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Primeramente es importante aclarar que la palabra psiquiatría viene del griego psiqué

que significa alma, e iatréia que significa curación; la psiquiatría es la especialidad médica

dedicada al estudio de la enfermedad mental con el objetivo de prevenir, evaluar, diagnosticar,

tratar y rehabilitar a las personas con trastornos mentales y asegurar la autonomía y la adaptación

del individuo a las condiciones de su existencia. Se debe tener en cuenta que antes del siglo XIX

las personas que sufrían enfermedades mentales eran encerradas en asilos y recibían distintos

tratamientos con la intención de restituirles la razón, actualmente los trastornos mentales son

tratados científicamente como enfermedades.

Cabe añadir, que a partir de los aportes de Emil Kraepelin, la psiquiatría comenzó a

considerar tanto los factores psicológicos y sociales como las cuestiones biológicas en el

tratamiento de los pacientes. Por lo tanto, los tratamientos psiquiátricos pueden dividirse en dos

grandes tipos: los biológicos, que pueden incluir el suministro de medicinas y la aplicación de

electroshock para actuar en la bioquímica del cerebro, y los psicoterapéuticos, que apelan a las

técnicas de la psicología. Así mismo, la psiquiatría cuenta con varias subespecialidades, como la

psicopatología (que estudia los procesos que pueden llevar al delirio mental), la

psicofarmacología (dedicada al análisis de los efectos de los fármacos en los tratamientos

conductuales, emocionales o cognitivos) y la sexología (el estudio esquemático de la sexualidad

humana).

Ahora bien, es importante aclarar que desde siglos pasados se había comenzado el

encierro de los locos junto con indigentes, maleantes, vagabundos y otros colectivos

incontrolados, estos “pacientes” estaban sometidos a una disciplina en la que cualquier derecho

humano parecía totalmente ausente con el uso de camisas de fuerza, duchas frías, aislamiento,

inmovilizaciones prolongadas y, por supuesto, humillación y pánico. En el siglo pasado, cuando


la psiquiatría evolucionó para reivindicar su carácter científico, a la altura de la medicina, los

locos pasaron a denominarse “enfermos mentales”, pero las prácticas de confinamiento y

tratamiento no dejaron de ser violentas y represivas.

Por otra parte, la antipsiquiatría viene a plantear una lucha frontal en contra de la

psiquiatría y por esto mismo, tiene como objetivos redefinir los principales presupuestos teóricos

de la psiquiatría y sus pretensiones de convertirse en ciencia. Las discusiones teóricas se

convirtieron en una lucha política. En apenas dos décadas, el movimiento consiguió producir un

importante cuerpo teórico y experiencias sorprendentes. Todas estas experiencias tenían en

común una total libertad a los pacientes, que se relacionaban de igual a igual con los

terapeutas. Se suprimieron las prácticas violentas y se redujeron drásticamente los tratamientos

farmacológicos. En pocos años, comenzaron los éxitos parciales, pero todas estas experiencias

fracasaron por la oposición de las autoridades académicas y sanitarias.

Cabe añadir, que la antipsiquiatría enjuicia a la psiquiatría como un dispositivo de control,

pues su relación con la industria farmacéutica y sus implicaciones legales sirven para el

despojamiento de las personas o “pacientes” de sus bienes o herencias, por estar “privadas de sus

facultades mentales”, por esto mismo se dice que el hospital psiquiátrico es también una prisión

donde el cuerpo está a disposición de otros y el individuo es sometido. Mateos (2017) expresa

que la psiquiatría presenta un problema puramente mental, puesto que utiliza un pensamiento

muy reducido y no analítico, ya que trata de resolver todos los problemas con puros fármacos, sin

interesarse en su origen ya sea mental o emocional.

En consecuencia, de varios años de intensos y de movimientos críticos en contra de la

psiquiatría, se pudo cambiar algunas cosas, pero no lo esencial: ni la concepción de la

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enfermedad mental, ni los diagnósticos y tratamientos, ni la comprensión de la locura desde un

punto de vista humano y desmitificador. Los siniestros hospitales psiquiátricos ya no son lo que

eran, es cierto, pero persiste la posibilidad de internamiento involuntario, y si se ha reducido es

porque los psicofármacos cumplen la función de mantener a los pacientes encerrados en una

especie de manicomio ambulante en el que la persona etiquetada como “enfermo mental” lleva a

cuestas las rejas y la camisa de fuerza.

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