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La Ley de Murphy es una forma cómica y mayormente ficticia de explicar los infortunios en
todo tipo de ámbitos que, a grandes rasgos, se basa en el siguiente adagio:
Esta ley fue enunciada por Edward A. Murphy, ingeniero de origen panameño que
desarrollara importantes tareas de investigación espacial para la Fuerza Aérea de Estados
Unidos, allá por los años 1950.
LA INDUSTRIA MODERNA
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII se produce en Gran Bretaña un cambio
fundamental en los modos de producción industrial, facilitado por diversas circunstancias
coyunturales, lo que da inicio a la llamada Revolución Industrial.
Las características propias del proceso, gran iniciativa y creatividad del empresario,
desconexión afectiva del trabajador con el producto y con su fuente de trabajo, división de
las tareas en funciones repetitivas y monótonas, contrasta en modo sustancial con las
particularidades del régimen artesanal, conservador de técnicas, controlador de iniciativas y
personalizador de los vínculos laborales con la fuente y con el producto.
Los nuevos procesos, con el tiempo, delegan la precisión en las maquinas, y la
standarización e intercambiabilidad de los componentes del producto facilitan el control de
la calidad bajo reglas totalmente racionales y explícitas, tornándose innecesario una mayor
destreza o conocimiento personal del trabajador.
El entrenamiento de la mano de obra es más sencillo, volcándose la experiencia acumulada
hacia requerimientos de tipo organizativo y tecnológico.
El producto resultante adquiere también una fisonomía propia consecuencia del proceso de
fabricación, lo que ha enmarcado nuestra vida cotidiana en los dos últimos siglos.
La Revolución Industrial, a pesar de su difusión acelerada, tarda en algunos países en
expandirse, como en Italia y España, donde se implanta definitivamente recién a fines del
siglo XIX.
No en vano ha sido en la inmigración de esos países con mayor experiencia artesanal,
donde hemos observado mayor facilidad para comprender el modo de adquirir y transmitir
conocimientos de técnicas constructivas, en las que tienen tanta preponderancia los
aspectos artesanales.
LA INDUSTRIA DE LA CONSTRUCCION
La construcción es posiblemente la última de las industrias que contiene restos de la
impronta artesanal, de lo que quizá nunca pueda o deba desprenderse.
La irrupción del acero en el siglo pasado y del hormigón armado en los principios del actual,
introdujeron procesos de industrialización y mayor precisión técnica, en una industria
reservada hasta el momento a la manipulación artesanal de la madera, los ladrillos o la
piedra.
Novedosos elementos mecánicos para facilitar la mezcla, el corte, elevación, transporte y
fijación, acercan y simplifican las operaciones de los componentes a instalar, pero no
resuelven la última puntada que depende aún de la destreza del operario.
Sorprendentes desarrollos tecnológicos en construcciones prefabricadas se han originado
en Rusia, Francia y Europa en las últimas décadas, como también la preferencia por las
construcciones "en seco" desarrolladas en Estados Unidos, y en todas las innovaciones que
observamos a diario en la industria local.
Pero existe una diferencia con el resto de las industrias donde el producto sale terminado:
aquí siempre se requiere el último ajuste por parte de un operario que conozca el oficio y...
las Reglas del Arte.
Las del mismo tipo que conocían los "colegia" Romanos, los 7 siglos de gremios
medievales y nuestros constructores con mampuestos del siglo XIX, y XX.
COROLARIO
De lo expuesto concluimos que si bien las Reglas no se pueden establecer en su totalidad,
su vigencia parece universalmente requerida en la profesión. Pensamos que cumplirían las
veces de garantía de hacer las cosas bien de todos modos aunque ello no fuese
taxativamente exigido; esto hace a la moral de la profesión y a la profesionalidad de los
artesanos, por lo cual sostendremos la eterna vigencia de las Reglas aunque no tengamos
su listado.
Otro tema es saber cómo es hacer bien las cosas, y esto no es resorte del mayor esfuerzo
físico sino del conocimiento. Para lo cual habría que intentar mantener, alentar y/o
reconstruir la antigua cultura artesanal y el orgullo por la perfección alcanzada en la obra
realizada. Por aquello de que el albañil de hoy que coloca un ladrillo dice que está
colocando un ladrillo, y el artesano de la Edad Media que hacía lo mismo con una piedra,
decía que estaba construyendo una catedral.
Ese orgullo tiene que ver con la dignidad y la cultura, para cuyo desarrollo hace falta
también respeto, salarios dignos y seguridad; pero ya estaríamos refiriéndonos a otro tema.
G. C. Renison
Maestro Mayor de Obras.