejem plo, el control de los
recursos económ icos, es otro de esos espacios. D espués, com o nos lo ha
recordado siem pre G ram sci, existe el dom inio de las instituciones cul­
turales, adem ás de todo un conjunto de estructuras institucionales no
estatales: com o la prensa, la escuela, la asistencia pública, los sindica­
tos, las asociaciones. T am bién, y m ás allá del poder central, existe el
poder de las colectividades locales. A sí que si tenem os en cuenta este
aspecto difuso del poder concreto, entonces verem os que la conquista
del pod er por parte de la fam ilia de estos m ovim ientos antisistém icos,
im plica m ucho m ás que esa sola conquista del poder del Estado. Esta
conquista, si bien no es secundaria en im portancia, puede ser tal vez
una conquista posterior en cuanto a la sucesión cronológica. Y es p o si­
ble que, a diferencia de lo que habíam os creído, sea m ás bien la con
quista de todo el resto de lo s espacios el que sea la clave del control del
Estado, y no a la inversa.
E n cualquier caso, nuestra estrategia debe reposar sobre una vi
sión global, m ás allá de la solidaridad internacional puram ente verbal
que fue vigen te hasta hoy, visión global que construya realm ente una
política en escala m undial que sea efectivam ente puesta en práctica por
todos lo s m ovim ientos antisistém icos. Esta es una tarea que queda aún
7f> H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ic o s

por construir, pero es quizá una condición n ecesaria de la n ueva estra­


tegia, porque h o y hace falta una acción efectiva en la dim ensión de una
política realm ente m undial. i
A partir de ahora, un diálogo se h a estab lecid o ya entre lo s m o ­
vim ientos, y no es absu rd o p en sar que ese d iálo go d esem b o ca rá en un
nuevo acuerdo, con cern ien te a la cu estión de la estrategia. Se tra ta
m enos de un “nuevo pu n to de p a rtid a ” que de un an álisis crítico de
las experien cias pasad as y de las d erro tas p resen tes, p a ra lo g ra r p re ­
servar las conquistas ya alcan zad as d entro de las lu ch as del perio d o
1850-1950, y para agregarles a ellas u n a d o sis im p o rtan te de las n u e­
vas perspectivas derivadas de las experiencias posteriores a 1945. Quizá
esta com bin ación pu ed e ser b astan te eficaz.

A la o rd en d el d ía de lo s m o lim ie n to s ...

Los antiguos m ovim ien tos habían extraído, a partir de la expe­


riencia de la derrota de las insurrecciones espontáneas de 1848, la lec­
ción de que la transform ación social exigía la construcción de fuertes
o r g a n iz a c io n e s . P o r el c o n tr a r io , lo s n u e v o s m o v im ie n to s , al
posicionarse en contra de los “antiguos”, que a sus ojos h abían fracasa­
do, han puesto en cuestión el m odelo de este tipo de organizaciones.
Pero, después de 1968, se ha hecho evidente que no era tan fácil encon-
Irar nuevas form as de organización, que se adaptaran a estos nuevos
m ovim ientos. Pues la euforia de 1968 duró solam ente algunos años, y
m uy rápidam ente fue seguida de un m om ento de confusión, de incerti-
clumbre, e incluso de desconcierto. A unque esto no fue totalm en te ne­
gativo, com o lo hem os visto ya, porque provocó com o su consecuen cia
principal la de la reap ertura del debate y de la reflexión en el seno de los
m ovim ientos, y tam bién fuera de ellos.
¿Qué es lo que resulta entonces de todo esto, para la acción po líti­
ca concreta en el corto plazo?

1. El prim er objetivo, debería de ser el de la repolitización de las


liases de m asa de estos m ovim ien tos, e incluso tam bién de sus propios
cuadros. El fastidio que ha sido engendrado debido a la vio len ta crítica
di' los “antiguos” m ovim ien tos por parte de los “n u evo s”, sum ado al
1lebilitam iento y a la desaparición de m uchos de esos nuevos m ovim ien­
tos, y tam bién el hastío frente al nuevo tipo de organización, se m anifestó
I>or el abandono de la vida militante de parte de num erosos m iem bros de
los d istintos partidos y asociaciones. Es cierto que siem pre ha habido altas
y bajas en la participación de los m ilitantes activos, pero el escepticism o
Im m a n u e l W a lle rste in 77

imperante actual es infinitam ente más profundo, en razón de la “crisis”


misma de todos estos m ovimientos.
Pero ahora el balón está dentro de su propio cam po. H ace falta,
sin ninguna duda, repensar el propio tipo de organización interna de
estos nuevos m ovim ientos. Porque si los “nuevos” m ovim ientos se es­
bozaron en contra de las estructuras fuertem ente jerarquizadas y casi
m ilitares de los “antiguos” m ovim ientos, tam bién es cierto que ellos
m ism os tendieron a reprodu cir dichas estructuras en el curso de los
años setenta. De otro lado, la tenden cia am orfa, hostil a todo tipo de
dirección, de ciertos m ovim ientos, tal y com o fue el caso de los V erdes
alem anes, por lo m enos en sus com ienzos, se m ostró ya com o clara­
m ente ineficaz, siendo, a final de cuentas, otra de las fuentes de d ecep­
ción y de despolitización.
El problem a reside entonces en crear form as de participación que
eviten, tanto el escollo del centralism o míticam ente “dem ocrático”, como
también el de la hostilidad plebeya frente a todo tipo de dirección posible.
Y este problem a no podem os resolverlo ubicándonos en el exclusivo terre­
no técnico de la organización, porque el está estrechamente ligado a la
cuestión del program a efectivo: si se trata claramente de buscar la trans­
form ación social radical, por medio de la persuasión y de cam biar el orden
existente en todos los niveles, y tam bién desde la esfera de las colectivida
des locales hasta el plano del Estado, incluyendo adem ás cambios igual
mente profundos en los ám bitos de la cultura y del conocimiento, enton
ces las nuevas form as de organización que debem os inventar, tienen que
dejar vastos espacios libres para la discusión interna, siendo formas que
actúen además sobre más largos periodos de tiempo, lo que aclicionalmentc
supone una gran m adurez de parte de todos sus adherentes.
Pareceríam os estar frente a un círculo difícil de rom per. Y a que
no puede haber transform ación social real sin una repolitización igual­
m ente real. Pero no puede haber tam poco un com prom iso político sig­
nificativo, sin la reconstrucción de las form as de organización. Al m is­
mo tiem po, parece que no es posible esa reconstrucción organizativa,
m ás que en función de u n a acción real de transform ación social que
haya sido ya em prendida, y que se encuentre ya en curso.
2. El segundo objetivo urgente: la construcción de un nuevo
m a de conceptos para com prender los propios procesos de transform a
ción social. Los antiguos m ovim ientos, representantes de la visión del
siglo X IX , e inspirados en los ideales de la R evolución Francesa, habían
conservado com o parte de la herencia de la Ilustración la idea del p ro ­
greso necesario de la hum anidad. A esto se agregaba el valor creciente
que se otorgaba a tres fenóm enos: la dinám ica de la producción indus
7H H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ie o s

Irial, la autoafirm ación de la burguesía, y el sentim ien to nacional, en


tanto encarnación de un pueblo que afirm aba su;“so b eran ía”.
Este conjunto de opciones políticas im plicaba una cierta m anera
de elaborar la teoría política: una teo ría que estaba centrada en el p o s­
tulado de que cada Estado soberano - o por lo m enos, los que se habían
edificado al interior de “naciones h istó ricas”, para retom ar una expre­
sión de M arx, que por otro lado no es d em asiado afortun ada— , refleja­
ba en su propio desarrollo un m odelo u niversal de tran sform ación so ­
cial, que correspondía a un cierto nivel de la evolución tecnológica. Se
adm itía igualm ente que las etapas de esta transform ación estaban m ar­
cadas por episodios de transición dram áticos, o dicho de otra m anera,
por “revoluciones”, y que en el m undo capitalista el conflicto central
había sido el del acceso al poder de una bu rgu esía que luch aba en con-
t l a de la aristocracia.
No hace falta regresar aquí sobre la elaboración com pleja que sufrie­
ron todos estos postulados iniciales, ni tam poco sobre el m odo de em pleo
de esas premisas por parte de los tres tipos de m ovim ientos antiguos, y
*.i )bre cómo esto determinó sus estrategias a m ediano y a corto plazo. T am ­
poco sería especialm ente útil recordar com o sus prácticas políticas, se
imbricaron con las teorías abstractas de las nuevas disciplinas, clasifica­
das bajo la rúbrica de ciencias sociales o históricas. Nos basta, en cambio,
constatar que la historia desmintió las previsiones fundadas sobre esos
postulados, y especialm ente sobre tres puntos esenciales.
En prim er lugar, el punto que afirm aba que operaba realm ente una
fuerza que tendía hacia la hom ogenización del m undo entero, lo que si se
¡isumía como teoría explicativa, nos conducía a pensar que a la larga todas
I.is partes del m undo deberían convertirse en partes m uy sem ejantes entre
■.i. Esta hipótesis se reveló como dram áticam ente falsa, porque por el con-
l rario, la realidad que ha prevalecido ha sido la de una extrem a polariza­
ción en escala mundial, y no solamente en térm inos de riquezas sino tam-
I>ién de estructuras. Así, desde el principio de los años sesenta, en lugar de
esta previsión teórica de la hom ogenización, se com enzó a afirm ar la vi­
sión de un “desarrollo del subdesarrollo” según la célebre fórm ula de André
( Kinder Frank.
Un segundo punto, era el que preveía tam bién un proceso isomorfo
(le hom ogenización al nivel de cada Estado, tom ado aisladam ente: los di­
versos particularism os de raza, de religión, de etnicidad, etc., desaparece­
rían o s e ría n su p e ra d o s, no sie n d o e n to n c e s m ás q u e p e q u e ñ a s
sobrevivencias de un m undo prem oderno. Todos ellos serían reducidos
dentro del marco de una población unificada, cuya unidad quedaba garan-
l izada por el concepto jurídico de ciudadanía. Y si debían, sin embargo,
im m a n u e i W a ü e rste m /y

perm anecer algunas divisiones dentro de un mismo pueblo, esas no po­


drían ser más que divisiones “objetivas” de las propias clases, las que pre­
cisamente deberían desaparecer como efecto de la transform ación social,
que debía superarlas.
Pero una vez m ás, la realidad de la historia fue dram áticam ente
diferente, m ostrando por el contrario un claro increm ento de esos “par­
ticularism os”, que provocaron, por ejem plo, que el racism o bajo todas
sus form as se convirtiera en una realidad central de todos los Estados
del m undo. Y el sexism o nos parece h o y com o una realidad igualm ente
paralela y extendida que el racism o, y es algo que no ha decrecido para
nada. A partir de entonces, desde los años sesenta, la previsión teórica
según la cual sólo la clase era una base significativa de estratificación
de una nación determ inada, ha sido cuestionada: ahora se le opone con
in siste n cia la igu a l im p o rta n cia de esas d ivisio n es de raza y de la
etnicidad, del sexo, diferenciaciones que en las situación actual apare­
cen a veces com o m ás significativas que las propias divisiones de clase.
La tercera previsión anunciaba que con el “deterioro” creciente
de la situación del m undo, los grupos oprim idos en el planeta entero, se
verían cada vez m ás cond ucid os a defender sus derechos por m edio de
u n a lu c h a m ilita n te , y a c o m p r o m e te r s e en d is tin ta s a c c io n e s
insurrecciónales, ideas que han m ostrado no ser m ás que parcialm ente
ju stas, en el m ejor de los casos. Pues la intensa actividad m ilitante y las
num erosas insurrecciones de los ciento cincuenta últim os años, no han
tenido en su desarrollo una trayectoria lineal, sino m ás bien acaso cícli­
ca, o por lo m enos curvilínea. A sí que hoy, de cualquier m anera, no
podem os apostar a un fuerte crecim iento de las insurrecciones futuras
en los próxim os decenios.
V em os que la teoría política del siglo X IX se encontró en proble­
m as en varios de sus puntos esenciales, particularm ente en lo que se
refiere a sus predicciones. A partir de este hecho, los m ovim ientos anti-
sistém icos que pretendan obtener éxitos de alguna im portancia, en los
próxim os decenios, están obligados a revisar y a elaborar de nuevo los
conceptos básicos de nuestra teoría política, lo que no es para nada una
tarea pequeña. El proceso ha com enzado ya, y en buena parte, han sido
esos “n uevos” m ovim ientos los catalizadores del m ism o. Pero queda
todavía m uchísim o por hacer, en esta específica dirección.
3. El tercer objetivo es el del reencuentro de los seis tipos de m
vim ien tos antisistém icos, en el seno de una “fam ilia” m undial de todos
los m ovim ientos. Y la palabra fam ilia no h a sido elegida aquí al azar,
porque si bien sabem os que los m iem bros de una m ism a fam ilia no
están necesariam ente siem pre de acuerdo, y si es claro que los vástagos
K<> H is to ria y d ile m a s d e lo s m o v im ie n to s a n tisisté m ie o s

de la misma, cuando se convierten en adultos, siguen cada uno su pro­


pia ruta según lo que ellos ju zg a n que es m ejor, no obstante perm anece
el hecho de que todos ellos son m iem bros que com parten una historia
en com ún, y ciertos valores com unes, y que afirm an al m ism o tiem po
un cierto sentido com unitario, especialm ente frente a person as h o sti­
les ajenas a ellos.
Para traducirlo en térm in os concretos, este objetivo im plica, por
parte de los m ovim ientos existentes, varias exigencias específicas. Para
com enzar, les será necesario em prender conscientem ente y con u n a cla­
ra apertura de espíritu, el esfuerzo de com prensión de los otros m ovi-
icientos, con su historia, sus prioridades, su b ase social y sus p reocu p a­
ciones inm ediatas. Para lo grar esto, será necesario evitar tod o tipo de
desbordam ientos retóricos. Lo que no sign ifica que cada uno deba de­
ja r de expresarse francam en te con los otros, e incluso públicam ente,
sino m ás bien que la discusión debe ser siem pre u n a discusión frater­
nal, entre cam aradas, fund ad a sobre el reconocim iento del objetivo co ­
m ún unificador de todos ellos, es decir, la lu ch a por un m undo relativa­
m ente dem ocrático y relativam ente igualitario.
Tam bién, los m ovim ientos deberán consagrar m ucho m ás energía
que la que consagraban en el pasado, a la negociación entre ellos mismos.
Pues en la m edida en que hayan tom ado conciencia de que el cam bio por
el cual ellos com baten no será un brusco atardecer apocalíptico, sino más
bien un proceso de larga duración, entonces aprenderán a concentrar m e­
nos energía en torno de las tácticas inm ediatas, para em plear m ás de esa
energía en la construcción de trincheras en un proceso de m ediano plazo.
En este contexto, el trabajo de la diplom acia entre los propios m ovim ien­
tos, se convertirá en un gasto de energía beneficioso, que hará posible la
combinación de saltos audaces hacia delante, en ciertos m om entos, con
otros tiempos de consolidación estructural, dentro del camino de una trans­
form ación progresiva de todo el sistema.
4. El cuarto objetivo debe ser la “desghettización” de los m ovim ien­
tos. M ucho más que en cualquier m om ento del pasado, tenem os ahora
una m ultiplicidad de m ovim ientos en el conjunto del m undo, cada uno
con su base social específica, y cada uno consolidándose en la m edida en
que refuerza la conciencia social de su grupo de base, y por lo tanto, un
cierto sentim iento de “separatism o”. Y no h ay duda alguna de que se trata
de un factor clave de la politización de los oprimidos, porque el trabajo
político no puede arrancar más que desde el lugar en el que se encuentran
las propias personas. Entonces, este trabajo se realiza en torno de los pro­
blemas que tienen un sentido para esos hom bres y esas m ujeres, dentro de
su vida corriente, dentro de su atm ósfera habitual.
Im m a n u e l W a lle rste in 8 1

En este sentido el “separatism o” del que hablam os es una vía ne­


cesaria de la tom a de conciencia social, de la com prensión de las es­
tructuras opresivas reales. Pero este “separatism o” debe ser consid era­
do, solam ente, com o una trinchera provisional ganada, pero no com o
una solución definitiva.
Y eso, no solam ente porque ningún grupo particular, “por sep a­
rado”, puede alcanzar sus propios objetivos, sino porque es m ás bien lo
contrario lo que se ha dem ostrado siem pre en el largo plazo. La trans­
form ación antisistém ica exige alianzas, y no puede ser llevada a cabo,
m ás que a condición de establecer esas alianzas en el m ediano plazo.
O bviam ente, todos los m ovim ientos están siem pre dispuestos a llevar a
cabo ciertas alianzas tácticas en el corto plazo, pero las alianzas estraté­
gicas en el m ediano plazo son una cosa totalm ente distinta. Sin em bar­
go, este es uno de los aspectos fundam entales de la diplom acia entre
los propios m ovim ientos, la que es precisam ente el sujeto que debe cons­
truir dichas alianzas.
Por lo que se refiere a este proceso de “desghettización”, es n ece­
sario recordar que no se trata aquí de clasificar los m ovim ientos en
“u n iversalistas” y “particularistas”, en la m edida en que todos los m ovi­
m ientos existentes hoy, son en un cierto sentido una especie de ghetto.
Entonces cada uno de ellos debe salir de su ghetto, para tratar de cons­
truir la ya antes m encionada “fam ilia” de los m ovim ientos, es decir, la
alianza de los m últiples grupos de todos los oprim idos a lo largo y an ­
cho del m undo.
5. Podría creerse que no he hecho m ás que predicar verdades
dentes: la exigencia de una repolitización, y tam bién de una reconcep-
tualización, la construcción de una “fam ilia” de m ovim ientos, la d esg­
hettización. Y no obstante, por evidentes que sean todos estos puntos,
un m om ento de reflexión nos recuerda que están lejos de haber sido
puestos en práctica por un gran núm ero de los m ovim ientos antisisté-
m icos actuales en el m undo. Y que hay, en efecto, bastantes obstáculos
para su realización en gran escala.

En m i opinión, no obstante, será solo si estos objetivos son ad m i­


tidos de una m anera vasta y am plia, y en el m om ento en que ellos lo
sean, que podrem os com en zar seriam ente a creer que la decadencia
eventual del sistem a capitalista, conducirá efectivam ente a la construc
ción de otro orden m undial, que sea verdaderam ente dem ocrático y
verdaderam ente igualitario.

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