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Muchas veces al hablar de vida cotidiana lo primero que viene a la mente es qué
has realizado últimamente en tu vida, de manera constante, ¡tanto! que por un
momento dejaste de preguntarte por ello. Alimentarse, asearse, pasear a cierta
hora, la delgada línea con el hábito ni siquiera puede distinguirse.
Pero, el “de cada quien” se diluye en el mundo actual. El mundo global trae
consigo su ficción pues ahora se busca la homogeneización: todo es cotidiano,
todo impacta, todo está unido. La vivencia ahora es la producción, la creación, o
mejor dicho la reproducción de realidades estándar y la saturación de los
fenómenos pues se pierde significado lo social y lo cultural. El modelo neoliberal
es moda, hay un cambio de hábitos, conversiones en la cultura y producción en
serie de objetos, mercancías, cuerpos, sobreproducción de ideas vacías.
Lévy-Strauss, habla desde el estructuralismo. Para él, la estructura tiene que ver
con el lenguaje; los procesos de socialización que constituyen el cotidiano pasan
por el sujeto a partir del lenguaje: el cotidiano es nombrado pero también es
modificado.
Se configura el contexto del sujeto, un contexto que debe ser analizado en primera
instancia desde el lugar que ocupa, en definitiva desde su cotidiano. Para Lefebvre
“la vida cotidiana no consiste en la vida en el trabajo, ni la vida familiar, ni las
distracciones y el ocio, es decir la vida cotidiana no es ninguno de los retazos que
las ciencias sociales acostumbran fragmentar” (Lindón, 2003). Y sin embargo, la
cotidianidad es todo esto. Es la vida del ser humano que va del trabajo a la familia,
al ocio y a otros espacios, es la vida del sujeto que se hace y se rehace en todos y
en cada uno de estos espacios.
Para Lefebvre no hay hechos sociales o humanos que no tengan un lazo de unión,
la vida cotidiana, que permite conocer la sociedad y el énfasis debe colocarse este
lazo y no tanto en los hechos; por el contrario, para la fenomenología los hechos
representan un desafío. Para la fenomenología, no es posible comprender la vida
cotidiana sin penetrar en el campo de la subjetividad social.
En este sentido, según Heller (1991), la vida cotidiana es “el espejo de la historia”,
porque nos devuelve en el reflejo de su imagen, la sociedad histórica respectiva,
mostrando así horizontes de exploración y descubrimiento de que la Subjetividad
de las culturas, en tanto racionalidad, afectividad y actividad está en diálogo
imperecedero con la realidad natural, personal y cultural desde la cual emerge la
vida cotidiana.
Bibliografía