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LA FÁBULA: FEDRO

Vida

Sobre la vida de Fedro nos habla la tradición manuscrita y él mismo.


De origen tracio fue muy pronto llevado a Roma como esclavo. Después,
convertido en liberto de Augusto según las noticias de los manuscritos, en vez de
integrarse en la sociedad romana haciendo carrera administrativa en la casa imperial o
enriqueciéndose en los negocios como otros libertos de la época, se dedicó a escribir
fábulas con la intención de expresar en ellas, tras las historietas de los animales, los
sentimientos de los esclavos. Pero la ficción animal no impidió que Sejano y sus
secuaces se vieran retratados en algunas fábulas de sus dos primeros libros, escritos bajo
Tiberio, y las entendieran como ataques satíricos dirigidos contra ellos. El poderoso
ministro de Tiberio no podía acusar de libelo a quien se limitaba a narrar anécdotas de
animales sin nombrar a nadie. Para lograr su condena se apoyaría en cualquier otro
supuesto delito que no sería, en cualquier caso político, pues Fedro no fue rehabilitado
tras su caída en el 31 d. C.
Después de esta fecha el poeta se encuentra en un estado de necesidad que le
obliga a pedir ayuda a otros libertos ricos e influyentes como Eutico y Particulón, a los
que dedica respectivamente los libros III y IV. En el epílogo del III apoya su petición
recordándole a Eutico su inocencia (vv. 30-31) y su vejez. Esta confesión nos permite
deducir que cuando escribió los tres últimos libros era ya viejo. De todas formas, su
vida y su obra se prolongaron hasta el principado de Claudio, pues en la última
fábula (10) del libro V nombra a Fileto, liberto del citado emperador, pero no podemos
precisar la fecha de su muerte como tampoco conocemos la de su nacimiento.

Obra

Escribió cinco libros de fábulas, de los cuales conservamos 101, a las que hay
que añadir las 31 de la llamada Appendix Perottina, una colección reunida por Nicolás
Perotti en el siglo XV.
La obra de Fedro es una obra modesta y él es un poeta menor; sin embargo, son
innegables tanto la importancia de su contribución a la Historia de la Literatura Latina,
como la singularidad de su aportación a la misma.

1
Fedro fue el primero entre los poetas antiguos que escribió fábulas en verso
para que fueran leídas como poemas autónomos. Antes de él encontramos fábulas,
insertadas en sus obras, en verso o en prosa, por poetas, historiadores y filósofos:
Hesíodo, Arquíloco, Heródoto, Platón, Calímaco, Lucilio, Horacio, etc. Pero al margen
de la incorporación a la literatura que acabamos de mencionar, había en Grecia una rica
tradición oral de fábulas que se atribuían a Esopo (siglo VI a. C.), símbolo de la
sabiduría popular. A finales del siglo IV a. C. Demetrio de Falero reunió y publicó la
primera colección de fábulas esópicas en prosa griega, introducidas todas ellas por un
promythium o resumen del significado moral de la fábula. Los promythia permitían a
escritores y poetas buscar con facilidad en la colección la fábula que necesitaban como
apoyo o ilustración de sus argumentos. La función de esta primera publicación de
fábulas era, por tanto, primordialmente utilitaria; hubo que esperar a Fedro para que el
género recibiera un valor literario autónomo.

La colección de Demetrio sería, de todas formas, su fuente principal,


especialmente para su primer libro, en el que abundan los promythia. Fedro mismo
reconoce su deuda con Esopo en el prólogo al libro I (vv. 1-2). Probablemente no fuera
ajena a su elección poética su condición de exesclavo y su identificación con el auctor
del género, también esclavo. Fedro eligió la fábula, un género tradicionalmente humilde
para convertirse en portavoz de los marginados, porque sabía que su situación social no
le permitía decir la verdad abiertamente. De este modo representa un caso único en
literatura latina: es la voz de la protesta impotente de los débiles. De haber estado en
otra situación quizá habría recurrido a la sátira, pues su poética tiene muchos puntos de
contacto con la de los satíricos, como apuntaremos a continuación.

Ya en el prólogo al libro I dice que el mérito de su libro es doble porque enseña a


vivir con prudencia y hace reír (vv. 3-4), ideas que reitera en el prólogo al II. La fábula
coincide programáticamente con la sátira en la intencionalidad moral y el humor; y
se diferencia de ella, entre otras cosas, por su ficción alegórica y por el metro, el
senario yámbico1, excluido ya por esta época de la poesía de altura y que Fedro pudo
tomar del mimo.
1
El SENARIO es el equivalente del trímetro griego. Consta de 6 pies. Sólo el último era obligatoriamente
puro. Por lo tanto, podía presentar las siguientes formas: ˇ - ˇ - ˇ - ˇ - ˇ - ˇ ˇ (las largas con el ictus)
sustituibles por ˇˇˇˇ ˇˇˇˇ ˇˇˇˇ ˇˇˇˇ ˇˇˇˇ
La cesura era ordinariamente pentemímera (sólo a veces heptemímera), con lo que los semipiés se
dividían en 5+7 y los tiempos marcados en 2+4.

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Otra característica propia del género y tradicional en el mismo, que Fedro
reivindica en su poética, es la breuitas. Una y otra vez subraya su fidelidad a ella, pero
siempre la evoca en contextos en que reclama libertad e independencia para añadir algo
de su cosecha a la tradición e introducir uarietas en la misma, dentro de un trabajo que
él mismo presenta como aemulatio en el epílogo de II. En efecto, en sus prólogos,
epílogos programáticos y fábulas de carácter polémico (III 10, IV 2, IV 7) Fedro da
testimonio de que su obra se mueve entre la sujeción a la tradición esópica y la
originalidad que su cultura romana y sus propias experiencias imprimen en el género.
Según avanza su obra se muestra cada vez más consciente de su originalidad: sus
fábulas son “esópicas”, no de Esopo, pues él “sirviéndose de un género antiguo ha
tratado nuevos temas”, dice en IV prol. 11-13.

Se sigue estudiando hasta qué punto siguió sus fuentes esópicas y en qué medida
fue original, pero es evidente que a su reflexión sobre el género incorporó no pocas
ideas horacianas. El epílogo del libro II está lleno de ellas: la estatua que los atenienses
dedicaron a Esopo es una prueba de que la honoris uia está abierta a todos (II, 9) y de
que “la gloria no debe tributarse al linaje sino al mérito (II, 9, 3-4), dice llevando al
extremo la línea de pensamiento de Horacio que tiene al principio de su sátira I 6
(“Mecenas, aunque entre cuantos lidios habitaron la tierra etrusca no hay ninguno más
noble que tú, …no por eso menosprecias, como suelen hacer muchos, a los de oscuro
nacimiento, como yo, que soy hijo de padre liberto”). Tienen tintes horacianos, también,
la conciencia de haberse puesto a competir con los griegos introduciendo un nuevo
género en el Lacio, el orgullo por su doctus labor y el desprecio por los lectores
ignorantes, IV prol. Siente un profundo orgullo por su obra que, a diferencia de
Horacio, no atenúa ni siquiera con una pizca de ironía. No alude a la modesta dignidad
del género, sino que habla de él como si estuviera a la altura de la épica y la tragedia,
quizás como consecuencia de la amargura que le produjo la escasa acogida que sus
fábulas tuvieron entre sus contemporáneos.

A pesar de las diferencias con respecto a la poética horaciana, la apología del


fabulista contenida en el prólogo al III tiene puntos de contacto con la del satírico
clásico. Al igual que Horacio, niega el interés por los individuos, señalando que sólo se
ocupa de los vicios. La crítica social y moral contenida y oculta en las historietas de

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animales es de tipo general –dice Fedro- y si alguien supone que va contra él lo que
todos comparten, “estúpidamente pondrá al desnudo su mala conciencia/descubrirá
torpemente la condición de su ánimo” (epílogo del libro II, 46-47). Pero, su apología,
propia de un satírico, nos invita a pensar que no se limitó a incorporar anécdotas
inofensivas de su tiempo, sino que sus historietas de animales permitían ver claramente
alusiones a las circunstancias sociales contemporáneas y a los personajes implicados en
ellas.

En su obra Fedro adaptó a sus intereses el rasgo tradicional del género al que se
adhería como su línea de actuación: la breuitas. Sabía que, en una observación chistosa
o ejemplarizante, una expansión excesiva arruinaba el efecto; pero también la cuida
cuando se trata de organizar el relato. Gracias a la brevedad el desarrollo dramático de
la acción es más denso; la anécdota animal se presenta en forma desnuda de manera que
transmite de un modo más directo la verdad moral. De cualquier modo, a Fedro le
interesó incorporar novedades –uarietas- al género que lo desligaran de la brevedad del
material tradicional. Y así, a partir del libro II empiezan a encontrarse historietas que él
mismo crea a partir de su experiencia y observación de la realidad o que toma de fuentes
no esópicas. Incorpora a su colección alegorías mitológicas, anécdotas humanas, relatos
cortos, etc. Para que estos relatos no resultaran chocantes en una colección de fábulas,
Fedro procuró que se desarrollaran en torno al conflicto entre dos o tres personajes,
conflicto en el que uno resulta derrotado. Así se mantiene la estructura que facilitaba la
aplicación de una consecuencia moral. El fabulista latino, a pesar de que con sus
promythia –resumen del significado moral de la fábula- y epimythia – o moraleja-, a
veces forzados, daña la autonomía del relato, se mantiene fiel a la moral esópica y
procura que no falte ni siquiera en sus creaciones originales.

La moral esópica es una moral utilitaria, que valora la sabiduría y la astucia,


porque permite al individuo defenderse de los poderosos aun cuando no se produzca
ningún cambio en las estructuras sociales, cambio para el que los esclavos se sentían
impotentes. Es una moral pesimista y resignada; pero Fedro subraya que su fábula
enseña a ejercitar la industria o diligencia y la sollertia o ingenio, con el fin de eludir la
fuerza de los otros. El individuo debe procurar adaptarse a las circunstancias sociales y
políticas con habilidad, sorteando los peligros, pues no puede confiar en que vaya a
cambiar algo.

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Para terminar, una breve referencia al estilo. Es simple y claro como exigía la
breuitas. Encontramos el lenguaje llano del sermo igual que en la sátira, sin que falte en
él ni la urbanitas (especie de pudor por lo que no se puede decir) ni el recurso ocasional
a términos prosaicos e incluso vulgares.

Fortuna

Fedro fue ignorado por todos los escritores del siglo I d. C, sus contemporáneos.
Séneca que habla de la fábula en Ad Polybium XI 8, 3, no lo nombra. Dos generaciones
después Marcial parece que se refiere a él. Sólo en época tardía fue tenido en cuenta,
aunque el fabulista Aviano (siglo IV d. C.) prefirió al escritor de fábulas en griego
Babrio (siglo II d. C.) como fuente; pero la obra de Fedro estuvo en la base de un
corpus de fábulas en prosa, el Romulus o Aesopus latinus fundamental para la difusión
del género en la Edad Media. Después, tras el descubrimiento de los manuscritos y
primeras ediciones de Fedro en la Edad Moderna, tuvo un gran éxito. En el siglo XVII
La Fontaine en Francia cultiva el género y supera a su modelo. Esto determinaría que
nuestros fabulistas del XVIII, Samaniego e Iriarte, incorporaran a veces fábulas
fedrianas a sus repertorios a través de las versiones de La Fontaine. En el XIX aún
siguió cultivándose el género en España; pero, pasada de moda la literatura didáctica y
moralizadora, las fábulas de Fedro y sus sucesores han dejado de tener vigencia. No
obstante Animal Farm (1945) de G. Orwell da testimonio de la productividad satírica de
las historias de animales, algo de lo que el fabulista latino fue muy consciente.

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