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Con todo, lo que más sobrevive de su trabajo es, precisamente, lo que hoy podría
considerarse la parte menos importante, aquella que correlaciona el comportamiento
delictivo con estigmas físicos externos o internos: orejas grandes, en asa; asimetría
craneal; miembros "desproporcionados" y fóvea craneal, entre otros.
Sin embargo, estos pensamientos no son tan originales como se pueda pensar, pues ya
en los siglos XVI y XVII podemos encontrar, en un tratado recopilado por Bonet,
relatos sobre el hallazgo de "corazones velludos" en sujetos muy audaces o "anomalías
musculares" en la mano de ciertos ladrones.
Por otro lado, un rasgo llamativo en la obra de Lombroso es la crudeza con que expone
algunas de sus conclusiones, y así, en una de sus obras, refiriéndose a la terapia del
delito, dice: "En realidad, para los criminales natos adultos no hay muchos remedios:
es necesario o bien secuestrarlos para siempre, en los casos de los incorregibles, o
suprimirlos, cuando su incorregibilidad los torna demasiado peligrosos"
La aplicación de estas ideas tiene importantes repercusiones en materia penal, pues nos
lleva a pensar que los delitos son producto de esos diversos factores determinantes, con
lo que sería necesario un código penal que los previera y ajustase las condenas a la
existencia de esos mismos factores. La pena tendría un carácter neutralizador del peligro
que para la sociedad representan ciertos individuos que no pueden dominar sus
tendencias criminales. Además tenemos que la imputabilidad de los sujetos es
irrelevante, pues no es más culpable un asesino de serlo, que un enfermo de padecer su
enfermedad; y cuanto menor sea la responsabilidad del sujeto, es decir, cuanto más
afectado se vea por esos factores genéticos y sociales que lo abocan a la delincuencia,
más peligroso será.