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El cojo y el ciego

En un bosque cerca de la ciudad vivían dos vagabundos. Uno era ciego y otro cojo;
durante el día entero en la ciudad competían el uno con el otro.

Pero una noche sus chozas se incendiaron porque todo el bosque ardió. El ciego
podía escapar, pero no podía ver hacia donde correr, no podía ver hacia donde
todavía no se había extendido el fuego. El cojo podía ver que aún existía la
posibilidad de escapar, pero no podía salir corriendo – el fuego era demasiado
rápido, salvaje- , así pues, lo único que podía ver con seguridad era que se acercaba
el momento de la muerte.

Los dos se dieron cuenta que se necesitaban el uno al otro. El cojo tuvo una
repentina claridad: “el otro hombre, el ciego, puede correr, y yo puedo ver”.
Olvidaron toda su competitividad.

En estos momentos críticos en los cuales ambos se enfrentaron a la muerte,


necesariamente se olvidaron de toda estúpida enemistad, crearon una gran síntesis;
se pusieron de acuerdo en que el hombre ciego cargaría al cojo sobre sus hombros y
así funcionarían como un solo hombre, el cojo puede ver, y el ciego puede correr.
Así salvaron sus vidas. Y por salvarse naturalmente la vida, se hicieron amigos;
dejaron su antagonismo.
El bambú japonés

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena
semilla, buen abono y riego. También es obvio que quien cultiva la tierra no se
detiene impaciente frente a la semilla sembrada, y grita con todas sus fuerzas:
¡Crece, maldita sea! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo
transforma en no apto para impacientes:

Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada
con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador
inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta
de bambú crece
¡más de 30metros!

¿Tardó sólo seis semanas crecer?

No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba
generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento
que iba a tener después de siete años.

Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones


rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado
del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.

211
La rana sobre el ánimo

Un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un


hoyo profundo. Todas las demás ranas se reunieron alrededor el hoyo. Cuando
vieron cuan hondo era el hoyo, le dijeron a las dos ranas en el fondo que para
efectos prácticos, se debían dar por muertas ya que no saldrían. Las dos ranas no
hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera
del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras seguían insistiendo que sus esfuerzos
serían inútiles.

Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió.
Ella se desplomó y murió. La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era
posible. Una vez más, la multitud de ranas le gritaba y le hacían señas para que
dejara de sufrir y que simplemente se dispusiera a morir, ya que no tenía caso
seguir luchando. Pero la rana saltaba cada vez con más fuerzas hasta que
finalmente logró salir del hoyo. Cuando salió las otras ranas le dijeron: “nos da
gusto que hayas logrado salir, a pesar de lo que te gritamos”.

La rana les explicó que era sorda, y que pensó que las demás la estaban animando
a esforzarse más y salir del hoyo.

Moraleja: 1. La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento


compartida a alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarlo. 2. Una
palabra destructiva dicha a alguien que se encuentre desanimado puede ser lo que
acabe por destruirlo. Tengamos cuidado con lo que decimos. 3. Una persona
especial es la que se da tiempo para animar a otros.

277
El ratón guía

Un ratón se apoderó un día de la brida de un camello y le ordenó que se pusiera en


marcha.

El camello era de naturaleza dócil y se puso en marcha.

El ratón, entonces, se llenó de orgullo.

Llegaron de pronto ante un arroyo y el ratón se detuvo.

– ¡Oh, amigo mío! ¿Por qué te detienes?- ¡Camina, tú que eres mi guía!

El ratón dijo: – Este arroyo me parece profundo y temo ahogarme.

El camello: – ¡Voy a probar!

Y avanzó por el agua.- El agua no es profunda.- Apenas me llega a las corvas.

El ratón le dijo: – Lo que a ti te parece una hormiga es un dragón para mí.-

Si el agua te llega a las corvas, debe cubrir mi cabeza en varios cientos de metros.

Entonces el camello le dijo: – En ese caso, deja de ser orgulloso y de creerte un


guía.- ¡Ejercita tu orgullo con los demás ratones, pero no conmigo!

– ¡Me arrepiento! dijo el ratón- ¡en nombre de Dios, ayúdame tú a atravesar este
arroyo!

170
El miedo del león

En una lejana sabana africana, andaba perdido un león. Llevaba más de


veinte días alejado de su territorio y la sed y el hambre lo devoraban. Por
suerte, encontró un lago de aguas frescas y cristalinas. Raudo, corrió veloz a
beber de ellas para así, paliar su sed y salvar su vida.

Al acercarse, vio su rostro reflejado en esas aguas calmadas.

– ¡Vaya! el lago pertenece a otro león – Pensó y aterrorizado, huyó sin llegar a
beber.

La sed cada vez era mayor y él sabía que de no beber, moriría. Al mañana
siguiente, armado de valor, se acercó de nuevo a lago. Igual que el día
anterior, volvió a ver su rostro reflejado y de nuevo, presa del pánico,
retrocedió sin beber.

Y así pasaron los días con el mismo resultado. Por fin, en uno de esos días
comprendió que sería el último si no se enfrentaba a su rival. Tomó
finalmente la decisión de beber agua del lago pasara lo que pasara. Se acercó
con decisión al lago, nada le importaba ya. Metió la cabeza para beber … y
su rival, el temido león ¡desapareció!

La gran mayoría de nuestros miedos son imaginarios. Cuando nos atrevemos


a enfrentarlos acaban desapareciendo. No dejes que tus pensamientos te
dominen y te impidan avanzar con tus propósitos.

216
Las Piedras y el Frasco

Cierto día un motivador estaba dando una conferencia sobre gestión de


tiempo a un grupo de profesionales. Para dejar en claro un punto utilizó un
ejemplo que los profesionales jamás olvidaran.

De pie frente a un auditorio compuesto por gente muy exitosa dijo:

Quisiera hacerles una pequeña demostración...

De debajo de la mesa sacó un jarro de vidrio de boca ancha y lo puso sobre


la mesa frente a él. Luego sacó una docena de piedras del tamaño de un
puño y empezó a colocarlas una por una en el jarro.

Cuando el jarro estaba lleno hasta el tope y no podía colocar más piedras
preguntó al auditorio: ¿Está lleno este jarro? Todos los asistentes dijeron ¡Sí!

Entonces dijo: ¿Están seguros? Y sacó de debajo de la mesa un cubo con


piedras pequeñas de construcción. Echó un poco de las piedras en el jarro y
lo movió haciendo que las piedras pequeñas se acomoden en el espacio vacío
entre las grandes.

Cuando hubo hecho esto preguntó una vez más: ¿Está lleno este jarro?

Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo
en voz alta: “Probablemente no”.

Muy bien contestó el expositor. Sacó de debajo de la mesa un cubo lleno de


arena y empezó a echarlo en el jarro. La arena se acomodó en el espacio
entre las piedras grandes y las pequeñas.
Una vez más pregunto al grupo: ¿Está lleno este jarro?
Esta vez varias personas respondieron a coro: ¡No!

Una vez más el expositor dijo: ¡Muy bien! luego sacó una jarra llena de agua
y echó agua al jarro con piedras hasta que estuvo lleno hasta el borde
mismo. Cuando terminó, miro al auditorio y preguntó: ¿Cual creen que es la
enseñanza de esta pequeña demostración?

Uno de los espectadores levantó la mano y dijo: La enseñanza es que no


importa como de lleno esté tu horario, si de verdad lo intentas, siempre
podrás incluir más cosas.

¡No! replicó el expositor, esa no es la enseñanza.

La enseñanza es que si no pones las piedras grandes primero, no podrás


ponerlas en ningún otro momento.

353
El Paquete de Galletas

Había una vez una señora que debía viajar en tren.

Cuando la señora llegó a la estación, le informaron de que su tren se


retrasaría aproximadamente una hora. Un poco fastidiada, se compró una
revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Buscó un banco en el
andén central y se sentó, preparada para la espera.

Mientras ojeaba la revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un


diario. De pronto, sin decir una sola palabra, estiró la mano, tomó el paquete
de galletas, lo abrió y comenzó a comer. La señora se molestó un poco; no
quería ser grosera pero tampoco hacer de cuenta que nada había pasado. Así
que, con un gesto exagerado, tomó el paquete, sacó una galleta y se la comió
mirando fijamente al joven.

Como respuesta, el joven tomó otra galleta y, mirando a la señora a los ojos
y sonriendo, se la llevó a la boca. Ya enojada, ella cogió otra galleta y, con
ostensibles señales de fastidio, se la comió mirándolo fijamente.

El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora


estaba cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, ella se dio cuenta de que sólo quedaba una galleta, y pensó: "No
podrá ser tan caradura" mientras miraba alternativamente al joven y al
paquete. Con mucha calma el joven alargó la mano, tomó la galleta y la
partió en dos. Con un gesto amable, le ofreció la mitad a su compañera de
banco.

-¡Gracias! -dijo ella tomando con rudeza el trozo de galleta.

-De nada -contestó el joven sonriendo, mientras comía su mitad.

Entonces el tren anunció su partida. La señora se levantó furiosa del banco


y subió a su vagón. Desde la ventanilla, vio al muchacho todavía sentado en
el andén y pensó: "¡Qué insolente y mal educado! ¡Qué será de nuestro
mundo!" De pronto sintió la boca reseca por el disgusto. Abrió su bolso para
sacar la botella de agua y se quedó estupefacta cuando encontró allí su
paquete de galletas intacto.

346
Pedro y el hilo mágico
Pedro era un niño muy vivaracho. Todos le querían: su familia, sus amigos y
sus maestros. Pero tenía una debilidad. - ¿Cuál?

Era incapaz de vivir el momento. No había aprendido a disfrutar el


proceso de la vida. Cuando estaba en el colegio, soñaba con estar jugando
fuera. Cuando estaba jugando soñaba con las vacaciones de verano. Pedro
estaba todo el día soñando, sin tomarse el tiempo de saborear los
momentos especiales de su vida cotidiana.

Una mañana, Pedro estaba caminando por un bosque cercano a su casa. Al


rato, decidió sentarse a descansar en un trecho de hierba y al final se quedó
dormido. Tras unos minutos de sueño profundo, oyó a alguien gritar su
nombre con voz aguda.

Al abrir los ojos, se sorprendió de ver una mujer de pie a su lado. Debía de
tener unos cien años y sus cabellos blancos como la nieve caían sobre su
espalda como una apelmazada manta de lana. En la arrugada mano de la
mujer había una pequeña pelota mágica con un agujero en su centro, y del
agujero colgaba un largo hilo de oro.

La anciana le dijo: "Pedro, este es el hilo de tu vida. Si tiras un poco de


él, una hora pasará en cuestión de segundos. Y si tiras con todas tus
fuerzas, pasarán meses o incluso años en cuestión de días" Pedro estaba
muy excitado por este descubrimiento. "¿Podría quedarme la pelota?",
preguntó. La anciana se la entregó.

Al día siguiente, en clase, Pedro se sentía inquieto y aburrido. De pronto


recordó su nuevo juguete. Al tirar un poco del hilo dorado, se encontró en su
casa jugando en el jardín. Consciente del poder del hilo mágico, se cansó
enseguida de ser un colegial y quiso ser adolescente, pensando en la
excitación que esa fase de su vida podía traer consigo. Así que tiró una vez
más del hilo dorado.

De pronto, ya era un adolescente y tenía una bonita amiga llamada Elisa.


Pero Pedro no estaba contento. No había aprendido a disfrutar el presente y
a explorar las maravillas de cada etapa de su vida. Así que sacó la pelota y
volvió a tirar del hilo, y muchos años pasaron en un solo instante. Ahora se
vio transformado en un hombre adulto. Elisa era su esposa y Pedro estaba
rodeado de hijos. Pero Pedro reparó en otra cosa. Su pelo, antes negro como
el carbón, había empezado a encanecer. Y su madre, a la que tanto quería,
se había vuelto vieja y frágil. Pero el seguía sin poder vivir el momento. De
modo que una vez más, tiró del hilo mágico y esperó a que se produjeran
cambios.

Pedro comprobó que ahora tenía 90 años. Su mata de pelo negro se había
vuelto blanca y su bella esposa, vieja también, había muerto unos años
atrás. Sus hijos se habían hecho mayores y habían iniciado sus propias
vidas lejos de casa. Por primera vez en su vida, Pedro comprendió que no
había sabido disfrutar de las maravillas de la vida. Había pasado por la vida
a toda prisa, sin pararse a ver todo lo bueno que había en el camino.

Pedro se puso muy triste y decidió ir al bosque donde solía pasear de


muchacho para aclarar sus ideas y templar su espíritu. Al adentrarse en el
bosque, advirtió que los arbolitos de su niñez se habían convertido en robles
imponentes. El bosque mismo era ahora un paraíso natural. Se tumbó en un
trecho de hierba y se durmió profundamente.

Al cabo de un minuto, oyó una voz que le llamaba. Alzó los ojos y vio que se
trataba nada menos que de la anciana qu muchos años atrás le había
regalado el hilo mágico. "¿Has disfrutado de mi regalo?", preguntó ella.
Pedro no vaciló al responder: "Al principio fue divertido pero ahora odio
esa pelota. La vida me ha pasado sin que me enterase, sin poder
disfrutarla. Claro que habría habido momentos tristes y momentos
estupendos, pero no he tenido oportunidad de experimentar ninguno de
los dos. Me siento vacío por dentro. Me he perdido el don de la
vida. "Eres un desagradecido, pero igualmente te concederé un último
deseo", dijo la anciana. Pedro pensó unos instantes y luego
respondió: "Quisiera volver a ser un niño y vivir otra vez la vida". Dicho
esto se quedó otra vez dormido.

Pedro volvió a oír una voz que le llamaba y abrió los ojos. ¿Quién podrá ser
ahora?, se preguntó. Cuál no sería su sorpresa cuando vio a su madre de pie
a su lado. Tenía un aspecto juvenil, saludable y radiante. Pedro comprendió
que la extraña mujer del bosque le había concedido el deseo de volver a su
niñez.

Ni que decir tiene que Pedro saltó de la cama al momento y empezó a vivir la
vida tal como había esperado. Conoció muchos momentos buenos, muchas
alegrías y triunfos, pero todo empezó cuando tomó la decisión de no
sacrificar el presente por el futuro y empezar a vivir en el ahora.
La Puerta Negra
Érase una vez en un país muy lejano un rey que era muy polémico por sus
acciones.

Tomaba a los prisioneros de guerra y los llevaba hacia una enorme sala. Los
prisioneros eran colocados en grandes hileras en el centro de la sala y el rey
gritaba diciéndoles:

-Les voy a dar una oportunidad, miren el rincón del lado derecho de la sala.

Al hacer esto, los prisioneros veían a algunos soldados armados con arcos y
flechas, listos para cualquier acción.

-Ahora, continuaba el rey, miren hacia el rincón del lado izquierdo.

Al hacer esto, todos los prisioneros notaban que había una horrible y
grotesca puerta negra, de aspecto dantesco, cráneos humanos servían como
decoración y el picaporte para abrirla era la mano de un cadáver. En verdad,
algo verdaderamente horrible solo de imaginar, mucho más para ver.

El rey se colocaba en el centro de la sala y gritaba:

- Ahora escojan, ¿qué es lo que ustedes quieren? ¿Morir clavados por flechas
o abrir rápidamente aquella puerta negra mientras los dejo encerrados allí?
Ahora decidan, tienen libre albedrío, escojan.

Todos los prisioneros tenían el mismo comportamiento: a la hora de tomar la


decisión, ellos llegaban cerca de la horrorosa puerta negra de más de cuatro
metros de altura, miraban los cadáveres, la sangre humana y los esqueletos
con leyendas escritas del tipo: "viva la muerte", y decidían: -"Prefiero morir
atravesado por las fechas."

Uno a uno, todos actuaban de la misma forma, miraban la puerta negra y a


los arqueros de la muerte y decían al rey:

- "Prefiero ser atravesado por flechas a abrir esa puerta y quedarme


encerrado".

Millares optaron por lo que estaban viendo que hacían los demás: elegir la
muerte por las flechas.

Un día, la guerra terminó. Pasado el tiempo, uno de los soldados del "pelotón
de flechas" estaba barriendo la enorme sala cuando apareció el rey. El
soldado con toda reverencia y un poco temeroso, preguntó: - "Sabes, gran
rey, yo siempre tuve una curiosidad, no se enfade con mi pregunta, pero,
¿qué es lo que hay detrás de aquella puerta negra?"

El rey respondió: Pues bien, ve y abre esa puerta negra."

El soldado, temeroso, abrió cautelosamente la puerta y sintió un rayo puro


de sol besar el suelo de la enorme sala, abrió un poco más la puerta y más
luz y un delicioso aroma a verde llenaron el lugar.

El soldado notó que la puerta negra daba hacia un campo que apuntaba a
un gran camino. Fue ahí que el soldado se dio cuenta de que la puerta negra
llevaba hacia la libertad.

433
La casa imperfecta

Un maestro de construcción ya entrado en años estaba listo para retirarse a


disfrutar su pensión de jubilación. Le contó a su jefe acerca de sus planes de
dejar el trabajo para llevar una vida más placentera con su esposa y su
familia. Iba a extrañar su salario mensual, pero necesitaba retirarse; ya se
las arreglarían de alguna manera.

El jefe se dio cuenta de que era inevitable que su buen empleado dejara la
compañía y le pidió, como favor personal, que hiciera el último esfuerzo:
construir una casa más. El hombre accedió y comenzó su trabajo, pero se
veía a las claras que no estaba poniendo el corazón en lo que hacía. Utilizaba
materiales de inferior calidad, y su trabajo, lo mismo que el de sus
ayudantes, era deficiente. Era una infortunada manera de poner punto final
a su carrera.

Cuando el albañil terminó el trabajo, el jefe fue a inspeccionar la casa y le


extendió las llaves de la puerta principal. "Esta es tu casa, querido amigo ---
dijo-. Es un regalo para ti".

Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa,


seguramente la hubiera hecho totalmente diferente. ¡Ahora tendría que vivir
en la casa imperfecta que había construido!

204
El Coleccionista de Insultos

Cerca de Tokio vivía un gran samurái, ya anciano, que se dedicaba a


enseñar el budismo zen a los jóvenes.

A pesar de su edad, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier


adversario.

Cierto día un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos pasó por la
casa del viejo. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba
que el adversario hiciera su primer movimiento, y, gracias a su inteligencia
privilegiada para captar los errores, contraatacaba con velocidad fulminante.

El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una batalla.

Conociendo la reputación del viejo samurái, estaba allí para derrotarlo y


aumentar aún más su fama.

Los estudiantes de zen que se encontraban presentes se manifestaron contra


la idea, pero el anciano aceptó el desafío.

Entonces fueron todos a la plaza de la ciudad, donde el joven empezó a


provocar al viejo:

Arrojó algunas piedras en su dirección, lo escupió en la cara y le gritó todos


los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus ancestros.

Durante varias horas hizo todo lo posible para sacarlo de sus casillas, pero
el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado,
el joven guerrero se retiró de la plaza.

Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y


provocaciones, los alumnos le preguntaron:

-¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada,


aun sabiendo que podría perder la lucha, en vez de mostrarse como un
cobarde ante todos nosotros?

El viejo samurái repuso:

-Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le


pertenece el regalo?

-Por supuesto, a quien intentó entregarlo -respondió uno de los discípulos.

-Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos añadió el


maestro-. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los
cargaba consigo.

310
El Papel Arrugado

Contaba un predicador que, cuando era niño, su carácter impulsivo lo


hacía estallar en cólera a la menor provocación.

Luego de que sucedía, casi siempre se sentía avergonzado y batallaba


por pedir excusas a quien había ofendido.

Un día su maestro, que lo vio dando justificaciones después de una


explosión de ira a uno de sus compañeros de clase, lo llevó al salón, le
entregó una hoja de papel lisa y le dijo:

—¡Arrúgalo! El muchacho, no sin cierta sorpresa, obedeció e hizo con el


papel una bolita. —Ahora —volvió a decirle el maestro— déjalo como estaba
antes.

Por supuesto que no pudo dejarlo como estaba. Por más que trataba, el
papel siempre permanecía lleno de pliegues y de arrugas.

Entonces el maestro remató diciendo:

—El corazón de las personas es como ese papel. La huella que dejas con tu
ofensa será tan difícil de borrar como esas arrugas y esos pliegues.

Así aprendió a ser más comprensivo y más paciente, recordando, cuando


está a punto de estallar, el ejemplo del papel arrugado.

172
El Problema: (o la parálisis del análisis)

Un gran maestro y un guardián compartían la administración de un


monasterio zen.

Cierto día el guardián murió, y había que sustituirlo.

El gran maestro reunió a todos sus discípulos, para escoger a quien tendría
ese honor. "Voy a presentarles un problema dijo-. Aquel que lo resuelva
primero será el nuevo guardián del templo".

Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso


florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: "Este es el
problema".

Los discípulos contemplaban perplejos lo que veían: los diseños sofisticados


y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor... ¿Qué
representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban
paralizados.

Después de algunos minutos, un alumno se levantó, miró al maestro y a los


demás discípulos, caminó hacia el vaso con determinación, lo retiró del
banco y lo puso en el suelo.

"Usted es el nuevo guardián -le dijo el gran maestro, y explicó-: Yo fui muy
claro, les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan
bellos y fascinantes sean, los problemas tienen que ser resueltos.

Puede tratarse de un vaso de porcelana muy raro, un bello amor que ya no


tiene sentido, un camino que debemos abandonar pero que insistimos en
recorrer porque nos trae comodidades. Sólo existe una forma de lidiar con
los problemas: afrontarlos. En esos momentos no podemos tener
piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto
lleva consigo".

247
EL MAESTRO Y EL ALACRÁN

Un maestro oriental que vio cómo un alacrán se estaba ahogando, decidió


sacarlo del agua, pero cuando lo hizo, el alacrán lo picó.
Por la reacción al dolor, el maestro lo soltó, y el animal cayó al agua y de
nuevo estaba ahogándose. El maestro intentó sacarlo otra vez, y otra vez el
alacrán lo picó.

Alguien que había observado todo, se acercó al maestro y le dijo:


Perdone, ¡pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacarlo
del agua lo picará?"
El maestro respondió:
"La naturaleza del alacrán es picar, y eso no va a cambiar la mía, que es
ayudar".
Y entonces, ayudándose de una hoja, el maestro sacó al animalito del agua y
le salvó la vida.
No cambies tu naturaleza si alguien te hace daño; sólo toma
precauciones.

135
UN CAMINO EMBARRADO

Tanzan y Ekido iban un día por un camino embarrado. Caía una fuerte
lluvia. Al llegar a un recondo, se encontraron a una joven encantadora con
kimono y faja de seda, que no podía atravesar el cruce.
“Vamos, muchacha”, dijo Tanzan enseguida, y alzándola en brazos la pasó.
Ekido no volvió a hablar hasta la noche, cuando llegaron a alojarse en el
templo. Al no poder contenerse más le dijo: “Nosotros los monjes, no
debemos acercarnos a las mujeres”; “especialmente a las jóvenes y bonitas.
Es peligroso. ¿Por qué hizo usted eso?”.

Yo dejé a la chica allá atrás”, dijo Tanzan. “¿Usted todavía la esta cargando?
HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

Ezra era un joven que vivía anticipándose a las pérdidas. Se había pasado la
mitad de su infancia deseando que ese período no terminara, y el resto de su
vida, añorando esos instantes de belleza y libertad. Su hermano Amos era
absolutamente diferente, lo único que le importaba era el presente y vivía
cada instante como si fuera el último.

Entre Amos y Ezra había una extrema conexión; tal es así que cuando eran
pequeños solían incluso enfermar juntos. El primero en indisponerse
siempre era Ezra y a los pocos días su hermano aparecía a con los exactos
síntomas y era diagnosticado y tratado de la misma manera que él. Amos
culpaba a Ezra por enfermarse y pasarle su mal; sin embargo, no había días
que disfrutara más que aquéllos que transcurría encerrado junto a su
hermano.

El tiempo pasó y las circunstancias provocaron que entre los hermanos se


abriera un abismo. La muerte de los padres fue un detonante importante de
aquella separación ya que a Ezra le costó mucho aceptarla y cada vez que se
veían se echaba a llorar desconsoladamente como cuando era niño. Amos
decidió que no podía seguir viéndolo porque tarde o temprano conseguiría
que también él cayera en ese pozo oscuro del que Ezra no mostraba indicios
de querer salir. Además, Amos pensó que si dejaba de ver a su hermano
evitaría morir de joven, cosa a la que le tenía muchísimo miedo. Estaba
convencido de que por la forma de ser de Ezra pronto enfermaría de algo
grave y si él lo sabía, posiblemente desarrollaría la misma dolencia. Y si de
algo estaba seguro era de no querer morir.

Amos no estaba tan equivocado; Ezra enfermó gravemente a los treinta años
y debió someterse a dos largos años de tratamiento y sufrimiento, en la más
absoluta soledad. Al regresar a su casa, el mismo día en el que le habían
dado el alta, encontró un mensaje en el contestador de su teléfono: su
hermano, Amos acababa de fallecer de la misma enfermedad que él había
vencido.

343
LAS CABRAS TESTARUDAS

Vivía en la isla de Puerto Rico un muchacho que trabajaba como pastor.


Cada día salía al campo con su rebaño de cabras para que comieran hierba y
corrieran libres por el monte. Al caer la tarde el chico silbaba y todos los
animales se acercaban a él para regresar a la granja formando un pelotón.

En una ocasión, a última hora, cuando la luna comenzaba a asomar entre


las nubes, el pastorcillo las llamó como de costumbre pero algo extraño
sucedió: por más que silbaba y hacía gestos con las manos, las cabras le
ignoraban.

No entendía nada y comenzó a gritar como un descosido:

– ¡Vamos, vamos, venid aquí, tenemos que irnos ya!

Nada, las cabras parecían sordas. El chico, desesperado, se sentó en una


piedra y comenzó a llorar.

Al ratito un lindo conejo se paró ante él y le preguntó:

– ¿Por qué lloras, amigo?

– Lloro porque las cabras no me hacen caso y si no regreso pronto mi padre


me va a castigar.

– ¡No te preocupes, tranquilo, yo te ayudaré! ¡Ya verás cómo las hago


caminar!

El conejo empezó a saltar y a gruñir entre las cabras para llamar su


atención, pero ellas continuaron pastando como si fuera invisible. Abatido,
se sentó en la piedra al lado del pastor y comenzó a llorar junto a él.

En eso pasó una zorra que, viendo semejante drama, se atrevió a preguntar:

– ¿Por qué lloras, conejito?

– Lloro porque el pastor se puso a llorar porque sus cabras no le hacen caso
y si no regresa pronto su padre le va a castigar.

– Tranquilo, os echaré una mano ¡Voy a ver qué puedo hacer!

El zorro se acercó a las cabras con cara de malas pulgas y respiró una gran
bocanada de aire; un segundo después salieron de su boca unos cuantos
aullidos de esos que ponen los pelos de punta al más valiente.

A pesar de que resonaron en todo el valle ¿sabes qué sucedió?… Pues que
las cabras ni se giraron para ver de dónde venían los escalofriantes sonidos.

El zorro, con la moral por los suelos, se unió a la pareja con los ojos llenos
de lágrimas.

Al cabo de un rato salió de entre la maleza el temido lobo. Se quedó muy


sorprendido al ver un chico, un conejo y un zorro juntos llorando a mares.
Sintió mucha curiosidad por saber qué les entristecía tanto y le pareció
oportuno preguntar al zorro.
– Perdona si te parezco un metomentodo, zorro, pero ¿por qué lloras?

– Lloro porque el conejo llora porque el pastor se puso a llorar porque sus
cabras no le hacen caso y si no regresa pronto su padre le va a castigar.

– Bueno, pues no parece tan difícil… ¡Voy a intentarlo yo!

El lobo pegó un brinco y sacó los colmillos para asustar a las cabras, pero
fracasó. Los blancos y apacibles animales no se movieron ni medio metro de
donde estaban. Pensando que con la vejez había perdido toda su capacidad
de atemorizar, se hizo un hueco en la piedra y también empezó a lloriquear
como un bebé.

Una abejita que volaba cerca se quedó muy sorprendida al ver el curioso
grupo de animales llorando a lágrima viva. Intrigadísima, se acercó
zumbando y, sin posarse, preguntó al lobo:

– ¿Por qué lloras, lobo? ¡No es propio de ti!

– Lloro porque el zorro llora porque vio llorar al conejo que llora porque el
pastor se puso a llorar porque sus cabras no le hacen caso y si no regresa
pronto su padre le va a castigar.

– Estaos tranquilos ¡yo haré que se vayan!

Por primera vez todos dejaron de sollozar y, al unísono, estallaron en


carcajadas. El pastorcillo, sin dejar de reír, le dijo:

– ¿Tú, con lo pequeña que eres? ¡Qué graciosa! Si nosotros no lo hemos


conseguido tú no tienes ninguna posibilidad.

El pequeño insecto se sintió dolido pero no se dio por vencido.

– ¿Ah, no?… ¡Ahora veréis!

Sin perder tiempo se fue hacia el rebaño y comenzó a zumbar sobre él. Las
cabras, que tenían un oído muy fino, se sintieron muy molestas y dejaron de
comer para taparse las orejas.

Entonces, la abeja llevó a cabo la segunda parte del plan: sacó su afilado y
brillante aguijón trasero y se lo clavó en el culo a la cabra más anciana, que
era la líder del grupo. Al sentir el picotazo la vieja cabra salió corriendo hacia
la granja como alma que lleva el diablo, y todas las demás la siguieron
atropelladamente.

El pastor, el conejo, el zorro y el lobo contemplaron atónitos cómo, una tras


otra, atravesaban el cercado y se reagrupaban. Después, miraron sonrojados
a la pequeña abeja y el pastor se disculpó en nombre de todos:

– Perdona, amiga, por habernos reído de ti ¡Nos has dado una buena lección!
¡Gracias por tu ayuda y hasta siempre!
La abejita sonrió, les guiñó un ojo, y se fue zumbando por donde había
venido.

Y así es cómo termina esta pequeña historia que nos enseña que lo
importante no es ser grande o fuerte, sino tener confianza en uno mismo
para afrontar los problemas y las situaciones difíciles ¡Si te lo propones, casi
todo se puede conseguir!

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LA MAESTRA Y SUS ALUMNOS

Uno de los niños de una clase de educación infantil preguntó


Maestra… ¿qué es el amor?
La maestra sintió que la criatura merecía una respuesta que estuviese a la
altura de la pregunta inteligente que había formulado. Como ya estaban en
la hora del recreo, pidió a sus alumnos que dieran una vuelta por el patio de
la escuela y trajeran cosas que invitaran a amar o que despertaran en ellos
ese sentimiento. Los pequeños salieron apresurados y, cuando volvieron, la
maestra les dijo:

Quiero que cada uno muestre lo que ha encontrado.


El primer alumno respondió:

Yo traje esta flor… ¿no es bonita?

A continuación, otro alumno dijo:

- Yo traje este pichón de pajarito que encontré en un nido… ¿no es


gracioso?
Y así los chicos, uno a uno, fueron mostrando a los demás lo que habían
recogido en el patio.

Cuando terminaron, la maestra advirtió que una de las niñas no había


traído nada y que había permanecido en silencio mientras sus compañeros
hablaban. Se sentía avergonzada por no tener nada que enseñar.
La maestra se dirigió a ella:

Muy bien, ¿y tú?, ¿no has encontrado nada que puedas amar?
La criatura, tímidamente, respondió:

- Lo siento, señorita. Vi la flor y sentí su perfume, pensé en arrancarla pero


preferí dejarla para que exhalase su aroma durante más tiempo. Vi también
mariposas suaves, llenas de color, pero parecían tan felices que no intenté
tomar ninguna. Vi también al pichoncito en su nido, pero…, al subir al
árbol, noté la mirada triste de su madre y preferí dejarlo allí…
Así que traigo conmigo el perfume de la flor, la libertad de las mariposas y la
gratitud que observé en los ojos de la madre del pajarito. ¿Cómo puedo
enseñarles lo que he traído?

La maestra le dio las gracias a la alumna y emocionada le dijo que había


sido la única en advertir que lo que amamos no es un trofeo y que al amor lo
llevamos en el corazón.

El amor es algo que se siente.

Hay que tener sensibilidad para vivirlo.

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