Por Carlfred Broderick, profesor de sociología de la Universidad del Sur de California
Liahona, mayo de 1987, págs. 16-17.
Sabemos que somos enviados a este
mundo a desarrollarnos, a progresar y a llegar a ser como nuestro Padre Celestial. Pero, ¿qué sucederá con aquellas personas que han sufrido abuso o maltrato en su niñez? ¿Tienen la esperanza de sobreponerse a los problemas ocasionados por la manera en que se criaron? Como hijos de Dios, hemos recibido el gran don de elegir. Quizás elijamos ayudar o hacer daño. Desafortunadamente, como el Señor le explicó a Moisés, a menudo las iniquidades de una generación se manifiestan en generaciones futuras (Véase Éxodo 20:5). Cualquiera puede verificar la verdad de este dicho al mirar a muchas familias del mundo actual. A menudo, las familias atribuladas parecen transmitir sus dolores y obscuridad —virtualmente intactos— a sus hijos y nietos. Las víctimas de una generación pasan a ser así los verdugos de la siguiente. Por otra parte, el Señor le dijo al profeta Ezequiel: "¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? "Vivo yo, dice Jehová el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel. "He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:2-4). Este pasaje de las Escrituras sugiere que los hijos no sólo necesitan repetir el pecado de sus padres, sino que cada generación es responsable de sus propias elecciones. De hecho, mi experiencia en varios llamamientos en la Iglesia así como en mi profesión de consejero familiar me han convencido de que Dios interviene en forma activa en algunos linajes destructivos, asignando a un espíritu valiente para que quebrante la cadena de destrucción en tales familias. A pesar de que estas criaturas sufran inocentemente como víctimas de la violencia, el descuido y la explotación, por medio de la gracia de Dios algunos encuentran la fortaleza para "purgar" el veneno que hay en su interior, negándose a transmitirlo a generaciones futuras. Antes de ellos hubo generaciones de dolor destructivo; después de ellos el linaje fluye limpio y puro. Sus hijos y los hijos de sus hijos les llamarán benditos. Al sufrir inocentemente para que otros no sufran, estas personas, en cierto grado, llegan a ser "salvadores en el Monte de Sión" al ayudar a llevar la salvación a su linaje. He tenido el privilegio de conocer a muchas personas como éstas: gente cuyo pasado está lleno de increíble dolor y humillación. Recuerdo el caso de una jovencita cuyo padre repetidamente la violó. Cuando finalmente tuvo el valor para decírselo a su madre, ésta furiosamente la golpeó y la rechazó. Estas experiencias la convirtieron en una mujer amargada e insegura. Sin embargo, pese a todos los obstáculos, ha hecho las paces con Dios y ha encontrado un esposo digno con quien está criando una familia virtuosa. Más aún, ha dedicado sus energías a ayudar a otras mujeres con pasados similares a eliminar el veneno de sus propios linajes. Recuerdo a un jovencito cuya madre falleció cuando él tenía doce años y cuyo padre respondió ante tal pérdida encerrándolo bajo llave, emborrachándose y trayendo mujeres a la casa. Cuando dejaba salir al muchacho lo golpeaba hasta que lo dejaba inconsciente, le quebraba algún hueso o le causaba serias lastimaduras. Como es de esperarse, el joven creció lleno de confusión, odio y resentimiento. Sin embargo, el Señor no lo abandonó, sino que le proveyó amigos y oportunidades para desarrollarse. Hoy día, después de una serie de milagros que le sanaron espiritualmente, el joven se está preparando para un matrimonio en el templo con una buena mujer. Juntos se han comprometido a criar hijos en rectitud, ternura y amor. En una época pasada, el Señor mandó un diluvio a destruir linajes indignos. En esta generación, tengo fe en que ha enviado a un grupo numeroso de personas escogidas para ayudar a purificarlos. En los días de Jeremías, el Señor utilizó el mismo lenguaje que más tarde utilizaría al hablarle a Ezequiel: "En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, "sino que cada cual morirá por su propia maldad; los dientes de todo hombre que comiere las uvas agrias, tendrá la dentera" (Jeremías 31:29-30). Después procedió a decir en cuanto a esta nueva generación, la generación del convenio: "Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo" (Jeremías 31:33). Creo que la mayoría de nosotros está familiarizado con uno o más de estos espíritus valientes y luchadores. En las últimas etapas de su progreso son fáciles de reconocer y apreciar, pero muchas veces, durante las primeras etapas, están sufriendo tanto a causa de sus terribles heridas que se requiere un grado de sensibilidad espiritual maduro para ver más allá de la amargura y el dolor y captar la pureza de su espíritu interior. Es nuestro deber y privilegio brindar amistad a tales personas y proveerles toda la ayuda y apoyo que podamos para ayudarles a lograr su sublime destino. Algunos de nosotros quizás seamos los sufridos mensajeros de luz. Seamos fieles a nuestra divina comisión, renunciando a la amargura y siguiendo las huellas de nuestro Salvador.