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En un reciente libro titulado “Vigilancia líquida”, el notable sociólogo polaco

Zygmunt Bauman aborda alguno de los aspectos más inquietantes que asumen
las formas contemporáneas de esa modalidad de control. En el escenario
actual han surgido tendencias que no sólo carecen de conexión directa con la
idea de encarcelamiento, sino que con frecuencia también comparten los
rasgos de flexibilidad y diversión propios del entretenimiento y del consumo.
Todo ello en un contexto en el que la seguridad se ha convertido en un
formidable negocio promovido por gestores vinculados a la industria del control
del delito, apoyado en dispositivos vigilantes para controlar aquello que pasa y
pasará, usando para ello técnicas digitales y la lógica estadística. Bauman
sostiene que, al considerar la expansión de la vigilancia tan sólo como un
fenómeno asociado a la tecnología y al control social o al Gran Hermano, se
pone el énfasis en las herramientas y en los tiranos. Sin embargo, suele
ignorarse así el espíritu que la motoriza, las ideologías que la promueven, las
circunstancias que la hacen posible y las personas que la aceptan de buena
gana. Respecto del diseño panóptico, recuerda que Foucault sostuvo: “El que
está sometido a un campo de visibilidad, y lo sabe, reproduce por su cuenta las
coacciones del poder, las hace operar espontáneamente sobre sí mismo;
inscribe en sí mismo la relación de poder en la cual desempeña
simultáneamente los dos papeles. Se convierte en el principio de su propio
sometimiento”. Según el sociólogo polaco, el panóptico clásico actualmente se
observa en los márgenes sociales, especialmente en las áreas urbanas donde
los pobres están segregados. No obstante ello, la poderosa metáfora del
panóptico de Bentham y Foucault ya no representa la manera en que funciona
el poder. Y tal cosa por cuanto, según afirma, hemos pasado de una sociedad
estilo panóptica a otra de corte sinóptico: se han invertido los roles y ahora son
muchos los que se dedican a observar a unos pocos. Dicho de otro modo, el
sinóptico contrasta la manera del panóptico, puesto que a partir de los medios
de comunicación de masas actuales son millones quienes efectivamente
registran el comportamiento de unos pocos. Circunstancia que fue advertida
con claridad después del 11 de septiembre de 2001, cuando la constante
repetición de las Torres Gemelas en llamas ayudó a crear el sentimiento de
amenaza inminente que, según advertían las autoridades, sólo podía ser
mitigado mediante nuevas medidas de seguridad y de vigilancia. En tal
contexto los espectáculos y su parafernalia ocupan el lugar de la vigilancia sin
perder nada del poder disciplinario de su antecesora. Así, la obediencia al
estándar tiende a lograrse por medio de la seducción, no de la coerción, y
aparece bajo el disfraz de la libre voluntad, en vez de revelarse como una
fuerza externa. Otra variante de la vigilancia actual se expresa a través del
banóptico (del inglés “ban”: exclusión) y se aplica precisamente a los
marginados globales, mediante tecnologías de elaboración de perfiles que se
utilizan respecto de quienes se considera que deben ser objeto de una
vigilancia estricta. El banóptico es un modo de practicar la vigilancia mediante
instrumentos que se dedican a “mantener lejos” en vez de “mantener
adentro”, como hacía el panóptico, que crece y se nutre del imparable
aumento de las preocupaciones securitarias y no de la necesidad de disciplinar,
como era el caso del diseño panóptico. En otras palabras, la tecnología de
vigilancia actual se desarrolla en dos frentes y sirve a dos objetivos
estratégicamente opuestos: por un lado, el del confinamiento o mantener
dentro de la valla y, por el otro, el de la exclusión o mantener más allá de la
valla. La aparición entre las masas globales de exiliados, refugiados o
demandantes de asilo podría incluso estimular ambos tipos de tecnología de la
vigilancia. No en vano, ya en 1950 las estadísticas oficiales globales habían
contado un millón de refugiados, sobre todo desplazados por guerras. Hoy en
día, una estimación conservadora del número de personas en tránsito alcanza
a los 12 millones. Pero se prevé que habrá cerca de 1.000 millones de
refugiados, deportados y exiliados en el año 2050. A lo largo de las páginas del
libro Bauman reflexiona sobre el alcance de la vigilancia en escenarios sociales
en donde la gran mayoría de las personas se ha vuelto adicta a la seguridad.
Tan es así, afirma, que hemos asimilado la ubicuidad del peligro así como de la
necesidad global de desconfiar y sospechar. Al punto de que tan sólo es
concebible una cohabitación sana bajo un dispositivo de vigilancia continua, en
donde la dependencia oscile entre la vigilancia obvia y otra más sutil que la
subyace invisible. (*) Juez penal. Catedrático Unesco en Derechos Humanos,
Paz y Democracia por la Universidad de Utrecht, Países Bajos

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