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Americano cien por ciento

No puede haber discusión sobre el americanismo del americano promedio o sobre su deseo de preservar
esa preciosa herencia a toda costa. No obstante, algunas ideas extranjeras ya se han introducido insidiosamente
en su civilización sin que él se diera cuenta de lo que estaba pasando. Así, el amanecer halla al patriota que
nada sospecha vestido con un pijama, una prenda originaria de las Indias Orientales, y acostado en una cama
construida con arreglo a un patrón que se originó en Persia o en Asia Menor. Está embozado hasta las orejas
en materiales no americanos: algodón, domesticado por vez primera en la India; lino, domesticado en el
Cercano Oriente; lana de un animal nativo de Asia Menor; o seda, cuyos usos fueron los chinos los primeros
en descubrir. Todas esas sustancias han sido transformadas en tela por métodos inventados en el Asia
Suroccidental. Si el tiempo es bastante frío, puede incluso que esté durmiendo bajo un edredón inventado en
Escandinavia.
Al despertar, echa una ojeada al reloj, invento europeo medieval, emplea una palabra latina fuerte en
forma abreviada, se levanta apurado, y va al cuarto de baño. Allí, si se detiene a pensar sobre ello, debe sentirse
en presencia de una gran institución americana; habrá oído historias tanto de la calidad como de la frecuencia
de las instalaciones sanitarias en el extranjero y sabrá que en ningún otro país el hombre promedio realiza sus
abluciones en medio de tal esplendor. Pero la insidiosa influencia extranjera lo persigue incluso allí. El vidrio
fue inventado por los antiguos egipcios; el uso de losas vidriadas para pisos y paredes, en el Cercano Oriente;
la porcelana, en China, y el arte de esmaltar, por artesanos mediterráneos de la Edad de Bronce. Hasta su
bañera e inodoro no son más que copias ligeramente modificadas de originales romanos. La única contribución
puramente americana al conjunto es el aparato de calefacción de vapor, sobre el cual nuestro patriota coloca
su trasero muy brevemente sin querer.
En este cuarto de baño el americano se baña con jabón inventado por los antiguos galos. A continuación
se cepilla los dientes, subversiva práctica europea que no invadió América hasta la parte final del siglo XVIII.
Después se afeita, rito masoquista desarrollado por vez primera por los sacerdotes paganos de los antiguos
Egipto y Sumeria. El proceso no llega a resultar una penitencia gracias al hecho de que su navaja es de acero,
una aleación de hierro y carbono descubierta en la India o en el Turkestán. Por último, se seca con una toalla
turca.
Al regresar al dormitorio, la víctima inconsciente de prácticas no americanas toma su ropa de una silla,
inventada en el Cercano Oriente, y procede a vestirse. Se pone prendas de corte ajustado cuya forma se deriva
de la ropa de piel de los antiguos nómadas de las estepas asiáticas y se las sujeta con botones cuyos prototipos
aparecieron en Europa al cierre de la Edad de Piedra. Esa vestimenta es bastante apropiada para el ejercicio al
aire libre en un clima frío, pero es del todo inadecuada para los veranos, las casas con calefacción y los coches
Pullman. No obstante, las ideas y hábitos extranjeros mantienen esclavizados al infortunado hombre incluso
cuando el sentido común le dice que la vestimenta auténticamente americana de taparrabos y mocasines sería
mucho más cómoda. Se pone en sus pies unas cubiertas rígidas hechas de cuero preparado por un proceso
inventado en el Antiguo Egipto y cortadas con arreglo a un patrón cuyos orígenes se remontan a la Antigua
Grecia, y se asegura de que estén debidamente lustradas, también una idea griega. Por último, se ata a su cuello
una tira de tela de colores brillantes que es una supervivencia de los chales de hombro usados por los croatas
del siglo XVII. Para una evaluación final, se mira en el espejo, un viejo invento mediterráneo, y baja las
escaleras para desayunar.
Allí toda una nueva serie de cosas extranjeras aparecen frente a él. Su comida y bebida están colocadas
ante él en vasijas de cerámica, cuyo nombre popular —china— es evidencia suficiente de su origen. Su tenedor
es un invento medieval italiano, y su cuchara, una copia de un original romano. De costumbre, comienza el
desayuno con un café, planta abisinia descubierta por los árabes. Es bastante probable que el americano
necesite disipar los efectos que a la mañana siguiente tiene la ingestión excesiva de bebidas fermentadas,
inventadas en el Cercano Oriente, o destiladas, inventadas por los alquimistas de la Europa medieval. Mientras
que los árabes toman su café libre de añadidos, él probablemente lo endulzará con azúcar, descubierto en la
India; y lo diluirá con crema —y tanto la domesticación del ganado como la técnica de ordeño se originaron
en Asia Menor.
Si nuestro patriota es lo suficientemente anticuado para adherirse al así llamado desayuno americano,
su café será acompañado por una naranja, domesticada en la región mediterránea, un melón domesticado en
Persia, o uvas domesticadas en Asia Menor. Proseguirá con un tazón de cereal hecho de grano domesticado
en el Cercano Oriente y preparado por métodos también inventados allí. De eso pasará a los sorbetos, una
invención escandinava, con mucha mantequilla, originalmente un cosmético del Cercano Oriente. Como plato
adicional puede que tenga el huevo de un ave domesticada en el Asia Suroriental o tiras de la carne de un
animal domesticado en la misma región, que han sido saladas y ahumadas por un proceso inventado en Europa
del Norte.
Terminado el desayuno, coloca sobre su cabeza un pedazo moldeado de fieltro, inventado por los
nómadas del Asia Oriental, y, si parece que llueve, se pone unos zapatos de goma, descubierta por los antiguos
mexicanos, y toma una sombrilla, inventada en la India. Entonces corre velozmente para tomar su tren, un
invento inglés —el tren, no el correr velozmente. En la estación, hace una pausa por un momento para comprar
un periódico, que paga con monedas inventadas en la antigua Lidia. Una vez a bordo, se recuesta para inhalar
los humos de un cigarrillo inventado en México, o un tabaco inventado en Brasil. Mientras tanto, lee las
noticias del día, impresas en caracteres inventados por los antiguos semitas mediante un proceso inventado en
Alemania sobre un material inventado en China. Mientras recorre el más reciente editorial que señala los
espantosos resultados que les trae a nuestras instituciones aceptar ideas extranjeras, no dejará de darle las
gracias en una lengua indoeuropea a un Dios hebreo por ser un americano (de Americus Vespucci, geógrafo
italiano) cien por ciento (sistema decimal inventado por los griegos).

Ralph Linton. One Hundred Per-Cent American,” The American Mercury, vol. 40 (1937), pp. 427-429.
(Traducción del inglés: Desiderio Navarro)

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