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La lata de conserva: un
envase con historia
julio 19, 2017 6:52 pm

En el siglo XVIII, la conservación de alimentos se había convertido en una


necesidad acuciante para los ejércitos y, todavía más, para los marinos, que a
menudo se embarcaban en viajes oceánicos que duraban meses e incluso años.
Procedimientos tradicionales de conservación, como la salazón de carne y p escado
y el bizcocho (pan sin levadura recocido), tenían limitaciones de tiempo de
almacenamiento, de mal sabor y hasta de perjuicios en la salud.

Fue un francés, Nicolas Appert, de profesión confitero, quien en torno a 1795 ideó
un procedimiento de conservación tan sencillo como eficaz. Consistía en colocar los
alimentos en un tarro de cristal cerrado herméticamente y hervirlo durante un cierto
período –con lo que, como descubriría Pasteur en 1860, se mataban los
microorganismos–, tras lo que la comida se conservaba en perfecto estado y con
todo su sabor. En esos años de guerras revolucionarias, Appert creó una fábrica
con decenas de trabajadores y suministró sus tarros a la marina francesa. En 1810,
el gobierno de Napoleón le ofreció un premio de 12.000 francos a cambio de
publicar su método en un libro del que se hicieron varias ediciones.
Justo entonces otro francés, Philippe de Girard,
marchó a Londres con la intención de explotar económicamente el invento. Girard
aportó una innovación decisiva: en vez de tarros de cristal usaría recipientes de
hojalata, esto es, láminas de hierro bañadas en estaño. Se asoció con un
empresario inglés, Peter Durand, e hizo demostraciones ante la Royal Society de
Londres.

Aprobado por la reina

En 1811, Durand vendió la patente a otro empresario, Bryan Donkin, un destacado


ingeniero e inventor (se lo recuerda sobre todo por su modelo de máquina de papel
continuo). Dos años más tarde, Donkin inauguró la primera fábrica de latas de
conserva de la historia. En una clásica artimaña publicitaria, dio a probar sus
productos a miembros de la alta sociedad londinense, como el duque de Wellington
y el de York, quien a su vez se los ofreció a la reina y el regente, todos los cuales
mostraron su “alta aprobación” del resultado.
Otra gran personalidad de la cultura
inglesa de la época, Joseph Banks, se prestó a degustar ante la Royal Society de
Londres una lata de dos años y medio de antigüedad y declaró que estaba “en
perfecto estado de conservación”. Donkin se convirtió en suministrador oficial de
comida enlatada para la marina británica, aunque inicialmente su uso se limitó a los
soldados enfermos, y pese a que cerró su fábrica en 1821, muchas otras tomarían
el relevo tanto en Europa como en América.

Llega el abrelatas

Al principio, las latas eran muy


pesadas y para abrirlas se requería un esfuerzo considerable. Un manual de
instrucciones de un fabricante decía: “Para abrir las latas córtese alrededor de la
parte superior con escoplo y martillo”. Los primeros abrelatas apareciero n tan sólo
en la década de 1850, cuando la mecanización permitió hacer latas más ligeras. Se
hicieron muy populares los decorados con una cabeza y cola de toro, que se
repartían con las latas de una carne de vacuno. En 1870 el estadounidense William
Lyman inventó el abrelatas de rueda cortante. Con ello nada impidió ya que las
latas de conserva empezaran a abarrotar las tiendas y las despensas de los
particulares.

Fuente: National Geographic

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