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Pensar el desvío o Nietzsche contra los poetas1

Daniel Pérez Fajardo


«Las cosas no tienen colores – me dije lentamente, lleno de asombro - . Las cosas no tienen colores. Es mi
afectividad que las colorea. Soy yo quien pinta las cosas con la imaginación.» Ahora, todo es gris, blanco y
negro (Mario Levrero, París)
La filosofía de Friedrich Nietzsche parece atravesada por signaturas que componen
tanto los puntos de interés en el filósofo como, a su vez, las zonas de oscuridad más densa
en su pensamiento. El lenguaje, siguiendo ello, parece en Nietzsche tanto punto de anclaje
de para rica tradición marcada bajo el errático rótulo de “giro lingüístico” como también
marca que detenta una crisis tan profunda que trastoca todo basamento de estabilidad del
pensamiento crítico y filosófico.
Hans- Georg Gadamer, señala al lenguaje como terreno de pugna y excavación para
la filosofía en su búsqueda de la verdad. Cometido que encuentra unidad mínima y
problemática en dicho sistema al este “…no expresa[r] sólo la verdad, sino la ficción, la
mentira, el engaño. Hay, pues, una relación originaria entre el ser verdadero y el discurso
verdadero. La des ocultación del ente se produce en la sinceridad del lenguaje” (1986:53)
El lenguaje, en ese sentido, posee un carácter de pregunta cómo, a su vez, de respuesta ante
las interrogantes de la filosofía, preocupación que parece encontrarse también en Nietzsche.
El lenguaje como medio insuficiente para plantear una verdad necesaria parece ser, a
grandes rasgos, la propuesta que reside tras sobre verdad y mentira en sentido extramoral
al este preguntar “¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?”
(2011a:611), es decir, ¿este puede nominar, infaliblemente, a la verdad? La pregunta
instalada por Gadamer supone en sí un método suficiente para dilucidar aquello que sería
mentira de que es verdadero, cuestión que, de ser posible, determina y avala la posibilidad
de una verdad existente como, contrariamente, de no existir, acallaría la discusión de los
filósofos. Procedimiento que Nietzsche hace también suyo a modo de un cuestionamiento
que, como gesto central, tiende a condenar la ceguera.
La respuesta nietzscheana, en un giro que desacredita la posibilidad de una verdad
estable en el lenguaje, parece ligarse a un estado de abnegación ante el engaño que,
entendido desde las preocupaciones del joven, expresadas un año antes en su curso sobre

1
Ponencia presentada el día 8 de noviembre del año 2017 en el III Congreso Internacional Nuevos Horizontes
de Iberoamérica, Mendoza, Argentina.
retórica, dirigen la mirada hacia un lenguaje del desvío que nada tiene que ver con lo real ni
con la verdad. Nietzsche, en el texto 1873, señala:
¿Qué es, pues, la verdad? Un ejército de metáforas, metonimias, antropomorfismos
en movimiento, en una palabra, una suma de relaciones humanas que ha sido
realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que, tras un
prologando uso, a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias [necesarias]:
las verdades son ilusiones que se han olvidado que lo son, metáforas que se han
quedado gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que
ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal (2011a:613)
Como ya mencioné, un año antes de Sobre verdad y mentira en sentido extramoral
Nietzsche ya desligaba la posibilidad de dilucidar la verdad dada la esencia propia del
lenguaje en la tropología. Cuestión que, en su cuso de 1872, hace transitar al discurso y al
lenguaje desde la episteme a la doxa (2011b:831), es decir, el paso de un lenguaje de
constatación a uno de creación, tránsito semiótico-epistemológico que, como revelará el
análisis, suspende y subvierte las categorías de verdad, mentira y filosofía.
El Nietzsche que piensa el desvío puede ser tanto la destrucción de la pretensión de
verdad en la filosofía, borrando la finalidad hermenéutica de Gadamer o, por otro lado,
puede ser en sí ya un paradigma de pensamiento que, valiéndose de su destrucción, llega a
un trasfondo encriptado. Cirilo Flores, sobre esta posibilidad, señala:
“…podemos afirmas que todo lenguaje es retórico, incluido del propio
lenguaje filosófico que habla del pensamiento como la función fundamental
de la filosofía… Y por eso se hace necesaria una teoría general de la
interpretación a fin de que cada individuo pueda juzgar los distintos mundos
posibles que se le ofrecen desde distintas perspectivas” (2005:66)
Propuesta que encuentra eco en lacónicos pasajes de la crítica demaniana donde, para el
crítico, “Lo códigos literarios son subcódigos de un sistema, retórico, que no es él mismo
un código. La retórica no puede ser separada de su función epistemológica, por muy
negativa que esta función pueda ser” (1998: 73-74) cuestión que transfiere el problema del
tropos, desde su institucionalidad en el decoro, hacia los problemas básicos del
pensamiento filosófico. El tropos, de esa forma, parece un estadio de comprensión interna
de la posibilidad de verificación del lenguaje más que, siguiendo un paradigma metafórico,
la posibilidad de transmisión de un elemento externo al interior del lenguaje con su
posterior verificación. Pensar la tropología, por tanto, supone observar al lenguaje como
mecanismo autónomo que, en su interior, contendría la posibilidad o no de verdad, tránsito
que comienza a perfilar, como sugiere De Man, a la retórica como emplazamiento de la
epistemología.
La superficie oxidada de monedas que ha olvidado su engaño son, de esa forma, la
evidencia de un mundo que pierde los trasfondos creados e instalados como verdad, lo que
equivale a trasponer la verdad por la mentira y, a su vez, la verdad por la negación de sí
misma. Lo cual equivale a pensar en una especie de deconstrucción donde, eliminado el
componente constativo del lenguaje, sólo quedaría su forma llana como expresión de un
estadio previo a la mentira. La retórica, de esa forma, cimenta su estatus epistemológico a
modo de caracterización de los medios de combinación que sustentan la formación de
verdades y mentiras. Es interesante observar cómo Nietzsche valora a la metáfora como la
forma prístina de una verdad, contrapuesta a la figuración creada de una moneda que ahora
es considerada metal, es decir, menos artificiosa. Lo que equivale a decir que en la
trasferencia y ordenamiento de significaciones residiría el componente de verdad que
Gadamer busca en el lenguaje. En la combinación paradigmática que asegura la metáfora,
señala De Man, “….falta en el contacto puramente relacional de la metonimia: un elemento
de verdad interviene en el acto de confundir a Aquiles con un león, pero no interviene en el
acto de confundir al Sr. Ford con un automóvil” (1990:28). Un aliento de verdad, según De
Man, reviste a la metáfora de una cualidad metafísica que la liga a la necesidad y a la
estabilidad propia de un juicio de verdad. Posibilidad que parece negada por el mismo texto
de Sobre verdad y mentira en un sentido extramoral, donde la significación parece un juego
de ilusión interna, es decir, no verificable De ahí que el estatuto de la metáfora parezca un
tanto desplazado para el carácter general de la exposición de Nietzsche:
La degradación de la metáfora hasta convertirse en significado literal no es
condenada porque sea el olvido de una verdad, sino más bien porque olvida
la falta de verdad, la mentira que en un principio era la metáfora. Se trata de
una creencia ingenua en el significado propio de la metáfora sin tener en
cuenta la naturaleza problemática de su fundamento fáctico, referencial
(1990:134)
La intuición demaniana de un deje de contradicción en el escrito de Nietzsche parece, más
que complicar a la exposición general, delinear una crítica que sigue los derroteros del
mismo Nietzsche. La pulsión de un mundo que pierde la necesidad es, en sí, la propuesta de
un pensamiento filosófico anclado a la metonimia. Contrario a lo que gran parte de la
crítica ha pensado sobre la retórica nietzscheana, pienso que la propuesta urdida tiende a
ponerse en favor de la metonimia y no de la metáfora, es decir, a la certeza negativa y no a
la ilusión. Lectura que supone, más que un componente central en la estética, un
descentramiento de la categoría epistémica de verdad llevado a cabo por las formas en
desmedro de los fondos, cuestión que sitúa a la retórica como episteme de su sospecha
radical sobre un lenguaje que ha sido conmocionado.
Este aspecto vuelve a realzar la posibilidad de una epistemología retórica según la
piensa De Man, volviendo a la indagación revisada en la deconstrucción retórica de la
verdad, la constatación de una superficie sin fondo, es decir, una metonimia cuyo
significado no es más que su presencia desplazada en cadenas de implicación sucesivas,
erráticas y contingentes. Desde este emplazamiento se comprende la sentencia de 1872
donde Nietzsche deslinda la episteme del lenguaje, quedando este sólo como doxa
(2011b:831), toda vez que la episteme, como fundamento de la mentira, sería distintivo de
la opinión como forma no necesaria, es decir, verdadera por negación. Paul de Man,
haciéndose cargo de ese problema, sitúa a la combinación de lado del artista, toda vez que,
como figura de relación de significantes, crea apariencia sin ceguera:
“… el arte es la única que puede apelar a la verdad: «el arte trata la
apariencia como apariencia; su propósito es precisamente no engañar, por lo
tanto, es verdadero… esto genera un sentimiento de liberación y de levedad
que caracteriza al hombre exento de las constricciones de las verdad
referencia; aquello que Barthes, en tiempo más recientes, ha llamado «la
liberación del significante» (1990:137)
La metáfora, de esa forma, concentraría el inicio de un error alegórico que, a modo
de metalepsis, confunde causa con efecto a modo de mentira y verdad. Trocamiento que
lleva a concebir la importante premisa de que la mentira pase a ser la verdad, siendo esta
última sólo un reducto sostenible dentro de los paradigmas de una rigidez referencial y
metafísica como “…ese imperativo moral muy respetable que intenta reconciliar las
estructuras interna, formales y privadas del lenguaje literario con sus efectos externos
referenciales y públicos” (1990:16). La teoría de la referencia y el engaño en Nietzsche,
según ello, residiría en la epistemología metafórica a modo de utilización de lo público, una
reconciliación que, como monedas gastadas, vuelve a la verdad útil sólo como medio de
conservación. Punto último que emplaza al hombre de verdad como quien “Desea las
consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida; es indiferente al
conocimiento puro y carente de consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las
verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas” (2011b:611). La metáfora pública, a
modo de teoría centrada en lo moral, demanda tras sí el olvido del fundamento errático del
lenguaje, un borramiento de las bases destructivas de la metonimia. El hombre de verdad,
de ese modo, sería aquel que hace suyo el desvío itinerante de la forma metonímica,
imperativo que, más que la luminosidad propia de las ideas, nos muestra el rostro de un
Lacoonte al que jamás podremos acceder. La verdad, de esa forma, es la radical negación
de todo paradigma, de toda verdad más allá del engaño. La metonimia, para la filosofía,
sería la revelación de su propia impotencia que es, a su vez, su emplazamiento y posibilidad
máxima.
Que lo público sea borrado tras la verdad del desvío supone una impugnación hacia
aquellos que han generado la mentira, punto en donde el filósofo-poeta que Henri Lefebvre
se esfuerza en leer (1975, p 127) muestra su reactividad contra sus mismos discursos.
Jacques Ranciére, en una reflexión que interesa a modo de cierre, señala al poeta como el
conformador de los horizontes de verdad y sociabilidad a lo largo de la historia, carácter
genealógico que, pienso, en Nietzsche es cuestionado a modo de epistemología. Ranciére
señala:
Los “poetas” también son teólogos y fundadores de pueblos. Los
“jeroglíficos” a través de los cuales la providencia divina se manifiesta a los
hombres y les proporciona el conocimiento de sí mismos no son signos
enigmáticos, depositarios de una sabiduría escondida, sobre los cuales se han
forjado tantas interpretaciones y quimeras. […] son los instrumentos y los
emblemas, las instituciones y los monumentos de la vida común (2009:53)
El jeroglífico de Ranciére sería en Nietzsche la metáfora de la metáfora, tropos de
tropos que detenta tras sí la mentira propia de los sentidos morales en cuanto imperativo
referencial externo-interno. Lo que rebela la futilidad de la tópica de dicho mecanismo para
la verdad, dando sólo ilusiones de un fondo que jamás adviene más que como ilusión, no
apariencia, ejes que, más que su errática adscripción en Nietzsche, pienso distanciados en
fundamentos; habría un buen y un mal engaño, una ilusión falas y otra verdadera
negativamente, una mala retórica y, cediendo ante el análisis de De Man, una retórica
epistemológica de tropos. Paul de Man, entorno a ello, señala:
Pareciera que estamos diciendo que la crítica es la deconstrucción de la
literatura, la reducción de las mitificaciones retóricas a los rigores de la
gramática… el crítico literario se convertiría en el aliado del filósofo en su
lucha contra los poetas. La crítica y la literatura, distanciadas entre sí, se
colocarían en torno al eje epistemológico que distingue la gramática de la
retórica… si la verdad es el reconocimiento del carácter sistemático de cierto
tipo de error, entonces será totalmente dependiente de la existencia previa de
este error (31)
Motivo, tal vez, de la desafortunada mención que hace Nietzsche sobre Lessing (2011a:
609), quien, exactamente, celebra la capacidad de creación libre y abstracta de la poesía por
sobre la pintura (1977:132). Pensar en un Nietzsche contra los poetas es pensar en cómo la
desviación socava las seguridades en que los fondos, inestablemente, han sostenido,
arraigado y fundamento a la filosofía. De esa forma, el poeta se marcaría en un estado
contrario de la gratuidad del artista que, dada la alianza entre crítico y filósofo, encontraría
resistencia en la constatación de lo no verídico de su creación. El filósofo dejaría, en mi
lectura sostenida en de Man, de ser la criatura más débil (2011ª: 609) en desmedro del
poeta. Dignidad filosófica que sólo es lograda de la mano de la tropología. La pregunta por
el método profundo tras la constatación de la raigambre problemática del lenguaje respecto
a la verdad, contiene en sí un cuestionamiento a la posición del analista quien, descentrado
en la existencia del error, debe hacerse o de una verdad ilusoria o una verdad insospechada
como es la superficie y la metonimia. Punto donde la exigencia a la retórica vista en el
Fedro de Platón parece volverse contra sí, toda vez que, al dilucidar la verdad en desmedro
de la persuasión y el engaño, lleva a la conmoción misma de esta. Por ello, el análisis
formal de la filosofía urge en un panorama donde, según señala Paul de Man “No podemos
decir que conocemos das Seiende, como tampoco puede decirse que no lo conozcamos. Lo
que puede decirse es que no sabemos ni lo conocemos o no, puesto que el conocimiento
que antaño pensábamos que poseíamos ha quedado demostrado que está bajo sospecha;
nuestra confianza ontológica ha sido conmovida para siempre” (1990:147-148)
El desafío de la retórica para la filosofía es hacerse del problema que la sustenta
desde la misma base desde la cual la literatura parece presenciar su ruina.
Bibliografía

Cirilo Flores, Miguel. (2005). “Retórica, metáfora y concepto en Nietzsche”. Estudios


Nietzsche N°4. pp. 51-67.

De Man, Paul. (1998). “Epistemología de la metáfora” Ideología estética Madrid: Cátedra


1998

___. (1990) Alegorías de la lectura. Barcelona: Lumen 1990

Jacques, Ranciérè. (2009). La palabra muda. Ensayo sobre las contradicciones de la


literatura. Trad. Cecilia Gonzales. Buenos aires: Eterna Cadencia Editora.

Lefebvre, Henri (1975): Nietzsche. México: Fondo de cultura económica.

Lessing, G. Ephrain (1977) Laocoonte Madrid: Editorial Nacional

Nietzsche, Friedrich. (2011a) “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” En Diego


___. (2011b): “Descripción de la retórica antigua” En Diego Sánchez Meca (eds)
Nietzsche. Obras completas, Vol. II. Madrid: Tecnos.

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