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JUDE DEVERAUX

Sólo Curiosidad – Serie Taggert 07


Dentro de la Antología A Gift of Love

TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén Página 1


JUDE DEVERAUX
Sólo Curiosidad – Serie Taggert 07
Dentro de la Antología A Gift of Love

JUDE DEVERAUX
Sólo Curiosidad
Dentro de la Antología A Gift of Love
Just Curious (1995)

AARRGGU
UMMEEN
NTTO
O::
La hermosa viuda Karen Lawrence no confía en los hombres, en particular en su jefe
MacAllister Taggert. Ella cree que es un playboy que salta de una mujer a otra tan rápido como
cambia de ropa. Sin embargo, Karen tiene un secreto anhelo de tener un hijo antes de que expire
su reloj biológico, y ella encuentra a su jefe el perfecto donante de esperma por su físico y salud.
Cuando ella descubre un espionaje en la oficina, de repente se convierte en objeto de atracción
de MacAllister. Esperando ser despedida, se sorprende con la propuesta de hacerse pasar por su
novia y acompañarlo a la boda de su primo y como retribución ella puede pedir lo que quiera.
Karen está de acuerdo y le dice abiertamente que ella quiere que él sea el donante de esperma
para su bebé. MacAllister da su consentimiento y lleva a Karen a Maine, donde tiene lugar la boda.
A medida que pasa más tiempo con él y su numerosa y bulliciosa familia, ella no puede evitar
caer en el embrujo MacAllister. ¿Puede Karen protegerse de lo que ella percibe como una gran
angustia o puede confiarle a MacAllister su corazón?

SSO
OBBRREE LLAA AAU
UTTO
ORRAA::
Jude Deveraux es autora de más de cuarenta novelas —de
ambientación tanto histórica como contemporánea— que han figurado en
las listas de libros más vendidos del New York Times, muchas de ellas
publicadas por Vergara, tales como: El caballero de la brillante armadura,
La seductora, El corsario, No olvides el pasado, Tentación, El refugio y El
árbol de las moras, las dos últimas en la colección Seda. Jude empezó a
escribir en 1976 y en la actualidad lleva publicados más de cuarenta y cinco
millones de ejemplares de sus libros, en numerosos idiomas.
Vive con su hijo Sam, de cinco años, en Carolina del Norte. Ha creado una tradición de best
sellers con cada una de sus novelas sucediendo que cada novela supera a la anterior en
reconocimiento y en ventas. Ganó notoriedad en la década de los ochenta narrando la vida de los
hermanos Montgomery con los que ganó numerosos premios, entre ellos el premio Romantic
Times por la mejor saga romántica histórica. Jude nació en Fairdale, Kentucky.
Su familia se mudó cuando ella tenía 7 años y siempre ha echado de menos a la numerosa
familia que dejó atrás. Afortunadamente para su familia, descubrió el arte de contar historias y
empezó a crear su propio y popular mundo a través de historias ambientadas en la época
medieval y también en lugares fantásticos. Esta vivida imaginación ha catapultado a esta talentosa
autora, convirtiéndola en una de las escritoras que más premios ha ganado y cuyos libros están
continuamente en las listas de Best sellers.

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Sólo Curiosidad – Serie Taggert 07
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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0011

—No creo en los milagros —dijo Karen, mirando a su cuñada con los labios firmemente
presionados.
La luz del sol brillaba sobre el rostro limpio y reluciente de Karen, haciéndola parecer la foto del
"después" de una modelo sin maquillaje. Pero la ausencia de maquillaje sólo revelaba una piel
perfecta, pómulos altos y ojos como oscuras esmeraldas.
—Nunca dije nada sobre milagros —replicó Ann, su voz mostrando su exasperación. Era tan
morocha como Karen era rubia, quince centímetros más baja, y voluptuosa—. Lo único que dije
fue que deberías ir al baile de Navidad en el club. ¿Qué tiene eso de milagroso?
—Dijiste que podría conocer a alguien maravilloso y volver a casarme —respondió Karen,
negándose a recordar el accidente de autos que le había quitado a su amado esposo.
—Muy bien, dispárame, me disculpo.
Entrecerrando los ojos al mirar a su alguna vez hermosa cuñada, a Ann le parecía difícil creer
que solía estar carcomida por los celos debido a la apariencia de Karen. Ahora el cabello de Karen
colgaba lacio y sin vida sobre sus hombros, con puntas partidas hasta las orejas. No tenía un rastro
de maquillaje, y con su tono pálido, Karen se veía como una adolescente sin él. En vez de las
elegantes ropas que solía vestir, ahora tenía un viejo conjunto de jogging que Ann sabía que había
pertenecido al esposo muerto de Karen, Ray.
—Solías ser la chica más hermosa del club de campo —dijo Ann con nostalgia—. Recuerdo
verlos a ti y a Ray bailar en Navidad. ¿Recuerdas ese vestido rojo que tenías, con un tajo tan alto
que tus amígdalas eran visibles? ¡Pero valía cómo se veían tú y Ray bailando juntos! Esas piernas
tuyas tenían a todos los hombres en la sala babeando. ¡Cada hombre en Denver estaba babeando!
Excepto mi Charlie, por supuesto, él nunca miraba.
Por encima de su taza de té, Karen le ofreció una débil sonrisa.
—Las palabras clave en eso son "chica" y "Ray". Y ya no lo soy ni lo tengo.
—¡Dame un respiro! —gimió Ann—. Suenas como si tuvieras noventa y dos años y estuvieras
escogiendo tu ataúd. Cumpliste treinta, eso es todo. Llegaré a los treinta y cinco este año y la edad
no me ha detenido.
Con eso, Ann se levantó, con la mano tras la espalda, e iba como pato hacia el fregadero para
tomar otra taza de té de hierbas. Estaba tan enormemente embarazada que apenas podía alcanzar
la tetera.
—Entendido —dijo Karen—. Pero sin importar cuán joven o vieja sea, eso no trae a Ray de
vuelta.
Cuando dijo el nombre, había reverencia en un su voz, como si estuviera pronunciando el
nombre de una deidad.
Ann dio un gran suspiro, ya que habían tenido esta conversación muchas veces.
—Ray era mi hermano y lo amaba mucho pero, Karen, Ray está muerto. Y ha estado muerto por
dos años. Es momento de que empieces a vivir otra vez.
—No entiendes lo de Ray y mío. Éramos…
El rostro de Ann estaba lleno de compasión, y estirándose por encima de la mesa, aferró la
muñeca de Karen y la apretó.

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—Sé que él era todo para ti, pero tienes mucho que ofrecerle a un hombre. Un hombre que
esté vivo.
—¡No! —dijo Karen bruscamente—. Ningún hombre en la tierra podría ocupar el lugar de Ray,
y nunca le permitiría a nadie que lo intentara. —Abruptamente, se levantó de la mesa y caminó
hasta la ventana—. Nadie comprende. Ray y yo estábamos más que casados, éramos compañeros.
Éramos iguales; compartíamos todo. Ray pedía mi opinión acerca de todo, desde los negocios
hasta el color de sus medias. Me hacía sentir útil. ¿Puedes entender eso? Cada hombre que he
conocido antes o después de Ray parece querer a una mujer que se quede quieta y se vea bonita.
En el momento en que comienzas a darle tus opiniones, le pide a la mesera que traiga la cuenta.
No había nada que Ann pudiera decir para contradecir a Karen, porque había visto de primera
mano el buen matrimonio que habían tenido. Pero ahora Ann estaba cansada de ver a su querida
cuñada escondiéndose del mundo, así que no iba a decirle a Karen que nunca encontraría a nadie
que fuera la mitad de hombre que Ray era.
—Muy bien —dijo Ann—, me detendré. Si estás obligada y decidida a cometer Sati por Ray,
que así sea. —Vacilante, miró con dureza la espalda de su cuñada—. Cuéntame sobre ese trabajo
tuyo.
El tono de su voz decía lo que pensaba sobre el trabajo de Karen.
Apartándose de la venta, Karen se rió.
—Ann, nunca nadie podría dudar de tus opiniones sobre algo. Primero, no te gusta que ame a
mi esposo, y segundo, no apruebas mi trabajo.
—Entonces demándame. Creo que vales más que una viudez eterna y morir tipeando.
Karen nunca podría tener animosidad contra su cuñada, porque Ann verdaderamente pensaba
que Karen era de lo mejor, y no tenía nada que ver con que estuviesen relacionadas por el
matrimonio.
—Mi trabajo está bien —dijo, volviendo a sentarse a la mesa—. Todos están bien y todo está
yendo bien.
—Qué aburrido, ¿eh?
Karen se rió.
—No terriblemente aburrido, sólo un poquito.
—Entonces, ¿por qué no renuncias? —Antes de que Karen pudiera responder, Ann levantó la
mano—. Me disculpo. No es asunto mío si tú, con todo tu cerebro, quieres enterrarte en algún
servicio de mecanografía. —Los ojos de Ann se encendieron—. Entonces, de cualquier modo,
cuéntame sobre tu divino y bellísimo jefe. ¿Cómo está ese hermoso hombre?
Karen sonrió e ignoró la referencia a su jefe.
—Las otras mujeres en el grupo me hicieron una fiesta de cumpleaños la semana pasada.
Con eso, levantó sus cejas en desafío, ya que Ann siempre estaba diciendo cosas insidiosas
sobre las seis mujeres con las que Karen trabajaba.
—Oh. ¿Y qué te regalaron? ¿Un chal tejido al crochet, o quizá una silla mecedora y un par de
gatos?
—Unas calzas de sostén —dijo ella, y luego rió—. No, no, estoy bromeando. Lo habitual. En
realidad, juntaron su dinero y me dieron un regalo muy agradable.
—¿Y qué fue?

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Karen dio un sorbo a su té.


—Un sostenedor de anteojos.
—¿Un qué?
Los ojos de Karen brillaron.
—Un sostén para mis anteojos. Sabes, una de esas cosas de cuerdas que va alrededor de tu
cuello. Es muy bonito, de oro de dieciocho quilates. Con pequeños, ah, gatos en el cierre.
Ann no sonrió.
—Karen, tienes que salir de ahí. La edad combinada de esas mujeres debe ser trescientos años.
¿Y no se dieron cuenta de que no usas anteojos?
—Trescientos setenta y siete. —Cuando Ann la miró interrogando, Karen dijo—: Sus edades son
un total de trescientos setenta y siete años. Un día las sumé. Y ellas dijeron que saben que no uso
anteojos, pero que como una mujer que había cumplido treinta, pronto los necesitaría.
—Para una anciana como tú, las calzas de sostén están a la vuelta de la esquina.
—En realidad, la señorita Johnson me dio un par la Navidad pasada. Ella tiene setenta y uno, y
les tiene una fe ciega.
Ann se rió de eso.
—Oh, Karen, esto es serio. Tienes que salir de ahí.
—Mmm —dijo Karen, mirando su taza—. Mi trabajo tiene sus usos.
—¿Qué estás tramando? —le dijo Ann bruscamente.
Karen miró a su cuñada con inocencia.
—No tengo idea de lo que quieres decir.
Por un momento, Ann se recostó contra el banco y estudió a su cuñada.
—Finalmente estoy comenzando a comprender. Eres demasiado inteligente como para echar
todo a la basura. Lo juro, Karen Lawrence, si no me cuentas todo y me lo dices ahora, pensaré en
algún modo espantoso de castigarte. Como quizás no permitir que veas a mi bebé hasta que tenga
tres años. —Cuando el rostro de Karen palideció, Ann supo que la tenía—. ¡Dime!
—Es un trabajo agradable y la gente con la que trabajo es…
De pronto, el rostro de Ann se encendió.
—No te hagas la mártir conmigo. Te conozco desde que tenías ocho años, ¿recuerdas? Aceptas
trabajo extra de esas viejas para saber todo lo que está pasando. Apuesto a que sabes más de lo
que sucede en esa compañía que Taggert. —Ann sonrió por su propia inteligencia—. Y dejas que
tu apariencia se estropee para no intimidar a nadie. Si ese dragón de la señorita Gresham viera
como te veías hace un par de años, encontraría alguna razón para despedirte. —El sonrojo de
Karen fue suficiente para demostrarle que tenía razón—. Perdona mi estupidez —dijo Ann—,
pero, ¿por qué no buscas un trabajo que pague un poquito más que ser una secretaria?
—¡Lo intenté! —dijo Karen vehementemente—. Me postulé en docenas de compañías, pero no
me tomaban en cuenta porque no tengo un título universitario. Ocho años de dirigir una ferretería
no significa nada para un director de personal.
—Sólo cuadruplicaste las ganancias de esa tienda.
—Como sea. Eso no importa. Sólo ese pedazo de papel diciendo que pasé años de aburridas
clases significa algo.
—Entonces, ¿por qué no regresas a la escuela y obtienes ese pedazo de papel?
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—¡Estoy yendo a la escuela! —Karen tomó un trago de su té para calmarse—. Mira, Ann, sé que
tienes buena intención, pero sé lo que estoy haciendo. Sé que nunca encontraré a otro hombre
como Ray, con quien pueda trabajar, pero quizá pueda aprender lo suficiente como para abrir un
negocio propio. Tengo el dinero de la venta de la mitad de Ray de la ferretería, y me las estoy
arreglando para ahorrar la mayor parte de lo que gano en este trabajo. Mientras tanto, estoy
aprendiendo todo acerca de dirigir una compañía del tamaño de la de Taggert. —Karen sonrió—.
En realidad no soy idiota con mis viejas damitas. Ellas creen que me usan para hacer su trabajo,
pero en realidad, soy muy selectiva con lo que acepto hacer. Todo en esa oficina, de cada
departamento, pasa por mi escritorio. Y como siempre estoy disponible los fines de semana y los
feriados, siempre veo lo que es más urgente.
—¿Y qué planeas hacer con todo ese conocimiento?
—Abrir un negocio en algún lado. De venta al por menor. Es lo que sé, aunque sin Ray allí para
hacer las ventas, no sé cómo me las arreglaré.
—¡Deberías volver a casarte! —dijo Ann enérgicamente.
—¡Pero no quiero casarme! —casi gritó Karen—. ¡Sólo voy a quedar embarazada! —Después de
haberlo dicho, Karen miró horrorizada a su amiga—. Por favor, olvida que dije eso —susurró—.
Mira, será mejor que me vaya. Tengo cosas…
—Te mueves de ese asiento y estás muerta —le dijo Ann desapasionadamente.
Con un enorme suspiro, Karen cayó otra vez contra la banqueta tapizada en la soleada cocina
de Ann.
—No me hagas esto. Por favor, Ann.
—¿Hacerte qué? —preguntó ella inocentemente.
—Curiosear y entrometerte, y generalmente interferir en algo que no es asunto tuyo.
—No puedo imaginar a qué podrías estar refiriéndote. Nunca he hecho nada así en mi vida.
Ahora cuéntame todo.
Karen intentó cambiar de tema.
—Otra mujer hermosa salió llorando de la oficina de Taggert la semana pasada —dijo,
refiriéndose a su jefe, un hombre que parecía volver loca de deseo a Ann.
Pero Karen estaba segura de que eso era porque no lo conocía.
—¿Qué quieres decir con que "vas" a quedar embarazada? —insistió Ann.
—Una hora después de que se marchó, un joyero apareció en la oficina de Taggert con un
maletín y dos guardias armados. Todas deducimos que la estaba sobornando. Secándole las
lágrimas con esmeraldas, por así decirlo.
—¿Ya has hecho algo para quedar embarazada?
—Y el viernes oímos que Taggert estaba comprometido… otra vez. Pero no con la mujer que
había abandonado su oficina. Esta vez está comprometido con una pelirroja. —Se apoyó sobre la
mesa para acercarse a Ann—. Y el sábado tipeé el acuerdo prematrimonial.
Eso obtuvo la atención de Ann.
—¿Qué había en él?
Karen volvió a recostarse, con el rostro mostrando su desagrado.
—Es un bastardo, Ann. Realmente lo es. Sé que es muy apuesto y que es rico más allá de lo
imaginable, pero como humano no vale mucho. Sé que estas… estas bellezas sociales

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probablemente sólo van tras su dinero, seguramente él no podría gustarles, pero son seres
humanos y, como tales, merecen bondad.
—¿Te bajarías del púlpito y me dirías qué decía el prenupcial?
—La mujer, su novia, tenía que acordar ceder a todos los derechos sobre cualquier cosa que
fuese comprada con el dinero de él durante el matrimonio. Por lo que noté, ella no tendría
permitido ser dueña de nada. En caso de divorcio, hasta las ropas que él comprase se quedarían
con él.
—¿De veras? ¿Y qué planearía hacer con la ropa de mujer?
Ann subió y bajó sus cejas.
—Nada interesante, estoy segura. Sólo encontraría a otra hermosa caza fortunas a quien le
quedaran bien. O quizá las vendería para poder comprar una maleta de anillos de compromiso, ya
que los entrega con tanta frecuencia.
—¿Qué es lo que tanto te disgusta de ese hombre? —preguntó Ann—. Te dio un trabajo,
¿cierto?
—Oh, sí, tiene una oficina llena de mujeres. Juro que le da instrucciones al personal para que
las contraten por el largo de sus piernas. Se rodea a sí mismo de hermosas mujeres ejecutivas.
—¿Y cuál es tu queja?
—¡Nunca les permite hacer nada! —dijo Karen con pasión—. Taggert toma cada decisión por sí
mismo. Hasta donde sé, ni siquiera le pregunta a su equipo de bellezas qué piensan que debería
hacerse, mucho menos les permite hacerlo en realidad. —Agarró el asa de su taza hasta que casi
chasqueó—. McAllister Taggert podría vivir solo en una isla desierta. No necesita a ninguna otra
persona en la vida.
—Parece necesitar a las mujeres —dijo Ann suavemente.
Se había encontrado con el jefe de Karen en dos ocasiones y había sido totalmente encantada
por él.
—Él es el proverbial playboy norteamericano —dijo Karen—. Más largas las piernas y el cabello,
más le gustan. Hermosas y tontas, eso es lo que le gusta. —Sonrió maliciosamente—. Sin embargo,
hasta ahora ninguna ha sido lo suficientemente tonta como para casarse con él cuando descubren
que lo único que obtienen del matrimonio es a él.
—Bueno… —dijo Ann, viendo el enojo en el rostro de Karen—, quizás deberíamos cambiar de
tema. ¿Cómo planeas obtener un bebé si huyes de cada hombre que te mira? Quiero decir, el
modo en que te vistes ahora está calculado para mantener a los hombres a distancia, ¿cierto?
—¡Qué buen té! —dijo Karen—. Ciertamente eres una buena cocinera, Ann, y he disfrutado
inmensamente la visita, pero ahora debo irme.
Con eso, se puso de pie y se dirigió a la puerta de la cocina.
—¡Aw! —gritó Ann—. ¡Estoy entrando en parto! Ayúdame.
La sangre pareció drenarse del rostro de Karen mientras corría hacia su cartera.
—Recuéstate, descansa. Llamaré al hospital.
Pero cuando Karen llegaba al teléfono, Ann dijo con voz normal:
—Creo que ha pasado, pero será mejor que te quedes aquí hasta que Charlie llegue a casa. Por
las dudas. Ya sabes.
Después de un momento de mirar a Ann con furia, Karen admitió la derrota y volvió a sentarse.

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—Muy bien, ¿qué quieres saber?


—No sé porqué, pero parezco estar muy interesada en los bebés últimamente. Debe ser algo
que comí. De cualquier modo, cuando mencionaste a los bebés, realmente hizo que quisiera oír
todo sobre eso.
—No hay nada que decir. Realmente, nada. Sólo…
—¿Sólo qué? —la apuró Ann.
—Sólo lamento que Ray y yo no hayamos tenido niños. Los dos pensamos que teníamos todo el
tiempo del mundo. —Ann no dijo nada, sólo le dio tiempo a Karen para ordenar sus pensamientos
y hablar—. Hace poco fui a una clínica de fertilidad y me hice un examen completo. Parezco estar
perfectamente sana.
Cuando Karen no dijo más, Ann agregó suavemente:
—Entonces has ido a una clínica, ¿y ahora qué?
—Elegiré a un donante del catálogo —dijo Karen sencillamente.
El sentido del absurdo de Ann la superó.
—Ah, luego sacas la jeringuilla y…
Karen no se rió mientras sus ojos destellaban, furiosos.
—Puedes permitirte ser petulante porque tienes a un amado esposo que puede hacer el
trabajo, pero ¿qué se supone que yo haga? ¿Poner un anuncio en el periódico buscando un
donante? "Una adorable viuda quiere un hijo pero no un marido. Caja de solicitudes tres cinco
seis".
—Si salieras más y conocieras a algunos hombres, podrías… —Ann se detuvo porque pudo ver
que Karen comenzaba a enojarse—. Ya sé, ¿por qué no le pides a ese hermoso jefe tuyo que haga
el trabajo? Él le gana a una jeringuilla en cualquier momento.
Por un instante, Karen intentó seguir enojada, pero la persistencia de Ann la distendió.
—Señor Taggert, en vez de un aumento —imitó Karen—, ¿le importaría mucho darme un
poquito de semen? Traje un tarro y, no, no me molesta esperar.
Ann se rió, ya que esta era la antigua Karen, la que rara vez había visto en los últimos dos años.
Karen siguió sonriendo.
—Según mis tablas, tendré un pico de fertilidad el día de Navidad, así que quizás sólo esperaré
a Papá Noel.
—Es mejor que las galletitas y la leche —dijo Ann—. Pero, ¿no te sentirás mal por todos los
niños a los que desatenderá por pasar toda la noche en tu casa?
Ann rió tanto con su propia broma que soltó un grito.
—No fue tan gracioso —dijo Karen—. Tal vez los ayudantes de Papá Noel podrían… ¿Ann?
¿Estás bien?
—Llama a Charlie —susurró ella, aferrándose a su enorme estómago; luego, cuando otra
contracción la azotó, dijo—: Al diablo con Charlie, llama al hospital y diles que envíen rápido una
dosis de morfina. ¡Esto duele!
Temblando, Karen fue hacia el teléfono y llamó.

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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0022

—¡Idiota! —dijo Karen, mirándose al espejo y viendo las lágrimas que se escurrían de la esquina
de sus ojos.
Arrancando una toalla de papel del expendedor en la pared del baño, dio unos toques a las
lágrimas y vio que sus ojos estaban rojos. Lo cual, por supuesto, tenía sentido, ya que había estado
llorando la mayor parte de las últimas veinticuatro horas.
—Todos lloran al nacimiento de un bebé —le murmuró a nadie—. La gente llora ante todas las
ocasiones verdaderamente felices, tales como bodas y anuncios de compromiso, y en el
nacimiento de cada bebé.
Deteniéndose en su llanto, miró al espejo y supo que se estaba mintiendo a sí misma. La noche
anterior había tenido a la nueva hija de Ann en sus brazos y había querido tanto a esa niña que
casi había salido por la puerta con ella. Frunciendo el ceño, Ann había tomado a su bebé de los
brazos de su cuñada.
—No puedes quedarte con la mía —le dijo—. Ten uno propio.
Para ocultar su vergüenza, Karen había intentado bromear sobre sus sentimientos, pero no
había surtido efecto, y al final había abandonado la habitación de hospital de Ann sintiéndose peor
que nunca desde la muerte de Ray.
Así que ahora Karen estaba en la oficina, casi abrumada con una sensación de anhelo por un
hogar y una familia. Haciendo otro intento de secar su rostro, oyó voces en la puerta, y sin pensar
entró disparada en un compartimiento abierto y cerró la puerta tras ella. No quería que nadie la
viera. Hoy era la fiesta de Navidad en la oficina y todos estaban de muy buen humor. Entre la
promesa de comida y bebida gratis y sin límite esa tarde y una generosa bonificación recibida de
las Empresas Montgomery—Taggert esa mañana, toda la oficina era un caldero de alegría.
Si Karen no hubiese estado ya de mal humor, lo hubiera estado al darse cuenta de que una de
las dos mujeres que entraba era Loretta Simons, una mujer que se consideraba a sí misma la
autoridad residente sobre McAllister J. Taggert. Karen sabía que estaba atrapada dentro del
compartimiento, porque si intentaba abandonar el baño, Loretta la atraparía y la fastidiaría para
oír más sobre las maravillas del santo M.J. Taggert.
—¿Ya lo has visto? —dijo efusivamente Loretta de un modo que algunas personas reservaban
para la Capilla Sixtina—. Es la criatura más hermosa de la tierra… alto, apuesto, bondadoso,
comprensivo.
—Pero, ¿qué hay de esa mujer, esta mañana? —preguntó la segunda mujer. Si no sabía todo
sobre Taggert, tenía que ser la nueva asistente ejecutiva, y Loretta estaba familiarizándola—. No
parecía pensar que él fuera tan maravilloso.
Karen, escondida en su compartimiento, sonrió por eso. Exactamente su opinión.
—Pero tú, querida mía, no tienes idea por lo que ha pasado ese querido hombre —dijo Loretta,
como si hablara de un veterano de guerra.
Parada contra la pared, Karen echó la cabeza hacia atrás y quiso gritar de frustración. ¿Loretta
nunca hablaba de nada que no fuera el Gran Plantón? ¿La Gran Tragedia de McAllister Taggert?
¿No había nada más en su vida?
—Tres años atrás el señor Taggert estaba loca y perdidamente enamorado de una joven
llamada Elaine Wentlow. —Loretta dijo el nombre como si fuera algo vil y asqueroso—. Más que

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nada en su vida, quería casarse con ella y formar una familia. Quería su propio hogar, su lugar de
seguridad. Quería…
Karen puso los ojos en blanco, ya que Loretta agregaba más al cuento cada vez que lo contaba:
menos hechos, más melodrama. Ahora Loretta iba a la magnificencia de la boda que Taggert había
planeado y pagado solo. Según Loretta, su prometida había pasado todo el tiempo arreglándose
las uñas.
—¿Y ella lo abandonó? —preguntó la nueva asistente, con la voz adecuadamente sobrecogida.
—Dejó al querido hombre parado al frente a la iglesia ante setecientos invitados que habían
volado desde todas partes del mundo.
—Qué espantoso —dijo la asistente—. Debe haber estado humillado. ¿Cuál fue la razón de
ella? Y si tenía una buena razón, ¿no podría haberlo hecho de un modo más bondadoso?
Karen tensó la mandíbula. Ella creía que Taggert había esperado hasta la noche anterior o el
mismo día de la boda para presentarle a su esposa uno de sus odiosos acuerdos prematrimoniales,
haciéndole saber lo que pensaba de ella. Claro que Karen nunca diría eso, ya que no se suponía
que tipeara el trabajo privado de Taggert. Ese era trabajo de su secretaria personal. Pero la
hermosa señorita Gresham era demasiado importante como para realmente ingresar datos en una
terminal de computadora, así que le daba el trabajo a la persona que hacía más tiempo que estaba
en la compañía: la señorita Johnson. Pero la señorita Johnson tenía más de setenta años y estaba
demasiado desvencijada como para tipear mucho. Sabiendo que perdería su trabajo si admitía
eso, y como tenía un número bastante alarmante de gatos que alimentar, la señorita Johnson le
daba en secreto todo el trabajo privado de Taggert a Karen.
—Entonces, ¿por eso es que todas las mujeres lo han dejado desde entonces? —preguntó la
asistente—. Quiero decir, por la mujer de esta mañana.
Karen no necesitaba oír la recapitulación de los eventos de esa mañana por parte de Loretta, ya
que era de lo único que hablaba el personal de la oficina. Además de la fiesta navideña y la
bonificación, que otra de las mujeres de Taggert lo plantara era casi más emocionante de lo que
podían soportar. Karen estaba sinceramente preocupada por el corazón de la señorita Johnson.
Esa mañana, minutos después de que se hubiesen entregado las bonificaciones, una alta y
hermosa pelirroja había irrumpido las oficinas con una caja de anillo en su temblorosa mano. La
recepcionista exterior no había necesitado preguntar quién era o cuál era su recado, ya que las
mujeres furiosas con cajas de anillos en la mano eran una imagen común en las oficinas de M.J.
Taggert. Una por una, todas las puertas se habían abierto a ella, hasta que estuvo dentro del
sanctasanctórum: la oficina de Taggert.
Quince minutos más tarde, la pelirroja había emergido, llorando, sin caja de anillo, y aferrando
una caja de joyería que era del tamaño como para contener un brazalete.
—¿Cómo pueden hacerle esto? —habían susurrado las mujeres de la oficina, con toda su furia
descendiendo sobre la cabeza de la mujer—. Es un hombre tan adorable, tan bondadoso, tan
considerado —decían.
—Su único problema es que se enamora de las mujeres equivocadas. Si sólo pudiera encontrar
a una mujer buena, ella lo amaría por siempre —era la conclusión que sacaban siempre—. Él sólo
necesita a una mujer que comprenda el dolor que ha pasado.
Después de esa declaración, cada mujer en la oficina de menos de cincuenta y cinco años iba al
tocador, donde pasaba su hora de almuerzo intentando ponerse lo más seductora posible.

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Excepto Karen. Karen permanecía en su escritorio, obligándose a reservarse sus opiniones para
sí misma.
Entonces Loretta suspiró de tal modo que hizo que la puerta del compartimiento vibrara contra
la traba. Como Loretta le había contado a cada mujer en la oficina todo sobre el divino señor
Taggert, no estaba preocupada de que nadie la oyera por casualidad.
—Así que está libre de nuevo —dijo Loretta, con la voz cargada de tristeza, y esperanza, en
semejante condición—. Sigue buscando a su verdadero amor, y algún día alguna mujer muy
afortunada se convertirá en la señora de McAllister Taggert.
Ante eso, la asistente murmuró de acuerdo.
—El modo en que esa mujer lo trató fue trágico. Aunque lo odiara, debería haber pensado en
los invitados a la boda.
Karen hubiese gruñido ante esas palabras, porque supo que Loretta había reclutado a otro
soldado para su pequeño ejército que constantemente jugaba a "idolatrar al jefe".
—¿Qué estás haciendo? —oyó Karen que preguntaba Loretta.
—Poniendo el nombre correcto —respondió la asistente.
Un momento más tarde, Loretta suspiró de tal modo que tenía que ser directo de su corazón.
—Oh, sí, me gusta eso. Sí, eso me gusta mucho. Ahora debemos irnos. No deberíamos
perdernos un segundo de la fiesta de Navidad. —Se quedó callada y luego dijo sugestivamente—:
No hay forma de decir qué puede pasar bajo el muérdago.
Karen esperó un minuto luego que las mujeres se hubieran ido; entonces, permitiendo que su
respiración contenida escapara, salió del compartimiento. Mirando el espejo, vio que el tiempo
que había pasado escondida había permitido que sus ojos se aclararan. Después de lavarse las
manos, fue al toallero y allí vio de qué habían estado hablando las mujeres. Mucho tiempo atrás
alguna mujer (probablemente Loretta) había robado una fotografía de Taggert y la había colgado
en la pared del tocador de las mujeres. Luego había pegado una placa (también probablemente
robada) debajo. Pero ahora, en la pared sobre la placa estaba escrito "Magníficamente deJado"
encima del nombre M.J. Taggert.
Mirándolo un momento, Karen sacudió la cabeza con desagrado, y con una sonrisita de
satisfacción sacó un marcador negro permanente de su bolso, tachó las palabras escritas y las
reemplazó con "Miserablemente Jodido."
Por primera vez ese día, sonrió, y salió del tocador sintiéndose mucho mejor. Tanto mejor, de
hecho, que permitió ser metida por unos compañeros en el ascensor para ir arriba, a la enorme
fiesta de Navidad de Taggert.
Un piso entero del edificio que pertenecía a los Taggert había sido dejado aparte para
conferencias y reuniones. En vez de estar dividido en oficinas de tamaño más o menos igual, el
piso había sido acomodado como si fuera una casa decorada, suntuosamente, aunque bastante
extraña. Había una sala con tapetes tatami, pantallas shoji y objetos de jade que era utilizada para
clientes japoneses. Colefax y Fowler habían hecho una sala inglesa que se veía como algo de
Chatsworth. Para clientes con una inclinación erudita había una biblioteca con varios miles de
libros en preciosas cajas de madera de pacana. Había una cocina para el chef residente y otra para
los clientes a los que le gustaba preparar su propia comida. En una sala de Santa Fe colgaban
mocasines con cuentas y camisas de cuero con borlas de crin de caballo.
Y había una sala enorme y vacía que podía ser llenada con lo que se necesitara en el momento,
como un enorme árbol de Navidad cargando lo que parecía ser media tonelada de adornos
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blancos y plateados. Todos los empleados ansiaban ver ese árbol, "hecho" cada año por algún
joven diseñador prometedor, cada año diferente, cada año perfecto. Ese árbol sería fuente de
discusión en las semanas venideras.
Personalmente, a Karen le gustaba más el árbol de la guardería. Nunca medía más de un metro
veinte, para que los niños pudieran alcanzar la mayor parte de él, y estaba cubierto con cosas que
los hijos de los empleados habían hecho, tales como cadenas de papel y cintas de palomitas de
maíz.
Dirigiéndose a la guardería, fue detenida por tres hombres de contaduría que obviamente
habían bebido demasiado y llevaban tontos sombreros de papel. Por un momento intentaron que
Karen fuera con ellos, pero cuando se dieron cuenta de quién era, se apartaron. Tiempo atrás le
había enseñado a los hombres de la oficina que estaba prohibida, ya fuera durante las horas
regulares de trabajo o en una situación más informal, como esta.
—Lo siento —murmuraron, y pasaron a su lado.
La guardería estaba desbordada de niños, ya que las familias de Taggert que eran dueñas del
edificio estaban allí.
"Aunque no puedas decir nada de los Taggert, al menos son fértiles", había dicho una vez la
señorita Johnson, haciendo que todos excepto Karen rieran.
Y eran un grupo agradable, admitió Karen para sí misma. Que no le agradara McAllister no era
razón para que le desagradara toda la familia. Siempre eran amables con todos, pero reservados;
con una familia del tamaño de la suya, probablemente no tenían tiempo para desconocidos.
Ahora, viendo el caos de la sala de juegos de los niños, Karen parecía ver dobles de todos, ya que
los gemelos eran normales en la familia Taggert a un grado extraordinario. Había gemelos adultos,
pequeños, y bebés que se parecían tanto que podrían haber sido clones.
Y nadie, incluyendo a Karen, podía diferenciarlos. Mac tenía hermanos gemelos con oficinas en
el mismo edificio, y cada vez que uno de ellos aparecía siempre se hacía la pregunta "¿cuál eres
tú?".
Alguien puso una bebida en la mano de Karen diciendo, "relájate, bebé," pero ella no tomó ni
un sorbo. Al pasar la mayor parte de la noche en el hospital para estar cerca de Ann, no había
comido nada desde el día anterior, y sabía que cualquier cosa que bebiera se iría directo a su
cabeza.
Parada en el corredor, mirando la sala de juegos, le pareció que nunca había visto tantos niños
en su vida: bebés amamantando, gateando, dando primeros pasos, dos con libros en las manos,
uno comiendo un crayón, una adorable pequeñita con colitas que caían por su espalda, dos
hermosos gemelos jugando con camiones de bomberos idénticos.
—Karen, eres una masoquista —se susurró a sí misma, giró sobre sus talones y caminó
vivamente por el pasillo hacia el ascensor.
Al bajar iba vacío, y una vez que estuvo dentro la soledad la inundó. Había estado planeando
pasar la Navidad con Ann y Charlie, pero ahora que tenían el nuevo bebé no querrían ser
molestados por una antigua cuñada.
Deteniéndose en la oficina que compartía con las demás secretarias, Karen comenzó a juntar
sus cosas para poder ir a casa, pero al pensarlo dos veces decidió que terminaría dos cartas y las
despacharía. No había nada urgente pero, ¿por qué esperar?
Dos horas más tarde había terminado todo lo que había dejado sobre su escritorio, y todo lo
que otras tres secretarias habían dejado en los suyos.

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Se estiró, juntó las cartas personales que había tipeado para Taggert, una sobre una tierra que
iba a comprar en Tokio y la otra una carta para su primo, caminó por el corredor hacia la suite
privada de Taggert. Golpeando primero, como siempre hacía, y dándose cuenta luego de que
estaba sola en ese piso, abrió la puerta. Era extraño ver este santuario personal sin la formidable
señorita Gresham en él. Como un león protegiendo un templo, la mujer andaba encima de Taggert
posesivamente, sin permitir que nadie que no tuviera asuntos necesarios lo viera.
Entonces Karen no pudo contenerse mientras caminaba suavemente por la habitación, la cual
le habían dicho que había sido decorada de acuerdo al exquisito gusto de la señorita Gresham. La
sala era toda blanca y plateada, como el árbol… e igual de fría, pensó Karen.
Cuidadosamente, depositó las cartas sobre el escritorio de la señorita Gresham y comenzó a
marcharse, pero entonces lo pensó otra vez y miró hacia las puertas dobles que conducían a la
oficina de él. Hasta donde sabía, ninguna de las mujeres del secretariado había estado dentro de
esa oficina, y Karen, tanto como las demás, tenía mucha curiosidad por ver dentro de esas puertas.
Sabía bien que el guardia de seguridad llegaría pronto, pero acababa de oírlo caminando en el
pasillo, con las llaves haciendo ruido, y si la atrapaban podía decirle que le habían dicho que
pusiera los papeles en la oficina de Taggert.
Silenciosamente, como si fuera una ladrona, abrió la puerta de la oficina y miró dentro.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
Claro, sabía que probablemente caería muerta de un ataque al corazón si alguien respondía,
pero fue cautelosa.
Mientras miraba alrededor, dejó las cartas sobre el escritorio. Debía admitir que él había tenido
la habilidad de contratar a un buen decorador; ciertamente ningún mero hombre de negocios
podría haber elegido los muebles de su oficina, porque no había una sola pieza de cuero negro o
cromo a la vista. En cambio, la oficina se veía como si hubiese sido tomada intacta de un castillo
francés, completa con paneles tallados, losa gastadas en el suelo, y una enorme chimenea
dominando una pared. Los muebles tapizados se veían muy usados y fabulosamente cómodos.
Contra una pared había una estantería llena de libros, un estante cubierto con fotografías
enmarcadas, y Karen fue atraída hacia ellas. Inspeccionándolas, supuso que haría falta una
calculadora para sumar a todos los niños en las fotos. Al final había una foto enmarcada en plata
de un joven sosteniendo una cuerda de pescados. Obviamente era un Taggert, pero ninguno que
Karen hubiese visto antes. Curiosa, tomó la foto y miró al hombre.
—¿Ha visto todo lo que quería? —apareció un rico tono barítono que hizo que Karen saltara tan
alto que dejó caer la fotografía sobre las losas, donde el vidrio se hizo pedazos de inmediato.
—Lo… lo siento —tartamudeó—. No sabía que había alguien aquí. —Doblándose para levantar
la foto, levantó la mirada hacia los oscuros ojos de McAllister Taggert mientras todo su más de
metro ochenta se imponía sobre ella—. Pagaré el daño —dijo nerviosamente, intentando juntar
los pedazos de vidrio roto.
Él no dijo una palabra, sólo la miró enojado, con el ceño fruncido.
Con todo lo que podía tomar en sus manos, se paró y quiso darle los pedazos, pero cuando él
no los tomó, los depositó al borde del estante.
—No creo que la foto esté dañada —dijo—. Yo, eh, ¿es ese uno de sus hermanos? No creo
haberlo visto antes.
Al oír eso, los ojos de Taggert se ensancharon y de pronto Karen tuvo miedo de él. Estaban
solos en el piso, y lo único que realmente sabía acerca de él personalmente era que muchas
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mujeres se habían negado a casarse con él. ¿Era a causa de sus repugnantes acuerdos
prenupciales o por algo más? ¿Su violento temperamento, quizás?
—Debo irme —susurró ella, giró sobre sus talones y salió corriendo de la oficina de él.
Karen no dejó de correr hasta que llegó al ascensor y golpeó el botón para bajar. Ahora mismo
lo único que quería en el mundo era ir a casa, a entornos familiares y hacer su mejor intento por
superar su vergüenza. ¡Atrapada como una adolescente fisgoneando en la oficina de su jefe!
¿Cómo podía haber sido tan estúpida?
Cuando la puerta del ascensor se abrió, estaba lleno de parranderos subiendo a la fiesta tres
pisos arriba, y aunque Karen protestó fuertemente que quería bajar, la metieron dentro con ellos
y la llevaron de regreso a la fiesta.
Lo primero que vio fue a un mesero con una bandeja con copas llenas de champagne, y Karen
vació dos de ellas inmediatamente. Sintiéndose mucho mejor, fue capaz de calmar sus nervios
agotados. Así que la habían atrapado husmeando en la oficina del jefe. ¿Y qué? Cosas peores le
habían sucedido a una persona. Para la tercera copa de vino, había logrado convencerse de que no
había pasado nada de nada.
Ahora había una mujer parada frente a ella, los brazos llenos con un robusto niñito y haciendo
malabarismos con un enorme bolso de pañales mientras intentaba frenéticamente abrir un
cochecito.
—¿Puedo ayudar? —le preguntó Karen.
—Oh, ¿podrías, por favor? —respondió la mujer, apartándose del cochecito ya que,
obviamente, pensaba que Karen quería ayudarla con eso.
Pero, en cambio, Karen tomó el niño de sus brazos y por un momento lo aferró fuerte contra sí.
—En general no le agradan los extraños, pero tú sí le gustas. —La mujer sonrió—. No te
importaría cuidarlo un momento, ¿cierto? Me encantaría buscar algo para comer.
Abrazando al niño contra ella, mientras él acurrucaba su cabeza que olía dulce contra el
hombro de Karen, ella susurró:
—Me quedaré con él para siempre.
Ante eso, una mirada de terror atravesó el rostro de la mujer. Quitándole su hijo a Karen, corrió
por el pasillo.
Momentos antes Karen había pensado que nunca antes había estado tan avergonzada, pero
esto era peor que ser atrapada husmeando.
—¿Qué demonios te pasa? —se siseó a sí misma y fue a zancadas hacia los ascensores.
Se iría a casa ahora, y nunca volvería a salir de ella en toda su vida.
En cuanto entró en el ascensor, se dio cuenta de que había dejado su cartera y abrigo en su
oficina del noveno piso. Si no hiciera cero grados afuera y las llaves del auto no estuvieran en su
cartera, hubiese dejado las cosas donde estaban, pero debía regresar. Apoyando la cabeza contra
la pared, supo que había tomado demasiado vino, pero también supo sin dudas que después de la
Navidad ya no tendría trabajo. En cuanto Taggert le dijera a su formidable secretaria que había
atrapado a una mujer desconocida —ya que Karen estaba segura de que el genial y muy ocupado
McAllister Taggert nunca había siquiera mirado a alguien tan bajo como ella— en su oficina, Karen
sería despedida.
En la pared del ascensor había una placa de bronce que listaba a todos los Taggert en el
edificio, y hacia el final se veía como si la nueva recluta de Loretta hubiese estado ocupada otra

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vez, ya que un trozo de papel había sido pegado sobre el nombre de McAllister Taggert y decía
"Maravilloso Jaguar." Sonriendo, Karen sacó una lapicera de su bolsillo y lo cambió a "Macho
Joputa."
Cuando el ascensor se detuvo, no supo si era el vino o su desafío, pero se sentía mejor. Sin
embargo, no quería otro encuentro con Taggert. Mientras tenía la puerta abierta, miró
cuidadosamente por ambos corredores para ver si había alguien cerca. Despejado. En puntas de
pie, pasó por el corredor alfombrado hacia la oficina de secretarias y, lo más silenciosamente
posible, quitó su abrigo del respaldo de la silla y su cartera del cajón. Cuando iba saliendo, se
detuvo junto al escritorio de la señorita Johnson para sacar algunas notas de su cajón. De ese
modo tendría trabajo para llenar su tiempo en Navidad.
—¿Husmeando nuevamente?
Karen se detuvo con la mano sobre el tirador del cajón; no tenía que levantar la mirada para
saber quién era. McAllister J. Taggert. Si no hubiese bebido tanto, se hubiera disculpado
amablemente, pero como estaba segura de que iban a despedirla de cualquier modo, ¿qué
importaba?
—Lamento lo de su oficina. Estaba segura de que estaría fuera, proponiéndole matrimonio a
alguien.
Con toda la arrogancia que podía reunir, intentó pasar junto a él.
—No le agrado mucho, ¿cierto?
Dándose vuelta, ella lo miró a los ojos, esos ojos oscuros con pestañas espesas que hacían que
todas las mujeres en la oficina se derritieran de deseo. Pero no interesaban mucho a Karen, ya que
no dejaba de ver las lágrimas de las mujeres que habían sido plantadas por él.
—He tipeado sus últimos tres acuerdos prenupciales. Sé la verdad acerca de cómo es usted.
Él se veía confundido.
—Pero, pensé que la señorita Gresham...
—¿Y arriesgarse a quebrar esas uñas con un teclado? Muy poco probable.
Con eso, Karen pasó rápidamente junto a él camino al ascensor.
Pero Taggert la tomó del brazo.
Por un momento, el miedo corrió dentro de ella. ¿Qué sabía en realidad acerca de este
hombre? Y estaban solos en ese piso. Si ella gritaba, nadie la oiría.
Ante la mirada de ella, el rostro de él se tensó y le soltó el brazo.
—Señora Lawrence, puedo asegurarle que no tengo intención de dañarla de ningún modo.
—¿Cómo sabe mi nombre?
Sonriendo, él la miró.
—Mientras desapareció, hice algunas llamadas sobre usted.
—¿Me estaba espiando? —preguntó ella, horrorizada.
—Sólo por curiosidad. Como usted en mi oficina. —Karen dio otro paso hacia el ascensor, pero
nuevamente él la tomó del brazo—. Espere, señora Lawrence, quiero ofrecerle un trabajo para
Navidad.
Karen golpeó el botón del ascensor con ganas mientras él se encontraba demasiado cerca,
mirándola desde arriba.
—¿Y qué sería ese trabajo? ¿Casarme con usted?

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—En cierto modo, sí —respondió él mientras la miraba desde los ojos a los dedos de los pies y
hacia arriba otra vez.
Karen azotó el botón del ascensor con tanta fuerza que era una maravilla que no hubiese
atravesado la pared.
—Señora Lawrence, no estoy insinuándome. Le estoy ofreciendo un trabajo. Un trabajo
legítimo por el cual será retribuida, y muy bien.
Karen seguía golpeando el botón y mirando los pisos que eran mostrados sobre las dos puertas.
Los dos ascensores estaban atascados en el piso donde estaba la fiesta.
—En las llamadas que hice descubrí que ha trabajado durante las dos últimas Navidades cuando
nadie más quería hacerlo. También descubrí que usted es la doncella de hielo de la oficina. Una
vez abrochó la corbata de un hombre a su escritorio cuando él se inclinaba encima suyo para
pedirle una cita. —Karen se puso roja, pero no lo miró—. Señora Lawrence —dijo suavemente,
como si lo que dijera fuese muy difícil para él—. Sea cual sea su opinión sobre mí, no puede haber
oído que jamás he hecho una insinuación inadecuada hacia una mujer que trabaje para mí. Mi
ofrecimiento es para un trabajo, un trabajo inusual, pero nada más. Me disculpo por lo que sea
que haya hecho para darle la impresión de que estaba ofreciendo algo más.
Con eso, se dio la vuelta y se alejó.
Mientras Karen lo observaba, un ascensor fue directo del piso doce al primero, pasándola por
alto a ella en el noveno. A regañadientes, giró para ver la espalda de él retirándose. De pronto, la
imagen de su casa vacía apareció ante sus ojos, el diminuto árbol con no mucho debajo. Pensara lo
que pensara de cómo él trataba a las mujeres en su vida personal, Taggert siempre era respetuoso
con sus empleadas. Y sin importar cuánto trabajara una mujer para comprometerlo, él no caía.
Dos años atrás, cuando una secretaria dijo que él se le había insinuado, todas se habían reído
tanto que había buscado otro trabajo tres semanas después.
Respirando hondo, Karen lo siguió.
—Muy bien —dijo cuando estaba justo detrás suyo—, lo escucho.

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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0033

Diez minutos más tarde estaba instalada en la hermosa oficina de Taggert; un fuego ardía en el
hogar, formando un encantador brillo rosado sobre la mesa que estaba cargada con deliciosa
comida y lo que parecía ser una provisión ilimitada de champagne frío. Al principio Karen había
pensado en resistir a semejante tentación, pero luego pensó en contarle a Ann que había comido
langosta y bebido champagne con el jefe, y comenzó a mordisquear.
Mientras Karen comía y bebía, Taggert comenzó a hablar.
—Supongo que a esta altura ha oído acerca de Lisa.
—¿La pelirroja?
—Mmm, sí, la pelirroja. —Volvió a llenar la copa de ella—. El veinticuatro de diciembre, dentro
de dos días, Lisa y yo debíamos estar en la boda de un buen amigo mío que vive en Virginia. Será
una boda enorme, con más de seiscientos invitados que llegarán de todo el mundo.
Por un momento sólo la miró, sin decir nada.
—¿Y? —preguntó Karen después de un rato—. ¿Para qué me necesita? ¿Para tipear el
prenupcial de su amigo?
McAllister untó una galleta con paté de foie gras y la estiró hacia ella.
—Ya no tengo prometida.
Karen dio un sorbo al vino y luego tomó la galleta.
—Perdone mi ignorancia, pero no veo qué tiene que ver eso conmigo.
—Le entrará el vestido.
Quizás fue que su mente estaba un poquito confusa por la bebida, pero le llevó un momento
comprender y cuando lo hizo, se rió.
—¿Quiere que me haga pasar por su prometida y sea una dama de honor para una mujer a la
que nunca he conocido? ¿Y que nunca me ha conocido a mí?
—Exacto.
—¿Cuántas botellas de esto ha tomado?
McAllister sonrió.
—No estoy ebrio y hablo absolutamente en serio. ¿Quiere oír más?
Una parte del cerebro de Karen decía que debería ir a casa, alejarse de este hombre demente
pero, ¿qué la esperaba en casa? Ni siquiera tenía un gato que la necesitara.
—Escucho.
—No sé si se ha enterado, pero tres años atrás fui... —dudó y ella vio que sus pestañas
aleteaban bastante atractivamente—. Tres años atrás fui abandonado en el altar de mi propia
boda por la mujer con la que planeaba pasar el resto de mi vida.
Karen vació su copa.
—¿Ella descubrió que usted se negaba a decir "compartiré contigo mis bienes terrenales"?
Por un momento McAllister se quedó allí sentado mirándola fijamente, luego sonrió de un
modo que sólo podía describirse como deslumbrante. Y Karen tuvo que parpadear; era realmente
hermoso, con su cabello y ojos negros y el asomo de un hoyuelo en una mejilla. No era raro que
tantas mujeres se enamoraran de él.

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—Creo, señora Lawrence, que usted y yo vamos a llevarnos bien.


Eso detuvo a Karen. Tendría que establecer límites ahora.
—No, no creo que lo hagamos, ya que no creo su trágica historia del muchachito perdido. No
tengo idea de lo que sucedió realmente en su boda o todas esas otras veces que las mujeres se
negaron a casarse con usted, pero puedo asegurarle que no soy una de esas secretarias enfermas
de amor que piensan que usted fue "Magníficamente deJado." Yo creo que fue...
Se detuvo antes de decir demasiado.
El descubrimiento encendió el rostro de Taggert.
—Usted cree que fui "Miserablemente Jodido." ¿O piensa que soy un "Macho Joputa"? Bueno,
bueno, así que finalmente sé quién es la genia de las palabras de la oficina.
Karen no podía hablar porque estaba demasiado avergonzada; ¿y cómo se había enterado él de
eso tan rápidamente?
Por un momento más él la miró especulativamente, entonces su expresión cambió de "siéntete
mal por mí" a la de un amigo hablándole a otro.
—Lo que sucedió entonces es entre Elaine y yo y permanecerá entre nosotros, pero la verdad
es que el novio es pariente suyo, y ella estará en la boda. Si aparezco solo, con otra prometida más
habiéndome dejado será, para como mínimo, vergonzoso. Y está el asunto de la boda. Si hay siete
hombres y seis mujeres, las mujeres se ponen un poquito malhumoradas por cosas como esa.
—Contrate a alguien de un servicio de acompañantes. Contrate a una actriz.
—Pensé en eso pero, ¿quién sabe qué obtendré? Podría audicionar para lady Macbeth en la
recepción. O podría resultar que conoce a la mitad de los hombres allí de un modo que podría ser
incómodo.
—Seguramente, señor Taggert, debe tener una pequeña agenda llena de nombres de mujeres a
las que le encantaría ir con usted y hacer lo que sea.
—Ese es justamente el problema. Son todas mujeres que... bueno, les gusto y después de
esto... bueno...
—Ya veo. ¿Cómo se desharía de ellas? Siempre puede pedirles que se casen con usted. Eso
parece curar a cualquier mujer de usted para siempre.
—¿Ve? Usted es perfecta para esto. Lo único que alguien tiene que hacer es ver el modo en que
me mira y sabrá que estamos a punto de separarnos. La próxima semana, cuando anuncie nuestra
separación, nadie se sorprenderá.
—¿Qué gano yo?
—Le pagaré lo que desee.
—¿Uno de los anillos de compromiso que entrega de a montones?
Karen sabía que estaba siendo grosera, pero el champagne le estaba dando coraje y con cada
cosa descortés que le decía, los ojos de McAllister brillaban más.
—¡Auch! ¿Eso es lo que la gente dice de mí?
—No intente su acto de niñito triste conmigo. Yo tipeé esos acuerdos prematrimoniales,
¿recuerda? Sé cómo es usted en realidad.
—¿Y eso es?

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—Incapaz de confiar, tal vez incapaz de amar. Le agrada la idea del matrimonio pero,
compartirse realmente, y más que nada compartir su dinero con otro ser humano, lo aterra. De
hecho, por lo que puedo decir, usted no comparte nada con nadie.
Por un instante, él la miró boquiabierto y luego sonrió.
—Ciertamente me resume en pocas palabras, pero por insensible que sea, igualmente me
avergonzó que Elaine me haya dejado tan públicamente. Esa boda me costó treinta y dos mil
dólares, ninguno de los cuales era reembolsable, y tuve que enviar los regalos de vuelta.
Negándose a ceder ante su actuación en busca de compasión, ella repitió:
—¿Qué gano yo? Y no quiero dinero. Tengo mi propio dinero.
—Sí. Cincuenta y dos mil con treinta y ocho centavos, para ser exactos.
Karen casi se ahogó con el champagne.
—¿Cómo...?
—Mi familia es dueña del banco en este edificio. Supuse que podría ser el banco que usted
utilizaba, así que accedí a los archivos después de que abandonó mi oficina.
—¡Más espionaje!
—Más curiosidad. Estaba chequeando para ver quién era usted. Le estoy ofreciendo un empleo
legítimo, y como es un trabajo muy personal, quería saber más sobre usted. Además, me gusta
saber más acerca de una mujer que sólo el paquete.
Tomando un sorbo de su copa de champagne, él la miró del modo en que un héroe oscuro y
romántico miraba a una damisela indefensa.
Pero eso no afectó a Karen. Otros hombres la habían mirado de ese modo, y había tenido un
hombre que la mirara con amor. La diferencia entre ambos era todo.
—Puedo ver porqué las mujeres le dicen que sí —dijo fríamente, levantando su copa hacia él.
Él ofreció una sonrisa genuina a su indiferencia.
—Muy bien, puedo ver que no la impresiono, así que, ¿hablamos ahora de negocios, señora
Lawrence? Quiero contratarla como mi acompañante por tres días. Como estoy a su merced,
puede decir su precio.
Karen vació su copa. ¿Qué era, la sexta? Sin importar el número, lo único que podía sentir era el
valor corriendo por sus venas.
—Si fuera a hacer esto, no querría dinero.
—Ah, ya veo. ¿Qué quiere, entonces? ¿Un ascenso? ¿Ser jefa de secretarias? ¿Quizás le gustaría
una vicepresidencia?
—¿Y sentarme en una oficina con ventanas haciendo nada todo el día? No, gracias.
McAllister parpadeó ante sus palabras y esperó que dijera más. Cuando se quedó callada, él
dijo:
—¿Quiere acciones en la compañía? ¿No? —Cuando ella siguió sin decir nada, él se recostó en
su silla y la miró especulativamente—. Quiere algo que el dinero no puede comprar, ¿verdad?
—Sí —dijo ella suavemente.
Él la miró un largo momento.
—¿Debo adivinar qué cosa el dinero no puede comprar? ¿Felicidad? —Karen negó con la
cabeza—. ¿Amor? Seguramente usted no quiere amor de alguien como yo. —Su rostro mostraba
su confusión—. Me temo que me tiene perplejo.
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—Un bebé.
Al oírla, McAllister derramó champagne en el frente de su camisa. Mientras se secaba, la miró
con los ojos llenos de interés.
—Oh, señora Lawrence, eso me gusta mucho más que deshacerme de mi dinero.
Cuando él se estiró buscando su mano, ella tomó un pequeño y afilado cuchillo para pescado.
—No me toque.
Echándose atrás, McAllister volvió a llenar las copas de ambos.
—¿Sería tan amable de informarme cómo voy a darle un bebé sin tocarla?
—En un tarro.
—Ah, ya veo, usted quiere un bebé de probeta. —Su voz se hizo más grave y sus ojos se
volvieron compasivos—. ¿Sus óvulos...?
—Mis óvulos están perfectamente bien, gracias —le dijo Karen bruscamente—. No quiero
poner mis óvulos en un tarro, pero quiero poner su... su... en uno.
—Sí, ahora comprendo. —Mirándola, bebió de su copa—. Lo que no entiendo es, ¿por qué yo?
Quiero decir, como no le gusto ni piensa que tenga un buen carácter moral, ¿por qué querría que
sea el padre de su hijo?
—Dos razones. La alternativa es ir a una clínica, donde puedo escoger a un hombre de la base
de datos de una computadora. Quizá sea sano pero, ¿qué hay de sus parientes? Más allá de lo que
piense de usted, su familia es muy agradable y, según los periódicos locales, ha sido agradable por
generaciones. Y sé cómo se ven usted y sus parientes.
—No soy el único que ha estado husmeando. ¿Y la segunda razón?
—Si tengo su hijo, por decirlo de algún modo, usted no vendrá más tarde a pedirme dinero.
Era como si esa afirmación fuese demasiado descabellada como para que McAllister la
comprendiera, porque por un momento se quedó allí sentado, parpadeando con consternación.
Luego se rió, con un profundo sonido estruendoso que venía desde su pecho.
—Señora Lawrence, sí creo que vamos a llevarnos espléndidamente. —Extendió su mano
derecha—. Muy bien, tenemos un trato.
Por sólo un instante Karen permitió que su mano fuera envuelta en la de él, grande y cálida, y
permitió que sus ojos se encontraran con los de McAllister y vieran el modo en que se arrugaban
en una sonrisa.
Abruptamente, se alejó de su toque.
—¿Cuándo y dónde? —preguntó.
—Mi auto pasará a buscarla mañana a las seis de la mañana, y partiremos en el primer vuelo a
Nueva York.
—Pensé que su amigo vivía en Virginia —dijo ella con sospecha.
—Así es, pero pensé que podríamos ir a Nueva York primero y equiparla —dijo él sin rodeos,
sonando como si ella fuese una nativa desnuda que él, el gran cazador blanco, hubiese
descubierto.
Por un momento Karen escondió su rostro tras la copa de champagne para que él no pudiera
ver su expresión.
—Ah, sí, ya veo. Basado en lo que he visto, le gusta que sus prometidas estén bien peinadas y
bien vestidas.

TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén Página 20


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—¿No le gusta a todos los hombres?


—Sólo a los que no pueden ver bajo la superficie.
—¡Auch!
Karen se sonrojó.
—Me disculpo. Si debo simular ser su prometida, intentaré frenar mi lengua. —Lo miró con
dureza—. No tendré que actuar como una mujer adoradora y adorable, ¿verdad?
—Como ninguna otra mujer con la que haya estado comprometido ha sido así, no veo razones
para que debiera hacerlo. Tome un poco más de champagne, señora Lawrence.
—No, gracias —dijo Karen, parándose y esforzándose por no tambalearse sobre sus pies. El
champagne, la luz del fuego y un hombre de cabello oscuro y ojos calientes no eran buenos para
hacer que una mujer recordara sus votos de castidad—. Lo veré en el aeropuerto mañana pero,
por favor, no habrá necesidad de detenernos en Nueva York. —Cuando él comenzó a decir algo,
ella sonrió—. Confíe en mí.
—Muy bien —dijo él, levantando su copa—. Por mañana.
Karen abandonó la habitación, juntó sus cosas y tomó el ascensor hacia abajo. Como no se
sentía lo bastante firme como para conducir, hizo que el hombre de seguridad llamara un taxi para
llevarla al pequeño paseo de compras del sur de Denver.

TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén Página 21


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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0044

—¿Bunny? —preguntó Karen tentativamente mientras una mujer cerraba la puerta del salón de
belleza.
Mirando el cabello de Bunny, Karen no pudo decidir si había sido teñido damasco o durazno.
Como fuera, era un tono extraordinario.
—¿Sí? —preguntó la mujer dándose vuelta y mirando a Karen sin reconocimiento en los ojos.
—¿No me recuerdas?
Por un instante Bunny pareció desconcertada, entonces su delicada piel pálida se frunció de
placer.
—¿Karen? ¿Podrías ser tú bajo ese... ese...?
—Cabello —proporcionó Karen.
—Tal vez tú lo llamas cabello, pero no como yo lo veo. ¡Y mira tu rostro! ¿Tomaste votos? ¿Es
por eso que están tan brillante y limpia?
Karen se rió. Uno de los pocos lujos que había tenido mientras estaba casada con Ray había
sido que Bunny la peinara y le diera consejos sobre maquillaje y uñas, y sobre cualquier otra cosa
en la vida. Bunny, además de ser una excelente peluquera, también era como una terapeuta para
sus clientes, y tan discreta como si hubiese hecho un juramento. Una mujer sabía que podía
contarle a Bunny cualquier cosa y que no saldría de allí.
—¿Podrías arreglar mi cabello? —preguntó Karen tímidamente.
—Seguro. Llama en la mañana y...
—No, ahora. Debo tomar un avión temprano en la mañana.
Bunny no aguantaba semejante sinsentido.
—Tengo un esposo hambriento esperando en casa, y he estado de pie por nueve horas.
Deberías haber venido más temprano.
—¿Podría sobornarte con una historia? ¿Una historia muy, muy buena?
Bunny se veía escéptica.
—¿Qué tan buena?
—¿Conoces a mi hermoso jefe? ¿McAllister Taggert? Probablemente tendré su bebé y nunca
me ha tocado... ni va a hacerlo.
Bunny no dudó mientras volvía a meter la llave en la cerradura.
—Predigo que ese cabello tuyo va a llevar la mitad de la noche.
—¿Qué hay de tu esposo?
—Déjalo que abra sus propias latas.

Karen se recostó en el amplio asiento del avión, clase económica, y bebió de su vaso de jugo de
naranjas. A su lado, McAllister Taggert ya tenía la nariz metida en los papeles de su maletín.
Temprano esa mañana, cuando ella había llegado al aeropuerto, había sido escoltada a una sala
que no había tenido idea que existiera en el aeropuerto de Denver.

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Discretamente, se había sentado frente a él, y él ni siquiera se había molestado en saludarla o


siquiera mirarla. Diez minutos más tarde, distraídamente, había levantado la mirada, perdido en
sus pensamientos y de vuelta a sus papeles. Karen tuvo entonces la enorme satisfacción de verlo
detenerse y volver a mirarla... una larga y lenta mirada que fue de su cabeza a sus pies y arriba
otra vez.
—Eres Karen Lawrence, ¿verdad? —preguntó, haciéndola sonreír, y asegurándole que las tres
horas en lo de Bunny, con la cabeza cubierta de papel de aluminio, el rostro embadurnado con
barro, y otras tres horas en casa probándose todo lo que tenía en el guardarropas, habían valido la
pena.
McAllister le dijo que tenía que trabajar en el viaje a Virginia y volvió a mirar sus papeles, pero
observó varias veces a Karen. En general, esas miradas le parecían bastante gratificantes.
Ahora, en el avión, estaba sentada a su lado, tomando jugo de naranjas y aburriéndose más a
cada segundo.
—¿Puedo ayudar en algo? —preguntó, moviendo la cabeza hacia sus papeles.
Él le sonrió del modo en que los hombres lo hacen cuando piensan que una mujer es bonita
pero que de algún modo se las ha arreglado para nacer sin cerebro.
—Si hubiese traído una computadora podrías tipear para mí, pero en realidad no, no tengo
nada para que hagas. Sólo tengo que tomar algunas decisiones.
Ah, sí, pensó ella, Trabajo de Hombres.
—¿Cómo cuáles? —insistió.
Un ligero ceño atravesó su hermosa frente. Obviamente, le gustaba que sus mujeres
permanecieran en silencio.
—Sólo comprar y vender —respondió rápidamente, en un tono que pretendía lograr que dejara
de hacer preguntas infantiles.
—Y exactamente, ¿qué estás considerando comprar o vender esta mañana?
El pequeño ceño cambió a uno que hizo que sus cejas se encontraran en el medio, sobre el
puente de su nariz. El amor es una cosa graciosa, pensó ella. Si Ray la hubiese mirado de ese
modo, hubiera desistido inmediatamente, pero este hombre no la asustaba ni un poquito.
Cuando él vio que no iba a dejar de cuestionarlo, le dijo bruscamente:
—Estoy pensando en adquirir una pequeña compañía editorial —y volvió a mirar sus papeles.
—Ah —dijo ella—. Coleman y Brown Press. Malas cubiertas, principalmente reimpresiones.
Unos pocos libros buenos sobre historia regional, pero las cubiertas eran tan malas que nadie los
compró.
McAllister la miró como si debiera ocuparse de sus propios asuntos.
—Si decido comprarla, contrataré a un nuevo director de arte que pueda diseñar buenas
cubiertas.
—No puedes. El editor se está acostando con ella.
McAllister acababa de llevar su vaso de jugo de naranjas a sus labios y casi se ahogó con las
palabras de Karen.
—¿Qué?
—Tenía curiosidad, así que cuando la secretaria del editor vino a entregar los balances
financieros le pedí que almorzara conmigo. Me contó que el editor, quien está casado y tiene tres

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hijos, ha estado teniendo un amorío de mucho tiempo con la directora de arte. Si la despide, ella
cotorreará con su esposa, cuya familia es dueña de la editorial. Es una situación muy peliaguda.
Mac la miró parpadeando.
—Entonces, ¿qué recomiendas? —preguntó con gran sarcasmo.
—Compra la editorial y pon gente competente allí, luego fusiona varios de los pequeños libros
de historia en uno gordo y véndelo como libro de texto sobre la historia de Colorado a las
escuelas. Hay mucho dinero que hacer con los libros de texto.
Por un largo rato Mac simplemente la miró.
—Y descubriste todo eso porque tenías curiosidad, ¿cierto?
Dándose vuelta, Karen miró por la ventana y supo que nunca había extrañado más a Ray que en
ese momento. Ray solía escucharla; le gustaban sus ideas y sus aportes. Desafortunadamente,
había descubierto que la mente de la mayoría de los hombres era tan cerrada como la de este.
No fue hasta que el avión hubo despegado y que estuvieron volando que él volvió a hablarle.
—¿Qué otras cosas has investigado? —le preguntó suavemente—. ¿Motores de avión? ¿Plantas
residuales? ¿Equipamiento para la construcción de rutas?
Karen supo que estaba siendo irónico, pero al mismo tiempo podía notar que él realmente
quería saber.
—Sólo me interesan las cosas pequeñas, especialmente los sitios locales de Denver.
—¿Cómo cuáles? —preguntó Mac, con una ceja levantada.
—La tienda de departamentos de Lawson —respondió ella rápidamente.
Él sonrió indulgentemente al oírla.
—Ese lugar es una monstruosidad para el centro de Denver. Ya tengo una excelente oferta de
Glitter y Sass.
—¿Esas tiendas que venden cuero y cadenas? —preguntó Karen con expresión de desprecio.
—Más bien cuero e imitaciones de piedras preciosas. —Recostándose en el asiento, McAllister
la miró especulativamente—. ¿Y a quién se la venderías? —Cuando ella no respondió, le ofreció
una pequeña sonrisa—. Vamos, no te acobardes conmigo ahora. Si vas a decirme cómo manejar
mi negocio, no te detengas luego de una sugerencia.
—Muy bien —le dijo desafiante—. Abriría una tienda que venda parafernalia de bebés. —
Esperó que él lo rechazara con desagrado, pero no lo hizo. Sólo se quedó allí sentado, esperando
pacientemente que continuara. Karen respiró hondo—. En Inglaterra tienen tiendas llamadas
Mothercare que venden todo para bebés: ropa de maternidad, cochecitos, muebles para el cuarto
de los niños, pañales, los mecanismos. En Estados Unidos tienes que ir a tiendas diferentes en
busca de artículos distintos, y cuando tienes ocho meses de embarazo, tus pies están hinchados y
tienes otros dos niños, no es sencillo arrastrarlos a cinco tiendas diferentes intentando comprar lo
que necesitas para el bebé. No lo sé por experiencia, pero parece que sería una maravillosa
comodidad ser capaz de comprar todo en una sola tienda.
—¿Y cómo llamarías a esa tienda? —le preguntó él con calma.
—¿Santuario? —respondió ella inocentemente, haciéndolo reír.
McAllister tomó un papel y una lapicera de su maletín y se los dio.
—Aquí tienes. Anota todo lo que sepas sobre Coleman y Brown Press. Todo, chismes, todos.
Quiero saber cómo puedo convertir ese lugar en un negocio en marcha.

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Karen usó toda su fuerza para evitar sonreír, pero no sirvió de nada. Tenía la sensación de que
él nunca antes le había pedido opinión sobre qué debería comprar o vender a una mujer. Su rama
de Montgomery—Taggert era muy pequeña, y tenía pocas mujeres ejecutivas, pero todos sabían
que McAllister Taggert obraba por cuenta propia. Enfurecía a la gente empleada por él con su
obstinada insistencia en hacer las cosas a su modo. Más los enfurecía que casi siempre tuviera
razón.
¡Pero ahora le estaba pidiendo su opinión!
—Aye, aye, señor —dijo Karen burlonamente mientras comenzaba a escribir, pero por el rabillo
del ojo podía ver una pequeña sonrisa jugando en los labios de él.

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Si Karen pensaba que iba a obtener alguna cordialidad de Taggert, la idea fue pasajera, ya que
el tiempo durante el vuelo que no tuvo la nariz enterrada en los papeles, estuvo hablando por
teléfono. Comió con una mano, papeles en la otra. Cuando aterrizaron en el aeropuerto Dulles, en
las afueras de D.C., él le dio tres billetes de cien dólares, dijo "las verdes" y movió la cabeza hacia
el carrusel de maletas. Karen se sintió tentada de darle un billete como propina al maletero, pero
en cambio pagó los cinco dólares de su propio bolsillo e intentó encontrar a Taggert. Él la encontró
a ella, con la llave del auto rentado en la mano, y rápidamente salieron al aire frío y vigorizante,
hacia el auto.
Una vez dentro de la calidez del automóvil, se sintió casi íntimo estar sola con él y miró a todos
lados buscando algo que decir.
—Si debo simular que soy tu prometida, ¿no debería saber algo sobre ti?
—¿Qué quieres saber? —preguntó Mac de un modo que hizo que Karen lo mirara con
desagrado.
—Nada, en realidad. Estoy segura de que saber lo rico que eres es suficiente para cualquier
mujer.
Karen había esperado que el comentario agudo lo hiciera reír o responder sarcásticamente,
pero no lo hizo. En cambio, él sólo miró directo hacia adelante, su frente se arrugó con
concentración. Por el resto del viaje, Karen no se molestó en hablar. Decidió que si alguien
preguntaba por qué estaba planeando casarse con M.J. Taggert, ella diría "por la pensión
alimenticia."
Él los condujo por las autopistas de Virginia hacia Alexandria, luego a través de la campiña
boscosa, pasando junto a hermosas casas hasta que llegaron a un camino de gravilla y giraron a la
derecha súbitamente. Minutos más tarde apareció una casa a la vista y era el sitio donde todas las
niñas sueñan con pasar la Navidad: tres pisos, altos pilares en el frente, ventanas perfectamente
espaciadas. Casi esperaba que George y Martha Washington los recibieran.
El césped del frente y lo que podía ver de los ondulados jardines de atrás estaban llenos de
personas jugando fútbol americano de toques, juntando brazadas de madera o simplemente
paseando. Y parecía haber niños en todas partes.
En el momento en que el auto fue visto, lo que parecía ser una horda de personas fueron hacia
ellos, abriendo la puerta y haciendo salir a Karen. Se presentaron como Laura y Deborah y Larry y
Dave y...
Un hombre muy apuesto la agarró y la besó sonoramente en la boca.
—¡Oh! —fue todo lo que Karen pudo decir mientras lo miraba fijo.
—Soy Steve —ofreció él como explicación—. ¿El novio? ¿Mac no te habló sobre mí?
Karen no pensó en lo que estaba diciendo.
—Taggert nunca me habla a menos que quiera algo —soltó, y luego se quedó con los ojos muy
abiertos.
Esas personas eran amigos de McAllister, ¿¡qué pensarían de ella!?
Para consternación de Karen, estallaron en risas.

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—Mac, al fin encontraste una mujer que conoce al verdadero tú —gritó Steve por encima del
techo del auto mientras colocaba un brazo alrededor de los hombros de Karen; luego una bonita
mujer puso otro brazo a su alrededor y la llevaron dentro de la casa, todos ellos riendo.
La condujeron por habitaciones celestiales con enormes chimeneas que ardían alegremente, y a
una magnífica escalera, por dos pasillos hasta una amplia puerta blanca. Steve la abrió.
—Es todo tuyo —dijo, riendo, y la empujó dentro antes de cerrar la puerta detrás de ella.
Taggert estaba en la habitación, su equipaje ya estaba colocado en maleteros y había una sola
cama.
—Ha habido un error —dijo Karen.
Mac frunció el ceño al mirar la cama.
—He intentado rectificar esto, pero es imposible. La casa está llena. Cada cama, catre y colchón
ya ha sido asignado. Mira —dijo, frunciendo el ceño—, si temes que vaya a atacarte por la noche,
puedo ver si encuentro una habitación de hotel para ti.
Había algo en la actitud de él que siempre parecía caerle mal.
—Al menos con una casa llena, si grito, me escucharán.
Mac le ofreció una pequeña media sonrisa y comenzó a desabotonar su camisa.
—Necesito tomar una ducha. El ensayo de la boda es en una hora.
La estaba mirando como si esperara que fuese la heroína de un romance de la Regencia y
huyera atemorizada de la habitación por sólo pensar en un hombre desvistiéndose. Pero Karen no
iba a permitir que la intimidara.
—Por favor, no empañes el espejo —le dijo, con el mentón en el aire, y se apartó como si
compartir el dormitorio con un hombre extraño no tuviera ninguna trascendencia para ella.
Con una carcajada, él entró al baño, dejando la puerta entreabierta para que el vapor escapara.
Cuando él estuvo fuera de vista, Karen soltó el aire y dejó que sus hombros se relajaran. La
habitación era adorable, toda seda verde y muebles estilo federal, y mientras oía el agua corriendo
desempacó felizmente las maletas. No fue hasta que terminó que se dio cuenta de que, por
costumbre, también había desempacado el equipaje de Taggert. Mientras colocaba los zapatos de
él en el armario junto a los suyos, Karen casi estalló en lágrimas. Había pasado tanto tiempo desde
que los zapatos de un hombre habían estado al lado de los suyos.
Cuando se dio vuelta, Taggert estaba allí parado, con el cabello mojado y su gran cuerpo
cubierto con una bata de felpa, y estaba mirándola.
—Yo, eh, no quise desempacar tu maleta pero, eh... Costumbre —logró decir finalmente antes
de escapar hacia el baño y cerrar firmemente la puerta detrás suyo.
Se tomó todo el tiempo que se atrevió en el baño y quedó muy complacida al ver que él no
estaba cuando volvió a entrar al dormitorio. Luego de vestirse tan rápido como pudo, abandonó la
habitación y bajó las escaleras corriendo para unirse al resto del grupo de la boda, que estaba
apiñándose en automóviles que se dirigían a la iglesia para el ensayo.
Todo el camino a la boda, su irritación por Taggert creció. Si se suponía que era su prometida,
¿no debería él estar mostrándole un poco de consideración? En cambio, la dejó en la puerta de
entrada y esperó que ella encontrara su propio camino entre extraños. Pensó que no era nada
raro que tantas mujeres se negaran a casarse con él. Evidentemente, eran todas mujeres sensatas
e inteligentes.

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En la iglesia, el ensayo salió sin problemas hasta el final, cuando Taggert debía ser el primero en
andar por el pasillo. Tenía que caminar por el centro, ofrecerle su brazo a Karen, y salir con ella de
la iglesia. Tal vez no había oído lo que habían dicho, pero sin importar cual fuera su excusa, caminó
al centro del pasillo y comenzó a andar solo, sin Karen.
Eso fue demasiado para ella.
—Ya saben cómo es Taggert —dijo—, piensa que puede acompañarse solo.
Todos en la iglesia estallaron en risas y Taggert, dándose vuelta, vio su error. Con una enorme
muestra de galantería, regresó, hizo una reverencia y le ofreció su brazo a Karen.
—¿Te estás vengando por todas esas semanas de tipeado? —le dijo en voz baja.
—Me estoy vengando por todas esas mujeres que fueron demasiado tímidas para hacerte
frente —dijo ella, sonriendo perversamente.
—No soy el monstruo que crees.
—Le preguntaré a Elaine qué opina de eso. A propósito, ¿cuándo vendrá?
Por la expresión en el rostro de Mac mientras llegaban al final de la iglesia, Karen lamentó su
comentario.
—El día de Navidad —dijo él suavemente y se alejó de ella.

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El ensayo de la cena fue ruidoso, con todos hablando al mismo tiempo sobre veranos que
habían pasado juntos y lugares que habían visitado. Al principio Karen miraba su comida y
escuchaba, pero no participaba en la conversación entre esas personas que se conocían tan bien
entre sí. Taggert estaba sentado al otro lado de la enorme mesa, en la punta opuesta a la de ella, y
él también estaba callado. Cada tanto, Karen miraba hacia él y pensaba que lo había visto
mirándola, pero él se apartó tan rápido que no estaba segura.
—Karen —dijo una de las mujeres, y toda la mesa quedó en silencio—. ¿Dónde está tu anillo de
compromiso?
Ella no vaciló antes de hablar.
—Taggert había comprado todo lo que tenía la tienda, así que están esperando un nuevo envío
de diamantes. Él los compra por docena, saben.
Las ventanas del restaurante casi explotaron con la risa de los comensales, y hasta Mac rió
mientras Steve, a su lado, le palmeaba la espalda.
Hubo gritos de "creo que deberías quedarte con esta, Mac," y, "parece que tu gusto en mujeres
está mejorando."
Durante el resto de la comida, a Karen no se le permitió seguir sentada en silencio. Las dos
mujeres enfrente suyo le hicieron muchas preguntas acerca de qué hacía, dónde había crecido, y
todas las preguntas normales que hace la gente. Cuando les dijo que Mac era su jefe, quedaron
fascinadas y quisieron saber cómo era trabajar para él.
—Solitario —respondió ella—. Él no nos necesita, excepto para tipear una carta de vez en
cuando.
Todo ese tiempo, Taggert comió su cena sin decir una palabra, pero Karen podía sentir sus ojos
sobre ella e incluso cuando Steve se acercaba para decirle algo, los ojos de Mac nunca
abandonaban el rostro de Karen.
No fue hasta que estuvieron solos en "su" habitación que Karen pensó que tal vez había ido un
poquito lejos.
—Sobre esta noche... —comenzó a decir mientras él pasaba a su lado al salir del baño—. Quizá
no debería haber...
—¿Vas a acobardarte conmigo ahora? —preguntó Mac, su rostro muy cerca del de ella.
Es intrascendente, pensó Karen, pero tiene una boca hermosa. Pero se recuperó y se enderezó.
—No, por supuesto que no.
—Bien. Ahora, ¿qué hiciste con mis pantalones deportivos?
—¿No es un poquito tarde para hacer deporte? —dijo sin pensar, no porque fuera asunto suyo
lo que él hacía ni cuándo.
Mac le ofreció una sonrisa ladeada.
—A menos que quieras que duerma desnudo, son la única alternativa.
—Tercer cajón a la izquierda —dijo mientras se escurría dentro del baño.
Cuando salió, metida en un puritano camisón de algodón blanco, él ya estaba en la cama, y
había una larga y gruesa almohada cilíndrica en el centro de la cama. Deslizándose en el lado vacío
de la cama, ella dijo:

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—¿De dónde sacaste esto?


—La robé.
—Así que supongo que algún pobre desafortunado está durmiendo en un sofá sin un
almohadón para la espalda.
—¿Quieres que lo devuelva? Podrías dormir acurrucada a mí o, mejor aún, podríamos tener
una seria discusión acerca de este tarro que quieres que yo...
—Buenas noches —dijo ella firmemente, se dio vuelta en su lado, lejos de él, pero estaba
sonriendo al quedarse dormida.

Karen despertó con la imagen de un bellísimo hombre vistiendo sólo una gruesa toalla blanca
alrededor de su cintura, parado frente al espejo del baño, afeitándose. En esos pocos minutos
antes de que despertara por completo y recordara dónde estaba, tuvo una visión de él yendo
hacia ella, besándola, arrojando la toalla a un lado y trepando a la cama con ella. Sólo por esos
pocos segundos pudo recordar claramente cómo se sentía tener a un hombre en sus brazos, todo
él, la calidez de su piel, su peso, el...
—¿Querrías compartir ese pensamiento? —preguntó Mac, sin dar vuelta la cabeza pero
mirándola por el espejo.
Dándose vuelta para que él no pudiera ver su rostro sonrojado, Karen rodó fuera de la cama,
tomó su bata y fue hacia el placard, fuera de la línea de visión de él.
—¿Qué tienes planeado para hoy? —le preguntó McAllister, saliendo del baño, aún vistiendo
únicamente esa diminuta toalla y secando el exceso de espuma de su rostro.
Karen abrió de golpe una puerta del placard para no verlo. ¿Se ejercitaba todos los días? Debía
hacerlo para mantener su cuerpo de ese modo. ¿Y era ese miel cálido su tono natural de piel?
—Compras –dijo entre dientes.
—¿Compras? —preguntó él, moviéndose en la puerta de al lado de ella—. ¿Como en compras
de Navidad?
—Yo, eh —dijo ella, mirando con aplicación las ropas que colgaban dentro, y sin ver nada sin
embargo—. Sí, compras de Navidad. Y un regalo de bodas. —Respiró hondo. ¡Tenía que
controlarse! Dándose vuelta, miró los ojos de Mac, y ni un milímetro más abajo—. Mañana es
Navidad, y si voy a pasarla con esta gente, no puedo aparecer con las manos vacías. ¿Conoces
algún buen lugar de compras por aquí cerca?
—Tyson's Corner —dijo él rápidamente—. Uno de los mejores del país. Y yo también necesito
comprar regalos, así que iré contigo.
—¡No! —soltó Karen, y luego intentó recuperarse—. Quiero decir, me concentro mejor cuando
estoy sola.
Aun mientras lo decía, supo que era una mentira. Las compras de Navidad a solas se volvían
una pesadez.
—¿Y cómo sabrás para quién comprar? ¿O cuántos niños hay aquí? Asumo que quieres
comprar para los niños.
—Anótame todos los nombres y traeré todo.

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No quería pasar el día con este hombre, y se estaba volviendo muy difícil mantener los ojos
apartados de los músculos de su pecho.
—No tengo un lápiz —dijo Mac, sonriendo—. Está todo en mi cabeza.
Karen casi le devolvió la sonrisa.
—Puedes dictármelos. Además, ¿no preferirías quedarte aquí y jugar al fútbol con los demás?
—Soy un administrativo gordo y fuera de forma, y me cremarían.
Karen se rió de eso, porque no había nadie menos fuera de forma que él.
Sin esperar que ella dijera que sí, tomó una bata de felpa del placard, se la puso y le dio un beso
en la mejilla.
—Escoge algo de ropa para mí, ¿sí? Tengo que hacer algunas llamadas. Volveré por ti en treinta
minutos.
Antes de que Karen pudiera protestar, McAllister estaba fuera de la habitación, la puerta
cerrada tras él. Por supuesto, pensó ella, las feministas en todos lados se estremecerían ante la
idea de que ella escogiera la ropa de un hombre autocrático, arrogante y presuntuoso como Mac
Taggert. Pero para el momento en que había completado esa idea, había tendido un par de
oscuros pantalones de lana, una camisa italiana y un celestial suéter inglés encima de la cama.
Sacudiendo la cabeza en indignación consigo misma, fue al baño.

Una hora más tarde, después de un rápido desayuno, ella y Mac caminaban hacia el auto
alquilado, y en el patio estaban el novio y otros hombres jugando a la pelota. Steve le gritó a Mac,
pidiéndole que fuera a jugar con ellos.
—Me está obligando a ir de compras con ella —devolvió el grito.
—¡Já! —les dijo Karen por encima del techo del auto—. Como si necesitara que un hombre vaya
de compras conmigo, ¿cierto? La verdad es que teme quedarse aquí porque ustedes podrían
lastimarlo.
Ignorando las risas de los hombres, Mac gritó:
—¿Qué quieres que te traigamos como regalo de bodas?
—¿De tu parte, Taggert? —dijo Steve—. Un Lamborghini. Pero de parte de ella, aceptaré
cualquier cosa que ofrezca.
—Yo opino lo mismo —dijo otro de los hombres, y todos rieron de un modo muy elogioso.
Sintiéndose bastante halagada, Karen sonrió brillantemente a todos los jóvenes que jugaban
fútbol americano de toque y aun más al ver que Mac tenía el ceño fruncido.
—Qué grupo agradable de personas —dijo mientras se metía en el auto.
Mac, con el cuerpo torcido mientras miraba por la ventanilla trasera al conducir el automóvil en
reversa, maniobrándolo alrededor de muchos otros vehículos en la entrada, no le respondió.
Quizá fuera por el flirteo de los hombres con ella y el resultante silencio de Mac, pero para el
momento en que llegaron a la hermosa tienda Tyson's Corner, Karen estaba de muy buen humor.
—¿Dónde empezamos? —preguntó en cuanto entraron al centro de la tienda cerca de Hecht's.
Mirando a McAllister, vio ese encogimiento de hombros masculino que significaba que ella estaba
al mando—. Momento de elefante —murmuró.
—Disculpa —dijo él rígidamente.

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—Es lo que solía decir cuando estaba con mi esposo e íbamos de compras juntos. Él se negaba a
participar en decidir qué comprar para alguien, pero cargaba lo que fuese que le diera. Yo lo
llamaba mi elefante.
Por un momento Mac pareció considerar eso, luego levantó solemnemente el brazo derecho,
apretó el puño e hizo que su bíceps se abultara a través de su suéter.
—Puedo cargar cualquier cosa que puedas poner encima mío.
Karen se rió.
—Ya veremos. A propósito, si, como dijiste, "nosotros" daremos regalos, ¿quién pagará estas
cosas?
—¿Yo? —dijo él con un suspiro en burla, como si siempre hubiese pagado todo lo que ella había
comprado en su vida.
—Perfecto —dijo ella por encima del hombro mientras giraba a la derecha y se dirigía directo a
Nordstrom's—. Tu dinero, mi gusto.
—Sólo dame un maní de vez en cuando y estaré bien —dijo Mac detrás suyo.

Tres horas más tarde, Karen estaba exhausta pero alborozada. Había olvidado por completo
cómo era ir de compras con un hombre. Él nunca quería tomarse el tiempo para evaluar cuál de
dos compras era mejor. "Esta," decía, o "¿qué importa?" Y cuando se trataba de sugerencias para
regalos, rara vez pensaba en más que la tienda de música. Dos veces lo había hecho sentar en
bancos, rodeado por bolsas de compras, mientras ella entraba en tiendas y compraba juegos de
jabones y lociones, y algunas cestas de fruta y quesos. Casi no pudo sacarlo de la tienda de Rand
McNally, donde McAllister compró un gigantesco rompecabezas en 3—D del edificio Empire State.
Y visitaron todas las nueve jugueterías e hicieron compras en cada una, de hecho tantas que Karen
sospechó que habían comprado más juguetes que cuando eran pequeños.
—¿Este viaje incluye almuerzo? —preguntó él luego de haber visitado la última juguetería que
el centro comercial tenía para ofrecer.
—¿Estás seguro de que quieres comer? Creo que quedó un auto de juguete en esa última
tienda. Tal vez deberías regresar y buscarlo.
—¡Comida, mujer! —gruñó él, abriendo paso hacia el café de Nordstrom's, donde hicieron sus
órdenes, tomaron sus bebidas y encontraron un asiento donde Mac pudiera poner todas las
bolsas, ya que no permitía que Karen llevara nada.
—Eres un buen elefante —le dijo en cuanto estuvieron sentados, sonriéndole.
Una vez que estuvieron ubicados, él la miró.
—¿Qué planes tienes para la tienda de departamentos de Lawson?
Karen estaba de demasiado buen humor como para mentir.
—No tienes que ser condescendiente conmigo. Y no tienes que escuchar mis ideas infantiles.
Por muy divertido que haya sido hoy, tú y yo sabemos que en cuanto regresemos a Denver,
terminará. Eres el jefe y yo soy sólo una mecanógrafa.
—¿Eres sólo una mecanógrafa? —dijo Mac, con una ceja levantada mientras buscaba bajo el
cuello de su suéter, dentro del bolsillo de su camisa, y extraía varias hojas de papel de fax
dobladas—. Tú, tu esposo y Stanley Thompson fueron dueños de la tienda de Ferretería Thompson
durante seis años. Tu esposo y tú eran todo para la tienda. Stanley Thompson era peso muerto. —
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Mientras Karen lo miraba con asombro, él continuó—. Luego de que se casaron, Ray hacía dos
trabajos, mientras tú tipeabas manuscritos en casa. Los dos ahorraron cada centavo que tenían y
compraron la mitad de las acciones en la Ferretería Thompson, y dieron vuelta el lugar. Ray sabía
sobre máquinas; tú sabías todo lo demás. Escribías avisos publicitarios que hacían que la gente
fuera a la tienda y manejabas el dinero, diciéndole a Ray cuánto podían o no gastar. Fue tu idea
agregar el pequeño centro de jardinería y traer a clientes mujeres, y esa fue la parte más rentable
de la tienda. Una vez que Ray murió descubriste que el único modo en que Thompson había
estado dispuesto a vender originalmente era con la condición de que, a la muerte de Ray, podría
comprar tu parte por cincuenta mil.
—Fue justo en el momento en que se hizo el trato —dijo Karen a la defensiva, como si él
estuviera diciendo que Ray había hecho un mal contrato.
—Sí, al momento de la compra, la mitad de las acciones valía sólo treinta mil, pero para el
momento en que él murió, tú y Ray habían fortalecido el negocio, así que la mitad valía mucho
más que cincuenta mil.
—Podría haberme quedado como socia —dijo Karen suavemente.
—Si compartías la cama de Stanley Thompson.
—Tú sí fisgoneas, ¿cierto?
—Sólo tenía curiosidad —dijo él, con los ojos titilándole mientras su comida era depositada
frente a ellos. Una vez que la mesera se marchó, le dijo—: ¿Quieres contarme tus ideas para esta
tienda para madres?
—En realidad no lo he pensado, sólo tengo algunas ideas vagas —dijo ella, jugando con la pajita
en su vaso de té helado.
Mac soltó un breve resoplido de risa al oírla y empujó una lapicera y una servilleta hacia ella.
—Si tuvieses dinero ilimitado y fueses dueña de la tienda de departamentos Lawson, ¿qué
harías con ella?
Karen dudó, pero no mucho tiempo. La verdad era que había pensado en eso por bastante
tiempo.
—Pondría un área de juegos para los niños en el centro, para que las madres pudieran observar
a sus hijos todo el tiempo. Si una madre tuviera que estar ahí bastante rato, etiquetaría a los
niños. Ya sabes, como la ropa en las tiendas de departamentos, así que si el niño quiere dar
vueltas fuera del área de juegos o alguien intenta llevárselo, la alarma suena al salir de la tienda.
—Mac no dijo nada pero sus cejas se levantaron, como preguntando—. Se ponen etiquetas en la
ropa para que la gente no pueda robarla, y los niños son mucho más importantes que las camisas,
¿cierto? Y, ¿cómo puede una mujer probarse cómodamente la ropa con un pequeño de cuatro
años gritándole? —Luego de dar un mordisco a su comida, continuó—. Rodeando el área de
juegos tendría los diferentes departamentos: ropa de maternidad, muebles, ropa para bebés,
libros sobre los varios aspectos de criar niños, todas las cosas visuales. Y tendría empleadas que
fueran extremadamente experimentadas. Y gordas. —Mac sonrió con condescendencia ante eso—
. No, en serio. Mi cuñada acaba de tener un bebé, y siempre estaba quejándose por las jovencitas
vendedoras anoréxicas que la miraban con pena cada vez que preguntaba si tenían algo en talle
extra grande. Y tendría medidoras de sostén entrenadas y folletos gratuitos de organizaciones
locales que las mujeres podrían contactar si necesitan ayuda o información, como la Liga La Leche.
Y, por supuesto, tendríamos contacto con un obstetra local en caso de contratiempos en la tienda.
Y...

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Karen se interrumpió mientras él la miraba a la cara. ¡Se estaba riendo de ella!


—No lo has pensado mucho, ¿cierto?
Karen sonrió.
—Bueno, quizá un poquito.
—¿Dónde están tus financieros? Y no te atrevas a decirme que no has calculado por centavos
cuánto costaría abrir una tienda así.
Karen dio unos pocos mordiscos.
—He hecho algunos cálculos.
—Cuando regresemos a Denver, puedes dejarlo en mi escritorio y yo... –Se quedó callado
porque Karen había extraído un diskette de su cartera. Tomándolo, Mac lo miró y frunció el
ceño—. ¿Cuándo ibas a mostrarme esto?
Karen sabía lo que él quería decir. Pensaba que esta era la verdadera razón por la que ella había
estado de acuerdo con este fin de semana. Sólo era una de las cientos de personas que intentaban
reunirse con él o enviarle sus proyectos por correo para volverse ricos. Karen le arrancó el diskette
de las manos.
—Nunca planeé mostrártelo a ti o a nadie más —dijo ella entre dientes—. Millones de personas
tienen sueños en su cabeza y ahí es justamente donde quedan: en sus cabezas. —Furiosamente,
tomó su bolso y su abrigo, que tenía a su lado—. Discúlpame, pero creo que todo esto ha sido un
error. Será mejor que me marche ahora.
Mac la tomó del brazo y volvió a meterla en el asiento.
—Lo siento. Me disculpo. De veras, lo siento.
—¿Podrías soltarme?
—No, porque huirás.
—Entonces gritaré.
—No lo harás. Permitiste que Stanley Thompson te sacara todo lo que podía y no gritaste
entonces porque no querías hacer un escándalo con su familia. Tú, Karen, no eres de las que
gritan.
Ella miró esa enorme mano bronceada cerrada en su muñeca. Él tenía razón, no era de las que
gritan, ni peleadora. Tal vez necesitaba a Ray detrás suyo diciéndole que podía hacer cualquier
cosa antes de creer en sí misma.
La mano de Mac se movió para que sus dedos se entrelazaran con los de ella, y Karen no hizo
ningún intento de apartarse mientras le sostenía la mano con la suya.
—Mira, Karen, sé lo que piensas de mí, pero no es cierto. ¿Alguna vez le has contado a alguien
más sobre tus ideas para la tienda de bebés?
—No —dijo ella suavemente.
—Pero debes haber estado trabajando en esto desde antes que Ray muriera. ¿Se lo contaste?
—No.
Ella y Ray habían tenido tanto como podían manejar con la ferretería. Y nunca había querido
darle la idea de que quería algo diferente, o incluso algo más.
—Entonces me honra que confíes en mí —dijo Mac, y cuando Karen lo miró con sospecha,
agregó—: En serio, lo estoy. —Deteniéndose un momento, descendió la mirada a sus manos
entrelazadas—. Todos esos acuerdos prenupciales eran sólo para ver si lo firmarían. —Karen lo

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miró incrédula—. Sinceramente. Si alguna de esas mujeres hubiese firmado, lo habría roto
inmediatamente. Pero lo único que he oído es "papi no cree que deba firmar", o "mi abogado me
aconseja que no firme". Lo único que quería era asegurarme de que la mujer me quisiera a mí y no
la riqueza de mi familia.
—Es un truquito bastante odioso, ¿verdad?
—No tan odioso como casarse conmigo y pasar por un divorcio cuatro años más tarde. ¿Y qué si
hubiésemos tenido hijos?
Pese a sí misma, Karen sintió que doblaba los dedos alrededor de los de Mac.
—¿Y qué hay con Elaine?
—Elaine era diferente —dijo él suavemente y apartó la mano de la de ella.
Mientras Karen abría su boca para hacer otra pregunta, él dijo "¿lista?" y por el modo en que lo
dijo era una orden.
Minutos más tarde estaban otra vez en la corriente del centro comercial, Mac moviéndose
delante, cargado con bolsas de compras. Detrás suyo, Karen lo seguía pensativa, hasta que se
detuvo de golpe al ver una tienda llena de la ropa para niños más hermosa que hubiese visto
jamás. En la vidriera colgaba un traje de bautismo de algodón fino, hecho a mano, con un suave
encaje de algodón.
—¿Quieres entrar? —dijo Mac suavemente, mirando por encima de su cabeza.
—No, claro que no —respondió ella bruscamente, dándose vuelta. Pero Mac, ya grande, era
aun más grande por todas las bolsas que estaba cargando, y le bloqueó la salida mientras se
adelantaba—. En serio, no quiero... —comenzó a decir Karen, pero dejó de hablar en cuanto
estuvo dentro de la tienda.
Nunca se había permitido mirar ropa de bebés como algo para un niño que podría tener. Para
otros, sí, pero nunca para ella misma.
Como en un trance, fue hacia los bonitos vestidos que colgaban en percheros al nivel de los
ojos.
Mac, que había sido liberado de las bolsas por una amable vendedora, apareció detrás suyo.
—Esos no. El primer bebé Taggert siempre es varón.
—Nada es siempre "siempre" —le dijo Karen, tomando un vestido de algodón blanco bordado a
mano con pálidas flores rosadas y azules.
—Aquí tienes, esto es mucho mejor —dijo Mac mientras sostenía en lo alto una remera a rayas
azules y rojas—. Es buena para jugar al fútbol americano.
—No voy a permitir que mi hijo juegue al fútbol —le dijo ella, dejando el vestido en su lugar y
mirando algunos trajes hechos para lo que sólo podía ser un pequeño príncipe—. El fútbol
americano es demasiado peligroso.
—Él es mi hijo también, y yo digo...
De pronto se le ocurrió a Karen de qué estaban hablando, de que podrían tener un bebé juntos
pero que no sería de ambos. No en ningún sentido real. No sería... Antes de poder formar otro
pensamiento, salió corriendo de la tienda y estaba mirando fijamente la vidriera de Brentano's
cuando Mac la encontró.
—¿Te importa si nos sentamos un ratito? —preguntó él, y lo único que Karen pudo hacer fue
asentir con la cabeza.

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Su vergüenza por lo que había pasado en la tienda de bebés seguía demasiado fresco como
para permitirle hablar.
Karen se sentó, él apiló las bolsas de compras alrededor de ella y fue a buscar helados para los
dos, y durante un rato se quedaron sentados en silencio, con sus helados.
—¿Por qué no tuvieron hijos tu esposo y tú? —preguntó Mac con suavidad.
—Pensamos que teníamos todo el tiempo del mundo, así que lo pospusimos —respondió
sencillamente.
Por un momento, Mac se quedó callado.
—¿Lo amabas mucho?
—Sí, mucho, mucho.
—Era un hombre afortunado —dijo Mac, y se estiró para tomarle la mano—. Lo envidio.
Por un instante Karen miró sus ojos, y por primera vez desde la muerte de Ray vio a otro
hombre. No a Ray superpuesto sobre los rasgos de otro hombre, sino que vio a Mac Taggert por sí
mismo. Podría volver a amar, pensó, y en ese momento fue como si todo el hielo que había
puesto como protección alrededor de su corazón se derritiera.
—Karen, yo... —comenzó a decir Mac mientras se movía hacia ella, como si pretendiera besarla
allí mismo, en medio del centro comercial de Tyson's Corner.
—¡Dios mío! —dijo Karen—. Mira la hora. Tengo una cita en la peluquería para la boda esta
noche, y apenas voy a llegar. Es aquí en el centro comercial pero en el siguiente piso, así que será
mejor que corra.
—¿Cuándo hiciste una cita? —preguntó él, sonando totalmente como un esposo que no podía
creer que ella hubiese hecho algo sin que él lo supiera.
—Entre las jugueterías. —Se puso de pie—. Tengo que irme —dijo, y comenzó a caminar—. Me
encontraré contigo aquí en dos horas —le dijo sobre el hombro, y desapareció al dar vuelta la
esquina antes de que Mac pudiera decir otra palabra.
La verdad era que tenía media hora antes de su cita, pero quería comprar un regalo de Navidad
para Mac. Y quería alejarse de él. No era posible que se enamorara de un hombre como Mac
Taggert.
—Está fuera de tu alcance, Karen —se dijo a sí misma.
Un hombre como él necesitaba a una mujer cuyo padre fuese el embajador de algún país
glamoroso, una mujer que pudiera diferenciar un caviar de otro, que pudiera... pudiera...
—¡Idiota! —se dijo.
Eres tan mala como todas las demás, creyendo que estás enamorada de él. ¡O peor! Pensando
que él está enamorado de ti.

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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0077

Para el momento en que se encontró con McAllister, dos horas más tarde, Karen se las había
arreglado para calmarse y recuperar su equilibrio. Lo vio sentado en el banco, viéndose muy
complacido consigo mismo.
—¿Qué has hecho? —le preguntó, con sospecha.
—Simplemente hice que envolvieran y etiquetaran todo, y ahora todo está en el auto.
—Estoy impresionada —dijo ella, con los ojos muy abiertos.
—Deja de reírte de mí y vamos —dijo Mac, tomándola del brazo—. ¿Es laca lo que pusieron en
tu cabello? ¿O te dieron una peluca hecha de madera?
—Es laca y yo creo que se ve genial.
—Hmm —fue lo único que él dijo mientras se apresuraban a ir al auto.
De regreso en la casa, todo era caos mientras la gente correteaba para prepararse para la boda.
Parecía que casi todos habían perdido una pieza de ropa vital y ahora estaban intentando
encontrarla frenéticamente. Cuando Mac cerró la puerta de "su" dormitorio, fue como un refugio
de calma, y cuando Karen salió del baño, la cama estaba cubierta de cajas y un par de bolsas
colgantes llenas de ropa.
—Todo llegó mientras estabas allí dentro —dijo él, y cuando Karen empezó a comentar que no
había oído entrar a nadie, Mac entró a toda prisa al baño.
Una caja contenía ropa interior de seda, toda blanca: sostén de encaje, camisón corto y medias
blancas que terminaban a mitad del muslo con un elástico de encaje. Nunca antes había oído de
una boda que proveyera de ropa interior junto con el vestido.
—No tienes tiempo para examinar todo —dijo Mac mientras entraba en la habitación.
—Pero...
—¡Vístete!
Mientras tomaba la ropa interior y el vestido que debía haber sido hecho con trescientos
metros de chiffon, miró el estrecho espacio en el baño y luego la voluminosa falda.
—No te atacaré si te veo en ropa interior... pero sólo si me haces la misma promesa —dijo Mac,
inexpresivo.
Karen comenzó a protestar pero luego sonrió diabólicamente.
—Muy bien, trato hecho —dijo mientras tomaba la ropa interior de seda blanca e iba al baño.
Momentos más tarde salió llevando maquillaje, su ropa interior y nada más... y sabía que se
veía genial. No era muy grande encima de la cintura, pero, como mucha gente le había dicho, tenía
las piernas de una corista.
—¿Sabes dónde...? —dijo Mac mientras se daba vuelta hacia ella, y Karen tuvo la gran, oh, la
enorme satisfacción de ver que todo el color desaparecía del rostro de él mientras la miraba fijo.
—¿Si sé dónde está qué? —le preguntó inocentemente.
Pero Mac no pudo decir una palabras mientras estaba parado allí, con las manos congeladas,
una estirada y la otra intentando ajustar el gemelo a su camisa.

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—¿Puedo ayudarte con eso? —le preguntó ella, yendo a zancadas hacia él, que la miraba fijo y
sin palabras. Tan dulcemente como pudo, Karen ajustó primero una y luego el otro gemelo, y
después le sonrió—. ¿Hay algo más que necesites?
Cuando Mac no respondió, ella volvió a sonreír y comenzó a alejarse de él, sabiendo que la
visión de su parte trasera era tan buena como la del frente. Gracias, NordicTrack, pensó.
Pero no tuvo más tiempo para pensar, porque Mac la agarró del hombro, la atrajo a sus brazos,
y descendió sus labios sobre los de ella. ¿Cómo podía haberlo olvidado?, se preguntó. Casi había
olvidado la delicia de un beso.
McAllister la besó largamente y a conciencia, y sus grandes manos le acariciaron el cuerpo,
acercándola a él.
Si no hubiese sido por el fuerte golpe en la puerta y la llamada "¿están listos para partir hacia la
iglesia?", Karen no estaba segura de qué hubiera sucedido. Aun así, tuvo que alejarse de un
empujón de los brazos de él, y fue con gran renuencia que lo hizo. Su corazón palpitaba y su
respiración era acelerada.
—Tenemos que vestirnos —logró decir mientras él la miraba fijamente en silencio.
Con manos temblorosas, Karen tomó su vestido e intentó ponérselo por encima de la cabeza
sin desordenar su cabello. No le sorprendió que Mac la ayudara a bajarse el vestido por el cuerpo y
luego lo cerrara por la espalda. Y pareció natural ayudarlo a colocarse el saco de su esmoquin.
No fue hasta que estaban marchándose de la habitación que él habló.
—Casi olvido darte tu regalo de dama de honor.
Sacó un collar de perlas de dos vueltas y un arete con una larga gota perlada de su bolsillo.
—Son hermosos —dijo Karen—. Las perlas casi parecen reales.
—Así es, ¿verdad? —dijo Mac mientras sacaba el segundo arete y luego le ajustaba el collar
mientras ella se ponía los aretes.
—¿Me veo bien? —preguntó ella sinceramente.
—Nadie mirará a la novia.
Era un cliché, pero el modo en que lo dijo la hizo sentir hermosa.

La boda fue encantadora. Pese a todo el caos previo, todo salió sin problemas, y la recepción
estuvo llena de risas y champagne. Mac desapareció con un grupo de hombres a los que no había
visto en años, y por unos momentos Karen estuvo sola en una mesa.
—¿Sabes cómo bailar?
Karen levantó la mirada hacia Mac.
—¿No estaba eso en tu informe sobre mí? ¿O tus espías olvidaron cosas tan importantes como
bailar?
Con una risa, él la levantó de la silla y la condujo hacia la pista de baile. Decir que bailaban
espléndidamente juntos era quedarse corto.
Steve pasó junto a ellos, con su adorable novia, Catherine, en sus brazos, y le dijo a Mac que
debería quedarse "con esta."
Mac sonrió.
—Sabes que ninguna mujer me quiere mucho tiempo.
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Luego de que Steve se rió y se alejó, Karen miró a Mac con el ceño fruncido.
—¿Por qué no les dices la verdad? Todos te culpan por todos los rompimientos.
Mac la acercó más a sus brazos.
—Tenga cuidado, señora Lawrence, casi suena como si yo comenzara a gustarle.
—¡Já! Lo único que quiero de ti es...
—Un hijo —dijo él suavemente—. Quieres tener un hijo mío.
—Sólo porque eres...
—¿Qué soy? ¿Inteligente? ¿Un príncipe entre los hombres?
—Eres un príncipe al revés. Cuando una mujer te besa, te conviertes en sapo.
—No lo hice con el primer beso. ¿Quieres probar otra vez?
Durante un minuto la miró y Karen pensó que volvería a besarla. Pero no lo hizo y ella supo que
su decepción se veía en su rostro.

Horas más tarde, Karen volvió a encontrarse sola en una habitación con Mac. Cuando salió del
baño vistiendo su casto camisón blanco, él estaba parado junto a la ventana, de espaldas a ella,
mirando la noche.
—El baño es tuyo —le dijo.
—Voy a salir —dijo Mac firmemente.
Para su horror, Karen dijo "¿por qué?" y se tapó la boca. Lo que él hiciera no era asunto suyo.
Poniendo rígido su cuerpo, se obligó a sonreír.
—Por supuesto. —Hizo un gran bostezo—. Te veo por la mañana.
Mac la tomó de los hombros.
—Karen, no es lo que piensas.
—No tengo derecho a pensar nada. Eres libre para hacer lo que quieras.
Rápidamente, él la atrajo hacia sí y la sostuvo con fuerza.
—Si me quedo en esta habitación esta noche, te haré el amor. Sé que lo haré. No seré capaz de
detenerme.
Sin darle oportunidad de responder, la dejó sola en el dormitorio.
—Bien —le dijo a la puerta cerrada—. Y la semana próxima serían negocios, como de
costumbre, y tu pequeña aventura con tu mecanógrafa quedaría olvidada. Mejor no hacer nada
por lo que podrías ser demandado.
Fue a la cama y sólo se durmió después de haber descargado su frustración con la gruesa
almohada que separaba las dos mitades de la cama.
Horas más tarde, dormía tan profundamente que no lo oyó regresar, deslizarse dentro de la
cama a su lado ni sentirlo depositando un suave beso en su frente antes de intentar dormir.

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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0088

Karen despertó la mañana de Navidad con gritos. Pensando que la casa se estaba incendiando,
arrojó las mantas y comenzó a salir de la cama, pero la fuerte mano de Mac la detuvo.
—Niños —refunfuñó él, con la cabeza enterrada en la almohada.
Cuando los gritos aumentaron, Karen se apartó de él, pero la mano de Mac subió por su brazo y
la empujó a la cama al lado de él. Durante la noche, la almohada cilíndrica que los separaba se
había deslizado hacia abajo (o había sido empujada) hasta que estaba cerca de sus rodillas.
La mano de Mac subió al cabello de Karen. Aún tenía el rostro enterrado, seguía sin mirarla,
pero ella podía ver su brilloso cabello negro, podía sentir su calidez. La habitación estaba en
penumbras y el ruido fuera de su dormitorio parecía muy lejano.
Mientras la hacía descender hasta su nivel, mientras su rostro se aproximaba al de ella y sus
labios tocaban los suyos, él susurró:
—Niños. Navidad. Ya sabes cómo son.
—Era hija única. Desayunaba antes de abrir mis regalos.
—Mmm —fue lo único que Mac dijo mientras la besaba, la besaba cálida y suavemente.
Con el toque de sus labios fue como si el tiempo desapareciera: estar en la cama con un
hombre tibio y adormilado que la atraía a sus brazos se sentía tan familiar. Y tan bien. Fue sencillo
deslizarse hacia abajo para que su cuerpo estuviera estirado a lo largo del suyo, pasar los brazos
alrededor de su cuello y devolverle el beso con todo el entusiasmo que sentía.
De pronto, la puerta se abrió de golpe y dos niños entraron corriendo, con juguetes al vuelo,
blandiéndolos sobre las cabezas de la pareja que estaba en la cama. Desconcertada, Karen apartó
su rostro del de Mac y observó los juguetes que los niños agitaban en el aire. La niña tenía una
muñeca Barbie con un estrafalario vestido y un montón de accesorios dignos de una prostituta,
mientras que el niño sostenía una caja llena de trenes.
Pese a esa confusión, Mac seguía besándole el cuello mientras Karen estaba a medias sobre él e
intentaba mirar los nuevos juguetes de los niños.
Antes de que ella pudiera hacer un comentario adecuado, porque Mac le estaba besando el
cuello, un tercer pequeño entró a toda velocidad por la puerta abierta con un avión en las manos,
con lo cual chocó contra los otros dos niños y los mandó volando. Todo —muñecas, trenes,
niños— aterrizó sobre la cabeza de Mac.
Instantáneamente, la pequeñita comenzó a gritar que su muñeca estaba herida, mientras los
dos varones caían al piso en una pelea de puños sobre quién había empujado a quién. Saliendo de
la cama, Karen luchó para encontrar las partes perdidas que pertenecían a los juguetes, pero
pasaron varios minutos antes de que pudiera encontrar todo y calmar a los niños.
—Espera —le dijo a Mac mientras recogía juguetes de entre las mantas—, parece haber un
zapato de tacón rojo en tu oreja.
—No es la primera vez —dijo él entre dientes, molesto porque los niños los habían
interrumpido.
Ofreciéndole una mirada para acallarlo, Karen reunió a los pequeños y los hizo salir por la
puerta.

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Una vez que estuvieron solos nuevamente, Mac puso sus manos tras la cabeza y la observó
moverse por la habitación mientras ella juntaba su ropa.
—Nuestros hijos tendrán mejores modales.
Karen estaba buscando su cinto.
—Espero que nuestros hijos estén tan felices y emocionados como ellos, y que...
Con el rostro sonrojado, se quedó callada, lo vio acostado allí, sonriéndole, y se metió a toda
prisa dentro del baño para vestirse.
Pero Mac se levantó de la cama y la atrapó antes de que pudiera cerrar la puerta.
—Vamos, hija única, te perderás toda la diversión.
—¡No puedo bajar con camisón y bata!
—Todos los demás lo harán —le dijo Mac, tirando de ella y tomando una remera mientras
pasaba junto a una silla.

Mac tenía razón. Abajo, junto al árbol de Navidad, había caos, con un océano de papel de
regalo hecho pedazos y niños en todas partes. Los adultos estaban sentados en medio de todo,
intercambiando regalos y riendo... e ignorando a los niños lo mejor que podían.
—Ah, los tortolitos —dijo alguien—. Será mejor que se acerquen y vean qué les trajo Papá Noel.
—Por su apariencia, creo que ya lo ha entregado —dijo alguien más, haciendo que Karen
soltara la mano de Mac, que había estado asiendo bastante fuerte.
No le llevó mucho tiempo zambullirse en medio del papel y la gente, y se sentó en la alfombra
al lado de un vagón rojo con una cinta atada sobre su manija. Le complacía que nadie hubiese
abierto aún los regalos que ella y Mac habían comprado, así podría tener el placer de ver sus
expresiones. De cualquier modo, se sorprendió cuando la gente comenzó a amontonar regalos en
su regazo. Cada uno tenía una etiqueta diciendo quién le había dado el regalo, pero cuando les
agradecía veía expresiones de sorpresa en sus rostros, y que miraban de reojo a Mac.
No le hizo falta mucho para deducir las cosas. Él estaba sentado a su lado, abriendo obsequios,
su rostro tan inocente como el de un niño dormido.
—Estuviste ocupado mientras estuve en la peluquería, ¿verdad? —le preguntó suavemente,
para que sólo él escuchara.
Era evidente que él había comprado todos sus regalos, los había hecho envolver y los había
etiquetado para que pareciera que provenían de sus amigos.
Mac no se molestó en negarlo, sólo sonrió y sus oscuras y espesas pestañas cayeron a medias.
—¿Te agradan tus regalos?
La falda de Karen y parte del suelo a su alrededor estaban cubiertos con hermosos objetos: un
suéter de cachemira, una caja musical, un par de aretes de oro, tres pares de medias sueltas y un
portarretratos de plata.
—¿Qué te di yo? —preguntó Steve.
Él y Catherine habían pospuesto su luna de miel hasta el día después de Navidad.
Karen se rió.
—Veamos —dijo, levantando etiquetas—. Creo que me diste la bikini de tiras.

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—¿El qué? —soltó Mac, y se puso colorado cuando todos los demás estallaron en carcajadas—.
Bien, bien —dijo sonriendo, pero pasó su brazo posesivamente alrededor de los hombros de
Karen.
Una mujer que era prima de Steve miró a Karen pensativamente.
—Sabes, Karen, he conocido a todas las prometidas de Mac, y ahora puedo decirle que no me
había agradado ninguna, pero tú, Karen, me gustas. Eres la primera que ha mirado a Mac con
amor en sus ojos.
—En realidad, olvidé mis lentes de contacto —dijo Karen—, y...
Fue interrumpida por abucheos que la hicieron sonrojar y bajar la mirada a su regazo. El brazo
de Mac se tensó alrededor de sus hombros.
—Entonces, ¿cuándo es la boda? —preguntó alguien.
Mac no dudó.
—En cuanto pueda persuadirla. Miren, ni siquiera quiere llevar mi anillo.
—Quizá está gastado de ser deslizado una y otra vez en los dedos de tantas otras mujeres —
dijo Steve, y todos se rieron.
Fue en ese momento que la madre de Steve, Rita, salió de la cocina.
—¡Basta, todos ustedes! Están avergonzando a Karen. ¡Y necesito ayuda en la cocina!
Para consternación de Karen, la habitación se vació instantáneamente. En treinta segundos, no
había un solo hombre, joven o viejo, en la enorme sala, sólo mujeres, niñas y una montaña de
regalos y papel roto.
—Funciona cada vez —dijo la mamá de Steve con una sonrisa—. Ahora, vamos, damas,
vayamos a chismosear.
Riendo, las mujeres fueron arriba a vestirse antes de dedicarse a sus variadas tareas. Sola en el
dormitorio que compartía con Mac, Karen dejó caer sus regalos sobre la cama y los miró. No había
hecho falta mucha investigación para descubrir que todo lo que había recibido como regalo desde
su llegada había sido de parte de Mac. Había sentido curiosidad por descubrir qué habían recibido
las demás mujeres como regalo de damas de honor y le dijeron que los regalos habían sido
entregados la semana pasada. ¿Ella no había recibido el suyo?
Más preguntas habían revelado que el collar y los aretes de perlas no habían sido los regalos
otorgados.
—Si te refieres a las perlas que tenías anoche —dijo una de las mujeres—, y si son un regalo de
Mac, entonces puedes apostar tu cuenta bancaria a que son reales.
Karen parpadeó.
—Así que, supongo que la novia no reparte sets completos de ropa interior de seda blanca.
Lo había dicho más para sí misma que para las mujeres a su alrededor, pero ellas la habían oído
y creado un aullido de risas que había hecho sonrojar a Karen.

Así que ahora, sola en su habitación, miró lo que él había amontonado encima de ella y supo
que lo cambiaría todo por una hora extra con Mac. Mañana regresarían a Denver y al día siguiente
estarían separados para siempre. O al menos algo así, pensó, recordando la oficina, con su
escritorio a más o menos un millón de kilómetros del suyo.

TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén Página 42


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Dándose vuelta, notó que había un sobre encima de la almohada, y cuando movió la bufanda
que había arrojado sobre la cama, vio que tenía "Feliz Navidad, Karen" escrito en él.
Abriéndolo, vio que era un breve contrato firmado por Mac y con Steve como testigo.
Rápidamente, lo miró de pasada y vio que le daba control de un negocio que sería albergado en la
tienda de departamentos Lawson. Mac pondría el capital y ella proporcionaría la pericia. Karen
tendría control absoluto para administrar el negocio en cualquier modo que le pareciera
adecuado, y debería devolverle el dinero con un interés del cinco por ciento, comenzando dos
años después de que la tienda abriera.
—Es demasiado —dijo en voz alta—. Yo no quería...
Se detuvo al ver que había una carta con el contrato.

Mi queridísima Karen,
Sé que tu primer instinto será arrojarme esto en la cara, pero te ruego que lo reconsideres.
Soy un hombre de negocios y tú tienes el conocimiento y la experiencia para administrar un
negocio que creo que mostrará ganancias. No te estoy dando este contrato porque crea que
eres hermosa, divertida y una excelente compañía, y porque disfrute estar contigo. Hice esto
porque fui forzado a hacerlo, por mis constantemente embarazadas cuñadas. Me han dicho
que podría no regresar a casa si vendo cuero en vez de pañales en esa vieja tienda de
departamentos.
Por favor, no me rechaces.
Tu futuro socio, McAllister J. Taggert

Por un momento, la cabeza de Karen daba vueltas con el significado de lo que él había escrito.
Pero no era la oferta de negocios lo que la había mareado, era lo de "hermosa, divertida y una
excelente compañía, y porque disfrute estar contigo" lo que estaba a punto de convencerla.
—¡Basta! —se ordenó a sí misma—. Él no es para ti. Él tiene mujeres de a montones y... y... —
Fue al baño, donde se miró fijamente al espejo—. Y tú, tú, completa y total idiota, estás
enamorada de él. —Dándose vuelta, abrió la ducha—. Negocios —se dijo a sí misma—. Mantenlo
como negocios y nada más.
Pero no era fácil hacer eso. Cuando bajó las escaleras, llevaba jeans y suéter de cachemira roja
que Mac le había regalado (bajo la etiqueta de "Rita", la madre de Steve) y las perlas que no podía
evitar tocar con frecuencia. Por supuesto, tendría que devolvérselas a Mac. Eran un regalo
demasiado costoso.
La gente estaba comenzando a moverse lentamente por allí, algunos intentando limpiar la sala
de estar, algunos yendo afuera para jugar con los hombres, y otros, como Karen, iban a la cocina
para ayudar a preparar el festín de Navidad.
En alguna parte, durante los últimos días, había oído mencionar que la madre de Steve era la
mejor amiga de la madre de Mac. No es que fuera asunto de Karen pero, ¿las mejores amigas no
se contaban todo? ¿Y no habían mencionado cerca de treinta y cinco personas que se suponía que
Elaine llegara esa tarde?
Karen tenía curiosidad por saber si Rita sabía algo de la verdad detrás del rompimiento de
Elaine y Mac.

TRADUCIDO por ALENA JADEN — Editado por Mara Adilén Página 43


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Pasó horas en la cocina, picando y pelando, mientras oía algunas historias escandalosas acerca
de la familia de Steve y otras pocas sobre la de Mac. Por la ventana de la cocina podía ver a Mac,
con unos ajustados pantalones de algodón y una remera sin mangas, jugando fútbol americano de
toque. Varias veces, cada vez que hacía un gol o lo perdía, la miraba por la ventana y la saludaba
con la mano. Felizmente, Karen le devolvía el saludo. No había tenido una familia por tanto
tiempo, y nunca había conocido todo el ruido y la confusión de esta, con niños corriendo por la
cocina, gente riendo y, en la sala de estar, cantando villancicos. Era todo el ruido que las familias
pequeñas se perdían.
Casi dio un salto cuando Rita habló detrás de ella.
—Todo esto te agrada, ¿cierto? Eres feliz en medio de papeles de regalo y niños gritando, y
metiendo cebollas dentro de alguna pobre criatura asesinada, ¿verdad?
—Sí, mucho —respondió Karen sinceramente.
—Mac es un hombre muy bueno.
Karen no dijo nada. Quizá lo era y quizá no. Lo único que sabía con seguridad era que no era
suyo.
—¿Sabes la verdad acerca de Elaine?
Ella y Rita estaban solas en la cocina, ya que la mayor parte del trabajo estaba hecha, y por un
instante Rita miró a Karen como si evaluara contarle o no.
—He jurado mantener el secreto —dijo Rita, mirando su cuchillo.
Karen inspiró. Que una mujer admitiera que sabía un secreto significaba que la mitad de la
batalla estaba ganada. Lo único que Rita necesitaba era un poquito de insistencia. Pero Karen
vaciló. Parte de ella quería saber y otra parte no quería oírlo. ¿Qué había hecho que la mujer
abandonara su boda de ese modo? ¿Qué le había hecho Mac?
—Verdaderamente me gustaría saber —dijo con sentimiento.
Rita miró fijamente a Karen a los ojos por un momento, luego sonrió y volvió a descender la
mirada a su cuchillo.
—Realmente lo amas, ¿verdad?
—Sí —fue lo único que Karen pudo decir; no se atrevía a permitirse decir otra palabra.
—Elaine estaba locamente enamorada de un artista pobre, que todos podíamos ver que estaba
más interesado en su fideicomiso que en ella. Pero el amor es ciego, y Elaine luchó por él con
todas sus fuerzas. Su padre envió al artista (no es que alguna vez pintara algo) una carta diciendo
que si se casaba con Elaine, su fideicomiso sería cortado. Él adjuntó un cheque por veinte mil
dólares que sólo sería pagado si el hombre dejaba a Elaine. Cuando Elaine llegó a casa esa noche,
su artista había desaparecido. Ella culpó a su padre por todo, y dijo que si él quería que se casara
con un hombre rico, entonces lo haría. —Haciendo una pausa, Rita miró a Karen con los labios
apretados—. Elaine fue sistemáticamente tras Mac, el mayor de los Taggert que todavía no estaba
casado. Ella es hermosa, talentosa y segura. Mac no tenía chance. La noche antes de la boda su
artista regresó, y cuando Mac volvió a su departamento, los encontró juntos en la cama. —Rita le
dio tiempo para asimilar esa información antes de continuar—. Mac se negó a casarse con ella,
pero, siendo el caballero que es, permitió que todos pensaran que fue Elaine quien lo dejó. Desde
entonces le ha tenido un pánico mortal al matrimonio. Quiere casarse, tener su propio hogar, pero
creo que escoge a propósito mujeres que sólo quieren su dinero, luego las prueba con unos
ridículos acuerdos prenupciales y cuando no quieren firmar, eso refuerza su creencia de que es lo
único que todas las mujeres quieren de él. Me alegra ver que al fin permitirá que esa herida cure.
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Me alegra que vaya a casarse contigo, alguien que realmente lo ama. —Karen no levantó la mirada
del apio que estaba cortando para la ensalada—. Estoy diciéndote esto porque Mac tiene una
especie de equivocado sentido del honor hacia Elaine, así que no creo que te lo dijera. Y hay sólo
dos personas además de ellos que conocen la verdad... su madre y yo.
—¿Pero me contaste esto porque lo amo?
—Y porque él te ama —respondió Rita sencillamente.
Karen sonrió con indulgencia.
—No me ama. En realidad no estamos comprometidos. Me contrató para que fuera su
acompañante para la boda y para...
Se quedó callada porque Rita le estaba sonriendo de un modo muy petulante.
—Karen, sé realista. Mac no necesita contratar a una mujer para nada. Tiene mujeres
quedando como tontas donde quiera que va. Su madre se queja constantemente por el modo en
que las mujeres que trabajan para él creen que Mac viene junto con el trabajo. Dice que tiene dos
ejecutivas mujeres tan locas por él que creen que cualquier trabajo que él les da es una prueba de
su amor por ellas. Su madre le dice que las despida, pero Mac es tan blando de corazón que no lo
hace. Así que les paga salarios exorbitantes y hace todo el trabajo por sí mismo.
—Y las mujeres se quejan con todos porque él no comparte la carga —dijo Karen con suavidad.
—Probablemente. Pero Mac siempre acepta la culpa antes de permitir que una mujer quede
mal. Su madre quería contarle a todo el mundo acerca de Elaine, pero Mac no lo permitió. Mac es
de otra época en el tiempo.
—Sí —dijo Karen, de acuerdo—. Creo que lo es.
—Hablando de Roma —dijo Rita—, acaba de detenerse un auto y es Elaine. ¡Karen! No te
quedes así. Ve allí afuera y...
Karen estaba mirando por la ventana de la cocina. La llegada de Elaine había detenido el juego
de pelota porque todos los hombres habían corrido hacia el automóvil para ayudar a la elegante,
hermosa, exquisita Elaine a salir del asiento trasero de la larga limusina negra. Y a la cabeza del
montón estaba McAllister Taggert.
—Si me disculpas, tengo que... que...
Karen no pudo pensar en nada que necesitara hacer, así que se dio vuelta y salió corriendo de
la cocina, y subió rápidamente las escaleras hacia su dormitorio.

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CCAAPPÍÍTTU
ULLO
O 0099

Treinta minutos más tarde, Karen sintió que se había sermoneado lo suficiente, y quizás ahora
tenía suficiente control como para conocer a Elaine y no clavar un cuchillo en su helado corazón.
Desafortunadamente, justo fuera de la puerta del dormitorio, encontró a Elaine flanqueada por
Steve y Mac.
De cerca, Elaine era aun más hermosa que a la distancia. Era alta, rubia, de apariencia serena y
lo suficientemente sofisticada como para hacer que Karen se sintiera completamente torpe. Elaine
era exactamente lo que Karen había imaginado como una mujer con la que Mac debería casarse.
Sin dudas, su padre era el embajador de algún elegante país extranjero, y sin dudas tenía una
maestría en algo sofisticado e inútil, como filosofía china.
Sólo mirar a Elaine hizo que Karen se sintiera como si estuviera vistiendo overoles y tuviera paja
colgando de su cabello. Y pensó que no era extraño que Mac se hubiese enamorado locamente de
ella.
Deteniéndose en la cima de las escaleras, Elaine le ofreció una mirada a Mac que podría
calentar un cursor de acero, mientras Mac sólo la miraba fijamente, como un cachorrito perdido,
con el corazón en los ojos. Aún la ama, pensó Karen, y, contra su mejor autocontrol, un destello de
furia la atravesó.
Steve se detuvo únicamente el tiempo suficiente para presentar a Karen como la prometida de
Mac y luego bajó corriendo al vestíbulo, con la pelota en la mano, dejándolos solos a los tres.
—¿Sigues intentando que una mujer se case contigo, Mac? —preguntó Elaine con suavidad, sus
ojos sobre Mac, como si Karen no existiera.
—¿Sigues pagándole a los hombres para que se casen contigo, Elaine? —disparó Karen, y tuvo
la satisfacción de ver que el rostro perfectamente compuesto de Elaine se desmoronaba justo
antes de darse vuelta y bajar corriendo las escaleras.
Obviamente, había pensado que su secreto estaba a salvo para siempre y que podía provocar a
Mac a voluntad.
Para lo que Karen no estaba preparada era para la reacción de Mac. Su fuerte mano se cerró
alrededor de la parte superior de su brazo y la empujó a medias dentro del dormitorio. Cuando la
puerta estuvo cerrada, la enfrentó.
—¡Eso no me agradó! —le dijo furiosamente, con su rostro cerca del de ella—. Lo que sucedió
entre Elaine y yo es asunto nuestro y de nadie más, y no permitiré que tú ni nadie se burle de ella.
Karen enderezó su cuerpo, ordenándole a sus músculos que permanecieran rígidos. Si no lo
hubiese hecho, habría colapsado sobre la cama, llorando. ¿Qué le importaba que McAllister
Taggert estuviera enamorado de una mujer que lo había convertido públicamente en un
hazmerreír?
—Desde luego, señor Taggert —le dijo fríamente, y se volvió hacia la puerta.
Pero Mac la atrapó, la empujó contra la pared y la besó ávidamente. Por un instante, el orgullo
de Karen hizo que luchara contra él, pero no pasó mucho antes de que lo estuviera atrayendo
hacia ella, con las manos en su cabello, sus dedos clavándose en la espalda de él.
—Te odio —logró decir mientras Mac le besaba el cuello, y sus manos se movían por todo su
cuerpo.
—Sí, lo sé. Me odias tanto como yo a ti.

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Más tarde, ella no sabría cómo había sucedido, pero en un momento estaban contra la pared,
totalmente vestidos, y al siguiente estaban desnudos y retorciéndose sobre la cama. Karen había
sido célibe durante más de dos años y la única manera en que se había mantenido de ese modo
había sido reprimiendo todo el deseo sexual. La combinación de su furia con Mac y ahora sus
suaves caricias la hicieron estallar en llamas, con todos sus deseos explotando a la vez.
Mac era un oponente digno y su pasión igualaba la de ella mientras entraba en ella con fuerza,
luego más suavemente mientras colocaba su boca sobre la de Karen para evitar que gritara.
No llevó mucho tiempo, pero en esos pocos minutos, una lámpara se hizo pedazos al caer al
suelo, Karen se cayó de la cama y Mac la levantó para que sus pies quedaran sobre el piso y la
espalda sobre la cama.
Cuando Mac acabó dentro de ella, le Karen envolvió las piernas alrededor de la cintura y atrajo
su cuerpo contra el de ella, sosteniéndolo fuerte. Su corazón estaba palpitando, su respiración
entrecortada.
Pasaron varios minutos antes de que pudiera pensar otra vez, y cuando lo hizo, se sintió
avergonzada y apenada. ¿Qué debía pensar de ella? La pobre e inculta pequeña secretaria
quedando en ridículo con el jefe.
—Por favor —susurró—. Déjame levantar.
Lentamente, Mac levantó la cabeza y la miró, y cuando ella dio vuelta la cabeza, la tomó del
mentón y la forzó a encontrarse con su mirada.
—¿Qué es esto? —le preguntó provocándola—. Mi pequeña leona no puede ser tímida,
¿verdad?
Karen apartó la mirada de él.
—Me gustaría levantarme.
Pero Mac no le permitió alejarse de él. En cambio, la subió a la cama, envolvió su enorme
cuerpo desnudo alrededor de ella, subió las mantas encima de ambos y entonces dijo:
—Dime qué sucede.
Karen estaba teniendo problemas para pensar, porque de algún modo, este acogedor abrazo,
sus cuerpos desnudos, era más íntimo que lo que acababan de hacer.
—Tú... yo... —dijo, pero ninguna palabra coherente salió de su boca.
—Hicimos el amor —dijo Mac suavemente mientras le plantaba un beso en la cabeza—. Es algo
que he querido hacer durante lo que parecen años.
—No sabías que existía hasta hace pocos días.
—Cierto, pero he compensado en intensidad lo que me faltó de tiempo. —Karen intentó
apartarse, pero él la abrazó fuerte—. No voy a soltarte hasta que me digas qué sucede.
—¡¿Qué sucede?! –dijo con sentimiento, alejándose lo suficiente como para mirarlo—. Soy una
de tus secretarias, un paso más arriba que el custodio, y tú eres el jefe y... y...
—¿Y qué?
—¡Y estás enamorado de Elaine! –le espetó.
Después de todo, ¿cómo podía quedar como una tonta más que antes?
Para su enorme enojo, Mac la abrazó más y pudo sentirlo riendo entre dientes contra ella.
—¡Au! ¿Por qué fue eso? —preguntó Mac cuando ella lo pellizcó.
Esa vez Karen casi logró escapar antes de que volviera a abrazarla.

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—No soy una de tus tontas. No voy tras tu dinero. De hecho, no quiero nada de ti, ni un
negocio, ni nada. Incluyendo verte... –Se quedó callada cuando Mac la besó—. Otra vez —susurró,
terminando su oración.
—Con mucho gusto —dijo él, simulando haber malentendido.
Fue entonces, cuando su mano se movió al pecho de ella y Karen pudo sentir que lo deseaba de
nuevo, y sentir que él estaba preparado otra vez, que se apartó de él de un empujón. No intentó
bajarse de la cama, pero lo miró a los ojos y dijo:
—No.
—Muy bien —dijo él, quitando las manos de su cuerpo—. Dime qué te está molestando. Sólo
no te vayas. ¿Por favor?
Karen giró sobre su espalda, con las mantas cubriéndola, ninguna parte de su cuerpo tocando el
de Mac.
—No quise que esto sucediera. Sólo quería...
Se dio vuelta para mirarlo. Según sus cálculos, estaba en el pico de su fertilidad hoy y después
de lo que acababan de hacer, quizás estaría embarazada.
Como si estuviera leyendo su mente, McAllister levantó su mano y se la besó, primero la palma,
luego el dorso. Cuando comenzó a besarle la punta de los dedos, Karen se apartó de él.
Pero Mac volvió a atraerla a sus brazos, abrazándola fuerte.
—No amo a Elaine.
—Eso no fue lo que vi, ¡y la defendiste!
—Cualquier mal que desee para Elaine, no será peor que lo que le ha sucedido. Un hombre se
casó con ella por su dinero. Sé cómo se siente eso, así que sólo siento lástima por ella. Si le ayuda
hacer comentarios insidiosos sobre mí, entonces déjala. Al menos no estoy casado con ella. —Su
voz descendió—. Y no es la madre de mis hijos.
—¿Tienes muchos? —preguntó Karen, como si estuviera conversando.
Más que nada, quería permanecer serena e indiferente. ¿No estaba bien en esta época tener
romances con hombres? Ella era positivamente primitiva al creer que la gente que iba a la cama
debía casarse.
—Quizá haya hecho mi primero hoy —dijo Mac suavemente, y la abrazó cuando ella intentó
alejarse.
—No es un asunto gracioso. Quería que fueses un donante, no un... un...
—¿Amante? Karen, por favor, escúchame. Lo de hoy no fue un error. Nunca antes he ido a la
cama con una mujer sin usar protección. —Le levantó el mentón para mirarla a los ojos—. Te
quiero, Karen. Si me aceptas, intentaré ser un buen marido para ti.
—Para mí y el resto del mundo libre —dijo ella antes de pensar, y quedó horrorizada al ver el
dolor en los ojos de Mac. Instantáneamente, él se dio vuelta y comenzó a salir de la cama—. Lo
siento —dijo ella, arrojándose sobre su espalda mientras él se sentaba al borde de la cama—. Por
favor, no quise decir eso. No tienes que casarte conmigo o siquiera pedirme que lo haga. Conozco
tu veta de nobleza, que eres un cortés caballero y...
Dándose vuelta, él le sonrió.
—¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Crees que le pido a cada mujer con la que me acuesto que se
case conmigo? —Su expresión daba una respuesta positiva a eso. El rostro de Mac se suavizó con

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su alegría—. Cariño —le dijo, colocando un mechón de cabello detrás de sus orejas—. No sé qué te
ha hecho decidir que soy un santo, pero no lo soy. Tu primera opinión de mí fue la más acertada
que cualquier mujer haya tenido. ¿Quieres saber la verdad? —Karen asintió, con los ojos muy
abiertos, entonces él la atrajo a sus brazos y se recostó junto a ella en la cama, con la cabeza de
Karen sobre su hombro—. Nunca estuve enamorado de Elaine. No realmente. Ahora lo sé, pero
era halagador que alguien como ella me permitiera perseguirla.
—¿Ella no te persiguió a ti? —dijo Karen, y se mordió la lengua por dar demasiada información.
Mac simplemente sonrió.
—Debes recordar que he estado cerca de Elaine la mayor parte de mi vida, y ella era tras quien
íbamos todos los chicos. Pero era inalcanzable. Era preciosa, y para cuando tenía catorce años,
estaba formada. Solíamos hacer apuestas acerca de quién podría lograr que Elaine saliera con él,
pero ninguno de nosotros lo logró jamás. Ella estudiaba para sus exámenes finales la noche de
nuestro baile de la secundaria; debe haber rechazado a cada chico en la escuela.
—¿Entonces querías lo que no podías tener? —dijo ella con sarcasmo.
—Por supuesto. ¿No lo quieren todos?
Karen estaba demasiado interesada en la historia como para pensar en filosofía.
—Pero la obtuviste.
—En cierto modo. Hace más o menos cuatro atrás vino a mi oficina diciéndome que quería que
la ayudara con algunas inversiones y yo...
—Quedaste como un tonto por ella y le pediste que se casara contigo para poder mostrarle a
los demás chicos que habías ganado.
—En una palabra, sí.
Por eso, Karen tuvo que reír.
—Entonces el artista te salvó, ¿verdad?
Mac dudó antes de responder.
—Algún día querré saber cómo sonsacaste esta información a mi madre. O a quien quiera que
le haya contado y que te lo dijo.
—Mmm —fue lo único que Karen pudo responder—. Entonces, ¿qué hay de todas las demás
mujeres a las que le pediste que se casaran contigo?
Él se quedó callado, mirando la nada.
—Sabes, en realidad fue bastante extraño, pero cada mujer sobre la tierra parecía pensar que
después de lo sucedido con Elaine, yo estaba muriendo por casarme. Quizá pensaron que quería
demostrarle a Elaine que podía conseguir otra mujer si la quería.
—Entonces se arrojaron encima tuyo —dijo Karen sarcásticamente—. No tuviste nada que ver
con todos esos anillos de compromiso y los arreglos prenupciales.
Él no le devolvió la risa, sino que giró su rostro para que quedara encima del de ella.
—Hablo en serio. Dos semanas atrás te hubiese dicho que estuve enamorado de Elaine y quizás
que quise a cada una de esas hermosas chicas con las que estuve comprometido. Pero ahora sé
que no quise a ninguna de ellas, porque cuando estoy contigo, Karen, no tengo que ser quien no
soy. Eres la primera mujer que me ha visto simplemente como un hombre, no uno de los ricos
Taggert, no como un camino para arrancar tu propia carrera. Me viste a mí y nada más. —Le besó
la mejilla—. Sé que es repentino y sé que querrás tomarte tiempo para pensar en esto, y me

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encantaría cortejarte, pero quiero advertirte sobre lo que estoy buscando. Pretendo casarme
contigo.
El impulso de Karen era arrojar sus brazos alrededor del cuello de Mac y decir "sí, sí, sí", pero en
cambio apartó la mirada un instante, como si evaluara casarse con él o no. Cuando volvió a
mirarlo, los ojos de Mac eran serios.
—¿Con "cortejar" quieres decir cenas a la luz de las velas y rosas?
—¿Qué tal viajes a París, un crucero por el Nilo, y esquiar en las Rocosas?
—Quizás —dijo ella.
Apartándose, él la miró especulativamente.
—¿Qué tal si te compro dos edificios más en ciudades de tu elección para esas tiendas de bebés
tuyas, y te instalo con un sistema de contabilidad último modelo?
—¡Oh! —dijo ella, sobresaltada—. ¿Con un sistema de inventario instantáneo?
—Karen, cariño, si te casas conmigo, te daré el código privado a mi propio sistema de
contabilidad y podrás fisgonear todo lo que quieras.
—Tú sí que sabes cómo cortejar a una chica, ¿cierto?
—Mmm —fue lo único que Mac dijo mientras subía su pierna encima de la de ella—. ¿Sabías
que en mi familia hay gemelos?
—He visto alguna evidencia sobre ese hecho.
Mac le estaba besando el cuello y su mano se movía hacia abajo.
—No sé si sabías esto, pero el modo en que se hacen gemelos es haciendo el amor dos veces el
mismo día.
—¿Es así? Y aquí la gente médica piensa que tiene que ver con el modo en que se divide un
óvulo.
—No. A más amor, más niños.
Girando sus caderas hacia las de él, Karen le pasó sus brazos alrededor del cuello.
—Probemos para tener quintillizos.
—Sabía que había una razón para que te quisiera —murmuró él antes de cerrar su boca sobre
la de ella.

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O 1100

—¡Karen! —dijo una mujer detrás suyo, haciendo que se diera vuelta tan rápidamente que dejó
caer sus paquetes.
Estaba en una tienda, con gente que iba de aquí para allá, y le llevó un momento reconocer a
Rita, la mujer a la que había conocido en ese notable fin de semana que había pasado con Mac.
Para consternación de ambas, Karen rompió en lágrimas.
Con un brazo maternal alrededor de los hombros de la mujer más joven, Rita condujo a Karen a
un asiento de azulejos que rodeaba una fuente que salpicaba silenciosamente, le dio un pañuelo
limpio y esperó que Karen se calmara.
—Lo siento tanto. No tengo idea de qué me sucede. Parece que rompo a llorar
constantemente. Estoy realmente contenta de verte. ¿Cómo están todos? ¿Steve?
—Bien —dijo Rita sonriendo—. Todos están bien. Entonces, ¿cuándo tendrás el bebé?
Durante varios minutos Karen se esforzó por controlar sus lágrimas.
—¿Es tan evidente?
—Sólo para otra madre. Ahora, ¿por qué no me dices qué te está molestando? ¿Hay algo mal
entre Mac y tú? Va a casarse contigo, ¿verdad?
Karen se sopló la nariz.
—Sí, vamos a casarnos dentro de dos meses en una perfecta ceremonia pequeña. Estás en la
lista de invitados. —Miró su pañuelo empapado—. No hay nada malo. Nada de nada. Es sólo...
—Vamos, puedes contarme.
—No estoy segura de que Mac quiera casarse conmigo —estalló—. Lo engañé. Lo... lo seduje.
Deseaba tanto un bebé, y él... –Se quedó callada porque Rita se estaba riendo—. Discúlpame —
dijo Karen fríamente, y comenzó a ponerse de pie—. No pretendía divertirte con mis problemas.
Rita aferró el brazo de Karen y la hizo sentar otra vez.
—Lo siento, no quise reírme; es sólo que nunca he visto a un hombre perseguir tanto a una
mujer como Mac lo hizo contigo. ¿Qué puede haber hecho que pienses que no quiere casarse
contigo?
—Realmente no tienes idea de qué estás hablando. Si supieras la verdad de lo que sucedió
entre nosotros, sabrías que esto será más un arreglo de negocios que un matrimonio verdadero.
Fue todo mi idea y...
—Karen, perdóname, pero eres la única que no sabe de lo que estás hablando. ¿Sabías que sólo
debía haber seis damas de honor en la boda? Mac llamó a Steve aterrado, le dijo que había
conocido al amor de su vida y que tenía que tener una excusa para pasar el fin de semana con ella.
La suma de otra dama de honor a la boda fue idea suya. Pagó el triple de precio por un vestido
hecho a pedido de tu tamaño, luego pagó un esmoquin para un amigo suyo para que así hubiera
un séptimo padrino.
Karen miró fijamente a Rita.
—¿Amor de su vida? Pero él me contó, justo después de conocerme, sobre su problema con
encontrar a alguien a quien le quedara bien el vestido.
—Steve y Catherine tienen muchos amigos, no necesitaban a una de las novias de Mac.
Ciertamente no cuando sus novias cambiaban con tanta frecuencia.

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Karen negó con la cabeza.


—Pero, no entiendo. No creo que me haya visto antes de la noche de la fiesta de Navidad. ¿Qué
lo hizo inventar semejante historia? ¿Por qué querría hacerlo? No comprendo.
Rita sonrió.
—Hay un dicho en la familia Taggert, "Cásate con quien distinga a los gemelos". —La expresión
de Karen no mostraba nada de comprensión—. En la oficina de Mac hay una fotografía de un
hombre sosteniendo una tira de pescados, ¿verdad?
Karen buscó en su memoria y entonces recordó esa noche, cuando había estado husmeando en
la oficina de Mac y había tomado la foto del estante, para luego dejarla caer cuando la voz de Mac
la había sobresaltado.
—Sí, recuerdo la imagen. Es uno de sus hermanos, ¿cierto? Recuerdo haberle dicho que nunca
antes lo había visto.
Rita sonrió de manera cómplice.
—Esa es una foto de su gemelo, un hombre que se ve exactamente como Mac.
—¡No se parece en nada a él! Mac es mucho más apuesto que ese hombre. Él... —Se detuvo,
apartó la mirada de la risa de Rita, tomándose un momento para recobrar la compostura y volvió a
mirarla—. ¿Él inventó toda la historia de la dama de honor? —preguntó suavemente.
—Completamente. Ofreció pagar la boda entera si Steve permitía que estuvieses en la
ceremonia. Y le dio a Steve uso libre de su preciosa lancha durante seis meses a cambio de que los
pusiera a ambos en el mismo dormitorio. Esos aretes que Mac te dio provienen de la bóveda
familiar, una reliquia, algo que se da sólo a las esposas. No a las novias, a las esposas. Y resulta que
sé que dos veces durante ese fin de semana él llamó a casa y le contó a su familia sobre ti en
detalle, diciéndoles lo inteligente y hermosa que eras, y que iba a hacer todo lo posible para que lo
amaras. —Rita le dio un apretón a la mano de Karen—. Debes haber notado lo cohibido que
estaba Mac cerca tuyo. Todos nos reíamos porque él tenía tanto miedo de decir algo equivocado
que con frecuencia no decía nada. Le dijo a Steve que seguía simulando ignorarte porque un
hombre de la oficina le había dicho que huías de cualquier hombre que demostrara el más mínimo
interés en ti.
—Le contó a sus cuñadas acerca de la tienda que yo quería abrir —dijo en voz baja.
—Querida, si no estaba contigo, estaba hablando de ti.
—Pero pensé que me había pedido que me casara con él porque... –se interrumpió, mirando a
Rita a los ojos—. Porque le pedí algo suyo.
—Nunca he visto a un hombre enamorarse tanto a primera vista de una mujer como a él
contigo. Dijo que tomaste una fotografía en su oficina, te miró a los ojos y se enamoró de ti en ese
preciso momento.
—¿Por qué no me lo dijo? —dijo Karen.
—¿Quieres decir que Mac no te ha dicho que te ama? —preguntó Rita con horror.
—Sí, lo ha hecho, muchas veces, pero yo... —Karen se puso de pie. No iba a decir en voz alta
que no le había creído, que no podía creer que un hombre como McAllister Taggert pudiera...—.
Debo irme —dijo Karen abruptamente—. Tengo que... Oh, Rita, gracias —le dijo, y cuando la mujer
se paró, ella la abrazó con entusiasmo—. Te agradezco más de lo que podrías saber. Me has hecho
la mujer más feliz de la tierra. Debo ir a decirle a Mac que... que...
Rita se rió.

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—¡Ve! ¿Qué estás esperando? ¡Ve!


Pero Karen ya había desaparecido.

FFIIN
N

Serie Los Taggert

1. El Corsario (También forma parte de la Serie Montgomery)


2. Hermana de Fuego
3. Hermana de Hielo
4. Dulces Mentiras / Dulces Engaños
5. Los Casamenteros (Dentro de la Antología La Invitación)
6. Change of Heart (Dentro de la Antología A holiday of love)
7. Just Curious (Dentro de la Antología A gift of love)
8. Holly

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