Está en la página 1de 13

Aproximación preliminar al concepto de pulsión

de muerte en Freud
A Preliminary Approach To Freud's Concept of Death Instinct

Paulina Corsi

The death instinct's has been and remains as one of the most controversial postulates of
psychoanalysis. This paper attempts to review the basics of death instinct hoping to
account for the meaning as well as the implications of it according to Freud. In the
framework of the last theory of intincts the death instinct or Tanatos, as oppossed to the
life instinct or Eros, represents a basic drive that impels all living organisms to go back
to the inorganic state from where they emerged. Freud asserts Tanatos as a fundamental
principle of fight and destruction which manifests itself fastening connections at every
and all levels. Freud sees the life instinct as a force which enhances cohesion and
integration that in turn provides living beings with a drive to counter attack
destructiveness. The observation of the clinical phenomena of compulsive repetitions as
well as negative therapeutical reaction led Freud to a reformulation of his conception
of instinct dynamics. Freud´s evolution of instinct dynamics is reviewed to foster a
better understanding of the meaning of the concept of death instinct and the need that
justifies its introduction in a broader reform. The concept of death instinct pointed out
to a turning point in psychoanalysis as it revolutionized the understanding of aggresive
phenomena in mental functioning.

Key words: psychoanalysis, death instinct, Tanatos, Freud

Introducción

El concepto de pulsión de muerte ha sido y continúa siendo uno de los postulados más
controvertidos del psicoanálisis. A partir de 1920 en su libro "Más allá del principio del
placer" (1), Freud propone la noción de pulsión de muerte introduciendo con esto un
cambio fundamental en la teoría pulsional, que sostendrá permanentemente hasta el
final de su obra. Este aporte teórico ha encontrado gran resistencia en el mundo
psicoanalítico, suscitando oposiciones más o menos categóricas provenientes de
distintas líneas de pensamiento dentro del psicoanálisis. Para algunos autores el
concepto de pulsión de muerte ha permitido una comprensión más profunda de los
fenómenos agresivos en la vida mental, incluida la autodestrucción y el sufrimiento del
individuo, mientras que para otros resulta una visión meramente especulativa, cargada
de contradicciones internas e innecesaria desde el punto de vista clínico.

El presente escrito tiene por objetivo revisar el postulado psicoanalítico de la pulsión de


muerte, dando cuenta del sentido y las implicancias del concepto de acuerdo a Freud.

El primer aspecto necesario de abordar es la traducción al español del término alemán


Trieb, no existiendo consenso entre los distintos autores.

Existe la tendencia mayoritaria a utilizar el término pulsión en lugar de instinto para


traducir el vocablo alemán Trieb, dado que la primera expresión refleja con mayor
fidelidad el sentido en que Freud usó el término Trieb, diferenciándolo claramente de la
expresión alemana Instinkt. Para Freud Instinkt designa una conducta hereditaria,
predeterminada genéticamente, cuyo objeto y fin están prefijados por naturaleza. A
diferencia de lo anterior, Trieb implica un empuje que hace tender al organismo hacia un
objeto y un fin que permitan la satisfacción pulsional, no estando éstos prefijados. Si
bien la terminología recién descrita es la más aceptada, existen autores que no adhieren
a ella. Esto puede deberse en parte a la traducción efectuada por Strachey de la obra de
Freud del alemán al inglés en la Standard Edition, en la que emplea el término inglés
instinct para traducir la palabra alemana Trieb.

Entre los autores franceses existe aceptación de la palabra pulsión como la mejor
traducción para Trieb, aunque al referirse a los conceptos establecidos por Freud en su
última teoría pulsional estos autores han preferido utilizar los términos instinto de
muerte e instinto de vida con el fin de denotar que esta teoría se encuentra en un nivel
distinto de abstracción respecto de las dos teorías pulsionales precedentes.

Desarrollo

En el marco de la última teoría freudiana de las pulsiones, la pulsión de muerte o


Tánatos, en oposición a la pulsión de vida o Eros, representa la tendencia fundamental
de todo ser viviente a regresar al estado inorgánico desde donde emergió, a través de la
reducción completa de las tensiones. Freud entiende la pulsión de muerte como una
necesidad primaria que tiene lo viviente de retornar a lo inanimado, reconociendo en
ella la marca de lo demoníaco donde impera la destrucción, la desintegración y la
disolución de lo vivo.

Cuando Freud plantea el concepto de pulsión (2) lo hace basándose en la descripción de


la sexualidad humana, definiendo a la pulsión como un impulso que se origina en una
excitación corporal (fuente) y que moviliza al organismo para conseguir suprimir el
estado de tensión en el que se encuentra a partir de esta excitación. El fin o meta de la
pulsión es para Freud la reinstalación del equilibrio previo al inicio del estado de
tensión. El objeto de la pulsión es el elemento que posibilita a la pulsión alcanzar el fin.

Laplanche y Pontalis (3) señalan que lo que Freud intenta designar con el término
pulsión de muerte es lo más esencial del concepto de pulsión, el retorno a un estado
anterior, en último término el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico, destacando la
concordancia del concepto de pulsión de muerte con el carácter regresivo básico de toda
pulsión.

De acuerdo a Freud, la pulsión de muerte corresponde a un principio fundamental de


lucha y desunión, que realiza su obra destructora atacando esencialmente los vínculos:
"La meta del Eros es establecer unidades cada vez más grandes y, por lo tanto,
conservar: se trata de la ligazón. La meta de la otra pulsión, por el contrario, es la
disolución de las conexiones, destruyendo así las cosas" (4).

Por otra parte, Freud indica el accionar silencioso de la pulsión de muerte: "...estamos
impulsados a concluir que los impulsos de muerte son, debido a su naturaleza, mudos y
que la algarabía de la vida procede en gran parte de Eros" (5), destacando de este modo
la dificultad de reconocer clínicamente los derivados de la pulsión de muerte (6). En la
misma línea, señala: "No hay dificultad en encontrar un representante de Eros, pero
debemos estar agradecidos de que podamos encontrar un representante del evasivo
instinto de muerte en el instinto de destrucción, en el cual el odio nos señala el camino"
(5).

En contraposición a esta tendencia primaria, Freud sitúa a la pulsión de vida como


representante de la cohesión, integración y organización, cuya finalidad es construir y
conservar unidades cada vez mayores y más complejas. Eros constituye una fuerza de
motorización y dinamismo que provee al ser vivo del empuje necesario para
contrarrestar lo destructivo, permitiendo así conservar la vida y sostener el desarrollo.
Freud enfrenta, en el caso de la pulsión de vida, una dificultad mayor, dado que esta
tendencia no cumple con la característica fundamental de toda pulsión, cual es el retorno
a un estado anterior. Eros contraría esta regla al propugnar el establecimiento y
mantención de formas cada vez más diferenciadas y complejas, favoreciendo la
conservación de un nivel constante de tensiones e incluso aumentando las diferencias en
el nivel energético entre el ser vivo y su medio.

La pulsión de vida tiene a su cargo la tarea de liberar al organismo de la acción


destructora del Tánatos y lo consigue principalmente a través de fusionarse con él. La
fusión pulsional resultante sigue dos diferentes destinos. Gran parte de esta unión es
dirigida hacia el mundo exterior convertida en agresividad, mientras que una porción de
la mezcla permanece en el interior del organismo. Sin embargo, Eros y Tánatos no
deben concebirse como dos ingredientes simétricos participantes en la unión pulsional.
Como ha sido señalado, Eros constituye para Freud un factor de ligazón, así como
Tánatos representa, en sí mismo, un factor de desunión. Esto implica que, cuanto más
predomine la primera, más se sostendrá la ligazón pulsional; y a la inversa, cuanto más
prevalezca la segunda, más tenderá a disolverse la unión entre las pulsiones. Es así
como, en relación al equilibrio relativo y dinámico entre estas dos tendencias, una
proporción variable de pulsión de muerte permanece en el individuo como un residuo
no ligado, que actúa de modo silencioso, llevando inevitablemente al ser vivo hacia la
muerte. De acuerdo a esto Freud afirma: "todo ser vivo muere necesariamente por
causas internas" (4).

La concepción de Freud acerca de los impulsos evolucionó progresivamente, sufriendo


cambios significativos que culminaron en 1920 con la formulación de su teoría
pulsional definitiva. El mejor modo de comprender el sentido del concepto de pulsión
de muerte es conocer la evolución del pensamiento de su autor y los motivos que lo
llevaron a reformular su comprensión de la vida pulsional.

Freud elabora su teoría pulsional en formulaciones sucesivas en las que es posible


reconocer al menos tres etapas. Tal como señala Terecio Gioia (7), estos períodos no
deben entenderse como etapas cronológicamente separadas sino como momentos en el
pensamiento freudiano, donde con frecuencia los contenidos conceptuales son
retomados y reelaborados posteriormente.

En su primera formulación, que se mantiene desde 1905 hasta 1914, Freud reconoce y
contrapone las pulsiones sexuales a las pulsiones de autoconservación. En esta
aproximación las primeras representan los intereses de la especie, mientras las segundas
representan al conjunto de necesidades ligadas a las funciones corporales indispensables
para la conservación de la vida, cuya función es resguardar los intereses del individuo.
La energía propia de las pulsiones sexuales se denomina libido, mientras la energía de
las pulsiones de autoconservación se designa como interés. La relación original entre
estos dos grupos de pulsiones se establece a través del concepto de apuntalamiento. Tal
como afirma Freud (2), las pulsiones sexuales, que sólo secundariamente se vuelven
independientes, se apuntalan inicialmente en las funciones somáticas vitales que le
indican la fuente, el objeto y el fin.

A partir de 1910 (8) Freud introduce la noción de pulsiones del Yo, igualándolas a las
hasta entonces denominadas pulsiones de autoconservación. Las pulsiones yoicas
adquieren la doble función de autoconservación del individuo y agente de la represión,
cuya energía se sitúa al servicio del Yo en el conflicto defensivo. El Yo es entendido en
este momento por Freud de dos modos diferentes. En la primera acepción es sinónimo
de sujeto o persona total, mientras en la segunda representa a un conjunto poderoso de
representaciones que, guiado por las pulsiones de autoconservación, adhiere al principio
de realidad, oponiéndose al deseo. En contraposición a estas tendencias yoicas, las
pulsiones sexuales representan en la primera teoría de las pulsiones a una fuerza
disruptora sometida al principio del placer, difícilmente "educable", cuyo
funcionamiento obedece las leyes del proceso primario, amenazando desde dentro el
equilibrio del aparato psíquico al no considerar las exigencias de la realidad. La
oposición entre estos dos grupos de pulsiones deriva de la oposición entre los fines de la
pulsión sexual, cual es la obtención de placer sexual, y los fines de las pulsiones del Yo,
consistentes en la autoconservación individual. En relación con esto Freud señala:
"Todas las pulsiones orgánicas que funcionan en nuestro psiquismo pueden clasificarse,
según el poeta, en hambre o en amor" (8).

Freud reconoció tempranamente la intervención de tendencias agresivas en el


funcionamiento mental. En 1900 en su libro La interpretación de los sueños (9), bajo el
título "Sueños de muerte de personas queridas", presenta por primera vez su teoría
respecto al Complejo de Edipo, describiéndolo como una conjunción de deseos tanto
amorosos como hostiles. Posteriormente, en el ámbito clínico, consideró la intervención
de la agresividad en el proceso analítico al constatar resistencias con un matiz hostil y
elementos agresivos en la transferencia. En 1905, en relación al caso Dora, Freud otorgó
a la agresividad un rol fundamental en la evolución de la cura, enfatizando la necesidad
de hacer conscientes todos los impulsos, incluidos los hostiles. Por otra parte, Freud
asignó una importancia singular a las tendencias destructivas presentes en afecciones
tales como la paranoia, la neurosis obsesiva y la melancolía.

A pesar de lo anterior, no existe en esta primera formulación dé la teoría pulsional un


planteamiento que dé cuenta de los impulsos agresivos, concebidos de modo autónomo.
En 1908 Alfred Adler introdujo el concepto de pulsión agresiva, junto a la idea de un
entrelazamiento pulsional. Sin embargo, Freud rehusó admitir la existencia de una
pulsión agresiva específica en ese momento, por considerar que habría sido un error
atribuir a una sola pulsión lo que, según él, caracterizaba esencialmente a toda pulsión.
Es decir, el ser un impulso apremiante del que no es posible huir y que demanda del
aparato psíquico un trabajo para su conducción. Freud concibe a la pulsión como un
"fragmento de actividad", manteniendo así el punto de vista que "deja a cada una de las
pulsiones su propio poder de devenir agresiva" (10).

Es así como en esta primera formulación teórica la agresividad es entendida como un


componente parcial de toda pulsión.
En relación a la pulsión sexual, la agresividad representa al componente activo de esta
pulsión, aquel que le otorga el carácter de masculino a la pulsión sexual, tanto en el
hombre como en la mujer (2). Freud atribuye a la pulsión de dominio, considerada
como una pulsión independiente que secundariamente puede unirse a la pulsión sexual,
el único elemento presente en la crueldad infantil que no tendría inicialmente como fin
el producir sufrimiento en el otro, sino que simplemente no lo tendría en cuenta. Ésta
sería una fase previa tanto al sadismo como a la compasión.

En 1913 (11) Freud elabora el concepto de organización pregenital anal-sádica de la


libido, señalando que en la fase anal se hace evidente la oposición activo-pasivo,
característica de la vida pulsional en general. El componente activo, agresivo de la
pulsión sexual, es atribuido a la pulsión de dominio, mencionando que: "La actividad es
provista por la común pulsión de dominio, a la que llamamos sadismo cuando la
encontramos al servicio de la pulsión sexual" (11). La agresividad sexual encontraría
entonces un refuerzo en la pulsión de dominio, la que, haciendo uso de la musculatura,
consigue dominar al objeto por la fuerza.

El sadismo surge como un componente parcial agresivo de la pulsión sexual,


característico de la fase anal-sádica, que "se ha vuelto independiente y, por
desplazamiento, ha usurpado la posición directriz" (2). En este enfoque el sadismo es
siempre primario, mientras el masoquismo es entendido como un sadismo que
secundariamente se vuelve contra el propio sujeto.

Es posible sostener que en esta primera etapa de la teoría pulsional la agresividad, al ser
concebida como un elemento básico y fundamental de toda pulsión, ocupa un lugar
secundario en el conflicto psíquico, siendo un coadyuvante común presente tanto en las
pulsiones sexuales como en las pulsiones del Yo.

A partir de 1914, con la publicación de Introducción al narcisismo (12) se inicia la


segunda etapa de la teoría pulsional. En este texto Freud plantea una subdivisión en las
pulsiones sexuales en función de su objeto de elección distinguiendo, por un lado, la
libido del Yo o libido narcisista si el objeto de destino de la libido es el propio Yo, y
libido objetal si el destino de la misma es un objeto externo. La energía de las pulsiones
del Yo conserva el nombre de interés del Yo o simplemente interés.

Sin embargo, Freud reconoce que sólo es posible distinguir las pulsiones yoicas de las
libidinales cuando éstas invisten al objeto. Si la libido inviste al Yo, sus efectos resultan
indiferenciables de las pulsiones del Yo o interés.

Freud postula, en este momento, que la tarea de autoconservación puede ser referida al
amor a sí mismo, es decir, a la libido del Yo.

Desde el punto de vista dinámico, el conflicto psíquico se plantea en la oposición entre


la libido narcisista aliada a las pulsiones del Yo y la libido objetal. El interés de la libido
narcisista es proteger la integridad del Yo a través de reprimir las representaciones
ligadas a la pulsión sexual objetal.

Esta formulación de la teoría pulsional permite comprender y distinguir las neurosis de


transferencia de las neurosis narcisistas o psicosis. En las primeras la libido se
introvierte y carga a objetos imaginarios, mientras en las segundas la pulsión sexual
toma como objeto al Yo. El Yo conserva durante este período la doble concepción que lo
caracterizaba en la primera teoría: como representante de la persona total y como
conjunto de representaciones dominantes en el psiquismo, ligadas a la pulsión de
autoconservación y a la libido narcisista.

En relación a la agresión aparecen cambios respecto a la teoría pulsional precedente. En


1915 (13) Freud postula que el odio es anterior al amor y que su origen radica en las
pulsiones del Yo, en la medida en que éstas rechazan al mundo exterior al hacerlo
coincidir con lo displacentero y lo odiado. Paralelamente mantiene la concepción
anterior en la que reconoce otra fuente de agresión en la etapa anal-sádica del desarrollo
psicosexual, que se suma a las pulsiones del Yo. Freud agrega en 1915 un capítulo a su
obra Tres ensayos sobre una teoría sexual (2), en el que plantea la existencia de
elementos agresivos ligados a la etapa oral del desarrollo psicosexual.

En síntesis, puede afirmarse que en esta segunda formulación de la vida pulsional el


odio y la agresión, en cuanto se oponen a lo exterior displacentero y en tanto forman
parte de la pulsión yoica, aliada e indistinguible de la libido narcisista, intervienen en
uno de los polos del conflicto psíquico, oponiéndose a la libido objetal y favoreciendo
su represión.

A pesar que la introducción del concepto de narcisismo no invalida inicialmente para


Freud la oposición entre pulsiones sexuales y pulsiones del Yo o de autoconservación,
este planteamiento desestabiliza dicho antagonismo al postular una carga sexual en el
Yo. Progresivamente el énfasis recae en la contraposición libido del Yo - libido objetal,
antítesis en la que ambas tendencias son de naturaleza libidinal, restando interés a la
oposición precedente.

Una de las exigencias constantes en el pensamiento freudiano es la presencia de


tendencias básicas en oposición, a partir de las cuales se fundamenta el conflicto
psíquico. Cuando en 1923 (14) Freud revisa la historia de su teoría pulsional, reconoce
en esta segunda fase una aproximación a una concepción unívoca de la energía
pulsional. Este reconocimiento surge cuando Freud ya había planteado su tercera y
definitiva concepción de la vida pulsional. Laplanche y Pontalis (3) sugieren que uno de
los elementos participantes en el cambio teórico de 1920 puede asociarse a la dificultad
de Freud para comprender el origen de la agresividad dentro del monismo pulsional de
esta fase.

Aun cuando, como propone este escrito, la elaboración del concepto de pulsión de
muerte obedece a una necesidad teórica que Freud estimó ineludible, es preciso
considerar los elementos biográficos, sociales y personales, que rodearon la vida del
autor en este período. Como señala Emilio Rodrigué: "Es cierto que la vida no explica
la obra, pero entre ambas existen vasos comunicantes" (15).

El gran despliegue de fuerzas destructivas entre los hombres y contra el patrimonio


cultural acontecido durante la primera guerra mundial sirvió de telón de fondo al
postulado freudiano de pulsión de muerte. Los duros años de la postguerra
conmocionaron profundamente a Freud (16). En mayo de 1919 Freud escribe a Jones:
"No recuerdo época de mi vida en que mi horizonte se mostrara tan negro, o en todo
caso si lo hubo, yo era más joven y no me sentía oprimido por los achaques del
comienzo de la vejez...Cuando nos encontremos, usted verá que me siento inconmovible
aún y listo para cualquier emergencia, pero esto sólo en el plano del sentimiento, porque
mi razonamiento se inclina más bien al pesimismo... Estamos pasando una mala época,
pero la ciencia tiene el ingente de enderezarnos la nuca" (17). En lo personal, 1920
imprimió dos duros golpes a Freud. El primero fue la muerte de Anton von Freund,
paciente y amigo de Freud, a quien sentía muy cercano. Freud lo acompañó en su
agonía bajo un fuerte vínculo transferencial. De acuerdo a Jones, Freud encontró en este
dolor un motivo para su envejecimiento. Apenas sepultado Von Freund, Freud recibió la
terrible noticia de la grave enfermedad de su hija Sophie, quien, azotada por la gripe
española, murió en enero de1920 a la edad de 26 años.

Freud se esforzó por desvincular sus pensamientos acerca de la pulsión de muerte del
duelo por su hija Sophie, argumentando que "Más allá del principio del placer" (1)se
encontraba prácticamente terminado ya en 1919, salvo por los aspectos referentes a la
vida de los protozoarios. Entonces Sophie gozaba aún de buena salud. Freud intentó
evitar la asociación entre la muerte de su hija y sus nuevos planteamientos, temiendo
que esta relación quitara peso teórico a sus postulados. A pesar de sus esfuerzos,
diversos autores han entendido sus elaboraciones en torno a este tema como una
especulación azarosa, fruto de un pensamiento desasosegado por el dolor, sin considerar
la evolución de sus concepciones ni los diecinueve años posteriores de trabajo
intelectual en los que sostuvo permanentemente esta posición (18).

Retomando las ideas anteriores, en su tercera y definitiva concepción de la teoría


pulsional, Freud contrapone la pulsión de muerte a la pulsión de vida, que en adelante
comprenderá el conjunto de pulsiones descritas en sus formulaciones previas:

"La antítesis entre las pulsiones de autoconservación y las de conservación de la


especie, así como la antítesis entre el amor al Yo y el amor a los objetos, quedan
incluidos en Eros" (4). Esto implica conceptualizar la agresión como totalmente
autónoma en su origen, opuesta tanto a la pulsión sexual como a las anteriormente
llamadas "intereses del Yo". En lo sucesivo se reconocerá a las fuerzas destructivas el
mismo poder que a la sexualidad.

Freud inicia Más allá del principio del placer (1) confirmando la definición hasta
entonces aceptada del principio del placer como principio rector del funcionamiento
mental:

"En la teoría psicoanalítica suponemos que el curso de los procesos mentales es


automáticamente regulado por el principio del placer, o sea, sostenemos que dicho curso
tiene su origen en una tensión desagradable y que toma una dirección tal que su
resultado final coincide con una reducción de esa tensión, es decir, con la evitación del
displacer o una producción de placer" (1). Con esto define la tendencia del aparato
mental a buscar el placer a través de alcanzar un equilibrio energético.

Es preciso mencionar que Freud mantuvo a través de sus escritos la ambigüedad de


considerar en algunos momentos el principio del placer como equivalente al principio
de constancia, vale decir la tendencia a mantener las excitaciones al interior del aparato
mental tan bajas o, al menos, tan constantes como sea posible (tal como se expresa en el
párrafo anterior), mientras en otros instantes relaciona el principio del placer con la
tendencia a reducir a cero toda excitación, equivalente al principio de nirvana.
A partir de los postulados propuestos en este texto Freud concluye que el predominio
del principio del placer, entendido como principio de constancia, no está en la base de
todo el funcionamiento mental. Tomando las palabras de Rodrigué, "...dicha ley
claudica por primera vez. Freud propone en cambio la existencia en la mente de una
fuerte tendencia al principio del placer, tendencia en lugar de dominio. El principio del
placer impera en su territorio, pero existe un más allá" (15).

Ese más allá es territorio de la pulsión de muerte, donde impera el principio de nirvana,
que tiende al cero absoluto, a la reducción completa de las tensiones, donde se anula la
diferencia, la individualidad y donde lo vivo muere. La vida podrá subsistir entonces
mientras Eros consiga someter al principio de nirvana y modificarlo en principio del
placer (igual principio de constancia), el que será transformado en principio de realidad
por obra de las exigencias de ésta:

"El principio de nirvana, que corresponde a la pulsión de muerte, sufrió en el ser vivo
una modificación que lo transformó en principio del placer, no siendo difícil adivinar de
qué poder proviene esta modificación. No puede tratarse más que de la pulsión de vida,
la libido, la que de tal modo se ha conquistado un lugar al lado de la pulsión de muerte
en la regulación de los procesos vitales" (19).

Freud fundamenta este más allá a partir de hechos clínicos regidos por la compulsión a
la repetición, concebida como un proceso incoercible, de origen inconsciente en que el
individuo tiende a reproducir experiencias antiguas de displacer y dolor, sin conciencia
de estar repitiendo y más aún con la idea que se trata de una experiencia completamente
motivada en lo actual.

Este autor había considerado anteriormente la repetición como parte de la definición del
inconsciente y del retorno de lo reprimido. La acción de repetir obedecía a la presión de
impulsos en busca de satisfacción. Desde esta perspectiva se entienden los síntomas, los
sueños y la repetición en la transferencia, como una necesidad del conflicto reprimido
de actualizarse. Tal como señala Freud en 1919: "...lo que ha permanecido
incomprendido retorna; como alma en pena, no descansa hasta encontrar solución y
liberación" (20). Hasta entonces, Freud consideraba la repetición como la forma básica
del trabajo psíquico, como un modo de ligar las excitaciones a representaciones
mentales para poder así mitigarlas y elaborarlas.

En 1914 (21) Freud considera que repetir es una forma de recordar y que las
repeticiones que se muestran en la transferencia llevan luego al despertar de los
recuerdos, en la medida en que el analista logre traducir la acción en palabras. La
repetición estaría en ese caso subordinada al principio del placer al posibilitar la
simbolización.

Sin embargo, la compulsión a la repetición que Freud busca mostrar en Más allá del
principio del placer (1) se refiere a un residuo donde la repetición se sitúa en un primer
plano. Freud entiende la compulsión a la repetición como una manifestación de la
pulsión de muerte, caracterizada por una tendencia más elemental e independiente de
la obtención de placer, que obedece a la necesidad de repetir compulsivamente lo
displacentero, y donde no es posible encontrar el deseo de satisfacción, ni siquiera en
forma de transacción o compromiso (22, 23). Esta compulsión ejerce su actividad en
muy diversos registros, contradiciendo al principio del placer (24, 25). De acuerdo a
Freud: "... la repetición trae consigo la producción de un placer de otro tipo, una
producción más directa" (1). Aún más: "...la compulsión a la repetición nos aparece
como más originaria, más elemental, más pulsional que el principio del placer que ella
destrona" (1).

Otro fenómeno recogido desde la observación clínica es la reacción terapéutica


negativa. Freud observó un tipo de resistencia al tratamiento psicoanalítico
especialmente difícil de resolver consistente en un agravamiento de la sintomatología en
el paciente cada vez que, a partir del progreso del análisis, cabría esperar una mejoría.
De acuerdo a Freud, se trataría de una reacción "invertida", prefiriendo el paciente en
cada etapa del análisis la persistencia del sufrimiento a la curación. En 1923 (5) Freud
describe cabalmente este proceso, proponiendo la existencia de un sentimiento de
culpabilidad inconsciente a la base de él. Tres años después (26) este autor relaciona la
reacción terapéutica negativa con una forma de resistencia del Súper yo. En 1930 (27)
Freud llegó a la conclusión que, en la profundidad, todo sentimiento de culpa surge del
operar de la pulsión de muerte. Posteriormente (28) Freud plantea que la dificultad que
presenta la reacción terapéutica negativa al análisis evidencia que su carácter paradójico
e irreductible se fundamenta en la pulsión de muerte. De acuerdo a él, esta reacción,
como manifestación de la necesidad de castigo, no podría comprenderse totalmente a
partir del conflicto entre el Yo y el Súper yo: esto sería sólo"... la parte que, por así
decirlo, está ligada psíquicamente por el Súper yo y de este modo se vuelve reconocible;
otras cantidades de la misma fuerza (pulsión de muerte) pueden actuar, no se sabe
dónde, en forma libre o ligada" (28).

Laplanche y Pontalis (3) sugieren que uno de los motivos que condujo a Freud a la
hipótesis del masoquismo primario fue justamente la observación del fenómeno clínico
de la reacción terapéutica negativa.

En lo que respecta a la comprensión del origen del sadismo y del masoquismo, las ideas
de Freud evolucionaron paralelamente a los aportes en la teoría de las pulsiones. Tal
como fue comentado anteriormente, en la primera teoría de las pulsiones, Freud señala
que el sadismo es anterior al masoquismo y que este último puede entenderse como un
sadismo vuelto contra el sujeto. En este momento, sadismo se toma en el sentido de
agresión contra otro, sin que el sufrimiento de éste sea considerado y sin que esta
agresión se acompañe de placer sexual alguno. Lo que Freud llama aquí sadismo
corresponde al ejercicio de la pulsión de dominio. El masoquismo responde a una vuelta
del sadismo en contra del sujeto y al mismo tiempo a una transformación de la actividad
a la pasividad (29, 30).

Con la introducción de la pulsión de muerte Freud plantea la existencia de un


masoquismo primario. De acuerdo a este autor, existiría una primera etapa, mítica, en la
que toda la pulsión de muerte se concentra en el sujeto, sin corresponder aún a lo que
denomina masoquismo primario. Este primer momento virtual no obedece más a una
posición masoquista que a una posición sádica. En este instante la pulsión de vida o
Eros sale al encuentro del Tánatos, fusionándose con él. Gran parte de esta fusión es
derivada al exterior, dirigiéndose a los objetos externos en forma de pulsión destructiva.
Una porción de esta mezcla dirigida al exterior se pone directamente al servicio de la
función sexual; se trata del sadismo o sadismo propiamente dicho, expresión usada por
Freud para designar la asociación de la sexualidad y de la violencia ejercida sobre otros.
Este sadismo, a su vez, puede volverse contra el sujeto, convirtiéndose en ese caso en
masoquismo secundario.

En la porción de la fusión pulsional, constituida por la unión de Eros y Tánatos, que no


es derivada al exterior y que permanece en el interior del organismo, Freud reconoce al
masoquismo primario, también denominado masoquismo originario erógeno.

Otro aspecto a considerar es la universalidad que otorga Freud a su concepción final de


la vida pulsional. Este autor propone a las pulsiones de vida y de muerte como
principios rectores fundamentales que trascienden el conflicto psíquico y al individuo
humano, para abarcar a todos los organismos vivos.

Propone que la oposición entre las dos tendencias básicas se hallaría en relación con los
procesos vitales de anabolismo y catabolismo e incluso "... en el par antitético que
impera en el reino inorgánico: atracción y repulsión" (4). Lo anterior sitúa a la tercera
teoría de las pulsiones en un nivel distinto de abstracción respecto a las dos teorías
previas.

Freud subrayó en más de una oportunidad la dificultad de apreciar las dos tendencias
fundamentales en estado puro: "Lo que encontramos siempre no es, por así decirlo,
mociones pulsionales puras, sino asociaciones de dos pulsiones en proporciones
variables" (26). En este sentido mencionó cómo la pulsión de muerte actúa de modo
silencioso, mientras Eros resulta más ruidosa y evidente (5). De acuerdo a Freud,
Tánatos "... se substrae a la percepción cuando no va teñido de erotismo" (27).

Probablemente lo anterior puede relacionarse con la dificultad que encuentra Freud en


integrar los aportes de su última teoría pulsional a la teoría de la neurosis y al modelo
del conflicto. Tal como señalan Laplanche y Pontalis (3), sorprende ver el poco lugar
que Freud concede, a nivel dinámico, a la oposición entre los dos grandes tipos de
pulsiones. Freud concluye en 1923 (5) que el conflicto entre las instancia Yo, Ello y
Súper yo no es superponible al dualismo pulsional: pulsión de vida - pulsión de muerte.
Y posteriormente, en 1926 (26) cuando Freud analiza en conjunto el problema del
conflicto neurótico, no considera significativamente los conceptos descritos en su
formulación definitiva de la vida pulsional.

De acuerdo a la tópica propuesta por Freud en 1923, el conflicto psíquico se traslada al


conflicto entre instancias y aunque el autor se esfuerza por determinar el aporte de
ambas pulsiones en la constitución de cada instancia, al momento de describir las
modalidades del conflicto no se aprecia la intervención de la oposición entre las
pulsiones básicas. Posteriormente en su artículo "Esquema del psicoanálisis" comenta:
"No se trata de limitar una u otra de las pulsiones fundamentales a una determinada
provincia psíquica. Es necesario poderlas encontrar en todas partes" (4).

Por otra parte, Laplanche y Pontalis (3) destacan las escasas modificaciones que se
observan a partir de la introducción del postulado de la pulsión de muerte en la
evolución de las fases pulsionales.

Para concluir con esta presentación de la pulsión de muerte en la teoría freudiana es


necesario resaltar que este concepto marcó un punto de viraje en la concepción
pulsional y en el psicoanálisis en general, que no estando exento de detractores y
críticas, ha revolucionado la comprensión de los fenómenos agresivos en la vida mental.
En la posteridad de Freud este concepto continúa plenamente vigente siendo fuente de
debate permanente entre la distintas escuelas psicoanalíticas. Desde el punto de vista
clínico se ha relacionado estrechamente al Narcisismo, especialmente a sus formas más
malignas, con el predominio de lo tanático por sobre lo libidinal (31-34).

El constructo freudiano de pulsión de muerte constituye un aporte teórico complejo


con alcances en muy diversos registros, lo que limita la posibilidad de abarcar en este
escrito aspectos tan trascendentes como las implicancias biológicas, socioculturales y
artísticas relacionadas con este planteamiento. De igual modo, queda pendiente para una
futura presentación el análisis de las principales objeciones teóricas sustentadas por las
corrientes contrarias al postulado psicoanalítico de la pulsión de muerte.

El concepto de "pulsión de muerte" ha sido y continúa siendo uno de los postulados


más controvertidos del psicoanálisis. El objetivo del presente artículo es revisar este
postulado intentando dar cuenta del sentido y las implicancias del concepto de acuerdo
a Freud. En el marco de la última teoría de las pulsiones en el desarrollo freudiano, la
pulsión de muerte o Tánatos, en oposición a la pulsión de vida o Eros, representa la
tendencia básica, presente en todo ser vivo, a regresar al estado inorgánico desde
donde emergió. Freud postula al Tánatos como un principio fundamental de lucha y
destrucción, cuya acción se expresa esencialmente atacando los vínculos en todos los
ámbitos. Freud sitúa a la pulsión de vida como una fuerza de cohesión e integración,
que provee al ser vivo del empuje necesario para contrarrestar lo destructivo. La
observación de los fenómenos clínicos de la compulsión a la repetición, así como la
reacción terapéutica negativa condujeron a Freud a replantear su concepción de la
dinámica pulsional. Se revisa la evolución de la teoría pulsional en Freud, lo que
posibilita una mejor comprensión del sentido del concepto de pulsión de muerte y de la
necesidad a la que obedece su introducción dentro de una reforma más general. El
postulado de la pulsión de muerte marcó un punto de viraje en el psicoanálisis al
revolucionar la comprensión de los fenómenos agresivos en la vida mental.

Referencias

1. Freud S. Más allá del principio del placer OC XVIII 1920; 1-62. Buenos Aires,
Amorrortu, 1976 [ Links ]

2. Freud S. Tres ensayos sobre una teoría sexual OC VII 1905; 109-224. Buenos Aires,
Amorrortu, 1976 [ Links ]

3. Laplanche J, Pontalis B. Diccionario de psicoanálisis. Barcelona, Ediciones Labor,


1981 [ Links ]

4. Freud S. Esquema del psicoanálisis OC XXIII 1938; 133-210. Buenos Aires,


Amorrortu, 1976 [ Links ]

5. Freud S. El Yo y el Ello OC XIX 1923; 1-65. Buenos Aires, Amorrortu, 1976


[ Links ]
6. Teruel G. Pulsión de muerte. Anotaciones sobre la revisión del concepto en la obra de
Freud y sugerencias sobre algunos indicadores. Rev Lat Psicoanálisis 1996; 1: 255-65
[ Links ]

7. Gioia T. Ensayo crítico acerca de la hipótesis psicoanalítica del instinto de muerte.


Rev Psicoanálisis Asoc Psic Argentina 1977; 34: 269-306 [ Links ]

8. Freud S. El trastorno psicógeno de la visión en la concepción psicoanalítica OC XI


1910; 205-16. Buenos Aires, Amorrortu, 1976 [ Links ]

9. Freud S. La interpretación de los sueños OC IV-V 1900; 1-668. Buenos Aires,


Amorrortu, 1976 [ Links ]

10. Freud S. Análisis de la fobia de un niño de cinco años OC X 1909; 1-118. Buenos
Aires, Amorrortu, 1976 [ Links ]

11. Freud S. La predisposición a la neurosis obsesiva OC XII 1913; 329-46. Buenos


Aires, Amorrortu, 1976 [ Links ]

12. Freud S. Introducción al narcisismo OC XIV 1914; 65-98. Buenos Aires, Amorrortu,
1976 [ Links ]

13. Freud S. Pulsión y sus vicisitudes OC XIV 1915; 105-34. Buenos Aires, Amorrortu,
1976 [ Links ]

14. Freud S. Psicoanálisis y una teoría de la libido OC XVIII 1923; 231-54. Buenos
Aires, Amorrortu, 1976 [ Links ]

15. Rodrigué E. Sigmund Freud: El siglo del Psicoanálisis. Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1996 [ Links ]

16. Gay P. Freud, una vida para nuestro tiempo. San Pablo: Campanhia das letras, 1989
[ Links ]

17. Jones E. Vida y obra de Sigmund Freud. Buenos Aires, Editorial Nova, 1962
[ Links ]

18. Schur M. Freud: Vida y agonía. Río de Janeiro, Imago,1981 [ Links ]

19. Freud S. El problema económico del masoquismo OC XVIII 1924; 287-97. Buenos
Aires, Amorrortu, 1976 [ Links ]

20. Freud S. Lo siniestro OC XVII 1919; 215-52. Buenos Aires, Amorrortu, 1976
[ Links ]

21. Freud S. Recordar, repetir y reelaborar OC XII 1914; 145-58. Buenos Aires,
Amorrortu, 1976 [ Links ]

22. Sopena C. Algunas consideraciones sobre la pulsión de muerte. Rev Psicoanálisis


Asoc Psic Madrid 1996; 24: 69-78 [ Links ]
23. Laplanche J. La pulsión de muerte en la teoría sexual. En: Laplanche J. La pulsión
de muerte. Buenos Aires, Amorrortu, 1991 [ Links ]

24. Goijman L. Freud, 1920: Un cambio fundamental en el psicoanálisis. Rev


Psicoanálisis Asoc Psic Argentina 1978; 35: 1219-39 [ Links ]

25. Strachey J. Comentario editorial a Las pulsiones y sus vicisitudes 1957 OC XIV
1915; 105-34. Buenos Aires, Amorrortu, 1976 [ Links ]

26. Freud S. Inhibición, síntoma y angustia OC XX 1926; 71-164. Buenos Aires,


Amorrortu, 1976 [ Links ]

27. Freud S. Malestar en la cultura OC XXI 1930; 57-140. Buenos Aires, Amorrortu,
1976 [ Links ]

28. Freud S. Análisis terminable e interminable OC XXIII 1937; 211-54. Buenos Aires,
Amorrortu, 1976 [ Links ]

29. Garma A. En los dominios del impulso de muerte. Rev Psicoanálisis Asoc Psic
Argentina 1971; 28:249-78 [ Links ]

30. Bibring E. The development and problems of the theory of instincts. Int J Psycho-
Anal 1969; 1: 293-305 [ Links ]

31. Rosenfeld H. Un enfoque clínico de la teoría psicoanalítica de los Instintos de vida y


muerte: Una investigación de los aspectos agresivos del Narcisismo. Int J Psycho-Anal
1971; 52: 306-18 [ Links ]

32. Segal H. De la utilidad clínica del concepto de instinto de muerte. En: Segal H. La
pulsión de muerte. Buenos Aires, Amorrortu, 1991 [ Links ]

33. Joseph B. Addiction to near-death. Int J Psycho-Anal 1982; 63: 449-56


[ Links ]

34. Heimann P. Anotaciones acerca de la teoría de los instintos de vida y muerte.


Londres, The Hogarth Press, 1952 [ Links ]

También podría gustarte