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LA EVOCACION DE ZÓSIMO
Mientras mi buen amigo el Espiritista cumple con los ritos de su ciencia oculta para verificar la evocación,
yo me consagro a observar la marcha de los fenómenos. Reina en la habitación una luz de clorofila, crepuscular
y difusa, filtrada por una gruesa pantalla verde. Los dos estamos sentados a una mesa de pino, sin tapiz ni más
objetos que un tintero, una pluma, unas cuantas hojas de papel y una lámpara. Mi amigo apaga la luz y -nos
quedamos en una noche sepulcral.
De pronto asoma delante de mis ojos una lucecilla viva y oscilante que palidece gradualmente hasta
despedir el brillo blanco-mate de una perla. Siento como si en la nuca me proyectaran un chorro de agua fría y
de la cabeza a los pies me corre un espeluznamiento nervioso. Sin embargo, me domino y con la mayor
serenidad continúo mis observaciones.
El foco luminoso se dilata y adquiere la forma de un gran óvalo, presentando el aspecto y las dimensiones
de una Luna convertida en elipse. La dilatación continúa, a la vez que asoman cinco apéndices, los cuales se
precisan y toman la forma de una cabeza, dos brazos y dos piernas. Al fin diviso una figura humana, hecha de
niebla comprimida o de nebulosa condensada. Súbitamente, como sucede cuando se coloca una luz en un
esteroscopio, los ojos se inflaman, las mejillas se sonrosan, los labios se entreabren, en una palabra, la vida se
comunica a la aparición. Estoy en presencia de mi amigo Zósimo, vestido de rigurosa etiqueta. La lámpara
sigue apagada, mas la habitación se encuentra débilmente iluminada por un fulgor blanco y difuso que en
forma de una gran elispe rodea la aparición: Zósimo está como retratado en la cáscara de un huevo gigantesco
y de luz propia...