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BUCH – ÉPICAS DE ESTADO EN LOS HIMNOS NACIONALES DE AMÉRICA LATINA

La Asamblea Gral. Constituyente que el 11 de mayo de 1813 declara “única marcha nacional” la
obra de Vicente López y Blas Parera, por primera vez en la historia hace de una canción el
instrumento oficial de formación, reproducción y representación de una conciencia nacional.
Toda la política de los simbólico de los primeros gobiernos nacionales denota lo informados que
estabas de las innovaciones jacobinas. Esta constitución de una verdadera cultura de la
celebración cívica es considerada desde el vamos como una pieza fundamental del proyecto
revolucionario. En este contexto, la proliferación de marchas patrióticas puede parecer un
elemento más.

La novedad del himno argentino consiste en que por primera vez un gobierno encarga una
marcha a la que distingue como “nacional y única”, cuyas funciones se establece de manera
explícita, y cuyo uso reglamenta cuidadosamente.

El himno nacional es una pieza del dispositivo simbólico estatal que debe contribuir a asegurar
la fidelidad de cada ciudadano al pacto fundador de la comunidad nacional.

Es Rivadavia quine ya en 1812 sienta la doctrina de este nuevo instrumento político al disponer
la creación de un primer himno, que la Asamblea deroga con el mismo entusiasmo con el
recupera su fundamentación. El objetivo inmediato de esta pedagogía cívica es “que ninguno
viva entre nosotros sin estar resulto a morir por la causa santa de la liberad”.

Más que dar testimonio del genio nacional, esta preocupación por lo simbólico, por parte de los
primeros gobiernos del Rio de la Plata, deja traslucir una aguda conciencia de los precario de su
proyecto y un crudo pragmatismo en la fabricación de los instrumentos para asegurarse la
hegemonía. El gesto tiene consecuencias históricas precisas en el área Latinoamericana, pues la
Argentina va a exportar su técnica del himno nacional al mismo tiempo que su Revolución.

El símbolo nacional describe entonces el nacimiento de la nación por inspiración del símbolo de
otra: precio simbólico de la liberación y triunfo político del nuevo instrumento. Esta legitimación
de la política por la historia implica la absorción del presente ene l pulso de la conmemoración
de un pasado fundador. El himno nacional es un relato mítico de los orígenes dela nación, y un
pacto de ritual de fidelidad de ese origen.

El modelo del texto épico neoclásico sujeto a un régimen musical operístico, cuyo primer
ejemplo es el de Vicente López y Blas Parera, resultará notablemente eficaz. La generación de
1810 se ha formado admirando a la Antigüedad y por ello es capaz de utilizar el modelo
virgiliano. En el himno de López en 1813 y en los otros himnos latinoamericanos, la guerra es el
gran organizador del tiempo de la nación, y la instauración de la guerra como principio de la
historia implica el establecimiento de un régimen del heroísmo.La voluntad de sacrificio es la
condición que define la pertinencia del individuo a la Nación.

Este modelo neoclásico sobrevive entonces a la generación que lo había inventado. Un


neoclasicismo entronizado como núcleo del discurso ´patriótico por excelencia referencia
obligada para todos aquellos que, en uno o en otro momento histórico pretendan hablar de
Patria.

Esta coherencia literaria tiene su contrapartida musical. La música de los himnos, cuyo ppal.
modelo es la marcha operística, no parece tomar en cuenta el paso del tiempo. Es el producto
de dos tradiciones iluministas, la música militar y la gran ópera italiana. La fuerza del género le
debe mucho a esta ambigüedad enunciativa de una música que puede estar en su sitio tanto en
un teatro como en un desfile militar.

Los himnos nacionales son entonces los ppales fragmentos de discurso que quedan de la primera
época fundacional sean o no producto concreto de aquel momento. La oficialización de esta
palabra épica quería suspender su anclaje histórico para insertar esos textos en la
intemporalidad de la Patria misma.

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