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Escribió cinco libros de fábulas, de los cuales conservamos 101, a las que hay
que añadir las 31 de la llamada Appendix Perottina, una colección reunida por Nicolás
Perotti en el siglo XV.
La obra de Fedro es una obra modesta y él es un poeta menor; sin embargo, son
innegables tanto la importancia de su contribución a la Historia de la Literatura Latina,
como la singularidad de su aportación a la misma.
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Fedro fue el primero entre los poetas antiguos que escribió fábulas en verso
para que fueran leídas como poemas autónomos. Antes de él encontramos fábulas,
insertadas en sus obras, en verso o en prosa, por poetas, historiadores y filósofos:
Hesíodo, Arquíloco, Heródoto, Platón, Calímaco, Lucilio, Horacio, etc. Pero al margen
de la incorporación a la literatura que acabamos de mencionar, había en Grecia una rica
tradición oral de fábulas que se atribuían a Esopo (siglo VI a. C.), símbolo de la
sabiduría popular. A finales del siglo IV a. C. Demetrio de Falero reunió y publicó la
primera colección de fábulas esópicas en prosa griega, introducidas todas ellas por un
promythium o resumen del significado moral de la fábula. Los promythia permitían a
escritores y poetas buscar con facilidad en la colección la fábula que necesitaban como
apoyo o ilustración de sus argumentos. La función de esta primera publicación de
fábulas era, por tanto, primordialmente utilitaria; hubo que esperar a Fedro para que el
género recibiera un valor literario autónomo.
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Otra característica propia del género y tradicional en el mismo, que Fedro
reivindica en su poética, es la breuitas. Una y otra vez subraya su fidelidad a ella, pero
siempre la evoca en contextos en que reclama libertad e independencia para añadir algo
de su cosecha a la tradición e introducir uarietas en la misma, dentro de un trabajo que
él mismo presenta como aemulatio en el epílogo de II. En efecto, en sus prólogos,
epílogos programáticos y fábulas de carácter polémico (III 10, IV 2, IV 7) Fedro da
testimonio de que su obra se mueve entre la sujeción a la tradición esópica y la
originalidad que su cultura romana y sus propias experiencias imprimen en el género.
Según avanza su obra se muestra cada vez más consciente de su originalidad: sus
fábulas son “esópicas”, no de Esopo, pues él “sirviéndose de un género antiguo ha
tratado nuevos temas”, dice en IV prol. 11-13.
Se sigue estudiando hasta qué punto siguió sus fuentes esópicas y en qué medida
fue original, pero es evidente que a su reflexión sobre el género incorporó no pocas
ideas horacianas. El epílogo del libro II está lleno de ellas: la estatua que los atenienses
dedicaron a Esopo es una prueba de que la honoris uia está abierta a todos (II, 9) y de
que “la gloria no debe tributarse al linaje sino al mérito (II, 9, 3-4), dice llevando al
extremo la línea de pensamiento de Horacio que tiene al principio de su sátira I 6
(“Mecenas, aunque entre cuantos lidios habitaron la tierra etrusca no hay ninguno más
noble que tú, …no por eso menosprecias, como suelen hacer muchos, a los de oscuro
nacimiento, como yo, que soy hijo de padre liberto”). Tienen tintes horacianos, también,
la conciencia de haberse puesto a competir con los griegos introduciendo un nuevo
género en el Lacio, el orgullo por su doctus labor y el desprecio por los lectores
ignorantes, IV prol. Siente un profundo orgullo por su obra que, a diferencia de
Horacio, no atenúa ni siquiera con una pizca de ironía. No alude a la modesta dignidad
del género, sino que habla de él como si estuviera a la altura de la épica y la tragedia,
quizás como consecuencia de la amargura que le produjo la escasa acogida que sus
fábulas tuvieron entre sus contemporáneos.
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animales es de tipo general –dice Fedro- y si alguien supone que va contra él lo que
todos comparten, “estúpidamente pondrá al desnudo su mala conciencia/descubrirá
torpemente la condición de su ánimo” (epílogo del libro II, 46-47). Pero, su apología,
propia de un satírico, nos invita a pensar que no se limitó a incorporar anécdotas
inofensivas de su tiempo, sino que sus historietas de animales permitían ver claramente
alusiones a las circunstancias sociales contemporáneas y a los personajes implicados en
ellas.
En su obra Fedro adaptó a sus intereses el rasgo tradicional del género al que se
adhería como su línea de actuación: la breuitas. Sabía que, en una observación chistosa
o ejemplarizante, una expansión excesiva arruinaba el efecto; pero también la cuida
cuando se trata de organizar el relato. Gracias a la brevedad el desarrollo dramático de
la acción es más denso; la anécdota animal se presenta en forma desnuda de manera que
transmite de un modo más directo la verdad moral. De cualquier modo, a Fedro le
interesó incorporar novedades –uarietas- al género que lo desligaran de la brevedad del
material tradicional. Y así, a partir del libro II empiezan a encontrarse historietas que él
mismo crea a partir de su experiencia y observación de la realidad o que toma de fuentes
no esópicas. Incorpora a su colección alegorías mitológicas, anécdotas humanas, relatos
cortos, etc. Para que estos relatos no resultaran chocantes en una colección de fábulas,
Fedro procuró que se desarrollaran en torno al conflicto entre dos o tres personajes,
conflicto en el que uno resulta derrotado. Así se mantiene la estructura que facilitaba la
aplicación de una consecuencia moral. El fabulista latino, a pesar de que con sus
promythia –resumen del significado moral de la fábula- y epimythia – o moraleja-, a
veces forzados, daña la autonomía del relato, se mantiene fiel a la moral esópica y
procura que no falte ni siquiera en sus creaciones originales.
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Para terminar, una breve referencia al estilo. Es simple y claro como exigía la
breuitas. Encontramos el lenguaje llano del sermo igual que en la sátira, sin que falte en
él ni la urbanitas (especie de pudor por lo que no se puede decir) ni el recurso ocasional
a términos prosaicos e incluso vulgares.
Fortuna
Fedro fue ignorado por todos los escritores del siglo I d. C, sus contemporáneos.
Séneca que habla de la fábula en Ad Polybium XI 8, 3, no lo nombra. Dos generaciones
después Marcial parece que se refiere a él. Sólo en época tardía fue tenido en cuenta,
aunque el fabulista Aviano (siglo IV d. C.) prefirió al escritor de fábulas en griego
Babrio (siglo II d. C.) como fuente; pero la obra de Fedro estuvo en la base de un
corpus de fábulas en prosa, el Romulus o Aesopus latinus fundamental para la difusión
del género en la Edad Media. Después, tras el descubrimiento de los manuscritos y
primeras ediciones de Fedro en la Edad Moderna, tuvo un gran éxito. En el siglo XVII
La Fontaine en Francia cultiva el género y supera a su modelo. Esto determinaría que
nuestros fabulistas del XVIII, Samaniego e Iriarte, incorporaran a veces fábulas
fedrianas a sus repertorios a través de las versiones de La Fontaine. En el XIX aún
siguió cultivándose el género en España; pero, pasada de moda la literatura didáctica y
moralizadora, las fábulas de Fedro y sus sucesores han dejado de tener vigencia. No
obstante Animal Farm (1945) de G. Orwell da testimonio de la productividad satírica de
las historias de animales, algo de lo que el fabulista latino fue muy consciente.