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Alojar el sufrimiento.

Acerca de los tratamientos en el Servicio de Avellaneda


Rita Mantegazza y Silvana Castro Tolosa

El dispositivo analítico a partir de su regla fundamental produce una pareja en la cual ambos miembros ocupan lugares
diferentes. Esta dualidad, no debe ser entendida como una reciprocidad intersubjetiva, ya que del lado de quien se presenta a la
consulta, se espera el despliegue de su subjetividad, que cumpla con el trabajo de decir aquello que importe ser dicho, lo que
incomoda, la parte de su vida que comporta un sufrimiento. Frente a ello, el analista -que responde de una manera inédita- ocupa
el lugar del muerto, esto es -desprendido de su propia subjetividad- funcionará como el objeto que causa el trabajo que se
comienza a poner en marcha.

El dispositivo propuesto por Freud en textos


como Sobre la iniciación del tratamiento, Nuevos
caminos de la terapia analítica e incluso Consejos
al médico se ajusta inevitablemente a las
consideraciones propias de la época y lo que como
analistas debemos leer en esa letra freudiana, no
es lo circunstancial de la propuesta, sino (y como el
propio Freud lo nombra) debemos poder distinguir
el cobre del oro puro del análisis (FREUD,
1919,163), lo cual -desde el vamos- nos advierte
que en la práctica analítica habrá siempre distintos
aspectos involucrados. La distinción de ellos (el
análisis, su descomposición) y el reconocimiento
de ese “psicoanálisis riguroso, ajeno a todo
partidismo” (FREUD, 1919,163), es lo que nos
permitirá reconocer la práctica del psicoanálisis tal
cual Freud la pensó. Fundamentalmente es eso lo
que nos permite operar como analistas en un más
allá del consultorio, en los diferentes contextos en los que nos encontramos efectivamente trabajando: servicios asistenciales,
hospitales, comunidades terapéuticas, etc.

Lacan favorece esa lectura distintiva de los lugares a ser ocupados en la pareja analista-analizante cuando plantea, por
ejemplo, que amado y amante son dos posiciones que pueden reconocerse dentro del dispositivo analítico y de las cuales se
espera algo bien distinto. Toda la dirección de la cura planteada por él, habla de esto. El consultante que se centra en su
padecimiento, ocupará el lugar de amante cuando se ponga a trabajar y logre hacer circular su propia falta. Él -en tanto cumpla
con la regla fundamental- será quien despliegue el decir en el dispositivo. El analista, el amado, ocupará el lugar de objeto
agalmático, destinatario del amor que se le dirige, pero… será quien se valga de ciertos operadores para no satisfacer esa
demanda amorosa.

El dinero y el tiempo
El dinero y el tiempo son dos de esos operadores que -por medio de las maniobras en transferencia del analista- rompen la
ilusión de que la demanda de amor es correspondida.

Lacan señala por un lado que -en la transferencia- el pago en dinero cobra valor significante, y –por otro- que el tiempo de las
sesiones -al no ser ritualizable- obedece a la lógica de apertura y cierre del inconciente.

En referencia al dinero, no podemos dejar de mencionar aquello trabajado por Lacan respecto de los pagos del analista, pero
quisiéramos centrarnos esta vez, en cómo opera el dinero dentro del dispositivo analítico, del lado del paciente.

Freud plantea una ecuación simbólica al afirmar que el neurótico delata su comportamiento sexual en su particular modo de

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manejarse con el dinero. De allí se entiende que este componente es del orden del obstáculo para la cura. ¿Qué podemos decir al
respecto los analistas que nos encontramos hoy trabajando en dispositivos asistenciales? ¿Dejamos de ser psicoanalistas por
albergar la gratuidad de estos tratamientos? Freud expresa claramente que un analista debe cobrar. Es más, dice que debe cobrar
caro para que el paciente le otorgue un valor preciado a la cura. Pero ésa no es la única manera de poner en marcha un análisis.
En nuestro trabajo en los distintos contextos, los analistas en la actualidad, hemos desarrollado diferentes modos de operar con la
trasferencia y esos modos, pese a contemplar la gratuidad respecto del dinero, se rigen por la política freudiana y toman los
aportes de Lacan al respecto. Intentaremos transmitir cómo en el caso del Servicio de Atención a Adultos de Avellaneda[2], los
analistas ofertamos escuchar a aquellos postulantes que demandan tratamiento. Sin cobrar, sin cobrar dinero y maniobrando con
el tiempo, enunciando de entrada que hay un límite aunque no se fije de antemano cuál será.

Comencemos por repensar: ¿Cómo se presenta un sujeto al solicitar tratamiento? ¿Qué dice de sí mismo y de por qué viene
a consultar? Intentaremos exponer aquí algunas reflexiones sobre los particulares modos de presentación que exhiben los
consultantes en el Servicio de Avellaneda. Reflexionaremos acerca de las coordenadas del motivo de consulta y el modo en que
un sujeto habla de sí mismo en el inicio; cómo se presenta. Veremos que estas coordenadas son leídas por el psicoanálisis a luz
de la subjetividad que las exhibe, tomando en cuenta las particularidades del sujeto que solicita tratamiento, recibiéndolo con la
única premisa de ofertarle escucha.

El Servicio de Avellaneda
Antes de ir a las viñetas clínicas que nos servirán de rúbrica, es necesario que demos una vuelta por el dispositivo
institucional que fue adoptado por los profesionales del área psicológica, en los hospitales y otras instituciones, pero que proviene
del discurso médico y el jurídico-admistrativo: “la admisión”; que conduce por un lado a la apertura de la historia clínica y por el
otro al diagnóstico de quien consulta. En nuestro Servicio “Clínica de adultos de la Facultad de Psicología”, integrado por
psicoanalistas de orientación lacaniana, pertenecientes a la Cátedra de Adultos I del Profesor Lombardi (Facultad de Psicología,
UBA), hemos decidido llamar al primer encuentro con el postulante a tratamiento “entrevista de recepción”.

¿Por qué recepción y no admisión? Porque el analista que realiza esta primera entrevista es quien recepciona al postulante,
es quien lo recibe y le informa sobre el funcionamiento del Servicio. Se explica allí que las entrevistas son individuales, de
frecuencia semanal, que hay un tiempo limitado para trabajar con el analista y que el tratamiento es gratuito. Este “analista
receptor” es quien deriva al consultante con quien será el “analista tratante” (profesional que estará a cargo del tratamiento),
siendo este último quien acepta - aloja (o no) la demanda del paciente, ya que –como refiere Lacan- el analista se autoriza de sí
mismo. Queda pues, del lado del analista tratante avalar o no la demanda del sujeto. Esto hace a la ética del psicoanálisis ya que
la condición de posibilidad de un análisis se plantea por el deseo del analista.

Como dijimos, este espacio de recepción tiene también por finalidad la apertura de la historia clínica donde se toma nota de
datos que apuntan a lo administrativo, pero a esto se le suma que el oyente le cede la palabra a quien consulta y por medio de
una o varias entrevistas evalúa si el Servicio está en condiciones de alojar dicha demanda. Hay que tener en cuenta que los
consultorios y aulas donde se atiende a los pacientes funcionan en la sede del Ciclo Básico Común de Avellaneda, esto implica
que no contamos con un equipo de urgencias psiquiátricas, guardias, o internación.

Evaluar si el Servicio está en condiciones de prestar el tratamiento adecuado al consultante es una tarea que requiere
hacerse en un tiempo breve, pero que no deber ser confundido con el apuro. Queremos poner el acento en el oyente que está a
cargo de la entrevista de recepción, en su posición que lo diferencia de otros agentes de la salud mental. No es un administrativo,
él tendrá la posibilidad -a través de su escucha- de intervenir de manera tal que en algunos casos aparezca algo novedoso para el
sujeto.

Por último, este espacio no tiene por objetivo el diagnóstico del postulante, ya que pensamos que en la clínica psicoanalítica
nos encontramos con lo que hemos llamado “proceso diagnóstico”[3] y que resumimos diciendo que se trata de la puesta en forma
del síntoma en un vínculo transferencial, que supone una experiencia del inconsciente.

Viñetas clínicas
El analista cede la palabra a quien consulta y lo invita a hablar para que cuente qué causó su pedido de tratamiento, pero no
todos los postulantes pueden responder a esa invitación de manera directa. Es el caso de Emanuel, de 43 años, quien trae sus
notas y las lee durante la sesión. Leerle al analista los escritos que produjo durante la semana, es su modo de hablar. Así cuenta

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sus cosas, como por ejemplo, que se le declaró esquizofrenia a los 20 años cuando estaba haciendo la instrucción en la colimba,
época de la guerra de las Malvinas[4]. No llegó a ir a la guerra, estaba haciendo maniobras. Antes de la enfermedad estudiaba
Administración de empresas, carrera que abandona a partir de ese momento. Emanuel lee: “Reparto volantes, doy clases de
matemáticas y contabilidad, por el momento no tengo alumnos”. Describe a su enfermedad de la siguiente forma: “Mi enfermedad
es la angustia y no me deja respirar”. Concurre asiduamente a una iglesia: “Oramos y escuchamos al padre carismático, esto me
hace muy bien. Yo interpreto la biblia”. Luego le dirige una pregunta a la analista: “¿Ud. es sobrina del obispo?” (la analista y el
obispo tienen el mismo apellido). La analista responde que no.

En su discurso se repite “estoy pegado”, “pegado a mis padres”, lo dice en cuanto a no poder salir sin la compañía de estos y
estar pendiente de ellos, también dice que tiene miedo a que les pase algo. Tiene el proyecto de dar clases pero ahora no está en
condiciones, entonces comenzó a salir a caminar ligero, y a correr en la terraza. Se siente molesto por no poder salir afuera y no
poder “frontonear”. La analista le pregunta: “¿Frontonear?”. Emanuel le repite: “Frontonear”.

En una oportunidad en que su padre fue internado, lee del cuaderno: “Me tuvo al maltraer, miedo a que se muera”... “me
agarra la angustia a la tarde, a las 5 o 6 de la tarde.”

Relata -siempre leyendo-: “Quedé golpeado en el noviazgo del ´95: éramos dos chiquilines, ella me celaba y yo tenía ganas
de fornicar”… “En 1994 me dieron la pensión…”. “¿Es bueno tener un afecto?”. La analista interviene: “Ud. dice que salió
golpeado”. Emanuel dice: “Si y no”… “Soñé con una chica que era amiga del barrio. Le mandaba una postal y ella me lo
agradecía. Yo la llamé en el 2001”. “Yo tengo la religión enclaustrada. Me hace bien ir a misa… no estoy bien para tener una
relación. ¿Yo no corte el cordón umbilical con mi padre?”. Emanuel continúa: “Ahora estoy preocupado por mi viejo ¿Ve como
estoy? Dependiente. ¿Puedo ir al baño? ¿No se enoja que me quiera ir?”, la analista le dice que puede ir.

Cuando regresa sigue leyendo: “mi madre da clases de yoga en el plan trabajar- voy martes y jueves, yoga me relaja”, sigue
“yo no le puedo pagar, cuando tenga un alumno…”. Y luego: “los milicos me han matado me hicieron bolsa”. Mira a la analista y le
dice: “¿me puede dar su teléfono?”. La analista asiente y él contesta: “ahora salgo mejor”. Emanuel le dice a la analista que ya no
tiene más que decirle, se levanta y da por terminada la entrevista.

¿Qué podemos ubicar en esta primera entrevista? Nos encontramos con Emanuel y su particular forma de contar su
sufrimiento por medio de la lectura de notas que escribe en un cuaderno. Leyendo lo que ha escrito a la analista encuentra su
forma de testimoniar lo que padece.

Emanuel lee frases sueltas, fragmentos de su historia, frases que interrumpe y en el discurso deshilachado aparece la palabra
“frontonear”, que no puede definir. Esta palabra -que volverá a aparecer durante el tratamiento- tiene una densidad, un carácter
neológico, que da cuenta de la inercia dialéctica de la estructura psicótica.

“…el neologismo es un término tal, que no se puede sustituir por ningún otro… significante extraído de lo simbólico, sin valor
semántico, sin significación. Es un significante que a pesar de conservar en muchos casos un aspecto de corrección formal,
sintácticamente bien situado, sin embargo tiene un peso de ruptura de la significación que permite ilustrar muy bien lo que Lacan
llamaba significante en lo real”. (LOMBARDI, 1999, 63).

Esta forma de decir de Emanuel evidencia que el psicótico es un mártir del inconsciente en el sentido de ser testigo abierto
del inconsciente; a diferencia del neurótico que también es un testigo de la existencia del inconsciente, pero su testimonio es
encubierto, hay que descifrarlo.

¿Cuál es el motivo de la consulta de Emanuel? Ubicamos como motivo de consulta la aparición del miedo y la angustia a
partir del momento en que su padre fue internado. “Miedo a que se muera”. Emanuel dice que lo tuvo “a maltraer”, debemos
escucharlo literalmente: lo trae mal.

¿Qué demanda? No pide que se lo cure de su enfermedad “la esquizofrenia” parece saber bien de qué se trata: “mi
enfermedad es la angustia y no me deja respirar”, “estoy pegado”, “pegado a mis padres”.

La tesis de Lacan es que el psicótico no está fuera de lenguaje pero sí fuera de discurso y es en El Seminario 11 con las
operaciones de causación del sujeto (alienación y separación) que va a dar cuenta de la diferencia entre un neurótico y un

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psicótico. La inscripción en un discurso supone la operación de separación, quedando la psicosis en el campo de la alienación.

¿En qué momento surge la enfermedad? Emanuel ubica el desencadenamiento de su enfermedad en el momento en que
estaba haciendo maniobras en la Colimba (Servicio Militar Obligatorio) y lo sitúa además, en un momento histórico del país: la
guerra de las Malvinas. Lo internan y a partir de allí hizo siempre tratamientos con psiquiatras y psicólogos. Dice: “los milicos me
han matado, me hicieron bolsa”. Podemos inferir que este llamado a ir a la guerra, mientras estaba haciendo maniobras, fue la
“coyuntura dramática” que dio comienzo a la enfermedad. Lacan ubica:

“…para que la psicosis se desencadene, es necesario que el Nombre del Padre, verworfen, forcluido, es decir sin haber
llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto” (LACAN, 1955-56, 558).

El desencadenamiento de la enfermedad es el momento de ausencia radical del significante, momento del encuentro con el
agujero, forclusivo en el Otro. Esta ausencia de respuesta en lo simbólico implica que no hay allí significante al cual recurrir.

En esta entrevista Emanuel pide permiso para ir al baño (para irse) y al ser aceptado su pedido, pregunta: “¿no se enoja que
me quiera ir?”. De ese modo, se pone en juego algo que lo atañe: la posibilidad de irse y poder volver sin que el otro se enoje.

Por último, Emanuel dice: “yo no le puedo pagar. Cuando tenga un alumno...” se interrumpe la frase. Dice que no puede pagar
y de esta forma introduce la cuestión del pago aun sabiendo que el Servicio es gratuito, es algo a tener en cuenta. Si bien no
contamos con suficientes datos para ubicar por qué no puede pagar, vale la pena hacerle lugar a la pregunta acerca de si estaría
dispuesto a pagar en caso de recibir un alumno. Al parecer, el pago queda enlazado al progreso de su independencia económica.

Otro ejemplo es el de María, quien llega al primer encuentro con el analista tratante una hora más tarde de lo pactado. Como
no refiere nada al respecto, la analista indaga por el horario. Responde como si nada "sí, ese era el horario correcto, pero no
llegué". Cuenta que consulta por un duelo detenido: pronto se cumplirá un año desde la muerte de Santiago, su pareja, y ella
nunca lo pudo llorar.

A la segunda sesión, falta. No avisa. Al retomar dirá que se le complicó el horario y no llegó, así, sin más. Cuenta que es
vendedora ambulante, vende por la calle lo que va consiguiendo. Dice que está bueno trabajar de manera independiente, que le
gusta, que se da maña. Cuando se le pregunta un poco más sobre su trabajo, se molesta y da una versión en la que ese mismo
trabajo no le alcanza para vivir, es inseguro porque es en la calle, ella quisiera poder hacer otra cosa. De su casa dice que alquila
una pieza en una pensión, la comparte con su hija y con sus nietos a quienes describe como adorables, pero se queja por el
tiempo que pierde cuidándolos. Convivir es una buena opción para compartir gastos, pero María no tiene espacio propio.

El comienzo de este tratamiento se ve interrumpido permanentemente por las intermitentes ausencias de la paciente quien en
ningún momento se aviene a la regularidad ni a avisar, así como tampoco a explicar cuando retoma, la razón de su ausencia.
Cuando se le señala que las reiteradas faltas ponen en riesgo la continuidad del tratamiento, simplemente asiente. Pasan algunas
sesiones en las que María describe cómo se divertía con Santiago, las cosas que compartían, lo felices que eran, siempre
hablaban. Cuando el relato la arrima al momento de la muerte, ella se angustia y repite que las cosas nunca le quedaron claras,
que no se entiende… Se le pregunta qué es lo que no se aclara. María dice que Santiago tomaba alcohol y era diabético, que no
se cuidaba, que siempre estaba deprimido y que en esos momentos se emborrachaba. Se iba de la casa, no volvía por dos o tres
días, luego regresaba y todo seguía “como si nada”. Tenían un pacto tácito e implícito en el que Santiago no bebía frente a ella ni
en la casa.

Algunas semanas más tarde, aún no pudiendo sancionar del todo el inicio del tratamiento, la analista apuesta a operar un
cambio apuntando a la repetición en transferencia: María llega dos horas más tarde y encuentra a la analista, retirándose del
consultorio. “No te vayas que vine”, le dice apresurando el paso. La analista responde que es tarde y que la espera la semana
próxima en su horario. A la semana siguiente, María dice que llamó a su hija para organizarse con el cuidado de los niños en el
horario de la sesión, le dice también que necesita su espacio y comienzan a charlar la posibilidad de mudarse a un lugar más
grande.

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“No puedo seguir faltando”, cuenta que le dijo a su hija. La analista interviene diciendo que no se puede seguir haciendo como
si nada. A partir de ese momento, se relanza la apuesta por el trabajo analítico, subrayando las reglas que son condición en el
Servicio de Avellaneda, las cuales tienen por fundamento que el sujeto trabaje.

Algo de lo lo gratuito del goce repetido y repetitivo se ve en jaque por la maniobra de la analista respecto del tiempo: hay un
corte, un horario, un límite que ordena y que no da lo mismo. De ese modo, la analista sale de la serie por no hacer de cuenta que
no pasa nada, no contribuye, no alimenta la repetición en transferencia de aquello mismo que ha truncado el trabajo del duelo y
que hoy amenaza con obstaculizar el trabajo de la cura.

Rita Mantegazza
ritamantegazza@hotmail.com
Silvana Castro Tolosa
silvanacastrotolosa@nadieduerma.com.ar

Bibliografía
-Freud, S. (1912). “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. En Obras Completas, Vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1991.
-Freud, S. (1913). “Sobre la iniciación al tratamiento”. En Obras Completas, Vol. XII. Buenos Aires: Amorrortu, 1991.
-Freud, S. (1919 [1918]). “Nuevos caminos de la terapia analítica”. En Obras Completas, Vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu, 1991.
-Lacan, J. (1960-1961). El Seminario. Libro 8. La Transferencia, Paidós, Buenos Aires, 2004.
-Lacan, J. (1958). “La dirección de la cura y los principios de su poder”. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI, 2008.
-Lacan, J. (1964-1965). El Seminario. Libro 11. Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2005.
-Lombardi, G. (1999). La clínica del psicoanálisis. Libro 3. Las psicosis. Buenos Aires: Atuel, 1999.
-Soler, C. (2004). El inconsciente a cielo abierto de la Psicosis. Buenos Aires: JVE, 2004.

[1] Rita Mantegazza es psicoanalista, Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata y de la Escuela
Internacional de Psicoanálisis de los Foros del Campo Lacaniano, docente e investigadora en la Cátedra de Clínica de Adultos 1 de la Facultad de
Psicología, UBA, Integrante del Servicio de atención de Adultos de Avellaneda desde 2003.

Silvana Castro Tolosa es psicoanalista, miembro del Foro Analítico del Río de la Plata, docente e investigadora en la cátedra de Clínica de Adultos I de la
Facultad de Psicología, UBA. Integra el Servicio de atención a Adultos de Avellaneda desde el año 2009.

[2] El Servicio de Avellaneda pertenece a la Cátedra de Adultos I del Prof. Gabriel Lombardi. Es un servicio de atención gratuita, abierto a la comunidad que
funciona en la Sede de Avellaneda del CBC, desde hace ya 11 años.

[3] Investigación UBACYT P043 “La causalidad subjetiva en una situación de urgencia Social. El proceso diagnóstico y los efectos terapéuticos específicos
del Psicoanálisis” Director: Gabriel Lombardi, Facultad de Psicología, UBA, 2004/2007.

[4] La Guerra de las Malvinas o Guerra del Atlántico Sur (en inglés: Falklands War) fue un conflicto bélico entre la República Argentina y el Reino Unido que
tuvo lugar en las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur. La guerra se desarrolló entre el 2 de abril, día del desembarco argentino en las islas, y
el 14 de junio de 1982, fecha del cese de hostilidades entre la Argentina y el Reino Unido de la Gran Bretaña, lo que involucró la reocupación de los tres
archipiélagos por parte del Reino Unido. El origen del conflicto fue el intento por parte de la dictadura argentina de forzar mediante una acción militar la
búsqueda de solución, favorable a sus intereses, en el diferendo sobre la soberanía de estos archipiélagos.

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