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JOSUÉ

SUMARIO: I. El hombre. II. El libro. III. Análisis del libro: 1. Preparación de la conquista: capítulos 1-2; 2.
Penetración al otro lado del Jordán: capítulos 3-5; 3. La conquista de Jericó y de Ay: 6,1-8,27; 4. Desde el altar
sobre el monte Ebal hasta la conquista de toda la tierra: 8,30-12,24; 5. Distribución de la tierra: capítulos 13-
21; 6. Últimas disposiciones de Josué: capítulos 22-24. IV. Aspecto religioso del libro de Josué.

I. EL HOMBRE.
Josué (en he-breo, Yehósua`: Yhwh es salvación) es el gran personaje bíblico con el que está ligada la
conquista hebrea de la tierra de Canaán y del que toma su nombre este libro (=Jos) que la narra. Parece ser que
Josué, hijo de Nun, de la tribu de Efraín, antes de ser elegido por Moisés como su sucesor, se llamaba Hósea`
(= liberación) (Núm 13,8.16; Dt 32,44), nombre que luego hizo teóforo probablemente el mismo Moisés. Josué
se distinguió en la lucha contra Amalec (Ex 17,9-14); acompañó a Moisés al monte de la revelación (Ex 23,13;
32,17); dirigió junto con Caleb la misión de exploración de la tierra de Canaán (Núm 14,6.38); tuvo un papel
decisivo en la superación del desánimo que cundió entre el pueblo después de aquella exploración, y,
finalmente, fue elegido por Dios como representante y luego sucesor de Moisés, por el cual fue investido en su
nueva tarea mediante un rito especial y solemne (Núm 27,15-23). Recibió más tarde la seguridad de que
entraría en la tierra prometida (Dt 1,38), mientras que se vio excluida de ella toda la generación de la
peregrinación por el desierto, con excepción de Caleb. Finalmente, fue testigo de los últimos instantes de la
vida de Moisés, sucediéndole plenamente en la dirección del pueblo por las estepas de Moab, frente a
Jericó: "Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos.
A él obedecieron los israelitas, como lo había ordenado Moisés" (Dt 34,9). Así pues, su misión había sido
largamente preparada por Dios al lado del gran legislador, cuyo espíritu había heredado.
La prudencia, la voluntad, el tesón fueron las dotes naturales que más brillaron en la vida de Josué. Su nuevo
oficio es presentado en la Biblia con acentos exquisitamente religiosos: "Moisés, mi siervo, ha muerto; ahora
comienzas a actuar tú. Pasa el Jordán... Yo estaré contigo como estuve con Moisés; no te dejaré ni te
abandonaré. Sé fuerte y ten ánimo, porque tú deberás dar a este pueblo la posesión de la tierra que a sus padres
juré dar" (Jos 1,2-6). Josué murió a la edad de ciento diez años (como José), tras la epopeya de la conquista y
de la división de la tierra prometida, y fue sepultado en Timná Séraj, en las colinas de Efraín, en el territorio
que le habían asignado los hijos de Israel (Jos 24,29-30). La versión griega de los LXX añade aquí una
observación curiosa: "Junto a él, en la tumba donde lo sepultaron, depositaron los cuchillos de sílex con que
había circuncidado a los israelitas en Guilgal...; todavía están allí". Un testimonio de la admiración que en la
época posterior al destierro la tradición judía demostraba todavía por la persona y la obra de Josué es el largo
pasaje que le dedica el Sirácida: "Josué, hijo de Nun, fue guerrero valiente, sucesor de Moisés en la misión
profética; él fue —según su nombre— grande para la salvación de los elegidos de Dios, para tomar venganza
de sus enemigos y dar posesión a Israel de su heredad. ¡Qué magnífico era al elevar sus manos y al blandir su
espada contra las ciudades!... ¿No se detuvo el sol al extender su mano, y un solo día fue como dos? Invocó al
altísimo y poderoso al presionarle por todas partes sus enemigos, y el Señor, que es grande, lo escuchó,
haciendo llover piedras de granizo de gran potencia..." (Si 46,1-5).
Hasta aquí las noticias biográficas sacadas de la Biblia, pero de las cuales sólo es posible verificar el
ambiente general, e incluso esto parcialmente, sin que se pueda esperar otra cosa. Todas las noticias
encuentran un encuadramiento histórico general plausible, si se piensa —según la sentencia hoy más común—
que el establecimiento en Palestina tuvo lugar por los años 1250-1225.

II. EL LIBRO.
Desde el punto de vista literario, hasta hace pocos años (por el 1945) los críticos preferían ver en Jos el libro
sexto de un ideal "Hexateuco": señalaban en él las mismas fuentes literarias del / Pentateuco (es decir, las
fuentes yahvista, elohísta, sacerdotal, deuteronomista), movidos sobre todo por la idea de que Jos representaba
el cumplimiento de la promesa tan destacada en los cinco libros anteriores. Además, parecía impensable que el
Pentateuco terminase con la conquista de las regiones de Trasjordania, sin decir una sola palabra de la
conquista, mucho más importante y significativa, de Cisjordania.
Pero en 1945 apareció un estudio de M. Noth que llamó la atención de todos los autores y los puso ante una
perspectiva muy distinta: todos los que acostumbramos llamar "libros históricos " de la Biblia, y que en el canon
hebreo son llamados más bien los "profetas anteriores", son elementos individuales de una gran obra de
recopilación, que en su redacción definitiva podemos considerar (desde el punto de vista literario) como una
"obra historiográfica deuteronomista"; esta obra comienza en el libro de Jos y sigue hasta el segundo libro de
los Reyes. La obra del deuteronomista es un trabajo de ordenación y de conservación de materiales diversos, a
veces paralelos, a veces contradictorios, dispuestos según un plan dotado de una índole orgánica sustancial
aceptable.
Es inútil preguntarse si la obra que nos ocupa se debe a una sola persona; se trata del trabajo de una escuela,
que actuó durante el período del destierro e inmediatamente después. Ésta es, por tanto, la ubicación
cronológica de Jos.
Desde el punto de vista de la autenticidad histórica, la cuestión consiste ante todo en ver si las diversas
narraciones corresponden o no a la tradición que tenía delante de sí el deuteronomista; en este sentido (de
enorme interés para todos los autores) cada vez se acepta con mayor convicción que el deuteronomista no hizo
opciones arbitrarias ni introdujo distorsiones de ningún tipo. Por otra parte, se trata de un material que un
historiador tiene que manejar con atención y con mucho respeto, incluso en el aspecto histórico, evitando
racionalizar a toda costa todo lo que el editor no quiso especificar ulteriormente o bien escribió inspirándose en
su fe. Desde que se han perfeccionado los medios de la investigación exegética, tenemos la posibilidad de
insertar la narración de la conquista en el cuadro topográfico, geográfico y político de la historia general, y esto
es ya algo positivo. Sin embargo, no podemos llegar a determinar con precisión el tiempo, la sucesión y la
fecha de cada uno de los sucesos.
Hay una cierta generalización seguida por los redactores; aunque no da motivo para negar cada uno de los
sucesos, nos avisa de hasta qué punto el marco de conjunto es inadecuado para expresar la cualidad específica
de cada suceso. Esto se verifica cuando el colorido épico sirve de base a un formulario enfático y a unas cifras
exageradas; cuando se acentúa preferentemente lo maravilloso, de forma que resulta a veces laborioso
comprender cómo se desarrollaron concretamente los hechos. Cuando leemos desde el principio las palabras:
"Vuestro territorio abarcará desde el desierto y el Líbano hasta el gran río, el Éufrates, y por el oeste, hasta el
mar Mediterráneo" (Jos 1,4), no se puede menos de recordar las palabras de san Jerónimo: "Haec tibi promissa,
non tradita" ("Estas cosas se te prometieron, pero no se te dieron": PL 22,1105). Al final de la vida de Josué se
dice: "La tierra que queda por conquistar es mucha" (Jos 13,1); por tanto, es importante corregir la impresión
que se deriva de una primera lectura del libro y que fue la causa del escepticismo tan difundido en los pasados
años, pero que ahora finalmente ha vuelto a entrar en unos límites racionales.

III. ANÁLISIS DEL LIBRO.


1. PREPARACIÓN DE LA CONQUISTA: CAPÍTULOS 1-2. Preparativos inmediatos para la penetración en
el país de Canaán: Josué, investido de la autoridad de jefe, recibe órdenes de Dios y comunica al pueblo la
decisión de atravesar el Jordán; da las disposiciones debidas para la marcha, y el pueblo le presta juramento de
absoluta fidelidad; decide enviar espías a la ciudad de Jericó, donde se encuentran con la prostituta Rajab y
trazan con ella planes para el futuro.
2. PENETRACIÓN AL OTRO LADO DEL JORDÁN: CAPÍTULOS 3-5. Resulta singular el rito de
aproximación al río: abren paso los sacerdotes llevando el arca; apenas tocan el agua sus pies, el río se detiene;
los sacerdotes se paran en mitad del Jordán hasta que pasa todo el pueblo; cuando, finalmente, los sacerdotes
ponen también el pie en la tierra de Canaán, el río reanuda su curso normal. Entretanto, Josué había ordenado
que doce hombres, uno por cada tribu, tomasen cada uno una piedra para erigir luego un monumento en el
lugar de la primera reunión: Guilgal; parece ser que se erigieron otras doce piedras como monumento en medio
del cauce del río, en el lugar donde se habían detenido los sacerdotes con el arca. Toda esta narración
representa la famosa cruz interpretum de nuestro libro, ya que son muchas las cosas que no se comprenden.
Hay una cosa cierta: el redactor quiso elevar la entrada en la / tierra por encima incluso del maravilloso
éxodo de Egipto, sacando de las tradiciones cualquier dato que creyó interesante para su objetivo.
Grandiosa epopeya, a la que faltan todavía dos actos para que sea completa: la circuncisión de todo el pueblo
(testimonio de la realización de la promesa a Abrahán: Gén 17,25-27) y la celebración solemnísima de la
pascua, dado que el período en que los israelitas llegaron a la tierra prometida (el día décimo del mes de Nisán,
marzo-abril) correspondía a la fecha de la pascua. Así pues, primero la circuncisión y luego la pascua (5,2-11),
que celebraron por primera vez con los frutos de la tierra prometida. Estos sucesos extraordinarios —que
escapan también a un examen literario serio— deben juzgarse más con la medida de la fe y de la reflexión
religiosa posterior que con el ojo severo del historiador, aunque sería demasiado simplista e injusto eliminarlos
como no históricos. Otro suceso que se olvida con frecuencia, pero profundamente arraigado en el ánimo y en
la historia hebrea, está íntimamente relacionado con estos días de la llegada a la tierra prometida y que
preceden al comienzo de la conquista: la aparición del "jefe del ejército del Señor" (5,13-15).
3. LA CONQUISTA DE JERICÓ Y DE AY: 6,1-8,27. Comienza la conquista de la tierra prometida, pero el
procedimiento narrativo sigue siendo el que hemos visto hasta ahora, es decir, la relación de unas guerras muy
originales. La caída de Jericó se narra con gran abundancia de detalles. La exploración de los espías había
servido de preparación; ahora se narra la táctica de ataque y destrucción.
Una procesión compuesta de siete sacerdotes con siete trompetas; otros sacerdotes llevan el arca de la
alianza, y el ejército de Israel tiene la orden de dar cada día seis vueltas en silencio en torno a las murallas de la
ciudad. El séptimo día las vueltas son siete. En un momento determinado (al sonido de un cuerno de carnero) la
procesión se detiene y todo el pueblo se pone a dar gritos fuertes; las murallas de Jericó se derrumban por sí
solas; se concede sólo un momento para cumplir la promesa hecha por los espías a la prostituta Rajab y a su
familia (6,1-23). Luego tiene lugar la destrucción total de Jericó. Siguen el caso ejemplar de Acán (c. 7) —para
demostrar cómo hay que respetar la ley del exterminio (o entredicho)— y la conquista de la ciudad de Ay, ya
plenamente enclavada en tierras de Canaán (8,1-27).
4. DESDE EL ALTAR EN EL MONTE EBAL HASTA LA CONQUISTA DE TODA LA TIERRA: 8,30-12,24.
Queda así abierta la puerta hacia el centro de Palestina para ejecutar lo que había ordenado Moisés: "Cuando
hayáis pasado el Jordán, levantaréis estas piedras sobre el monte Ebal... Alzarás allí al Señor, tu Dios, un altar
de piedras que no hayan sido labradas..." (Dt 27,4ss). Israel fue conducido al valle de Siquén, subió al monte
Ebal y aquí Josué escribió la ley ("Sobre las piedras escribirás con caracteres bien claros todas las palabras de
esta ley": Dt 27,8). Después de ofrecer sacrificios sobre el monte, bajaron al valle entre los dos montes, Garizín
por una parte y Ebal por otra: Josué leyó la ley y el pueblo se comprometió a observarla [/ Ley/ Derecho II, 2],
consciente de las bendiciones y de las maldiciones que suponía la observancia o la no observancia de la misma
(Jos 8,30-35). Como no está claro que la región de Siquén hubiera sido ya ocupada por los israelitas,
independientemente de las diversas hipótesis que se han formulado, es muy oportuno recordar lo que dijimos
antes [/ supra II] sobre el modo de escribir la historia de la conquista.
Los conquistadores establecen una alianza con los gabaonitas: "Desde aquel día Josué los destinó a cortar
leña y a llevar el agua, hasta el día de hoy, para toda la comunidad y para el altar del Señor en el lugar que el
Señor eligiera" (9,26); más tarde tiene lugar la célebre batalla de Gabaón, localidad en la que se habían llegado
a reunir cinco reyes "amorreos", es decir, cananeos. Fue en aquella ocasión, ciertamente memorable, cuando se
habría acuñado la célebre expresión de Josué: "Sol, detente sobre Gabaón, y tú, luna, sobre el valle de
Ayalón..." (10,12-13). Para la explicación de este suceso se han ofrecido varias soluciones, pero cada una
suscita más problemas de los que resuelve. La postura más razonable es aceptar esta narración en su
presentación milagrosa. Tras esta victoriosa batalla los israelitas se ponen a perseguir a los derrotados y
conquistan todo el sector meridional de Palestina: "Josué se apoderó de todos estos reyes y de sus territorios en
una sola expedición... Después Josué y todos los israelitas volvieron al campamento de Guilgal" (10,42-43).
Respondiendo a una coalición de reyes del norte, Israel, bajo la dirección de Josué, conquista en la batalla de
Merón todo el sector septentrional de Palestina (11,1-20); "Josué conquistó toda la tierra, como el Señor le
había dicho a Moisés, y la repartió eI: heredad entre las tribus de Israel. Y el país gozó de paz" (11,23). Viene a
continuación la lista de los reyes vencidos (12,1-24). El material que contienen los anteriores capítulos ofrece
tema abundante de discusión, tanto a los historiadores como a los aficionados a la topografía y a la onomástica
de Palestina, pero también a las críticas textual y literaria.
5. DISTRIBUCIÓN DE LA TIERRA: CAPÍTULOS 13-21. Josué se ha hecho viejo, "la tierra que queda por
conquistar es mucha... Ahora reparte por suerte esta tierra a los israelitas, como yo te he ordenado" (13,1.6). La
primera distribución tiene lugar en Guilgal. En primer lugar se recuerda la distribución de la Trasjordania,
realizada ya por Moisés: la región había quedado subdividida entre las tribus de Rubén, de Gad y la mitad de la
numerosa tribu de Manasés (13,8-14). Luego Josué, el sumo sacerdote Eleazar y los jefes de tribu proceden a la
asignación de las diversas regiones a las restantes tribus sobre la base de dos principios: sacar a suertes, pero, al
hacer el sorteo, tener también en cuenta la entidad de la tribu que habría de ocupar una región determinada.
Puesto que era bastante difícil que coincidieran los dos principios, es probable que la comisión eligiera un
distrito sin delimitar bien sus fronteras y que luego, tras la elección de la tribu, se asignasen en conformidad
con ella los límites del territorio (cc. 14-19). La única tribu excluida del reparto del territorio conquistado fue la
de Leví: "Moisés no dio heredad alguna a la tribu de Leví, porque el Señor, Dios de Israel, es su heredad, según
él les había dicho" (13,33; 13,14).
Las últimas distribuciones se refieren a dos instituciones singulares en todo el antiguo Oriente. En primer
lugar, las ciudades levíticas para los miembros de la tribu de Leví. Siguiendo las disposiciones de Núm 35,1-
87, había que asignarles algunas ciudades en las que pudiesen vivir, dentro del territorio de varias tribus; aquí
(Jos 21) se señalan estas ciudades, distribuidas según las tres gran-des ramas de la tribu de Leví (cf Ex 6,16-18
y Núm 3,1-39). Todavía es más original socialmente la institución de las ciudades refugio, que protegían a los
homicidas preterintencionales del vengador de la sangre, es decir, de aquel que según la ley del talión tenía la
obligación de hacer justicia sumaria vengando al muerto [/ Ley/ Derecho VI]. El libro tiene un final triunfante,
en consonancia con todo lo anterior: "El Señor dio a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres. Se
posesionaron de ella y vivieron en ella... Ninguna de las promesas que el Señor había hecho a la casa de Israel
cayó en el vacío; todas se cumplieron" (21,43-45).
6. ULTIMAS DISPOSICIONES DE JOSUÉ: CAPÍTULOS 22-24. Con menos propiedad, estos últimos
capítulos son llamados también "apéndices". En efecto, tanto la narración como el estilo y la finalidad que
pretenden demuestran que se trata de una parte integrante de la obra.
 Josué despide a las tribus de Trasjordania después de haber elogiado su comportamiento en la tierra
conquistada; ellas, al partir de Cisjordania, erigen un altar a orillas del Jordán; las otras tribus interpretan este
hecho como una amenaza a la unidad (c. 22).
 Josué da al pueblo sus últimas recomendaciones (c. 23) y, en una gran asamblea, reunión ideal de
todas las tribus, se le repiten todos los puntos importantes de la historia anterior —desde Abrahán hasta toda la
conquista— y se renueva la alianza en el valle de Siquén (c. 24): el pueblo reconoce la realización de las
promesas por parte de Dios y promete fidelidad a la ley: "Aquel día Josué hizo un pacto con el pueblo, le
impuso leyes y preceptos en Siquén" (24,25).

III. ASPECTO RELIGIOSO DEL LIBRO DE JOSUÉ.


El mensaje de esperanza que la escuela deuteronomista supo recoger de las antiguas tradiciones y exponer a
los desterrados está en la raíz de esta epopeya de la conquista, de forma que es posible trazar una
reconstrucción de la nación en el pequeño fragmento que es el territorio de la tribu de Judá. Pero como el punto
de apoyo de esta esperanza era, por una parte, el retorno a la propia conciencia de deportados por motivos
eminentemente religiosos y, por otra, la profunda fe de los padres en el Dios de la alianza, el carácter religioso
es el que domina todo el libro. Las etapas principales están marcadas por intervenciones divinas: todo está
organizado en torno a los cuatro grandes acontecimientos religiosos: la primera pascua en Palestina, la
circuncisión (sello de la alianza), la relectura de la ley en el monte Ebal y la explícita renovación de la alianza
en la asamblea de Siquén.
El libro nos presenta unos sucesos dotados de un significado que llega profundamente al ánimo del lector
atento, como el paso del Jordán, la función del arca (emblema de Israel), la caída de Jericó. La tierra y su
conquista se consideran bajo una perspectiva que podemos calificar de "mesiánica" (cf Sal 105-106). El paso
del Jordán se pone en paralelo con el tránsito del mar Rojo; también el maná cesa cuando se saborean los frutos
de la tierra (5,12). Orígenes observaba que el apóstol (lCor 10,1) habría podido escribir también así: "Nuestros
padres pasaron todos el Jordán y todos fueron bautizados en Josué en el espíritu y en el río" (PG 12,847).
De forma viva y casi dramática se vislumbra en Jos el régimen de la alianza entre Dios e Israel. El que da el
país a Israel es su Dios; es él el que combate a su lado y el que le guía en todos sus pasos; el pueblo tiene que
responder observando las leyes de la alianza (1,8). Por eso el período de la conquista será considerado como un
tiempo de religiosa fidelidad (Os 2,14-17; Jer 2,2). La solidaridad del pueblo, la responsabilidad del jefe y su
obligación de estar en contacto continuo con Dios son objeto de especial insistencia.
El nombre de Jesús, que en hebreo es idéntico al de Josué, no es el único motivo de paralelismo entre los dos;
baste recordar el paso del Jordán, la circuncisión del corazón, la nueva pascua, la verdadera tierra prometida, la
lucha espiritual por cada conquista, la nueva alianza.
JUECES

SUMARIO: I. ¿Quiénes son los jueces? II. El libro: 1. Argumento general; 2. Análisis: a) Las
introducciones (1,1-3,6), b) Historia episódica de los jueces (3,7-16,31), c) Los apéndices (cc. 17-21). III. La
clave teológica de la obra: 1. El pecado; 2. El castigo; 3. El arrepentimiento; 4. La liberación. IV. El libro de
los Jueces y la historia: 1. Época de los jueces; 2. La tesis del libro.

I. ¿QUIÉNES SON LOS JUECES?


El título del segundo libro histórico del AT después de Jos —o, según el canon hebreo, del segundo de los
llamados "profetas anteriores"— se deriva del apelativo sopetim ("jueces"), apelativo que engloba a los
diversos personajes cuyas gestas se mencionan.
El término "juez" tiene un significado particular; en nuestro libro (= Jue) designa a una persona escogida
por Dios, dotada de un particular carisma y temperamento, llena de espíritu divino para una acción salvífica
concreta, es decir, la liberación de los enemigos. Después de la victoria, cada uno de los jueces gozaba de
cierta veneración en el terreno religioso, suscitando en el pueblo una mayor fidelidad a la alianza. La autoridad
del juez no tenía ningún carácter regio: no daba leyes ni imponía tributos, su cargo era temporal, no se
transmitía a sus sucesores ni se confería mediante una elección popular. Los jueces administraron ciertamente
justicia en el sentido habitual de esta expresión, pero éste era un aspecto secundario de su oficio; la misma raíz
hebrea safat, de donde se deriva el término "juez", tiene un significado más bien práctico que teórico:
"establecer" el derecho más bien que "decir" el derecho; de forma que sería más exacto hablar en este caso
de "salvadores" (Jue 2,16; 3,9.15; etc.). Regularmente la "judicatura" no se extendía más allá de los confines de
una sola tribu; solamente Elí y Samuel gozaron de una autoridad más amplia; pero, a diferencia de los demás
jueces, éstos no fueron guerreros ni jefes de ejército, y de ellos se habla en lSam. Las hazañas de los jueces,
normalmente victoriosas, eran de breve duración; no se registran hechos bélicos de largo alcance ni conquistas
de carácter notable; sus acciones eran de tipo defensivo y se diferenciaban —aunque sin eliminarlos— del
sentimiento de inquietud y del individualismo propios de aquella época.

II. EL LIBRO.
Jue es la historia, sobre todo religiosa, que va desde la muerte de / Josué hasta el establecimiento de la
monarquía en Israel; efectivamente, con Jue enlazan unidos en ciertos aspectos los capítulos 1-12 de ISam, que
tratan de Elí y de Samuel.
1. ARGUMENTO GENERAL. La obra ofrece un florilegio esquemático, no ya una narración ligada y
continua. Es una historia pragmática, con la que el autor-redactor quiere ilustrar el concepto fundamental de la
justicia divina para con el pueblo de la alianza; por medio de los vecinos hostiles, Dios castiga a Israel cada vez
que se muestra infiel. Con esta finalidad el autor escoge seis cuadros, en los que se detiene unos momentos con
desigual selección de episodios (son los casos de los llamados `jueces mayores"), y otros seis cuadros más
breves, de los que sólo se trazan las líneas generales sin ningún detalle particular (son las historias de los
"jueces menores"). Tenemos de este modo una serie de doce jueces, número correspondiente a las doce tribus.
Como se verá mejor a continuación, el libro es ante todo una lección, el resultado de un replanteamiento
profético deuteronomista sobre un período histórico que suele situarse entre el año 1225 y el año 1040, poco
más o menos.
2. ANÁLISIS. Resulta espontánea la división del libro en tres partes, más otra introductoria y dos apéndices.
a) Las introducciones (1,1-3,6). Son claramente dos, cada una con su propia peculiaridad. La primera (1,1-
2,5) tiene un carácter histórico-geográfico. Resume la distribución de la ocupación de la tierra de Canaán: en el
sur, las tribus obtuvieron éxitos en la montaña y fracasos en el llano; la tribu de Benjamín no consiguió
conquistar Jerusalén; en el centro, las tribus de Efraín y de Manasés fracasaron en sus ataques contra cinco
metrópolis cananeas (Betsán, Tanac, Dor, Yibleán y Meguido) y contra Guézer; al norte se registraron éxitos
parciales y algunos fracasos, y la pequeña tribu de Dan, cuando llegó a la llanura marítima, no consiguió
instalarse en ella. En conjunto, la situación que se presenta es muy realista, sobre todo si se la compara con
algunas páginas de Jos.
La segunda introducción es de tipo doctrinal (2,11-3,6). Sirve de nexo entre las dos un párrafo de notable
interés (2,1-5), donde el autor anuncia una explicación religiosa de los fracasos y compara el comportamiento
religioso del pueblo bajo Josué con el de la época que aquí le interesa. Es éste precisamente el tema que
desarrolla la segunda introducción: el motivo fundamental de los fracasos se ha de buscar en el
comportamiento de Israel frente a los pueblos vecinos: ha hecho alianza con ellos y ha dado acogida a sus
cultos.
b) Historia episódica de los jueces (3,7-16,31). Los jueces menores son Sangar (3,31), Tolá (10,1-2), Yaír
(10,3-5), Ibsán, Elón, Abdón (12,8-15). Los jueces mayores son Otoniel (3,7-11), Ehud (3,12-30), Débora y
Barac, Gedeón, Jefté y Sansón.
No está muy desarrollada la narración sobre la judicatura de Débora y Barac (4,1-24), a pesar del notable
interés literario y religioso que tiene el cántico de Débora (5,1-31).
Por el contrario, se concede amplio espacio a la narración de la historia de Gedeón (6,1-8,28). Comienza
con una introducción histórico-religiosa (6,1-10) y con una aparición divina, que le revela al interesado su
elección (6,11-24). Inmediatamente después, el elegido destruye un altar pagano que había erigido su padre
(6,25-32); luego dirige una primera guerra de liberación de los vandalismos y de las incursiones de las tribus
vecinas (6,33-7,25). En este contexto se narran los dos prodigios del vellón de lana (6,36-40), la singular
elección de los 300 guerreros (7,1-8) y el sueño del madianita (7,9-14). Se describen a continuación las
diversas venganzas de Gedeón contra los enemigos (8,4-21) y el primer intento de instauración de la
monarquía, rechazado por Gedeón (8,22-28).
Abimelec no fue un juez; pero es objeto de un largo relato (9,1-57), precisamente porque, siendo hijo de
Gedeón, fue el primero en la historia de Israel (según nuestro autor) que intentó convertirse personalmente en
rey.
Es singular y digna de recuerdo la judicatura de Jefté (11,1-12,7). Hijo de una prostituta, es expulsado de
casa y vive con bandoleros, dedicándose a hacer incursiones en territorio enemigo; una tribu se dirige a él para
que los libre de los saqueadores; él acepta con la condición de que vuelvan a integrarlo en su tribu; antes de la
batalla hace voto de sacrificar "al primero que salga de la puerta de mi casa para venir a mi encuentro cuando
vuelva vencedor..." (11,31); así es como sacrificará a su hija (11,34-40).
A la judicatura de Gedeón va unida también la guerra fratricida entre Efraín y Galaad y el episodio de la
pronunciación de la palabra hebrea sibbolet (espiga de trigo), que los efraimitas pronunciaban sibbolet (12,1-
6).
Con especial complacencia el autor-redactor narra la historia del curioso juez Sansón (cc. 13-16). Es de la
tribu de Dan. No recluta hombres, sino que combate personal e individualmente contra los filisteos. Su
nacimiento va precedido de una doble teofanía a sus padres: será nazireo desde el seno materno y Dios le
infundirá su espíritu (c. 13). Se casa con una filistea, y propone sus primeras adivinanzas (14,1-20). Con 300
zorras prende fuego a las mieses de los filisteos (15,1-8). Atado con cuerdas, se desata y organiza una matanza
de filisteos con una quijada de asno (15,9-20). En Gaza cogió las puertas de la ciudad, con los postes y el
cerrojo, se las echó al hombro y se las llevó a la cima de un monte (16,1-3). Una mujer le corta la cabellera
mientras duerme y lo entrega a los filisteos (16,15-20). Encerrado en la cárcel de Gaza, le crecieron los
cabellos; invitado a una fiesta de los filisteos en el templo de su dios Dagón, se agarra a las columnas que
sostenían el edificio, que al derrumbarse los mata a todos, incluido él mismo (16,21-30).
c) Los apéndices (cc. 17-21). El primer apéndice narra el origen del santuario de Dan (cc. 17-18). Se abre
con la historia de Micá, de su ídolo, del 'efod y de los terafim y de su santuario privado (17,1-6); un joven
levita acepta cumplir las funciones de sacerdote en el santuario de Micá (17,7-13); la tribu de Dan se traslada
del sur hasta la ciudad de Lais, en las faldas del monte Hermón (18,1-26); Dan erige precisamente aquí su
propio santuario (18,27-31; cf IRe 12,28ss).
La segunda narra el crimen cometido por los ciudadanos de Guibeá (cc. 19-21). Historia del levita que vivía
en el territorio de la tribu de Efraín (19,1-14); su detención en la ciudad de Guibeá durante la noche y el delito
cometido con su concubina (19,15-28); invitación a todo Israel para que se venguen de aquel delito (19,29-
20,14); guerra contra la tribu culpable (20,15-48); reparación, para que no se extinga una tribu por falta de
mujeres; estratagema para dar mujeres a la tribu culpable, la de Benjamín (21,1-24).

III. LA CLAVE TEOLÓGICA DE LA OBRA.


Un examen atento de Jue pone de manifiesto hasta qué punto las diversas narraciones están impregnadas de
una intencionalidad pragmático-religiosa por parte del autor-recopilador, que encerró sus relatos en la red de
cuatro tiempos característicos.
1. EL PECADO. La primera de las cuatro fases nos presenta al pueblo que se ha alejado con abierta
infidelidad del Dios de la alianza; nos encontramos con tres fórmulas: "Los israelitas hicieron lo que
desagradaba al Señor..." (2,11; 3,7.12; etc.); "adoraron a los baales y abandonaron al Señor" (2,11b-12; 3,7;
10,6; etc.); el pecado de Israel es visto como prostitución y adulterio (2,17; 8,27.33).
EL CASTIGO. Es la reacción divina contra el mal comportamiento del pueblo. El castigo se presenta bajo
un triple aspecto: "Se encendió contra Israel la ira del Señor" (2,14.20; 3,8; 10,7); "el Señor los entregó en
manos de... durante equis años..."(2,14; 3,8.14; etc.); la prosperidad de los pueblos vecinos y sus incursiones
contra Israel se describen como permitidas por Dios para provocar la fidelidad de su pueblo: "por eso el Señor
dejó en paz aquellas naciones, no expulsándolas de momento, ni poniéndolas en manos de..." (2,23); "ellos
sirvieron para probar a Israel, para ver si guardaba los preceptos que el Señor había dado..." (3,4).
3. EL ARREPENTIMIENTO. Bajo el castigo divino, los israelistas se arrepienten y vuelven a su Dios; es la
tercera fase: "Los israelitas clamaron al Señor..." (3,9; 4,3; 6,6; etc.); "el Señor se compadecía de ellos al oírles
gemir bajo sus opresores" (2,18; 10,16).
4. LA LIBERACIÓN. Es la fase final. Dios demuestra su bondad compasiva enviando un "salvador", un
"liberador", un juez. Pero el retorno del pueblo a su Dios es efímero; de aquí el uso corriente de expresiones
como el Señor suscitó un libertador mientras...; el enemigo fue humillado por los israelitas durante...; fue juez
durante...; la tierra etuvo en paz por... años.

IV. EL LIBRO DE LOS JUECES Y LA HISTORIA.


Es un dato comúnmente admitido por los estudiosos que el libro no fue compuesto de una sola vez; lo más
probable es que haya tenido por lo menos dos redacciones. Las razones aducidas para establecer su fecha de
composición en el período del rey Saúl o en el de David no llegan siquiera a los límites de una simple
probabilidad; es probable que hubiera una primera redacción en la época de Ezequías o de Josías (es decir, en
torno al 716-600 a.C.); la redacción definitiva se considera que es obra de la gran escuela deuteronomista (en
los años inmediatamente anteriores al destierro y en los comienzos de éste). (Para la historiografía
deuteronomista, t Josué II.)
1. ÉPOCA DE LOS JUECES. Para determinar el período que se nos describe en el libro no son suficientes
los datos que en él se contienen, sino que es preciso recurrir a otros medios. Desgraciadamente, sin embargo,
no disponemos de elementos suficientes ni en la arqueología ni en las fechas convencionales a propósito del
período que va desde el éxodo de Egipto hasta la época monárquica. Basándonos precisamente en fechas
convencionales es como podemos considerar como razonablemente probable que el período que interesa a Jue
se extiende más o menos entre el 1225 y el 1040, incluyendo también en él las judicaturas de Elí y de Samuel.
Una primera lectura da la impresión de que el autor-redactor anota meticulosamente el período de cada
judicatura, pero un examen más atento revela fácilmente el carácter artificioso de las fechas; cuando un autor
se apoya en ellas, no consigue llegar ni siquiera a resultados verosímiles. Se sitúan convencionalmente la
ascensión de Samuel en el año 1040, y la elección de Saúl como rey de Israel alrededor del año 1030.
La obtención de estas fechas —desde luego, aproximativas— concuerda con el cuadro general que se
deduce de las excavaciones arqueológicas de toda la región.
2. LA TESIS DEL LIBRO. Todo hace pensar que, en la trama de las ideas deuteronomistas que sostiene a
Jue, los redactores-autores fueron colocando una larga serie de documentos escritos y sobre todo de tradiciones
orales que se habían formado tanto en la Palestina septentrional como en la meridional, adaptándolas luego a
las ideas resumidas con frecuencia en el libro y expuestas ampliamente en un texto célebre (10,6-16), que
algunos autores señalan como rasgo correspondiente al pensamiento del profeta Oseas. La tesis fundamental
era especialmente aceptada en el período posterior al destierro: la apostasía es siempre castigada; por ningún
motivo hay que unirse con los vecinos paganos; Dios está siempre dispuesto a perdonar al que se arrepiente y
vuelve a él, pero siempre hace sentir su ausencia o lejanía con castigos y correcciones; no son los vecinos los
que actúan como enemigos por su propia cuenta, sino que es Dios el que castiga por medio de ellos.
El autor de la carta a los Hebreos debió meditar largamente en las enseñanzas derivadas de Jue para poder
escribir: "¿Y qué más diré? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté..., los cuales por la
fe subyugaron reinos, ejercieron la justicia, alcanzaron las promesas, cerraron la boca de los leones..." (Heb
11,32-33).
RUT

SUMARIO: I. Puesto en el canon. II. Análisis. III. Aspectos particulares: 1. Finalidad; 2. Ley del levirato.

I. PUESTO EN EL CANON.
La Vulgata latina y la versión de los Setenta colocan el libro de Rut después de Jue; pero en la Biblia hebrea
se encuentra entre los Ketubim ("Escritos"), después de Sal, Job y Prov, en la serie de los cinco
Megillót ("cinco rollos"), a saber: Cant, Rut, Lam, Qo, Est. Además, en la liturgia judía se lee Rut
tradicionalmente en la fiesta de Pentecostés (cf Lev 23,15-22 y Dt 16,9-12), quizá debido a los episodios
narrados en 1,22-3,17, que se desarrollan en el período de la recolección de la cebada. Qué lugar ocupaba
originariamente, si es que ocupaba alguno, no se sabe. El puesto que asignó al libro la versión griega, y luego
la Vulgata, y que se mantiene aún en nuestras Biblias, se debe verosímilmente a las palabras iniciales: "En los
días en que gobernaban los jueces..." (1,1).
II. ANÁLISIS.
En un período de carestía, Elimélec abandona su ciudad, Belén, y va a establecerse en el "país de Moab" (en
Trasjordania) con su familia, a saber: su mujer, Noemí, y los dos hijos Majlón y Kilión. Los hijos se casan con
dos jóvenes moabitas. Entretanto, muere el padre, Elimélec. Unos diez años después mueren también los dos
jóvenes, Majlón y Kilión, sin dejar hijos. Quedan, pues, tres viudas: Noemí y sus nueras, Orfá y Rut.
Sin marido y sin hijos, a Noemí le parece que no tiene sentido vivir lejos de su ciudad; por tanto, se pone en
camino hacia Judea, camino de Belén. Al principio le acompañan las dos nueras sin hacer caso de sus
protestas: "Ea, volveos a la casa de vuestra madre... Volveos, hijas mías..., me llenaría de pena por vosotras..."
(1,8-13). Al final, Orfá besó a su suegra y volvió a su pueblo; Rut, en cambio, le dijo a Noemí: "No insistas
más en que te deje, alejándome de ti; donde tú vayas, iré yo...; tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi
Dios. Donde tú mueras, yo moriré, y allí quiero ser enterrada..."(1,16-17).
Llegaron, pues, ambas a Belén en tiempo de la siega de la cebada, es decir, a principios del mes de abril.
Para satisfacer las necesidades de su suegra, Rut va a espigar a un campo que —según viene a saber luego—
pertenece a un pariente próximo (en hebr., go'el) de Elimélec, llamado Booz. Este admira su virtud y la colma
de atenciones (c. 2). Noemí ve la posibilidad de suscitar posteridad legal a su difunto marido y aconseja a Rut
que haga saber a Booz que, siendo pariente suyo próximo, tiene el deber de casarse con ella. Booz no tiene
dificultad alguna en cumplir su deber de go' el; pero advierte que hay un pariente más próximo que él; si éste
renuncia a su derecho-deber, él está pronto a sucederle.
El innominado go'el renuncia solemnemente. Y Booz se casa con Rut: el hijo que nacerá de la unión será
legalmente hijo de Noemí y heredero de Alimélec. "Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y fue su
nodriza". Las vecinas decían que le había nacido un hijo a Noemí; ella fue la que le impuso el nombre de
Obed; éste fue el padre de Jesé, padre de David (cc. 3-4).
III. ASPECTOS PARTICULARES.
1. FINALIDAD. Nos preguntamos con qué fin se escribió este delicioso libro sobre un tema de vida familiar
fundada en la felicidad y en la entrega mutua, con rasgos de sobria grandeza y con la descripción de los
personajes —Noemí, Booz, Rut— de forma precisa y viva, llena de simpatía. ¿Una página de historia hebrea
escrita por un gran maestro o bien una novela?
La hipótesis de una pura novela es apriorista: Rut se presenta como un personaje real; no se comprende cómo
un escritor hubiera podido presentar como histórico el parto de su fantasía y querer convencer a sus
connacionales —en el período xenófobo en que escribió— de que por las venas de su rey más famoso y
admirado corría sangre extranjera. Por otra parte, la afirmación del evangelio de Mateo 1,5-6 ... Booz tuvo de
Rut a Obed; Obed fue padre de Jesé; Jesé, del rey David"— invita realmente a identificar esta Rut con la
homónima de nuestro libro. Así pues, un cúmulo de observaciones muy convincentes induce a pensar que el
libro se basa en un innegable núcleo histórico, y no sólo en sus líneas fundamentales. Después de todo, un
novelista habría hecho más fidedigno su relato y más fácil su trabajo ateniéndose a las disposiciones legales del
rescate y del levirato.
El escritor era un artista e imaginó las palabras de los personajes siguiendo la verosimilitud psicológica, de
modo que responden a los sentimientos de una viuda, triste, pero llena de fe y de espíritu de sacrificio; a los
impulsos generosos de las nueras, especialmente de Rut, y a la adhesión de la familia de Elimélec por parte de
Booz. Al afirmar de un modo tan sereno y solemne que una moabita entró a formar parte del pueblo hebreo, el
escritor no parece haber estado movido por propósitos puramente históricos. Mas aquí es necesario plantear la
cuestión del tiempo de la composición.
Hay indicios favorables a una fecha preexílica: precisiones geográficas y cronológicas, estilo clásico. Otros
motivos sugieren una fecha más reciente, a saber: el primer período de la época posexílica, en tiempo de las
reformas de Esdras y Nehemías: aramaísmos y neologismos, concepción universalista de la religión, sentido de
retribución y recompensa por los sufrimientos, y quizá también un vivo sentimiento de rebeldía y consciente
reacción a la mentalidad hebrea, contraria al contacto con los extranjeros, y en particular a los matrimonios
mixtos, tan claramente reprobados por Dt 23,3-6; Esd capítulos 9-10 y Neh 13,23-29. La datación posexílica
parece la más verosímil. La glorificación de la dinastía davídica y la contraposición de un cuadro de su historia
a normas xenófobas que iban tomando cuerpo es muy probable que estuvieran entre los motivos que
impulsaron al autor a elaborar el núcleo histórico innegable de la familia de David.
Un argumento para dudar de la historicidad de Rut lo encuentra algún estudioso en los nombres de los
personajes: Noemí significa "dulzura mía", "graciosa mía"; Majlón, "enfermedad"; Kilión, "aniquilamiento";
Orfá, "nuca", "la que vuelve la espalda"; Rut, "amiga", "compañera"; Elimélec, "mi Dios es mi rey". Sin insistir
en estos significados, no se ve lo que pueden valer contra la historicidad en el sentido antes enunciado.
2. LEY DEL LEVIRATO. En la historia de la relación entre Neomí y Booz hay una cuestión de paso de
propiedad inmobiliaria complicada con la cuestión matrimonial. Omitimos la primera, para detenernos en la
segunda. Concierne a una ley que es designada con el término latino de "levirato" (del latín levir, cuñado), ley
codificada en Dt 25,5-10 (cf Gén c. 38). Ella establecía que la viuda de un hombre muerto sin dejar hijos debía
desposarse con el hermano de éste, para que el difunto tuviese descendencia. El primer varón que naciera sería
considerado desde el punto de vista legal hijo del difunto, heredaría sus bienes y perpetuaría su nombre. La ley
tenía como meta la conservación de una familia en Israel. Se le concedía al interesado la facultad de rehusar,
pero esto debía manifestarse oficialmente ante testigos a la puerta de la ciudad. Mas el rechazo significaba un
notable deshonor: la mujer escupía a la cara al que renunciaba y le quitaba la sandalia del pie, y se le transmitía
el deshonor con la expresión "la familia del descalzo".
Se trata de normas corrientes en las civilizaciones del antiguo Oriente. En el libro de Rut las circunstancias
son más bien diversas de las normas del Dt y de Gén 38,7-26. Ni Booz ni el otro pariente próximo no
mencionado son cuñados de Rut ni de Noemí; no parece que exista una obligación grave, ni se censura al que
renuncia. El mismo rito de la renuncia es diverso en Dt 25,5-10 y en Rut 4,7-8; además, si Noemí podía tener
aún hijos, Booz hubiera debido casarse con ella para dar descendencia a Elimélec. A pesar de todo, el
matrimonio de Booz con Rut está inspirado en la piedad para con un pariente difunto, en el deseo de conservar
su nombre y la herencia en Israel (4,5.10.14); por ello es del tipo del levirato. Más que la ley sobre la
materialidad, tenemos aquí el espíritu del levirato o un aspecto particular del mismo. Es interesante la actitud
del historiador judío Flavio Josefo; él, que ciertamente leía el librito en el estado en que lo leemos nosotros,
refiere el episodio de Rut uniformando el relato con las disposiciones mosaicas (Antigüedades judías V, 318-
336).

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