Lasègue (1852) plantea que el delirio de persecución, reconoce dos períodos:
el primero, de incubación, se caracteriza por la presencia de un malestar indefinido y vago pero absorbente e inquietante, en el que el paciente se siente víctima de hostilidades cuyo origen no puede precisar; y el segundo, de estado, en donde el delirio se instala y sistematiza. El paciente comienza a presentar interpretaciones delirantes, y finalmente aparecen las alucinaciones auditivas que considera típicas en el cuadro, aunque no imprescindibles para definirlo
Clásicamente se ha considerado la existencia de al menos dos tipos de
fenómenos en la psicosis, los que aparecían en primer lugar, y aquellos que lo hacían después. Ha sido habitual establecer el hecho de que a partir de los primeros, los segundos se construirían en base a reacciones secundarias y deducciones racionales, mecanismos normales del razonamiento.
Para Clerembaut El delirio de persecución alucinatorio no deriva de la idea de
persecución, la idea de persecución no crea las alucinaciones; son las alucinaciones las que crean la idea de persecución
Allí donde Clérambault concibió los fenómenos elementales como simples
fenómenos mecánicos, Lacan entiende que “es más fecundo concebir[los] en términos de estructura interna del lenguaje”. El núcleo de la psicosis se juega en la relación del sujeto con el significante, en su aspecto más formal, y en su posición de máxima exterioridad con respecto a aquél. Todos los restantes fenómenos que se desencadenan alrededor no son más que reacciones a ese primer tropiezo.
Es posible encontrar psicosis no desencadenadas en sujetos que, junto a múltiples
rasgos de retraimiento, presentan alguno singular (alguna afición, conocimiento o afiliación especial) que funciona como suplencia del Nombre-del-Padre. El sujeto carece de ese significante que organiza el mundo simbólico, pero en su lugar tiene uno más humilde que lo remeda como un zurcido o una prótesis. Su existencia puede transcurrir, de este modo, sin ninguna crisis apreciable, pero siempre pivotando sobre un punto inestable de equilibrio. En un momento inesperado, puede verse convocado de forma súbita ante el significante que falta: el Nombre- del-Padre, lo que puede suceder por uno de esos encuentros cruciales en la existencia: el amor, la sexualidad, la autoridad, la muerte. En esos momentos, el sujeto tiene que sostener su sexuación desde un lugar de verdad. Ahí desfallece, en el punto en que es llamado el Nombre-del-Padre responde en el Otro un simple agujero. Esto provoca, a su vez, un agujero en la significación fálica, al carecer el sujeto de la capacidad metáforica que proporciona la metáfora paterna.
El proceso comenzaría con el encuentro circunstancial con Un-padre. Como el
sujeto carece del significante del Nombre-del-Padre a causa de la forclusión, no le puede dar respuesta, ni tampoco sustituir el vacío por un significante cualquiera porque ello implicaría ya una metaforización. Al no poder sostener su ser, se desencadena la psicosis, produciendo como efectos subjetivos: un primer movimiento de suspensión de significación, ya que el sujeto no tiene ninguna significación que ofrecer, nada con qué responder a ese encuentro, apareciendo el vacío, la detención del pensamiento, la perplejidad y siendo el elemento dominante la extrañeza; y un segundo movimiento, donde se produce la anticipación de una significación nueva, adelantando el sujeto una significación cualquiera ante la angustia que le provoca el vacío anterior. Así, en este segundo movimiento, aparece la alucinación, que tiene siempre carácter de injuria sexual, explícita o alusiva, porque está hecha sobre el material de la sexuación que falta. Esta alucinación es un retorno en lo real del significante excluido, que tiene como función colmar el vacío de significación y la perplejidad en que está sumido el sujeto, siendo el elemento dominante la certeza. Es en este proceso donde se inscribe el matema de Lacan: “lo que no llegó a la luz en lo simbólico, aparece en lo real”. Vemos, pues, como recuerda Estévez, que fenómeno elemental y alucinación no son sinónimos, aunque guardan una gran proximidad. La alucinación es el segundo movimiento del fenómeno primordial y no se puede entender sin el primer movimiento.
El delirio constituye el tercer movimiento. Para Lacan no es tan secundario como
consideraba Clérambault, que sostenía que no existía relación alguna entre automatismo y delirio, ya que mientras aquél se activa de un modo mecánico y ajeno a la subjetividad, éste guarda relación con la historia del sujeto y se construye con el material más sano de sus experiencias y recuerdos. Lacan no lo plantea de ese modo, pues entiende que en el fenómeno elemental está ya la estructura del delirio. Naturalmente, se precisa una elección del sujeto. Una primera, para el psicótico, en el momento de su constitución subjetiva, es la del ser de goce. La no incorporación del significante Nombre-del-Padre le permite quedar fuera de la ley (en realidad, dejar fuera a la ley) que es siempre limitadora, y permanecer con su goce ilimitado. Una segunda consiste en qué hacer con el fenómeno elemental, debiendo el sujeto decidir si se mantiene en la alucinación constante o si realiza un trabajo con ésta, llamado delirio. Permanecer en la alucinación diaria es una elección abandónica. Llevar a cabo un trabajo con el delirio es una decisión valiente, ya que implica forzar (y no gozar) el fenómeno elemental para construir un producto. Hay sujetos que sólo deliran pegados a la alucinación, mientras que otros son capaces de construir una metáfora delirante, es decir, un delirio estabilizador y limitado.