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TEORIA POLITICA I

CONTRATO SOCIAL
Jean Jacques Rousseau

Panorama histórico

A través del “Contrato Social”, Jean Jacques Rousseau es el ideólogo de la Revolución


Francesa, ya que en torno a esta obra se desarrolla el ideario revolucionario. La Revolución Francesa
es un proceso que se autoalimenta a partir de un conflicto desencadenado por la nobleza.

El rey Enrique IV lleva adelante un gobierno de respeto por las formas religiosas e instaura el
absolutismo francés. Es el padre de Luis XIII, con quien se desarrolla el absolutismo a medida que se
transforman las clases dirigentes. Con el resurgimiento de las ciudades, debajo del rey van a estar los
nobles y una burguesía económicamente cada vez más poderosa y que se transforma en el principal
apoyo del rey. El monarca vende cargos a esta burguesía poderosa y así aparece la “nobleza de
toga”, un funcionariado judicial de importancia.

Por debajo del rey, la nobleza de sangre (señores territoriales) y unos 70.000 nobles menores
arruinados van a servir en la corte del rey. Cuando Luis XIV crea Versalles, estos nobles son
cooptados, se hacen dependientes del monarca y éste tiene así las manos libres para ser absoluto.
Con Luis XIII se empiezan a perfilar las divisiones entre nobles grandes y pequeños, un alto clero
(proveniente de familias nobles) y el clero medio y bajo y también aparece en tercer estamento, la
burguesía alta convertida en “nobleza de toga”. Luis XIII será quien introduce la figura del “primer
ministro”, que en su caso será el cardenal Richelieu y en el de Luis XIV el cardenal Giulio Mazarino.

Al morir Luis XIV hay síntomas de decadencia por sobreextensión del imperio, lo que provoca
grandes problemas fiscales. Luis XV es más moderado en los gastos, pero no puede evitar que el
problema fiscal se agrave, lo que eclosiona con Luis XVI.

Cuando Turgot, ministro de Finanzas, no puede controlar la situación fiscal, la nobleza pide la
convocatoria a los Estamentos Generales. Este suceso enciende una larga mecha que culminará con
la Revolución Francesa. En los Estamentos va a participar la burguesía ascendente y
económicamente poderosa, que no depende del rey pero que está inmersa en el ideario iluminista.

En la Asamblea de Estamentos Generales las decisiones se tomaban por Estamento, cuestión


que el tercer estamento rechaza porque ahora no sólo es más numeroso, sino que también es más
poderoso que la nobleza y el clero. Así se escinden en una Asamblea Nacional (mayo de 1789), a la
cual el rey pide que se sumen los otros dos estamentos pero suprimiendo la estamentalidad. De esta
manera se conforma la Asamblea General Constituyente que va a constituir un nuevo sistema de
acuerdo a las teorías contractualistas.

En la etapa Constituyente (jul/set 1789) se pasa del sistema estamental (por el cual el tercer
estamento siempre estaba en minoría) al sistema representativo liberal, por el cual la Asamblea
tendrá un carácter horizontal.

En la etapa Legislativa (set 1791/set 1792) la Asamblea destituye al rey. Esta época es la de la
guerra entre las naciones europeas (que buscaban evitar la propagación del ideario francés) y la
Asamblea que gobierna revolucionariamente.

En la etapa de la Convención (set 1792/ago 1795) se ejecuta al rey por traición (aunque ya se
le había hecho jurar la Constitución que limitaba sus poderes) El partido hegemónico, el jacobino,
instaura el terror y empieza un mundo nuevo, ya implícito en la fase constituyente y manifestado en el
calendario revolucionario francés, que empieza desde el año 1 y deroga el calendario gregoriano. El
calendario, que tuvo vigencia entre oct 1793/ago 1805, tiene los nombres de sus meses vinculados a

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tareas agrarias (vendimiario, fructidor, termidor, etc.) y al clima (lluvioso, nevoso, ventoso, brumario,
etc.). Estos cambios pueden ser vistos conceptualmente en el “Contrato Social” de Rousseau, que se
inscribe en la línea de los contractualistas jusnaturalistas modernos que, partiendo del estado de
naturaleza, describen cual es la sociedad posible.

Libro Primero

Cap. I: Objeto del Primer Libro

“El hombre ha nacido libre y, sin embargo, en todas partes se encuentra encadenado”. Trata
de encontrar un sistema legítimo donde el hombre sea libre. Plantea que el orden social es el
fundamento del derecho y que éste se funda no en la naturaleza sino en las convenciones.

Cap. II: “De las primeras sociedades”

La más antigua de las sociedades es la familia, el primer modelo de sociedades donde los
hijos se ligan a los padres durante el tiempo que necesitan, pero pasado este tiempo, la familia sólo
queda unida voluntariamente y subsiste por convención. Esta no es una sociedad política, porque los
hijos cuando llegan a la edad de la razón se convierten en dueños de sí mismos.

Cap. III: “Del derecho del más fuerte”

El más fuerte nunca lo es tanto como para serlo siempre si en un momento determinado no
transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber, porque si la única razón es la fuerza no
hay derecho, sino que hay coacción. Además, si se obedece por fuerza no se lo hace por deber, por
lo tanto al desaparecer la fuerza también desaparece la obligación de obediencia.

Cap. IV: “De la esclavitud”

Como ningún hombre tiene por naturaleza autoridad sobre otro y como la fuerza no constituye
derecho, la única base de toda autoridad legítima es la convención. En el tránsito a la modernidad, los
hombres establecen una sociedad a través de un pacto de asociación para luego pactar con el rey
una forma de gobierno a través del pacto de sujeción, que aún tiene sentido de sometimiento pero
que luego de la abolición del absolutismo el “sujeto” pasa a ser un actor social.

Los jurisconsultos ubicaban este pacto de sujeción en el hecho de haber cambiado la vida por
la libertad y Hugo Grocio dice que así como el hombre se hace esclavo, un pueblo puede venderse a
otro señor. Pero Rousseau dice que renunciar a la libertad es renunciar a la condición humana y que
la convención que estipula de un lado la autoridad absoluta y del otro una obediencia ilimitada es
contradictoria.

Grocio ubica el pacto de sumisión forzada en el estado de guerra y Rousseau lo refuta


introduciendo el estado de naturaleza, con hombres intelectuales, extraños y previsibles, unos
hombres naturalmente libres cuya renuncia a esa libertad sería incompatible con su naturaleza
humana. El hombre en el estado de naturaleza no tiene relación estable ni guerra permanente, por lo
que la esclavitud sería un introductor de desigualdad. La relación entre los hombres es de
indiferencia. Estado, esclavitud y derecho se excluyen mutuamente.

Cap. V: “Necesidad de retroceder a una convención primitiva”

Para resolver la cuestión del orden social es necesario remontarse a una primera convención.
Siempre hay diferencias entre someter a una multitud y regir una sociedad. Discute a Hugo Grocio,
que dice que un pueblo puede someterse a un rey a través de un pacto de sumisión que, sin

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embargo, es un acto de deliberación pública. En realidad, para Rousseau el pacto por el cual un
pueblo se convierte en sociedad es anterior a todo otro acto, inclusive anterior al pacto de sumisión.

Cap. VI: “Del pacto social”

Aquí comienza la transición del estado de naturaleza al estado social. El estado de naturaleza
genera obstáculos que los hombres no pueden superar y, ante la posibilidad de desaparecer, generan
un nuevo estado. Este tránsito implica la generación de un poder, la unión de fuerzas para subsistir a
través de la asociación, y su fin último es el mantenimiento de la libertad natural.

Las cláusulas del pacto pueden reducirse a una: la enajenación de cada asociado y de sus
derechos a la comunidad. Trata de superar las limitaciones a la libertad establecidas por Hobbes y los
jurisconsultos. En Rousseau el pacto es con el conjunto, todos se despojan de sus derechos y se los
ceden a ese conjunto que responde a sus mismas cualidades pero que es cualitativamente más que
la suma de las partes. Aquí surge el orden político, se produce un salto cualitativo entre las partes y el
todo. Esta unidad cualitativamente superior a la suma de las partes es la voluntad general.

La enajenación de derechos es total, sin reservas. La diferencia con Hobbes es que la entrega
es al Príncipe, mientras que en Rousseau la entrega es a un cuerpo constituido por la comunidad
misma. Esta nueva persona es lo que se llamaba “polis” o “civitas” y que ahora se llama “república”,
un cuerpo político que cuando se mueve es soberano y cuando es pasivo se llama Estado, sus
miembros se llaman “pueblo” y cada uno es ciudadano en tanto soberano y hacedor de leyes y
súbdito en tanto sujeto a ellas.

Ahora se entiende por ciudad un espacio administrativo, pero cuando de Rousseau hablaba
de ciudad se refiere a la polis, una unidad autónoma y autosuficiente. La ciudad de su época es
referida como “villa” y no debe confundirse un ciudadano (“citoyen”) con el habitante de la villa, el
burgués comercial (“burgois”) que vive en la villa, el “buró” donde el lazo principal es el mercado.

Cap. VII: “Del soberano”

La nueva entidad cualitativa es la voluntad general soberana, que funciona como si fuese un
solo cuerpo. Distingue la actuación de todo el cuerpo de la lectura individual de dicha actuación. El
conjunto considerado individualmente, la “voluntad de todos”, es un estado pre-político.

Para Rousseau la democracia es directa porque piensa en los modos de participación


cantonal de Suiza, su país natal. Arremete contra los representantes (el Parlamento de Locke)
diciendo que son producto del dinero y de la pereza del conjunto para asumir su rol. También reniega
de las facciones porque perjudican la deliberación, que debe ser conjunta y no facciosa.

Se supone que el cuerpo, una vez constituido, se mueve de acuerdo a la voluntad de la


mayoría. Como no hay ninguna ley anterior al cuerpo y sus decisiones son verdaderas y apuntan a la
libertad del hombre, si alguien se opone a las decisiones del cuerpo no es libre, aunque “el cuerpo lo
obligará a ser libre”. El cuerpo no podrá ir contra la libertad y los derechos de sus componentes.

El acto de asociación implica, entonces, una doble relación: cada individuo se relaciona como
miembro del soberano para con los demás y como miembro del Estado para con el soberano,
obligándose no sólo consigo mismo, sino también con un todo del que forma parte.

Cap. VIII: “Del estado civil”

Lo dicho hasta ahora es la transición del estado de naturaleza al estado civil. Ahora el hombre
se ve obligado a usar la razón luego del paso dado de la libertad natural (donde imperan los
impulsos) a la libertad civil y la propiedad (donde impera la razón). Los valores morales sólo tienen
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sentido en la sociedad civil: lo bueno, lo malo, lo justo, etc., no tienen cabida en el estado de
naturaleza, donde la relación es de indiferencia.

Aunque se priva de muchas ventajas naturales, el hombre gana otras más grandes: sus
facultades se desarrollan, sus ideas se extienden y se convierte en un ser inteligente. El hombre
pierde su libertad natural y su derecho ilimitado a todo cuanto desea, pero gana en libertad civil y la
propiedad de lo que posee.

Libro Segundo

Cap. I: “La soberanía es inalienable”

Al contrario de lo que decía Hugo Grocio, la soberanía no se puede enajenar a manos de un


señor. Como la soberanía es el ejercicio de la voluntad general es inalienable, el soberano (un ser
colectivo) no puede ser representado sino por sí mismo. Se puede transmitir el poder (acto particular),
pero no la voluntad (facultad del cuerpo). Si se enajena la voluntad, el pueblo debe sólo obedecer,
pierde su condición de ser colectivo soberano y se destruye el cuerpo político.

Cap. II: “La soberanía es indivisible”

La voluntad general del soberano no se puede trasladar a nadie ni se puede dividir. Se pueden
delegar funciones pero no dividir la voluntad general, que es legislativa y ejecutiva y se realiza a
través de delegados.

Como no se puede dividir la soberanía en principio, los políticos la dividen en sus fines y
objeto, en Poder Legislativo y Poder Ejecutivo, haciendo del soberano un ser fantástico formado de
piezas relacionadas. Este error proviene de considerar como partes integrantes del soberano lo que
sólo son emanaciones de la soberanía.

Cap. III: “De si la voluntad general puede errar”

La voluntad general atiende al bien común y la voluntad de todos al bien privado, ya que es
una suma de las voluntades particulares. Cuando el pueblo delibera formando intrigas y facciones, la
opinión prevaleciente no será fruto de la voluntad general sino de la opinión particular del grupo que
prevalece. No debe haber entonces sociedades parciales en el Estado sino que cada ciudadano debe
opinar según su modo de pensar.

Cap. IV: “De los límites del poder soberano”

Aquí se plantea el tema de a que cosas obliga la voluntad general a los ciudadanos y cuales
quedan al albedrío de la conciencia individual. Rousseau supone que el soberano no debe cargar a
los ciudadanos con cadenas inútiles, sino que lo fundamental es definir “lo que importa”, que es lo
que define lo público en cada sociedad.

La voluntad general es cualitativa y superior a la suma de las voluntades particulares, por lo


tanto a través de ella se legitiman las decisiones sociales de la mayoría. El problema se presenta con
las ciudades grandes, donde surge la cuestión de la representación.

El pacto social establece entre los ciudadanos una igualdad tal que todos se obligan bajo las
mismas condiciones y gozan de los mismos derechos, por lo que todo acto de soberanía obliga a
favorecer a todos por igual. De aquí que la voluntad soberana, inalienable e indivisible, no puede
traspasar los límites de las convenciones generales ni tampoco puede cargar a un súbdito más que a
otro.

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Libro Tercero

Aquí precisa algunos aspectos como las formas de gobierno. El gobierno funciona como un
hombre, como una potencia moral que decide un acto (voluntad, Poder Legislativo) y la fuerza que lo
ejecuta (Poder Ejecutivo), pero siempre por delegación de la voluntad general soberana, los
ciudadanos hechos uno a través del pacto. Los ciudadanos pactan y delegan su soberanía,
expresada en la voluntad general, en la instancia de gobierno que es quien hace cumplir
particularmente las obligaciones a los ciudadanos en tanto súbditos, sujetos a la ley.

Si el gobierno es bueno, hay un equilibrio entre lo que los ciudadanos producen como voluntad
general y lo que los súbditos reciben particularmente. Así el gobierno es un buen mediador, un buen
intérprete de la voluntad general bajo la forma de actos particulares.

Plantea las diferencias entre democracia, aristocracia y monarquía. Hay democracia cuando el
número de magistrados es más de la mitad del número de ciudadanos, como en la polis. La relación
entre la cantidad de ciudadanos y de magistrados es la que determina el tipo de gobierno, de modo
que hay aristocracia cuando menos de la mitad de los ciudadanos son magistrados y monarquía
cuando es uno sólo. La democracia es conveniente para los países de poca población porque
favorece la participación de todos, la aristocracia para los medianos y la monarquía para los grandes
pues el control que ejerce uno sólo es mayor.

El gobierno puede abusar sobre la voluntad general soberana, de este modo se altera la
constitución y se rompe el pacto social. Cuando el gobierno se concentra o el Estado se disuelve, el
gobierno degenera. Cuando el Estado se disuelve, el abuso de gobierno toma el nombre de anarquía,
fruto de un Estado dividido y de un gobierno que se diluye hasta perecer.

El principio de la vida política reside en la autoridad soberana, el Poder Legislativo es el


corazón del cuerpo y el Poder Ejecutivo es el cerebro, que lleva movimiento a todas partes. Si el
Poder Legislativo cesa en sus funciones, el cuerpo muere. El Poder Legislativo es quien da las leyes
como manifestaciones de la voluntad general, por lo tanto el soberano procede sólo cuando el pueblo
está reunido. La existencia de fracciones y la no deliberación de todo el cuerpo indica que éste está
enfermo.

La voluntad general delega funciones en el gobierno, pero la institución del gobierno no es un


contrato porque la voluntad general –y no el gobierno- es soberana. En las teorías de la democracia
liberal (Locke) y de la democracia popular (Rousseau) no hay pactos de sumisión como sí lo hay en
Hobbes.

Libro Cuarto

Cap. I: “La voluntad general es indestructible”

Los hombres reunidos se deben considerar como un solo cuerpo con una sola voluntad para
manejar el Estado de tal manera que necesiten pocas leyes universalmente reconocidas en validez y
utilidad. Pero cuando los intereses particulares empiezan a prevalecer, los vínculos sociales se
debilitan y el Estado languidece. Esto no significa que la voluntad general haya sido destruida ni
menguada su fuerza, sino que se ve subordinada a otras voluntades más poderosas que ella. La
voluntad general no puede ser destruida, a lo sumo puede ser eludida.

Cap. VIII: “De la religión civil”

El concepto primitivo de religión implica una vida comunitaria. En el proceso de secularización


fruto del resurgimiento de la vida urbana el protestantismo va a plantear que la religión es una
cuestión de conciencia, por lo que la práctica comunitaria deja de tener sentido.
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TEORIA POLITICA I

El lugar de la religión, ahora relegada a la conciencia, lo va a ocupar el conjunto de la


comunidad organizada como Estado nacional: la nacionalidad. El desarrollo del Estado nacional
moderno genera la homogeneidad a través de la unificación de la moneda, de las leyes, del territorio
y de las creencias. La función unificadora de la creencia es cumplida por la educación a través de la
fijación de elementos en el imaginario social valiéndose de una lengua común. Este imaginario social
común recibido a través de la educación por medio de una lengua común es la nacionalidad, la
“religión civil”.

Para Rousseau la nacionalidad es la religión de la democracia. Antiguamente los hombres


tenían por gobierno una teocracia, sus primeros reyes fueron dioses y la religión coincidía con un
pueblo, habiendo tantos dioses como naciones. El imperio romano erigió el “pan theón” (todos los
dioses), donde ubicaban a todos los dioses de los pueblos conquistados. El paganismo, con una
multitud de dioses y cultos que eran más o menos los mismos en todas partes, prepara una transición
al cristianismo monoteísta, con el culto a un Dios superior.

La llegada de Jesucristo para establecer un reino espiritual separó el sistema teológico del
político, lo que dividió las lealtades entre el representante de Dios (el Papa) y el gobernante terrenal
(el monarca). Entonces surgen dos religiones: la religión del hombre y la religión del ciudadano. La
religión del hombre es la creencia verdadera en Dios fundada en el derecho divino natural y limitada
al culto puramente interior a Dios. La religión del ciudadano, fundada en el derecho positivo de cada
país, tiene sus dogmas y su culto exterior prescripto por las leyes, pero fuera del país todo es infiel,
extranjero (extraño) y bárbaro.

Un tercer tipo de religión, en el cual Rousseau ubica entre otros al cristianismo romano, rompe
la unidad al someter a los hombres a dos lealtades: es la religión del sacerdote, con un derecho mixto
e insociable.

El derecho que el pacto social da al soberano sobre los súbditos no sobrepasa los límites de la
utilidad pública, cada uno es libre mientras no perjudique a los demás, de modo que los súbditos no
deben dar cuenta al soberano de sus opiniones íntimas, las cuales no conciernen ni al soberano ni –
mucho menos- al Estado.

Pero existe una profesión de fe civil cuyos artículos los fija el soberano no como dogmas de
religión sino como sentimientos de sociabilidad, sin los cuales no se puede ser buen ciudadano. A
quien no los acepte, se lo puede expulsar del Estado no como impío sino como insociable. Para eso
existe una entidad benéfica que provee la felicidad de los justos, el castigo de los insociables, la
santidad del contrato social y de las leyes como dogmas positivos. El dogma negativo es la
intolerancia, pero esta religión civil debe tolerar a las otras siempre y cuando no sean contrarias a los
deberes del ciudadano.

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