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Ensayos escogidos
Mario Briceño Iragorry
ISBN 980-232-657-7
Ensayos escogidos
Estudio preliminar, selección
y notas de Miguel Angel Cam pos
Donación det
para la Biblioteca Nacional
Fecha;
B iblio teca n a c io n a l
C O LEC CIO N
tt • -j , B 1B U O G R A FÍC A GENERAL
Universidad del Zulia
Secretaría • Dirección de Cultura
B r ic e ñ o I r a g o r r y :
EL EXPLORADOR CUENTA LO QUE HA VISTO
El f u n c io n a r io fo r e st a l
De las páginas de un volumen cualquiera, el librero acha
coso extrae un documento y antes de mostrármelo me previene
del interés probable para alguien que ha dado con un ejemplar
de Alegría de la tierra. La hojita doblada en dos es un formato
rellenado con trazos grandes de una tinta que se ha oxidado. Se
trata de la autorización dada a un campesino de la loma para
que pueda talar unos árboles maderables, allá en la Mérida de
1927. Llama la atención el procedimiento expedito, la disposi
ción directa, en los que vemos una relación cercana entre los
hombres, sujetos de la transacción, y los árboles. Con seguridad
el juncionario había inspeccionado el lugar alzando la mirada
hacia las altas copas y había respirado el aire saturado de euca
lipto de la mañana, debemos dar por sentada su indagación
sobre la condición y población de la especie en la zona. El juncio
nario es un hombre singular cuyo ánimo está ya formado para
entender la necesidad de definir la patria como un lecho raigal
que empieza por la raíces profundas en un suelo que espera ser
fertilizado. Aquellos textos como “A troz y tordos”, “Una taza
de café”, “Responso a la vieja pulpería nacional”, en los que
vi Ensayos escogidos
Briceño Iragorry -pues no es otro elfuncionario- intentará retener
los elementos de un paisaje cultural que arranca desde esa conjun
ción de hábitos y estaciones, de floresta y campesinos, de afecto y
respetopor lapequeñapatria, son como elpermanente tema moral
y natural desde donde se encumbra toda su copiosa y sostenida -
dolida y apasionada- reflexión sobre la venezolanidad.
Representante conspicuo del ensayo de situación, que en
Hispanoamérica sirve cabalmente a los fines del debate de la
identidad, Briceño Iragorry descubre un conflicto para su escri
tura, establece un territorio con la precisa delimitación de un
cirujano; afirmaríamos incluso que ese territorio estaba reser
vado exclusivamente para él, pues muchos otros antes se habían
conseguido con el visible “motivo”, desde Gonzalo Picón Febres
hasta Augusto Mijares. El asunto inicial se muestra como para
permitir la entrada a saco, es amplio y cercano y posee una
tradición documental indirecta: la historia misma del país, tam
bién sus “especialistas”, pues habría que entender que a fuerza
de esquivar la pared, costumbristas y modernistas terminan for
mando un catálogo en el que lo nacional queda registrado, si
bien de manera pintoresca o desconsolada. Se impone finalmen
te su apreciación como el tributo ineludible de unos intelectuales
que frente a la tentación del desarraigo sospechan la existencia
de un escenario que no se esfuma al meterle el diente. Digamos
que para el escritor que se descubre ejecutor, el tema pudiera ser
absolutamente desdeñable; la cercanía no ayuda tratándose de
una elección. En un país casi analfabeto, escribir es una exquisi
tez que puede estar reservada a un uso casi burocrático, pues
qué otra cosa es sino ocuparse de la tradición, el Estado, la edu
cación, la patria y su geneahgía. El gran riesgo -y mayor méri
to, en consecuencia- de Briceño Iragorry consiste en esta deter- 1
minación de insistir en un núcleo que sospecha árido pero que
intuye cruzado de sutilezas y complejidades. El campo ha sido
hollado y trajinado pero bajo los surcos de las huellas un mundo
virtual espera por su sancionador; desconfiar de tanto ruido y
tanta historia hecha de fragmentos es la primera actitud políti
ca del sentido común. Los árboles son un buen punto de partida,
Mario Briceño Tragorry vii
ellos permiten ver la tierra. Si Sarmiento se atuvo a las patas de
los caballospara ver de dónde nadan los caudillos, en un momento
posterior espreciso volver la mirada hacia lo que se mueve menos,
a la perspectiva y su noche, aquello que parece estar juera de la
historia. Se sabe hacia dónde se dirige el galope de esos caudillos
triunfantes, pero no de dónde vienen, y de dónde les vienen las
voluntades que losprecipitan hacia adelante en un acto defuerza
inmediatista. Se dirigen, obviamente, hacia el Estado, el poder
público es su destino, y como escenario casi dinamos que carece de
secretos. Pero muchos secretos sí hay en el horizonte que parecen
dejar atrás. El discreto interés por el origen de estegalope constitu
ye el primer gran acierto del esfuerzo explorador de Briceño
Iragorry. Fácilmente pudo ver cómo la estructuración de la nación
se hacía desde arriba. Desde el orden puramente administrativo
que da vida nominal a la República hasta la discusión del
Federalismo, que concluye vaciada de su carga ideológicay cultu
ral, el consenso discurre como momentos forenses, como sanciones
periciales, aquellos procesos orgánicos que obseden a Vallenilla pa
recen desterrados de este y cualquier tiempo. El único dividendo
claro de estafase es el acorazamiento del Estado y su retención por
los caudillos que prosperan a la sombra de la demagogia autono
mista. País sin ciudadanos, sociedad sin cultura civil, es la heren
cia de la Emancipación, y en su momento su significación no fue
estimada, y aún hoy no se repara en su catastrófico efecto
disgregador. “Para que haya país político en su plenitud funcio
nal, se necesita que, además del valor confirmativo de la estructu
ra de derecho público erigida sobre una áreageográfico-económica,
es decir, que, además del Estado, exista una serie deformaciones
morales, espirituales, que arranquen del suelo histórico...” (1) Esta
apreciación es concluyente en alguien que está buscando las líneas
quejijan el carácter de un pueblo, las ansiedadesy convicciones de
una sociedad. La observación parece previsible, propia de un míni
mo esfuerzo, pero no ha sido hecha con puntualidad, no ha sido
frecuente en el pensamiento sociológico y político venezolano; ex
cepciones notables como Vallenilla Lanz y Augusto Mijares en
frentaron en su momento la ajena perplejidad.
viii Ensayos escogidos
La c o n s t r u c c ió n d e l pa sa d o
En su proyecto de organizar el proceso de la nacionalidad,
Briceño Iragorry apela a dos tradiciones sustanciales, capaces de
sostener la insistencia de una búsqueda, de resistir -y ésto quizás '
sea el valor más preciado- la contraofensiva de los argumentos,
para lo cual era preciso apelar a las virtudes de lo ecuménico.
Paradójicamente, esas tradiciones son exteriores, corresponden a
procesos catalizadores del encuentro europeo. Es así cómo la Colo
nia como pasado nacional y el catolicismo como orden cultural
signan toda la articulación de un pensador obsesionado por lo or
gánico y el sentido de continuidad. La reunión de estas dosfuerzas
-práctica y cargada de sentido común una, abstracta y
lapidariamente axiológica, la otra- permiten la justificación de
un ethos socialy explican la existencia de un orden cultural des
de unaperspectiva cargada de autonomía, desde dentro hacia ajue
ra. En señalamiento sagaz, admirable desde todo punto de vista,
recuerda que “se derrotó el sistema de la factoría cuando éramos
Colonia”. Esta sola observación hubiera valido para revisarpron
tamente cualquier tesis sobre el oscurantismo colonial; igualmen
te, objetiva los movilizadores del movimiento independentista en
la formación de una conciencia americana, pone en tela de juicio
la metropolitana gestión de la Compañía Guipuzcoana, la que
“nada sembró que pudiera ser traído en el fondo de los llamados
navios de la ilustración” . Esfuerzos centrales como El regente
Heredia, Casa León y su tiempo, El caballo de Ledesma, se
orientan a iluminar momentos de configuración de la nacionali
dad en términos de un temperamento ético, que delinee el pctfil
del ser colectivo.
Muchas veces nos hemos preguntado de dónde salieron esos
hombres excepcionales que concibieron y ejecutaron la Indepen
dencia, ese puñado de semidioses cuyas ansias, sueños y ambicio
nes no parecían guardar parentesco alguno con la sociedad que
los albergaba. Guerreros, juristas, maestros, filósofos, utopistas pu
ros como Simón Rodríguez, síntesis de lo conocido y lo probable
como Bolívar, aparecen como salidos de la nada en el juicio que
Mario Briceño Iragorry ix
magnifica la ruptura. Casi con amargura pero drástico en su
convicción, Briceño Iragorry expone a la vindicta pública la opi
nión pregonada por César Zumeta según la cual “entre la Colo
nia y la República hay un hiato similar al que separa el Antiguo
del Nuevo testamento”. Hay una carencia esencial en la constitu
ción de lo venezolano * elementos no articulados que determinan
la por él llamada “crisis de pueblo”: se trata de la pérdida, la
destrucción del vínculo de origen; los padres no fueron negados,
simplemente se asumió la nada como fuente, y como corolario la
incomprensión de la tierra decretaba la disolución de las ataduras
regidas por el afecto al pequeño lugar, a la patria de la infancia -
“...nuestro país es la simple superposición cronológica de procesos
tribales que no llegaron a obtener la densidad social requerida
para el ascenso a noción.”La nacionalidad, insiste, no es un esta
tuto legal, tampoco el asentamiento territorial; espreciso buscarla
en una actitud que, bajo la advocación de la tierra, trascienda los
valores de la convivencia engrupo; el gregarismo no es para él
acompañamiento de comparsas, ni clanismo, ni mucho menos unión
de compadres; es el movilizador de la cultura social, pero funda
mentalmente son modales mentales. Su obsesión en rastrear la
acción -de alcance moral- de unos personajes que él descubre estra
tégicamente situados en el difuso curso de esa historia sedimentaria,
es recompensada con el hallazgo de unos perfiles que informan de
la aparición de unas características que están en el origen de la
formación del pueblo y que ilustran una manera de encarar las \
prácticas públicas. Cuando muestra su aversión por los tipos que
el arribismo y la violencia de raíz servil han engendrado, acla
ra para siempre que “urbanidad no es la cursilería de los
saludadores”, hace una breve lista de estilos de “guapos” y “vi
vos” y concluye avisando, previniendo para los días que estaban
por venir (es decir, los actuales en los que finalmente confundi
mos el compadrerío con la civilización): “Con sujetos de esta
tónica se podrá ir bien acompañado a un zafarrancho, pero no se
llegará a hacer una República” (2)
Es interesante reparar en que estagalería no la componen sólo
prohombres, modelos de virtud civil, puesjunto a la reivindicación
x Ensayos escogidos
de Heredia levanta la biografía delprototipo de arribista por exce
lencia que es Casa León, el hombre que traspasa épocasy se mueve
con éxito en los escenarios de cualquier gobierno, que sobrevive al
lado de conservadoresy liberales, godos y republicanos. Es el repre
sentante cabal de un acuerdo que avanza en la sociedad más allá
de los pactos, es la expresión de unos valores pervertidos desde el
momento mismo en que el orden societario nace vulnerado. En el
culto a los hombres de circunstancia, en la biografía de los incondi
cionales que se salvan todos los días a fuerza de halagos y traicio
nes, está escrita la crónica de nuestra derrota. Casi como mea
culpa recuerda cómo fue educada aquella generación de niños a
la que perteneció, la reverencia y pleitesía que era preciso rendirles
a los bárbaros usurpadores venía de la propia escuela: “el bueno
del maestro, con la mayor ingenuidad, nos enseñaba a vestir de
flores el retrato delgeneral Castro”. Aquel procedimiento de ins
trucción no ha variado mucho, tal vez haya sido sustituida la sali
ta de la escuela por las asambleas de esos clubs privados llamados
partidos políticos, tal vez el examen final ya no se haga vistiendo
de flores el retrato del General Castro -he oído que en algunos
pueblos se venera la imagen de Gómez como un señero santo del
santoral.
Hoy las relaciones de palacio (todo poder es de opereta en la-
medida en que se paga y se da el vuelto) son impersonales y en
consecuencia más irresponsables, en tanto que los huéspedes es
tán obligados a fugaz estadía, pues una multitud de clientes
esperan ajuera. De todos modos, debemos ver en la cultura de
los despachos de los aduladores sibilinos de hoy la herencia fu
nesta de aquella “educación” en la que “se nos enseñaban los
caminos de la admiración y del homenaje servil a los gobernan
tes como trabajos prácticos de patriotismo y de civismo” (3).
Contra cualquier acusación de santijicador de personajesy eda
des luce su desenfado cuando descubre la aspiración bufona de los
hombres de gobierno que se arrogan la salvación de la patria,
desde Guzmán Blanco hasta los días presentes. Todos decretan el
nacimiento de la nación junto con el instante de su ascenso perso
nal: Descree de la acción política que encama en una personali
Mario Briceño Iragorry xi
dad, en el carisma que unos líderes que se autocalifiean,
también de los administradores, -aunque él mismo cederá a la
tentación de esta clase de gestión. (ccNi un alambre con fluido
eléctrico pude lograr de la Jron Mines cuando fui Presidente del
Estado Bolívar”) (4). El cesarismo caricaturesco, alimentado de la
pura vanidad, es la historia simultánea, es esa “persecución del
mando o de su sombra” que generalmente es coronada por frases
como la de Guzmán Blanco (para el que, no obstante, tiene elo
gios): “7o no me presentaría aquí a recibir lasfelicitaciones de mis
conciudadanos si no tuviera la conciencia que he cumplido con mi
deber y que este día ha asegurado la tranquilidad no sólo por lo
cuatro añospasados, sino por diez, por veinte, por cuarenta y por la
eternidad...” (5) Así como hace la disección de Andresote, cuya
circunstancia no le parece más que el ruidoso oportunismo de los
mercenarios, igualmente rastrea en los hombres del presente los
vicios delpasado, es decir, identifica una tradición viva: “Lo mismo
que proclamaron Guzmán y Betancourt, lo sintieron o lo min
tieron Gómez y Castro, Crespo y los Monagas. Cada uno se
creyó a su tumo el mago de Venezuela”. Reivindica la historia
de los Estados Unidos y en ella va a buscar éso que tanto le
obsesiona y cuya ausencia en nuestro país se le muestra como el
gran inconveniente para proponer la existencia de un continuum
que retenga los haberes comunes, más allá de los conflictos del
poder. Apela a José M artí y “su estilo amoroso” para referimos
la fiesta en la que se honra la memoria de los caídos en la gue
rra de Secesión: en ella se exalta a Robert Lee exactamente
igual que a los soldados de la Unión. Pero en nuestro país, re
cuerda en desolado contrapunto, en 1945 los maestros se nega
ron a festejar como su día el aniversario de Andrés Bello. Y
mientras en Bogotá los limpiabotas saludan con respeto a Sanín
Cano, en Caracas un policía se lleva preso a Santiago Key-Ayala
que ha sido insultado por un conductor de taxis. Para él la tra
dición positiva tiene fundamentalmente un peso civil, le intere
sa la pequeña historia, ésa que se despliega en los escenarios de
la vida ciudadana, que abarca el hacer del pueblo determina
do por los intereses de la gens en una dinámica de inclusión y
xii Ensayos escogidos
exclusión, capaz de depurar el intercambio colectivo. Es así como
no tiene empacho en recelar de la pintoresca corazonada -rei
vindicada por Picón Salas- en la que ve sólo el refugio de una
incapacidad para la reflexión disciplinada, ese “tropicalismo
desbocado” en el que una forma de presunción está presente: la
del fuego fatuo de la inmadurez.
Las páginas iniciales de “Mensaje sin destino” saludan a
Uslar Pietri, quien ha regresado de Columbia University y
promueve una investigación sobre “una presunta crisis literaria
en Venezuela”. En realidad, la referencia es el punto de parti
da para oponer a esa “crisis literaria” unas razones que no sólo
la explican sino que la disminuyen, reducen su importancia,
pues le parece artificial diagnosticar problemas que están en la
superficie, que son expresión de perturbaciones más profundas.
Argumenta la existencia de una crisis de civilidad que explica
la “crisis literaria” de Uslar Pietri, señalando que “al pueblo
no se le ha enseñado a estimar el valor de los hombres que velan
por su cultura y labran su tradición intelectual” (6). En una
clara comprensión de los procesos públicos de la cultura, Briceño
Iragorry jerarquiza la educación y el desarrollo ciudadano como
movilizadores primarios del complejo nudo de lo civilizatorio.
Su crisis de pueblo es un concepto amplio, alimentado por la
observación de los variados factores que ayudan a constituir un
gentilicio, está elaborado particularmente desde un recelo de los
procesos del poder público como insumo. Remite menos al arte
de gobernar que al hábito de ser y hacer en comunidades cerra
das, habla más de un hilo gestor permanente que de una cir
cunstancia, diríamos que en su nivel de rumor es más
antropológico y etnológico que político, y debe ser revalorado (y
enriquecido) urgentemente, puesjunto a la conclusión de la Inde
pendencia como una guerra civil, de Vallenilla Lanzy las aproxi
maciones de Gilberto Antolínez a lo indígena comofuerza dormi
da, entre otras disidencias, constituye un rastrofiel en la indaga
ción de la imprecisa venezolanidad.
Mario Briceño Iragorry xiii
E l in v e n t a r ia d o r d e f r u t o s
Uno se imagina que una conversación entre Mario
Briceño Iragorry y Enrique Bernardo Núñez ha debido estar
sostenida por la vehemencia de uno y los silencios del otro, tra
tándose, obviamente, de un tema que a ambos apasionaba y
que enfocaron desde la necesidad y el deber pero también con
esefervor que hace que unos tratos se distingan de otros. Coinci
den en su recelo del Panamericanismo y en su denuncia, en el
regusto por Alonso Andrea de Ledesma y Francisco de León, en
la mirada señera para la cultura del consumismo. Sin embar
go, el tiempo que enjrenta Briceño parece ser radicalmente dife
rente. Enrique Bernardo Núñez es visto como el cronista ecuá
nime que le imprime la elegancia del erudito a lo que toca;
Briceño Iragorry se expone como aquél que lleva el fuego a lo
que ya está sancionado, que disiente del canon escolar y termina
discutiendo aquéllo que ha sido puesto fuera de la discusión o
que simplemente ha sido excluido. Hemos visto con más facili
dad al apologista -que en realidad intenta ser un vindicador-
de la pulpería, de los haberes del pueblo, de las tradiciones hu
mildes, que al hombre angustiado e informado que avanza ar
gumentos hilados con finísimo hilo para explicar y cuestionar los
procesos de aculturación que ya anclan con firmeza en su tiem
po y que más tarde serán el generoso terreno donde la sociología
y la antropología latinoamericana de inspiración marxista cons
truirán un prestigioso edificio. No hemos reparado en la formi
dable vivisección que hace del Panamericanismo como expresión
sutil del imperialismo armado que ocupaba la atención de la
intelligentzia. Estudioso de la política norteamericana en
Latinoamérica, le sigue el hilo a unos lazos de vecindad que
devienen en abrazo estrangulador y, contra el fariseísmo, señala
la articulación local de esos lazos y los rastrea desde elfalso y vacío
culto bolivariano de aquellos sectores que desde la Independencia
han representado los intereses venales de una clase en alianza con
el nuevo colonialismo. Pone en evidencia, cercana al ridículo, un
acuerdo de la sociedad Bolivariana de Chile en el que se pretende
xiv Ensayos escogidos
“crear un superestado americano bajo la silenciosa intervención de
los Estados Unidos”; ese acuerdo estdjirmado en la fecha del ani
versario del Congreso de Panamá, cuyojracaso, recuerda Briceño,
“está vinculado con la política aleve del Norte”.
En este inventario de los frutos no se le escapan los plantíos
enteros podridos. La época en la que le toca decir su discurso
amoroso sobre los objetos de nuestra venezolanidad es quizás la
peor por varias circunstancias, la coyuntural no es la menor: el
juror modernizante del programa perezjimenista, que literal
mente oponía el tractor a la tradición, podía hacer pedazos
cualquier insinuación de construir apelando a los haberes de un
pueblo y una venezolanidad que se mostraban famélicos y
acomodaticios el uno, definida por el ejercicio de los compadres
desde elgobierno, la otra. Un hombre como Laureano Vallenilla
Planchart, práctico y ganado por la idea de la tecnología
purificadora, pero sensato e inteligente, es la coyuntura concre
ta de aquel momento. La prédica de quien intenta mostrar las
verdaderas raíces de un país se estrella contra los nuevos “cons
tructores”y su mesiansimo de cabillas y concreto. Si la pasión del
día no lo lleva a la ira ética hubiera podido ver Briceño Iragorry
que aquél no era el mayor enemigo, ni siquiera el verdadero
enemigo, pero en jin, era el enemigo del día.
La polémica con el régimen lo convierte en blanco de diatribas
que ya estaban respondidas en su obra previa, pero el pueblo
desprevenido no lo sabe o nunca ha querido saberlo: “...celebra
en sus escritos los ranchos de paja, el tinajero, la pimpina y las
vituallas cubiertas de moscas de las pulperías” (7). Así eran
expuestas sus ideas por el director de Relaciones Interiores del
país, digamos mejor que eran malpuestas. El fruto amargo de
la discordia con el perezjimenismo son esas largas páginas depura
circunstancia y la salud resentida. La tradición es conjundida de
liberadamente con lo “típico”y la discusión defondo se sitúa entre
el “atraso” de uno y la modernización abrupta de los otros Cierto
que el régimen no inicia ni la consolidación de unos hábitos ni la
destrucción de la heredad arquitectónica, pero consagra lo que a
juicio de Briceño Iragorry es la peor culpa de los pitiyanquis: la
Mario Bnceño Iragorry xv
desnacionalización de la cultura. Esto podría aclarar esa sosteni
da rabia suya, ese encono contra un gobierno no más despótico y
estúpido que cualquier otro que hubiéramos tenido. Digamos
que el organizador de símbolos, el sabueso que rastrea lasfuen
tes de la difusa nacionalidad en un mapa relativamente preciso
como lo es la herencia hispánica, no podía menos que entrar en
conflicto, de manera casipersonal, con la representación de aqué
llo cuyasfuentes detestables podían identificarse en las acciones
de los piratas ingleses y su rapiña sistemática en las colonias
españolas. A qu í damos con una situación por demás interesan
te: lo que lo opone a la dictadura no es la condición misma de
ella, su justificación por la fuerza; la arbitrariedad es censu
rable para él en tanto genere indignidades concretas y la hu
millación toque a la persona. El status jurídico delgobierno no
es suficiente para calificarlo, y con la cautela que amerita nos
atreveríamos a decir que la forma del Estado -dictadura o no
dictadura- no es lo que lo lleva a la ira ética; recordemos que
su crítica del gomecismo es ponderada y llena de una recon
vención paternalista: el hombre que surge en una alborada de
vaquerías y conucos puede aparecer como el patriarca protector
de la nacionalidad. Algunos reconocimientos que hace a su
gestión (señala, por ejemplo, que se negó a entrar en la guerra
contraviniendo los deseos y los intereses norteamericanos) son
un índice para el balance final delgomecismo -que no es igual
al del balance de la era gomecista, por cierto. Su rechazo del
“gendarme necesario” se apoya menos en la censura de la
discrecionalidad del poder que en la estigmatización del pue
blo como entidad pasiva, aesa tesis pesimista y corrosiva de quie
nes sostienen que nuestro pueblo no puede dar nada”. A l Posi
tivismo podía excusarle su laicismo agresivo, pero jamás que
invalidara el motor de la tradición: esas gentes anónimas de
las que en un momento de fe dijo que “ya no siguen al primer
gritón de esquina que las invite a engrosar las malas causas”
(8). Aquel “destino que se resolvía en el interior de nuestra
propia barbarie”, tiene en él sus simpatías porque discurre en
un tiempo que se le antoja aún autónomo. La dictadura
xvi Ensayos escogidos
oprobiosa -itolerada ?- deviene en la dictadura desnacionalizante
y éste es el cargo concluyente con el que no transige, pues enajena
los haberes comunitarios, el legado de la tradición que encama en
el “genio del pueblo”, concepto nada ajeno al pensamiento de
Briceño Iragorry. Esta suerte de sincerismo político le viene de su
conocido recelo de la demagogia que tiñe la historia del estadismo
venezolano, de sufalta de realismo, pero sobre todo del igualitarismo
desftgurador. En eljbndo de esa convicción se mueve también aquella
genial conclusión del Libertador según la cual el “sistema de
gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de
felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor
suma de estabilidad política”. A la vacía democracia venezolana
de hoy parece bastarle el cinismo de unos hombres instalados en
ella por conveniencia, pero que bien pudieran medrar en cual
quier otro sistema degobierno que lesgarantizara sus privilegios.
El desplazamiento de los frutos locales por las novedades de
la industria “imperial” -“cojfee and chicory”y otras esencias-
corresponde a la misma línea del conflicto del asalto de Amyas
Preston a la dignidad defendida por Alonso Andrea de
Ledesma. Esos años, que parecen como la entrada final a saco
de la invasión, contenida a lo largo de duros procesos -más desde
grandes gestos que de acciones concluyentes-, son como la puerta
franca a la negación de lo que él ha dibujado a pulso. Esa per
turbada vocación del progreso que apela a la asepsia de las pa
las mecánicas para enfrentar el desarrollo de la agricultura,
por ejemplo, se le antoja el colmo de lo advenedizo; el tractor
santificado por la orden del día -“es necesario mirar con mayor
respeto a ese artefacto de acero que realiza una reforma agra
ria sin la intervención ni de leguleyos ni de revolucionarios...”,
Vallenilla Planchart dixit- no puede ser más que el remedo, vacia
do de sentido nacional e impulso creador, de lo que los pioneers
hicieron en su momento heroico. En todo ello ve sólo el comporta
miento ridículo de unos compadres que actualizan su acuerdo
caudillesco en la era degradada de los imperialismos del chiclet y
los comics. (En el prólogo de Ideario político, conjunto de ensa
yospublicados por editorial “Las Novedades” en 1958y fechado en
Mario Briceño Iragorry xvii
Genova enfebrero de ese año, acuña una identificación interesan
tísima, nueva tal vez en la caracterización del Estado venezolano:
“régimen temo-fascista”). Aclarará basta el cansancio, para los
que quieran oírlo, que nacionalismo no es contrario a
internacionalismo sino a imperialismo, pues lejos de ser una oposi
ción mecánica entre escenarios, lo localy lo ecuménico, lo que pro
cura enfatizar es la necesidad de fortalecer aquello que se lleva al
intercambio a fin de que haya propiamente un encuentro en el
llamadoforo de las naciones. Hoy, cuando vemos la manera -servil
y sin recato- de dirigirse a los Estados Unidos de algunos presiden
tes latinoamericanos, revaloricemos aquella actitud que lo lleva a
escribirle una carta a Dwight Eisenhower, en ella le habla del
“deep South”y le reprocha, seguidamente, ccla toleranciay el aplau
so ofrecido a oscuros dictadores de la otra América”. A manera de
proverbio, su conclusión no deja lugar a dudas: “Sumar repúbli
cas, coloniasy factorías es tanto como sumargatos y ratones”. Na
cionalismo es contrario, entonces, a novedad supersticiosa, cambio
epidérmico sin transformación que signijica destrucciónpermanente
de la tradición. Resulta curioso que todo este alegato que adelan
ta Briceño Iragorry desde los años 40, y que ciertamente correspon
de a un claro ejercicio de análisis de la aculturación, no haya sido
situado como antecedente de la teoría de la dependencia, que ha
cia la primera mitad de los años 60, adquiere tanto en Venezuela
como en Latinoamérica la expresión de un acabado esfuerzo en la
producción de un esquema intelectual que diera cuenta de la com
plejidad cultural de la región. El efecto de los comics, el uso sin
control de las novedades técnicas, el desconcierto psíquico de la po
blación ante los artefactos del confort, en suma, todos esosfenóme
nos de la sociedad de masas que la crítica marxista diseccionó a
placer y que englobaría en el gran tema de la alienación **,
están ya magníficamente asomados en las páginas sentimentales
pero llenas de humor de Alegría de la tierra. Posteriormente, en
sus ensayos de España y desde el denso temblor de aMensaje sin
destino” la exposición se convierte en un monólogo sordo pleno de
hallazgos. Esto bastaría para hacer de él un fresco teorizador de
aquellos problemas que la sociología marxista encarará desde la
xviii Ensayos escogidos
sólida, pero también cómoda, perspectiva de la conceptualizacián
previa del materialismo dialéctico. Es necesario restaurar el status
de aventajado explorador de Alario Briceño Iragorry, porque la
orientación de sus trabajos está en una dimensión diferente de la
vindicación colorista del postumbrismo o el acento parroquial del
criollismo. Los autores que cita ya no son las autoridades de la
etnología y la sociología positivista del siglo pasado, tampoco apela
a los teóricosfranceses o alemanes de la historiografía. Huizinga,
Eisenstein, Khaler le son familiares, y ha visto sin remilgos cine
italiano. En Iván el terrible descubre un buen uso de la integra
ción entre elpasadoy elpresente. De alguna manera en la posteri
dad inmediata se cumple, al ignorarse el carácter pionero de su
obra, el equívoco ciclo que él tanto cuestionaba en la exposición de
nuestra historia, esas delimitaciones drásticas entre lo “bueno”y lo
“malo”, las negaciones y los “hiatos” que sitúan el nacimiento de
lo que se considera exaltable en la destrucción de todo origen pre
vio. La frase de Fernando Ortíz (“Nuestra independencia comen
zó con el hundimiento de la Armada Invencible”) o laya citada
de César Zumeta, representan esaposición de ruptura inorgánica
frecuente entre los demagogos o los exaltados, esa ausencia de me
moria que nos lleva constantemente a fundar en el aire: “sin me
moria no hay justicia” -dirá para sintetizar los amargos inconve
nientes del olvido.
T r a d ic io n is m o y t r a d ic io n a l is m o
En la carta que Briceño Iragorry le escribe a Picón Salas
(9), a propósito de algún disentimiento de este respecto a las
ideas expuestas en la “Hora undécima”, formula implícitamente
un aguzado concepto de cultura en el que ésta remite al haber
social directamente. El Estado, al que no exalta y del que rece
la, lo considera el mejor indicador para juzgar la cultura de un
pueblo, la condición de aquél hablará del nivel del desarrollo
civil de éste: la ecuación es sencilla, si el Estado es el máximo
momento de consenso, lo que él sea eso será la sociedadí/Los indi
viduos son la virtualidad que hablará por los progresos de aquel
Mario Briceño Imgorry xix
orden en el que la educación es el mecanismo del acuerdo; al cali
ficar el balance de lasgeneraciones positivistas como saldo negati
vo, está poniendo en primer término las necesidades políticas de la
sociedady jerarquiza lajunción del consenso. Entiende la sociedad
como la conquista de lo civil; no basta el acuerdo, pues éste sólo
garantiza la existencia de unas instituciones. “No soy un poco
duro -dice en relación con lospositivistas-, soy duro”. Esta elección,
en la que privilegia, para el análisis, el efecto de un instrumental
intelectual antes que su adquisición, se compagina cabalmente con
sus estudios de personalidades representativas de la gens en los que
procura mostrar más las aptitudes morales que algún
condicionamiento faústico; es decir, la civilización la determinan
aquéllos que están equidistantes de todos los intereses radicales: en
conformidad aliterativa se les llama ciudadanos. Toda actividad
mental organizada debe tender a la constitución de una identi
dad social cuyo punto departida es la suma energizada de lo que
virtualmente somos. “En el orden de las letras, de la moral, de la
política, de la geografía, de la historia y de la economía, nuestra
misión es darforma permanente a los valores de la venezolanidad”
(10). A l distinguir axiológicamente entre tradicionalismo y
tradicionismo quiere significar que el segundo no es una actitud
pasiva, es una posición de valoración de lasfuerzas que edifican y
modifican una sociedad. Es claro, entonces, que la tradición no es
aquello consagrado y fijado por el tiempo, tampoco lo santificado
por una ascendencia ritual. En esta definición es sustancial lo po
pular como componente vivo, aquí su significación se distancia de
aquélla de sentido iniciáticoy se nutre jrontalmente de una carga
pública, lo folk en su abstracción etnológica determina la reso
nancia del concepto
La tradición es, pues, el espacio donde se reformulan constante
mente los intereses esenciales de una comunidad, de esa manera es
necesariamente dinámica y apela, para su constitución en canon,
a la asunción y exclusión permanente, es más una fuerza que unos
contenidos y sus referentes no son tanto hechos como conductas, la
historia la muestra mas no la contiene. Una definición implícita
como ésta le permite encarar el proceso de la venezolanidad con
XX Ensayos escogidos
exigencias axiológicas que lo llevan a permitirse la crítica de los
dos legados que son su punto departida: la hispanidad y el catoli
cismo, ambos siempre en su accionarpolítico antes que principista.
Casi con desprecio señala a los curas que rocían su agua bendita
en la inauguración de las corporaciones de la neoconquista, de la
aculturación; igualmente, deslinda en la acción de la Conquista
el arrojo del pueblo español -en sus capitanes sin blasones- de la
codicia de la Corona de Castilla. De torpe error calijica la actitud
de España que favoreció los planes de penetración de los Estados
Unidos en los años inmediatos a la Emancipación, no compren
diendo que Bolívar, San Martín, O’Higgins, Hidalgo “realiza
ban en los campos de batalla la revolución soñada por los hombres
del civilism o S i España no podía aceptar la independencia de
sus colonias, al menos podía interpretar, por medio de aquellas
generaciones que rompen con el pasado imperial, la significación
de la nueva civilización. El panamericanismo, primer instru
mento gestor del imperialismo, le resulta tan detestable como
inconcebible su origen: la alianza de vencidos y vencedores para
destruir la herencia hispánica; se eligió la orfandad, (“...y así
dieron nuestras pasadas generaciones en el pecado de desertar
de su propio origen social”) (11). Si los elementos articuladores
de esta tradición corresponden a momentos exteriores, a una
heredad asumida como la continuidad de unos padres que fun
dan,y que no están ab initio, entonces ella debe asumirse como un
proyecto de consolidación y reconocimiento. El catolicismo como fe
institucional y la hispanidad de los usos civiles devienen en emble
mas, raíz espiritual de una patria que no existe sino desde la
precaria pero arrogante voz de una requisitoria. La misma auto
ridad que sitúa a negros e indios en la prehistoria de un proceso y
prácticamente los excluye del origen es la que cierra el paso al
avasallamiento y dominación del nuevo imperialismo. La furia
con que Mario Briceño Iragorry cuestiona las dudosas virtudes del
american way of life se ampara moralmente en un purismo cul
tural que previamente ha hecho sus delimitaciones internas, que
ha acordado sus propias jerarquías defamilia. Si el escepticismo y
el recelo de la contracultura y de los mass media de Picón Salas
Mario Briceño Iragorry xxi
proviene de una concepción renacentista de la cultura, la defensa
automática que Briceño Iragorry hace de nuestra diferencialidad
se sustenta en lajunción de los usosprivados, lapráctica del habita^
antes que en lasformas públicas, pues estas corresponden, según su
apreciación reflejista, a un momento posterior del efecto legitima
dor de aquellos usos. Eso que él llama el canon histórico es la
suma depurada de las maneras de una comunidad. De ese canon
está excluida la “violencia vegetal” del Negro Primero y los extra
víos del extraviado Andresote, pero también aquellas sociedades
desmovilizadas, las que son vistas como fragmentos y comparsa,
perdidas en una edad de la inocencia trastornada y a las que la
tradición incorporará a la historia en un acto de redención.
“En alguna oportunidad anterior dejé escrito que tradición es
comunicación, movimiento, discurso”. A la ausencia de esta di
námica atribuirá el impacto negativo de las novedades: curio
samente, y contra lo que podría esperarse, no demoniza el pe
tróleo y remite los trastornos de la nueva economía a la ausen
cia de densidad de nuestros mitos civiles. La exitosa sobreposi-
ción de unas conductas, apuntalada por jines utilitarios, entre
los hábitos de un pueblo, sólo se explica en virtud de “haber
carecido nuestro pueblo de fuerzas resistentes que hubiesen de
fendido a tiempo los valores de la nacionalidad. Con ello no adhie
ro a ninguna tesispesimista ni retrógrada” (12). El pueblo apare
ce en una dimensión casi ontológicay se hacefuerza operante en la
“unidad delgenio colectivo”. En última instancia la tradición es
la expresión de aquellas aptitudes que “no se pueden observar,
menos aún se las puede catalogar como valores reales”. A quí ya se
discurre en un espacio suprabistórico, la apelación es a la identidad
que se establece y seforja desde una relación sensible con el entorno
natural, las pasiones y emociones que fluyen desde la pertenencia
cósmica. “Son el modo de ver, de hablar, de reír, degritar, de llorar
y de soñar que distingue y configura, como sifuese una dimensión
hartmanntiana, elpropio ser de lasfamilias y de lospueblos” (13).
Esos mantuanos que “ayer estuvieron con la patria”pero que hoy
están con quienes las vejan vienen de ese contradictorio proceso de
asunción de unos caracteres, sus deslealtades no son el fruto del
xxii ” Ensayos escogidos
trato con la poderosa Albión, ellos son los Casa León muy bien
articulados en un destino que debe ser vigilado, están al final de
la humareda de laguerra, repartiéndose la patria llamada Repú
blica en lo que consideran un acto de compensación. Son los tipos
de una civilidad pervertida que prospera y arraiga en una socie
dad que no revisa su proyecto, que se ha desgastado en la antesala
de los demagogos y cuyos representantes han dedicado 150 años al
vergonzoso esfuerzo de sólo retener el poder, al deleznable esfuerzo
cabría decir.
Así como elaboró conceptos para esclarecer el comportamien
to histórico del pueblo y situó las coordenadas de muchos procesos
colectivos, en la fase de la “disolución” señala, desconsolado, a los
arribistas y a ese mismo pueblo que ha cedido a la disgregación,
a los tiempos alegres de la indiferencia. No es optimista Briceño
Iragorry en su mirada final, el exhaustivo examen que inicia
con Tapices de historia patria y que se prolonga en densidad y
pasión nerviosa a lo largo de Casa León y su tiempo, El Re
gente Heredia, El caballo de Ledesma, Sentido y vigencia
de nuestra historia, Alegría de la tierra, y que concluye en la
síntesis perfecta de “Mensaje sin destino” -título sin entusiasmo,
casi escéptico- sólo sirve para que el hombre que regresa a Venezue
la en los primero meses de 1958 constate la profunda grieta que
devasta la conciencia del venezolano que lo ha delegado todo. Con
recelo por el porvenir se refiere a “quienes ayer se doblegaron y ya
se ceban como hienas en la persona del abatido dictador” -prólogo
de Ideario político. Los hombres que llegan hasta la anhelada
aurora están -como los soldados borrachos en las escalinatas del
poema de Teats- entregados a la moliciey al descansopor anticipa
do. El que acostumbraba ccvisitar las abacerías en pos de saber
hasta dónde llega la irresponsabilidad de nuestro pueblo” sabe que
no debe hacerse ilusiones: la profecía de Picón Salas de Venezuela
como una enorme oficina depagos de quince y últimos de cada mes
empieza a cumplirse con la precisión de lo que ha sido cuidado en
todos sus detalles. Para ese pueblo “tonto y alegre” que sólo tiene
como heredad común la grandeza heroica de un pasado, elfuturo
es la incertidumbre de lo aleatorio, el escenario propicio para la
Mario Briceño Iragorry ~ xxiii
acción de los peores y el escándalo, como corolario cínico, de “la
traición de los mejoresDías vertiginosos que ya él no verá y que
se echan como furias sobre un pueblo que en adelante pareciera
necesitado de conjurosy exorcismos.
N otas
1. “Mensaje sin destino”, en Pasión venezolana, Edime. Madrid, 1954.
Pag. 123.
2. “El caballo de Ledesma”, en Pasten venezolana. Pag. 69.
3. “La traición de los mejores”, en Ideario político, Editorial “Las Noveda
des”. Caracas, 1958. Pag. 67.
4. “La nueva Erín”, enAviso a los navegantes, Edime. Madrid, 1953, Pag.
102 .
5. “Mensaje sin destino”. Pag. 131
6. Ibíd. pag. 137.
7. Editoriales de El Heraldo. Firmados R .H (Laureano Vallenilla
Planchart). Ediciones de El Heraldo. Caracas, s/f. Pag. 101. (El artícu
lo en cuestión está fechado el 7 de julio de 1955).
8. “La traición de los mejores”, en Ideario político. Pag. 82.
9. “Positivismo y tradición”, en Diálogos de la soledad, Talleres Gráficos
de la Universidad de los Andes. Mérida, 1958.
10. “Dimensión y urgencia de la idea nacionalista”, en Ideario político. Pag.
99.
11. “Nacionalismo vergonzante”, enAviso a los navegantes. Pag. 95.
12. “Venezolanidad y tradición”, enAviso a los navegantes. Pag. 34.
13. “Tradición y nacionalidad”, en Aviso a los navegantes. Pag. 39
M o t iv o
Durante el primer tercio del Siglo XIX llegaban de Amé
rica al viejo mundo ecos ardorosos aún de la lucha porten
tosa que allá se realizaba en pos de la libertad y del derecho
de los pueblos. Las proezas de Aquiles y los consejos de
Néstor revivían en el brazo y en los labios de los valientes y
austeros patriotas del hemisferio occidental. Entusiastas y
audaces jóvenes de Europa tomaban apresurados e intrépi
dos las naves que los llevaban a sumar su esfuerzo al de los
heroicos adalides de la epopeya americana.
Metal de diálogo griego tienen las palabras con que el
venerable irlandés O’Connor preguntaba a Bolívar si su hijo
se conducía de un modo digno de su nombre, de sí mismo,
de su familia, de su desgraciada pobre patria y de la causa
que estaba defendiendo. Los oídos de todos los hombres
libres de la vieja Europa estaban, pues, a la espera de nue
vas sobre el curso seguido en América por los gloriosos ejér
citos de la Libertad. Vivía el viejo mundo la alegría partu
rienta de la América nueva.
Comenzaba entonces en nuestro continente indohispano
una época fresca de la Historia Universal, durante la cual se
esperaba ver realizado en un mundo de confluencia
ecuménica, el nuevo humanismo de la libertad, de la igual
dad y del decoro. El proceso aglutinante de razas y de pue
blos, cumplido con hondo sentido de humanidad en la en
48 Ensayos escogidos
traña liberal de las colonias hispánicas, ya daba su fruto espe
ranzado. A la superficie de la política surgían flamantes repú
blicas, llamadas a ser testimonio del progreso continuo del
espíritu.
Sin embargo, al lograr perfección la libertad exterior y
tomar carácter autónomo las nuevas unidades políticas, que
daron en ellas, como precio de la victoria y en bulto de ac
tualidad, elementos subalternos, destinados en buena lógi
ca a tomar de nuevo su composición secundaria en el orden
del Poder. Largo proceso de luchas entre esta parte
disvaliosa, aún no fundida del todo por la cultura y la parte
que vocea los derechos permanentes de la libertad y del de
coro cívico, ha llenado la Historia de América. La hora
helénica en que fue elaborada la gesta de la libertad, ha sido
sustituida por la hora fenicia de la república rendida al so
borno de los mercaderes extraños. El mensaje que entona
ron nuestros padres con voz cargada de dignidad y altivez,
fue trocado con el silencio de bocas ocupadas en bajos me
nesteres. Al problema interior, se sumó el problema de las
fuerzas foráneas que buscaban el aprovechamiento de las
grandes riquezas encerradas en nuestros territorios. Unos
y otros hicieron causa común para el negocio. Los herede
ros de los grandes patricios volvieron hacia la pared la efi
gie comprometedora de los antepasados y sustituyeron el
indumento del decoro antiguo por el disfraz del rendido
pitiyanqui. Estados Unidos comprendió que la irresponsa
bilidad política de los países latinoamericanos es su mejor
aliado para que los nuevos ejércitos de la ocupación pacífica
-financistas, industriales, comerciantes- pudieran rendir sin
alarde alguno la voluntad engañada de los pueblos. Suyo ha
sido, también, el propósito de fomentar métodos y corrien
tes de ideas que susciten el agotamiento de las fuerzas que
pudieran oponerse a la nueva conquista de la libertad, prin
cipales entre ellas la desgana por el derecho y el menospre
cio ostensible de sus frutos.
Ya no se lucha por principios encaminados a fijar una po
sición cualquiera. Se lucha abiertamente por acabar la vieja
República democrática y por erigir en lugar suyo un orden
Mario Briceño Iragorry 49
personal de fuerza, que facilite el aprovechamiento de los paí
ses por los intereses del imperialismo.
En Venezuela, como en Chile, como en Bolivia, como en
Panamá, como en Argentina, como en Guatemala, como en
Brasil, como en Costa Rica, se ha venido formando un den
so sentimiento nacionalista, que tanto persigue el equilibrio
en las fuerzas que dirigen al pueblo, como la intervención
en los intereses que detentan la riqueza nacional. El nacio
nalismo, como movimiento integrador, sabe que solamente
bajo un régimen de unidad de voluntades puede realizarse
la eficaz defensa de los contornos nacionales de la Patria.
Por ello, sus planes de lucha miran a la manera del estar
político del país y a la manera de ser el país en el orden de la
política internacional. Las armas contra el enemigo de fue
ra no pueden estar para tal evento en manos que diaria
mente corren el nudo a la garganta de aquellos que claman
por la efectividad interior de la República. Sus grandes ins
trumentos de lucha son la unidad y la concordia del pueblo,
como garantía de un frente democrático que asegure la li
bertad interior y el decoro exterior del país.
En los últimos años yo he dedicado por entero mi trabajo
de escritor a la defensa de la idea nacionalista. Mi obra, ya
larga de historiador, está también consagrada al estudio del
suelo histórico donde arraiga el árbol poderoso de la Patria.
En mi modesta labor de servidor público, puse siempre de
norte los intereses autonómicos de la República. Hoy, fuera
del país, comprendo que nada me acerca tanto a su corazón
dolorido como proseguir románticamente -según dicen los
compatriotas perdidos para las empresas del espíritu, la obra
paciente y sin lustre actual de defender sus signos esenciales.
Razones geográficas avivan mi angustia en el momento
presente. A la vieja Europa, donde hoy forzosamente vivo(*),
no llega nada que se parezca a las voces poderosas que ve
nían de América en aquellos tiempos que parecen sueños,
cuando Lord Byron bautizaba su yate con el nombre de
«Bolívar» y en la propia Grecia, renacida para la libertad,
estaban pendientes los jóvenes patriotas de la suerte de los
nuevos homéridas de América. Al viejo mundo viene, en
cambio, el eco doliente de la inmensa tragedia que sufre
50 Ensayos escogidos
nuestro continente mulato, presa, en la mayoría de sus repú
blicas, de burdos tiranos, y estrangulado, en su gran concien
cia de pueblo, por la fuerza avasalladora del imperialismo
norteamericano. Ya no llega a Europa el mensaje que inició
nuestro mundo el siglo pasado. En sustitución de aquellas
voces claras, altivas, ejemplares, se oye el eco sordo del anti
verbo que ha logrado derrotar, para el brillo exterior, a la
palabra orientadora del civismo. Corresponde, por ello, a los
evadidos del silencio, mostrar que en el Nuevo Mundo latino
hay todavía conciencias en cuyo fondo libérrimo vive la fe en
el porvenir de la libertad.
M.B.-I.
M adrid, 5 de julio de 1953.
Mario Briceño Iragorry 51
A ddenda
Las páginas que anteceden representan un esfuerzo por
superar todo aquello que pudiera darles tono de polémica
personal. En ellas, como en otros ensayos de la misma ín
dole, se advierte el propósito de desnudar en forma teórica
situaciones angustiosas de nuestra vida nacional. Sé muy bien
que suelen resultar extremadamente duras las apreciacio
nes lanzadas contra la conducta de determinados grupos
sociales o institucionales (oligarquía, banca, ejército); pero
no representa, en cambio, tal dureza empeño alguno de za
herir individualidades. En mis escrituras sólo persigo expo
ner circunstancias atañederas a Venezuela, con la pasión de
quien se siente visceralmente unido a su destino y al destino
continental de América.
A la tesis divisionista de quienes propugnan dar sueltas a
los odios demoledores, antepongo la tesis vigorosa de la
rectificación, de la concordia y de la unidad. Ayer y hoy he
estado de fajina en servicio de la idea integradora de nues
tras fuerzas de pueblo. Antes de que se produjese en 1945
la crisis que mantiene el país en la agobiada situación pre
sente, ya escribía acerca de la necesidad de iluminar nues
tros viejos caminos entenebrecidos. «Busquemos nuestro
M año Bñceño Iragorry 85
destino, decía en 1942 en «Temas Inconclusos». Unámonos en
nuestro deber. Rectifiquemos nuestros personales errores.
Coloquemos la Moral y la Patria por encima del utilitaris
mo individualista. Salgamos de la falsa idea de que por nues
tra nariz pasa el eje del mundo. Vayamos a la interpretación
de nuestro deber en un buscar de responsabilidad y de
solaridad colectiva. Nuestra generación no puede ser testi
go de la caída de la Patria. Nuestros hijos no deben sufrir la
vergüenza y el dolor de que mañana un filósofo a lo Maritain
pueda escribir «Las izquierdas perdieron la democracia; las
derechas perdieron a Venezuela».
Como en aquel tiempo de peligro, he seguido repitiendo
en todos los tonos nuestro deber de ser un pueblo y no una
tierra ancha y solitaria, horra de agua y de verdura por la
indiferencia de sus hijos, y cuyas recónditas riquezas sirven,
en cambio, para agravar nuestra inquietud. Bien pudieran
ser utilizadas para levantar el nivel cultural de la Nación; en
cambio, han sido tomadas como precio del soborno por don
de se evade la responsabilidad de quienes, debiendo salvar
el destino de la República, han caído en espantosa aposta-
sía, que los empuja hasta renegar de los valores democráti
cos que después de 1936 tuvieron en Venezuela momentos
de claridad inolvidables y de los cuales, muchos se dijeron
fieles servidores.
Sobre el mismo tema, variado por las nuevas circunstan
cias históricas, he venido insistiendo tenazmente. Su abso
luta despersonalización es problema en extremo difícil. La
anonimía, en cambio, es forzada cuando se trata de calibrar
la angustia que pesa sobre todos los espíritus patriotas, que
miran la necesidad de salvar el destino de Venezuela y el
destino general de América.
Advierta, pues, el lector que estas páginas han sido escri
tas con el mero propósito de poner en resalto una vez más
la urgencia de dar unidad a nuestro deber de ciudadanos.
Así luzcan vestido de acritud algunas apreciaciones acerca
de la problemática del momento, sobre lo que pareciera acre
se levanta, por el contrario, una alegre idea perseguidora de
la unidad del pueblo en su dimensión nacional y de la uni
86 Ensayos escogidos
dad creadora de América, en su sentido humanista de conti
nente donde el hombre habrá de cumplir una nueva gran
etapa de la Historia Universal.
Otros pueden contribuir con obra mejor y más directa.
Mientras los grandes señores de las letras logran ganar fá
ciles prosélitos para sus tesis, yo humildemente aporto mis
palabras sin pretensión ni autoridad. Aurelio Prudencio,
cuando se sintió sin poder para ayudar la suerte de sus ami
gos, consagró a su memoria «yámbicos encendidos y
troqueos veloces». Disimulada la distancia del símil, yo, sin
el veloz y encendido acento del insigne poeta, ofrezco mi
palabra sin ámbito, como arena modesta de recuerdo para
el gran edificio de la dignidad del mundo venezolano y del
mundo más ancho de América. - Madrid. Aniversario del
viaje de Colón en 1953.
LAUS DEO.
N otas
(*) Vivió exiliado en Madrid desde finales de 1952 hasta abril de 1958,
cuando regresa al país.
(1) «La Traición de los Mejores».
(2) En estos días que corren se realiza en Venezuela una tal «Semana de la
Patria», durante la cual se producen grotescos desfiles y forzadas mani
festaciones, de neto tipo fascista, con los cuales se quiere dar sentido de
adhesión patriótica y multitudinaria al propio régimen que, para man
tenerse en el Poder, no tiene escrúpulos en enfeudar a favor de intereses
extranjeros el propio suelo venezolano. ¡Valiente semana de la Patria,
cuando todo el año es de bastardía anti patriótica y de sacrificio conti
nuo de la libertad y de la dignidad del hombre venezolano!... (M.B.I.)
(3) Nombre dado en el Caribe al criollo vendido a los yanquis. Andresote
vale lo mismo. (M.B.I.)
P o sit iv ism o y T r a d ic ió n
Madrid, agosto 26 de 1956
Señor Doctor
Mariano Picón Salas.
Caracas.
Mi querido Mariano: Mucho he agradecido tu cariñosa
carta del 2 del presente y bastante me complace el interés
con que has leído mi ensayo «La Hora Undécima». Tu jui
cio siempre ha sido para mí objeto de profundo respeto y
en razón de ello nada estimo tanto como tus opiniones fa
vorables a mis modestas escrituras.
En el presente caso dices que en mi «Hora Undécima»,
idealizo demasiado el pasado y que soy un poco duro con la
generación positivista. Permite que enmiende tu juicio. No
soy un poco duro con la generación positivista. Soy duro.
Mas, quiero que tú revises mi libro y veas que esa dureza la
enderezo contra el «saldo cívico» de los positivistas. Creo
que tú no serías capaz de defender la tesis contraria. Tam
poco defiendo un dorado humanismo tradicionalista.
Circunscribo mi tesis a la idea de que lejos de abolir el Latín
y la Filosofía, ha debido mejorarse el sistema de enseñarlos.
Reconozco la decadencia de nuestra vieja enseñanza, mas
no creo que esa decadencia justificase que se le diera la es
palda.
Comprendo que es dura la revisión que pretendo, pero es
justo y necesario hacerla. La ciencia positivista ha podido
87
°° Ensayos escogidos
ayudar el progreso de ciertas disciplinas, mas su saldo es de
sastroso. Para un país como el nuestro, el baño del materialis
mo positivista fue una verdadera inmersión en agua regia.
Todo fue tomado por la disolución.
Contra cualquier otro juicio, yo hago mío el pensamiento
de Burckhardt, para quien la Historia es el juego potencial
del Estado, la Religión y la Cultura. El enlace de estas fuer
zas hace el fin de los pueblos. En cuanto al Estado, los
positivistas criollos desembocaron en la grosera teoría de la
inferioridad de nuestro medio étnico-geográfico y en el des
crédito del mestizaje que forma el corazón del pueblo. Como
teoría estatal, sobre los hombres del positivismo descansa
la responsabilidad del «gendarme necesario» y de esa tesis
pesimista y corrosiva de quienes sostienen que nuestro pue
blo no puede dar nada en razón de los falsos relatos que
inventaron los deterministas. No niego que la generación
del positivismo pudo crear obra de brillo aparente. Tampo
co niego que al margen de «toda coacción estatal» la Nación
produce actualmente Cultura, como tú dices. Yo, sin embar
go, insisto en mirar la vida del pueblo a través de las vicisi
tudes del Estado. En éste, como en la Religión, miro las
más encumbradas expresiones de una Cultura. No soy
hegeliano. No creo en el mito del Estado. Considero, en cam
bio, que el Estado es el índice más cabal, si no absoluto, de
la capacidad cultural de una nación. En ciertas épocas de la
Historia, el Estado se miró como fin. En nuestra concep
ción humanística de la vida, el Estado es instrumento enca
minado a la realización del hombre. La Cultura tiene que
verse en relación con la manera de funcionar el Estado. No
creo que a Venezuela se le pueda juzgar su grado de cultura
en razón de que en nuestras Universidades se expliquen y
discutan los sofismas de Zenón de Elea o la tabla de valores
de Munsterberg, no juzgo que sea índice de cultura de un
pueblo lo que en una cátedra se diga sobre la revolución
luminística de Caravaggio o sobre el abstraccionismo del
momento pictórico presente. No creo que la cultura de Ve
nezuela haya mejorado porque hoy sepamos como era el
M año Bñceño Iragorry 89
sistema de numeración de los piaroas o de los timotocuycas
con mayor precisión que don Arístides Rojas. Nuestra cultu
ra de pueblo ha de juzgarse por la dimensión del hombre
como sujeto de la Historia. Mientras la Universidad no pue
da ayudar al ciudadano en la búsqueda y logro de su posi
ción en la vida, no hay derecho a hablar en serio de Cultura,
así en ella se explique la física cuantística de Planck y las
nuevas teorías sobre la indeterminación causal. Para el caso
es preciso admitir que esa cultura sufre, como todo el pue
blo, una verdadera crisis. Tú encontraste muy bien la tesis
general de mi «Mensaje sin destino»; pues en «La Hora
Undécima» yo intento el desarrollo de uno de los tantos
temas que forman la trama de aquel trabajo.
En 1880 nosotros necesitábamos levantar nuestros nive
les morales. Hubo una brillante generación que se nutrió
en las enseñanzas introducidas tardíamente en nuestra Uni
versidad. Esa generación brilló, habló, llenó un extenso es
pacio de nuestra vida cultural. Pero, cuando en el campo
cívico se busca su balance, nos encontramos con un vacío
deplorable. Hablaba Luciano de Samosata de los soberbios
templos egipcios que causaban admiración a los viajeros.
Las columnas, los portales, las ventanas anunciaban un in
terior espléndido; éralo en realidad, mas el lugar del sancta
sanctorum lo ocupaba un mono o un gato. Este símbolo pue
de servir para el juicio tanto de nuestro «bien» presente,
como de la hora de los iconoclastas, que ayudaron a borrar
el sentido espiritual de nuestra vida.
Sé que he tocado un tema tabú. He golpeado el laicismo y
he hablado de la necesidad de una moral que sirva de
orientamiento a la conciencia pública. He escrito como víc
tima directa del positivismo con que se nutrió mi pensa
miento juvenil. Sobre mi larga vida miro las cicatrices deja
das por las viruelas que me picaron en colegios y universi
dades. Tú, con tu extraordinario talento y por haber com
pletado fuera de Venezuela tu educación, lograste compen
sar la deficiencia de tus estudios venezolanos. A mí me ha
costado un esfuerzo soberano haber llegado a superar algu-
90 Ensayos escogidos
ñas de las muchas faltas de mis irregulares estudios. Me ha
costado aún más acercarme a una visión precisa y responsable
de mi deber de hombre. Cuando he escrito con dureza sobre
nuestras generación precedentes, he comenzado por desnu
dar mi flaqueza. Tal vez sea ese el único mérito de mi «Caba
llo de Ledesma». De este examen general de nuestras defi
ciencias puede llegarse a calar lo que perderíamos si perma
necemos de espalda a la realidad.
Dices que idealizo mucho el pasado, pero no me señalas
el sitio del pecado. Yo no he cultivado, como lo dicen mis
enemigos, una nostalgia inválida por las cosas que desapa
recieron. Yo he defendido el sentido dinámico de la tradi
ción y de la Historia. Contra el uso corrientemente hecho
de los valores históricos, he buscado valorizar lo realmente
creador que menospreciaron los positivistas. He alabado a
Vargas, a Toro, a don Juan de Dios Picón, a don Cecilio
Acosta, a don Manuel María Carrasquero sobre Carajo,
Zamora y el Agachado. Creo que es un deber educativo dar
mayor mérito a la tradición de los hombres sufridos que a
la tradición de los gozosos. A ti te he visto alabar a don
Tulio Febres Cordero sobre la realidad merideña que re
presentaron Esteban Chalbaud Cardona y Amador
Uzcátegui. Por ahí he visto mendaces ataques a mis ideas.
Se dice que yo añoro la vieja pulpería y que rechazo la técni
ca que emplean las modernas abacerías. Entiendo que cual
quier lector con juicio que haya tenido ante sus ojos mi res
ponso a la vieja pulpería, no pudo recibir la impresión de
que yo añorarse los viejos usos y la viandas antiguas, sino la
autarquía económica representada en aquellos negocios pri
mitivos. Muchos, en cambio, prefieren hartarse de comida
importada y pagada con el precio de nuestra esclavitud eco
nómica. Yo he mirado y continuaré mirando nuestra tradi
ción como fuerza que latigue la conciencia entreguista de
nuestros contemporáneos. Yo he indicado la necesidad de
volver sobre nuestra propia Historia, para sacar de ella lo
positivo que construyeron los hombres antiguos. Por eso
mismo he intentado una revisión del bolivarianismo, para
Mario Briceño Iragorry 91
fijar lo permanentemente positivo que nos dejó Bolívar. He
examinado las corrientes que dieron sentido y razón a la Pa
tria antigua, para ver de configurar el canon que nos dé senti
do en el orden de la Historia. Creo que así sea pobre mi
pluma y sea así escaso el brillo de mis ideas, pocos han traba
jado con tanto ahínco como yo en la búsqueda de una inter
pretación valiosa de nuestro pasado, por donde pueda llegar
se a dar continuidad a sus instantes creadores. Yo no he idea
lizado falsamente la Historia. Apenas me he limitado a poner
en resalto el valor de quienes representaron ayer una auténti
ca categoría de Cultura. Claro que dicha labor parece teñida
de romanticismo si se la parea con la obra de quienes sólo
tienen ojos para mirar nuestras caídas. Yo no niego éstas -¡si
publico las mías personales!-, empero, a su lado pongo lo
valioso que no estimaron los hombres a quienes les vino bien
juzgar la Historia por la dimensión de los llamados vencedo
res. En un orden moral, la victoria no debemos concederla a
Carujo, sino a Vargas.
Los positivistas acometieron contra los ideólogos, ¿qué
nos dieron, en cambio? No me dirás tú que el fatalismo que
enmarcó a nuestra Historia entre las líneas del hecho de
fuerza, sea algo que valga la pena de ser defendido. Pues,
mi querido Mariano, ese fatalismo es el punto más denso
de la obra de los positivistas en el área del civismo. Yo creo
que debemos volver el rostro a los desacreditados ideólogos.
Tal vez el único camino para vertebrar nuestra Historia sea
la revelación de ese hilo callado de conciencia cívica, que se
ha mantenido vivo a pesar de nuestras dolorosas vicisitu
des. Es como descubrir a las nuevas generaciones una histo
ria secreta y atormentada. Sería decirles cómo hubo siem
pre pálidas lucecillas en medio de la apretada tiniebla. ¿No
lo estamos viendo hoy mismo?
A ti te suena a leyenda dorada el empeño mío de desente
rrar lo valioso de nuestro antepasados para oponerlo a la
grosera realidad en que nos ha tocado vivir. Yo no veo en
eso empeño alguno de falsear una historia sino generoso
esfuerzo por hacer resaltar lo positivo que ha sido desecha
92 Ensayos escogidos
do por el juicio precipitado de quienes sólo miran el contor
no exterior de los sucesos. Tampoco asiento que una brillante
cultura fuera arrollada por el positivismo. No he negado la
deficiencia de los estudios clásicos, pero censuro el procedi
miento que los desahució con preferencia a superarlos. Lée
me con menos aprensión de la que incita el tema y verás cómo
defiendo una posición general encaminada a crear actitudes
más correctas en la conducta moral. Yo no miro al valor cien
tífico y al brillo literario del ciclo positivista. Me refiero a su
proyección en el campo de la República y a la resonancia de
sus conclusiones en el territorio de la moral. Insisto en decir
que no considero la Cultura como un «en sí» que se reduzca a
su propia valoración. Llamo Cultura al proceso encaminado
a la realización de la persona humana en el orden del mundo.
No creo, pongamos por caso, que sea testimonio de Cultura
el funcionamiento actual en Caracas de un Instituto especiali
zado en Cirugía neuro-cerebral. Considero, por el contrario,
documento vivo y doloroso de una negación de la Cultura el
régimen vigente de torturas que aplica a sus víctimas la mal
llamada Seguridad Nacional. No juzgo que sea testimonio de
Cultura un Festival del Libro, cuando en Venezuela no existe
libertad de expresión. Podrá ser fiesta de libreros y editores,
para quienes el problema se valora en la esquina del interés
económico.
Desde este punto de vista, no me negarás razón cuando
asiento que la generación positivista dejó la cultura del país
en un grado inferior al grado que encontró. El único «pro
greso» fue el laicismo. El único brillo que alcanzó fue ir con
tra los valores del espíritu y dar carta a lo diabólico, como
ingrediente legítimo del arte y de las letras. Negó la vieja
moral y erigió al determinismo en tabla absoluta de la ley.
Hoy está de moda en Venezuela ir contra el pasado y
contra la tradición. Se invoca, sin embargo, a los héroes para
aprovecharlos en función de bambalina y para dar en su
nombre aspecto fascista a un seudo-nacionalismo, que des
conoce los alcances de nuestra propia Historia. En función
de negocio, se han destruido los recuerdos más agradables
M año Bñceño Iragorry 93
de las viejas ciudades. Recuerdo el entusiasmo que por 1942
tú mismo ponías en salvar un portal colonial de San Carlos
o una ventana trujillana del Siglo XVIII. Aquel barroco
modesto de nuestras iglesias de pueblo te entusiasmaba
como testigo de una época. Ese era nuestro pasado en tie
rra. El de España es pasado en piedra. Deberíamos conser
var lo nuestro como testimonio de una Historia. Pobre nues
tra arquitectura colonial, era, sin embargo, nuestra. Era la
obra de nuestros mayores. Hoy la hemos destruido, mien
tras los propios yanquis se esmeran en conservar la suya. Es
buena política ir contra la tradición. En 1950 escuché a uno
de los mandamás de la hora expresar su repudio a todo lo
que oliese a tradición. Ese espíritu está vivo y a su impulso
se hacen grandes fortunas. Yo, en cambio, defiendo la tradi
ción en lo que tenga de positivo, y condeno, a la vez, la utili
zación de tradiciones fósiles como elementos de cultura. En
1948 censuré el uso de cualesquiera manifestaciones
folklóricas como elemento educativo. Esa misma crítica vuel
vo a hacerla en el prólogo de «La Hora Undécima». Educar
al pueblo por medio de formas estratificadas de una cultura
inferior, es algo absurdo. Eso, en cambio, se hace en Vene
zuela con aplauso y apoyo de gente de autoridad. No soy
tan lerdo como para no saber desarticular una tradición, ni
soy tan simple para mantenerme en la creencia de que el
polvo y la telaraña son Historia. Me gusta la historia
despolvada y enjabonada. Recordarás que por iniciativa mía
se creó el servicio de higiene y conservación en el Archivo
General de la Nación.
En cierta ocasión, cuando Arturo Uslar Pietri manifestó
alguna discrepancia con las tesis que tú, Miguel Acosta
Saignes y yo sosteníamos, dijiste que si «civilización fuese
todo lo nuevo, cualquier analfabeto enriquecido que puede
adquirir un Cadillac, sería más civilizado que Goethe y que
Bolívar». Para el examen que en dicho artículo tú mismo
propones de lo que debemos o no recibir de fuera, se re
quiere la espina dorsal de una tradición. Por carecer de esa
columna, yo hablé de nuestra crisis de pueblo. Por faltar esa
94 Ensayos escogidos
columna, yo desesperadamente he buscado las vías de ha
llarla.
Venezuela vive hoy su hora Cadillac. Tú lo dijiste con acierto
y gracia. El Cadillac ha arremetido contra todo lo valioso que
hicieron nuestros antecesores. El Cadillac ha pretendido abo
lir las propias raíces de la nacionalidad. Hoy se gana prestigio
de culto y avanzado negando la fuerza de nuestra Historia y
haciendo burla de nuestro modesto pasado. ¿Trasladar del
pasado al presente el punto de vista que ha de orientar nues
tra obra de pueblo no es tanto como negarnos a nosotros
mismos como posibilidad creadora? Una nación que se sienta
sin soportes históricos carece de autenticidad. Nosotros no
somos suficientemente pueblo, porque intentamos romper a
cada paso la continuidad de nuestra vida social. Valorar un
pasado no significa subordinar el presente a las formas viejas.
Nuestro deber es hacer futuro. Nuestra misión consiste en
que no se pierda el patrimonio que nos legaron nuestros ma
yores. Si es una desgracia resignarse a vivir del tesoro de los
muertos, es desgracia peor menospreciar la parte positiva de
nuestro pasado y aceptar la fiesta forastera.
Yo respeto tus puntos de vista y las reservas que puedas
tener en relación con mis pensamientos. Tu cultura te pres
ta autoridad magistral. En el presente caso, juzgo que tú
has leído con un tanto de aprensión los temas de «La Hora
Undécima». Mírale su propósito y verás como mi discurso
apunta a definir en sus detalles culturales algunos de los
temas de «Mensaje sin Destino» y a desnudar un poco más
el problema planteado en «La traición de los mejores».
Cuando comencé el examen de las circunstancias considera
das en dichos trabajos, me sabía que estaba poniendo el dedo
sobre temas por demás enraizados en la sensibilidad vene
zolana. Me expuse con ellos a la contradicción y aun al de
nuesto de mis enemigos. He suscitado contra mí fuerzas
poderosas, que no han esquivado la calumnia para herirme.
En cambio, con la rudeza de esos planteamientos creo ser
vir a la República.
Mario Briceño Iragorry 95
Dios me ha concedido la gracia de poder ayudar con mi
palabra madura a la formación de una mejor conciencia para
el venezolano futuro. A mí se me enseñaron en la juventud
otros caminos. Las lecciones de mis maestros no miraban a
una cultura en función de valores humanos, sino en función
concupiscente de utilidad y de belleza. Creo que la semi-
frustrada generación del 28 ha sido la única en insurgir de
una manera orgánica contra los vicios en que nos movía
mos muchos. ¡Lástima grande el fin que han tenido muchas
de las más brillantes cifras de aquella estupenda
muchachería! A mí el destino me hizo esperar la edad ma
dura para ejercer la rebeldía. Más vale así. A la altura de
mis años, puedo confiar en no caer mañana en las faltas que
hicieron abortiva la conducta de los precoces contradictores
de Guzmán, de Crespo y de Cipriano Castro. Me sirve de
estímulo y de comprensión saber que algunos jóvenes esti
man mi conducta frente a los problemas del país. Jamás
dejaré de bendecir la hora en que autoricé a Jóvito Villalba
para que pusiese mi nombre en la papeleta electoral de Ca
racas. Sabía que sacrificaba mi paz, pero no sabía que se me
presentaba un largo espacio para reflexionar a distancia so
bre la Patria. Fruto de esa angustiada reflexión de desterra
do han sido las pequeñas monografías en que he estudiado
una vez más el pasado y la tradición de mi pueblo. Si es
pecado amar en forma apasionada los valores viejos de que
aún puede exprimirse una frase constructiva, persisto en el
pecado hasta las llamas. Aún más, creo que menospreciar
ciertas formas románticas y saudosas del pasado, es servir a
la anti-Venezuela. Yo he sido muy discreto en formular al
gunos reparos a la fuerza educativa que se da a ciertas for
mas estáticas de nuestro folklore, por cuanto creo que las
manifestaciones folklóricas, así carezcan de elementos que
ayuden al pueblo actual, tienen su porción valiosa en el or
den defensivo de la nacionalidad. La Patria se refresca con
el aire de lejanía que nos viene del pasado. La Nación se
hace fuerte cuando los hombres saben captar el aroma anti
guo que nos trae esa brisa lejana. <Que esto sea literatura?
96 Ensayos escogidos
Pues sí, esto es literatura, esto es poesía. La Patria es poe
sía. Tú podrías decir que la Patria es un «viaje al amanecer».
Se viaja porque se sueña. Si Bolívar no hubiera soñado, no
habría hecho la independencia. Si Colón no hubiera soñado,
no habría puesto en contacto a Europa con América. Justa
mente lo que se necesita son hombres que sueñen, ideólogos
que piensen y señalen caminos a los hechos. Estamos fati
gados de la grosera experiencia de quienes todo lo miden
por los efectos del éxito. Hemos sido traicionados por una
filosofía hedonista, que acomodó las ideas a los hechos cum
plidos. Es triste ver cómo se piensa con miras a satisfacer a
los dispensadores de la gracia que se convierte en bienestar
económico. Sin ahondar mucho el examen, tú encuentras al
doblar las babélicas esquinas de nuestra capital con gente
de talento que discurre con la mira puesta en el futuro favor
de las compañías extranjeras que administran el hierro y el
petróleo.
Para superar la hora Cadillac que vive Venezuela, se ne
cesita un riego fecundo de ideas que conviden a soñar. Dura
labor la de predicar a hombres dormidos. En nuestro país
hay un letargo espantoso, que se opone a que las ideas re
vienten en hechos creadores. La Hora Cadillac impone el
deber tremendo de predicar a los muertos. El alero, la casa
de adobe, las tapias humildes del viejo hogar venezolano,
son símbolos de un mundo que gozó de una apacible liber
tad interior y, sobre todo, de una autarquía económica. No
se las evoca para revivirlas ni para recomendarlas por mejo
res que las construcciones modernas. Se las asocia a una
memoria de mayor plenitud espiritual. No creo yo que cual
quier tiempo pasado sea mejor. La vida del obrero venezo
lano de hoy es superior a la vida del obrero anterior a 1930.
Entre uno y otro está Versalles. Pero el obrero antiguo se
movía sobre una tierra que era más nuestra. Gómez, ne
gándose a que Venezuela entrase en la primera guerra mun
dial, estaba al frente de una Venezuela cuyo destino se re
solvía en el interior de nuestra propia barbarie. Para luchar
contra el espíritu delicuescente que ha tomado a una gene
M año Bñceño Irqgorry 97
ración olvidada de su deber frente a la nación, yo he busca
do la ayuda de la Historia y de la tradición. Tras el hecho
agresivo que da tono al Estado, he indagado la corriente
subterránea alimentada por los ideólogos de la libertad y he
procurado exaltar con fe y con optimismo la memoria de
los hombres civiles que forman nuestra sufrida tradición de
resistencia moral. Para animar el decadente pulso cívico, he
defendido el precio de nuestra amable tradición, no con un
pueril propósito de evocación melosa, sino con el empeño
de acicatear el tegumento entumecido del cuerpo nacional.
Mejor que yo conoces tú la función de los símbolos. Cuan
do he alabado la hallaca, no he pensado en la mesa
pantagruélica de Guillermo Austria sino en la conciencia de
los pitiyanquis que hablan de Venezuela con la boca llena de
Cranberry sauce. Ese famoso liquilique con que ahora vana
mente se desfila en la llamada «Semana de la Patria», lo he
pedido yo como vestidura interior de una clase dirigente,
que no sólo desconoce la dignidad de la Nación, empero se
presta a su venta fácil.
Considero necesario rearticular con cosas venezolanas el
fuste de la nueva Nación, donde el progreso y la técnica sem
brarán valiosas oportunidades. Sin ese fuste antiguo, lo que
vendrá será otra cosa, menos Venezuela. Dejarlo todo a la
acción nueva, es casi declararnos en estado de conquista.
Sería tanto como renunciar a nuestros viejos apellidos. Sin
tradición no hay progreso. Sin tradición no hay pueblo. Sin
tradición no se hace el verdadero espíritu nacional, que da a
las naciones derecho de presencia entre los cuadros del
mundo. Lo nacional no se opone a lo universal. Sin unida
des nacionales no hay suma para el orden de lo internacio
nal.
Quiero que reconsideres mis modestos juicios y que no
me catalogues, como pretenden mis detractores, entre los
tontos exaltadores del adobe como sistema actual de edifi
cación. Como tú, alabo el cemento y la cabilla, pero prefie
ro el cemento y la cabilla en el carácter y en la conducta de
los hombres. Porque me sé culpable en parte de no haber
98 Ensayos escogidos
tenido a tiempo buena fragua donde fuera templada mi vo
luntad cívica, quiero que el pueblo nuevo de mi Patria sea
educado sobre módulos mejores. No me satisface una Uni
versidad y un Liceo que enseñen ciencia y letras solamente,
aspiro a que apunte una hora mejor en que la Cultura pre
fiera haber hombres buenos, antes que buenos profesiona
les y que buenos técnicos y que buenos escritores. Creo que
en un último análisis tú y yo estamos perfectamente de acuer
do, porque queremos una hora de plenitud moral para nues
tra abatida Venezuela. Acaso ocurra que tus mejores luces
te hagan ver claro lo que a mí me desespera y llena de miedo.
Va larga esta primera argumentación para corresponder
al diálogo que me propones.
L a VIDA DE LOS HÉROES
N o tas
(1) Cambur o cambure son voces con que nuestro pueblo designa esta
musácea. Yo aprendí en Occidente a llamarla cambure.
5
Por común denominador que sirva de signo conjugante
al caos humano que se mueve en el continente norteameri
cano, han sido extraídos los valores de la historia que arran
154 Ensayos escogidos
ca de la aventura de Cristoph Newport en 1607. No repug
nan nuestros “buenos vecinos” del Norte las peripecias del
coloniaje, más pobre y de menor empuje que las acciones
de los aventureros españoles. En su historia no olvidan, ni
toman de ello sonrojo, el arribo a Virginia, por el año 1619,
de un “barco procedente de Inglaterra con noventa mucha
chas casaderas, quienes fueron dadas por esposas a aquellos
colonos que pagaron ciento veinte libras por su transpor
te”. Es decir, el relato de los orígenes de una sociedad puri
tana que se fundaba sobre una trata de blancas realizada del
modo más honorable. Pero el norteamericano cree ganar
fuerza para la elaboración de nuevos y eficaces valores, no
sólo por medio de la asimilación de la historia forjada por
los hombres que dieron comienzo a los establecimientos pri
mitivos, sino también por la incorporación de los elementos
de cultura de la vieja Inglaterra, de donde aquéllos trajeron
una razón y un modo histórico de vivir.
Nosotros, como secuela, según ya apunté, del odio feroz
que promovieron las crueldades de Monteverde, Boves,
Zuazola, Moxó y Morillo, hemos intentado borrar de nues
tros anales la época en que nuestra colectividad fue parte
del imperio español, para fijar los soportes de la nacionali
dad en los hechos realizados por los grandes patriotas que
abatieron la contumacia colonizadora de España. Como re
sultado de esta arbitraria fijación, nos hemos negado a bus
car la razón de nosotros mismos y de nuestra propia lucha
emancipadora en circunstancias y supuestos producidos en
nuestro subsuelo pre-republicano. Alejados de una lógica
viva que persiga en nosotros mismos, es decir, en nuestro
propio pasado nacional, la sustancia moral de nuestro ser
social, hemos sufrido una ausencia de perfiles determinan
tes. Como corolario, no hemos llegado a la definición del
“pueblo histórico” que se necesita para la fragua de la na
cionalidad.
Cerrados a la comprensión de esta tesis, por demás car
gada de venezolanidad, hemos buscado símbolos extraños
para explicar la misma explosión de nuestro proceso eman
cipador, y hemos aceptado, a humos de amigos de la Liber
tad, principios tan extraños como el que sostiene el cubano
Mario Briceño Iragorry 155
Fernando Ortiz al proclamar que la guerra por nuestra libe
ración continental empezó en el canal de la Mancha con la
destrucción de la poderosa Armada de Felipe II. Tanto como
adelantarnos a negar los valores de nuestra colonia y entrar
a la justificación de los piratas que destruyeron los asientos
de nuestros antepasados españoles y detuvieron fatalmente
la curva del progreso de nuestros pueblos.
Sólo a una mente obcecada por un menosprecio irreden
to hacia las formas de la política española puede ocurrir la
idea de justificar como beneficiosa para nuestro mundo
indohispánico la obra vengativa de Inglaterra y la labor
asoladora de los piratas. (Se explica el caso de Fernando
Ortiz por carecer él, individualmente, de la perspectiva his
tórica necesaria para juzgar el pasado colonial de su país: su
sensibilidad está viva aún para alzarse contra las formas
políticas que vivió su juventud). En cambio, nosotros ya
gozamos de una perspectiva de tiempo que nos permite
mirar con serenidad y sentido nacional hacia nuestro pasa
do hispánico.
Destruido, aniquilado y felizmente convertido en un mun
do distinto, el antiguo imperio colonial de España subsiste
como tema de odio, de menosprecio y de codicia para el
sajón. Y cuando este odio extraño se une incautamente con
el odio retardado de quienes consideran patriótico mante
ner la enemiga nacional contra el mundo de las formas co
loniales, los nuestros hacen suyos los elementos de los vie
jos enemigos de España y se cierran a la comprensión de
nuestro pasado.
Se alaba la cultura de franceses e ingleses, y se echa a un
lado el recuerdo de las barbaridades cometidas por los
corsarios que aquéllos armaban para destruir las ciudades
hispánicas del nuevo mundo. Para equilibrar los resultados
de la conquista -desinterés y desprendimiento del español
frente a la timidez y a la lentitud de otras potencias- ningu
nas más eficaces que las armas de los hombres sin ley que
venían a quemar nuestros asientos y a robar los galeones
que conducían a Sevilla el fruto del trabajo minero; era cri
minal que el indio y el negro trabajasen las minas a favor de
España, pero no era criminal vender aquellos negros ni
156 Ensayos escogidos
matar a quienes transportaban el fruto de aquel trabajo. Bien
estuvo que dicha moral tuviese defensores en la corte de
Londres, donde se honraban piratas y negreros. Pero que
del lado español y a través de tres siglos de reposo para el
raciocinio haya historia nacional que adhiera a tal sistema
ético, parece, por demás, descaminado. Aunque así parezca
y pese a lo ilógico del caso, muchos han renegado su origen
cultural y han maldecido la sangre española corrida por sus
venas. Hechos todo oídos para recibir la leyenda del descré
dito de España, hallaron en la propia autocrítica de sus hom
bres fuerza con que arrimarse a las tesis menospreciativas
sostenidas por los otros. Olvidaron muchos que mientras
Francia, Inglaterra y Holanda galardonaban a los asesinos y
ladrones que destruían el imperio español, en el Consejo de
Indias se escuchaban y atendían con profundo sentido
humanístico las censuras contra el sistema de gobernar los
reyes las provincias de América, formuladas por los juris
tas, los filósofos, los teólogos y aun por los mismos coloni
zadores españoles.
En la recia tela de su vida institucional labró España el
pespunte de su crítica. Tuvo el valor, que es tuétano y esen
cia de su historia, para proclamar las faltas de sus hombres
y tuvo también sentido para irles a la contraria. Pudo errar,
pero no buscó hipócritas argumentos puritanos para ocul
tar los desaciertos de sus capitanes. Pudieron sus hombres
haber sido arbitrarios con los indios y haber desoído las prag
máticas que los obligaban a servirlos en las encomiendas.
Esas críticas no figuran en la historia de la colonización in
glesa en Norteamérica, por cuanto allá no hubo encomien
das, en razón de haber sido sacrificados los indígenas, con
quienes, tampoco, el inglés buscó la convivencia. En cam
bio, los crímenes de los conquistadores españoles palidecen
ante las barbaridades cometidas entre sí, en Nueva Inglate
rra, por los fanáticos pobladores que transportaban al nue
vo mundo los tintes shakesperianos de la historia inglesa.
“Toda la Europa -escribe nuestro gran Vargas- se espantó
de una intolerancia tan chocante, porque en ninguna parte
se había visto ésta establecida como principio gubernativo
de una manera tan formal y tan temible”.
M año Bñceño Iragorry 157
6
No dudo del sincero patriotismo de los que juzgan nues
tro pasado español a la lumbre de un criterio opuesto al que
otros y yo sustentamos y defendemos. Sólo he considerado
desprovisto de humor eso de que se asiente que quienes
hemos procurado hacer luz en el progreso hispánico de nues
tro país, estamos promoviendo un regreso al antiguo siste
ma colonial. Sería creer demasiado en el poder de la evoca
ción literaria.
Del mismo modo como no acepto la leyenda negra forja
da a la sombra de la Torre de Londres, rechazo la leyenda
dorada de quienes alaban la colonización española hasta la
esclavitud y la Inquisición (3). Cuando he justificado en el
tiempo la obra de nuestros mayores, es decir, la obra de los
peninsulares que generaron nuestras estirpes y fijaron nues
tros apellidos, he creído cumplir un deber moral con el
mundo de donde vengo. Si mis primeros cuatro apellidos
procedieran de Barbados o de Jamaica, tal vez estaría la
mentando que mis presuntos abuelos no hubieran logrado
el dominio de Tierra Firme. Y si doy mayor estimación a la
parte hispánica de mis ancestros que al torrente sanguíneo
que me viene de los indios colonizados y de los negros es
clavizados, ello obedece a que, además de ser aquélla de
importancia superior en el volumen, tiene, como propulsora
de cultura, la categoría histórica de que los otros carecen.
Como el mío, es el caso individual de la mayoría venezola
na.
Jamás me ha movido la idea de servir a una desentonada
hispanidad que pudiera adulterar nuestra característica ame
ricana. El gran árbol hispánico lo considero idealmente di
vidido, en razón de la estupenda aventura realizada por el
pueblo español, no por la Corona de Castilla, durante el
Siglo XVI. Desde entonces hubo dos Españas: la de Indias
y la peninsular. La primera, formada por las masas popula
res que pasaron a América, a revivir para el futuro el espíri
tu de la libertad antigua, abatida en Castilla por los reitres
de Carlos I; la otra, condenada por largos años a sufrir la
quiebra provocada por el fanatismo de los reyes y por la
158 Ensayos escogidos
indolencia de los señores. Segundones e hidalgos arruina
dos guiaron la obra de las masas que vinieron a buscar aire
para el espíritu y cosa de comer para el estómago, en nues
tra América generosa. Buen ánimo supieron plasmar, para
que al correr de tres siglos se produjera la mejor generación
de hombres que ha visto nuestro mundo. Si he exaltado lo
exaltable que hay en la obra de la Colonia, lo he hecho por
cuanto en esa colonia cubierta de tinieblas, estaba forcejeando
una Venezuela que labraba con reflexión y con pasión el ins
trumento de su libertad. Y como juzgo que la historia de
una nación es tanto más vigorosa cuanto mayores sean los
factores de cultura que ha venido sumando el pueblo al com
pás de los siglos, considero que nuestro país surgió a vida
histórica cuando los españoles comenzaron la conquista. Sé
que algunos se desdeñan de este origen, y prefieren una vida
más corta, que parta, con la libertad, del 19 de abril de 1810.
Esos, sobre negarse a sí mismos, niegan la fuerza de nues
tro pasado, y para corregir su error debieran pensar que los
historiadores ingleses, sabedores de lo que es un proceso de
colonia, aceptan que “Bretaña surgió por primera vez a la
luz de la Historia y se incorporó al mundo civilizado con la
ocupación romana”. Los australianos, al asumir la sobera
nía dentro de la comunidad británica, tomaron como día
nacional el aniversario de la llegada a la gran isla de los
primeros inmigrantes ingleses, y no la fecha de fijación de
la Commonwealth. Con ello expresaron un propósito de
arrancar de las Islas Británicas el origen de su vida de cultu
ra. Esa misma razón me lleva a buscar la raíz de la vida
venezolana, no en la selva que habitó el aborigen americano
ni en la jungla de donde fue traído el esclavo doliente, am
bos conjugados con el español dominador para producir
nuestro vivaz y calumniado mestizaje; por lo contrario, he
creído preferible deshacer la rota de los navegantes españo
les y ver como nuestra, en trance de antepresente, la histo
ria que desde los celtíberos sin data azotó con la fecunda y
constante marejada del mare nostrum -marco de la más alta
cultura humana- los acantilados espirituales del vigoroso
imperio que se echó con Colón a la aventura maravillosa de
buscar un mundo nuevo (4).
Mario Briceño Iragorry 159
7
Para la formación de una conciencia nacional es necesario
confiar más en el poder creador de las síntesis que en los
frutos aislados y severos del análisis. Si bien necesitamos de
éste para hacer luz por medio del examen de los fenómenos
sociales, de nada, en cambio, valdrían sus resultados si lue
go de disociados los términos del problema no se lograse la
fuerza constructiva que explique los hechos y determine la
causa de que convivan temas y sentimientos que al pronto
parecieran contradecirse. Por tal razón, el crítico de Histo
ria, lo mismo que el sociólogo, debe poseer ventanas que le
faciliten mirar a más de un rumbo, y tratar, sin repugnan
cia, como positivos, ciertos valores que parecieran contra
decir el mismo progreso social, de igual modo como el fi
siólogo estima ciertos tóxicos que contribuyen a la defensa
del organismo. Precisa no olvidar que el mundo, como idea
y como voluntad, jamás podrá representarse por medio de
monumento de un solo estilo, sino como construcción dia
léctica donde armonicen las contrarias expresiones del pen
samiento y del querer humanos.
Quizá el sentido litúrgico e individualista que se quiso
dar a nuestra historia ha impedido que se fijen las grandes
estructuras ideales en torno a las cuales pueda moverse es
pontánea y fecundamente el mundo de la pasión y de la re
flexión venezolana. Sin que se logre esa fijación de valores -
no como conclusiones estáticas respaldadas o impuestas por
academias, sociedades patrióticas o cuerpos policíacos- sino
como elaboración común de una manera de obrar y de pen
sar, jamás se dirá que está cuajada para su efectivo progreso
nuestra nacionalidad moral, más urgida de salvaguardias que
la propia extensión geográfica confiada a la nominal custo
dia de los cañones.
Para que haya país político en su plenitud funcional, se
necesita que, además del valor conformativo de la estructu
ra de derecho público erigida sobre una área geográfico-
económica, es decir, que, demás del Estado, exista una serie
de formaciones morales, espirituales, que arranquen del
suelo histórico e integren las normas que uniforman la vida
160 Ensayos escogidos
de la colectividad. La existencia del pueblo histórico, que ha
conformado el pensamiento y el carácter nacionales, por
medio de la asimilación del patrimonio, creado y modifica
do a la vez por las generaciones, es de previa necesidad para
que obre de manera fecunda el país político. Se requiere la
posesión de un piso interior donde descansen las líneas que
dan fisonomías continua y resistencia de tiempo a los valo
res comunes de la nacionalidad, para que se desarrolle sin
mayores riesgos la lucha provocada por los diferentes modos
que promueven los idearios de los partidos políticos. Antes
que ser monárquico o republicano, conservador o liberal,
todo conjunto social debe ser pueblo en sí mismo.
La crisis de nuestros partidos históricos acaso derive de
esta causa. Nuestra política anterior a 1936, había degene
rado en política tribal. El viejo cacique que se comprometía a
sostener a un jefe. Tan caprichosa fue la manera de verse la
política, que cuando el general Juan Bautista Araujo, llama
do el León de los Andes, pactó con Guzmán Blanco, su parti
do, es decir, el antiguo partido oligarca que desde Trujillo
dominaba a la cordillera, se llamó Partido liberalguzmancista
araujista. Un galimatías sobre el cual se han fundado en
nuestro país todos los sistemas personales de gobierno que
ha sufrido la República (5).
Sin embargo, el problema de los partidos ha tomado ca
rácter distinto a contar de la muerte del general Gómez, ya
que el país quiere sistemas en lugar de hombres a quienes
la fortuna o el azar convierta en dispensadores de honras y
favores. Por superada se ha viso la etapa en que los pronun
ciamientos militares se consideraron curados de su pecado
original por el éxito logrado en la conducción de los destinos
públicos. Filosofía hedonista, grata a los dictadores y a sus
áulicos, sobre la cual estribaron nuestros viejos déspotas.
Por eso ha habido partidos circunstanciales, para ganar elec
ciones, como las Cívicas Bolivarianas; los ha habido creados
desde el propio Poder, para dar continuidad ideológica a un
sistema de gobierno, como el Partido Democrático Venezo
lano; los ha habido como expresión de programas marxis-
tas, como los Partidos Comunistas puros y como el Partido
Acción Democrática; los ha habido como sistema de princi
Maño Bñceño Iragorry 161
pios liberales, como Unión Republicana Democrática, y los
ha habido como encarnamiento de una ideología social-cris
tiana, como el partido Copei. Todos ellos han correspondido
a un propósito de dar a la lucha política marco distinto al de
los viejos métodos de mero personalismo, y al propósito de
hacer racional el proceso electoral para conquistar el Poder.
El pueblo llegó a creer en ellos y se agrupó en sus filas.
Fracasó Acción Democrática, cuando precipitadamente, con
el apoyo militar, tomó los instrumentos del poder. Mas, a
pesar de tal fracaso, existe la conciencia de que son necesa
rios los partidos como únicos medios para hacer efectiva la
consulta popular de donde deriven las instituciones cívicas
de la nación. Si están en crisis, como consecuencia del pa
réntesis de facto que atraviesa la República, ello se explica
también en parte por nuestra crisis general de pueblo, ré
mora permanentemente para que no se haya desarrollado
el sentido de la institucionalidad y de la responsabilidad so
bre las cuales descansa la vida de los Estados.
Pese a que exista dicha crisis, ella no debe llegar hasta
abolir toda fe en los valores populares y convertirnos en
apóstatas de la República. De lo contrario, es preciso ir al
pueblo y ayudarlo en la solución de sus problemas, de ellos
esencial, en el orden de la política, el que se endereza al
sincero, honesto, libre e igualitario ejercicio del voto. Antes
que asirnos a las tesis pesimistas de quienes niegan al pue
blo las posibilidades de superar sus reatos, hagamos nues
tra la fe del insigne Vargas, cuando proclamó en la Sociedad
Económica de Amigos del País, el año 1833, la siguiente
consigna: “Los pueblos todos tiene en sí el poder de elevar
se a las más altas ideas, a las acciones más heroicas, al ma
yor esplendor, según la educación que reciban, las circuns
tancias en que se encuentren y las influencias bienhechoras
de sus gobiernos y de sus leyes. Si el clima y los otros agen
tes físicos de la localidad modifican el desarrollo primitivo
de su gobierno, de su carácter moral y de su legislación, sin
embargo, esta influencia puede ser, y siempre ha sido, do
minada y corregida por las instituciones y las leyes, quedan
do, desde entonces, como un matiz que acompaña a un pue
162 Ensayos escogidos
blo en sus estados diversos de progreso, grandeza, deca
dencia, ruina”.
***
E x p l ic a c ió n
Este modesto ensayo de interpretación de nuestra crisis
de pueblo no pretende ofrecer conclusiones categóricas. En
él he querido recoger con apariencia de unidad diversos con
ceptos elaborados durante el curso de algunos años de me
ditación acerca de nuestros problemas nacionales. Por eso,
quienes hayan leído mis anteriores trabajos habrán encon
trado en el desarrollo de estas páginas temas ya propuestos
en aquéllos a la consideración del público. También existen
en archivos gubernamentales memorias en que fueron so
metidos al juicio de las autoridades problemas aquí esboza
dos. Con refundir dichas ideas y entregarlas a la discusión
de quienes sientan la misma angustia de lo nacional, he creí
do ingenuamente cumplir un deber de ciudadano. Acerta
das o en yerro, estas reflexiones escritas a la rústica, pues
son otros los que tienen el dominio de los temas aquí trata
dos, sirven al menos para que se piense una vez más en los
problemas contemplados.
Abunda el declarar que cuando critico lo nuestro no pre
tendo situarme en el limbo de una pueril irresponsabilidad.
Míos son, más que las virtudes, los pecados venezolanos. Si
huelgo cuando me siento partícipe de la gloria tradicional
de nuestro pueblo, me siento también culpable en parte de
los errores colectivos. Más aún: lo glorioso lo fabricaron
otros. En los reatos que impiden la marcha holgada del país
tengo acaso alguna parte, ora por silencio, ora por condes
Mario Briceño Iragorry 191
cendencia, ora por momentáneos intereses. Ya he dicho en
otro lugar que reconocerla es saldar en parte nuestra deuda
con las generaciones que vigilan nuestro ejemplo. Pecado es
confiar en el generoso olvido de los otros para intentar ex
hibirnos como dispensadores de honras.
Santiago de León de Caracas, en 11 de noviembre de 1950.
N o tas*
(1) El tema de la crisis literaria ha sido abordado extensamente en artículos
de periódicos y en mesas redondas celebradas en la Asociación de Es
critores Venezolanos. Parece que los interesados no se han puesto de
acuerdo, y mientras algunos, citando nombres de prestigio en nuestras
letras niegan la crisis, otros han llegado a hablar de “literatura de crisis”,
producto de una reconocida impreparación y de una excesiva presun
ción. Alguien, muy sutilmente, ha dicho que la crisis proviene de un
arbitrario intento de llamar literatura algo que no lo es, tal como si se
imputase a una crisis de la Medicina el desacierto de los yerbateros.
(2) Algunos venezolanos consideran que los conservadores colombianos
son más adictos a la persona de Bolívar que los colombianos liberales.
Ello es fruto de un juicio simplista: como los conservadores alaban el
Bolívar de la Dictadura, motejado por los liberales de desamor a los
principios legales, los venezolanos, que entendemos y amamos al Bolí
var de todos sus tiempos y sabemos explicar la contradicción aparente
de su conducta política, llegamos a desconocer las lógicas reservadas
con que enjuician los liberales el proceso final de Colombia, y, de lo
contrario, simpatizamos con la posición conservadora que mira en
Bolívar un patrón de gobierno de fuerza. Bueno es recordar que el
partido conservador histórico de Colombia fue fundado por un anti
guo septembrista.
(3) Los dos contradictorios tipos de leyenda provocados y mantenidos
por la aplicación de conceptos extremistas en el juzgamiento de nues
tro pasado colonial, tienen su contrapartida en las leyendas dorada y
negra con que se ha pretendido a la vez adulterar la historia del proceso
emancipador. Para algunos, Bolívar y nuestros grandes proceres son
personajes excusados de toda manera de crítica. Diríase que la reseña de
192 Ensayos escogidos
sus vidas, en la pluma entusiasta de algunos historiadores, tiene más
intención hagiográfica que móvil de historia. Por el contrario, otros,
fieles al criterio colonista de José Domingo Díaz, mantienen la violenta
incomprensión de la época de la guerra. (Estos, claro está, no se cose
chan fácilmente en suelo venezolano, pero en ciertas porciones de
América tienen vigencia y ganan aplauso). Para evitar los vicios que
acarrean unas y otras leyendas, ora en lo que dice a la historia de nues
tro período hispánico, ora en lo referente a la era de la emancipación,
debe procurarse una posición de equilibrio que tanto nos aleje de
condenar sin examen la obra de la Colonia, como de vestir arreos de
ángeles a los Padres de la República, así como del riesgo de poner alas
seráficas a los conquistadores y desnudar toda virtud a los hombres de
la Independencia. Para lograr ese equilibrio debemos empezar con con
venir en el error inicial que provocaron y continúan provocando las
banderías de tipo ideológico. De otra parte, y es esta materia en extre
mo sutil y delicada, un hipertrófico sentimiento patriótico lleva a
muchos de nuestros historiadores a negar a los otros escritores el dere
cho de ahondar y hacer luz en la vida de los Padres de la Patria. Argu
mento peligroso que, terminando en la deificación de los proceres, los
aparta, con daño de la ejemplaridad de su humana posición de arque
tipos sociales. Según los que así piensan, tuvimos una brillante genera
ción de semidioses que engendró una enclenque prole de enanos,
incapaces de tomar por ejemplo sus acciones heroicas. (V. mi trabajo!,«
Leyenda Dorada).
(8) En el caso de las garantías políticas juegan papel muy principal argu
mentos que derivan de factores disvaliosos, con duras raíces henchidas
de tiempo. En Venezuela, tierra de Libertadores, no ha prosperado la
mística de la libertad, de la seguridad y de la igualdad de responsabili
dades, sin las cuales las repúblicas estriban en tinglado de caña. Salvo el
paréntesis de gobierno del ilustre presidente Medina Angarita, el pue
blo de Venezuela, aun en los dorados tiempos de Vargas, Soublette y
Rojas Paúl ha sido, actual o potencialmente, un pueblo preso. De aquí
deriva la paradójica expresión de “la venezolana libertad de estar preso”
acuñada por Joaquín Gabaldón Márquez. No se ha desarrollado jamás
entre nosotros el profundo sentido de las garantías individuales. Me
nos el sentido de solidaridad que lleve a pensar cómo la arbitrariedad
que indiferentemente vemos caer sobre el vecino, puede mañana tocar
a nuestra puerta. La discrecionalidad de los procedimientos ejecutivos,
desfigurando la mentalidad común, ha servido para que la administra
ción de la propia justicia ordinaria aparezca frecuentemente lastrada de
los mismos vicios de insensibilidad, y que los jueces, olvidados de
antiguas consignas de equidad, miren al rigor más que a la justicia.
“Jueces achacosos” llamó a este género de funcionarios el certero maes
tro Granada. Si a la verdad vamos, habremos de reconocer que los
M año Briceño Iragorry 197
mismos instrumentos legales han sido parte de esta desfiguración con
ceptual. Los Códigos de Policía, colidiendo con las normas constitu
cionales, han reconocido en las autoridades ejecutivas facultad para
imponer sin juicio arresto hasta por quince días y la misma constitu
ción de 1947, tan celebrada en América, a la par que estatuyó el recur
so de Habeas Corpus introdujo el inciso Alfaro Ucero que consagró
como método de represiones políticas “la razón de Estado”. Por eso,
algunos humoristas que en nuestras Universidades han profesado cáte
dra de Derecho Constitucional, se han llamado a sí mismos profesores
de mitología.
(9) Examinar uno a uno los varios factores incitativos del estado que he
llamado “crisis de pueblo” sería tema para rebasar los modestos límites
del ensayo que intenté ofrecer al público. Va nuestra crisis desde las más
simples y naturales normas de la higiene doméstica hasta las encumbra
das esferas institucionales, civiles y castrenses, eclesiásticas y profanas.
Cuando apareció la primera edición de este trabajo, se debatía en los
estrados universitarios el problema de la crisis de la Universidad. Al
guien promovió, después, un examen de la crisis de la Justicia. En el
Instituto Pedagógico se ha debatido el caso de la enseñanza en general.
El examen de este problema cada vez que es intentado, promueve un
caos irreducible, ya que entre nosotros el hecho de haber pasado por
un instituto de enseñanza se considera título suficiente para opinar
sobre enseñanza y aun para dirigir la educación.
De nuevo se ha vuelto sobre el tema fundamental del bachillerato, y se
discute en torno a una corriente “pragmática” para el nuevo Liceo.
Ocioso sería detenernos en una crítica de fondo, cuando basta presen
tar las meras líneas superficiales del problema, para que se aprecie la falta
de sentido con que hemos procedido en el ordenamiento de nuestra
educación. Desde el Código de Soublette donde adquirieron cuerpo
las ideas de Vargas, hasta los últimos Estatutos, han jugado un papel
primordial las simples palabras. Para probar nuestro desdén por la fun
ción creadora del tiempo basta ver cómo se han inventado y suprimido
estudios y nombres, creyendo cada quien, en su turno, ser el creador
de la cultura. En Caracas, la vieja y prestigiosa Escuela Politécnica se
desarticuló para ser en parte absorbida por el Colegio Federal de Varo
nes que luego se llamó Liceo de Caracas, hasta recibir por último el
egregio nombre de Liceo Andrés Bello, no sin haber corrido riesgo de
llamarse Liceo Descartes, cuando se trató de hacer política grata alQuai
198 Ensayos escogidos
d’Orsay. ¿No sería más respetable el instituto si a su prestigio de hoy
uniese el brillo de una lujosa tradición en que aparecieran nombres de
profesores y de alumnos que son blasón de la República? Cada minis
tro, como genio de la hora, ha arremetido contra los signos anteriores
y ha echado las bases de una nueva estructura, que luego modifica el
subsiguiente. Nuestra Universidad, en la rama de las matemáticas, otor
gó sucesivamente títulos de doctor en Filosofía, doctor en Ciencias
Exactas, ingeniero, doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas, a los
graduandos en Ingeniería. Todo se intenta mudar y en una reciente
reforma de la Escuela de Derecho, se quiso llamar “Memoria de gra
duación” a la clásica tesis de grado de nuestra Universidad. Lejos de
modificarse la técnica de la tesis, y hacer de ella una verdadera expresión
universitaria, se buscó de darle otro nombre. Y eso es progresar. Las
escuelas primarias, que estuvieron a principios de siglo divididas en dos
grados, llegaron a seis un poco más tarde y se llamaron graduadas
completas y graduadas incompletas; y fueron llamadas escuelas con
centradas, hasta recibir más tarde la denominación de grupos escolares
y escuelas unificadas. Pero como cada ministro ha de dejar como re
cuerdo de su tránsito un nombre nuevo, ahora ha resultado la “escuela
periférica” en los barrios lejanos. Tuvimos, también, un ensayo de es
cuela rural urbana. (El adjetivo periférico ha pasado al orden asistencial
y al orden de los abastos, y tenemos puestos de socorro periféricos y
mercados periféricos). Junto con los nombres de los planteles se mu
dan los programas, sin esperar a que sea juzgada su idoneidad. Hay una
pugna y una emulación, no por servir a la causa de la educación, sino
en orden a mostrar cada profesor una técnica más avanzada. A veces
resultan los alumnos una manera de conejillos de Indias en que se
experimentan nuevas fórmulas psicopedagógicas. Estos procedimien
tos favorecen a la postre el analfabetismo ilustrado que padece la Repú
blica.
(10) Los instrumentos creados por las diversas asambleas y reuniones ame
ricanas parecieron contradecir la desarticulación a que se hace referen
cia en el texto. Hay en realidad un sistema americano, con normas
convencionales de la amplitud y consistencia del Pacto de Río Janeiro
y de la Carta de Bogotá, pero tal unión, lejos de expresar una simbiosis
directa entre las naciones, se manifiesta como equilibrio mediatizado a
través de la voz y de los intereses de Washington. Es decir, nos hemos
unido no para defender lo nuestro, como pensó Bolívar cuando con-
Memo Briceño Iragorry 199
vocó el Congreso de Panamá (de éste originariamente fueron exclui
dos los Estados Unidos), sino para servir una política que muchas
veces, por si no las más, contradice sentidas aspiraciones de los pueblos
de abolengo hispánico. Jugando, en razón de la fuerza, con los intere
ses privativos de cada país americano, el Departamento de Estado ha
procurado imponer una uniformidad en el pensamiento político de
las naciones novicontinentales. Esto hizo que se recibiera con profun
da simpatía la actitud de México, Guatemala y Argentina en el seno de
la IV Reunión de Consulta de los Cancilleres americanos; pues al hacer
reparos al proyecto de sobrecargar con obligaciones militares, de tipo
internacional, a los países iberoamericanos, que nada tienen que hacer
en el conflicto coreano, pusieron a salvo el sagrado derecho de disentir
de la autorizada opinión de Washington, que asiste, por gravedad de
soberanía y de cultura, a nuestro convulso mundo hispanoamericano.
(Seguramente en el fondo de otras Cancillerías americanas existió crite
rio igual al sustentado por los países disidentes, pero los cancilleres
hicieron la vista gorda en atención a otros compromisos).
Hoy se invoca como fuerza de imperio moral para animar la búsqueda
de elementos que robustezcan el llamado “sistema americano”, la nece
sidad de luchar asiduamente por la defensa de la civilización cristiana
de occidente, en que tan empeñosos se exhiben los magnates norte
americanos. Sin embargo, este problema tiene múltiples y variados
aspectos que sería preciso examinar y graduar muy delicadamente, y
que acaso aborde en ensayo que actualmente preparo.
Se ha intentado crear una confusión entre los intereses del capitalismo
internacional y los altos y sagrados ideales de la civilización cristiana,
amenazados por el comunismo ateo. Ambos planos, lejos de coincidir,
se contradicen, ya que la idea cristiana se distancia tanto del sistema
capitalista como el ateísmo comunista. (Cuando los apóstoles llevaron
a la Roma imperial cuyas autoridades y sacerdotes representaban el
orden de la riqueza y del poder, buscaron a las masas plebeyas, que
habían sido víctimas de aquéllos y habían agitado a la vez “el orden de
clases”, que pondera Juan Luis Vives en sus Causas de la decadencia de
las Artes. Washington aspira hoy a la capitalidad profana del mundo
occidental). Tampoco coinciden, empero a la continua se oponen, los
intereses privativos de Estados Unidos y los intereses de los países
hispanoamericanos. (“El gigantón en medio de enanitos que ríen de
cuando en cuando, le quitan las botas y hacen morisquetas”, escribía
por 1939 Enrique Bernardo Núñez, mientras Gabriela Mistral, con
200 Ensayos escogidos
voz tomada del dolor de la trágica profecía, anunciaba: “Estamos per
diendo la América, jalón por jalón, y un día nos despertaremos de
nuestra confianza perezosa sabiendo que las palabras Chile, México y
Nicaragua y ha no son sino nombres geográficos y no políticos, que
señalan grados de latitud y de longitud, frutos y maderas diferenciados
y una sola colonia no más de New York”).
Distan tanto de la coincidencia los intereses imperialistas de Estados
Unidos y los netos, altísimos y eternos ideales cristianos, que no hace
mucho tiempo un alto y responsable funcionario del Foreign Service
americano me habló de lo beneficioso que resultaría para la paz ameri
cana y para detener en el Nuevo Mundo el avance sovietizante, lograr
que los partidos comunistas criollos se desvinculasen de Moscú y ad
quiriesen autonomía nacionalista. Es decir, a juicio de aquél el proble
ma de la lucha contra el comunismo no radica en el comunismo^er se,
sino en que pueda servir de instrumento expansivo a la política del
Kremlim.
A los Estados Unidos no importaría, pues, que Hispanoamérica se
tornase una serie de repúblicas comunistas titoístas, siempre que le
asegurasen éstas la libre explotación de sus riquezas.
Los cristianos que no tengan “fe de barberos, descansadera en ocho
reales”, según la expresión unamunesca, han de pensar de distinto modo
y han de desglosar ambos problemas, para examinarlos en los respecti
vos planos diferenciales. Parece por ello más lógico no asociar a los
fracasos del mundo capitalista y a las soluciones que ofrece la locura
dilusional que parece envolver a gran parte de nuestro propio mundo,
el porvenir de una doctrina que, por poseer, como posee la Iglesia, la
certeza de que contra ella no prevalecerán las puertas del Infierno, se
siente vencedora de los tiempos. Ella sabe, con frase de Tertuliano, que
será eterno su destino, así viva “destituida de amparo en la tierra pere
grina” En el orden positivo, tiene el cristianismo, aunque lo nieguen
políticos de las calzas de Laski, fuerza sobrada para seguir empujando
los bajeles de la esperanza; así, pues, quienes, por sentirse comprometi
dos a su defensa, se enrolan sin examen en los cuadros circunstanciales
y heterogéneos del anticomunismo de guerra debieran pensar más en la
eficacia de confiar el destino de los pueblos, no a la desiderata de la
fuerza y a las manipulaciones del capitalismo internacional, sino a un
sistema pacífico que dé en realidad sombraje a la justicia y haga más
ancho el radio de la comodidad social. Antes que matar hombres para
alcanzar el equilibrio pacífico del mundo, podía dedicar Estados Uni-
Mario Briceño Iragorry 201
dos a la satisfacción de los desheredados alguna parte de los sesenta mil
millones de dólares ($ 60.000.000.000,oo) que le cuesta anualmente
el pie mundial de la guerra. Preferible es que aborte el monstruo, en
cuya destrucción puede mañana perecer la sociedad, a seguir alimen
tándole para que tome más vigor. Y el monstruo es el odio que entre
los desafortunados provoca la indiferencia y la avaricia de los
detentadores de la riqueza. Una justa política encaminada a sembrar en
la sociedad la paz de Cristo, lograría lo que en balde prometen los
administradores de las máquinas de guerra.
En Estados Unidos, cuyo bondadoso e ingenuo pueblo no es respon
sable, sino víctima también, de las combinaciones de los políticos y de
los negociantes, hay quienes, ante la presencia de los hijos muertos y de
los hermanos inútiles piensan con estos mismos pensamientos, y en
fecha reciente un experto escribía: “The Unites States is confronted by a
pmvetfitll empire of dangerouslyparanoic character, whom we cannot coerce,
and against whose violence we are powerless to defend ourselvers”. “Los
Estados Unidos están padeciendo el poderoso influjo de un carácter
peligrosamente paranoico, que no podemos dominar y contra cuya
violencia nosotros somos impotentes para defendernos por nosotros
mismos”. (“The Strategy of World War III”) por mayor general J. J.C.
Fuller y Alexander Mabane, American Perspective, volumen IV, 3
Summer, 1951.
207
208 Ensayos escogidos
«Cambure». Alegría de la tierra. Editorial Avila Gráfica. Caracas.
1952.177 págs.
«Responso a la vieja pulpería nacional». Alegría de la tien'a.
Mensaje sin destino. (Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo). Ti
pografía Americana. Caracas.1951. 90 págs.
A excepción de «Dimensión y urgencia de la idea nacionalis
ta» (Ideariopolítico. Editorial Las Novedades. Caracas. 1958.
257 págs.) y «Positivismo y tradición», tomado de la fuente
indicada, los demás textos corresponden a la edición de Obras
Selectas. Edime. Madrid-Caracas. 1966. 1151 págs.
I n d ic e
B r ic e ñ o I r a g o r u y : e l e x p lo r a d o r c u e n ta l o q u e h a v is to . V
S e n t id o y f u n c ió n d e la c iu d a d 1
E l s e n tid o d e l a tr a d i c i ó n 15
A m b ito y r a z ó n d e l h um an ism o a m e ric a n o 33
D im e n sió n y u r g e n c ia d e l a id e a n a c io n a lis ta 47
P o sitiv ism o y T ra d ic ió n 87
L a v id a d e l o s h é r o e s 99
L a c ris is d e l a c a r id a d 105
L as v irtu d es d e l o lv id o 111
U rbanidad y P olítica 115
A c e r c a d e l v o t o d e l a m u je r 120
C am b ure 123
R e sp o n so a l a v ieja p u lp e ría n a c io n a l 129
M e n sa je sin d e s tin o 137
Este libro se termino de imprimir en el mes de octubre
de 1997, con un tiraje de 1000 ejemplares, en los talleres
de Ediciones Astro Data, S.A.
Maracaibo - Venezuela
Signada por una tensión
,
moral la obra de Mario
Briceño Iragorry se concen
tra en una escritura obsesi
,
va que hace de lo civil un
conflicto que parece ir más
allá de los emblemáticos in
,
teresesde la nacionalidad la
venezolanidad y la forma
ción de la nación. Su insis
tencia en la retención de
unas virtudes ciudadanas
que garanticen la perma
nencia de la Gens, se hace
clamor espiritual y senti
mental cuando argumenta
aquellas virtudes desde las
posibilidades más reales de la
fraternidad, la amistad y el
amor.