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Mi Revolución Werty_19

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Mi Revolución

Autor: werty_1983, 13/Ene/2009 23:25 GMT+1:

Despertó como cada día a la misma hora de siempre. Remoloneó un


poco más en la cama para despejarse, sus cinco minutos de rigor, como
decía cada mañana, aquellos que necesitaba para repasar en su mente
todo lo que tendría que hacer esa jornada, su apretada agenda le dejaba
poco tiempo para ella.

Se levantó y se duchó, tras arreglarse salió de su habitación, saludando


a todo aquel que se cruzaba en su camino. Bajó al salón pequeño donde
como ya sabía, su madre la esperaba para desayunar.

- Buenos días, mamá – saludó antes de sentarse frente a ella que la


miraba con una revista en las manos mientras daba cuenta de un café y
unas tostadas - ¿Qué novio me toca este mes? – preguntó chistosa,
recibiendo la mirada inquisidora de su madre.

- Como siempre tú tomándotelo todo a risa – recriminó – sabes que este


tipo de fotos no son buenas para la familia – dijo mostrándole aquel
reportaje donde se vio a sí misma junto a un joven con el que parecía
reír encantada.

- Ah, venga, mamá – protestó quitándole importancia – Roberto es solo


un amigo y simplemente hablábamos – se defendió.

- Solo digo que tengas más cuidado – dijo de nuevo – este tipo de cosas
todos los meses afectan a mucha gente.

- No es mi culpa si esos periodistas no contrastan su información antes


de publicarla – se defendió de nuevo al tiempo que una chica le servía
un café – gracias – le dijo amable.

- En fin, dejemos el tema – terminó su madre apartando la revista -


¿Cuándo sale tu avión?

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- En dos horas – contestó tomando un sorbo – ya está todo preparado…


¿y papá? – quiso saber al no verlo por allí.

- Salió temprano – informó – no le dio tiempo a esperarte.

- Pues nada, hablaré con el a mi vuelta – dijo comprensiva.

- ¿Algún problema? – se preocupó.

- No, no – contestó rauda – solo quería resolver con él un par de


cuestiones sobre la cena del mes que viene.

- ¿A quien quieres invitar? – dijo sabiendo por donde iba su hija – Ya está
todo cerrado.

- Ya lo sé – dijo medio suspirando – no es eso, no te preocupes, prometo


no hacer locuras y ser una niña buena – contestó medio riendo al ver la
cara de estupor de su madre – voy a prepararme – se levantó – por
cierto, cuando llegue Fernando dile que me haga el favor de pasarse por
mi casa, a ver si antes de que vuelva han terminado la dichosa obra… -
terminó de decir saliendo de allí antes de que su madre dijera nada.

Su madre la miró entrecerrando los ojos mientras se marchaba, aún no


entendía como podía tomarse las cosas así, tenía una responsabilidad
muy grande y aunque sabía que tenía la cabeza sobre los hombros a
veces la sacaba de sus casillas, como ese día, por ejemplo, tomándose
tan a la ligera aquella portada de la prensa rosa que podría ocasionar
más de un problema, aunque esperaba, que no llegara la sangre al río.
Miró de nuevo la portada, encontrándose con su hija y Roberto… frunció
el ceño, “Es un buen chico, pero mi hija no debería dejarse fotografiar
así como así” se dijo a sí misma.

- Llévate esto, por favor – le dijo a la chica tendiéndole la revista.

- ¿Pero me lo estás diciendo en serio? – preguntaba sin dar crédito a lo


que escuchaba.

- Que sí – reía al ver la cara de sorpresa de su amiga – se puso frente a


mí, de rodillas me cogió la mano y me dijo que me casara con él –
sonreía al recordarlo – imagínate, si hasta le pidió al camarero que
quitara la música… todo le mundo mirando y yo no sabía donde
meterme… - reía – la gente aplaudiendo, él esperando y yo ahí, sin saber
qué hacer.

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- Lo mandarías a la mierda como mínimo ¿no? – preguntó.

- Bueno… es que… - dijo bajando la cabeza – era muy mono y… no sé,


esa forma de acercarse no me dirás que no fue original.

- ¡Claudia! – decía más que sorprendida por aquella actitud de su amiga,


desconocida hasta el momento.

C: Qué quieres, me hizo gracia – contestó sonriente – además, tampoco


es tan malo… tomamos unas cervezas y nos fuimos.

- ¿Juntos?

C: Sí, ¿qué pasa? – dijo mirándola para que se diera cuenta de que
estaba sacando las cosas de quicio – no es nada del otro mundo,
además tampoco pasó nada… simplemente dimos una vuelta, nos dimos
un par de besos y para casa… cada uno a la suya. – apuntó mientras
bebía de su taza.

- Si yo no digo que sea malo – se defendió – es más, me parece perfecto


que después de lo de Aimé tengas ganas de salir y eso… solo que…
perdona eh – rió – te hacía más modosita…

C: ¡Pero bueno! – Protestó entre risas – no sé – dijo ya más seria – me


gustó y hemos quedado para vernos el fin de semana.

- Bueno, pues si tú estás contenta yo que me alegro – sonrió.

C: ¿Y tú qué? – se interesó - ¿Cómo van las cosas con Alex?

- Ahí vamos – contestó tomando un sorbo de su café – nada serio ya lo


sabes… nos vemos de vez en cuando y pasamos el rato.

C: Ya sé yo que manera de pasar el rato tenéis – dijo entre bromeando y


recriminando.

R: Hola, chicas – saludó Rai entrando en la cafetería encontrándose con


ellas, sentándose a su lado y tomando un sorbo de la primera taza que
pilló.

- Pero que morro que tienes, tío – recriminó – ponte uno tú.

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R: Es que no me da tiempo – contestó – y a vosotras tampoco os da


tiempo a terminarlo, han avisado que viene un tráfico, dos niños y tres
adultos.

- Menudo turno llevamos – bufó, antes de levantarse.

C: Sí, y aún nos queda un rato más… – contestó haciendo lo mismo –


venga… vamos al lío.

De nuevo al muelle, preparándose para la entrada de los heridos, junto a


Rai miraba hacia la puerta por ¿quinta? ¿sexta vez en las dos horas que
llevaba de turno? No lo sabía, solo sabía que ese seria una guardia
demasiado larga y que para cuando terminara estaría tan agotada que
lo único que querría era irse a dormir, pero había quedado con Alex…
aunque en esos momentos no creía que fuera lo mejor… aquella relación
estaba más que acabada, habían terminado hacía un par de meses pero
aún así, se seguían viendo esporádicamente y era consciente de que
aquello tendría que terminar si no querían hacerse daño mutuamente.

Bajaba del avión encontrándose como ya esperaba con aquel comité de


bienvenida. Miró hacia atrás, sonriendo a Carlos y Javier que miraban
todo a su alrededor. Comenzó a bajar las escaleras del avión mostrando
una sonrisa pintada en los labios, saludó a quien había ido a recibirla con
cordialidad, cruzando un par de palabras con alguien que le daba la
bienvenida.

Un poco cansada llegó al hotel, el botones dejó la maleta y sin pedir


propina se marchó, sonrió sabiéndose sola, a diferencia de la sonrisa
anterior ésta era más liberadora que la primera, se cogió una coleta en
el pelo y salió a la terraza, encontrándose en el balcón de al lado a
Carlos que como ella también se asomaba.

- ¿Todo bien? – preguntó.

C: Sí, sí – contestó – todo bien.

- Estupendo – dijo antes de meterse de nuevo hacia la habitación,


necesitaba una ducha, después de tantas horas de avión su cuerpo lo
necesitaba.

Un rato después, más relajada tras haberse quedado bajo el agua


durante un buen tiempo, salió envuelta en una toalla y poniéndose ropa
cómoda cogió su agenda electrónica y comenzó a mirar aquello que
tenía programado para esos tres días de viaje.

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Enfrascada estaba en su tarea cuando su teléfono móvil sonó, lo cogió y


mirando la pantalla suspiró antes de cogerlo.

- Hola mamá – dijo a modo de saludo – mamá… mamá, habla más


despacio que no te entiendo – decía al no comprender nada de lo que le
decía debido a sus nervios - ¡qué! ¿Cuando? – se puso nervios – vale,
vale – comenzó a andar por toda la habitación – sí, sí… voy a prepararlo
todo – hablaba con nerviosismo - ¿dónde va? … allí nos vemos – colgó
con rapidez y casi corriendo salió de la habitación para encontrarse con
Javier y Carlos y explicarles a ambos lo que había pasado.

Mientras tanto, en Madrid, llegaba a urgencias andando con


tranquilidad, había salido con tiempo de casa y no queriendo desayunar
sola fue directa al hospital y allí tomarse un café con calma antes de
comenzar su turno.

T: Buenos días – saludó dándole el parte de entrada – llegas temprano.

- Sí, me aburría en casa y he dicho, ale, ve a trabajar que te vendrá bien


– contestó sonriendo mientras firmaba - ¿qué tenemos?

T: Pues de momento poca cosa, está todo muy tranquilo – informó – pero
también es muy temprano así que…

- Ya, lo imaginaba – contestó - ¿Claudia ha llegado ya?

T: Aún no – miró su reloj – le queda media hora para entrar, el que sí que
ha llegado es Rai – le dijo.

- Sí, es verdad, Claudia entraba más tarde – dijo ella mirando el suyo –
pues nada, buscaré a Rai que me haga compañía…

En ese instante vieron como los chicos del SAMUR entraban empujando
una camilla, en sus rostros la preocupación y el desconcierto, andaban
con prisas, Raúl le decía algo a Mónica, tanto ella como Teresa se
extrañaron de que no dijeran el estado del paciente gritando nada más
entrar, tal y como hacían habitualmente.

- ¿Qué tenemos? – dijo acercándose hasta la camilla.

R: Le ha dado un infarto – le informó mientras se cercioraba de que el


paciente seguía estable, dentro de la gravedad.

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- Teresa avisa a Rai – dijo antes de mirar al paciente, en cuanto lo vio


levantó la cabeza sorprendida, volvió a bajarla para cerciorarse de que
había visto bien - ¿pero este hombre no es…?

M: El mismo – dijo Mónica – se va a liar…

- ¡Joder! – Exclamó por la sorpresa – lo llevamos al box 1 – les dejó pasar


para acercarse rápidamente a la recepcionista – Teresa, dile a Rai que
estamos en el Box y avisa a seguridad… esto se va a llenar de
periodistas, que no entre ni uno ¿entendido? – casi ordenaba.

T: Sí, claro – decía algo contrariada - ¿Pero quien es? – preguntó viendo
como ya se alejaba – ¿algún famoso?

- Luego, Teresa – le gritó antes de entrar a urgencias dejando a la


recepcionista quitándose las gafas y estirando el cuello intentando saber
quién era el paciente, Diego llegó con los objetos personales del
hombre, seguido de otros dos tipos que habían llegado justo tras el
paciente y al ver de quién se trataba abrió los ojos como platos - ¡La
leche!

Desde su posición en recepción de urgencias, Teresa miraba entre


alucinada y sorprendida como iban llegando varios miembros de la
familia del paciente que había entrado hacía tan solo unos minutos. Algo
molesta o desilusionada observaba como ninguno llegaba hasta donde
ella estaba siendo interceptados antes por el mismísimo director del
hospital que tras saludarlos e intentar tranquilizarlos en un primer
momento los acompañaba dentro, mientras les iba explicando lo que
pasaba.

En el box, tras la sorpresa inicial de Rai se afanaban por mantener


estable al paciente, ya habían pedido varias pruebas y en esos
momentos estaban estudiando las posibilidades.

R: Pues me parece que vamos a tener que ponerle un Bypass – informó a


su compañera.

- Vale, voy a ir avisando – contestó – y ahora vamos a hablar con


Santiago – continuó.

R: ¿Cómo va la cosa fuera? – quiso saber.

- No tengo ni idea, aunque supongo que ya se habrá enterado todo el


mundo.

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R: Vamos que esto estará lleno de periodistas… - dijo algo fastidiado.

- Sí… habrá que preparar una rueda de prensa y todo eso.

R: De eso que se encargue Santiago, nosotros nos encargamos de


curarlo – contestó.

- Bueno… voy a ver qué tal va todo – terminó de decir saliendo del box.

Salió a la puerta de urgencias donde Teresa miraba hacia la entrada,


volvió su cabeza y puso gesto algo incomodado, como ya suponía, la
entrada de urgencias estaba llena de gente, bastantes periodistas y un
cordón de seguridad evitando que entrara o que obstaculizaran el paso
de ambulancias, suspiró, sería un día bastante largo.

C: ¿Es verdad lo que me han contado? – dijo Claudia llegando hasta ella.

- Sí, sí que es verdad – contestó – no tienes más que mirar a tu alrededor


– dijo para que viera la que se había montado.

C: Joder – dijo sorprendida – qué rapidez…

- Y que lo digas…

T: Mirar, mirar – les llamó su atención para que vieran quién entraba.

En ese momento vieron como un coche con los cristales tintados paraba
junto a la puerta y una chica de unos treinta y seis años salía de él,
ataviada con uno traje de chaqueta oscuro, unas gafas de sol que
ocultaban sus ojos, el pelo suelto y una seguridad que hacía que todos la
admiraran, seguida de dos hombres vestidos con pantalón y chaquetas
negros, que hablaban entre ellos y miraban todo a su alrededor,
Santiago se acercó nada más verla y tras saludarla como debía y
compartir con ella un par de palabras la acompañó hacia el mismo lugar
que el resto de la familia.

- ¿Ya han llegado todos? – quiso saber.

T: Sí, ella es la última – contestó – por lo visto estaba de viaje y nada


más llegar ha tenido que volver.

- Bueno, pues voy a avisar a Rai – les dijo – supongo que habrá que
informar… - dijo volviendo a entrar a urgencias.

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En el gabinete de médicos, la familia del paciente esperaban ansiosos


noticias, la puerta se abrió y quitándose las gafas entró y sin mirar quién
había o quien no en aquella habitación fue hasta su madre para darle un
abrazo…

- ¿Cómo está? – preguntó – ¿Sabéis algo? – los miró.

F: Aún no – contestó Fernando – le están haciendo pruebas – dijo – solo


sabemos que ha tenido un infarto.

S: Los médicos que le están atendiendo vendrán ahora para informarles


– le indicó.

En ese instante la puerta se abrió dejando paso a Rai junto con su


compañera, que miraron a todos con expectación, la familia se volvió
esperando que les dijeran algo, cerraron la puerta para tener más
intimidad y así comenzar a hablar…

R: Majestad – dijo Rai saludando a la Reina – soy el médico que ha


atendido al Rey, ella es Esther, la enfermera.

Tras los saludos que dictaban el protocolo, se sentaron en la mesa ala


espera de noticias sobre la salud del Rey. Esther miraba a los allí
presentes con una mezcla de admiración por lo que representaban,
incredulidad por tenerlos cara a cara y tranquilidad al veros como
cualquier otra familia de algún paciente.

R: Bien, el Rey está estable en estos momento – comenzó a explicar –


aunque aún está grave podemos decir que saldrá adelante – todos
respiraron – pero pensamos que lo mejor es ponerle un bypass, así
evitaremos otro susto – esperó a que alguien dijera algo pero al no
hacerlo continuó hablando – es una operación relativamente sencilla, no
tienen de qué preocuparse.

Re: Estamos de acuerdo con su criterio doctor – habló la Reina.

R: Estupendo… pues tiene que firmar la autorización y nosotros nos


encargaremos de todo – dijo mirando a Esther.

E: sí, voy a ir preparando el quirófano – se levantó hizo una pequeña


reverencia sintiéndose algo ridícula por ello y tras obtener el beneplácito
de todos salió de allí para continuar con su trabajo.

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S: Majestad – habló el director del hospital – no sé qué criterios se deben


seguir en estos momentos en referencia a la prensa y demás…

Re: No se preocupe por eso – le dijo con amabilidad – nuestro jefe de


prensa se hará cargo, lo que sí… si no tienen inconveniente sería
necesario que tanto usted como director y el doctor – señaló a Rai –
dieran un parte médico con el estado de salud del Rey.

S: Por supuesto – dijo rotundo – no haremos cargo.

R: Si me disculpan – intervino Rai sintiendo que ya nada más hacia allí –


voy a ver como va todo.

Un rato después, el Rey era llevado a quirófano, donde Rai y Esther se


afanaban en realizar lo mejor posible aquella operación que tantas veces
habían hecho. Fuera, en la sala de médicos, la familia Real esperaba
noticias, mientras fuera del hospital, la prensa hacía sus cábalas sobre el
estado de salud del monarca dando palos de ciego esperando con ansias
el siguiente parte médico…

Teresa por su parte, ponía firme a todo aquel que intentara entrar
haciéndose pasar por enfermo siendo un nuevo periodista que intentaba
sacar alguna nueva información, al tiempo que iba avisando cuando
alguna personalidad importante del estado llegaba o llamaba para saber
como se encontraba el Rey…

Terminada la operación, médico y enfermera fueron a informar a la


familia que algo más tranquilos al saber el resultado satisfactorio de la
intervención, pidieron verlo y tras la autorización del médico fueron
conducidos hasta la UCI donde aún sin poder entrar permanecieron a la
espera de que fuera llevado a planta para poder estar con él.

Parecía que ya estaba todo controlado, por lo que Esther fue en busca de
Claudia para tomarse un café que llevaba necesitando desde que todo
comenzó, entraron en cafetería y se sentaron en una de las mesas
escuchando como no podía ser de otra manera que todo el mundo
hablaba del mismo tema.

C: Oye y… ¿Cómo son así de cerca? – preguntó

E: Pues como van a ser, Claudia – dijo ya un poco harta de que todo el
mundo le hiciera la misma pregunta – pues como toda familia que tiene
a un allegado ingresado en el hospital… yo qué sé.

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C: Hija perdona – contestó algo cortada por aquella manera de


contestarle – pero no todos los días se tiene en frente a la Reina y a la
Princesa… que por cierto, es más guapa al natural que en la tele.

E: No me he fijado, la verdad – dijo sin darle importancia.

C: Bueno y Don Fernando… - seguía diciendo – también gana bastante


¿eh? Y es más alto de lo que parece.

E: sí, supongo – continuó – ya te he dicho que no me he fijado


demasiado.

C: ya lo veo, ya – la miró - ¿qué te pasa que estás medio ausente?

E: No, nada – le quitó importancia – que tengo muchas cosas en la


cabeza.

C: Ya… Alex – afirmó cambiando radicalmente de tema. - ¿Qué ha


pasado?

E: Nada… eso es lo que ha pasado, que ya no pasa nada – dijo bebiendo


de su taza – que esto se ha acabado pero no somos capaces de
terminarlo del todo… y me estoy empezando a agobiar.

De pronto se hizo el silencio en la pequeña cafetería, todos miraron a la


puerta y descubrieron a la Princesa Heredera Macarena parada en el
umbral, parecía incluso algo turbada por tanta expectación, cosa que a
todos les extrañó dado que ya debería estar más que acostumbrada
habiendo vivido de ese modo durante toda su vida.

Viendo que nadie se movía de su lugar y tomando la iniciativa, Esther se


levantó disculpándose con su amiga y se acercó hasta ella.

E: Alteza – saludó de nuevo - ¿Puedo ayudarla en algo?

M: Sí… gracias – contestó – venía a tomarme un café pero…

E: Si lo desea puedo llevárselo al gabinete o decirle a alguien que se los


lleve – ofreció.

M: Bueno… en realidad – dijo mirando a su alrededor- necesitaba algo de


aire, algo de tranquilidad y… mi madre… la Reina – se corrigió al
instante sabiendo que de cara al público no podía utilizar ciertos
términos – está un poco alterada.

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E: Entiendo – sonrió levemente – Sí quiere sentarse… - le ofreció un


lugar en su mesa.

M: No, gracias, no quisiera molestar – contestó viendo que seguramente


habría cortado alguna conversación – me sentaré por aquí – señaló la
mesa más cercana a la puerta y se sentó al tiempo que sus
guardaespaldas se posicionaban cerca de ella pero dejándole su espacio.

E: Le traeré un café – anunció con amabilidad sin darle opción a negarse


- ¿Cómo lo toma?

M: Con un chorrito de leche y sin azúcar – contestó agradeciéndole con


un gesto su gentileza.

E: Muy bien, en seguida se lo traigo – se dio la vuelta y fue a servirle el


café, viendo como todo el mundo allí parecía hablar entre murmullos por
aquella presencia tan sorprendente, nadie habría imaginado a la
mismísima heredera al trono sentada en la cafetería de aquel hospital
como una persona más…

Como había prometido le llevó aquel café recibiendo una sonrisa de


agradecimiento por su parte, se quedó mirándola unos segundos, a la
espera tal vez de un permiso para marcharse, se rió de sí misma por la
estupidez de la situación y volvió junto a Claudia sin poder ver la media
sonrisa que había provocado en la Princesa.

C: Pues qué quieres que te diga – dijo una vez se sentó – viéndola ahí, en
la cafetería, parece una persona normal.

E: Es que es una persona normal, Claudia – le contestó – que no es E.T ni


nada por el estilo.

C: Ya lo sé idiota – le tiró la servilleta riéndose – lo decía porque no sé,


parece accesible…

E: ¿Y por qué no tiene que serlo? – volvió a decir como si no estuviera


allí, Claudia se dio cuenta que en ese momento no podrían hablar con
tranquilidad, la enfermera tenía la mente bastante lejos de allí.

C: Mira, cuando se te pase la tontería, hablamos – dijo medio ofendida.

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E: ¿Pero que…? – se preguntó contrariada sin saber por qué de aquella


respuesta y viendo como su amiga salía de la cafetería no sin antes
echarle un buen vistazo a uno de los guardaespaldas.

Esther quedó allí, metida en sus pensamientos mientras todo aquel que
salía o entraba en la cafetería comentaban por lo bajo el hecho de ver a
la princesa Macarena sentada tomándose una buena taza de café, sola y
con la mente ausente.

En un momento dado le dio por mirarla, quedando su mirada fija en su


perfil, realmente parecía agobiada, triste, la hospitalización de su padre
seguramente le habría tenido que afectar bastante, sin embargo, había
que fijarse muy mucho para ver en ella algún signo de aquel
sentimiento, cualquiera en su situación querría estar acompañada,
hablar con alguien, intentar que quien fuera le dijera que todo iría bien…
sin saber como, se vio levantándose de su silla y dirigirse hacia aquella
mesa…

- Esther, acaba de entrar un tráfico – le avisaron cerca de aquella mesa –


te esperan en quirófano.

E: Voy – dijo mirándola por ultima vez y cambiando el rumbo de sus


pasos.

Habían pasado cerca de dos horas cuando tuvo un nuevo descanso, en


rotonda, Teresa continuaba con la tarea de no dejar pasar a ningún
periodista que algo más tranquilos después del nuevo parte médico
sobre la salud del Rey parecían no buscar más excusas para ingresar al
hospital quedándose tras el cordón de seguridad.

S: Esther – dijo Santiago llegando hasta ella – te andaba buscando – la


enfermera prestó atención – quiero que te encargues de las curas del
Rey.

E: Claro – contestó diligente – en seguida voy, termino de firmar unas


cosas y estoy allí.

S: Vale – dijo esperando que no tardara demasiado.

T: Hija qué suerte – decía ilusionada – a ver si consigues que se hagan


una foto conmigo…

E: Teresa, por favor – protestó regañándola.

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T: Mujer, no ahora, cuando esté recuperado y eso… que me hace mucha


ilusión… que en casa siempre hemos sido muy monárquicos…

E: Mira, me voy – dejó las carpetas que llevaba sobre el mostrador – que
estáis todos con una tontería encima…

Al llegar a la UCI tuvo que enseñar su identificación a los dos “armarios


empotrados” –como ella misma los había bautizado – que custodiaban la
puerta, una vez corroboraron que era trabajadora del hospital, abrió la
puerta y la imagen que se encontró la dejó algo parada.

El cuerpo del Rey estaba tendido en la cama, parecía dormir con


tranquilidad, a su lado, con el rostro apoyado en su mano, Macarena
miraba a su padre con devoción, incluso podía ver una lágrima
escaparse de sus ojos. No supo porqué, pero aquella imagen le había
impactado un poco.

E: Alteza – dijo con cautela de no asustarla, Macarena se limpió la cara y


se repuso ante su presencia – venía a hacerle las curas, será mejor que
salga.

M: Sí, claro – contestó aún algo aturdida aunque manteniendo el tipo y


abriendo la puerta de la habitación - ¿La Reina? – preguntó a uno de los
chicos.

- Hablando con el Director del hospital, alteza – informó, Macarena


asintió y fue en busca de su madre.

Andaba por los pasillos cercanos a la UCI revisando el pedido de


farmacia, estaba absorta en él cuando una voz su espalda le hizo cerrar
los ojos y suspirar con algo de cansancio.

- Hola, guapa – escuchó, se volvió lentamente apoyando la carpeta en su


pecho.

E: Alex, ¿qué haces aquí? – preguntó casi sin saludar. - ¿Cómo has
entrado?

A: Pues… Teresa me ha dejado pasar y… - enseñó una libreta y una


pequeña cámara de fotos que le había dejado su compañero, el cual no
había podido entrar – tenéis la mayor noticia del año y bueno como tú y
yo… pensé que…

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E: No – dijo con rotundidad – de eso nada – se dio la vuelta comenzando


a andar de nuevo, seguida de Alex que no se iba a aceptar esa derrota
así como así.

A: Venga, Esther – la seguía, haciendo que se volvieran a parar.

E: He dicho que no, Alex – se cruzó de brazos, viendo que no se movía


tomó su mano y la llevó hasta uno de los baños – no pienso hacerlo así
que decide, o te vas por tu propio pie, o llamo a seguridad y que te
saquen ellos.

A: Esther – dijo con seriedad – soy periodista y tú mi novia… o lo eras –


se corrigió – deberías ayudarme, mi trabajo puede dar un giro de 180
grados si lo consigo.

E: Es que me da igual – contestó – no pienso ayudarte, yo también me


juego mi trabajo, además… ¿no podéis dejarlos en paz? Confórmate con
los informes que os vamos dando, con la rueda de prensa que está
dando Santiago, y dejarlos en paz… están pasándolo mal.

A: Esther… son personas públicas y tenemos derecho a saber como…

E: Serán todo lo públicas que tu quieras, pero ahora mismo lo que


necesitan en lo que cualquier otra persona – hizo una pausa –
tranquilidad y descanso.

A: En la revista están dispuestos a pagarte una cantidad de dinero


considerable – pinchó para que le ayudara – van a pagarte una pasta si
nos ayudas.

E: Ya… - parecía que lo pensaba, Alex sonrió – mira diles a los de tu


revista que se metan el dinero donde les quepa, yo no pienso ayudarte
en nada, no pienso darte ningún tipo de información ni mucho menos
dejar que hagas una sola foto.

A: No me hagas esto Esther – dijo cogiéndola del brazo con algo de


brusquedad – no me jodas así… mi trabajo depende de…

E: Suéltame – se soltó con un movimiento rápido – o te vas, o llamo a


seguridad y ellos no serán tan amables como yo, te lo aseguro.

A: Esther… dime al menos como está – intentó mantener la calma para


así conseguir más información, sabía que si se alteraba se cerraría y no
le diría nada.

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E: Para eso tenéis los informes que os pasamos cada hora – volvió a
decir.

A: ¿No piensas ayudarme no? – se cruzó de brazos como antes había


hecho Esther – me estás jodiendo el trabajo.

E: Y tú pretendes joderme el mío, Alex, así que estamos en paz – se


acercó a la puerta – ahora fuera.

A: Puedes ganarte mucho dinero si me ayudas… - insistió en el tema


económico – más de lo que te imaginas.

E: Me da igual el dinero, ya te lo he dicho – contestó.

A: Si no me ayudas con esto, puedes ir olvidándote de lo nuestro –


amenazó ahora con más seriedad.

E: Me parece perfecto – dijo con toda la seguridad del mundo – estaba


buscando una manera de decirte que se terminó para siempre, pero
acabas de ponérmelo en bandeja – seguía hablando con seguridad – así
que adiós Alejandra.

A: ¡Esther! – casi gritó frustrada al ver que no conseguiría nada.

E: ¿No te vas? – preguntó – muy bien, pues tú lo has querido – dijo sin
dejarla contestar saliendo del baño - ¡Seguridad! – alzó un poco la voz.

A: ¡Joder! – protestó – está bien, me voy… pero lo nuestro se acabó…

E: Ya ves tú qué problema – contestó igual de enfadada que ella, estaba


harta ya de todo aquello.

Alejandra se marchó con paso firme y el rostro totalmente enfadado, al


ver que por los pasillos había más de una persona de seguridad no tuvo
más remedio que salir del hospital sabiendo que si no lo hacía, Esther
haría que la sacaran a la fuerza… por su parte, la enfermera quedó un
segundo más en el baño, respiró profundamente, al final, todo se había
acabado, no de la mejor manera, no de la forma que ella había querido
pero se había acabado… suspiró una vez más y salió de allí para volver a
su trabajo.

Cuando Esther había salido, la puerta de uno de los cubículos se abrió


dejando salir a Macarena, que mirando a su alrededor, aún sonaban en

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su mente las palabras de la enfermera a aquella periodista que por lo


que había escuchado era algo más que una simple amiga…

Durante el resto del turno, Esther se centró en su trabajo, dejando a un


lado el hecho de que la familia Real estuviera en el hospital, intentando
no hacer caso a los comentarios de sus compañeros que quien más y
quien menos le intentaba preguntar o sonsacar algo sobre la familia…

Macarena estuvo en todo momento pendiente de su padre, saliendo


escasamente al pasillo cuando necesitaba algo de aire, junto con Don
Fernando y la Reina, intentaban llevar la situación lo mejor que podían…

Terminado el turno, la enfermera salió del hospital encontrándose con un


aluvión de periodistas que intentaban sacar algo de información,
esquivándolos entró en su coche y puso rumbo a casa, necesitaba
descansar… vaya si lo necesitaba…

Durante el resto de la semana la tónica habitual del hospital era la


misma, esquivar a periodistas, dar partes médicos, tener que
identificarse cada vez que entraba o salía de su centro de trabajo, volver
a hacerlo cuando iba a entrar en la habitación para hacerle las curas,
informes médicos que se publicaban a la prensa para intentar
mantenerlos tranquilos… cotilleos y más cotilleos por parte de
compañeros del hospital, protestas por parte de otros por lo molesto de
aquella situación…y unas palabras resonando en su cabeza.

M: Perdona… - la había parado tras salir de curar las heridas al Rey –


eras… ¿Esther verdad?

E: Eh… sí, Esther – confirmó – dígame.

M: Verá… tengo que salir de viaje, me es imposible posponerlo más y…


bueno sé que no hace falta que lo diga, pero… me iré más tranquila si,
sí sé que seguirá siendo usted quien haga las curas al Rey… he visto
como lo hace y, me da confianza.

E: No se preocupe – dijo restándole importancia a aquello que le había


dicho – mientras esté de turno seré yo quien las haga.

M: Gracias – contestó con una sonrisa antes de volver a la habitación.

Debía reconocer que se había sentido bastante halagada por aquel


pedido, aunque ella seguiría tratando a cada paciente de la misma

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manera, fuera quien fuera, pero le había halagado que la propia Princesa
fuera quien le pidiera aquello.

La normalidad llegó al hospital cuando el Rey fue dado de alta y todo


pareció volver a ser como antes, aún con algunas personas
rememorando aquella “visita” pero aún así, todo volvía a ser rutinario,
algo que sin lugar a dudas, todos agradecieron.

En la entrada, Teresa miraba aquella revista donde se podía ver a la


Princesa en su ultima visita oficial, leía con detalle el artículo donde se
relataba con pelos y señales todo lo que había estado haciendo
Macarena, cuando fue interrumpida por un mensajero.

- Buenos días – dijo amablemente – traigo un sobre para el Doctor


Raimundo Ibáñez y para Esther García.

T: Pues, creo que están operando – contestó algo molesta por la


interrupción, para un ratito que tenía esa mañana… - así que me lo va a
tener que dejar a mí.

- Muy bien – asintió el chico – firme aquí. - espero a que lo hiciera –


muchas gracias.

T: A ti… ale adiós – guardó el sobre y volvió a lo que estaba.

Veinte minutos después, tanto Esther como Rai llegaban junto a Teresa
comentando algo sobre la operación, nada más verlos y con claros
síntomas de nerviosismo, la recepcionista cogió aquel sobre y se lo
entregó.

T: Han dejado esto para vosotros – hablaba casi entrecortadamente –


tiene membrete de la casa real – se lo daba.

R: A ver… - lo comenzó a abrir – qué raro ¿no?

E: ¿La casa real? – miró el sobre - ¿A nosotros? ¿Y qué querrá?

T: Hija, no sé, pero lo mismo os quieren recompensar por el buen trato


que le disteis al Rey… ays… ya os veo, nombrados miembros honoríficos
del servicio médico del Rey… qué nivel, hija, ¡qué nivel! – fantaseaba.

E: No seas peliculera Teresa – rió al escuchar aquella tontería - ¿qué


dice?

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R: Miembros honoríficos no vamos a ser Teresa – dijo quitándole la


ilusión – pero sí nos han invitado a la cena de gala por el día de la
hispanidad que dan dentro de dos semanas…

E: ¿Qué? – preguntó totalmente alucinada.

Aquella semana estaba siendo un caos, con su padre aún convaleciente,


ella tenía que encargarse de toda su agenda e intentar compatibilizarla
con la suya propia, su asistente personal hacía malabarismos para poder
llegar a todo y sacar un momento para el descanso.

As: En quince minutos estará aquí el presidente del gobierno para la


reunión semanal – le iba informando mientras andaban por uno de los
pasillos del palacio – Luego tiene otra reunión con el Jefe de justicia, a
las seis está citada para la inauguración del centro de rehabilitación
contra la drogadicción – Macarena asentía mientras iba apuntando en su
agenda electrónica algunos datos – Esta es la lista de los invitados a la
cena de hispanidad que han confirmado asistencia – le pasaba el papel.

M: Bien – decía con aplomo - ¿Han confirmado todos?

As: Aún faltan algunos – confirmaba – el presidente Francés y el


presidente Mexicano y alguno más, está todo detallado ahí.

M: Perfecto – guardaba la hoja en una pequeña carpeta - ¿Sabes si han


terminado ya la obra de mi casa? – preguntó – con todo esto no he
tenido tiempo ni de pasarme.

As: Creo que estaban dándole los últimos retoques – contestó – creo que
la semana que viene ya la tendrá lista.

M: Estupendo – dijo llegando al despacho – gracias Susana, voy a revisar


unos papeles antes de que llegue el presidente.

As: Claro, Alteza – se despidió al tiempo que Macarena cerraba la puerta


y tras sentarse en la mesa del despacho de su padre sacó la lista de
invitados ojeándola por encima.

- Alteza – escuchó que alguien decía abriendo la puerta – el Presidente


está llegando.

M: Vale – se levantó – vamos a recibirlo.

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En otro lugar de la ciudad, rodeada de medicamentos, Esther terminaba


el pedido de farmacia mientras no dejaba de bufar, ¿en qué momento se
había metido ella en ese lío? ¿Qué pintaba ella allí? Era algo que no
dejaba de preguntarse desde que hacía dos días habían recibido aquella
invitación que tan poca gracia le había hecho.

C: A ver – dijo Claudia entrando – que los medicamentos no tienen la


culpa de nada, pobrecitos – decía viendo como estaba maltratando a los
pobres analgésicos.

E: si es que yo no sé como acabo siempre metida en estos berenjenales


– protestaba.

C: ¿Aún estás con eso? – preguntó – Esther por favor, que no es tan
grave… si lo piensas hasta puede ser divertido.

E: Sí, divertidísimo – ironizó.

C: ¿Puede saberse por qué te molesta tanto que te hayan invitado? –


preguntó – cualquier otro en tu situación estaría muy orgulloso… no a
todo el mundo invitan a una cena en la casa real.

E: Ya… pues yo no – se dio la vuelta para mirarla – es que no pinto nada


allí, ni yo, ni Rai… a ver, dime ¿qué pintamos allí? – no la dejó contestar
– nada, absolutamente nada, además... que no tengo nada que ponerme
y sinceramente eso de hacer el pasamanos ese o como se llame con
toda la familia real y delante de todo el mundo…

C: Venga ya, es una tontería – cortó – vale que puede ser un tanto
surrealista pero…

E: ¿Un tanto? – preguntó sin dejarla seguir - ¡Un mucho! Claudia, es muy
surrealista que me pasen a mí estas cosas…

C: ¿Entonces qué? ¿No vas?

E: Pues no, no voy – contestó con rotundidad saliendo de farmacia y


encontrándose de frente con Santiago.

S: Esther – la paró – ¿habéis confirmado ya la asistencia a la cena?

E: Ehh… pues no, aún no – contestó extrañada de que le preguntara


aquello.

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S: Vale pues hacerlo cuanto antes ¿eh? No se os vaya a echar el tiempo


encima – pidió.

E: Ya… Santiago que… no creo que…

S: ¿No me dirás que no vais a ir? – no la dejó seguir – Sería una gran
publicidad para el hospital, así que nada de no asistir – sonrió para
dulcificar la orden – venga, a trabajar – dijo sin darle opción a réplica – y
confirma la asistencia cuanto antes – terminó de decir mientras se
alejaba.

E: ¡Joder! – protestó.

C: Me parece a mí… que vas a tener que buscarte un buen vestido – dijo
sonriendo mientras le pasaba el brazo por los hombros y Esther volvía a
resoplar
Con gesto disgustado terminaba su turno para irse a casa, tenía
escasamente dos y media para arreglarse antes de que Rai fuera a
buscarla… aún no entendía como se había metido en todo aquello pero
en cuestión de días se había dejado casi el suelo de tres meses en un
vestido, había tenido que aguantar los comentarios de sus compañeros y
se había tenido que rendir al hecho de que quisiera o no, tendría que
asistir a esa dichosa cena…

R: Esther – la paró Rai antes de salir – a las ocho y media estoy en tu


casa.

E: Que sí, Rai, que sí – contestó con desgana – de verdad… no sé por qué
te hace tanta ilusión ir a esa cena… creí que no eras nada monárquico.

R: Esther, cariño – dijo acercándose con gesto pícaro – por volver a ver
de cerca a esa maravilla que tenemos por Princesa yo soy monárquico,
católico, apostólico y hasta románico si hace falta.

E: Mira que eres tonto – rió.

R: Sí… pero es que está buenísima… no me lo negarás…

E: Anda… déjate de tonterías que me tengo que ir o no me dará tiempo


– terminó de decir volviendo a caminar hasta su coche.

A las nueve y media de la noche pasaban por el segundo control de


seguridad, Esther refunfuñaba como no había dejado de hacerlo en todo
el tiempo mientras Rai sonreía divertido, todo aquello le hacía gracia,

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verse rodeado de tanta gente importante, ver a su compañera


malhumorada aun sabiendo que en el fondo también estaba
encantada… cuando el chico de seguridad comprobó los datos los dejó
pasar hasta el parking, donde ambos no pudieron evitar reírse al ver
aquellos coches tan lujosos y el suyo tan normalito…

Anduvieron hasta el lugar donde suponían estaría la entrada, no era


difícil encontrarla, solo habría que seguir el rastro de flashes y
periodistas que se agolpaban queriendo sacar la mejor instantánea de
los invitados, ellos por supuesto pasaron desapercibidos aunque
pudieron escuchar algunos murmullos de reporteros preguntándose
quienes eran.

Pasado el ultimo control de seguridad, fueron acompañados hasta una


sala que a ambos dejó impresionados, “Esto es mas grande que toda mi
casa y la de mi vecina juntas” le susurró Esther a Rai, quien le dio toda
la razón admirando aquel enrome salón que tan solo era una “sala de
espera” como ellos la denominaron.

R: Mira Esther – dijo tomándola del brazo – aquel de allí no es…

E: Sí, sí que lo es – corroboró.

R: Pues es más bajito ¿eh? – comentó – y se parece mucho más a Mr


Been al natural que en televisión.

E: Pero qué bruto eres – no pudo evitar soltar una carcajada mirando al
presidente del gobierno junto a su esposa y varias personalidades más,
echó un vistazo rápido y pudo ver a varios famosos y premiados
periodistas, algún actor, cantante, escritores de prestigio… allí había
tanta gente y tan famosa que una vez más, como tantas hasta el
momento, se preguntó, qué hacía ella allí.

- Señoras y señores – les interrumpió un hombre vestido de uniforme –


pueden empezar a pasar…

R: Ahora viene lo que más te gusta a ti – dijo divertido – el famoso


pasamanos ese como tú lo llamas… procura no caerte cuando hagas la
reverencia – pinchó.

E: Idiota – contestó.

Uno a uno los invitados fueron pasando saludando a toda la familia Real,
Esther pensó para sus adentros que aquello debía ser un auténtico

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coñazo para ellos y que era extraño que no acabaran con un esguince de
muñeca o alguna lesión en la mandíbula de tanto sonreír… en esas
estaba, metida en sus pensamientos cuando se vio frente a la Reina.

E: Majestad – dijo al tiempo que hacía la reverencia correspondiente.

Reina: Buenas noches – escuchó – espero que disfruten de la cena – dijo


con cortesía.

E: Majestad – volvió a decir al pasar frente al Rey, escuchando como la


Reina decía la misma frase a Rai que pasaba tras ella – espero que se
encuentre ya del todo recuperado – se atrevió a decir.

Rey: Sí, muchas gracias – contestó con amabilidad – estoy muy bien,
gracias.

E: Alteza – de nuevo una reverencia, “menos mal que solo quedan dos”
pensó para sí misma.

M: Buenas noches, bienvenida – saludó Macarena casi sin mirarla.

E: Gracias – contestó ella pasando a saludar a Don Fernando con quien


casi tampoco cruzó palabra y esperó a que Rai terminara para cogerse
de nuevo a su brazo.

R: Bueno, pues ha pasado lo peor – dijo ya caminando hacia la nueva


sala donde les estaban indicando ir.

E: Sí, menos mal…

R: Oye… no me dirás que no ha merecido la pena – la miró – Venga


Esther… está preciosa… es un autentico bellezón.

E: Sí… la verdad es que sí – afirmó sin negar lo evidente. La princesa


Macarena estaba realmente exultante aquella noche.

Al entrar en el salón donde tendría lugar la cena, un chico vestido de


pingüino les preguntó sus nombres y verificándolos en una lista les
acompañó hasta su mesa, con un cuidado exquisito pudieron ver que a
aquella mesa no le faltaba de nada, incluso contaron más cubiertos de
los que ellos mismos conocían, una enorme mesa para diez personas a
las que no conocían de nada…

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Dieron un rodeo buscando sus nombres encontrando los de sus


compañeros de cena a cada cual más conocido mundialmente tanto por
la fama debido al mundo del espectáculo como por el hecho de ser
algún Duque, o algún miembro de alguna familia real extranjera…
encontraron al fin sus nombres, y aunque no estaban sentados al lado sí
estaban lo bastante cerca como para poder hablar entre ellos.

E: ¡Será una broma! – exclamó Esther al mirar el nombre de la persona


que tenía justo a la derecha su compañero.

R: ¿Qué pasa? – preguntó acercándose a ella - ¡Venga ya! ¿En serio? –


preguntó casi ilusionado.

Antes de poder seguir hablando del tema, comenzaron a llegar el resto


de comensales, hablando entre ellos los que se conocían y algunos
echándoles una mirada de extrañeza al no conocerlos.

R: Buenas noches – saludó con educación.

- Buenas noches – dijo una señora algo estirada al tiempo que se


acercaba a Esther – Disculpe – le dijo - ¿Me permitiría sentarme? Está en
mi sitio.

E: Eh… ¡Ah! Sí, claro – se apartó – perdone… - dijo dando un par de


pasos hasta encontrar su lugar.

Ya habían llegado todos los invitados y el murmullo generalizado en la


sala era bastante abrumador, todo el mundo hablaba con alguien como
si se conocieran de toda la vida, Rai y Esther se miraban sin saber muy
bien qué hacer o qué decir.

- Hola – dijo un chico sentándose al lado de la enfermera – Roberto


Salvatierra – dijo ofreciéndole la mano para que la estrechara – un
placer.

E: Esther García, encantada – contestó tras la sorpresa inicial.

- ¿De qué gremio eres? – le preguntó con aire chistoso – ¿del de las
super duquesas… las modelos superfashions o los políticos incansables
en hacer campaña?

E: Del de las enfermeras – dijo algo menos tensa tras aquella broma –
soy enfermera y él – señaló a Rai – es médico.

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Ro: Roberto Salvatierra – le saludó incorporándose un poco para llegar a


estrechar su mano.

R: Raimundo Ibáñez – contestó – pero llámame Rai – Roberto asintió –


Somos los que atendimos al Rey cuando le dio el ataque al corazón.

RO: Ah ya, claro - dijo – Normal entonces que os hayan invitado, tengo
entendido que hicisteis un gran trabajo.

E: Solo hicimos lo que haríamos con cualquier paciente – intervino Esther


con naturalidad.

RO: Sois modestos… me gusta – sonrió.

R: ¿Y tú? – preguntó dejando a un lado el tratarle de usted puesto que


Roberto no lo hacía - ¿De qué gremio eres?

RO: Mi padre es primo segundo del Rey y yo soy amigo de la Princesa –


contestó sin intención ninguna de presumir.

E: Ya sé quien eres – dijo – saliste en una revista con la Princesa – se dio


cuenta de lo que acababa de decir, ella no era dada a las revistas, Rai la
miró enarcando una ceja – se la ví a Teresa – se defendió.

RO: Tranquila – le quitó importancia – sí, soy yo, pero no es cierto nada
de lo que decían…

En aquel momento, alguien anunció que la familia Real haría su entrada


en el salón, por lo que todos los allí presentes se levantaron, un poco
más retrasados lo hicieron Rai y Esther que aún no sabían como iba todo
aquello.

Saludo inicial de toda la familia y discurso de bienvenida del Rey para


después, dispersarse todos por aquel enorme salón en busca de sus
asientos.

M: Buenas noches – dijo llegando hasta su mesa y sentándose como así


hicieron el resto de comensales – Espero que estén pasando una velada
agradable.

RO: Sí, muchas gracias, alteza – dijo con una sonrisa que Macarena
correspondió.

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A partir de ahí, la cena comenzó y un aluvión de camareros comenzaron


a entrar sirviendo a todo el salón, siguiendo un estricto orden de
protocolo, primero fue servida la mesa del Rei, seguida de la de la Reina,
a continuación la mesa de la Princesa y para finalizar, la de Don
Fernando.

Las conversaciones poco a poco fueron fluyendo en todo el lugar, en


concreto en la mesa de la Princesa los primeros en comenzar una amena
charla fueron Roberto y Doña Macarena que aún manteniendo las
distancias dejaban ver que ya se conocían. Macarena atendía a todos
con una sonrisa imborrable y Ray, mucho menos vergonzoso que su
compañera comenzó a llevar la voz cantante de casi todas las
conversaciones, mientras que la enfermera se limitaba a contestar a
alguna cosa que decían los que tenía al lado, sintiéndose demasiado
fuera de lugar por mucho que Roberto intentara hacer que se sintiera
bien…

Así transcurrió la cena y llegó el baile, donde todos se dispersaron y


comenzaron a bailar en pareja, la Princesa volvió con su familia para
después comenzar a bailar con un montón de personalidades que así se
lo pedían y que ella no podía negar… Esther se limitaba a hacerlo con
Rai y con algún otro que se le acercaba… de esa manera transcurrió la
noche hasta que a altas horas de la madrugada decidieron marcharse a
casa…

No tenía turno aquel día, por lo que no se preocupó de poner el


despertador, había llegado tan cansada, le dolían tanto los pies por
aquellos horribles zapatos que había decidido no salir de casa para nada
aquel día, sin embargo, el sonido del teléfono le decía que tal vez sus
planes serían frustrados…

E: ¿Diga? – dijo aún medio adormilada cogiendo el teléfono.

T: Esther… soy Teresa – escuchó – sé que no trabajas hoy pero tienes


que venir al hospital.

E: ¿Yo? ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? – preguntó incorporándose.

T: Santiago me ha pedido que te llame… tienes que venir, Esther – decía


casi apurada – y tienes que hacerlo ya.

E: Joder – protestó… al garete sus planes de vaguear – ahora voy – dijo


sabiendo que si las órdenes eran de Santiago no podía negarse y que

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además, si le pedían que fuera en su día libre, es que realmente debía


ser importante…

Llegó al hospital y lo que vio le dio a entender por qué esa urgencia en
que fuera, ambulancias que llegaban una tras otra dejando heridos y
saliendo nuevamente sin casi reponer el material, médicos y enfermeras
en el muelle preparados para atender a todo el que venía, un ir y venir
de personas asustadas preguntando por sus familiares…

Se hizo un hueco entre la gente que allí se congregaba y por fin pudo
ver a Teresa con un clarísimo gesto de desbordamiento.

E: Teresa ¿Qué ha pasado? – preguntó firmando el parte de entrada.

T: Se ha derrumbado un colegio, Esther, vienen un montón de heridos –


decía con prisas.

E: Ahora entiendo las prisas – murmuró mientras dejaba el bolso a un


lado.

SAMUR: Varón, siete años, múltiples contusiones en el tórax,


traumatismo craneoencefálico, viene inconsciente y tiene un hierro
clavado en la pierna derecha – escucharon que decía el médico entrando
con la camilla.

G: ¡Esther! – gritó Gimeno haciéndose cargo del paciente – analítica


completa, pruebas cruzadas, placas de tórax y de piernas, TAC craneal y
pide el ecógrafo – dijo de carrerilla, a Esther casi no le dio tiempo de
quitarse la chaqueta – al box 2

E: Voy – decía con premura – Teresa, guárdame esto – le tiró la chaqueta


y salió corriendo para cambiarse rápidamente y asistir al médico.

SAMUR: Mujer, diez años, traumatismo leve y contusiones – escuchó que


decían los médicos de la siguiente ambulancia…

- A la sala de curas – dijo un nuevo médico que ya estaba esperando la


entrada…

El nerviosismo generalizado, la llegada sin pausa de heridos, el ritmo


frenético de urgencias hacían que todos los trabajadores de urgencias se
vieran casi desbordados y algo cansados cuando una hora y media
después de su llegada, aún seguían trayendo a más heridos…

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S: Esther – la llamó Santiago al verla salir de uno de los box - ¿Cómo


vais?

E: Mal, Santiago – contestó – no termino con un paciente cuando ya


estoy con otro, y como yo, el resto…

S: ¿Con qué estás ahora? – preguntó.

E: Voy a entrar en quirófano con Claudia…

S: Vale, que vaya otra enfermera – le pidió – Necesito que hagas un


vendaje compresivo por un esguince.

E: Santiago, eso puede hacerlo otra enfermera, yo estoy muy liada –


intentó excusarse.

S: Ya, ya sé que lo puede hacer otra enfermera, pero quiero que lo hagas
tú – dijo dejándole claro que no había discusión posible.

E: Está bien – asintió - ¿En la sala de curas? – preguntó por la


localización del paciente.

S: No, en mi despacho.

E: ¿En tu despacho? – se extrañó.

S: Sí, Esther, en mi despacho – repitió – venga, no tardes…

E: Voy, voy – dijo comenzando a andar extrañada de que le mandara a


su despacho.

C: ¡Esther! – la paró Claudia antes de subir al ascensor – nos vamos a


quirófano.

E: Te envío a otra enfermera, Santiago me ha pedido que atienda a no se


quien…

C: Vale, pero rápido – apuró.

Una vez encontró a una enfermera libre que asistiera a Claudia, cogió
todo lo necesario para lo que le había pedido Santiago y subió hasta su
despacho, decidió hacerlo por las escaleras puesto que ese día, habían
decidido dejar los ascensores libres por si los necesitaban en el traslado
de algún paciente, algo malhumorada por tener que atender un simple

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esguince cuando en urgencias seguramente la necesitarían más llegó al


fin hasta el despacho y resopló al ver quien había allí.

E: Soy la enfermera – dijo a esos dos armarios empotrados que


custodiaban la puerta del despacho del director del hospital, los chicos le
dejaron paso y al abrir la puerta, Doña Macarena, sentada en una de las
sillas y con gesto dolorido aguardaba a que alguien la atendiera – Alteza.

M: Hola – saludó.

E: Vengo a ponerle el vendaje – informó.

M: Sí, gracias – dijo dejándole espacio para trabajar - ¿No tendríais nada
para el dolor?

E: Sí, ahora le subo un calmante – contestó ocultando su asombro y


actuando con normalidad.

M: Muchas gracias – le dijo de nuevo.

E: A ver… - tomó el pie de la Princesa y comenzó a palparlo, viendo un


gesto de dolor en Macarena – lo siento…

M: No se preocupe – contestó – es solo que duele…

E: Ya… - cogió la venda - ¿Cómo se lo ha hecho? – preguntó olvidándose


de con quién estaba tratando – perdón – dijo rápidamente al darse
cuenta de quién era.

M: Tranquila – medio sonrió – estaba viendo las obras de mi casa, cayó


un ladrillo y salté para evitar que me diera… supongo que apoyaría mal
el pie…

E: Sí, esa suele ser la causa habitual de los esguinces… una mala caída
o el apoyar mal… - decía comenzando a vendar.

Durante varios minutos quedaron ambas en silencio, Esther


concentrándose en su labor, Macarena intentando disimular los gestos
de dolor.

M: Es usted poco habladora ¿verdad? – preguntó un poco inquieta por


aquel silencio.

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E: ¿Perdón? – levantó la vista para mirarla al no esperarse aquella


pregunta.

M: Bueno… lo digo porque como ayer en la cena casi no habló y hoy está
tan callada… - expuso sus razones – no sé si es que es usted así o… ¿es
por mi?- terminó de preguntar con una leve sonrisa.

E: Eh… no, no – contestó sin saber muy bien qué decir – es solo que…
estamos hasta arriba de trabajo y… disculpe – esbozó ahora ella una
sonrisa.

M: ¿Lo pasó bien? – volvió a preguntar, Esther la miró como si no supiera


a qué se refería – en la cena… ¿lo pasó bien?

E: Sí, sí… muy bien, gracias.

M: Me alegro – casi susurró.

E: Perdone mi atrevimiento pero… - quedó callada.

M: ¿Sí? – la invitó a seguir.

E: No, que… me preguntaba… es una tontería, disculpe.

M: Dígame, Esther, no se preocupe – la incitó para que preguntara.

E: Bueno… eh… pensé que tenían ustedes un médico en la Casa Real –


dijo algo avergonzada por su atrevimiento – y bueno… esto… que digo
yo que venir aquí…

M: Ya – sonrió por su nerviosismo – pedí que me trajeran aquí – le dijo –


quería que me trataras tú – soltó, y Esther no supo como tomarse eso,
Macarena se movió algo incómoda por lo que acababa de decir –
hicieron ustedes un gran trabajo cuando el Rey estuvo ingresado y pude
ver que son grandes profesionales – siguió diciendo.

E: Claro – fue lo único que dijo volviendo a prestar atención al tobillo de


la princesa “baja de la nube, Esther, baja de la nube que lo que estás
pensando es una tontería” se dijo a sí misma – Esto ya está – terminó de
vendar.

M: Muchas gracias, Esther – dijo mirándola.

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E: No hay de qué – contestó de igual modo… - Estooo… lo lamento pero


tendría que volver a urgencias…

M. Claro, no la entretengo más, no se preocupe – contestó.

S: Con permiso – Escucharon que decía Santiago entrando en el


despacho – Alteza, espero que Esther le haya atendido bien.

M: Muy bien, sí, muy bien – afirmó.

E: Bueno yo voy a seguir trabajando – les dijo a ambos – Alteza – dijo a


modo de despedida, recibiendo un gesto de gratitud por parte de la
princesa antes de salir de aquel despacho con gesto contrariado por lo
que había pasado allí dentro…

… Afortunadamente el Rey ha vuelto a retomar su agenda con total


normalidad tras la intervención a la que tuvo que ser atendido hace ya
un mes debido a un problema cardíaco. Por esto hemos podido ver esta
semana a Don Pedro asistir al aeropuerto de la ciudad para dar la
bienvenida a los siete soldados que volvían de Irak.

Por otra parte, la Princesa Heredera Macarena ha presidido la


inauguración de una nueva sala en el Museo de Historia
Contemporánea, donde hemos podido apreciar una pequeña cojera en
el tobillo derecho, según hemos podido saber, esta cojera se debe a una
lesión que le ha producido un esguince.

E: Teresa – llamó Esther viendo como la recepcionista parecía demasiado


absorta mirando la pequeña televisión de la cafetería.

T: Shhh – mandó a callar sin apartar la vista del televisor.

El Infante Don Fernando junto con la Reina doña Rosario viajaron ayer a
Gran Bretaña invitados a la celebración del cumpleaños del Príncipe de
Gales…

Sin poder más que refunfuñar, la enfermera veía como Teresa no dejaba
de prestar atención a todos aquellos periodistas que en “corrillo”
analizaban, criticaban o alababan todos y cada uno de los movimientos
de la Familia Real…

E: Teresa – insistió - ¡Teresa! – dijo ya con más ímpetu.

T: Qué, hija, qué – dijo pareciendo molesta por aquella interrupción.

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E: Que necesito el informe que te pedí hace ya una hora.

T: Voy, voy – decía andando y girando el cuello para poder ver las
ultimas imágenes – ays, que no se puede tener ni un minuto de
descanso…

E: Vale, sí, lo que tú quieras – andaba tras ella – pero el informe lo


necesito para hoy.

T: Aquí está – se lo dio una vez llegaron a recepción – Consuelo, ya me


quedo yo – le dijo a la compañera que la estaba sustituyendo.

C: Muy bien Teresa – contestó dejando las cosas que llevaba en la mano
– por cierto – se acercó a ellas – Esther, que han traído esto para ti –
señaló un precioso ramo de flores que había sobre el mostrador.

E: ¿Para mí? – lo miró extrañada.

C: Sí, para Esther García – sonrió – y que yo sepa, tú te llamas Esther


García.

T: ¿Pero quien te envía flores Esther? – dijo intentando coger la tarjeta,


Esther por suerte fue más rápida y se la arrebató - ¿No me digas que te
has echado novia? ¿Y no me lo has contado? – preguntaba totalmente
indignada.

E: ¡Teresa que no tengo ninguna novia!

T: ¿Y entonces de quién es? – siguió interrogando

E: Yo que sé, Teresa – contestó un poco harta de aquel casi tercer grado.

T: ¿No lo sabes? Ay hija qué romántico… una admiradora secreta – dijo


entrelazando las manos y apoyándolas en el mentón dejando clara su
ilusión – pero mujer… mira la tarjeta ya, que me tienes en ascuas –
apremió.

E: Pues te vas a quedar con las ganas – dijo metiéndola en el bolsillo y


cogiendo el ramo – que tengo que trabajar, luego la leeré – terminó de
decirle saliendo de allí y poniendo rumbo a otro lugar lejos, muy lejos del
cotilleo de Teresa.

T: ¡Y se va! – protestó – ¡será posible!

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Entró en vestuarios, sabiendo que allí, al menos por un rato estaría a


solas, al igual que Teresa ella también se había quedado intrigada por
aquel ramo que no esperaba. Pensó en quién podría habérselo mandado
y la primera persona que le vino a la mente fue Álex… suspiró… ya
habían dejado claro que todo había acabado entre ellas así que no
entendía a qué venían aquellas flores… sin querer darle más vueltas
sacó la tarjeta del bolsillo y comenzó a leerla.

“Gracias por el tratamiento que he recibido, simplemente excelente,


tanto profesional como personalmente. Me gustaría agradecérselo en
persona si no tiene inconveniente con… ¿Un café?
M”

Aquello ya sí que era de un surrealismo que asustaba, pues… ¿desde


cuando la Princesa mandaba este tipo de notas a una simple enfermera?
Estaba claro que no podía ser otra persona, tanto la forma de escribir
como esa “M” al final no podían ser de otro paciente, cualquier otro
habría puesto su nombre completo y habría hablado tuteándola… ¿Un
café? ¿Con la princesa? Sí, definitivamente, el surrealismo estaba
invadiendo toda su vida…

En el palacio Real, en el despacho del Rey, Macarena y su padre


discutían la agenda de ambos para la semana próxima, al tiempo que
discutían sobre la nueva situación del país intentando hacer algo sin
inmiscuirse demasiado en las tareas de los dirigentes del gobierno. Don
Pedro andaba de un lado para otro tras su mesa mientras que Macarena,
sentada frente a él miraba su agenda electrónica.

M: Estoy pensando – dijo dejando el aparato sobre la mesa y llamando la


atención de su padre - ¿Y si hacemos una reunión a puertas cerradas?

P: ¿A qué te refieres? – quiso saber, toda idea era buena en esos


momentos.

M: A ver – se irguió para explicarle mejor su sugerencia – convocamos


una reunión con los dirigentes de los partidos políticos, Petazeta, Jojoy,
Llamapares… y todos los pequeños partidos que quieran participar.
Convocamos también a los directores de los bancos más importantes del
país, que traigan todos un informe sobre las cuentas del estado, incluso
podríamos convocar a un representante de empresas fuertes y
pequeñas empresas, e intentamos buscar soluciones entre todos – lo
miró esperando una reacción.

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P: Continúa – dijo sentándose en su sitio.

M: Bueno, podemos estudiar las posibilidades, intentando buscar la


mejor forma de solucionar este problema, nuestro cometido sería darle
algunas sugerencias o directrices, intentar mediar entre ellos para que
en lugar de tirarse los trastos a la cabeza o culparse unos a otros
consigamos llegar a algo que pueda atajar el problema – explicó – sería
algo entre todos, nos implicaríamos todos, tanto nosotros, como los
políticos, los bancos, empresarios… - hizo una pausa y continuó – algo a
puertas cerradas, donde intentemos llegar todos a un consenso…

P: Puede ser buena idea – dijo tras pensarlo durante un segundo – sí, me
gusta – sonrió orgulloso de su hija – serás una buena Reina… - afirmó.

M: Voy a… - sonrió ligeramente ante su afirmación, sintiéndose bien al


ver el orgullo en los ojos de su padre – a comenzar a decirle a tu
asistente que convoque la reunión.

P: Estupendo – vio como se levantaba y decidió pararla para conversar


sobre otro asunto que tenía e mente desde hacía tiempo – Macarena – la
Princesa se volvió – espera un momento, quiero hablar contigo.

M: Dime – volvió sobre sus pasos.

P: Siéntate, hija – le pidió dejando a un lado su rango, Maca lo hizo sin


saber por donde iban los tiros.

M: ¿Ocurre algo? – preguntó empezando a preocuparse.

P: No… no, bueno – la miró – solo que… con todo esto del infarto he
estado pensando mucho en vosotros… en ti…

M: Papá…

P: Tranquila – la calmó al ver su rostro algo inquieto – estoy bien, pero si


es cierto que con todo esto me he dado cuenta de muchas cosas y…
Maca, tienes ya una edad y va siendo hora que consideres casarte.

M: ¿Casarme?

P: Sí, casarte – repitió – vas a ser la Reina de este país y eso conlleva
muchas responsabilidades, entre ellas, casarte y tener descendencia
para así garantizar la continuación de la monarquía.

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M: Ya – quedó callada.

P: Debes empezar a pensar en ello, Macarena – dijo al ver su poca


predisposición - ¿no hay nadie en quien estés interesada?

M: Pues no, papá, no hay nadie – dijo mirándolo con total seguridad – y
sinceramente, no tengo ninguna intención de casarme por el momento.

P: A tu edad, Macarena tu madre y yo ya llevábamos varios años


casados y…

M: Papá, papá – lo cortó – que tú y mamá ya estuvierais casados no


significa que tenga que hacerlo yo – terminó de decir algo molesta.

P: No te pongas de ese modo, solo estoy intentando hacerte ver que


debes empezar a planteártelo – continuó – no digo que te cases mañana,
pero sí que empieces a buscar a un hombre con quien compartir tu vida.

M: Es que ahora mismo no me interesa compartir mi vida con nadie –


dijo de nuevo – estoy muy bien como estoy.

P: Es que no lo entiendes – comenzó a impacientarse – no se trata de ti,


se trata de la continuidad de la corona.

M: ¿Cuándo he dejado de hablar con mi padre para hablar con el Rey? –


preguntó totalmente molesta por aquella ultima frase.

P: Hablas con los dos – contestó – te hablo como padre y como Rey.

M: Bien, pues dile a mi padre que cuando encuentre la persona que haga
que me enamore a lo mejor me caso, de momento no, y al Rey dígale,
Majestad, que la Princesa no se casará por imposición – dijo saliendo del
despacho y dando un sonoro portazo, ¿Casarse? ¿Ahora? Ni loca…

P: Tan obstinada como su madre – murmuró Don Pedro al verse solo…

Quedaban cinco minutos para terminar el turno, así que queriendo evitar
que la llamaran para entrar en alguna operación o atender a algún
paciente que le hiciera salir más tarde de su hora, decidió ir a vestuarios
y cambiarse con tranquilidad. Una vez allí se sentó un segundo en la
banqueta, sintiendo como sus músculos le pedían un descanso, en las
ultimas dos horas casi no había parado y realmente su cuerpo le pedía
un segundo de tranquilidad.

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Se levantó y abrió la taquilla quitándose la parte de arriba del pijama


para coger su camiseta, al hacerlo, vio las flores y la tarjeta que había
recibido un rato después de entrar a trabajar… la miró, se había olvidado
completamente de aquella tarjeta y de la invitación que se leía en ella.
La tomó entre sus manos y volvió a leerlo… la princesa la estaba
invitando a un café… ¿Pero cuando? ¿Donde? ¿Como? Aquello era
absurdo, porque ¿qué hacia ella tomando un café con la princesa? Pero
claro… aquella tarjeta no daba ningún dato más, así que ¿Cómo aceptar
o rechazar la invitación? ¿De qué modo ponerse en contacto con ella?
¿Llamando a la Casa Real? Se rió de sus propios pensamientos.

E: Llamar a la casa real… - decía mientras volvía a dejarlo donde estaba


y seguía cambiándose - Claro Esther, coges la guía de Teléfono, buscas
por la “C” de “Casa Real” y llamas como si tal cosa… Hola, ¿Soy Esther,
está la princesa? Jajaja – reía ella sola – O mejor… Hola, soy la enfermera
del Rey, la princesa me ha invitado a un café pero no sé llegar a palacio,
¿me la pasas? – Terminó de abrocharse el pantalón – Anda Esther, vete a
casa que realmente estás cansada…

- ¿Hablando sola jefa? – escuchó que le preguntaba una enfermera.

E: Sí, aquí, de locura transitoria – sonrió, la enfermera sonrió también –


me voy a casa que necesito dormir – cogió la tarjeta y el ramo, pudo ver
como la enfermera lo señalaba y antes de que hablara lo hizo ella – no
preguntes… - y salió de allí poniendo rumbo a la salida.

Esquivando las preguntas de Teresa que cada vez que la había visto
durante el turno le había preguntado por aquel envío, salió por fin a la
calle, al llegar al coche dejó el ramo sobre el techo del vehículo y buscó
las llaves en el bolso, abrió la puerta del copiloto, dejó la chaqueta, el
famoso ramo el bolso y cerró para ir hacia la puerta del conductor.

- ¿Esther García? – le preguntó un chico vestido informalmente pero


igual de grandote que en días anteriores.

E: Sí… soy yo – contestó pensando en sus posibilidades de salir


corriendo si era necesario.

- Soy Carlos – se presentó con amabilidad – me envía doña Macarena.

E: Doña Macarena… - el chico asintió – Macarena… la… la princesa


vamos – dijo para cerciorarse.

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C: La misma – dijo con una media sonrisa Carlos – quiere saber si acepta
su invitación.

E: La… al invitación – repitió, como no creyéndose aún nada de aquello –


ya… lo del café.

C: Sí – afirmó, esperó una respuesta y al ver que no la obtenía siguió


hablando – si acepta le rogaría que me acompañara, pero está en todo
su derecho de no aceptarla, es más, tengo órdenes estrictas de no
insistir si no desea acompañarme.

E: Ah… - no supo qué decir, ¿se le puede decir que no a la princesa


heredera? Se preguntó a sí misma.

C: No está obligada a ir, puede decir que no o decidir otro día, otra hora,
o nunca… no está obligada a nada.

E: Eso ya lo ha dicho – ahora quien sonrió fue ella, al ver que aunque con
palabras distintas le repetía lo mismo.

C: Sí, es que la princesa me ha pedido que insista en que no tiene que


aceptar si no quiere – dijo excusándose – no quiere obligarla a ir por el
echo de ser la princesa.

E: Bien pues en ese caso… - pensó unos segundos qué decir, una parte
de ella le pedía que rechazara la invitación, sin embargo su parte curiosa
ganaba la batalla haciendo querer ir – ¿le sigo o…?

C: Si no le importa – cortó la pregunta con una sonrisa al ver que


aceptaba – sería mejor que usted viniera conmigo, luego la traeríamos
de vuelta a por su coche.

E: Vale pues… ¿vamos?

C: Por aquí, por favor – señalo hacia donde tenía aparcado el coche, una
vez la enfermera cogió su bolso y cerró el vehículo para seguirlo a poca
distancia.

Sentada en aquel coche, mientras recorrían las calles de Madrid, se


sentía bastante extraña, miraba a Carlos que no decía ni una sola
palabra y ella no quiso preguntar, simplemente pensaba en como
comportarse frente a ella, realmente no sabía qué debía hacer, decir o
como debía actuar al tenerla en frente… decidió entonces hacerlo como
lo hacía siempre, siendo ella misma y olvidando el hecho de que era la

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Princesa Heredera, pues por muchos títulos que pudiera tener, no dejaba
de ser una persona como otra cualquiera, así que la trataría como tal,
mostrando el respeto que le mostraba a todo el mundo por igual.

Carlos apartó tras veinte minutos sumergidos en el tráfico madrileño y la


enfermera se quedó un poco parada al no esperar encontrarse donde se
encontraba, un barrio normal y corriente de la ciudad, de clase media,
casi diría que podría ser el suyo propio. El guardaespaldas bajó y le abrió
gentilmente la puerta para que saliera, ella lo hizo y con un nuevo gesto
por parte del chico lo acompañó unos metros a pie. Esperaba
encontrarse alguna cafetería y se dio de bruces con un bloque de pisos
donde entraron con total normalidad. Entraron en el ascensor y subieron
cinco pisos, para luego llegar a una puerta a la que Carlos llamó a la
espera de que alguien abriera.

J: Hola – saludó Javier dejándoles pasar.

E: Hola – dijo mirando a su alrededor.

J: Su Alteza Real la Princesa Macarena la espera en el salón – le indicó –


esa puerta de allí – señaló.

C: Vaya – dijo al ver que la miraba – nosotros nos vamos – dijo ahora
haciéndole un gesto a Javier y ambos salieron del piso.

Al verse sola, se quedó algo parada, sin saber muy bien qué hacer,
escuchó movimientos tras la puerta que le había dicho Javier y decidió
acercarse, llamó lentamente con los nudillos y esperó.

M: Adelante – escuchó que le decían desde dentro.

Abrió la puerta lentamente y al hacerlo pudo ver a Macarena sentada


sobre sus piernas en el sofá, con el pelo recogido en una coleta, unos
pantalones vaqueros y una camiseta que siendo totalmente informal, no
dejaba de ser elegante, con un libro en una mano y una galleta en la
otra.

E: Buenas tardes – saludó algo dubitativa.

M: ¡Esther! – dijo dejando el libro sobre la mesa y la galleta sobre un


plato y levantándose en el acto – hola, pase, pase, no se quede en la
puerta – invitó sonriendo al ver que la enfermera estaba allí, que había
aceptado su invitación.

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Esther entró con algo de recelo quedándose a escaso espacio de


Macarena que sin borrar su sonrisa estiraba su mano para estrechársela.

M: Me alegra que haya venido – comentó esperando su saludo.

E: Alteza – dijo haciendo una pequeña reverencia.

M: Siéntese – invitó - ¿Quiere un café?

E: Sí, claro – contestó – gracias.

M: Bien, deme un minuto – pidió saliendo del salón con el plato que
había dejado sobre la mesa, Esther quedó mirándola, ¿iba ella a servir el
café? Como respuesta, Macarena volvía de la cocina portando una
bandeja con dos tazas, café, algo de leche y un tarro de azúcar – no sé
como le gusta el café, así que… si no le importa será mejor que se lo
ponga usted.

E: Eh… Claro – contestó sintiéndose extraña por el tratamiento de usted.

M: Bien pues… - se sentó sirviéndose ella otro café, mirándose algo


inquietas, sin tener idea de cómo cortar el hielo, de qué hablar o qué
hacer – aquí estamos – fue lo único que se le ocurrió decir.

E: Sí… aquí estamos – corroboró mirando a su alrededor – disculpe,


Alteza…

M: Maca – la cortó.

E: ¿Cómo? – mirándola sin entender.

M: Que puede llamarme Maca – le aclaró – lo de Alteza… suena


demasiado formal estando aquí.

E: Ya… pero… bueno usted es…

M: Sí, lo sé – la volvió a cortar – pero preferiría que no me llamara de esa


forma y si no tiene inconveniente me gustaría empezar a tutearnos…

E: Claro… como usted diga – dijo entre sorprendida y relajada, Maca la


miró con una ceja alzada – perdón – sonrió al darse cuenta de lo que
quería decirle – como tú digas.

M: Eso está mejor – sonrió - ¿no te parece?

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E: Sí, sí – dio un sorbo a su taza y quedaron calladas de nuevo – perdona


pero… tengo que preguntarlo – Maca la miró invitándola a seguir – es
que… todo esto es bastante raro, no me entiendas mal, pero que la
mismísima princesa me invite a un café… no me suele pasar todos los
días y…

M: Ya – bajó la cabeza un tanto decepcionada – quieres saber porqué te


invité… es normal, supongo, aunque si no querías venir no tenías por
qué hacerlo – la miró – le dejé bien claro a Carlos que no era una
obligación…

E: No, no es eso – dijo ella para sacarla de su error – y él me dijo que


podía negarme si quería, así que si estoy aquí es porque salió de mi, no
porque me sintiera obligada – aclaró.

M: ¿Pero? – preguntó sabiendo que había algo más, siempre había algo
más.

E: Pues que… ¿Por qué yo? – quiso saber ya sin darle más vueltas – no
sé, solo soy una enfermera, no me conoces de nada…

M: Por eso mismo – contestó dejando su taza y mirándola – justamente


por eso, porque aunque no te conozca de nada eres la única que en
muchísimo tiempo, me ha tratado como una persona normal y no como
la Princesa Heredera a la que en todo hay que complacerla – confesó.

E: No entiendo… no he hecho nada y tan solo nos hemos visto un par de


veces…

M: Suficientes para mí – continuó.

E: Ya pero… que yo recuerde las veces que la he… te he visto – se


corrigió de nuevo y Macarena sonrió – siempre te he tratado como Alteza
y…

M: Sí – sonrió – pero una cosa es que me saludes como la princesa y otra


que me hables o me trates como princesa – Esther la miró sin entender
lo que quería decir – estoy acostumbrada desde que nací a que la gente
me trate de usted, me salude con un Alteza y una reverencia como dicta
el protocolo, sin embargo, con el paso del tiempo he sabido ver en el
trato de la gente quién lo hace de una forma y quien de otra.

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E: Perdona pero… no entiendo nada – sonrió algo avergonzada, Maca


también lo hizo, se estaba liando al intentar explicárselo.

M: A ver… por mucho que me saludes de usted, me hagas la reverencia


obligatoria, cuando trataste a mi padre lo hiciste como un paciente más,
aunque todo el hospital no dejara de recordar que era el Rey tú seguiste
haciendo tu trabajo como si no lo fuera – intentó explicar – esos días en
los que estuvimos allí, no solo trataste así a mi padre sino también a
nosotros, a mí, dejando a un lado el hecho de que somos la familia Real
para vernos como personas que lo estamos pasando mal porque un
familiar está en el hospital – Esther iba a decir algo pero ella no la dejó –
luego en la cena, te mantuviste en un discretísimo segundo plano, otra
persona en tu lugar hubiera intentado sacar provecho de la situación, tu
sin embargo te mantuviste al margen, pasándolo bien, o eso espero –
Esther afirmó con la cabeza – pero sin pretender ser alguien que no
eras… y al día siguiente cuando fui al hospital para lo del esguince, volví
a sentirme una persona normal…

E: Pero eres una persona normal – la miró.

M: Sí… solo que la gente se olvida de eso y solo ve que soy la Princesa y
que dentro de algunos años seré la Reina y entonces todo cambia – le
dijo y a Esther le pareció ver un destello de decepción bastante bien
ocultado en sus ojos – tú sin embargo las veces que te he visto siempre
me has tratado igual, por eso te he invitado a venir aquí, porque… no sé
– se encogió de hombros – me gusta sentirme normal.

E: No sé qué decirte… - era cierto, no tenía ni idea de qué decirle ni


como tomarse todo aquello.

M: No tienes que decir nada – sonrió – simplemente intentemos pasarlo


bien ¿no te parece? – volvió a sonreír – quien sabe, lo mismo de aquí
sale una bonita amistad…

E: Sí, claro – imitó su sonrisa, viendo ilusión en sus ojos, satisfacción por
saber que estaba allí, comodidad en sus actos y sintió que realmente
poca gente la había visto en esa situación, sintiéndose halagada al ser
ella quien la viera de ese modo.
Durante algunos momentos se mantuvieron en silencio, como si no
supieran como comenzar algún tipo de conversación. Disfrutaron de la
primera taza de café metidas ambas en sus pensamientos, con la
segunda, sin saber como comenzaron a charlar de temas bastante
triviales, comenzando por lo bueno que estaba el café, la marca que era,
el modo de hacerlo, algo totalmente insustancial que al menos sirvió

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para cortar un poco el hielo y la incomodidad que parecían comenzar a


sentir.

Sin darse cuenta la conversación fue derivando a temas de trabajo,


donde Esther hablaba con absoluta devoción por suyo, mientras
Macarena la escuchaba con un poco de envidia, sana, pero envidia.

E: Creo que quise ser enfermera desde siempre – le contaba – mi madre


me regaló una vez un botiquín de juguete y me pasaba horas con el
fonendo y aunque era de plástico y no servía para nada, yo juraba y
juraba que escuchaba el corazón de todo el mundo – decía recordando
aquellos momentos con una sonrisa en la boca – y la vocación no se
esfumó, siguió ahí y conseguí hacer lo que quería, estudié enfermería y
conseguí hacer las prácticas en el hospital y ahí sigo.

M: Yo de pequeña siempre decía que quería ser médica de niños – dijo


con una sonrisa melancólica, Esther la miró con algo de sorpresa – sí,
siempre decía que cuando fuera mayor curaría a todos los niños del
mundo… claro, cuando fui tomando consciencia de la familia en la que
había nacido supe que no llegaría nunca a ser médico… que mi futuro
sería ser la Reina de este país… y creo que con siete u ocho años ya
comenzaron a prepararme para ello… - bebió un poco de café – clases
de protocolo, idiomas… y como no podía ser de otra forma estudié
relaciones internacionales, política y todas esas cosas… mi padre solía
llamarme para que estuviera con él en su despacho y que fuera
aprendiendo “el oficio de ser Rey” como él decía…

E: ¿No fue duro? – se atrevió a preguntar. – tantas clases, tantas


responsabilidades para una niña… no sé.

M: No… bueno, te acabas acostumbrando, más cuando todo viene desde


que eres pequeño, así que no, para mí era lo más normal del mundo –
contestó con tranquilidad.

E: Pero no ha tenido que ser fácil – continuó – me refiero… siempre con


todo el mundo pendiente de ti, sabiendo siempre que todo el mundo
sabe toda tu vida, lo que haces o lo que no haces… - se dio cuenta de lo
que estaba diciendo – perdona… creo que no debería hacer dicho eso…

M: Tranquila – le quitó importancia – no pasa nada, como te he dicho


acabas acostumbrándote, y bueno… no es del todo cierto que todo el
mundo sepa absolutamente todo de mi… - dijo dándole un toque
misterioso a su tono – de hecho, hay muchas cosas de mi que nadie
sabe… la prensa no siempre se entera de todo… - Esther la miró como

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preguntándose qué serían esas cosas, pero prefirió no formular la


pregunta, Macarena se dio cuenta – por ejemplo… este piso – dijo
abriendo los brazos como mostrándolo – nadie sabe que es mío, de
hecho, eres una de las pocas personas que lo conocen – continuó – Todo
el mundo sabe que mi casa está al lado de la de mis padres, nadie tiene
conocimiento de que este piso sea mío y por eso mismo me encanta,
porque es un lugar donde sé que puedo ser yo misma y que ningún
periodista va a venir a sacarme alguna foto…

E: Vamos que puedes montar aquí una fiesta y nadie sabrá que eres tú –
dijo en un intento de bromear.

M: Bueno, no soy muy dada a las fiestas – contestó – pero sí puedo pasar
un rato agradable con alguien sin sentir que me están observando en
todo momento. ¿Y tú? – preguntó – ¿eres fiestera?

E: Tuve una época de fiestas día sí, día también – sonrió – pero con el
tiempo se me fue pasando y ahora no es que no salga a divertirme, pero
lo hago menos que ante, me gusta ir a bailar o tomarme una copa de
vez en cuando pero también me encantan las cenas entre amigos en un
sitio tranquilo – contestó.

M: Yo también lo prefiero – dijo ella – aunque en mi caso no es nada


extraño, tengo que asistir a muchas cenas de gala y viajar mucho, así
que si tengo que elegir entre irme de marcha o quedarme en casa,
prefiero lo ultimo – sonrió – pero eso no quita para que alguna vez me
haya ido de marcha por ahí.

E: La verdad es que no sé como lo haces – comentó – en la cena, por


ejemplo, estuviste toda la noche con esos taconazos, sonriendo y siendo
amable con todo el mundo…

M: Es parte de mi trabajo – contestó como si nada – aunque


sinceramente… - se acercó a ella para bajar el tono y hablar entre
confidencias – odio llevar esos tacones… acabo con los pies destrozados.
– Esther sonrió, ella hizo lo propio volviendo a su posición.

La conversación continuó de la misma manera, más fluida y dejando


paso a la comodidad, reían alguna vez por algo que decían, se sentían
bien, no podían negarlo.

E: Tiene sus cosas malas – continuaba ahora Esther – cuando llega


alguien por el que no se puede hacer nada… es bastante frustrante…

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porque hemos estudiado para salvarle la vida a la gente y ver que se


mueren y que nadie puede hacer nada por el…

M: Vosotros hacéis lo que podéis – animó – me consta que trabajáis duro


para sacar a delante a la gente, pero hay cosas que son inevitables.

E: Sí, lo sé – contestó – con el tiempo aprendes a llevarlo lo mejor que


puedes… pero a veces es muy difícil, no sé, cuando se muere un niño…
creo que eso es lo que más nos afecta, tanto a médicos como
enfermeras, porque son tan pequeños y tienen tanta vida por delante…

M: Lo entiendo – le dijo mirándola con algo de admiración – pero


supongo que también tendrá cosas buenas.

E: Sí, sí que las tiene – sonrió – y momentos que no se olvidan


fácilmente… anécdotas que contar a tus nietos… no sé, vemos cada
cosa… que alucinarías.

M: ¿Cómo qué? – preguntó curiosa.

E: Pues… no sé – contestó – son tantas… pro ejemplo… una vez vino un


chico al que tenía diagnosticado un cáncer desde hacía algún tiempo –
comenzó a contar – y lo llevaba bastante bien, lo tenía muy asumido y
con mucha entereza, y dijo que quería despedirse de este mundo de la
mejor manera posible, así que comenzó a llamar a sus ex, por turnos,
para despedirse de ellas…

M: Bueno, supongo que es lógico en una situación como esa – comentó.

E: Ya, si hasta ahí todo normal… solo que su forma de despedirse fuer
acostándose con ellas una tras otra en la habitación del hospital.

M: ¡Venga ya! – dijo sorprendida.

E: En serio – sonreía – el chico se lo montó lo mejor que pudo, en un día


pasaron cuatro chicas y con las cuatro…

M: Buena manera de despedirse, sí – sonrió.

E: Luego siempre está el típico que te pide que te cases con él –


comentó.

M: ¿Algún paciente te ha pedido que te cases con él? – quiso saber.

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E: Pues… así que yo recuerde ahora… tres – dijo mientras recordaba – sí,
tres – continuó – un viejecito que siempre se inventaba enfermedades
para venir y pedirme que me casara con él…

M: Eso es un halago – le dijo.

E: Sí, solo que luego se lo iba pidiendo a toda enfermera que se cruzaba
en su camino – rió – era bastante descarado, pero muy simpático. Casi
estuve a punto de decirle que sí una vez – volvió a reír – era demasiado
insistente y claro, a Alex como que no le hacía mucha gracia cuando
llegaba a casa y se lo contaba – Maca la miró al escuchar aquel nombre,
Esther al verla bajó un poco la mirada – Alex es mi… mi…

M: Tu exnovia, sí – terminó de decir por ella, Esther la miró bastante


sorprendida.

E: ¿Cómo sabes tú eso? – preguntó sabiendo perfectamente que a lo


largo de aquella tarde en ningún momento le había hablado de ella.

M: Ehh… bueno yo… - en ese momento sonó el timbre de la puerta y


Macarena se levantó a abrir “salvada por la campana” se dijo, pues no
sabía cómo le iba a contar que había escuchado la conversación con su
ex.

C: Alteza – dijo Carlos – debemos irnos, se hace tarde.

M: ¿Ya? – dijo mirando el reloj – pues sí, sí que es tarde – entraron al


salón de nuevo donde Esther aún seguía algo sorprendida por lo último
que había ocurrido – Esther… discúlpame, pero se está haciendo tarde y
debo irme.

E: Sí, claro – miró ahora ella su reloj – sí, yo también debería marcharme
– dijo cogiendo sus cosas.

M: Carlos te llevará donde quieras – le comentó – y… bueno que lo he


pasado muy bien y… no sé si te apetecerá repetirlo alguna vez.

E: Sí, claro que sí – contestó – yo también lo he pasado bien – “además


quiero saber como sabes que Alex es mi exnovia” pensó para sí misma.
– Hasta luego – dijo saliendo del piso precedida de Carlos quien la
llevaría a recoger su coche.

M: Hasta luego – se despidió ella viéndola marchar, quedando un poco


parada antes de cerrar la puerta “bocazas” Se dijo a sí misma…

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Desde ese día a Esther comenzó a pasarle algo que no le había pasado
antes, una cosa curiosa que no sabía si era por lo sugestionada que
estaba o es que todo se estaba comenzando a confabular contra ella sin
razón ni lógica ninguna, y es que, cada vez que encendía el televisor,
pusiera el canal que pusiera o cuando escuchaba la radio fuera la
emisora que fuera siempre, casi sin excepción, aparecía una noticia
sobre la familia Real y más concretamente sobre Macarena.

“Hace un par de días pudimos ver a la Princesa Macarena junto con el


Infante Don Fernando acudiendo al concierto de la Orquesta Real, la
Princesa iba vestida con un elegante traje de dos piezas en tonos grises
y un peinado muy acorde con su estilo habitual, por su parte el Infante
Don Fernando…”

“Según hemos podido conocer El Rey junto con La Princesa mantuvieron


ayer una reunión con los dirigentes del gobierno así como con los
representantes de varios bancos españoles y empresarios. El motivo de
la reunión al parecer, fue intentar buscar soluciones a la crisis
económica por la que está pasando el país”

“La Reina doña Rosario recibió la visita de su hermana Irene y se las ha


podido ver en el centro de la ciudad entrando en algunas tiendas de
ropa”.

Así durante toda aquella semana, uno tras otro, rumores, noticias,
impresiones y opiniones de periodistas que hacían que la enfermera se
llegara a plantear si dejar de ver la televisión o escuchar la radio pues
aquello realmente estaba empezando a “asustarla”…

Por suerte para ella, en el trabajo, si lograba escabullirse de Teresa,


conseguía un momento de tranquilidad, donde ni casas reales, ni
princesas entraban en su mente, entrando en quirófano o atendiendo a
todos los pacientes que podía, haciendo inventario en farmacia o
hablando con sus compañeros de cualquier otro tema que no fuera el
que últimamente ocupaba su vida sin ella pretenderlo conseguía
olvidarse de aquella nueva situación en la que todo parecía girar en
torno a Macarena…

Llegaba a rotonda acompañando a un matrimonio que acababan de ser


dados de alta, se despedía de ellos con amabilidad y su característica
sonrisa en los labios, el matrimonio agradecía sus atenciones y se
marchaban dejando a la enfermera libre por un rato. Se dio la vuelta y se

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acercó a rotonda, donde Teresa no hacía otra cosa que leer una de las
revistas del corazón donde ¡Como no! Macarena salía en ellas.

E: Teresa me voy a tomar un café – le dijo, la recepcionista no le hacía ni


una pizca de caso - ¡Teresa! – insistió.

T: Hay que ver – decía sin dejar de mirar las fotografías – lo guapa que
es nuestra princesa y lo bien que le sientan esos trajes ¿eh? – se la
enseñaba – mira, mira qué estilo, qué elegancia…

E: Sí teresa, sí – decía algo cansada.

T: Y esos tacones que lleva – señalaba – yo no sé como puede andar con


ellos, debe terminar con los pies hechos trizas.

E: Sí, si que acabará así, Teresa… - contestó recordando como ella


misma se lo había dicho. – a ver Teresa – dijo quitándole la revista – que
me voy a cafetería, que si alguien me necesita que me avises

T: Vale, yo te aviso – asintió viendo como se iba – por cierto – la paró –


Esther, aún estoy esperando que me digas con quién te fuiste el otro día
que dejaste aquí tu coche y todo.

E: Si, sí, otro día si eso ya te lo cuento – dijo sin intención alguna de
contarle nada, saliendo de allí con aquella revista que sin darse cuenta o
tal vez sin querer darse cuenta llevaba en las manos.

T: Pero oye – casi gritó al ver que se iba con ella – no si… esta mucho
protestar de mí, pero ella se queda la revista y me deja sin nada…

Mientras Teresa bufaba por haberse quedado sin su “biblia de cotilleos”


el teléfono comenzó a sonar.

T: Hospital Central, dígame – contestó sin muchas ganas quitándose uno


de los pendientes que llevaba puestos.

- Buenas tardes, ¿podría pasarme con Esther García, por favor?


– preguntó un chico al otro lado de la línea.

T: Uy pues… un momento que acaba de marcharse – decía mirando a su


alrededor por si alguien podía ir a avisar a la enfermera – Luisa – llamó a
una compañera – ve a cafetería y avisa a Esther que la llaman por
teléfono, anda – pidió - ¿Quién la llama? – preguntó curiosa y extrañada
de que alguien llamara a Esther al hospital, pocas veces la habían

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llamado allí, siempre era la enfermera quien llamaba, pues no le gustaba


nada eso de recibir llamadas en su trabajo.

- Un… un amigo – dijo Carlos.

E: Teresa dime – llegó Esther antes de que la recepcionista pudiera


indagar más.

T: Toma, para ti – le tendió el teléfono – un amigo, dice.

E: Trae – se lo arrebató - ¿Sí?

C: ¿Esther García? – preguntó para cerciorarse.

E: Sí, soy yo – contestó extrañada.

C: Un segundo, no cuelgue – le pidió – le paso.

Durante unos segundos no escuchó nada al otro lado de la línea


telefónica, creía reconocer aquella voz pero no estaba segura del todo,
Teresa, sin quitar sus ojos y sus “antenas” de ella intentaba averiguar
quién era la persona con la que hablaba.

T: Esther… - la llamó en un susurro – Esther – volvió a llamar al ver que


no la escuchaba, la enfermera se dio la vuelta - ¿quién es? – quiso saber.

E: Y yo que sé, Teresa – contestó algo molesta por aquella intromisión –


me van a pasar con alguien, no seas cotilla.

T: Usted perdone – decía molesta por aquella salida – solo me


preocupaba por ti.

M: Hola, ¿Esther? – escuchó la enfermera al otro lado del hilo telefónico.

E: Maaa… ¿Marta? – dijo al ver que Teresa aún seguía con la oreja
pegada a su espalda.

M: No, Maca – contestó – ¿Te acuerdas de mi no?

E: Eh, claro… claro que sí me acuerdo, Marta – dijo haciendo énfasis en


el nombre.

M: Ah… vale, ya entiendo – sonrió – seguramente tienes a alguien por


ahí escuchando.

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E: Sí, justo eso – contestó – y claro… no es plan.

M: Lo entiendo y además te lo agradezco – le dijo – escucha… que


perdona que te llame al trabajo y además con estas prisas pero no tengo
mucho tiempo ahora mismo – se disculpó de antemano - Tengo la tarde
libre y quería saber si te apetecía quedar conmigo… pero bueno, que si
no puedes o estás ocupada o no quieres podemos dejarlo para otro día
no sé.

E: Tranquila, no tengo nada que hacer hoy, así que sí, quedamos –
aceptó contradiciéndose a sí misma puesto que había pasado toda la
semana intentando evitar el tema “princesa Macarena” y ahora quedaba
con ella, pero había una pequeña cuestión que le había dejado intrigada
aquel día y quería resolver.

M: Vale pues… ¿A qué hora sales? – dijo contenta al escuchar aquella


respuesta.

E: En dos horas – contestó mirando el reloj.

M: Bien, pues nos vemos en dos horas – afirmó – te tengo que dejar, lo
siento. Hasta luego.

E: Hasta luego – se despidió y tan pronto lo hizo se dio cuenta de un


pequeño detalle – Oye ¿pero donde quedamos? – preguntó rápidamente
sin obtener respuesta pues Macarena ya había colgado – genial… -
medio protestó.

T: Esther… ¿quién es Marta? – volvió a su ronda de preguntas – nunca te


he oído hablar de ella.

E: Pues Marta es… Marta, Teresa, Marta, que todo lo quieres saber – dijo
saliendo de allí lo más rápido que pudo y con la mente a cien por hora…

Dos horas después, Esther salía ya cambiada mirando hacia la entrada


por si veía a alguno de aquellos guardaespaldas, firmaba el parte ante la
mirada casi recriminatoria de Teresa quien desviaba la mirada al ver
como una impresionante moto se paraba en la puerta y su conductor,
enfundado en una chaqueta de cuero y un casco negro con la visera
oscura miraba hacia dentro como esperando a alguien.

T: ¿Y este? – preguntó, Esther se dio la vuelta - ¡oiga! ¡Ahí no se puede


aparcar! – le gritó.

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E: La leche – susurró al ver que aquel motorista le hacía un gesto con la


mano en señal de saludo y le pedía que se acercara – a… adiós Teresa –
se despidió comenzando a andar hacia allí, mientras Teresa, una vez
más, se quedaba boquiabierta y con un palmo de narices.

A unos pasos de ella quedaba mirándola sin poder creerse lo que veía,
miró de nuevo hacia atrás viendo como Teresa no le quitaba ojo, volvió
la vista hacia ella que le tendía un casco.

M: Como me hagas una reverencia me fastidias el invento – dijo oculta


tras su casco – así que mejor dejemos el protocolo para otro momento.

E: Pero… - decía totalmente alucinada.

M: Venga, sube o esa señora tan simpática sacará una escopeta y me


pegará un par e tiros por pararme aquí en medio – sonrió sin ser vista.

Esther miró de nuevo a su espalda y sonriendo por el rostro de Teresa


tomó el casco que le ofrecía y tras ponérselo subió tras ella. Macarena
se aseguró que estuviera preparada y aceleró saliendo de allí.

Condujo durante varios minutos por las calles madrileñas, sorteando el


tráfico de esas horas, tras ellas, una moto las seguía a una distancia
prudencial y un poco más alejado un coche intentaba no perderles.

Al fin paraba la moto y Esther bajaba sintiendo como temblaban sus


piernas, quitándose el casco la miraba apagar el contacto y bajaba
extendiendo la mano para que se lo diera y poder guardarlo en la parte
trasera.

E: ¿El Jardín Botánico? – preguntó viendo la entrada.

M: Sí – se quitó ella su casco – no me apetecía meterme en casa, más


bien dar un paseo y a estas horas no suele venir casi nadie, estaremos
tranquilas – sonreía – pero si quieres podemos ir a otro sitio.

E: No, no, aquí está bien.

M: Pues vamos – dijo comenzando a andar, pocos segundos después lo


hacían Javier y Carlos tras ellas.

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Macarena entró saludando al guarda que le devolvió el saludo


protocolario, la enfermera se dio la vuelta y pudo ver como Javier
hablaba con él y Carlos se mantenía a varios metros de ellas.

E: ¿Van a todos sitios contigo? – preguntó.

M: ¿Quién? – dijo sin caer en lo que se refería.

E: Ellos – los señaló.

M: ¡Ah! Sí, vienen a todos sitios – confirmó – por seguridad… aunque me


dejan mi espacio y no se meten en nada.

E: Ya, pero… es un poco… agobiante que te estén siguiendo a todas


partes ¿no? – continuó hablando – no sé… saber que hagas lo que hagas
siempre habrá alguien vigilándote.

M: Sí, bueno – se encogió de hombros – acabas acostumbrándote, como


a casi todo… y la verdad, tampoco es tan malo. Ellos hacen su trabajo
sin interferir en mi vida, además, con el paso del tiempo vas cogiendo
confianza… y, bueno, dejan de ser dos escoltas y casi se convierten en
amigos.

E: Entonces te llevas bien con ellos – afirmó.

M: Sí, de hecho, son de las pocas personas en las que realmente confío –
dijo con rotundidad.

E: No sé – miró de nuevo atrás, Carlos por un lado y Javier con otro


continuaban en su labor – se me hace raro tenerlos ahí.

M: Si te incomoda puedo decirles que nos dejen un rato – la miró – nos


sentamos por ahí y que se den una vuelta o algo.

E: Tranquila… supongo que lo soportaré – contestó no queriendo


interferir en el trabajo de nadie puesto que a ella no le gustaba que
interfirieran en el suyo – Debe ser un trabajo sacrificado – comentó,
Maca la miró esperando que siguiera – quiero decir, que si tienen que
estar las 24 horas del día contigo, viajar contigo y todo eso… no les
quedará tiempo para ellos… para su familia.

M: Bueno… Javier lleva cuatro años casado y por ahora les va bien – le
comentó – Carlos tenía algo, pero creo que nada serio… tampoco es que
pasen todo el día tras de mí, tienen su espacio para ellos también,

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intento dejarles tiempo suficiente para estar con sus familias y a veces
vienen con nosotros en algún viaje – continuó – no me gusta que nadie
deje de hacer su vida por mí.

E: Entiendo – vio como se alejaban de ellas una vez sentadas al lado de


un grupo de camelias que a la enfermera le pareció precioso – se van.

M: Sí, supongo que irán a hacer una ronda para controlar que todo esté
en orden.

E: ¿Y nunca te molestó? – quiso saber.

M: Bueno… de adolescente – sonrió – cuando tenía la edad del pavo…


siempre intentaba darles esquinazo, alguna vez los perdía de vista pero
siempre terminaban detrás de mí. Me acuerdo una vez, que me metí
bajo el carrito de la ropa para poder salir de casa sin que me siguieran –
sonrió – tenía una fiesta en casa de una compañera y no quería llegar
con escolta que seguramente estarían controlando todo lo que hiciera –
Esther asintió escuchándola – así que me metí ahí abajo e intenté salir
por la puerta de la cocina, llegué tan solo al jardín y me encontré con
Jorge, el que era antes jefe de seguridad, me estaba esperando –
recordó – yo me puse muy seria y me crucé de brazos, el me dijo
“Alteza, más sabe el diablo por viejo que por diablo, y este tipo de cosas
ya las hizo su Majestad el Rey cuando tenía su edad” - imitó su voz –
ese viejo s las sabía todas – hablaba con cariño – era al único del que no
podíamos “escapar”.

E: ¿Y qué paso? – quiso saber.

M: Pues nada – se encogió de hombros de nuevo – que aun montando


una pataleta por la que casi me quedo sin salir, fui a esa fiesta con
escolta. Luego ya dejé de hacer esas cosas, ellos solo hacían su trabajo
así que me acostumbré.

E: Y… ellos… ¿Investigan a la gente? – dijo haciendo que Maca la mirara


desubicada.

M: ¿Cómo investigar a la gente?

E: Sí, bueno supongo que tendrán que saber a qué tipo de gente vas a
ver o con quien vas a estar – la miró – entendería que me hubieran
investigado… no me gustaría pero lo entendería – dijo bajando volviendo
el rostro hacia las camelias.

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M: Esther – llamó su atención intentando que la mirara – nadie te ha


investigado, puedes estar segura de ello - dijo con total convicción.

E: Ya… ¿Entonces como sabías lo de Alex? – preguntó ya sin tapujos.

M: Pues… yo… - ahora fue ella quien bajó la cabeza – escuché algo
que…

E: ¿Escuchaste? – preguntó descolocada.

M: Cuando estuvo mi padre ingresado… yo estaba en el baño y entraste


tú con… con ella, supongo – la miró como pidiéndole perdón por la
osadía de escuchar tras las puertas – no pretendía oír nada pero…
estabais discutiendo y…

E: Ya, ya sé a qué te refieres – dijo recordando aquella última bronca con


Álex.

M: Siento haberlo escuchado – se disculpó de nuevo – no quiero que


pienses que me meto en tu vida o…

E: Tranquila… - contestó calmándola – yo no sabía que tú estabas ahí y…


supongo que debería haber sigo más discreta, podría haber estado allí
cualquiera y yo montando el numerito. – le dijo.

M: Y yo podría haberte dado cualquier excusa, pero no me gusta


mentirle a la gente – se excusó – y menos a… - se cortó ella misma –
perdona que lo escuchara – dijo de nuevo - además quería darte las
gracias por lo que le dijiste.

E: No hice nada – contestó con curiosidad por aquel corte – solo hice lo
que debía.

M: Aún así, gracias – sonrió – como ya te dije otro en tu lugar se habría


aprovechado.

E: Yo no soy así – dijo con rotundidad.

M: Lo sé – contestó de igual modo – poco a poco lo voy descubriendo.

Quedaron mirándose durante un instante a los ojos, con profundidad,


extrañadas por aquella mirada y por el imán que parecían ser los ojos de
la otra.

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M: ¿Damos un paseo? – preguntó bajando la mirada.

E: Claro – se levantó aturdida.

M: Oye, que estoy pensando que podrías darme tu teléfono – dijo


mientras caminaban – así no tendré que mandar a nadie a llamarte y tú
no tendrás que cambiarme el nombre.

E: Sí, sería buena idea – sonrió caminando a su lado.

De esa manera, comenzando otro tema de conversación, caminaron por


aquel hermoso jardín donde la tranquilidad y la belleza brillaba por su
presencia.

Los días pasaban y casi sin darse cuenta esa simpatía que sentían la una
por la otra iba dejando paso a una amistad que se afianzaba con
cimientos bastante fuertes entre las dos. Se veían cuando sus
responsabilidades les dejaba algo de tiempo, casi siempre en el piso de
la princesa, alguna vez en el de la enfermera o en algún lugar público
donde no hubiera demasiada gente y donde poder estar tranquilas sin
tener que estar pendiente de si habría o no algún periodista.

Los mensajes a móviles se hicieron algo rutinario cuando era imposible


quedar, las responsabilidades de la Princesa junto con el trabajo de la
enfermera hacía que pudieran llegar a estar sin verse varios días
seguidos por lo que el móvil era una buena vía para saber qué tal les
iban las cosas.

Tras un exhaustivo aunque poco productivo interrogatorio, Teresa dejó


de preguntar a la enfermera por esas ultimas salidas en las que siempre
alguien venía a recogerla ya fuera el misterioso motorista o algún chico
que llamaba antes por teléfono avisando que la esperaba en la entrada
del parking. Dándose por vencida, la recepcionista se limitaba a
observar intentando sin éxito, sacar algo en claro de aquella situación.

Había decidido tomarse un descanso tras una larga y complicada


operación, se había sentado en la cafetería degustando un zumo y
algunas galletas a modo de desayuno, su móvil hacía un segundo que le
había avisado de la llegada de un nuevo mensaje y lo estaba leyendo sin
darse cuenta de la presencia de Claudia que acababa de llegar en ese
instante.

“Llego mañana por la tarde, ¿Te apetece que hagamos algo? M”

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C: Vaya, vaya… así que con mensajitos y todo – dijo dejando notar su
presencia, Esther escondió el teléfono nada más verla.

E: Hola – saludó guardándolo en el bolsillo.

C: Venga anda, no seas mala – le cogió una galleta - ¿Quién era?

E: ¿Quien? ¿El mensaje? – Claudia asintió – nada, una amiga.

C: Ya… - dijo como no creyéndose nada - ¿Sabes que tienes a Teresa al


borde de un ataque de nervios porque no le cuentas nada? – preguntó
chistosa.

E: Si no fuera tan cotilla no le pasaría eso.

C: Tienes razón – asintió – pero solo se preocupa por nosotros.

E: Pues que no se preocupe tanto, que al menos yo, soy mayorcita y


puedo cuidarme solita – afirmó.

C: Vale, vale – dijo elevando los brazos para que se calmara – mejor ni
pregunto ¿no?

E: Pregunta si quieres – sonrió levemente al darse cuenta de su salida de


tono.

C: ¿Quién es ella? – fue directa

E: ¿Quién es quien? – intentó irse por la tangente.

C: Pues Marta, Esther, ¿quién es Marta? – le aclaró.

E: Una amiga – Claudia la miró con una ceja alzada - SOLO – recalcó –
una amiga.

C: Nadie ha dicho lo contrario.

E: Pero lo piensas – contestó.

C: Eso es porque te conozco – continuó ella – y cuando niegas algo tanto


y tan tajantemente… - dejó la continuación en el aire.

E: No niego nada – se defendió – me has preguntado y te he contestado.


Punto.

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C: Está bien – se dio por vencida – no insistiré… - quedaron calladas un


segundo – oye, por cierto, que yo venía a preguntarte si te apetece
fiesta el fin de semana… puedes traerte a Marta si quieres – dijo con
picardía.

E: joder, qué pesaditas – se levantó de allí ante la sonrisa de Claudia,


antes de irse del todo Esther se volvió – para que conste, no me gusta,
no hay nada ni lo habrá, solo es una amiga y se acabó esta conversación
¿si? – y se fue de allí algo agobiada.

C: Si tú lo dices… - murmuró una vez la enfermera se había marchado.

Aquella recepción estaba siendo de lo más aburrida, los zapatos


comenzaban a hacerle daño y se sentía algo incómoda entre tanta gente
queriendo halagarla en todo momento, sin embargo, su sonrisa no se
borraba, era algo que había aprendido a disimular demasiado bien
durante toda su vida, podría estar triste, enfadada, angustiada o de
cualquier otra manera que su sonrisa asomaba como la más natural del
mundo.

Su madre a su lado saludaba y charlaba con algunos asistentes a ese


cóctel de despedida que el gobierno Italiano había visto bien en ofrecer
tras aquella visita, llevaban allí cuatro días y estaba deseando volver a
casa.

R: Macarena – le dijo acercándose a ella que estaba a un lado de la sala


– no es momento para estar con el móvil – le recriminó.

M: Lo sé – contestó algo cansada – solo estaba mirando si tenía


mensajes.

R: Déjalo para luego ¿quieres? – recriminó.

M: Sí, ya lo dejo – en ese momento sintió vibrar el teléfono anunciando


un nuevo mensaje “No sé si mañana podré, llámame si quieres y
hablamos. E” – Estupendo – murmuró un tanto decepcionada.

R: Macarena, por favor – volvió a recriminarle.

M: Ya va, ya va – se acercó a Javier y le tendió el teléfono – joder –


susurró.

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R: Sabes perfectamente que no debes hacer estas cosas – seguía


reprochándole una vez Macarena volvió a su lado.

M: ¿Podrías dejar de decirme lo que tengo o no tengo que hacer? –


Preguntó ya bastante molesta – sé cuales son mis obligaciones y no veo
a nadie quejarse.

R: ¿Puedo saber qué te pasa últimamente? – preguntó mirándola en voz


baja, evitando así que nadie se enterara de la conversación – estás
distraída… no sé, rara.

M: No me pasa nada – negó tajante – dejemos el tema.

Doña Rosario iba a insistir cuando el delegado de gobierno de Italia se


acercó a ellas para saludarlas, ambas, en un instante dejaron de lado la
tensión que se había formado entre las dos y con la mejor de sus
sonrisas volvieron a prestar atención a todo aquel que allí se
congregaba.

- Majestad – dijo haciendo una reverencia a la reina – Alteza –


hizo lo mismo con la Princesa – espero que todo sea de su agrado.

R: Sí lo es – contestó – todo está perfecto.

M: Muchas gracias por todo – sonrió.

- Si me permiten quisiera presentarles a varios dirigentes que


estarían encantados de hablar con ustedes.

R: Por supuesto – afirmó – estaremos encantadas.

Así, como tantas otras veces, volvieron a meterse de lleno en su papel y


en su trabajo, ya tendría tiempo de todo lo demás cuando volviera a
casa… ahora debía centrarse en aquella recepción en su nombre,
aunque no pudiera dejar de pensar en otras cosas.
Por fin de nuevo en casa, en la tranquilidad que le otorgaba saberse
sola, sin nadie que la requiriera, sin nadie que le hiciera alguna foto e
incluso sin sus dos escoltas vigilando sus movimientos.

Lo primero que hizo al llegar fue darse una buena ducha y colocarse un
chándal y una coleta para estar más cómoda, como tanto le gustaba,
dejando de ser Princesa para ser ella misma, suerte que la obra ya había
terminado y podía disfrutar de nuevo de su casa sin la presencia de su

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madre pidiéndole que no hiciera algo o que se comportara de otra


manera aún estando “liberada” de protocolo.

Miró su agenda, la semana próxima la tenía algo apretada, la rutinaria


reunión con su padre, una nueva con los jefes de gobierno y varios actos
más, hacían que no tuviera todo el tiempo que quisiera para ella. Sin
embargo, siendo jueves le quedaba por delante un fin de semana que
tenía algo más desahogado.

Cogió el móvil y recordando la respuesta de aquel mensaje el día


anterior, decidió llamarla, tenía ganas de verla, hablar con ella, se sentía
bien estando con ella…

M: Hola – dijo una vez descolgó – ¿te pillo mal?

E: Eh, no – contestó algo apurada – bueno me pillas saliendo de la ducha


que tengo que irme al hospital.

M: Ah, pensé que hoy no trabajabas – contestó sabiendo que no la vería.

E: Tengo dos enfermeras con gripe – explicó – así que me toca pringar a
mi.

M: Pues entonces nada…

E: ¿Tú que tal? – preguntó no queriendo que el silencio ganara la batalla


- ¿Cómo ha ido el viaje?

M: Bien, bastante bien – se acomodó en el sofá – ya sabes, relaciones


diplomáticas y todo eso.

E. Sí… vi algo en la tele – confesó.

M: Imagino.

Quedaron ambas calladas, de pronto parecía que no tenían nada más


que decirse y sin embargo había muchas cosas en el tintero y ninguna
se atrevía a pronunciar.

E: Oye que… el sábado vamos a ir unos amigos a cenar y luego a tomar


algo a algún sitio – dijo sin saber porqué decía aquello sabiendo que no
debía – y bueno había pensado que a lo mejor… te apetecería.

M: Ya… no me parece prudente Esther – no debo ir.

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E: Me lo esperaba – contestó – no sé ni por qué te lo he dicho, perdona –


se excusó – sé que no podrías venir.

M: Bueno pues… supongo que ya nos veremos – dijo con una sensación
extraña.

E: Sí, ya nos veremos – contestó de igual modo.

M: Hasta luego – se despidió antes de colgar

E: Hasta luego.

Con una sensación amarga llegó al hospital, con la cabeza gacha, como
si la hubiera fallado, como si no quedar con ella le hiciera sentirse
realmente mal.

C: Esther – dijo llamando su atención puesto que iba por el pasillo como
si no estuviera allí - ¡Esther!

E: ¿Qué? Joder que susto – contestó.

C: Estás en las nubes Esther – dijo sonriendo - ¿qué te pasa?

E: Nada, nada, tonterías – no quiso dar más explicaciones – Dime ¿qué


querías?

C: Una operación, que si quieres entrar conmigo.

E: Claro – contestó, al menos así dejaría de pensar – déjame que lo


prepare todo y voy.

C: Vale – sonrió – por cierto… que la final se cancela lo de la cena – le


comentó – que no vamos a poder estar todos, tenemos guardia algunos.

E: Ah, vale pues nada… otro día si acaso.

C: Sí, te espero en quirófano – dijo saliendo de allí.

E: Vale – quedó parada en el pasillo, decidió volver a vestuario, cogió su


móvil y mando un mandó un mensaje – “si aún te apetece quedar,
llámame esta noche si puedes y hablamos. Besos. E” – dudó si mandarlo
o no, no sabía hasta donde le llevaría todo aquello pero las ganas de

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verla pudieron más que su raciocinio, así que dándole a la tecla de envío
volvió a dejar el móvil en su taquilla y se fue a quirófano.

En su casa, Macarena leía el mensaje y no pudo evitar sacar una sonrisa,


volvió a leerlo, claro que la llamaría, realmente le apetecía mucho
quedar con ella.

M: Carlos – dijo marcando el numero – oye, tienes que hacerme un favor.

C: Usted dirá, Alteza – contestó diligente.

Maca le explicó lo que quería y el escolta comenzó a trabajar en ello, no


era habitual que la princesa hiciera ese tipo de cosas pero era
consciente de que como todo el mundo, ella también tenía derecho a
divertirse un poco.

Vestida de manera informal a la par que elegante, con un toque justo de


maquillaje, tacones bajos y cómodos, el pelo suelto y ligeramente
ondulado y con una sonrisa absolutamente natural y sincera se presentó
en casa de la enfermera aquel sábado noche. Habían hablado días
antes y al final, sin tener que insistir demasiado habían quedado en
verse y pasar un rato agradable juntas.

La enfermera la recibió con mirada simpática, con una sonrisa y


excusándose al ver que aún no estaba lista. La invitó a pasar y fue
directa al cuarto de baño para terminar de darse los últimos toques de
maquillaje. En el salón, la princesa reía divertida al ver las prisas que le
había entrado de repente a su amiga.

M: Hay tiempo, tranquila – le dijo desde allí.

E: Ya salgo, ya salgo – exclamó desde el otro lado, haciendo que la


sonrisa de Macarena se hiciera más grande.

Minutos más tarde, Esther salía con una chaqueta colgada de su brazo, y
al igual que Maca vestida de manera desenfadada, el pelo suelto y liso,
zapatos de tacón algo más algo que los de la princesa y un maquillaje
que realzaba sus facciones sin ser para nada recargado.

E: Ya estoy – dijo viendo que se había quedado mirándola sin pronunciar


palabra.

M: Sí – la miró - ¿nos vamos?

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E: Cuando quieras – sonrió.

M: Pues venga – dijo encaminándose ya a la puerta.

E: Y… ¿Dónde vamos si puede saberse? – quiso saber una vez entró en


el ascensor.

M: Primero a cenar y luego al “Metropolitan” – informó.

E: ¿Al “Metropolitan”? – preguntó bastante sorprendida – Maca eso está


lleno de gente, es la discoteca de moda.

M: Lo sé – sonrió – pero eso está arreglado – Esther la miró interrogante –


tendremos una zona privada para nosotras y los chicos se encargaron de
organizarlo todo para que no tengamos problemas y que nadie me
atosigue.

E: Ah… Bien – contestó.

Salieron del edificio y Esther miró a ambos lados de la calle buscando el


coche que siempre había aparecido cuando quedaba con Maca, al no
verlo miró a la princesa que sonreía al saber que esa noche la estaba
sorprendiendo.

M: Vamos – dijo abriendo la puerta de un coche aparcado a escasos


metros de la puerta.

E: ¿Conduces tu? – preguntó.

M: Sí, bueno, desde que tengo el carné suelo hacerlo cada vez que
puedo – dijo con una sonrisa.

E: Ya, no quería decir eso – contestó – solo que me ha sorprendido que


no vinieran “tus chicos” – dijo refiriéndose a los escoltas como
últimamente lo hacía.

M: Mis chicos vienen detrás – informó – en otro coche.

Un restaurante modesto, sencillo, de aire familiar y comida casera, esa


había sido la elección de la princesa para la cena, un restaurante que
nada tenía que ver a los que se suponía, una princesa debía visitar si
quería salir a cenar.

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- Alteza – dijo un hombre entrado en años con gesto amable –


bienvenida y encantados de volver a tenerla por aquí.

M: Muchas gracias, Luis – sonrió estrechando su mano – el gusto es mío


por volver a verle.

L: Su mesa está lista, si me acompaña – dijo invitándola a entrar y llegar


hasta la mesa que habían preparado para ella, una alejada del salón
principal pero sin ser para nada frío o incómoda les daba la sensación de
calidez que muchas veces puede llegar a faltar en un restaurante de
postín – en seguida vendrán a atenderlas.

M: Gracias – sonrió antes de que se marchara - ¿Te gusta el sitio? –


preguntó mirando a Esther que observaba aquel lugar.

E: Me encanta – sonrió – no lo conocía.

M: Mejor – ahora fue ella quien sonrió – así al menos te sorprendo un


poco.

E: Créeme que esta noche me estás sorprendiendo bastante – la miró.

M: Eso pretendo – correspondió su mirada.

E: Esto… y… ¿conoces al dueño? – dijo aun siendo obvia la respuesta,


necesitando algún tipo de conversación para evitar el silencio que
gritaba algunas cosas.

M: Sí, desde hace algún tiempo – contestó – encontré este lugar por
casualidad, vine y pude constatar la discreción del dueño y sus
empleados, así que suelo venir de vez en cuando, pero no solo por eso –
apuntó – se come muy bien y a buen precio, es todo comida casera, te
vas a chupar los dedos ya verás – ambas sonrieron.

La cena fue bastante amena, hablaban de todo lo que se les pasaba por
la mente sin pensar en lo que debían hacer o decir y haciendo o diciendo
solo que lo querían, bromeaban y reían sintiéndose realmente bien la
una junto a la otra, sin darse a penas cuenta llevaban allí cerca de dos
horas y casi eran las únicas que quedaban en el restaurante.

La “Sala Metropolitan” estaba abarrotada de gente, personas que


intentaban entrar a la discoteca de moda, algunos ni se daban cuenta
aunque otros sí se preguntaban el por qué de tanta seguridad aquel día.

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En la planta superior, en uno de los reservados más amplios de la zona


VIP, Macarena y Esther reían de nuevo sin saber muy bien por qué. Un
camarero volvía con nuevas copas, el dueño de la discoteca acababa de
irse tras saludar a la princesa.

E: Venga, vamos a bailar – dijo levantándose del sofá en el que estaban –


me encanta esta canción – terminó de decir ya algo contentilla por el
alcohol ingerido.

M: No, espera – decía sin levantarse – que yo no sé bailar.

E: ¡Venga ya! – cogió su mano tirando de ella para levantarla – no me lo


creo.

M: Va en serio – contestó resistiéndose.

E: ¿Me está usted negando un baile, Alteza? – Dijo chistosa – porque no


sé si lo sabe pero no creo que sea bueno para las relaciones políticas
existentes entre nuestros países que se niegue su Alteza a bailar con
una servidora, en esta maravillosa fiesta de Gala – dijo mientras
comenzaba a reír.

M: Pero qué payasa – rió levantándose a regañadientes.

Al ritmo de la salsa que sonaba en ese momento Macarena comenzó a


moverse sorprendiendo a una Esther que intentaba seguirle el ritmo,
acompasando sus propios movimientos con los de su compañera de
baile.

E: ¿No decías que no sabías bailar? – preguntó al ver que sabía hacerlo
perfectamente.

M: Vale, sí sé, pero me da vergüenza – contestó bajando la mirada


avergonzada.

E: Pues que no te de porque lo haces de maravilla – sonrió, dándole


confianza.

A partir de ahí, no dijeron una sola palabra más, dejándose llevar por la
música y sus propios movimientos, Macarena llevaba a Esther en una
sucesión de pasos que sin a penas ser conscientes de ello dejaban de
ser un simple baile para convertirse en algo más sensual y menos casto
de lo que inicialmente tenían pensado.

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Movimientos de cadera que las hacían cerrar los ojos respirando


profundamente, giros perfectos que culminaban con la unión de sus
cuerpos en candente sintonía. Subidas de adrenalina que las hacían
suspirar quedamente. Manos vagando por la espalda ajena haciendo que
un escalofrío cruzara sus cuerpos. Miradas que rehuían la otra en un
difícil intento por mantener la compostura. Sensaciones a flor de piel…

M: Te he echado de menos estos días – dijo en su oído, abrazándola por


la espalda, sin poder reprimirse y sorprendiéndose ella misma de la
sinceridad y la grandeza de aquella afirmación.

E: Yo también a ti – contestó de igual modo, cerrando los ojos y


mordiéndose el labio con la seguridad de que no la vería al estar de
espaldas a ella mientras Macarena estrechaba el abrazo que las unía.

Dándose la vuelta quedaron frente a frente creando un instante de


tensión entre ambas, como imanes sus ojos se atrajeron en una mirada
que decía demasiadas cosas y ninguna quería atreverse a descifrar. Con
la boca seca, la respiración acelerada por el baile y las manos
acariciando involuntariamente sus caderas… así se encontraban cuando
Javier hacía su entrada en aquella pequeña sala reservada solo para
ellas, quedándose parado un segundo y acercándose después hasta la
Princesa que advirtiendo su llegada se separó de Esther como si un
calambre hubiera sacudido su cuerpo.

Aturdida y confusa, la enfermera intentaba volver a la normalidad,


evitando mirarla y dando un trago a su copa que reposaba sobre una
pequeña mesita mientras Javier le decía algo en confidencia a la
Princesa.

M: ¡Joder! – exclamó con fastidio una vez escuchó lo que tenía que
decirle su guardaespaldas.

Tras darle un par de instrucciones a su escolta, Macarena se acercó a la


mesa, tomó su copa y le dio un sorbo al tiempo que Esther la miraba con
extrañeza.

M: Me parece que vamos a tener que irnos – le dijo evitando cruzarse


con sus ojos – alguien ha llamado a la prensa y la puerta está infestada
de periodistas.

E: ¿La prensa? - dijo contrariada sin saber qué hacer.

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M: Sí – contestó algo molesta – parece que alguien me ha visto y ha


decidido llamar.

E: ¿Y qué vamos a hacer ahora? – miró a su alrededor.

M: Irnos – contestó seria.

E: Ya pero… no podemos salir juntas – continuó diciendo.

M: Esther, no hay nada de malo en que yo salga a divertirme con una


amiga – contestó.

E: No estoy diciendo eso – se defendió – pero a mi no me apetece salir


en ninguna revista y si salimos juntas seguramente me harán también
alguna foto y terminaré saliendo – se excusó – y no me apetece tener
que ir dando explicaciones.

M: Ya… - dijo bajando la cabeza sabiendo que tenía razón, ella estaba
acostumbrada a tener cámaras y fotógrafos tras ella, pero para la
enfermera todo era nuevo y como había declarado no era de su agrado –
vale… haremos una cosa – dijo mientras iba a su bolso – toma, son las
llaves de mi coche, sales ahora, coges mi coche y te vas, yo saldré
después.

E: ¿Pero como me voy a llevar tu coche Maca? – preguntó.

M: Pues llevándotelo – sentenció – sabes conducir ¿no? – Esther asintió


como si fuera algo obvio – pues ya está, te llevas mi coche y quedamos
mañana o pasado para que me lo devuelvas.

E: ¿Y tú?

M: Yo me iré con los chicos – y sonrió levemente para tranquilizarla.

Algo reticente, Esther tomó las llaves del coche, recogió su chaqueta y
su bolso y se despidió de ella, a diferencia de otras veces esta vez
ambas se despidieron de lejos, con un simple gesto de la mano. La
enfermera salió de aquel reservado y comenzó a perderse entre la gente
mientras la princesa algo decaída se sentaba en el pequeño sofá y
apuraba su copa “¿qué había pasado allí?”

Salió de la discoteca encontrándose con un gran número de periodistas


apostados en la puerta mientras que la misma seguridad del recinto
intentaba que no entrara nadie que pudiera tener una cámara. Miró a su

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alrededor, quizás buscando una cara conocida que pudiera delatarla, pro
suerte para ella Alex no se encontraba allí, así que comenzando a
caminar se alejó de la discoteca, por suerte para ella, el coche de la
princesa estaba aparcado a dos calles de allí, donde no había ningún
periodista. Montó en el vehículo y dejó el bolso en el asiento del copiloto.
Exhaló un profundo suspiro, todo se iba complicando poco a poco.

Mientras tanto, Macarena permanecía en aquel reservado, con el rostro


serio y la confusión en sus ojos, algo había ocurrido en aquel lugar que
hacía que las cosas cambiaran, ella lo sabía, así lo sentía, algo había
cambiado esa noche, algo se había trastocado y no tenía ni idea de qué
hacer a partir de ese momento. Tenerla entre sus brazos como la había
tenido, aunque solo fuera en un baile… ¿realmente había sido solo un
baile? ¿Qué había sido eso? Ella no podía permitirse nada como aquello,
no podía cruzar esa fina línea que de golpe y porrazo se había
encontrado frente a ella. Se tapó la cara con sus manos, agobiada.
abrumada por los acontecimientos inesperados que se estaban
sucediendo esa noche… ¿Y si Javier no hubiera aparecido?

C: Alteza – en este caso fue Carlos quien llamó su atención – deberíamos


marcharnos.

M: Sí… sí, dame… dame un minuto – dijo intentando recomponerse – en


seguida nos vamos.

Con la cabeza alta y una sonrisa adornando su rostro Macarena salía de


aquella discoteca, saludando con amabilidad a todos los reporteros que
la esperaban cámaras en mano.

M: Buenas noches – les decía mientras iba hacia el coche.

- Alteza, alteza – escuchó como preguntaba alguien – ¿hay


alguna razón por la que haya decidido salir esta noche? –
Macarena sonrió aun pensando en lo absurdo de la pregunta - ¿No
la acompaña nadie? – dijo con segunda intención, la princesa
continuaba sonriendo.

M: Que pasen buena noche, muchas gracias – dijo a modo de despedida


una vez llegaron al vehículo y los escoltas le abrieron la puerta, entraron
todos y salieron de allí, al verse fuera del objetivo de las cámaras el
rostro amable de la princesa volvió a un gesto serio y apesadumbrado.

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E: ¡Esto es absurdo! – se gritó a sí misma una vez llegó a casa, dejando


de mala manera el bolso y la chaqueta para sentarse después en el sofá
– Una locura, eso es lo que es – seguía regañándose - ¿A qué ha venido
eso eh? Idiota, Esther que pareces tonta… te ha faltado esto – hacía una
mínima señal con los dedos – esto para besarla… ¿en qué pensabas?
Estás totalmente loca, Esther – seguía fustigándose – A saber lo que
habrá pensado de ti… ¡joder!

Se levantó, fue a la cocina y tomó un vaso de agua en un absurdo


intento por tranquilizarse, pero obviamente esa noche no lo
conseguiría… esa noche había pasado algo que casi le hace cometer una
locura…

E: La princesa, Esther, es la Princesa Heredera así que ya estás


quitándote los pajaritos de la cabeza – se decía – y te dejas de cuentos
de hadas absurdos… ¡Me cago en la leche! – protestó de nuevo
intentando sacar toda su frustración, aquello no podía estar pasando,
no, claro que no… dejó el vaso de mala manera y decidió acostarse e
intentar dormir para olvidarse un poco del resto del mundo, sin saber
que esa noche, lo de dormir sería realmente difícil.
Sentada en la oscuridad de su habitación había dado por imposible
dormir algo aquella noche, una consecución de imágenes se instalaban
en su mente, antiguas, viejas, olvidadas algunas e imborrables otras.
Escenas de un pasado ya lejano, donde por un instante se sintió
realmente libre, libertad cortada por la responsabilidad… baile de actos
de antaño cruzándose con el presente. La misma sensación, la misma
libertad… la misma cárcel.

Todo empezó con una mirada, un cruce de sonrisas inocentes, un par de


palabras que atoradas se dijeron nerviosas y miles de mariposas en el
estómago… así empezó todo, su verdad, la verdad más oculta, la más
secreta, la única que le dio la felicidad y la que nunca podría
devolvérsela.

“Todos somos iguales en derechos y libertades, sin discriminación por


sexo, raza, ideología, religión, sexo o sexualidad” ¡MENTIRA! Ella no lo
era… ella era, quizás la única que no podía gozar de aquello… ella no
era libre, no era igual, no, no lo era, su responsabilidad así se lo decía, la
vida así se lo había enseñado.

La primera vez que lo sintió lo supo, supo que nunca sería posible. La
primera vez que lo sintió fue consciente del lastre que tenía sobre su
espalda. La primera vez que lo sintió, se juró a sí misma no sentirlo
nunca más.

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Era lo que era, y por ello aquello no podía ser. Era lo que era y así debía
ser. Era lo que era y quería seguir siéndolo. Para eso se había preparado
toda su vida, para ser lo que debía ser, para hacer lo que tenía que
hacer y por eso, aquello no podía ser.

Aquel año, alejada de su rutina, en otro lado del mundo, donde era una
más entre todos, aquel año donde se descubrió a sí misma, donde creció
como persona, donde fue ella sin dobleces… aquel año… el más feliz…
el más doloroso.

La conoció, tan natural, tan simple, tan mágico… y duró lo que duran las
lluvias en invierno, terminó tan rápido como caen las hojas de los
árboles… duró lo que tardó en darse cuenta de que aquello no iría a
ninguna parte… en contra del esfuerzo, en contra del sentimiento, pese
a todo había algo que lo impedía… ella no era libre. Una corona se lo
prohibía.

Y quería ser Reina, aún con todo quería ser Reina. Era para lo que había
nacido, era lo único que había conocido y debía actuar en
consecuencia… y terminó, todo terminó entre ellas. Y dolió, dolió por
saber que no podría volver a sentirse de ese modo, dolió al darse cuenta
que esa parte de ella debería permanecer oculta para siempre… no
había sitio para una Reina lesbiana, no había sitio para ella.

Lo ocultó, lo borró de su mente, tachó de su alma todos aquellos


sentimientos, se deshizo en su corazón de aquellos momentos, olvidó, lo
negó, se lo negó a sí misma y logró salir adelante aunque una parte de
ella dejara de sentir.

Y todo volvía de nuevo… todo el esfuerzo que durante años había puesto
en su cometido se esfumó en un instante, en un baile…

Pero no podía, no debía, aquello no podía ser y no sería… “Un muro y a


tomar distancia” se dijo a sí misma, levantándose y yendo hacia la cama
queriendo olvidar lo que había sentido, queriendo evadirse de su
corazón…

Entraba con la cabeza gacha, con una mirada casi pérdida y un estado
de ausencia que todos podían ver a distancia. Firmó el parte sin hacerle
caso a las palabras de una Teresa que como siempre, con su revista en
las manos intentaba ponerla al día de todos los cotilleos, pero ella no
quería escucharlos, ese día no estaba para enterarse de nada de eso.

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Entró en vestuarios y se cambió de forma lenta, en su cabeza no


dejaban de pasar las imágenes de aquel sábado, donde debía haber
sufrido algún tipo de enajenación para comportarse del modo en que lo
había hecho.

Dos días hacía de aquel “suceso” y no tenía noticias de Macarena, ni


siquiera la había llamado para recuperar su coche cosa que la hacía
convencerse más de su error. Ella había malinterpretado las cosas, se
había dejado llevar y se había equivocado. Ahora la princesa
posiblemente pensaría que se había pasado y por ello no quería saber
nada de ella.

Por un lado lo agradecía, agradecía que no diera señales de vida, así al


menos, su cabeza no la volvería tan loca como lo estaba haciendo,
prefería alejarse de todo y no volver a pensar en ello, olvidar aquella
torpe manera de estropearlo todo y seguir con su vida como si nunca
hubiera pasado nada. Sin embargo, algo no la dejaba, por mucho que se
gritara, por mucho que se lo repitiera, la imagen de Maca volvía a su
mente haciéndola desear volver a verla, sabiendo que era una locura,
siendo consciente de que aquello sería mejor dejarlo apartado, había
algo que no la dejaba…

Se sentía culpable, culpable por haber fastidiado todo, culpable porque


por no saber verlo no había podido pararlo a tiempo y ahora ya era
tarde, demasiado tarde para pararlo, quería verla, quería estar con ella y
pasar un rato como los que habían pasado juntas, quería poder reírse
con sus bromas, mirar su rostro relajado en la intimidad de su casa,
hablar de mil temas sin restricciones.

“Hola… sigo teniendo tu coche y supongo que querrás recuperarlo. Si


quieres quedamos y lo recoges en casa o te lo llevo a tu piso… como
quieras. ¿Estás bien? ¿Va todo bien? Bueno, llámame y vemos qué
hacemos. Lo siento pero… ¿He hecho algo mal? E.”

Terminó de escribir el mensaje y miró la pantalla leyéndolo, sopesando


las posibilidades de mandarlo o no, sabía que con ese mensaje daba
indicios de algo más, dejaba ver una parte de lo que estaba sintiendo.
Volvió leerlo, no podía mandarle ese tipo de mensaje, no después de lo
que había pasado así que con algo de prisas por tener que salir a
trabajar quiso borrarlo… el inconsciente a veces es traicionero y así se lo
dejó ver a Esther cuando sus dedos, en lugar de pulsar el botón de
borrar pulsó el envío y vio con algo de angustia como el mensaje se
enviaba a su destinataria.

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E: Joder, joder, joder – protestó.

Por suerte, o por desgracia para ella un accidente múltiple le hizo


guardarse el móvil y cumplir con su obligación, metiéndose en una
vorágine de trabajo que no le dejó ni un rato para sentarse, obligando
así a su mente a no pensar más, cosa que agradeció, ya ni se acordaba
del mensaje que acababa de enviar.

Claudia la notaba rara, desde hacía días sabía que algo le pasaba y aun
queriendo saber qué era, evitó preguntar, la conocía, sabía como era y
con ella no servía ni el sacacorchos, Esther tenía que sacarlo por su
propia iniciativa, sino era así, no diría nada y podría incluso llegar a
enfadarse. Así que aún estando pendiente de ella decidió esperar a otro
momento para intentar hablarle.

Terminado el turno fue directa a casa, aparcó en la calle pues su plaza


de garaje aún estaba ocupada por el coche de la princesa, fue ahí, en
ese instante cuando de nuevo su mente le dio una bofetada con todo lo
que había ocurrido. Inmediatamente buscó su teléfono en el bolso y con
la esperanza de encontrar alguna señal, alguna respuesta miró la
pantalla. Su rostro volvió a pasar a la decepción al ver que no había
absolutamente nada. Ni un mensaje, ni una triste llamada perdida,
nada…

Bajó del coche y cerró con desgana, subió a su piso y dejó el bolso en la
entrada y el móvil tirado en el sofá, decidió darse una ducha, quizás el
agua refrescara sus ideas. Se puso ropa cómoda y se preparó algo de
comer, se sentó en el salón y encendió el televisor.

“El sábado por la noche pudimos ver a La Princesa disfrutando de una


noche de fiesta en una conocida dico…”

Cambió de canal, bastante tenía ya como para que también la televisión


le hablara del tema.

“¿Con quien salió el sábado la Princesa? ¿Es cierto que salió sola o por el
contrario podría estar acompañada?”

De nuevo tomó el mando y volvió a cambiar de canal, miró el reloj y


suspiró, a esas horas lo único que ponían eran programas de corazón,
pusiera el canal que pusiera, solo emitían los mismos programas…
comenzó a pasar canales intentando buscar alguno que no se centrara
en esos temas.

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“¿Tiene la princesa algún…?” “La casa real afirma que…” “Nadie en el


entorno de la Princesa y la casa real hace declaraciones sobre…” “El
macho se acerca a la hembra con sigilo, vigilante mira a su alrededor no
tener competencia. La hembra, tranquila, espera su llegada…”

Dejó aquel documental, aun sin hacerle demasiado caso era al menos,
algo que no le recordaba nada más. En esas estaba cuando el sonido del
timbre le hizo saber que tenía visita. Dejó el sándwich en el plato y
levantándose fue hasta la puerta para saber de quién se trataba.

- Hola – saludó una vez la puerta se abrió.

E: Eh… Hola, Maca – contestó el saludo sorprendida – pasa – invitó


abriendo la puerta – Vienes por el coche ¿no?

M: Sí, no he podido venir antes – contestó con tranquilidad.

E: Pues si me dejas que me ponga algo de abrigo bajamos y te abro la


puerta del garaje – dijo manteniendo ella la calma.

M: Claro, te espero aquí – se movió para dejarla pasar.

Entró en la habitación y respiró algo intranquila, se sentó intentando que


sus nervios se calmaran, era lo que quería ¿no? pues ahí lo tenía, en el
salón de su casa la esperaba para devolverle el coche y lo que peor
llevaba era que parecía que para Maca no había pasado nada, le había
hablado con tanta tranquilidad, con tanta naturalidad… como si todo
hubieran sido imaginaciones suyas.

Mientras tanto, Macarena se frotaba nerviosa las manos en el salón. No


había podido evitar ir ella misma cuando leyó aquel mensaje, había
decidido mandar a Javier o a Carlos, sin embargo, al leer ese mensaje de
texto no lo había podido evitar, no podía evitar que fuera Esther la que
se creyera culpable de algo que solo había sido culpa suya y sí, seguía
con la decisión de tomar distancia, solo que quería verla una vez más,
quería verla y mentirse a sí misma diciéndose que lo que había pasado
en la discoteca no había sido nada, que todo estaba en orden.

E: ¿Qué tal todo? – preguntó saliendo de su habitación, intentando


aparentar la misma seguridad que veía en Maca

M: Pues algo liada – contestó – salgo mañana para Bruselas, así que
ultimando los detalles.

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E: Normal, claro – dijo sin saber qué otra cosa decir - ¿Quieres algo de
beber?

M: Un poco de agua, estoy seca – pidió, realmente estaba seca, su


garganta había quedado totalmente seca al verla.

E: Voy – salió de nuevo a la cocina, aquello era extraño… muy extraño -


¿sabes? Si estás tan ocupada no tenías que haber venido tú – dijo desde
la cocina – podrías haber mandado a uno de tus chicos – terminó de
decir, esperando una respuesta que le dijera algo más sobre todo
aquello.

M: Sí, lo sé – contestó – pero les di el día libre, no me pareció correcto


que vinieran hasta aquí.

E: ¿Has venido sin escolta? ¡Maca! – la regañó preocupada, saliendo y


ofreciéndole el vaso de agua que Maca aceptó de lejos y le dio un trago.

M: Claro que he venido con escolta – contestó tranquilizándola – solo que


no con ellos y como tú no conoces a estos no me parecía correcto, solo
eso.

E: Vale – dijo un tanto defraudada por esa respuesta que poco tenía que
ver con lo que ella quería escuchar.

M: Bueno… ¿bajamos? – se mantenía firme, como si nunca hubiera


sentido nada y eso, le hacía estar tranquila, no sentía nada… aquello
solo había sido un lapsus… no sentía nada.

E: Claro – cogió las llaves y salieron ambas.

En el ascensor se mantuvieron en silencio, como si lo hubieran pactado


anteriormente, Esther estaba desconcertada, Maca reafirmándose en su
idea de no sentir. De ese modo llegaron al garaje.

E: Pues aquí está tu coche – dijo dándole las llaves y accionando la


puerta de salida – tarda un rato en abrirse y cerrarse – explicó como
excusa por haberle dado tan pronto.

M: Claro – abrió las puertas del coche con el mando – bueno pues ya nos
veremos – le dijo y a Esther le sonó a despedida.

E: Sí – asintió – pásalo bien en Bruselas.

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M: Uy sí, lo pasaré súper bien, rodeada de gente demasiado seria y


demasiado estirada – rió, Esther también lo hizo, queriendo que no
hubiera tensiones entre ellas, tensiones que harían pensar en lo que no
debían.

E: Si a ti te encantan esas cosas - sonrió

M: Sí, lo cierto es que no me desagradan – contestó – para eso voy a ser


la Reina, tienen que gustarme sí o sí.

E: Es lo que tienes que hacer, supongo – dijo algo triste.

M: Es lo que tengo que hacer – afirmó – solo que a veces… muy pocas
veces, me gustaría ser republicana – dijo a modo de secreto, casi en un
susurro con demasiadas connotaciones – pero no se lo digas a nadie
¿eh? Es un secreto de estado – quiso darle un tono cómico para que
Esther no se diera cuenta.

E: Qué tonta – fue lo único que se le ocurrió para no analizar demasiado.

M: ¿Perdona? – la miró – ¿me estás llamando tonta? ¿A mí? ¿A la Princesa


heredera estás llamando tonta? ¿A tu futura reina? – decía chistosa.

E: Pues sí – contestó con el mismo tono – muy tonta.

M: Ahora verás – dijo acercándose a ella, haciendo que su espalda


chocara con el coche aparcado justo a lado del suyo e intentando
hacerle cosquillas, escuchando como su risa resonaba en todo aquel
lugar debido al eco existente entre aquellas paredes - ¿Ahora qué? ¿Eh?
¿Ahora qué?

E: Para jajaja para Maca para jajaja – reía y dejó de hacerlo en el


momento en que vio que Maca dejaba de hacerle cosquillas para quedar
a escasos centímetros de ella. Mirándola con profundidad, casi
temblando, tal y como temblaba ella - ¿Ahora qué? – preguntó ahora
Esther en un murmullo.

¿Ahora? No lo sabía ni ella, solo sabía que tenerla tan cerca la


trastornaba, que no tendría que haber ido, que al hacerlo estaba
consiguiendo lo contrario a lo que pretendía… ¿Ahora qué? Ahora lo
único que quería era besarla…

El silencio se hacía denso, las miradas se volvieron penetrantes y las


sonrisas se volvieron invisibles. Sus ojos buscaban en los otros algo que

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les diera algo de cordura y lo único que obtenían era una dosis de locura
mayor de la que ya tenían.

Llevó sus dedos hasta sus labios, dibujándolos con lentitud, sin dejar de
mirarla a los ojos y viendo como los cerraba al sentir esa caricia, sus
respiraciones se aceleraban, todo se magnificaba…

De lejos se escuchó el ruido de la puerta abrirse y el murmullo de la


calle llegar hasta ellas, momento en que la locura salió vencida en esa
batalla y la cordura volvió a instalarse dueña y señora de sus actos.

M: Yo… tengo… tengo que irme – dijo separándose de ella en rápidos


movimientos, subiendo al coche y sin mirarla ni un segundo arrancó y
salió de allí apretando el acelerador.

Esther se quedó en el mismo sitio donde la había dejado, escuchando el


rugido de las ruedas contra el asfalto, escuchando el aullido de su
corazón contra su pecho… desconcertada, perdida, turbada por lo que
de nuevo había estado a punto de pasar.

E: Joder – dijo en un hilo de voz muy fino y demasiado angustiado.

M: ¡Joder! – gritó con rabia dando un golpe al volante alejándose de ese


garaje que le había vuelto a mostrar lo que una vez negó, con la
diferencia de que en esta ocasión, era mucho más fuerte que ella…

El viaje estaba siendo realmente horrible. Aún intentando mostrarse


elegante y sonriente ante todos, compartiendo charlas con algunos e
incluso riendo levemente con algo que le comentaban, estaba siendo
casi uno de los peores que tenía que hacer, y no porque el trato fuera
malo, no, no era por eso, no podía quejarse del trato que le estaban
dando era excelente, sin embargo, ella por primera vez en muchos años
se sentía tremendamente sola rodeada de tanta gente.

Aguantó estoicamente aquella cena, aguantó con “naturalidad” la visita


a varios lugares de la ciudad, sonrió con algunos niños en un colegio,
hizo todo lo que se esperaba de ella y sin embargo, no podía dejar de
pensar en nada que no fuera la enfermera.

Esther por su parte vagaba por el hospital, mirando su móvil esperando


algo que no llegaba y que sabía no iba a llegar. Su mente se mantenía
ocupada atendiendo a pacientes o haciendo inventario en farmacia, o
arreglando los cuadrantes de las enfermeras para el fin de semana,
cualquier cosa era buena para no venirse abajo. Aquella huida de Maca

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le había afectado más de lo que pensaba y lo peor de todo era no poder


desahogarse con nadie.

En la habitación del hotel en el que se encontraba miraba hacia el


infinito, sus ojos, su sonrisa, sus labios, era lo único que había en su
mente, el tacto de su piel bajo sus manos… su respiración… esas ganas
que tenía de besarla, las cuales no habían menguado ni un instante, la
distancia lo único que hacía era recordársela más, acercársela más,
aumentar sus ganas de verla, de abrazarla, de sentirla.

Desde el primer día que la vio, Esther supo que algo pasaría, no podía
explicar por qué, pero algo dentro de ella le dijo que se convertiría en
algo más para ella que “la Princesa”. Algo extraño, algo que siempre
había pensado era una tontería de locos enamorados…

El avión de vuelta tomaba tierra y su corazón dio un vuelco al saberse


más cerca de ella, intentaba luchar contra sus sentimientos, intentaba
no pensar en ella, olvidarla y no podía… esta vez no podía, subida en su
coche miraba por la ventana mientras cruzaban la ciudad, peleando
contra ella misma y sus ganas de estar con ella.

Llegó a casa y dejó la chaqueta y el bolso en la percha de la entrada, se


cambió de ropa y volvió a la cocina a por algo de comer, abrió el
frigorífico y vio que tendría que hacer la compra. Se acercó al teléfono
viendo que tenía un par de mensajes.

“Hola, soy Esther, no estoy en casa, deja tu mensaje y te llamaré”

“Esther soy tu madre, que no sé si te habrás olvidado que tienes una,


acuérdate del cumpleaños de tu primo Juanjo, tienes que venir al pueblo
y no me digas que no, que ya nos conocemos, además que tengo ganas
de verte hija, que ya casi ni me llamas”

E: Ay mamá… que pesadita te pones cuando quieres – dijo al aire.

“Hola, guapa, soy Claudia, escucha que no te he visto casi por el


hospital y que sepas que me tienes preocupada, sé que algo te pasa y
bueno, que no me gusta verte así. Llámame y hablamos ¿vale?”

E: Sí, claro… ¿Y qué te digo? – se lamentaba.

Se sentó en el sofá y de pronto unas tremendas ganas de llorar la


hicieron taparse la cara, llorar de impotencia, de rabia, llorar por saber
que se estaba enamorando de un imposible.

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Escuchó el timbre de la puerta, se levantó con desgana, Claudia


seguramente quería saber como estaba, abrió y quedó helada ante lo
que vio.

Macarena se presentaba frente a ella con las manos casi sudorosas por
los nervios, con el rostro tenso y sin a penas atreverse a mirarla.

E: ¿Qué haces… qué haces aquí? – preguntó como pudo.

M: Yo… no… no lo sé – contestó de igual modo – solo… yo solo quiero…


yo…

Y no lo resistió más, se dejó llevar por sus instintos, por sus


sentimientos, de un paso llegó hasta ella y tomándola por la cintura la
acercó a ella para atrapar por fin esos labios que la llamaban a gritos.
Sorprendida, Esther tardó un instante en responder al beso y cuando lo
hizo, cerró la puerta con una patada y se agarró a ella impidiendo que se
alejara.

El beso ganaba en profundidad y pasión al cabo de varios segundos,


andando a tientas quedaron apoyadas contra la pared mientras sus
lenguas se conocían al tiempo que una lágrima salía de sus ojos.

M: Esto no está bien – dijo separándose de su boca pero sin alejarse de


su cuerpo ni medio milímetro – no podemos…

E: No… - susurró – no podemos – y volvió a besarla.

Y no podían, no debían, aquello no estaba bien y sin embargo era algo


imposible dejar de hacerlo. Volvieron a besarse con más pasividad, con
más tranquilidad, con más dulzura, sin importarles nada, sin importarles
lo que vendría después… solo ese instante, ese momento, el único
realmente importante para ellas.

Continuaban besándose sin tener intención de parar, sin moverse del


lugar en el que estaban, quizás por miedo a que se rompiera el
momento. Paraban solo para tomar aire y sin permitir que la razón
hiciera acto de presencia volvían a embarcarse en otro beso igual de
profundo. Aprendiendo la textura, degustando el sabor de sus labios,
apretando el abrazo que las unía…

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M: Espera… espera – dijo cayendo en un instante de lucidez – espera,


Esther – se separó mínimamente de ella, la enfermera no la dejó y volvió
a buscar sus labios.

No quería parar, no quería escuchar lo que iba a decirle por miedo a que
se arrepintiera, por eso no dejaba de besarla, porque le daba igual todo
lo que no fuera ese momento, poco le importaba quien ella era, lo único
que quería era estar así y que nada interrumpiera ese momento.

M: Esther… por favor – pidió haciendo un gran esfuerzo por separarse,


cosa que logró a duras penas – ven – tomó su mano y la llevó al sofá –
hablemos ¿si?

E: No sé si quiero hablar, Maca – dijo sincera.

M: Pero tenemos que hacerlo – contestó mirándola.

E: Es que no creo que quiera oír lo que vas a decirme – bajó la vista al
suelo – no quiero escucharlo.

M: Sabes que tenemos que hacerlo – murmuró algo incómoda y Esther la


miró, tenía razón, debían hablar de todo aquello.

E: Está bien – asintió preparándose para que le dijera lo que quisiera.

M: Me gustas – dijo sin tapujos, Esther levantó la cabeza para mirarla –


me gustas mucho, Esther – repitió – y he intentado negármelo, no
sentirlo y está claro que no he podido… pero…

E: Pero… - la invitó a seguir.

M: Que esto va a ser muy difícil – continuó – para ambas y antes de


empezar nada, antes de que esto vaya a más quiero que las dos
sepamos lo que hay…

E: Creo que eso no es necesario – contestó

M: Sí, sí que es necesario – reiteró – ya me pasó una vez… y estaba lejos


de aquí, en Estados Unidos, donde podía comportarme con normalidad,
donde ser Princesa no era tan importante, allí digamos que “pasan” más
de todo esto – continuó – y sin embargo las dos lo pasamos muy mal…
no quiero que eso me vuelva a pasar.

E: Ya… - volvió a bajar la mirada - ¿Entonces?

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M: Entonces quiero que sepas lo que será esto, y que tú decidas si


quieres o no continuar… yo no puedo hacerlo – ahora fue ella la que
bajaba la vista.

Quedaron mirándose por un segundo, ambas sabían lo que quería decir,


solo que escucharlo o hablarlo en voz alta le daba más realismo a la
situación, aun siendo conscientes de todo, pero sí era cierto que tenían
que hablarlo, poner las cartas sobre la mesa y decidir si apostar o no.

M: Tengo mil ojos puestos en mí la mayor parte del tiempo – comenzó a


decir – todo el mundo espera que haga las cosas de una sola manera, a
penas tengo intimidad y los momentos en los que puedo conseguirla son
después de un montón de malabarismos… he nacido en una familia con
unas reglas y unas responsabilidades bastante estrictas… he estado
negándome ser yo misma mucho tiempo por ser lo que soy – decía con
voz fina, incluso algo dolorosa, Esther la escuchaba sin dejar de mirarla –
Yo no voy a poder esta contigo con la libertad que quizás podría darte
otra persona – la miró a los ojos – hoy por hoy no vamos a poder ser una
pareja normal… vamos a tener que mantenerlo muy en secreto, nadie
va a poder enterarse de esto… no sé donde nos llevará, no sé si durará
un mes o el tiempo que sea, pero lo que sí se, es que va a ser difícil para
las dos – cogió su mano – y yo no quiero hacerte daño, no quiero que mi
vida te afecte…

E: Es que ya me afecta – dijo apretando su mano.

Sonrió levemente por aquella respuesta que decía más de lo que sus
palabras expresaban, llevó sus manos a sus labios dejando un tierno
beso en ellas, cerrando los ojos mientras acariciaban sus mejillas.

M: Solo quiero que lo pienses ¿vale? – Dijo en tono calmado y a media


voz – que… sopeses todas las posibilidades, que analices qué será mejor
para ti.

E: ¿Y lo mejor para ti? – Preguntó - ¿Qué será lo mejor para ti? – repitió la
pregunta para hacerle ver que ella también estaba preocupada.

M: Lo mejor para mí… - dijo mirando a ninguna parte, dejando un


instante de silencio en el que Esther, expectante, esperaba que
continuara – en estos momentos lo mejor para mí será lo que tú decidas
– sentenció.

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Una vez más el silencio se hizo en aquella habitación. Las palabras


dichas aún retumbaban en sus cabezas, la lucha interna entre corazón y
razón se hacía presente. Incapaces casi de mirarse por miedo a
descubrir algo que no querían. Era hora de decidir si seguir adelante u
olvidarse de todo y continuar con sus vidas tal y como la conocían antes
de encontrarse.

M: Bueno… será mejor que me vaya – dijo levantándose – piénsalo


¿vale? – terminó de decir andando hacia la puerta.

En el sofá, Esther veía como se alejaba sin dejar de pensar en todo


aquello. Todo cuanto había dicho Macarena era cierto. Nada sería fácil,
pero nunca nadie dijo que lo fuera y ella lo tenía muy claro desde el
mismo momento en que la conoció. ¿Realmente quería que terminara
ahí?

E: Maca – la llamó levantándose del sofá y quedando parada en el centro


de la sala.

M: ¿Sí? – dijo dándose la vuelta con rapidez, como si hubiera estado


esperando una palabra suya para no marcharse de su casa.

De nuevo un cruce de miradas, de nuevo un estallido en su interior,


rostros serios en los que poco a poco iban naciendo sonrisas tímidas y
algo asustadizas, ojos teñidos de una cristalina de ilusión y las manos
moviéndose nerviosas.

E: ¿Podrías besarme? – preguntó con timidez.

Y Macarena corrió rauda hacia ella, besándola con la misma pasión y


ternura que lo había hecho al principio, sentenciando así una respuesta
que no hacía falta dar, que no hacía falta pensar… ya lo harían cuando
fuera necesario, ya pensarían cuando llegara el momento, ahora,
simplemente, no querían hacerlo, lo único que anhelaban era estar así,
besándose y olvidándose de que el tiempo corría a su alrededor.

Semi-tumbadas en el sofá, se dedicaban a regalarse besos cortos,


sonrisas mientras hablaban con tranquilidad de todo lo que sentían,
abriendo sus corazones de par en par, tratando mil temas diferentes con
una comodidad absoluta que hasta ese momento ninguna de las dos
había conocido.

M: Se está haciendo algo tarde – dijo tras mirar su reloj – voy a tener que
marcharme.

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E: Noo… - protestó abrazándose a ella – no te vayas…

M: Te juro que me encantaría quedarme, pero no puedo – contestó.

E: Está bien – dijo levantándose y separándose de su cuerpo, sabiendo


que tenía que marcharse, aunque ninguna de las dos quisiera separarse.

M: Espera… cinco minutitos más – la volvió a atrapar entre sus brazos


melosa.

E: Vale – sonrió besándola.

M: ¿Qué turno tienes mañana? – preguntó tras el beso.

E: De mañana, salgo a las tres.

M: Vale… yo tengo por la mañana una reunión con mi padre y Petazetas


– dijo recordando – y luego a las cinco tengo otra con Jojoy… – la miró
sonriente - ¿qué te parece si te recojo en el hospital y comemos juntas?

E: Me encanta la idea – contestó.

M: Y luego ya por la tarde, después de la reunión, creo que podré


escaparme y no sé… podríamos vernos… pero no sé si…

E: ¿Si qué? – preguntó con una sonrisa.

M: Pues que… no sé, lo mismo quieres hacer otras cosas y…

E: Quiero comer contigo mañana, quiero pasar la tarde contigo mañana


y no quiero hacer nada más – dijo con rotundidad - ¿vale?

M: Vale – sonrió, la besó de nuevo, más lentamente, alargando la


duración de ese beso, acariciando su espalda por encima de la ropa –
bueno… ahora sí tengo que irme… los chicos deben estar ya un poco
cansados de esperarme.

E: Podrías haberles dicho que entraran – dijo cuando se acordaron de


ellos, realmente se habían olvidado de todo lo que no fueran ellas.

M: no habrían querido – sonrió – los conozco…

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E: Venga, no los hagas esperar más – se levantó tomando su mano para


acercarse a la puerta sin soltarse – te espero mañana – dijo parándose
antes de abrir la puerta.

M: Sí – volvió a besarla – venga, que sino, no me voy – dijo tras


separarse sintiendo que si volvía a besarla se quedaría allí y no podía.

E: Hasta mañana – contestó ahora ya sí con la puerta abierta.

M: Descansa – dijo llamando al ascensor.

E: Y tú – no podía borrar esa estúpida sonrisa de la cara.

Cerró la puerta cuando la vio subirse al ascensor, con una sensación de


plenitud en el cuerpo, con una mirada enamorada y una risita tonta que
no podía parar.

Macarena bajó del elevador encontrándose con Carlos esperándola en el


descansillo, lo saludó con la misma sonrisa imborrable que llevaba
Esther, el escolta sonrió de medio lado y sin decir palabra salieron
rumbo al coche.

Entraba en el hospital con un aire de felicidad irradiándola por completo,


Teresa nada más verla se quitó las gafas y la miró sospechosamente,
muy pocas veces la había visto de ese modo, por no decir ninguna.

E: Buenos días Teresa – dijo firmando el parte de entrada - ¿No te parece


que hace un día estupendo hoy?

T: Eh… sí, sí – contestó – si no fuera porque está lloviendo y hace un frío


que pela.

E: ¿En serio? – miró hacia atrás – pues a mí me parece que hace un día
perfecto.

T: ¿Te ha pasado algo? – preguntó.

E: No… nada – dijo quitándole importancia – me voy a trabajar – la miró –


estás guapa hoy – alagó para luego salir de allí sin dejar de sonreír y
dejando a Teresa con la boca abierta.

T: ¡Será posible que no me haya yo enterado de nada! – protestó.

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C: ¿De qué no te has enterado Teresa? – dijo Claudia llegando en ese


instante.

T: Esther – la miró – que está hoy radiante… yo creo que se ha echado


novia o algo porque está de un feliz que da envidia.

C: ¿Esther? – dijo contrariada, el día anterior parecía un alma en pena y


ahora ¿Estaba radiante?

T: Sí, hija, sí – contestó – ahora la verás tú, porque se le ve a kilómetros.


Yo tengo que enterarme de lo que le ha pasado – dijo más como un
pensamiento en voz alta que como un modo de continuar con aquella
conversación.

C: Voy para adentro – murmuró firmando y entrando en urgencias,


quería ver si lo que decía Teresa era cierto o su amiga simplemente
estaba disimulando.

Se cambió de ropa y fue a los vestuarios de las enfermeras, la buscó


pero allí no estaba, vio que aun quedaban diez minutos para que
empezara su turno así que fue a cafetería, donde quedó parada al ver a
Esther, como decía Teresa, radiante de felicidad, sirviéndose un café
mientras tarareaba alguna canción.

C: Buenos días – dijo acercándose a ella.

E: Ey, hola – saludó - ¿Quieres un café?

C: Claro – aceptó - ¿Qué tal todo?

E: Pues bien, normal – dijo intentando esconder un poco su estado de


euforia, Claudia la conocía bastante bien, y no quería que comenzara a
preguntar - ¿Tú que tal?

C: Igual que tú, sí – se sentaron en una mesa, Claudia al miraba suspicaz


– Estas… rara hoy.

E: ¿Rara? – dijo mirándola – que va, Claudi, estoy bien.

C: ¿Claudi? – se quedó a cuadros.

E: Bueno es con cariño – sonrió – pero vamos que te seguiré llamando


Claudia, no te preocupes.

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C: No es eso, es solo que estás… como muy feliz ¿no?

E: Sí, no sé, hoy me he levantado contenta – contestó, dando un sorbo a


su taza.

C: ¿Solo eso? – siguió pinchando.

E: Sí, solo eso – contestó con algo de rotundidad.

C: Pues me alegro – dijo sabiendo que en ese momento no le sacaría


nada - ¿Comemos juntas? – quiso saber – hace tiempo que no hablamos.

E: Eh… no, es que… he quedado – una sonrisita volvió a salir de sus


labios.

C: ¿Has quedado? ¿Con quien? – preguntó directa.

E: Pues nada, con una amiga, Claudia – dijo ya algo inquieta por tanta
pregunta – Que luego te veo ¿vale? Que tengo que ir a hacer unas curas
y se me hace tarde – terminó de decir sin darle opción a contestar y
levantándose para salir de allí.

C: ¡Será posible! – protestó – yo preocupada por ella y ella más feliz que
una perdiz.

Durante toda aquella reunión, Macarena, si bien se centraba en sus


obligaciones, sí que era cierto que en ocasiones, parecía estar en otro
mundo. Su padre la miraba de vez en cuando preguntándose qué la
tenía así. Durante dos horas y media se prolongó aquella reunión donde
Petazetas, el Rey y ella hablaron y debatieron sobre la situación del país.

Una vez el presidente se marchó, Don Pedro quedó un instante


revisando un par de cosas que Petazetas había dejado allí, Maca miraba
su reloj por enésima vez en esa mañana, no veía las horas de ir a por
Esther.

P: ¿Estás bien hija? – preguntó sin levantar la mirada de un par de


documentos que tenía delante.

M: Sí, claro, perfectamente – contestó prestándole atención.

P: No sé, te he visto algo distraída – advirtió.

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M: Estoy bien, tranquilo – afirmó de nuevo sin querer dejar opción a


dudas.

P: Vale… - terminó de leer y los metió en una carpeta – bueno, pues aquí
hemos terminado por ahora – dijo levantándose – recuerda que a las
cinco viene Jojoy.

M: Lo sé, estaré aquí puntual como un reloj – sonrió.

P: Eso espero – dijo con una advertencia poniéndole un toque cómico


para no parecer tan serio – voy a bajar a ver a tu madre – salieron
ambos del despacho.

M: Yo voy a mi casa – contestó – no vendré a comer.

P: Pensé que te quedarías – la miró – creo que es mejor que te quedes


aquí y ya estás aquí a las cinco, no tienes que estar dando vueltas…

M: Ya, papá, pero tengo cosas que hacer – dijo sin querer darle más
explicaciones.

P: Está bien – dijo dándose por vencido – tú sabrás…

M: Luego te veo – le dio un beso en la mejilla y salió de allí ante la atenta


y algo dudosa mirada de su padre, algo le pasaba a su hija, lo que no
sabía era el qué.

Con ropa de calle Esther salía a recepción mientras miraba su móvil,


tenía una llamada perdida de Maca lo que significaba que estaría al
llegar. Pendiente de la puerta firmó el parte haciendo caso omiso a las
miradas de Teresa que esperaba que le dijera algo. Desde su posición
escuchó el ruido de un motor pararse en la puerta, levantó la cabeza y
vio la mirada acusadora de Teresa que empezaba a protestar mirando
hacia el muelle. Se dio la vuelta y ahí estaba, sobre la moto, con su
chaqueta de cuero, su casco negro y el pelo recogido por dentro del
casco, le hizo un gesto con la mano y ella sonrió mientras volvía a coger
su bolso.

E: Hasta mañana Teresa – se despidió.

A la recepcionista no le dio tiempo a contestar cuando vio como la


enfermera llegaba hasta la motorista que le tendía otro casco y con un
gesto cariñoso le cogía la mano para saludarla de algún modo más

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íntimo ya que no podían darse ese beso que ambas querían. Subió a la
moto y salieron de allí con una velocidad prudente y constante.

Llegaron al piso de la princesa y tras dejar la moto subieron mirándose


comiéndose con los ojos, abrió la puerta y nada más entrar se besaron
con ganas, con una pasión desbordante que poco a poco fue pasando a
dulzura, terminando en una serie de besos cortos que las hacía sonreír a
ambas.

M: Hola – saludaba entre beso y beso.

E: Hola – dijo en un susurro volviendo a besarla.

M: ¿Cómo ha ido el día? – quiso saber sin dejar de abrazarla, cruzando


las manos en su espalda para tenerla pegadita a ella.

E: Bien, el turno ha sido tranquilito – contestó quitándole un mechón de


pelo de la cara – y creo que he dejado a todos un tanto alucinados –
sonrió con algo de culpabilidad.

M: ¿Y eso por qué? – contestó, robándole otro beso, no lo podía evitar,


estaba tan adorable de ese modo que tenía que besarla.

E: Pues… porque no dejo de sonreír… y claro, se preguntan el por qué.

M: Ahh… y… ¿Puedo yo saber por qué no dejas de sonreír? ¿eh? – dijo


con picardía.

E: Pues no… no puedes – sonrió – es un secreto.

M: ¿No me das ni una pista? – preguntó poniendo morritos – una


pequeñita ¿Umh?

E: Bueno – jugaba con el cuello de su camisa – lo que pasa es que he


conocido a una chica – sonrió, Maca no dejaba de mirarla con una
sonrisa en los ojos – que hace que no deje de sonreír.

M: Me encanta que sonrías – afirmó haciendo que la mirara para volver a


perderse en su boca.

Tomadas de la cintura, decidieron dejar el recibidor para entrar en el


salón. Iban a tientas y sonriendo intentando no chocar con nada
mientras seguían besándose y jugando sin dejar de reír.

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E: ¿Tu reunión como ha ido? – preguntó ya sentada en el sofá.

M: Bien, como todas realmente – contestó – son reuniones de rutina,


todas las semanas tenemos que hacerlas, así estamos totalmente
informados de todo – le dijo – pero ahora lo que menos quiero es hablar
de trabajo.

E: ¿Y qué quieres? – preguntó con un toque de sensualidad, acercándose


a sus labios sin llegar a besarlos.

M: Umm… quiero… - decía a pocos centímetros de su boca – quiero…


comer, tengo hambre – se levantó riéndose al ver como se había
quedado Esther a la espera de ese beso.

E: Eres mala, ¿lo sabes? – se levantó, también riendo.

M: Un poquito – dijo entrando en la cocina – a ver… ¿qué te apetece


comer?

E: No sé, cualquier cosa.

M: Vale, vamos a ver qué hay por aquí y preparo algo – abrió el
frigorífico.

E: ¿Vas a cocinar tu?

M: Sí… me encanta cocinar – dijo sacando cosas de la nevera – pero algo


ligerito, porque creo que no tenemos tiempo para un menú demasiado
elaborado.

E: Eres una caja de sorpresas – comentó cruzándose de brazos


apoyándose en la encimera – no sabía que cocinaras.

M: Ya te dije que hay muchas cosas que no se sabe de mí – la miró.

E: Eso está claro – tiró de la cinturilla de su pantalón para acercarla a


ella – ven aquí, que me has dejado con las ganas – ambas sonrieron
antes de volver a besarse, algo que desde el momento en que lo habían
probado se habían dado cuenta que no querían dejar de hacer - ¿Te
ayudo? – preguntó tras el beso.

M: Ve abriendo el vino, anda – contestó preparando las cosas para hacer


algo de comer.

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E: Oye Maca – la princesa la miró - ¿Por qué no le decimos a tus chicos


que coman con nosotras? – propuso – no sé… no me parece bien que
estén ahí fuera esperando sin comer nada.

M: Tienes razón – sonrió – es que contigo aquí, me había olvidado de


ellos – Esther sonrió halagada – voy a avisarles.

E: Vale, yo voy abriendo el vino – dijo viendo como salía de la cocina y


suspirando feliz antes de buscar un sacacorchos para abrir la botella de
vino que había sacado hacía escasos segundos.

Algo reticentes al principio, Carlos y Javier, algo tímidos aceptan comer


con ellas, algo que realmente nunca ha pasado y cosa que por otra parte
les hace sentirse “personas importantes” en la vida de la princesa.

La velada transcurre entre conversaciones, miradas furtivas, caricias


bajo la mesa, risas, muchas risas, un ambiente agradable y divertido se
crea entre los cuatro olvidando la jerarquía, el protocolo, olvidando quien
está en esa mesa para convertirse casi en cuatro amigos que no hace
más que contarse anécdotas.

Terminada la comida, con café y charla de sobremesa incluidos, los


chicos deciden volver a su puesto dejando a la pareja de nuevo a solas.
Sonriente Maca se sienta en el sofá extendiendo su mano para que
Esther se acomode junto a ella, la besa levemente y la abraza quedando
en un silencio cómplice que las hace sentirse mejor que nunca.

E: No sabía que tus chicos fueran tan divertidos – comenta tras unos
minutos – parecen tan serios…

M: Yo hoy he descubierto una faceta de ellos que no conocía desde que


empezaron a trabajar conmigo – contestó.

E: ¿Y eso por qué?

M: Pues porque nunca habíamos estado en una situación tan informal –


le explica – creo que es casi la primera vez que comemos juntos – Esther
la mira sorprendida – normalmente siempre lo hacen en otro sitio… no
sé.

E: ¿Nunca los habías invitado a comer contigo? – se sorprende Esther.

M: Bueno, lo que pasa es que normalmente debemos mantener una


distancia con ellos – contestó – se supone que no deben crearse vínculos

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entre escoltas y protegidos, así se evita que entren los sentimentalismos


si hay alguna situación de riesgo.

E: Pero dijiste que eran las personas en las que más confiabas – dice
algo extrañada.

M: Y lo siguen siendo – afirmó – sino lo fueran no trabajarían conmigo,


otra cosa es que haya un trato más intimo.

E: Ya… pues me ha gustado comer con ellos, son buena gente.

M: Sí que lo son – besa su cabeza - ¿y sabes qué? A mí también me ha


gustado comer con ellos, creo que lo haré más a menudo. Y eso te lo
tengo que agradecer – sonrió – estás haciendo que conozca cosas que
antes ignoraba.

E: Yo no hago nada – dijo algo avergonzada

M: Haces muchísimo, Esther – dijo con sinceridad cogiendo su cara para


mirarla – me encantas – susurró antes de besarla.

Unieron sus labios con lentitud, estremeciéndose con aquel roce,


invitando a sus lenguas a entrar en un juego de caricias. Esther se
medio incorporó para tener más facilidad de movimiento y Maca la
abrazó por la cintura tumbándose en el sofá y haciendo que Esther
quedara sobre ella.

Sus manos comenzaron a moverse ansiosas sobre la ropa, Maca mordió


el labio inferior de Esther sintiendo como emitía un pequeño gemido al
hacerlo, sonrió contra su boca y se atrevió a meter la mano bajo la
camiseta de su compañera buscando su piel, suspirando ahora ella por
la suavidad con la que se encontró.

La enfermera dejó sus labios para pasar al cuello donde se perdió entre
su aroma y su sabor, Maca le dejó espacio para que hiciera con ella lo
que quisiera, al tiempo que llevaba su mano a la parte delantera
acariciando sus pechos por encima del sujetador.

Aquello comenzaba a caldearse, Esther arqueó su espalda al sentir como


apretaba su pecho y rápidamente volvió a buscar su boca para
succionarla sin cortesías, como Maca, ella también comenzó a indagar
bajo la ropa, sintiendo la piel erizada, la excitación creciendo a su
alrededor y unas ganas locas por devorarla.

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Se separaron, se miraron con fuego en los ojos, se sonrieron con


nerviosismo, Maca llevó sus manos hasta el borde de la camiseta y
comenzó a subirla sin dejar de mirarla, la enfermera se incorporó un
poco y levantó los brazos para que se la quitara. Quedaron así unos
segundos, observándose, conociéndose, hasta que la princesa no pudo
más e incorporándose la abrazó para ocultar la cabeza entre sus pechos
y comenzar a besarla con pasión urgencia, escuchando como Esther iba
emitiendo inconscientemente los primeros gemidos y la apretaba contra
ella para dejarle claro donde la quería.

En un ágil movimiento, la enfermera logró moverse para hacer presión


sobre el centro de Maca con una de sus piernas que con el pelo
alborotado la miró un instante sintiendo el deseo abrasarle el alma…

Un beso más feroz que el anterior y las manos ya totalmente


desinhibidas, la pasión desatada y la fricción que provocaban sus
movimientos hacían que poco a poco fueran perdiendo la cabeza.

Como un jarro de agua fría el timbre de la puerta se escuchó haciendo


que quedaran totalmente paradas, se miraron algo frustradas, miraron
hacia la puerta, sabían quien era, lo tenían muy claro… Maca apoyó su
frente en el hombro de la enfermera, suspirando por aquella
interrupción.

M: Tengo que irme – dijo en un susurro mirando el reloj, era tarde y si no


se iban ya, llegaría tarde a la reunión.

E: Sí… lo sé – contestó también algo decepcionada.

Se besaron una vez más, esta vez con más calma, sin pretensiones,
Esther se levantó y poniéndose de nuevo la camiseta la miró y sonrió al
ver el gesto de desagrado que tenía.

E: Era mejor parar – le dijo acercándose a ella.

M: ¿Tú crees? – preguntó – porque yo estaba muy a gusto…

E: Yo también – afirmó – pero…

M: Sí, lo sé, lo sé – le dio la razón, tal vez era demasiado pronto, tal vez
se habían dejado llevar demasiado, tal vez, simplemente es que era
mejor parar en ese momento que no diez minutos más tarde cuando les
hubiera costado más – te llamo luego ¿vale?

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E: Sí – sonrió – venga que se te hace tarde.

M: Vamos – se levantó ella, abrazándola por la espalda y dejando varios


besos por su cuello mientras caminaban hasta la puerta.

E: Maca… - dijo a modo de advertencia pues si seguía por ese camino,


no la dejaría marchar.

M: Ya, ya – contestó medio protestando – Le diré a Javi que te lleve a


casa.

E: No hace falta.

M: Sí, sí hace falta, no quiero que te vayas sola – dijo casi como una
orden.

E: Como usted mande, alteza – bromeó.

M: Tonta – susurró acercándose a sus labios, mirándola a los ojos un


instante antes de atraparlos en un cálido beso – vamos o no respondo –
afirmó abriendo la puerta, donde los chicos ya las esperaban.

P: No te vayas – le dijo a su hija una vez terminada la reunión viendo


como iba a salir del despacho.

M: ¿Ocurre algo? – quiso saber dándose la vuelta.

P: Tenemos que cuadrar las agendas y decidir a qué donde vamos cada
uno, tengo dos viajes en las mismas fechas y creo que deberías ir tú a
uno en mi nombre – informó con tranquilidad.

M: ¿Para cuando?

P: Mañana por la mañana sale uno y por la tarde el otro – contestó.

M: Vale, deja que haga una llamada y estoy contigo – terminó de decir
sin darle opción a respuesta y saliendo del despacho mientras sacaba su
móvil.

Era el tercer tono que escuchaba y no había respuesta, comenzaba a


impacientarse cuando al fin contestó con una voz muy relajada.

E: Hola – sonrió desde el otro lado de la línea.

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M: Hola, preciosa – dijo entrando en una de las salitas donde podría


hablar con tranquilidad y sentándose en uno de los sillones - ¿Qué haces
que has tardado tanto en contestar?

E: Estaba dándome un baño – contestó con tranquilidad – y casi me


quedo dormida.

M: Qué envidia – dijo imaginándosela allí.

E: ¿Has terminado tu reunión? – preguntó ahora ella cambiando de tema.

M: Sí, pero creo que no voy a poder ir a verte – dijo frunciendo el ceño –
tengo cosas que hacer con mi padre y preparar un viaje para mañana.

E: Ah… bueno pues… nada – contestó algo decepcionada - ¿Cuándo


vuelves?

M: No lo sé aún, tengo que ver los detalles del viaje y eso…

E: Ya… entonces ya me llamas cuando lo sepas y hablamos.

M: Bueno, pretendo llamarte antes – medio sonrió – no quiero pasar


muchos días sin hablar contigo.

E: Yo tampoco – también sonrió.

M: Oye que te quería comentar una cosa – dijo llamando su atención y


poniéndose nerviosa por lo que iba a decirle – lo… lo que ha pasado
hoy… ya sabes… si no llegan a interrumpirnos los chicos… - cerró los
ojos mordiéndose el labio recordando aquel momento – no sé como
habríamos acabado.

E: ¿No lo sabes? – Dijo igual que ella rememorando el momento – porque


yo lo tengo muy claro.

M: Sí, yo también – afirmó – la cosa es que no sé qué piensas tú… quiero


decir, no sé si te parece demasiado rápido o…

E: Me parece una velocidad perfecta – dijo con seguridad.

M: Vale – sonrió – porque tengo muchas ganas de ti… más después de


hoy – declaró sin poder reprimirse.

E: Ya somos dos – contestó en un susurro.

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M: Va… vale pues… - necesitó tomar algo de aire pues realmente ese
tono de voz la había trastornado – que… que cuando vuelva ya nos
vemos y… no sé, preparamos algo.

E: Sí, ya inventaremos algo – sonrió.

M: Sí… - susurró sin poder evitar imaginarse ese momento – bueno, será
mejor que deje que te sigas bañando… además me está esperando mi
padre.

E: Vale – sonrió – llámame en estos días ¿si?

M: Sí, te llamo, un beso.

E: Otro para ti – contestó antes de colgar – Uf… Maca… ¿qué me estás


haciendo? – preguntó dejando el móvil y metiendo la cabeza bajo el
agua…

El avión salió a media mañana, revisaba el itinerario que tendría para


esos cinco días, suspirando algo frustrada por no haber podido
despedirse de Esther como hubiera querido, pero decidiendo que nada
más poner un pie en tierra la llamaría, esa necesidad que tenía de
hablar con ella, de estar con ella, se agrandaba a pasos agigantados…
por una parte le daba miedo, le asustaba la magnitud que estaban
tomando sus sentimientos, por otro, se sentía más feliz que en toda su
vida, ella hacía que se sintiera como realmente jamás se había sentido…

En la cafetería del hospital, Esther miraba su móvil esperando algo que


no llegaba, Maca debería estar llegando a su destino, suspiró, era
extraño lo mucho que la echaba de menos y no llevaban separadas ni un
solo día y sabía que esa vez no sería la ultima, que habría muchos más
días en los que Maca tendría que irse a algún viaje y ella se quedaría allí
sin poder acompañarla… quiso sacar esos pensamientos de la cabeza
pues sabía que le llevaría a otros que posiblemente le amargarían el día
y no quería… lo único que le apetecía era vivir lo que tuvieran que vivir
sin pensar en nada más… sin embargo, saberla lejos, hacía casi
imposible no pensar en los obstáculos de su relación… afortunadamente
para su mente, el móvil vibró sobre la mesa advirtiéndole de que un
mensaje había llegado, con la velocidad que le permitía la tecnología lo
abrió y lo leyó.

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“Acabo de llegar y ya te hecho de menos… realmente te hecho de


menos desde que me he ido… Te llamo luego. Un beso. M”

Sonrió ampliamente sin poder evitarlo, volvió a leer el mensaje, Maca


estaba igual que ella, eso en cierta manera la reconfortó, espantó sus
malos pensamientos y volvió a instalar en ella ese cosquilleo en el
estómago que aparecía cada vez que la recordaba.

C: La tierra llamando a Esther – dijo Claudia sentada a su lado - ¿Con


quien te mensajeas que te sale esa sonrisita?

E: Con nadie – dijo dejando el móvil de nuevo sobre la mesa.

C: Venga Esther – insistió – no seas así, cuéntamelo – puso morritos – soy


tu amiga, tengo que saber estas cosas…

E: No es nada, Claudia – volvió a contestar.

C: Sinceramente, esto de que me mientas tanto últimamente no me


gusta nada – dijo algo ofendida.

E: No te miento – contestó sintiéndose culpable porque esa sí que era


una buena mentira.

C: Ya, claro – no se lo creía – venga anda… dímelo ¿Estás con ella? –


Esther la miró - ¿estas con Marta no? – siguió.

E: Uff. Claudia – protestó.

C: Vale, estás con ella – afirmó y Esther no pudo hacer más que aceptar
la realidad, aun sin decir nada. El que calla otorga – Pues me alegro
mucho por ti – dijo ya con una sonrisa.

E: ¿En serio? – no supo porqué hizo esa pregunta.

C: Claro, tonta – rió y vio que Esther parecía ausente – bueno, ¿Cuándo
me la vas a presentar? ¿Por qué tengo muchas ganas de conocerla que
lo sepas?

E: Sí, claro, sí – decía lejos de allí – Ehh no, no, no… no, es que… - volvió
a la tierra – que no, no. – negaba.

C: ¿No qué? – preguntó contrariada.

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E: Pues que no, no. – contestó algo más tajantemente.

C: ¿No me la vas a presentar? – Se sorprendió, Esther bajó la cabeza - ¿y


por qué? No lo entiendo, quiero conocer a la mujer que tiene así a mi
amiga.

E: No puede ser, Claudia.

C: Sigo sin entenderlo – continuó cruzándose de brazos – ni que fuera la


princesa heredera, o la Reina…

E: ¿Ehhh? – casi se atraganta con el café.

C: ¿Qué pasa? ¿Está casada? ¿Es eso? – preguntó, Esther de nuevo


quedó callada, no era capaz de mirarla – no me lo puedo creer… ¿estás
liada con una mujer casada? ¡Esther! – la enfermera la miró
mordiéndose la lengua, con rostro culpable que hacía que Claudia
creyera más en esa teoría, por suerte para ella, el busca de la neuróloga
comenzó a sonar – tengo que irme, pero luego hablamos – advirtió
levantándose para irse a atender al paciente que la requería, dejando
allí a Esther con cara de circunstancia.

Llevaba ya dos días de viaje, dos días en los que había podido hablar
con Esther menos tiempo del que le hubiera deseado, bien por sus
obligaciones o bien porque coincidía que la enfermera estaba trabajando
y tenía que colgar para atender alguna urgencia, lo que hacía que
tuviera que disimular sus ganas de coger un avión y volver para verla y
darle un beso.

Ese día, estaba invitada a un concierto de música clásica que habían


organizado en su honor, la llegada al teatro estuvo llena de gente y
periodistas intentando sacar la mejor foto, ella, sonriente y vestida con
un traje bastante elegante entraba saludando de lejos a los presentes y
con una sonrisa en los labios.

R: Cuando me dijeron que vendrías no me lo podía creer – dijo Roberto


en el hall del teatro, medio sonriente acercándose a ella.

M: ¡Roberto! – se alegró de verlo - ¿qué haces por aquí?

R: Pues estaba de paso, me enteré que venías y dije… hace tiempo que
no nos vemos así que vamos a propiciar un encuentro – contestó – me
alegro de verte.

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M: Yo también – sonrió – desde la cena desapareciste.

R: No soy el único – medio recriminó – que parece que te ha tragado la


tierra… no quieres nada con los amigos.

M: No es eso… es solo que tengo cosas que hacer y poco tiempo para mi
– contestó sin querer darle mayor explicaciones.

R: Umm… no sé si creerte – dijo enarcando una ceja – pero bueno… no


insistiré – le ofreció su brazo con caballerosidad - ¿me permite
acompañarla, Alteza?

M: Será un placer – contestó agarrándose a él.

En el hospital, Esther andaba de un lado para otro, desde aquella


conversación con Claudia había conseguido no cruzarse con ella si no
era realmente necesario y es que, sabía que su amiga quería hablar con
ella seriamente, y ella no tenía muy claro poder hacerlo sin ponerse
nerviosa.

Entró en uno de los pasillos y de lejos vio a su amiga hablando con un


paciente, se quedó algo parada e intentando que no la viera se dio la
vuelta para buscar otro lugar por el que llegar a recepción…

C: ¡Esther! ¡Esther! – la llamó acercándose a ella y la enfermera protestó


para sí misma, la había pillado – Esther, que te estoy llamando.

E: Ah, es que no te había escuchado – disimuló – dime…

C: ¿Nos tomamos un café? – preguntó.

E: Tengo que ir a entregarle estas altas a Teresa – se excusó y tengo lío…

C: Ya… ¿Me estás evitando? – enarcó una ceja.

E: ¿Yo? Claro que no Claudia – contestó - ¿por qué iba a evitarte? –


Claudia la miró dándole una respuesta a su pregunta sin decir palabra –
perdona, tengo que irme – y salió de allí rápidamente y con cara de
circunstancia.

C: Ja, para que luego diga que no me evita – decía molesta – ya te


pillaré, Esther… ya te pillaré…

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El concierto fue realmente una maravilla, todo el público disfrutó de


aquellas melodías tocadas en perfecta sintonía. Maca aplaudió a los
músicos encantada por haberles escuchado, hacía tiempo que no se
emocionaba tanto en un concierto.

M: Ha sido estupendo – le dijo al responsable de aquella invitación,


recibiendo el agradecimiento de su parte.

Cuando ya salían, Roberto se acercó de nuevo a ella que hablaba con un


montón de representantes del país, ella al verlo, se disculpó y se acercó
a su amigo.

R: ¿Nos tomamos algo? – Quiso saber – hace tiempo que no nos vemos,
ni hablamos.

M: Claro – sonrió – déjame que termine aquí y nos vamos a algún sitio
tranquilo.

R: Vale, te espero – dijo quedándose en un segundo plano.

Unos quince minutos más tarde, Roberto y Maca salían del teatro
mientras conversaban de alguna cosa y se dirigían a algún lugar de
aquella ciudad donde poder hablar con algo más de calma.

Al día siguiente, las revistas salían a la calle con una portada bastante
interesante y que hacía que todos los periodistas del corazón se hicieran
eco de ella. Bajo el titular “¿La Princesa enamorada?” una fotografía de
Macarena y Roberto hablando relajadamente y sonrientes.

La enfermera en su piso, cambiaba de canal compulsivamente


queriendo buscar otra cosa que no fuera la noticia del día cuando su
móvil comenzó a sonar y mirando la pantalla se apresuró a contestar.

M: Hola, preciosa – saludó sonriendo nada más escucharla.

E: Hola – contestó con un deje de tristeza.

M: Ey… ¿qué te pasa? – quiso saber al darse cuenta de aquel tono.

E: Nada, que estoy aquí algo aburrida – dijo quitándole importancia -


¿Qué tal tú?

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M: Aquí, con ganas de volver – le dijo – con muchas ganas de volver y


darte un beso – dijo haciendo que Esther sonriera.

E: Yo también tengo ganas – dijo melosa.

M: ¿Pues sabes qué? Esta tarde ya estoy allí.

E: ¿Sí? – preguntó más contenta.

M: Ajá – afirmó – y lo único que me apetece es estar contigo, así que he


pensado que cuando llegue y ordene un par de cosas, puedo ir a tu casa
y cenamos juntas, ¿te apetece?

E. Claro que me apetece – dijo con bastante alegría – me apetece


mucho.

M: Pues no se hable más – sentenció – nos vemos esta noche…

E: Vale – sonrió.

M: Ah, Esther – dijo antes de colgar – no le hagas caso a lo que digan…


me encontré con Roberto por casualidad y fuimos a tomar algo, hacía
mucho tiempo que no nos veíamos.

E: No pensaba nada – contestó.

M: Vale – sonrió – tengo que colgar, luego nos vemos.

E: Sí, luego nos vemos – contestó antes de colgar. Dejó el móvil sobre la
mesa y volvió a cambiar de canal, la misma noticia con diferentes
comentarios y opiniones en todas las cadenas - ¡Qué pesados sois! Si
vosotros supierais… - dijo levantándose para ver qué tenia en la nevera
y hacer la compra para una cena especial esa noche.

Hay quien piensa que todos tenemos un lugar concreto en el mundo. Un


lugar donde todo cobra un sentido que antes no veíamos. Un sitio en el
que todo está equilibrado, en el que nada puede hacernos daño, un sitio
donde la felicidad se hace presente, donde se crea un aura de
tranquilidad y bienestar que no encuentras en otro lugar.

Hay quien piensa, que encontrarlo es costoso y casi imposible, hay quien
vive toda una vida sin hallarlo, quien se pasa toda su existencia
intentando dar con él y jamás lo encuentra. Hay quienes desesperados
niegan gritando a los cuatro vientos que todo es una farsa, que no

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existe, que es mentira… hay quien vive y muere desilusionado y


frustrado por no haberlo sabido encontrar. También hay necios que
deciden marcharse de ese lugar en busca de otro pensando que será
mejor y acaban arrepintiéndose de haberlo abandonado y llorando sus
culpas el resto de su vida. Hay personas que no lo cuidan y lo pierden
por crueles, por monstruos, hay quienes no son capaces de entender la
grandiosidad de ese lugar y lo maltratan sin escrúpulos…

Afirman algunos que lo encontraron, aquellos que lo vivieron que ese


lugar, es lo mejor que puede encontrar el ser humano, que una vez allí,
todo lo demás queda relevado a un discretísimo segundo plano, que
nada más tiene importancia.

Unos lo encuentran en el sabor de unos labios, otros en el tacto de una


piel, muchos en un beso amistoso. Unos lo sienten antes, otros tardan
un poco más en darse cuenta de que han llegado… a veces llegas sin
haber buscado el camino, a veces buscas tanto que no lo encuentras y
solo hace falta dejar de buscar para encontrarlo… y da lo mismo quien
seas, quien llegaras a ser, poco importa cual será tu destino pues una
vez lo encuentras, una vez llegas a ese lugar solo quieres quedarte en él
para siempre, que nadie te saque de allí y vivir eternamente en ese
maravilloso lugar.

Maca lo encontró en una sonrisa, Esther en una mirada. Ambas llegaron


a él al abrir una puerta y sintieron que los nervios desaparecían, que el
resto del mundo solo era un espejismo, que no existía…

Y tal vez llegaron demasiado pronto ¿pero qué importa llegar antes o
después si cuando lo haces te sientes de esa forma? Volando…
flotando… como en una nube… como quieran llamarlo… lo importante,
lo realmente importante era que ahí estaban, una frente a otra y el
mundo en una mirada… en una sonrisa… en ese lugar mágico que había
sido creado para ellas.

M: Hola – saludó sin poder dejar de mirarla.

E: Hola – contestó con su imborrable sonrisa – pasa – invitó abriendo


más la puerta.

Entró, la miró, se perdió en sus ojos, la tomó de la cintura y la besó


como había deseado hacerlo desde el momento en que había tenido que
irse a aquel viaje. Esther correspondió al beso con ganas, invitándola,
abrazándola… y el corazón de ambas gritó de alegría al haber
encontrado su hogar.

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M: Tenía muchas ganas de verte – susurró sin alejarse de ella.

E: Y yo a ti – contestó volviendo a besarla.

Aunque con más ganas de “comerse” la una a la otra, decidieron


sentarse a cenar pues Esther se había pasado bastante tiempo
preparando algo especial como para ahora desaprovecharlo.

Entre sonrisas cómplices y miradas seductoras comenzaron a dar cuenta


de ese menú preparado por la enfermera mientras comenzaban a hablar
de esos días en los que no habían podido verse, dejando claro en todo
momento lo mucho que se habían echado de menos…

E: Mi amiga Claudia piensa que estoy con una mujer casada – comentó a
lo largo de la cena bajando un poco la cabeza.

M: ¿Y eso por qué? – quiso saber.

E: Por qué va a ser Maca – medio protestó – porque no puedo decirle con
quien estoy realmente y el otro día me preguntó y ella misma sacó esa
conclusión cuando le dije que no podía presentaros…

M: Ya… - ahora fue ella quien bajó la cabeza - ¿Es muy amiga tuya?

E: Sí, es mi mejor amiga.

M: Pero… ¿De tu entera confianza? – preguntó una vez más.

E: Pues sí, Maca – dijo algo molesta por tanta pregunta – es una de las
personas en las que más confío.

M: Y… ¿Crees que sabrá guardar un secreto como este? – dijo ya medio


sonriendo al ver la cara que ponía Esther.

E: ¿Me estas diciendo lo que creo que me estás diciendo? – sonrió.

M: Bueno… no digo ahora… tal vez un poco más adelante, cuando esto
esté más afianzado… no sé – dijo sin dejar de mirarla.

E: ¿Entonces quieres conocerla? – no se lo creía.

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M: Si tú quieres que la conozca, sí, quiero hacerlo – afirmó moviendo su


mano para posarla en la de Esther y acariciarla lentamente – pero no sé
como se lo pueda tomar…

E: Ya…

M: Entiéndelo… tal vez le alivie saber que no estás con una mujer
casada… pero estás conmigo, con lo que todo ello conlleva y… - vio que
Esther sonreía ampliamente - ¿qué?

E: ¿Estoy contigo? – preguntó pícara y sin dejar de sonreír.

M: Ehh… sí, bueno, no sé – se puso nerviosa - ¿Estamos juntas no?

E: Juntas… pero juntas así como… ¿Cómo novias? – sonrió de nuevo


viendo como el rostro de Maca se ponía rojo.

M: Hombre… pues… me gustaría – afirmó – aunque es muy pronto para


ponerle ese nombre… ¿no?

E: Sí, claro – no dejaba de sonreír – es pronto.

M: Eso – dijo volviendo a la comida – esto está riquísimo.

E: Me alegra que te guste.

Sin saber porqué y con una sensación extraña quedaron ambas calladas,
cada una metida en sus pensamientos. La conversación referente a
Claudia y a la posibilidad de que se conocieran fue olvidada
drásticamente y solo había en su mente la ultima parte de esa
conversación.

Novias… ¿lo eran? ¿Lo llegarían a ser? ¿Aun sabiendo que no podrían
mostrarse al mundo como una pareja normal? ¿Serían capaces de
superar eso?

Queriendo evitar pensar más en ello, comenzaron a tratar temas del


todo superficiales en un intento por no agobiarse. Terminad la cena
fueron al sofá donde con una copa de vino y el ambiente algo más
relajado pusieron algo de música suave que creaba un clima perfecto
para ellas.

E: ¿A qué hora tienes que irte? – quiso saber sentándose a su lado,


cerca, muy cerquita de ella, como lo necesitaba.

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M: A la hora que tú quieras que me vaya – dijo mirándola sonriente, con


los ojos puestos en sus labios, acercándose coqueta y bajando hasta su
boca para besarla con lentitud.

E: Pues ten cuidado no vaya a ser que no quiera que te marches en toda
la noche – contestó tras el beso con sensualidad.

M: Entonces no tendré nada de cuidado – volvió a besarla, abrazándola y


a trayéndola más a su cuerpo que comenzaba a arder.

E: ¿Y los chicos? – Quiso saber, sintiendo el mismo calor recorriéndola de


pies a cabeza - ¿No vendrán a interrumpirnos? – preguntaba entre
besos, cada vez más profundos, cada vez más sensuales, alimentando el
deseo que crecía en ellos.

M: Los mandé a casa nada más llegar – se perdía en su cuello, mientras


a tientas dejaba las copas sobre la mesita – vendrán por mi, mañana por
la mañana – y las manos se iban solas a recorrer lugares recónditos.

E: Umm – se mordió el labio intentando no soltar un lánguido gemido al


sentir las atenciones en su pecho – lo tenías preparado – y ahora era ella
la que se perdía en su cuello, Maca le dejaba libre acceso a él.

M: Ya te dije que tenía muchas ganas de ti – susurró excitada y en un


total arrebato la tumbó en el sofá, perdiéndose en su boca y
comenzando a indagar bajo la ropa…

Desnudas, bajo las sábanas, sus cuerpos se buscaban con ansias, los
besos se cortaban para que sus pulmones pudieran llenarse del oxigeno
que se les negaba mientras sus caricias les arrebataban toda la cordura
que tenían.

Sus cuerpos eran invadidos placenteramente por sus manos, por sus
labios, los gemidos se hacían más y más altos, el placer aumentaba con
cada fricción de sus sexos unidos y sin dejar de mirarse sentían que
llegaban al primer orgasmo de aquella noche donde sin saberlo, sin
pensarlo y sin tan siquiera haberlo imaginado habían dado un gran paso
en su naciente relación, olvidando los obstáculos, los problemas y
centrándose tan solo en ellas…

Sintió un cosquilleo en el cuello, se movió ligeramente y tras varios


segundos volvió a sentirlo. Sonrió lentamente mientras iba abriendo los
ojos encontrándose con una visión que le maravilló. Desnuda, sonriente

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aún en su sueño, con una mano sobre su cadera evitando que se


moviera, respiraba sobre su cuello aún dormida.

Sonrió más ampliamente y llevó la mano hasta su rostro para acariciarlo


lentamente, dibujando sus facciones con dulzura, luego pasó la yema de
sus dedos por la espalda y sintió como se aferraba más a ella. Se movió
intentando que no despertara para quedar frente a frente, cercándose la
besó en un roce queriendo disfrutar de esa escena que la había
encandilado nada más despertar…

Escuchó de lejos la melodía de su teléfono… refunfuñando consiguió


separarse de su cuerpo, besando su hombro salió de la cama y
poniéndose una camiseta de la enfermera salió hacia el salón en busca
del dichoso aparatito que le hacía separarse de ella.

Habló durante unos minutos y dejando de nuevo el teléfono fue hasta la


cocina a preparar algo de desayunar. Cuando lo tuvo todo listo volvió
con una enorme sonrisa hasta la habitación donde Esther se había
tumbado a lo largo de la cama abrazada a la almohada. Dejando la
bandeja a un lado se agachó para comenzar a besar su espalda.

M: Preciosa – susurraba quitando la sábana que no le permitía besar su


piel – Esther… despierta – no dejaba de besarla.

E: ¿Por qué? – preguntó con voz adormilada sin moverse ni un


centímetro y sonriendo.

M: Por que es de día – contestó sonriendo y sin dejar de besarla.

E: Jo… ¿Y por eso me tengo que despertar?

M: Bueno, también podrías hacerlo para darme un beso – se acostó a su


lado al ver que Esther le hacía sitio – hola, preciosa.

E: Hola – dijo medio cantando y melosa abrazándola - ¿a qué huele?

M: Café y tostadas – sonrió a ver su rostro – eso es que tienes hambre.

E: Muchísima – afirmó – pero antes… - sonrió pícara acercándose a sus


labios para comenzar a besarlos con lentitud. Maca no se quedó atrás y
profundizando el beso, se movió quedando sobre ella, sintiendo ambas
como la excitación volvía de nuevo a hacerse presente - ¿a qué hora
tienes que irte? – preguntó mientras profundizaba en sus caricias.

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M: Tenemos tiempo – contestó moviéndose sobre ella – umm… me


encantas – dijo llevando la mano a su sexo mientras su boca colonizaba
su pecho.

E: Uff… - gimió – no pares…

M: ahhh – soltó ella al sentir la mano de Esther llegar su centro – así…


así… - se movía sobre ella.

Una hora más tarde, acomodadas en la cama, aún desnudas,


desayunaban entre arrumacos y sonrisas, miradas pícaras y
conteniéndose para no volver a hacer el amor puesto que sabían que se
les haría realmente tarde.

M: ¿A qué hora sales hoy? – quiso saber.

E: A eso de las diez – le dijo – tengo turno de tarde.

M: Aja… yo tengo un par de cosas hoy – informó – pero si quieres puedo


pasar por ti esta noche y cenamos juntas.

E: Me encantaría – afirmó sonriente robándole un beso.

M: Vale – respondió a su beso.

Continuaron besándose durante un rato más, disfrutando de su


compañía, risas, arrumacos, besos y más besos eran los protagonistas
de aquel fantástico despertar que habían tenido.

M: Debería darme una ducha – decía mientras Esther besaba su cuello –


los chicos no tardaran en venir por mi.

E: Genial – sonreía contra su cuello – vamos – dijo separándose y


tomándola de la mano para llevarla a la ducha donde de nuevo volvieron
a hacer el amor…

M: Te llamo a lo largo del día – la besaba en la puerta – en cuanto tenga


un ratito.

E: Sí – sonreía besándola de nuevo – venga, vete que los chicos te


esperan.

M: Hasta luego, cariño – sonrió al ver el rostro de Esther por esa forma
de llamarla.

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E: Me gusta eso – rodeó el cuello con sus brazos.

M: A mi también – de nuevo volvió a besarla – me voy – se separó –


luego te llamo – dijo una vez más antes de irse.

E: Hasta luego – terminó de despedirse viendo como ya entraba en el


ascensor – Ays… - suspiró hondamente sin poder borrar su sonrisa.
Terminado su turno firmaba el parte, viendo como Teresa no dejaba de
ojear alguna revista. Sonrió al ver qué fotos salían en ella y con un gesto
que la recepcionista no llegó a ver se despedía saliendo en dirección a la
parada del autobús más cercano, su coche llevaba ya tres días en el
taller y aun no sabía cuando lo tendrían arreglado… por suerte para ella
el invierno iba dejando paso a la primavera y la temperatura era
perfecta para no tener que ponerse una chaqueta ni pasar frío mientras
esperaba.

Dos meses… dos meses de pasión, de risas, de besos, de caricias, dos


meses en los que habían llegado a conocerse casi mejor que ellas
mismas… dos meses en los que habían aprovechado al máximo el
tiempo que tenían juntas, buscando cualquier momento que tuvieran
para verse o tan solo hablarse por teléfono, dos meses en los que había
caído rendida ante Cupido…

Cuando estaban juntas todo era idílico, no había nada más que ellas dos
en el mundo, en su mundo y disfrutaban como dos adolescentes que
comienzan a descubrir lo que es el amor… olvidando quienes eran,
olvidando todo cuando las pudiera atormentar, cuando estaban juntas
simplemente eran dos personas disfrutando de lo que sentían.

Sin embargo, el tiempo que pasaban separadas… cuando no habían


podido hablar por teléfono, entonces surgían en sus traicioneras mentes
aquello que lograban olvidar cuando se veían… los obstáculos llegaban a
ellas como un jarro de agua fría advirtiéndoles que aquello era una
locura y que ambas acabarían sufriendo, que no podía ser y que debían
dejarlo antes de que fuera peor… pero todo cambiaba en un segundo
pues ambas, al sentirse vulnerables daban alguna señal de que estaban
juntas, una llamada, una visita inesperada, o alguna imagen en la
televisión donde la enfermera podía ver claramente el brillo en los ojos
de la Princesa que le decía que estaba pensando en ella… entonces todo
volvía a desaparecer y el miedo y las dudas dejaban de existir.

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Su móvil comenzó a sonar y tras buscarlo y sacarlo del bolso su sonrisa


fue enorme, miró la pantalla un segundo y mordiéndose el labio, se llevó
el teléfono a la oreja.

M: Te echo muchísimo de menos – dijo a modo de saludo logrando que


Esther ampliara más su sonrisa si eso era posible.

E: Y yo a ti – contestó cerrando los ojos un segundo para imaginar que


estaba allí con ella - ¿Qué tal todo?

M: Muy aburrido – dijo medio protestando – últimamente todo lo que


hago si no es contigo es muy aburrido.

E: Estás tontita – susurró.

M: Será que tengo muchas ganas de estar contigo – afirmó – y darte un


beso… y abrazarte…

E: Yo también – volvió a morderse el labio – sobre todo después de ver lo


guapa que ibas en la cena esa…

M: ¿Ah si? – sonrió - ¿Te parecía que iba guapa?

E: Mucho – afirmó – estabas preciosa, cariño.

M: Pues me puse ese vestido porque sabía que me fotografiarían y


quería que lo vieras porque me lo puse para ti – le dijo.

E: Quiero vértelo puesto… pero solo para mi – pidió – y poder quitártelo


poco a poco.

M: Eres mala…

E: Mucho… y te encanta – no dejaba de sonreír.

M: Sí, me encanta – afirmó sin poder negarlo.

E: ¿Cuándo vuelves? – quiso saber – tengo muchas ganas de verte sin


que sea en la televisión o en algunas revistas…

M: Lo sé, cariño – contestó – yo también tengo muchas ganas y te


prometo que será pronto.

E: ¿Cómo de pronto? – preguntó melosa e impaciente.

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M: Muy pronto – sonrió al escuchar su tono de voz - ¿Qué tal tu semana?

E: Larga… - dijo con voz cansada – hemos tenido unos días sin parar…

M: ¿Estás muy cansada? – dijo con algo preocupación.

E: Sí… un poco.

M: Bueno… pues ahora te vas a casa rápido y descansas.

E: Sí… aunque no sé lo que tardaré… creo que he perdido el autobús –


dijo con algo de fastidio – A ver si mañana por fin puedo recoger mi
coche… seguro que si fuera el tuyo lo tendrían en media hora – dijo
medio riendo.

M: No te creas, cariño, que la ultima vez que lo llevé al taller me


tardaron una eternidad.

E: Ya… claro – dijo como que no se lo creía

M: Oye y ¿Estás sola en la parada? – preguntó después de unos


segundos.

E: Sí, porque como he perdido el autobús, todo el mundo se ha ido ya.

M: No me gustas que estés sola… - le dijo – cualquiera podría llegar y


hacerte algo y más con lo guapa que te has puesto hoy con esa camisa
que llevas – terminó de decir con una sonrisa.

E: Ay Maca… ¿Quién me va a hacer al…? – se cortó al reaccionar con lo


último que había dicho, se levantó mirando a su alrededor - ¿Cómo
sabes la camisa que llevo? – preguntó nerviosa.

M: jajaja – rió al verla de aquel modo.

E: ¡Maca! – protestó al ver que no contestaba - ¿Dónde estás? – quiso


saber.

M: Justo en frente – dijo ya con ganas de besarla – el coche azul, no sé


como no me has visto…

Vio como Esther se daba la vuelta y miraba hacia donde le había


indicado, quedándose parada al verla saludarla desde dentro de aquel

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coche que no había reconocido, Maca la miraba sin poder borrar su


sonrisa. Pudo verla como casi daba un salto y nerviosa salía corriendo
casi sin mirar para cruzar la calle y llegar hasta ella. Nada más abrir la
puerta se abalanzó sobre su cuerpo besándola repetidas veces,
haciendo que ambas soltaran una carcajada.

E: ¿Y luego yo soy la mala? – preguntaba sobre ella, mientras Maca hacía


el intento por cerrar la puerta.

M: Quería darte una sorpresa – se excusó – estás preciosa.

E: Y tú, cariño – la besaba mientras hablaba – tú estás guapísima – volvía


a besarla – te – beso – he – beso – echado mucho – beso – mucho – beso
– de menos – y terminando de decirlo la besó con más profundidad y con
más efusividad.

C: Ejem… - dijo Carlos en uno de los dos asientos delanteros – siento


interrumpirlas pero…

E: ups – soltó Esther algo avergonzada – hola chicos – dijo bajando la


cabeza sintiendo que se ponía roja como un tomate, mientras Maca no
pudo evitar sonreír y abrazarla de nuevo.

CyJ: Hola señorita – dijeron ambos también medio sonriendo.

M: Chicos vamos a su casa por favor – decía mirando a Esther mientras


la abrazaba.

J: Por supuesto, Alteza – contestó Javier poniendo en marcha el coche y


tomando el rumbo al piso de la enfermera.

Habían llegado al piso de la enfermera y la princesa le había pedido a los


chicos que volvieran más tarde. Habían entrado en el ascensor donde no
pudieron evitar mirarse con deseo.

M: Creí que estabas cansada – decía entre besos, una vez dentro del
piso, mientras Esther se deshacía de su camisa apoyándola contra la
pared.

E: Ha sido verte y recuperar las fuerzas – contestó bajando por su cuello,


llenándola de besos, mordiendo levemente su garganta y subiendo las
manos hasta sus pechos aún ocultos por el sujetador.

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M: Umm Cariño – suspiró – vamos a la cama – decía apretándola contra


ella.

E: No – negó apartando el sujetador y llevando su boca hasta allí para


atrapar su pecho con ella – aquí…

M: Uff… - respiró profundamente al verla de esa manera, sin darle


tregua Esther no le dejaba tiempo para nada, ansiosa por tenerla de
nuevo – cariño, cariño…

E: ¿Qué? – levantó la cabeza mirándola con una sonrisa mientras le


habría el pantalón, acercándose para morder su labio - ¿No quieres? –
dijo pícara sabiendo la respuesta.

M: Claro que sí – contestó con decisión besándola con pasión sintiendo


las manos de Esther adentrarse por su pantalón – ahh… pero yo también
quiero tocarte – medio protestó al ver que la enfermera no le dejaba
opción a nada.

E: Luego – besó corta pero apasionadamente – primero yo…- volvió a su


cuello sintiendo como la respiración de Maca se hacía más intensa al
tiempo que llegaba a su sexo.

Bajó de nuevo al pecho donde se entretuvo todo el tiempo que quiso,


viendo como Maca iba perdiendo totalmente el decoro. Sonrió contra su
piel sabiendo lo que le estaba provocando y continuó bajando…

Se deshizo de su pantalón, la miró desde abajo, descubriendo una


excitación demasiado grande como para poder pensar en parar, se
mordió el labio inferior con malicia, Maca respiraba con dificultad,
protestando por la ausencia de caricias.

M: Esther… - rogó.

E: Abre más las piernas – ordenó con decisión.

M: Mmm – no pudo evitar soltar un gemido al escuchar el modo en que


lo había dicho.

Con algo de dificultad debido a que le temblaba todo, acató su orden y


tuvo que apoyarse en el mueble que quedaba justo al lado para no caer
al tiempo que Esther se perdía entre sus piernas…

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A partir de ahí, perdió el sentido del tiempo y del espacio, sintiendo solo
a Esther, que se afanaba en hacerla llegar al clímax. Poco tardó Maca en
sentir que llegaba al orgasmo, Esther lo supo al escucharla gemir con
fuerza y sentir como movía involuntariamente sus caderas buscando
más contacto…

Cuando lo sintió, cuando escuchó el último grito de placer por parte de


la princesa, Esther sonrió para sus adentros orgullosa de sí misma…
comenzó a dejar besos cortos por todo su cuerpo mientras subía de
nuevo hasta llegar a su rostro. Con una sonrisa la miró recibiendo otra
igual cuando Maca abrió los ojos.

E: ¿Qué tal? – preguntó juguetona.

M: Genial – contestó recuperando la respiración, besándola con ansias,


sintiendo como la excitación de Esther seguía subiendo – ven aquí - dijo
tomándola en peso y llevándola hasta la habitación donde ahora fue ella
la que se encargó de que Esther sintiera lo mismo que ella había sentido
momentos antes.

Habían conseguido parar un rato para comer algo, medio tumbadas en


la cama Maca apoyada contra el cabecero y Esther sobre ella
disfrutaban de la tranquilidad que reinaba en el lugar, hablando de todo
un poco, de cómo habían pasado esa semana separadas y reiterándose
en lo mucho que se habían echado de menos.

En un momento dado Maca cogió su agenda electrónica y comenzó a


mirar lo que tenía para los próximos días, Esther levantó la cabeza para
mirarla.

E: ¿Qué haces? – preguntó volviendo a apoyarse en su pecho y


acariciando con la yema de los dedos su piel.

M: Estoy mirando unas cosas – contestó.

E: ¿Por qué no lo dejas para luego? – pidió.

M: Es que me acabo de acordar de algo – dijo con un deje de


culpabilidad que Esther notó enseguida levantando de nuevo el rostro
para mirarla – mañana tengo que volver a salir de viaje – dijo tras un
suspiro.

E: ¿Otra vez? – preguntó – Maca acabas de volver – medio protestó.

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M: Ya lo sé, cariño – suspiró de nuevo – pero no puedo hacer otra cosa.

E: Esto va a ser siempre así ¿no? – preguntó con algo de tristeza.

M: ¿Así como? – quiso saber mirándola.

E: Pues así, Maca – se separó de ella levantándose de la cama y


poniéndose algo de ropa, algo enfadada y decepcionada – teniéndote a
penas unas horas… sin poder hacer planes a medio plazo – decía
dejando ver su tristeza – sin poder presentarte a mis padres o a mis
amigos o…

M: Esther – la cortó – sabías lo que había… no sé a qué viene esto ahora


– dijo con seriedad haciendo que la enfermera la mirara y mirándose
ambas retándose, como si aquello fuera el preludio de algo que les daba
miedo…

Esther desvió la mirada, no podía verla de ese modo, era cierto que
sabía lo que había, que cuando comenzaron su relación había aceptado
todo lo que conllevaba, pero había veces en los que sentía que
necesitaba más… en los que quería gritarle al mundo lo que sentía por
ella… había veces en los que todo se hacía muy cuesta arriba…

M: Perdona – dijo excusándose por al manera de hablarle y ver su rostro


– perdona… no tenía que haberme puesto así – se levantó para
acercarse a ella – a mi también me gustaría que las cosas fueran
diferentes, cariño… pero no lo son… y no puedo hacer nada para
cambiarlas… - soy la Princesa… algún día seré Reina y… tengo muchas
obligaciones y…

La enfermera bajó la cabeza, tenía razón… no podían cambiar las cosas,


porque la única forma de cambiarla era algo que ni siquiera podía
imaginar sin que le doliera… la única manera era terminar con todo
aquello y lo ultimo que quería era dejar de verla…

E: No – se dio la vuelta para mirarla – perdona tú – dijo cogiendo sus


manos – es solo que… no sé… a veces me gustaría poder salir contigo a
la calle y darte la mano como cualquier pareja y… besarte donde me de
la gana – dijo bajando de nuevo la vista.

M: A mí también me gustaría – afirmó, sintiendo lo mismo que Esther…


era complicado… realmente era complicado – pero…

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E: Lo sé – la cortó – lo sé…siento haberme puesto así – se disculpó de


nuevo – es que acabas de volver… y te he echado mucho de menos…
pensé que estarías más tiempo aquí y había pensado que mañana
podíamos quedar con Claudia y así os conocéis de una vez – continuó – o
no quedar con ella y pasar más tiempo tú y yo…

M: Cariño… - acarició su mejilla sintiéndose algo culpable.

E: Ya… ya lo sé – dijo haciendo esa caricia más profunda – tienes


responsabilidades y… no importa… es igual – la miró esbozando una
ligera sonrisa.

M: No quiero que peleemos – la abrazó – no quiero que el tiempo que


pasemos juntas lo hagamos peleadas… entonces sí que no podremos
disfrutar la una de la otra…

E: Yo tampoco lo quiero – contestó al abrazo, cerrando los ojos queriendo


ahuyentar aquellos pensamientos… aquellos fantasmas… la cuestión
era… ¿Por cuánto tiempo?

M: Ven – tomó su mano para volver a la cama.

Se tumbaron de nuevo, Esther abrazada a Maca, ambas pensando en lo


mismo sin querer hablarlo… sin querer hacer palpables ese sentimiento,
ese miedo que ninguna quería expresar, ni tan siquiera querían
pensarlo… ¿Serían capaces?

Durante varios minutos estuvieron de ese modo, acariciándose en


silencio para sentir que todo estaba bien, que nada podía alterar ese
momento de tranquilidad, de paz, aunque por dentro sintieran los
nervios propios que toda aquella situación acarreaba.

M: Espera un segundo – se levantó, haciendo que Esther la mirara


extrañada, salió de la habitación para volver al instante – a ver, déjame
sitio, cariño – dijo haciendo que Esther volviera a la postura anterior.

E: ¿Qué haces? – preguntó viendo que se llevaba el móvil a su oído.

M: Shhh – sonrió – voy a hablar con el Rey.

E: ¿Con… con el rey? – se sorprendió aún más.

M: Sí… bueno, con mi padre… - miró el reloj – menos mal que no es muy
tarde… - papá – dijo al escuchar como contestaba.

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P: Macarena – dijo a otro lado de la línea - ¿Ocurre algo? – preguntó al no


esperarse esa llamada.

M: No, no, tranquilo – lo calmó – es que quería comentarte una cosa –


dijo mirando a Esther, cuando su padre la invitó a continuar, habló de
nuevo – estoy mirando mi agenda… y… mañana tengo que ir a Noruega.

P: Eh… sí – miró el también la agenda – sí, ese viaje está preparado


desde hace un mes, cuando el Rey de Noruega nos invitó.

M: Ya, ya lo sé – contestó pensando en qué le diría – pero es que yo


acabo de volver de Irak de visitar a las tropas que tenemos allí… y
sinceramente, no me apetece nada volver a viajar…

P: Macarena, no se trata de que te apetezca o no – dijo con algo de


seriedad – se trata de responsabilidad y obligación.

M: Lo sé, soy consciente de ello, pero estoy bastante cansada – alegó –


necesito un descanso, llevo bastante tiempo sin tomarme unos días para
mí – siguió diciendo – y no creo que en estas condiciones deba
presentarme allí.

P: Pues alguien tiene que ir Macarena – continuó – porque necesitamos


tener representante en esa visita, y yo no puedo, tengo cosas que
atender aquí y pasado mañana tu madre y yo tenemos que estar en
Francia para reunirnos con el presidente – le dijo – además, es bueno
para las relaciones internacionales que vayamos.

M: No estoy diciendo lo contrario – dijo comenzando a alterarse y


sintiendo un beso de Esther en su cuello que intentaba calmarla, sonrió,
la miró y silenciosamente besó sus labios – podría ir Fernando en mi
lugar… decimos que no me sentía bien y…

P: Pero tu hermano no está preparado para…

M: Papá… Fernando es mayorcito y sabe como comportarse en una


situación como esta – siguió diciendo – necesito un descanso, te lo digo
de verdad…

P: ¿A qué hora salía tu avión? – preguntó.

M: A las seis de la tarde – dijo con seguridad mirando de nuevo su


agenda electrónica.

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P: Está bien – dijo sabiendo que su hija tenía razón, llevaba un tiempo
que no paraba, que realmente debía estar cansada y eso no era bueno,
no podía permitir que se viera el cansancio en su rostro – ven a casa
mañana por la mañana a primera hora y lo organizamos todo… supongo
que tu hermano necesitará saber el itinerario y demás.

M: Vale - sonrió ampliamente – no te preocupes – miró a Esther –


mañana iré a palacio – hasta mañana, papá.

P: Hasta mañana, hija… descansa – dijo antes de colgar y quedarse un


segundo mirando el aparato, extrañado… Macarena nunca se había
negado a hacer un viaje de ese estilo, tenía un sentimiento de la
responsabilidad demasiado alto como para hacer algo así, por lo que, o
realmente se sentía casada… o había algo que no le decía…

M: Ya está – dijo con una sonrisa – me quedo…

E: Maca… no tenías que… - la princesa la miró elevando una ceja –


quiero decir… que no quiero que tengas problemas…

M: ¿Sabes que? – se dio la vuelta quedando sobre ella – el único


problema que tenía era el no verte, así que ya está solucionado – dijo
bajando hasta ella para besarla – tengo unos días libres y pienso
pasarlos contigo – afirmó – no voy a hacer otra cosa que no sea estar
contigo – besó su cuello – hacerte el amor – volvió a sus labios – y
disfrutarte…

E: Mi niña – susurró devolviéndole el beso.

M: Vamos a disfrutar de estos días, solas tú y yo – seguía afirmando sin


dejar de besarla – ven aquí – terminó de decir besándola con más
pasión, haciendo que todos esos fantasmas desaparecieran de un
plumazo, en un tierno beso que tan solo era el preludio de una nueva
noche de amor sin restricciones.

Habían aprovechado hasta el último segundo antes de tener que


separarse, Esther debía ir a trabajar en contra de sus deseos y los de su
chica. La despedida estuvo llena de besos y sonrisas hasta que
finalmente terminaron yéndose a cumplir con sus obligaciones.

M: A ver Fernando – le decía a su hermano en el despacho de su padre -


este es el itinerario a seguir, en el aeropuerto te esperaran el embajador
junto con el ministro del interior y tras una visita a la embajada te

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llevarán al Palacio donde estará esperándote el Rey Noruego para darte


la bienvenida.

F: Bien – afirmó prestando atención - ¿Me quedo allí?

M: No – continuó – tienes reserva en el Hilton – contestó – no queremos


incomodarlos demasiado, aunque si te lo ofrecen y solo si te lo ofrecen
podrías quedarte allí, pero de primeras estarás en el Hotel.

P: Visitareis a primera hora de mañana el nuevo colegio para niños


discapacitados – continuó diciendo el Rey – luego tendrás una reunión en
la que seguramente hablareis de la situación económica europea.
Posiblemente habrán organizado alguna cena para ti, así que llévate el
esmoquin – apuntó – que no se te olvide.

F: Tranquilo – dijo quitándole importancia – ya lo están preparando.

P: Bien – miró a Macarena que asintió con la cabeza – pues eso es todo –
sonrió a sus hijos – venga chicos…

F: Hasta luego, papá – dijo levantándose para marcharse, cosa que hizo
Maca un segundo después-

P: Macarena, espera – le pidió – quiero hablar contigo.

M: Tú dirás – contestó volviendo a sentarse.

P: Quiero que sepas que me tienes bastante descolocado – afirmó viendo


como Maca hacía un gesto de que no sabía lo que hacía.

M: No te entiendo.

P: Últimamente estás rara – sonrió de medio lado – no sé… como más


alegre… ilusionada.

M: No sé de qué hablas, papá – se removió en su asiento.

P: Venga… Macarena – dijo con una sonrisa más grande – no estás…


¿enamorada?

M: Papá, por favor – protestó.

P: Hija, si lo estás… yo tengo que saberlo – afirmó – tanto como padre,


como Rey.

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M: Déjate de tonterías, papá – protestó.

P: No son tonterías, Macarena y no soy el único que lo piensa – dijo


haciendo que Maca lo mirara interrogante – tu madre está de acuerdo
conmigo… era ella la que quería hablar contigo de esto… pero me he
adelantado – dijo triunfante – además… la prensa también opina lo
mismo.

M: La prensa, a veces, no dice más que tonterías – dijo empezando a


alterarse, intentando guardar la compostura para no descubrirse ella
misma.

P: ¿Seguro? – preguntó mirándola a los ojos intentando descubrir algo en


ellos.

M: Seguro – contestó con la máxima seguridad que pudo expresar.

P: Está bien… está bien – dijo decidiendo dejar el tema, por el momento.

M: Vale… pues si no me necesitas – se levantó – me voy a descansar –


terminó de decir saliendo del despacho de su padre y suspirando
levemente.

E: Teresita me voy – informó dejando algunas carpetas sobre el


mostrador.

T: Muy bien, hija, hasta mañana – contestó casi sin mirarla enfrascada en
la búsqueda de unos historiales que le había pedido Claudia, quien
llegaba en ese momento a su lado.

C: ¿Los tienes? – preguntó a Teresa.

T: Estoy en ello, qué pesadita – protestó mientras buscaba dejándolas a


solas.

E: ¿Vas a seguir enfadad conmigo mucho tiempo? – quiso saber.

C: Hasta que entres en razón – contestó con seriedad.

E: Claudia… de verdad – la miró – no te preocupes, que está todo bien.

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C: Claro, está todo perfectamente… tú liada con una mujer casada que
no te hará más que sufrir – dijo bajando el tono para que nadie se
enterara.

E: ¿Sabes qué? – sonrió – cuando la conozcas dejarás de enfadarte.

C: ¿Ah pero es que la voy a conocer? – se sorprendió por el cambio de


idea de su amiga.

E: Sí – afirmó – te prometo que la vas a conocer… un día de estos te la


presento.

C: Bien, porque tengo ganas de decirle un par de cosas – murmuró.

E: No te enfades va… y alégrate por mi que estoy feliz – no dejó de


sonreír en ningún momento.

C: Es que no me parece bien, Esther – continuó – y no entiendo como tú


te has podido meter en esto… no te reconozco.

E: Vale, Claudia – dijo ahora ya perdiendo la sonrisa, queriendo soltarle


la bomba y sabiendo que ahí, en ese momento no podía… primero tenía
que hablarlo con Maca – me voy… hasta el lunes.

C: ¿El lunes? – la paró – ¿No trabajas mañana?

E: He pedido unos días de asuntos propios – informó.

C: ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? – por muy enfadada que pudiera estar por
la situación, no podía dejar de preocuparse por su amiga.

E: Estoy bien… solo quiero pasar unos días con mi niña…

C: Estupendo – volvió a su estado inicial – pues que lo pases bien… si es


que el remordimiento de conciencia por lo que le estáis haciendo a su
marido os deja.

E: ¿Sabes qué, Claudia? – se acercó a ella – que te vas a tener que tragar
todas tus palabras… Adiós – dijo dándose la vuelta para marcharse por
fin.

C: ¡Encima se enfada! – protestó – si lo digo por su bien…

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Ya estaba… se le había torcido el día… no le gustaba absolutamente


nada discutir con Claudia, sabía que en cierto modo tenía razón al actuar
así pues no sabía quien era realmente su chica. Su enfado aumentó por
ella misma, al ver que aún no podía organizar una cena para
presentarlas y tenía que seguir aguantando las charlitas de Claudia…
adiós al buen humor con el que había pasado todo el turno…

Llegó a su piso donde pudo ver como en la puerta ya la estaba


esperando el coche en el que Carlos la recogía cada vez que iba a verse
con Maca, subió y cogió un par de cosas para bajar y subir al vehículo
donde saludó secamente y pasó todo el camino mirando por la
ventanilla. El escolta de la princesa la miraba extrañado.

C: Su alteza la espera, señorita – dijo una vez habían llegado.

E: Gracias – contestó sin más saliendo del coche y subiendo hasta el piso
de la Princesa.

Fue verla y volver de nuevo su buen humor, nada más abrir la puerta y
encontrarse con su sonrisa se olvidó de lo que había hablado con
Claudia minutos antes y al sentir aquel primer beso todo volvió a
llenarse de colores.

M: Hola, cariño – saludó.

E: Hola – dijo quedándose abrazada a ella unos instantes.

M: ¿Todo bien? – quiso saber.

E: Sí – sonrió – siempre que estoy contigo está todo bien.

M: Me alegro – sonrió ella también – ven, pasa, que tengo una sorpresa –
la invitó.

E: ¿Una sorpresa? – dijo curiosa, como una niña pequeña.

M: Ajá – sonrió al ver su ilusión – bueno no es nada del otro mundo


pero…

E: Va, dime – apremió.

M: Pues… he organizado algo que creo que te gustará – se sentó e hizo


que Esther hiciera lo mismo sobre ella - ¿qué te parece si… te pides unos
días en el trabajo, cogemos un par de cosas y nos vamos a un pueblecito

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muy pequeñito en la sierra donde podamos estar las dos solas, libres de
periodistas… de reuniones y de todo lo que tenga que ver con la
Princesa? – terminó de decir.

E: ¿Lo dices en serio? – preguntó ilusionada.

M: Claro – la besó levemente – podremos pasear de la mano por la calle


– dijo sin dejar de besarla – darnos besos cuando queramos… - Esther
sonreía, Maca correspondía – en un pueblecito donde no nos molestará
nadie… hacer el amor sobre la moto…

E: ¿Hacer... hacer el amor sobre la moto? – preguntó descolocada y


bastante sorprendida por aquella salida.

M: Sí, bueno – dijo algo avergonzada – es una de esas fantasías que


siempre he tenido… - se puso colorada escondiéndose en su pecho.

E: Estás de broma – reía.

M: No… - reía también – no sé, siempre he querido hacerlo… sobre la


moto, bajo las estrellas…

E: Y con el motor encendido como si lo viera – reía aún más.

M: Jum… - dijo haciendo un gesto como si se lo estuviera imaginando.

E: ¡Maca! – le dio un palo cariñoso en el brazo, algo escandalizada.

M: Bueno va… ahora en serio – dijo ya dejando las bromas - ¿Quieres ir?
– la miró.

E: Claro que quiero – dijo con bastante entusiasmo.

M: Pues hecho – afirmó con rotundidad – nos vamos… así que ya estás
llamando al hospital para decir que te voy a secuestrar… bueno… no
digas que te secuestro yo.

E: No hace falta – ahora fue Maca la sorprendida – me he cogido unos


días de asuntos propios.

M: ¿Sí?

E: Sí… como decías que tenías unos días libres pues… he pensado en
pedírmelos yo también y pasarlos contigo.

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M: Eso es genial – afirmó – tú eres genial – la besó – venga… - hizo que


se levantara – que nos vamos, los chicos nos están esperando – le
informó, Esther la miró un segundo – cariño… sabes que tienen que
venir conmigo – se excusó – pero te prometo que estaremos solas, ni te
enterarás de que están allí.

E: Vamos – contestó haciéndole ver que no le molestaba que los escoltas


les acompañaran sabiendo que si Maca decía que estarían a solas, es
que realmente estarían a solas.

Cuando ya casi se ocultaba el sol, llegaron a aquel pueblecito perdido en


la sierra, solo escuchaban el sonido del motor de su moto y un poco más
alejado el motor del coche desde donde los chicos las habían estado
siguiendo. A una velocidad mucho más lenta, se introducían en aquel
paraje que para ellas era una visión de lo más maravillosa por el hecho
de saber que allí, nadie las molestaría.

Casitas bajas de piedras antiguas se alzaban retando al tiempo, rodeado


de campos verdes que llegaban hasta donde les alcanzaba la vista, el
aire puro de aquel lugar les hizo sonreír, el silencio y la tranquilidad que
se sentía logró que se sintieran casi como en casa…

Maca paró la moto frente a una de las pocas casas que aún estaban en
perfecto estado. Esperó a que Esther bajara para hacerlo ella quitándose
el casco sonriente. La enfermera miraba a su alrededor, callejuelas de
adoquines, casitas que lejos de parecer destartaladas le daba un
encanto natural a aquel lugar, un poco más al fondo, una placita con una
fuente que le pareció antigua, de la que no salía agua pero que regia
parecía mostrarse orgullosa como el símbolo del pueblo.

M: ¿Te gusta? – dijo abrazándola por la cintura, apoyando la cabeza en


su hombro.

E: Es precioso – contestó sonriente.

M: Ven – dijo tomando su mano, entrelazando los dedos – vamos a dar


una vuelta y te lo enseño.

E: Vale – sonrió más ampliamente al verse caminar con las manos


entrelazadas, gesto nimio, tal vez hasta tonto pero que para ella
significaba mucho más de lo que pudiera haber expresado.

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Caminaron por aquellas pocas calles que tenía el pueblo, pasaron por la
única placita mirando aquellas viejas casas que deshabitadas podrían
dar un aspecto desolador de aquel lugar, para ellas se había convertido
nada más llegar en el mejor sitio del mundo.

Maca le iba contando cosas de aquel pueblo, un paraje donde tiempo


atrás había sido visita turística obligada por la amabilidad y buen trato
de sus habitantes, un pueblo que había estado lleno de vida, donde
aunque eran pocos los que allí habían vivido le había dado una vida llena
de juegos de niños y risas de ancianos a aquel pueblo.

Como en todo, con el paso de los años, los niños se hicieron mayores y
queriendo ver más mundo las familias habían ido buscando otros lugares
donde vivir, donde labrarse un futuro lejos de aquel lugar que, aunque
mágico, no había avanzado en paralelo al avance tecnológico de las
grandes ciudades. Convirtiéndolo en casi un pueblo fantasma, como
tantos otros en el país, olvidado en los mapas, dejándolo silencioso y
vacío…

E: Es una pena – decía mientras continuaban andando – es precioso… y


no sé… que la gente se pierda esto… esta paz.

M: Sí – contestó – pero bueno – sonrió – nosotras vamos a poder


disfrutarlo – se paró, la abrazó y le dejó un beso en los labios que Esther
correspondió al instante y se dejó llevar haciendo de ese beso uno más
largo y profundo… definitivamente, le encantaba ese pueblecito que le
brindaba la oportunidad de hacer lo que no podía en otra parte.

E: ¿Y no vive nadie aquí? – preguntó una vez volvieron a andar.

M: Bueno, hay un matrimonio de ancianos muy amables que aún siguen


aquí – señaló una de las primeras casitas – nunca quisieron marcharse,
este sitio es donde nacieron, y aquí siguen – le comentó – tampoco
tienen familia así que aquí se quedaron, son felices aquí.

E: ¿Los conoces? – quiso saber - ¿No te reconocerán, Maca? – preguntó


algo preocupada.

M: Tranquila – sonrió – sí me conoces, pero no saben quien soy – afirmó –


aquí no hay televisión, no hay móviles – dijo haciéndole saber que no
tendrían cobertura en unos días – lo único que llega es la emisora de
radio y no es que se escuche demasiado bien – afirmó – así que…
podemos estar tranquilas. – vio como una señora entrada en años salía
de la casita y sonrió tiernamente, la anciana, al verla quedó parada un

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segundo al ver alguien ajeno al pueblo y cuando la reconoció vieron


ambas como se le iluminaban los ojos – ven, vamos a saludarla – dijo
ilusionada apretando el paso – Doña Josefa – llegó hasta ella - ¿Cómo
está?

DJ: Macarena, hija – dijo contenta de verla allí – qué alegría volver a
verte – afirmó – hacía mucho que no venías.

M: Sí, lo sé – habló con cariño – he tenido mucho trabajo.

DJ: Trabajar tanto no es bueno – le medio regañó – siempre que te veo


me dices lo mismo…

M: Lo sé, lo sé – dijo como quien está escuchando una regañina de su


madre - ¿Qué tal se encuentran? – quiso saber.

DJ: Muy bien, hija – continuó – aquí seguimos… hasta que Dios lo quiera.

M: ¿Y su marido? – se interesó.

DJ: Está mejor – afirmó – el médico estuvo aquí ayer y le ha traído unas
medicinas para el catarro, dice que está bien, que en unos días estará
recuperado.

M: Me alegro.

DJ: ¿Quién es tu amiga? – preguntó mirando a Esther.

M: Es Esther – hizo que diera un paso hacia adelante para que la


saludara – es enfermera.

DJ: Que guapa eres – dijo acariciando el rostro de una Esther que no
dejaba de sonreír.

E: Encantada de conocerla.

DJ: Igualmente, hija – afirmó – es la primera vez que traes a alguien


Macarena – le dijo a la Princesa.

M: Sí, quería traerla para que conociera el pueblo.

DJ: Muy bien – afirmó feliz de que hubiera alguien más allí – bueno, yo os
dejo que tengo que ir al huerto.

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E: ¿Quiere que le acompañemos? – se atrevió a decir – y la ayudamos.

DJ: No hija – dijo con amabilidad aunque con algo de recriminación – que
estoy vieja pero aún puedo hacer estas cosas… llevo toda la vida
haciéndolo.

Autor: werty_1983, 08/Mar/2009 19:27 GMT+1:

E: Sí, claro – contestó algo avergonzada, Maca sonrió levemente.

M: Estaremos aquí unos días Doña Josefa – le informó – así que


vendremos a verlos, salude a su marido – dijo a modo de despedida.

DJ: Lo haré, lo haré – contestó ya marchándose andando con algo de


dificultad pero con seguridad.

M: Le has caído bien – afirmó.

E: yo creo que he metido la pata – dijo bajando la cabeza.

M: No, ella es así – contestó con seguridad – pero sé que le has caído
bien – Esther sonrió por la rotundidad con la que lo dijo – venga, vamos a
ver la casita.

Volvieron a la casita en la que se quedarían, pequeña pero acogedora,


sin ningún tipo de facilidad como las que pudiera tener un piso de la
ciudad, pero acondicionado para no tener que pasar ningún tipo de
carencia.

Esther se sentó en un pequeño sofá mientras Maca acomodaba lo que


habían traído, la enfermera la miraba con ojos enamorados y la Princesa
sonreía al encontrarla de ese modo. Dejando todo lo que estaba
haciendo y con una sonrisa pícara en el rostro la miraba mientras se
acercaba a ella, sentándose a su lado.

M: ¿Qué te hace tanta gracia? – quiso saber.

E: Nada… todo esto – afirmó – verte a ti de esta forma – dijo sonriendo


más por la cara que había puesto Maca – sí, no sé… siempre imaginé
que las princesas no tenían que hacer estas cosas… que teníais gente
que las hacían por vosotras.

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M: Bueno… los tengo… pero me gusta hacer las cosas por mí misma –
afirmó.

E: ¿Cómo es que conoces tan bien este pueblo? – preguntó con gran
curiosidad.

M: colaboro en una asociación de rehabilitación de pueblos fantasmas –


le dijo causando gran sorpresa en Esther.

E: ¿En serio? – Maca afirmó – no tenía ni idea.

M: Ni tú, ni casi nadie – afirmó – solo los de la asociación y no todos – le


comentó – ya te dije que no todo el mundo sabe todo lo que hago o dejo
de hacer – sonrió – y me gusta hacer esto, me gusta colaborar en ONG o
en asociaciones de este tipo que ayudan al país… pero no es algo que
quiera que la gente sepa… considero que es mejor hacerlo desde el
anonimato que no utilizando mi nombre como Princesa… no sé – se
encogió de hombros – es algo que hago por que quiero… y no quiero que
nadie piense que lo hago para agradar a nadie o que me critiquen por
hacerlo.

E: Entiendo – dijo comprendiendo lo que quería decir, besándola


levemente.

Quedaron en silencio unos momentos, disfrutando de aquel momento


solo de ellas, sintiéndose realmente libres en aquel lugar, libres para
hacer lo que quisieran, para demostrarse lo que sentían sin miedo a que
alguien pudieran verlas…

E: Y… - se separó de ella unos milímetros tras besarla una vez más con
gesto pícaro - ¿Has traído a muchas chicas aquí? – preguntó jugando
mientras besaba su cuello.

M: Ya te ha dijo Doña Josefa que eres la primera persona a la que traigo –


contestó con una sonrisa.

E: O sea que ha habido más chicas antes que yo… pero no las has traído
aquí – afirmó besando sus labios levemente, aún jugando - ¿no?

M: No – dijo sincera – no ha habido otras… - la miró a los ojos – hubo


una… hace mucho tiempo… pero nada comparado contigo – decía con
gran sentimiento – Eres la única Esther…

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Y la enfermera la besó enternecida por sus palabras, sintiendo lo mismo


que ella, la besó queriendo expresarle en ese beso que para ella, Maca
también era la única… la única que la hacía sentir como lo hacía, la
única que lograba llenarla como la llenaba, la única en su vida… la única
persona con la que quería estar… toda la vida si fuera posible…

Habían pasado tres días donde el mundo se había convertido tan solo en
ese pueblecito perdido en la sierra. Tres días en los que habían
disfrutado de ellas como no habían podido hacerlo hasta ese momento.
Días y noches llenas de besos, de pasión desbordada, de charlas a
media voz. Conociéndose más, sintiéndose más seguras, queriendo no
separarse nunca.

Pero como en todo, la realidad comenzaba a lanzar destellos en aquel


universo paralelo, recordándoles que tan solo les quedaban unas pocas
horas de libertad. Una noche… la ultima noche que pasarían en aquel
pueblecito que habían hecho su paraíso.

Maca andaba preparando algunas cosas… hablando con los chicos para
concretar la hora de salida, el sol hacía ya una hora que se había
escondido, no queriendo ser partícipe de aquella despedida. La luna
resplandecía y las estrellas brillaban en una noche agridulce.

Por la ventana, Esther la observaba, algo triste por tener que volver a la
ciudad, rememorando cada momento de esos días que tan cortos se
habían hecho. Se mordió el labio al ver su silueta y se alejó de la
ventana al ver que Maca volvía con ella.

M: Bueno – dijo una vez entró en casa – los chicos vendrán mañana a las
siete, así que tendremos que estar listas a esa hora.

E: Vale – contestó mirándola con melancolía.

M: ¿Qué te apetece cenar? – preguntó incapaz de mantenerle la mirada,


sintiéndose ella igual que Esther…

E: Nada… no tengo hambre – contestó.

M: Cariño… tienes que comer algo – dijo acercándose a ella para


abrazarla por la cintura – no estés triste, mi amor – le pidió.

E: No lo estoy – dijo haciendo pucheros – bueno, solo un poco – rectificó


– pero es solo porque no quiero irme.

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M: Yo tampoco – dijo de igual modo – me quedaría aquí contigo para


siempre.

E: Ojalá – soltó al aire.

M: Venga, cariño – se separó, sabiendo que aquella conversación podría


derivar al tema “tabú” de su relación y no queriendo llegar a ella… aún
no, en ese instante no, en ese momento quería seguir aislada de todo,
de todos y disfrutar del momento – vamos a comer algo.

E: Vale – contestó sintiendo lo mismo que ella.

Cenaron mirándose a los ojos, queriendo retener en su retina cada


segundo de aquella escapada, rememorando los momentos que habían
pasado allí, continuando con esa sensación de libertad que les daba
aquel pueblecito.

Terminada la cena, semi tumbadas en el sofá, se dedicaban a besarse


lentamente, sabiendo que a la vuelta no podrían hacerlo tanto como
quisieran, sin pretensiones de más, simplemente sintiendo la calidez de
sus labios…

E: Ven – dijo al cabo de un rato intentando levantarse.

M: No – contestó impidiéndole sus movimientos - ¿Dónde quieres ir


ahora? Con lo bien que estamos aquí…

E: Hazme caso – insistió – quiero hacer algo.

A regañadientes, Macarena tomó la mano de su chica y dejándose llevar


pudo ver como salía de la casita, impaciente e intrigada la miraba sin
tener ni idea de lo que pretendía, Esther mirándola traviesa se mordía el
labio mientras que sin soltar su mano la llevaba donde quería.

M: Esther… - volvió a protestar – vamos dentro anda…

E: No, no – dijo moviendo la cabeza negativamente.

M: ¿Pero qué es lo que quieres hacer aquí fuera? – preguntó.

Se acercó a ella, abrazándola mientras la miraba con deseo, con ojos


pícaros llegó a sus labios para morderle el labio inferior, sabiendo
perfectamente lo que conseguiría con aquello, como respuesta, Maca,

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sintiendo la respuesta a aquel estímulo la abrazó más fuerte evitando


que se escapara para besarla con más énfasis.

E: Quiero cumplir una fantasía – susurró en su oído, separándose con


una sonría casi maquiavélica y andando de espaldas sin apartar la
mirada de los ojos alucinados de Maca que veían como la enfermera
llegaba a su moto y se subía en ella de espaldas al manillar al tiempo
que se desabrochaba un par de botones de la camisa…

Sin esperar ni tan siquiera un segundo, Maca en dos zancadas llegó


hasta ella, incitada por su tono de voz, por sus movimientos de cadera al
andar y por su mirada, se fundió en un beso profundo y lleno de pasión
sin llegar a subirse a la moto…

E: Sube – le dijo una vez Maca dejó su boca para perderse en su cuello.

Así lo hizo, se subió a la moto de cara a ella, tomándola por las rodillas la
acercó a su cuerpo, quedando a escasos centímetros de su boca. Con
sonrisas traviesas volvieron a besarse y poco después las manos
comenzaron a vagar por encima de la ropa.

E: Nos vamos a matar – dijo medio sonriendo cuando Maca le quitó la


camisa y bajó a su pecho y la moto se balanceó por sus movimientos.

M: Tendremos cuidado – contestó perdida en su deseo.

Los besos fueron haciéndose cada vez más fieros, las ganas de sentirse
libres de prendas hicieron que en un momento dado tuvieran que
bajarse para desnudarse y entre risas y bromas volvieron a subir a la
moto, acoplándose como pudieron para lograr que sus centros
coincidieran.

La moto se balanceaba al mismo tiempo que sus sexos se rozaban,


lentamente al principio para acelerar sus movimientos después,
teniendo que volver a ralentizarlos por la brusca pasión de sus caderas.

Jadeantes se besaban, se mordían, se tocaba, se excitaban la una a la


otra, riendo a veces por la más que posible caída y serias después al ver
que aquello ya no lo paraba nadie… llegando a un punto sin retorno
donde los movimientos no cesaban, los gemidos se hacían algo más
fuertes escuchando el eco que dejaban, las respiraciones entrecortadas
buscando algo de oxígeno que sus besos les impedían tomar…

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E: Enciende el motor – dijo jadeante Esther al sentirse cerca del


orgasmo.

M: Umm… Dios… - contestó casi al límite de su excitación – esto me


pone mucho, Esther – susurró mientras lograba darle al contacto sin
cesar en su movimiento.

E: Y a mí, cariño – gimió – a mí también.

Con el motor de la moto rugiendo, sus gemidos resonando a su


alrededor, el miedo excitante a la caída y una pasión desenfrenada
llegaron a un orgasmo que las dejó sin respiración, haciendo que los
besos ahora se hicieran más tiernos, más suaves, antes de sonreír
ampliamente y bajar de la moto para volver dentro de la casa y
continuar con esa ultima noche en la que habían decidido no dormir… ya
habría tiempo de hacerlo… pero esa noche no era para descansar…

Habían pasado cinco días en los que les había sido imposible verse.
Maca de vuelta a sus obligaciones parecía tener una agenda más
apretada de lo normal y los turnos de Esther les hacía imposible verse
aunque fuera de noche.

Un nuevo intento frustrado por verse. Habían quedado a media tarde


para pasar un rato juntas, Maca se preparaba en su casa para irse
habiendo dejado ya todo lo que tenía que hacer para ese día, en esas
estaba cuando la radio dio una noticia que la dejó algo impactada.

“Acaba de llegar a la redacción de este programa una noticia que nos ha


dejado helados. Se acaba de derrumbar un teatro del centro en el que se
representaba una obra para niños. Los primeros datos que tenemos es
que hay bastantes niños heridos debido al gran aforo de público que
tenía la obra. Seguiremos informando en cuanto nos lleguen más
noticias.”

Dejó lo que estaba haciendo y puso la televisión, todos los canales


comenzaban a hacerse eco de la noticia y a mandar unidades móviles al
lugar del siniestro. Las informaciones eran aún confusas pero viendo las
primeras imágenes del lugar, no presagiaban nada bueno.

Esther por su parte, había recibido una llamada del hospital y había
salido corriendo hacia allí, ni siquiera le había dado tiempo a llamar a su
chica para avisarla, para ella, en ese momento, lo primordial era llegar al
hospital y ayudar en lo que pudiera.

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Llegó y lo que vio la dejó helada, estaban totalmente desbordados,


todos los médicos de urgencias estaban allí, tuvieran o no turno,
estuvieran o no de vacaciones, todos se habían presentado en el
hospital con el mismo fin que ella, ayudar en lo que pudieran. Las
ambulancias llegaban y volvían a salir trayendo heridos de diversa
consideración. Los familiares iban apareciendo, algunos esperanzados,
otros totalmente destruidos, llantos, gritos, exigiendo explicaciones o
algún dato que le dijera que su familiar estaba bien. Teresa, como todos,
desbordada por todos intentaba mantener la calma sin conseguirlo.

E: Teresa como vais – dijo llegando al mostrador.

T: Mal hija, mal – contestó algo compungida – esto es horrible…

E: Voy dentro – informó rotunda.

No le había dado tiempo a cambiarse y ya estaban requiriéndola en un


box, se dio toda la prisa que pudo y corrió para asistir a su compañero.

Mientras tanto, Maca, sentada frente a la televisión y sintiéndose


bastante impotente veía las imágenes que poco a poco iban apareciendo
en varios programas que habían centrado su contenido en aquella
tragedia.

“Ya son más de cien heridos, la mayoría de ellos críticos y al menos


veinticinco muertos en el derrumbe del teatro. Testigos afirman que
oyeron una explosión y luego todo se vino abajo. Como venimos
informando, se trata de un teatro del centro que en esos momentos
estaba representando una obra para niños, que habían ido acompañados
de sus padres o con sus colegios.”

Se levantó pasándose la manos por el rostro, cogió el teléfono y llamó a


su chica, como esperaba no encontró respuesta por lo que supuso que
debía haber ido directa al hospital. Tras esto tomó sus cosas y salió de
su casa.

No tenía ni un segundo de descanso, los heridos llegaban sin darles un


segundo de tregua, ya habían perdido a otros dos chicos no mayores de
diez años y sin poder dejar que le afectara iba corría a asistir a otro
médico…

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M: ¿Os habéis enterado no? – preguntó entrando en uno de los salones


de palacio donde tanto su padre como su madre, miraban las noticias al
tiempo que el Rey hablaba por teléfono.

R: Sí… - decía sin apartar la mirada de la televisión – es una tragedia


hija.

M: Lo sé – contestó - ¿Qué vamos a hacer?

R: Tu padre está intentando saber qué es lo que ha pasado, cuantos


heridos hay en realidad – le informó – cada canal dice un número
diferente – explicó – y sería bueno ir a visitar a los heridos y al equipo
médico de los hospitales, que deben estar haciendo una gran labor.

M: Sí… aunque sinceramente… no creo que eso ayude mucho a las


familias – dijo impotente.

R: En este momento necesitan apoyo – contestó – es lo que vamos a


darle, todo nuestro apoyo.

M: Ya lo sé… - volvía a mirar las noticias.

“Las ultimas cifras ascienden a cincuenta el número de muertos y aún


siguen llegando heridos a los diferentes hospitales de la ciudad.
Personas anónimas se han acercado a ellos con la intención de donar
sangre por si fuera necesario. Las familias van llegando desoladas a los
centros hospitalarios donde se han habilitado varias salas donde
recibirán ayuda psicológica”

M: Voy a hacer una llamada – dijo levantándose de allí, buscando su


teléfono para intentar hablar con Esther.

- Hora de la muerte 20:34 – declaró el médico que estaba


atendiendo a una de las profesoras.

Esther miraba con el rostro cansado y afectado, salió de aquel box


mirando a su alrededor, había vivido desgraciadamente, algún otro día
como aquel y no se acostumbraba, sabiendo que era su trabajo, no se
acostumbraba a tanta desgracia en un solo día… sintió vibrar su móvil
en el bolsillo de su bata, lo sacó, lo cogió y miró la pantalla.

E: Hola – dijo buscando un lugar tranquilo, con la voz bastante


compungida.

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M: Cariño, ¿Cómo estás? – preguntó.

E: Esto es horrible Maca – dijo ya dentro de la sala de enfermeras donde


se encontraba sola.

M: Lo sé, cariño, lo sé – contestó.

E: Tantos niños, Maca – decía con las lágrimas saltadas.

M: Venga, mi amor, tranquilízate – intentó calmar – estáis haciendo un


gran trabajo.

E: Es que… Maca, cariño… se me acaba de morir una chica… de mi


edad, era una de las profesoras – le decía – y dos niños… y siguen
llegando y… estamos desbordados…

M: Me gustaría estar ahí contigo – continuó diciendo sintiendo su pena –


y darte un abrazo…

E: Y yo que estuvieras…

No pudieron hablar mucho tiempo más, Esther tuvo que volver a atender
a varios pacientes… Maca preocupada quedó mirando el móvil algunos
segundos… escuchó como su padre la llamaba y fue a su encuentro.

Eran cerca de las dos de la mañana cuando todo parecía comenzar a


calmarse… los ánimos estaban totalmente por los suelos. Nadie quería
irse por si había alguna urgencia más… pese a que el mismo director del
hospital había mandado a casa a aquellos que no tenían turno, ella quiso
quedarse. Maca había vuelto a llamarla y hablar con ella había sido
como un bálsamo que le daba fuerzas para no venirse abajo…

A primera hora de la mañana, el director reunió a los médicos para


comunicarles que algún miembro de la familia Real, junto con
representantes del gobierno visitarían el hospital, para ver a los heridos
y agradecer la gran labor del personal sanitario de los diferentes
hospitales que habían atendido a las victimas de la tragedia.

Y como bien había dicho, a media mañana, la princesa Macarena junto


con el ministro del interior, aparecieron en urgencias, pasando por un
montón de periodistas que llevaban allí toda la noche a la espera de
alguna noticia. La princesa buscaba con la mirada a Esther que no
quería mirarla por miedo a delatarse ella misma.

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Uno a uno fueron saludándola como dictaba el protocolo. El director del


hospital los iba presentando, los nervios de Esther se hacían patentes al
ver que se acercaba a ella y Maca los disimulaba a la perfección.

S: Ella es Claudia – les decía – Neuróloga de urgencias.

M: Un placer – contestaba poniéndole cara al fin a aquella amiga de su


chica.

C: Alteza – dijo haciendo una reverencia.

S: Y Esther – llegó pro fin a su altura – jefe de enfermeras de urgencias.


Atendió al Rey cuando sufrió aquel infarto - recordó

M: Sí, lo recuerdo – la miró evitando que salieran por su mirada aquellos


sentimientos – encantada de volver a verla – afirmó con una sonrisa y
dándole la mano para acariciarla levemente dándole su apoyo.

E: Igualmente Alteza – contestó haciendo la correspondiente reverencia


y sintiendo aquella leve caricia en su mano.

Tras presentar al equipo médico, visitaron a los pacientes que habían


sido ingresados. Estuvieron un buen rato hablando con los niños que
presentaban heridas más leves e interesándose por la evolución de los
que estaban más graves. Hablaron y dieron todo su apoyo a las familias
de los afectados, quienes agradecían aquel gesto aunque poco hacían
por paliar su pena.

Casi cuando ya se estaban despidiendo vio el rostro de Esther y sintió la


imperiosa necesidad de abrazarla, darle un beso y darle todo su cariño
sabiendo que estaba afectada. Mientras se despedían del director del
hospital pidiéndole encarecidamente que la mantuviera al tanto de la
evolución y recuperación de los pacientes no podía evitar mirar a su
chica que tras ellos se obligaba a no mirarla.

M: Disculpe – dijo al director – necesitaría ir a refrescarme un poco.

S: Sí, claro – contestó – un segundo – miró a su alrededor, buscando a


alguien que estuviera libre - ¡Esther! – la llamó, ella se acercó – por
favor… acompaña a la Princesa a refrescarse.

E: Claro – dijo mirándolos alternativamente a ambos – sígame Alteza –


pidió.

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Anduvieron por el hospital, perdiéndose por un pasillo para llegar a los


baños exclusivos para los médicos. Macarena sonreía sin poder evitarlo,
pese a las condiciones que la habían llevado allí, no podía evitar sonreír
al verla hablarle como lo había hecho y mirarla de la manera que lo
hacía. Carlos las acompañaba quedándose en la puerta. Ellas entraban
al servicio sin que nadie las viera.

M: Mi niña – dijo abrazándola como había querido hacerlo desde que la


había visto - ¿Cómo estás?

E: no lo sé – contestó perdida en sus brazos – aún no lo he asimilado,


creo – se abrazaba más fuerte – necesitaba esto, cariño.

M: Lo sé, mi amor – besó su cabeza – lo sé…

E: Maca… esos niños… - sentía que se pondría a llorar de un momento a


otro, de impotencia, de tristeza.

M: Ya cariño… lo estás haciendo muy bien – se separó de ella para que la


mirara – estoy muy orgullosa de ti – dijo besándola con ternura.

Carlos las avisó que debían salir si no querían que alguien sospechara,
ellas se miraron, volvieron a besarse, a abrazarse, dándole esos ánimos
que sabía su chica necesitaba. Maca prometió escaparse esa noche para
ir con ella, Esther lo agradeció, realmente ese día, necesitaba de su
compañía…

Llegó a casa cansada, se metió en la ducha donde permaneció un buen


rato liberando toda aquella frustración, dejando escapar lágrimas de
impotencia, sintiendo como poco a poco la presión que había sentido
dejaba paso al cansancio que se había negado a sentir.

Se puso un chándal cómodo y se tumbó en el sofá a descansar un rato


mientras leía un sms que Maca acababa de enviarle avisándola que
aquella noche estaría con ella. Cerró los ojos intentando ahuyentar
aquellas imágenes…

No supo cuanto tiempo había dormido pero no debía ser mucho puesto
que aún había bastante claridad. El sonido del timbre la había sacado de
su duermevela, se levantó mirando el reloj, como pensaba era aún
temprano para que Maca llegara, el insistente sonido hizo que se
levantara cansada para abrir.

E: Hola, Claudia – saludó apoyándose en la puerta.

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C: Hola – contestó entrando en el piso, con el rostro algo serio.

E: Pasa… no te cortes – dijo cerrando la puerta y entrando tras ella.

Con el gesto serio y los brazos cruzados, Claudia la miró sin moverse,
Esther respondió a la mirada extrañada, se sentó en el sofá y la invitó a
hacerlo, cosa que rechazó la neuróloga.

E: ¿Estás enfadada conmigo por algo o…? – preguntó al ver que no decía
nada.

C: Será mejor que te lo suelte directamente – le dijo dando un par de


pasos por la habitación – Dime que no estás liada con la Princesa – soltó.

E: ¿¡Qué!? – exclamó Esther.

C: Dime que no estás liada con ella – repitió – que no erais tú y ellas las
que hablabais y os besabais en el baño – continuó, haciéndole ver a
Esther que no habían estado a solas – dime que yo me estoy volviendo
loca y que lo he imaginado.

E: …

C: Esther – la llamó – dime que no es verdad.

E: No es verdad – dijo con la boca pequeña.

C: ¡Pero no me mientas! – protestó.

E: Has dicho que te diga que no es verdad – continuó.

C: O sea que es cierto – decía totalmente alucinada – estás liada con la


Princesa – Esther bajó la cabeza asintiendo levemente - ¿Estás loca?
¿Cómo se te ocurre liarte con ella? ¡Esther!

E: ¿Qué quieres que te diga, Claudia? – dijo levantando la cabeza.

C: No puedo creerlo – continuaba - ¿Pero tú sabes donde te has metido?


Estamos hablando de la Princesa, Esther, ¡La princesa! – elevó el tono.

E: ¿Crees que no lo sé? Joder… - dijo ella del mismo modo – pero no lo he
podido evitar… no lo hemos podido evitar.

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C: No, es que no me lo puedo creer – continuaba hablando ahora para


ella misma – esto es una broma… me estás tomando el pelo… tu no
puedes estar con doña Macarena… - continuaba – es absurdo…

E: ¿Por qué? – preguntó haciendo que la mirara, levantándose ahora ella


- ¿por qué es absurdo? – volvió a preguntar algo ofendida.

C: Por que es la heredera, Esther – contestó con obviedad – porque no


puedes estar con ella… porque ella tendrá que casar…

E: No quiero escucharte – la cortó, no queriendo que nadie le dijera con


palabras lo que ella sabía de sobra.

C: Pues me vas a tener que escuchar – continuó – ¿es que no te das


cuenta? Esto no te lleva a ningún lado… tienes que dejarla – dijo a modo
de sentencia.

E: No voy a dejarla – dijo con convicción.

C: Joder, entra en razón, por favor – intentó calmarse – piensa en…

E: Claudia, no quiero pensar en nada – la volvió a cortar – solo quiero


que no me digas nada.

C: Es que… es que… - no sabía qué decirle – sinceramente, prefería


creer que estabas con una mujer casada – le dijo.

E: Pues estoy con ella – dijo con seguridad – y me da igual lo que


pienses, que alucines o lo que sea – continuó – quiero estar con ella.

C: Eso es imposible – afirmó, no queriendo dañarla pero sabiendo que


alguien tendría que decirle algo – y lo sabes…

E: No será tan imposible cuando llevamos cuatro meses y medio


juntas… - rebatió.

C: Mira, me da igual el tiempo que lleváis juntas – contestó tras un


silencio en el que intentaba asimilar toda aquella información…
alucinando era poco para como estaba – Lo que quiero es que la dejes
antes de que esto se os vaya de las manos – continuó – por tu bien,
Esther, déjala.

E: No – negó rotunda – no voy a dejarla.

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C: No lo entiendo… te juro que no lo entiendo… te tenía por una persona


inteligente, Esther… ¿No entiendes que tienes que dejarla? – preguntó
de nuevo elevando un poco el tono de voz.

E: ¡Lo único que entiendo es que la quiero! – contestó en el mismo tono,


callándole la boca a su amiga – y no puedo dejarla porque la quiero –
dijo bajando el tono, dejando caer su cuerpo sobre el sofá, sabiendo que
Claudia podía tener razón, pero siendo incapaz de hacerle caso.

En el quicio de la puerta del salón, habiendo entrado con la llave que


días antes le había dado Esther, Macarena la miraba con una emoción
enorme en sus ojos… dio un par de pasos sorprendiendo a las dos
mujeres que habían quedado calladas tras la última afirmación. Claudia,
más alucinada aún que antes vio algo alejada como la princesa en
persona se arrodillaba frente a su amiga…

M: Yo también te quiero – dijo tomando su mentón para levantar su


rostro y decirlo mirándola a los ojos, besándola después lentamente al
tiempo que con sus pulgares borraba las lágrimas que vertían los ojos de
su chica.

Quedaron mirándose a los ojos olvidando que alguien más estaba allí,
sonriendo al escucharse la una a la otra y susurrándose de nuevo un te
quiero dicho desde el corazón. Maca acariciaba la mejilla de la
enfermera arrastrando los últimos rastros de lágrimas al tiempo que le
regalaba un nuevo beso y Esther no pudo más que sonreír al sentirla tan
y tan suya…

C: Ejem – carraspeó Claudia bajando la cabeza, sin saber si alegrarse o


volver a poner el grito en el cielo.

M: Perdona – se levantó, Esther la imitó – Encantada de conocerte,


Claudia – dijo extendiendo su mano – más familiarmente, me refiero.

C: Alteza – dijo haciendo una reverencia.

M: Maca, puedes llamarme Maca – continuó diciendo con una sonrisa –


eres la mejor amiga de Esther así que… podemos dejar el protocolo para
otro momento.

C: Preferiría seguir tratándola como se merece, Alteza – contestó


poniendo distancia, pese a aquella declaración de la que había sido
testigo no podía dejar de pensar en como lo pasaría su amiga llegado el
momento.

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M: Como prefieras – le dijo algo decepcionada, aunque una parte de ella


la entendiera.

C: Será mejor que me vaya – anunció cogiendo sus cosas – te llamo,


Esther, o sino nos vemos mañana en el hospital.

E: Vale – respondió bajando la cabeza – te acompaño.

C: Alteza – volvió a decir a modo de despedida, con una nueva


reverencia y acercándose a la puerta tras dejar a Maca mirándola de
lejos, preocupada – piensa lo que te he dicho, Esther por favor –
murmuró ya abriendo la puerta.

E: No hay nada que pensar, Claudia – afirmó con convicción – mañana


nos vemos.

C: Como quieras – dijo bajando los hombros en señal de derrota,


saliendo al fin y casi chocando con uno de los escoltas – perdón.

Ca: No, discúlpeme usted, señorita – dijo amable – la acompaño…

Mientras, Esther cerró la puerta y volvió dentro donde Maca la esperaba


con cara de circunstancia, se abrazó a ella dejando salir la tensión de su
cuerpo y se sintió enormemente segura entre sus brazos. La princesa
acarició su cabello, sabiendo que necesitaba tenerla de esa manera,
estrechando más el abrazo cuando vio que Esther lo hacía.

M: Creo que no le he caído muy bien – dijo medio lamentándose.

E: Solo se preocupa por mi – contestó separándose un poco de ella –


pero ya le he dicho que no hay de qué preocuparse.

M: Esther… - deshizo el abrazo – hay cosas en las que tenía razón y…

E: Maca… mi amor – se acercó a ella haciendo que ambas se sentaran –


he tenido un día horrible y lo único que me apetece es que me abraces y
me mimes… no quiero hablar de nada… ahora no, por favor – pidió y
Maca no pudo negarse a esa mirada – solo quiero estar así contigo –
terminó de decir acoplándose a su cuerpo.

M: Mi niña…

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Durante los siguientes minutos quedaron de esa manera, Esther


apoyada en su pecho y Maca abrigándola con su abrazo. Ambas
pensativas, ambas sin querer pensar… en un silencio cómodo a la vez
que algo extraño… era raro… esa declaración que había llegado en el
mejor momento y sin embargo todo teñido de una sombra extraña que
las perseguía desde el comienzo de todo… y querían seguir sin pensar,
querían continuar sin toparse con la realidad… querían… deseaban
quedarse en ese mundo que habían creado solo para ellas, donde nada
ni nadie podía entrometerse…

E: ¿Lo que has dicho, lo has dicho de verdad o porque me has escuchado
a mi? – soltó de pronto, logrando que Maca la mirara con el ceño
fruncido.

M: ¿Crees que diría una cosa como esa sin sentirla? – devolvió la pelota.

E: No… - contestó – es solo que… no sé… como lo has escuchado pues…


tal vez…

M: Mi amor, mírame - hizo que la mirara – lo que he dicho lo he hecho


porque lo siento, no porque te haya escuchado o porque sea lo que
debía decir… simplemente porque es lo que siento por ti – aseguró –
porque estoy enamorada de ti, Esther… simplemente porque te quiero.

E: Yo también te quiero – afirmó acercándose a ella – y no quiero que


esto acabe nunca… - dijo muy bajito.

M: Yo tampoco, mi vida – susurró comenzando a besarla – yo tampoco…


- finalizó para fundirse en sus labios, perdiéndose en ellos y en esa piel
que la llamaba a gritos para poco después, ir con ella al dormitorio
donde se hicieron el amor demostrándose lo que sentían la una por la
otra.

Eran las ocho de la mañana, entre bromas, risas y besos terminaban de


vestirse después de haberse quitado las prendas una a la otra más de
una vez haciendo que algo tan simple se hubiera convertido en algo
bastante complicado. Los chicos ya la esperaban, con un café cada uno
parados en la plaza de garaje de la enfermera quien había dejado el
coche en la calle el día anterior, para facilitarles las cosas. Ellas seguían
en ese juego de caricias, besos y risas tontas que solo les sale a los
enamorados. Asegurándose de que no había moros en la costa, salieron
del piso para tomar el ascensor.

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E: Te quiero – decía jugando en su cuello, provocándole cosquillas a


Maca.

M: jajaja – reía – para loca, me haces cosquillas.

E: Pues ayer no decías lo mismo – continuó, metiendo las manos bajo su


camisa para tocar su piel.

M: Cariño… - la paró – venga que tienes que ir a trabajar y yo también…


- decía viendo que llegaban ya a la planta baja.

E: Dime que me quieres – pidió abrazándola.

M: Te quiero, mi amor – la besó – te quiero mucho.

El sonido del timbre del ascensor les hizo saber que ya habían llegado al
vestíbulo y aunque Maca debía bajar una planta más, quiso salir con ella
para arañarle algunos segundos más al reloj.

No había nadie por allí, por lo que pudieron aprovechar unos minutos
más llenándose de besos y palabras tiernas, cuando vieron que o se iban
o no llegarían se despidieron de verdad.

E: Me voy – dijo llegando a la puerta de salida – que llegaré tarde…

M: Sí, pero ven aquí y dame un besito – la siguió.

E: Maca… que tú no quieres solo un beso y lo sabes – sonrió.

M: Que sí… uno pequeñito – pidió poniendo morritos, Esther se lo dio y


sin poder borrar la sonrisa abrió la puerta para salir – he dicho
pequeñito, pero que al menos me entere – dijo haciendo amago de salir.

E: ¡Maca, estas loca! – se dio la vuelta – te puede ver alguien – dijo


mirando alrededor, la suerte parecía que seguía de su mano pues allí no
había ni un alma.

M: Estoy muy loca – dijo agarrando su cintura y acercándola de nuevo a


ella – tú me has vuelto totalmente loca.

E: Umm… tonta – susurró sucumbiendo a sus encantos volviendo a


entrar y cerrando la puerta.

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M: Ahora sí puede usted irse a trabajar – dijo orgullosa por su hazaña al


ver la cara que se le había quedado a su chica.

E: Eres mala – se separó – muy mala – repitió ya saliendo de allí.

M: ¡Yo también te quiero! - casi gritó antes de que se cerrara la puerta.


Vio como andaba hasta su coche, ella volvió al ascensor y bajó hasta el
garaje.

Esther se dio la vuelta antes de entrar en el coche. Su sonrisa se borró


en parte al recordar la escena del día anterior con Claudia, suspiró… no
sabía si tenía que hablar con ella pero de lo que sí esperaba que pasara
lo que pasara, su amiga no fuera demasiado dura… necesitaba que la
apoyara… lo necesitaba.

Aún sin entenderlo, aún sin que le pareciera bien, Claudia no pudo más
que rendirse a la evidencia de que Esther no había sonreído así nunca
desde que la conocía… así que simplemente… le dio un abrazo, le
susurró que estaría allí cuando lo necesitara y le dio todo su apoyo.

En varias ocasiones había intentado hablar con ella, no para que la


dejara, sino para que viera lo complicado de todo aquello, pero la
enfermera siempre se las ingeniaba para evitar el tema o llevarlo a otro
lado.

Dos semanas había pasado desde aquel día en el que Claudia se enteró
de todo y la veía tan feliz… que no supo decirle nada para que entrara
en razón, y es que poco se podía hacer cuando se está enamorado de
esa manera… cuando todo lo demás deja de existir al verla aunque sea
de lejos… la razón deja paso al corazón y es él el que manda, lo demás…
lo demás va sobrando en el cuadro.

Durante esos días, no habían podido verse, Macarena había estado


envuelta en reuniones y actos que la habían mantenido alejada de ella.
Las conversaciones telefónicas se alargaban hasta altas horas de la
madrugada… hasta que alguna de las dos caía rendida al mundo de
Morfeo escuchando la voz o simplemente la respiración de la otra.

Ese día, por fin, tras quince de ausencia, al fin habían encontrado un
tiempo para ellas. La princesa había recogido a Esther en el hospital,
enfundada en su chupa de cuero, su casco oscuro y el pelo recogido
dentro de él para no ser reconocida.

E: Me voy – dijo al verla parar la moto en la entrada de urgencias.

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C: Vale – contestó con una sonrisa algo forzada al tiempo que la miraba
con preocupación – diviértete.

E: Lo haré, te lo aseguro – sonrió más ampliamente para andar hacia


ella, saludarla con un sutil gesto y subir a la moto

T: ¿Tú sabes quien es? – preguntó Teresa a Claudia que no había dejado
de mirarlas.

C: ¿Yo? No, no Teresa, no tengo ni idea – mintió.

T: Ya… vosotras os creéis que yo me chupo el dedo – dijo algo molesta –


sé que lo sabes, lo que no sé es porqué me lo ocultáis… con lo que yo
quiero a Esther y lo que me alegro de verla tan feliz…

C: Sí, Teresa – dijo sin querer continuar con esa conversación.

T: ¡Pero dime quien es! – protestó al ver que se alejaba.

C: Que te lo cuente ella – contestó dejándola con la palabra en la boca y


saliendo del hospital.

T: Desde luego… es que… es que yo no sé qué pinto en este hospital –


decía totalmente indignada mientras cogía varias carpetas – a mi nadie
me cuenta nada…

En el pisito de la Princesa, tras un rato de tranquilidad en el que habían


disfrutado de su compañía, hablando y contándose lo que habían estado
haciendo esos días en los que no habían podido verse; los besos y las
caricias no cesaban, necesitaban sentirse, tocarse, amarse sobre todas
las cosas y evadirse del mundo completamente… se olvidaron de comer,
del cansancio, de todo, solo para volver a estar juntas como lo habían
deseado en esas dos semanas en las que no habían podido verse.

E: Umm, te he echado mucho de menos – decía tumbándose en la cama


y viendo como Maca se iba desnudando para ella.

M: Y yo a ti – contestó sugerente – mucho, mucho, mucho – decía


mientras se iba acoplando a su cuerpo.

E: Pero… quiero que sepas – la besaba – que lo de estos días no estuvo


nada mal…

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M: Lo de estos días… - hacía como si recordaba perdiéndose en su cuello


– vas a tener que recordármelo… - besó sus labios – no me acuerdo… -
sonrió con picardía.

E: Lo del lunes… - correspondía a los besos acariciando su espalda – lo


del miércoles – decía con el mismo tono que Maca.

M: Es verdad… no estuvo mal – la acariciaba cada vez con más pasión,


sintiendo como poco a poco la respiración de su chica se hacía más
profunda – pero digo yo – bajó a su pecho para llenarlo de besos – que
esto es mucho mejor que hacerlo por teléfono ¿no?

E: Ahh – gimió – mucho mejor…

M: Y lo que viene ahora mucho más – terminó de decir besándola


profundamente para ocultarse bajo las sábanas descendiendo por su
cuerpo llenándola de besos hasta llegar a aquel punto donde sabía que
su chica perdía el sentido…

El despertador la hizo salir de su sueño, estiró el brazo con la intención


de apagarlo y al hacerlo sintió su cuerpo pegado al suyo. Su imborrable
sonrisa volvió a instalarse en su rostro aún sin abrir los ojos. Se dio la
vuelta, y acostumbrándose a la luz, la miró… totalmente relajada, con
una sonrisa en los labios y aferrándose a su cuerpo.

M: Mi amor – comenzó a decir muy despacito acercándose más para


besar levemente su piel – cariño… vamos que tenemos que irnos…

E: Umm… Maca, un poquito más – pidió con voz somnolienta.

M: Anda cariño, que se nos va a hacer tarde – siguió despertando –


tienes que ir a trabajar y yo también…

E: Jo… eres una aguafiestas – protestó, Maca la miró divertida dejando


de besarla – pero sigue… - pidió.

M: Ven aquí anda - se movió para que se apoyara en ella.

Diez minutos más tarde, lograba que al fin se despertara… por falta de
tiempo… más bien porque lo estaban deseando se ducharon juntas
comenzando un nuevo juego de caricias que las entretuvo más de lo que
debían, así que con la hora encima se vistieron y tomaron un café

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rápido, despidiéndose en la puerta algo más apresuradamente de lo


normal para al fin poner rumbo a sus obligaciones.

Entró en el hospital con una sonrisa de oreja a oreja, incluso dando


envidia a todo aquel que se cruzaba con ella. Al llegar a recepción se
encontró con la sustituta de Teresa, extrañada firmó el parte.

E: ¿Teresa no viene hoy? – le preguntó.

- Sí, si viene, pero viene con retraso, no sé qué del metro y


luego el autobús – contestó.

E: Ah, vale – dijo dejando la preocupación al lado, ya que el hecho de


que Teresa no estuviera en su puesto de trabajo con su puntualidad
inglesa era, como mínimo, preocupante.

En los vestuarios se cambiaba de ropa mientras tarareaba una canción,


salía saludando a todos con una alegría desbordante y es que pasar la
noche con su chica, después de dos semanas sin verse para ella era lo
mejor del mundo.

Viendo que por el momento no la necesitaba nadie entró en cafetería


para tomarse algo,al no encontrar a ningún compañero cogió un zumo y
unas galletas y fue con ellos a la sala de médicos, allí, Claudia, sentada
en el sofá, la miraba con una mezcla de alegría y preocupación, tomó un
zumo y unas galletas y se sentó a su lado.

E: Buenos días – dijo medio cantando.

C: Para ti por lo que veo si que son buenos – no pudo evitar sonreír al
verla tan radiante de felicidad.

E: Sí, he pasado una noche maravillosa y bueno ¡estoy feliz!

C: Pues me alegro – rió al ver la efusividad en sus palabras – así que


noche romántica ¿eh?

E: Síii, ha sido… ays – suspiró – no puedo describirlo… es que mi niña es


tan… y… tan… - no le salían las palabras para decir como se sentía ni lo
que sentía – bueno eso, que ha sido una noche fantástica.

C: Ya…

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Reconoció el tono de ese “ya”, uno intranquilo, preocupado, un “ya” que


posiblemente sería el preludio de una nueva conversación… suspiró
imperceptiblemente, sabía que Claudia se alegraba por ella pero le
gustaría tanto que dejara de hablarle del mismo tema…

E: Mi teléfono – dijo escuchando el sonido de su móvil, agradeciendo a


quien llamaba por interrumpir esa charla, miró la pantalla y sus ojitos se
iluminaron – hola mi amor – canturreó.

M: Hola cariño – contestó de igual modo – ¿estás ya en el hospital?

E: Sí, he llegado hace unos diez minutos… estoy ahora tomándome un


café que de momento no tenemos nada.

M: Me alegro – afirmó – así no te interrumpo.

E: Tú nunca interrumpes, cariño – dijo melosa - ¿Dónde estás tú? –


preguntó ahora ella.

M: Seguimos en el coche – dijo medio fastidiada – en un atasco…

E. Pues vas a llegar un poco tarde – miró su reloj sabiendo que tenía una
reunión con su padre que debía haber empezado hacía ya diez minutos.

M: Lo sé – suspiró frustrada – ya les he dicho a los chicos que vayan todo


lo rápido que puedan en cuanto salgamos de este atasco.

E: Mi amor… - la regañó – que espere tu padre… pero no me gustaría


tener un disgusto.

M: Tranquila, mi vida – la calmó – no va a pasar nada y por lo visto esa


reunión es importante… - informó – me acaba de llamar mi madre para
decirme que me diera prisa.

E: ¿Ha pasado algo Maca? – preguntó preocupada.

M: No, no creo – contestó – es solo que mi padre se pone nervioso… ya


sabes… cosa de Reyes – dijo algo chistosa – pero que yo te llamaba para
otra cosa – cambió de tema

E: Dime – sonreía, Claudia miraba hacia otro lado.

M: Que te quiero – susurró – que esta mañana no te lo he dicho porque


nos hemos despedido con prisas, pero que te quiero mucho, mi amor.

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E: Y yo a ti, tontita – respondió con ternura y melosilla.

M: Solo era eso, cariño – continuó – decirte que te quiero y que te llamo
luego para saber si podemos vernos ¿si?

E: Sí. Hasta luego, cariño – se despidió – un beso.

M: Otro para ti – dijo antes de colgar el teléfono, quedando un segundo


sonriente, para instantes después sentir que el coche volvía a tomar
velocidad – menos mal, ya nos movemos – dijo a los chicos que
asintieron con una media sonrisa pero sin hacer comentario alguno a esa
conversación que habían escuchado.

Quince minutos después y aún seguía en el gabinete, parecía que ese


sería un turno de esos en los que no entraría ninguna urgencia.
Hablaban ahora sobre la posible nueva conquista de Claudia y es que
entre bromas y risas, Esther había podido sonsacarle que había conocido
a un chico con el que empezaba a verse con asiduidad.

C: Esther, déjalo ya anda – decía muerta de vergüenza – de momento


solo nos estamos conociendo.

E: Va… pero cuéntame quien es, o donde lo conociste – insistía.

De pronto, escucharon como se abría la puerta con brusquedad, y


alguien dando una carrera para llegar como un huracán a gabinete y sin
mirar a nadie buscaba con prisas el mando a distancia de la televisión,
Claudia y Esther se miraron sorprendidas al ver a Teresa en ese casi
ataque de histeria.

T: Ay Dios mío – decía nerviosa sin encontrar el mando – ¡Ay Dios mío! –
repetía - ¡El mando! ¿Dónde está el mando? – rebuscaba entre algunas
carpetas que había sobre la mesa.

C: Teresa ¿qué te pasa? – quiso saber al verla de esa guisa.

T: La princesa – les dijo sin dejar de buscar, Esther se tensó, Claudia miró
a su amiga – Ay Dios mío la Princesa – seguía diciendo.

C: La Princesa ¿qué? Teresa ¿Qué? – preguntó al ver que su amiga no se


movía del sitio, pensando no sabía qué cosa.

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T: Pues que… ¡ay! Que venía escuchándolo en la radio – continuaba


acelerada – Ay Dios la Princesa – seguía diciendo – aquí está – dijo por fin
una vez encontrado el aparato.

E: Teresa, ¿qué pasa? – consiguió decir, bastante nerviosa al ver su


estado… ¿Qué le había pasado a su chica? Se preguntaba muerta de
miedo.

T: shhh – chistó para que callara al tiempo que encendía el televisor y


buscaba algún canal donde dieran la noticia.

- La Noticia del día, o del año podríamos decir – decía una de las
presentadoras de algún programa de televisión – que nos ha
sorprendido a todos los periodistas esta mañana, es el comunicado
que ha emitido la Casa Real hace una media hora y que
recordemos dice así:
“La Casa Real se complace en anunciarles el próximo enlace de la
Princesa Heredera Macarena con Roberto Salvatierra…”

T: ¡Que se nos casa la Princesa! – casi gritó de alegría sin terminar de


escuchar la noticia…

Claudia miró a su amiga que se había quedado totalmente petrificada


mirando la pantalla del televisor, como si no se lo creyera, como si
aquello no fuera cierto mantenía la mirada fija en la pantalla a la espera
de que dijeran que era una broma o algo por el estilo.

- Bien pues, tenemos que decirles – decía una de las periodistas


que estaban en aquel programa – que nosotros fuimos los
primeros en mostrarles las primeras imágenes de la pareja hace
ya unos meses. Recordemos que la Princesa y Roberto se conocen
desde hace años y siempre se ha especulado con un posible
noviazgo entre ellos…

Ninguna escuchaba nada más, mientras en la televisión se sucedían


unas y otras imágenes de la nueva pareja, ellas no podían hacer ni n
solo movimiento.

T: Ay que alegría – soltó Teresa – que se nos casa doña Macarena…


¿Creéis que me quedará bien la pamela?

C: ¿Pamela? ¿Qué pamela Teresa? – preguntó bastante preocupada por


su amiga.

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T: Pues la que me voy a comprar para la boda hija… ¿que no te enteras?


– miró a Esther y la vio totalmente ausente – Esther… - la llamó -
¡Esther! ¡Que nos vamos de boda!

Y ante aquel grito fue cuando la enfermera pareció reaccionar y tomó


consciencia de lo que ocurría, sin poder evitarlo el vaso que llevaba
entre las manos resbaló hasta el suelo causando un susto en Teresa que
se apartó por instinto y una gran inquietud en Claudia que se acercó
sigilosa… sentía como la respiración se le entrecortaba, como las ganas
de llorar se hacían fuertes y sus ojos se llenaban de lágrimas, sintió
como su cuerpo perdía fuerza y como su estómago se revolvía al ver una
imagen de Maca y Roberto hablando y riendo en algún lugar rodeados
de gente, imágenes antiguas pero que causaban un gran daño…

E: Lo siento… tengo que… - no terminó de hablar, salió de allí como


alma que lleva al diablo…

T: ¿Qué le pasa? – dijo preocupada.

C: Nada, que tiene el estómago revuelto, Teresa - intentó excusarla –


voy a ver como está.

Sin dejar que contestara salió en busca de su amiga mientras la


recepcionista volvía la vista al televisor sonriendo al ver aquellas
imágenes.

Entró en uno de los baños escuchando como su amiga parecía estar


echando hasta la primera papilla, esperó paciente apoyada en el
lavamanos de cara a la puerta, minutos después, Esther salía envuelta
en lágrimas, sintiéndose tremendamente derrotada…

C: Esther… - susurró viéndola de ese modo.

E: Se va a casar, Claudia – dijo ahora ya rompiendo totalmente a llorar.

C: Ven aquí – dijo haciendo lo único que sabía que podía hacer en ese
momento. Abrazarla para acunarla entre sus brazos brindándole todo su
apoyo.

Mientras tanto, Maca llegaba a palacio donde veía un inusual


movimiento, pocas veces había visto tanto ajetreo, en las grandes
ocasiones, recordó, veía como todos la saludaban haciéndole una
reverencia y sonreían como si supieran algo que ella ignoraba. Pasó por

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uno de los salones donde la televisión estaba encendida y quedó


impresionada al escuchar la noticia.

M: ¿¡Qué!? – dijo alucinada haciendo que todos los que estaban allí se
volvieran a mirarla.

Terminó de escuchar todo lo que decían en la televisión y más enfadada


que en toda su vida subió al despacho del Rey abriendo la puerta con
brusquedad sorprendiendo a su padre.

M: ¿Qué significa lo que acabo de ver en la televisión? – preguntó más


como una exigencia de explicaciones que como una pregunta.

P: Cálmate y hablaremos – dijo mirándola levemente.

M: No voy a calmarme – continuó con el mismo tono – ¿Cómo es que has


mandado ese comunicado cuando no es verdad?

P: Por que es verdad – dijo con autoridad – vas a casarte con Roberto…

M: Yo no voy a casarme con nadie y mucho menos con Roberto, tenlo


claro.

P: Sí que lo harás – contestó elevando la voz – por el bien de la corona lo


harás – continuó – por el bien del País te casaras con Roberto, porque no
podemos permitirnos que salga a la luz esto – dijo sacando unas fotos
donde se veía a sí misma besando a Esther en el portal de la casa de la
enfermera – he tenido que callar muchas bocas para que esto no sea de
dominio público – decía casi furioso - ¿Es que te has vuelto totalmente
loca? – Decía - ¡Como se te ocurre hacer una cosa así!

M: Es mi vida – contesto de igual modo, una vez pudo recuperarse al ver


que en algún momento de su relación, alguien las había pillado.

P: ¡Tu vida se debe a la corona! – dijo con autoridad - ¿Sabes lo que


podría pasar si esto se sabe? ¿tienes la más mínima idea de ello? Los
republicanos están buscando una excusa para intentar restablecer la
república en este país – continuaba, ambos furiosos, ambos gritando –
nosotros tendríamos que exiliarnos y el futuro del país sería incierto ¿eso
quieres? ¿Perder todo por lo que se ha luchado por un capricho como
este?

M: ¡No es un capricho! – lo cortó - ¡La quiero!

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P: ¡Da igual! – continuó – vas a casarte Macarena y no hay más que


hablar – así que hazte a la idea, primero y ante todo está la corona –
levantó las fotos haciendo aspavientos con ellas – ¡y esto no lo puedo
consentir! ¡Así que se acabaron tus tonterías y tus experimentos! –
espetó furioso.

M: ¡No hables así de lo que siento! – protestó.

P: Esto se terminó – dijo bajando el tono pero manteniendo la autoridad


– se terminaron tus salidas, tus tonterías, Macarena… vas a casarte con
Roberto y no hay más que hablar. – sentenció.

Quedaron mirándose con rabia… no dando su brazo a torcer ninguno de


los dos, alguien llamó a la puerta alertado por los gritos y la Reina entró
preguntándose qué era lo que pasaba allí, miró a su hija, nerviosa,
irritada, con lágrimas en los ojos, intentó acercarse a ella paro Macarena
la rehuyó.

M: ¡No me toques! – dijo con furia saliendo del despacho a toda


velocidad.

Daba vueltas por la habitación en un intento absurdo por calmarse, por


intentar razonar y buscar una solución a todo aquello, no lograba hallar
nada razonable y cada vez se agobiaba más.

R: Macarena – escuchó a su madre entrar con cautela.

M: ¡Déjame sola! – espetó.

R: Tenemos que hablar hija – continuó diciendo con un tono pausado.

M: ¡Es que no quiero hablar con nadie! – contestó – solo quiero despertar
de esta pesadilla.

R: Hija… sé que es duro… - insistió su madre – pero… es lo mejor para


todos…

M: ¿Lo mejor para quien? Porque te aseguro que esto es lo peor que me
ha pasado en la vida – afirmó con convicción.

R: Maca… puede que ahora lo veas todo negro… pero a la larga te darás
cuenta que esa vida que pretendes llevar es imposible… - Maca la miró
con seriedad – comprendo como te sientes…

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M: Tú no tienes ni idea.

R: Maca, atiéndeme – pidió, intentando que se sentara – esto es lo que


somos, quienes somos y nos tenemos que acatar nuestras
responsabilidades y nuestros deberes…

M: ¿A pesar mi felicidad? – dijo incrédula - ¿ese es el precio? Por que si


es así no lo quiero – dijo con contundencia – se lo doy a Fernando.

R. Fernando no está preparado y lo sabes – continuó – sé que es duro…


sé que a veces es doloroso, pero tienes que hacer lo que debes… es
para lo que has nacido, para lo que te has estado preparando toda tu
vida… es lo que has querido siempre…

M: ¡Porque no conocía otra cosa! – elevó de nuevo el tono – porque no


sabía lo que era sentirse como me siento, como ella hace que me
sienta…

R: Sabías que esto pasaría – intentaba mantener la calma – sabías que


en algún momento esto llegaría… es lo que debes hacer, lo que se
espera de ti… es lo que eres…

M: Pues no lo quiero – afirmó categórica – renuncio al trono.

R: Será mejor que te calmes – continuó intentando razonar con ella – que
pienses bien las cosas, en el futuro del país, no en ti Maca – le dijo – a
veces… por el bienestar de muchos hay que sacrificar el nuestro, hay
demasiadas personas implicadas, mucha gente que depende de
nuestras decisiones – continuó – no podemos ser egoístas…

M: Pero…

R: Piénsalo, Maca – la cortó, dejándola allí y saliendo de la habitación


sabiendo que había tocado el punto exacto, que había apelado a su
enorme sentido de la responsabilidad… y sintiendo que una parte de ella
le reprochaba el hecho de que quizás, estaba obligando a su hija a
olvidarse de su felicidad.

Claudia había llevado a Esther a casa, sabiendo que no podría trabajar


en esas condiciones se había inventado una excusa para sacarla del
hospital. La enfermera parecía estar en shok, había dejado de llorar y se
mantenía con la mirada perdida sentada en el sofá. La miraba desde la
puerta de la cocina mientras le preparaba una tila y se preguntaba qué

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era lo que pasaría por su cabeza en ese momento. Intentaba buscar las
palabras para ayudarla pero ninguna se le ocurría.

C: Tómate esto anda – dijo llevándole la infusión.

Esther no habló, casi ni la miró, se limitó a coger aquella taza de líquido


humeante y darle un sorbo sin darse cuenta de que aún quemaba.

C: ¿Qué es lo que estás pensando, Esther? – preguntó – háblame – dijo


preocupada acariciando su pelo.

E: Tengo que hablar con ella – murmuró – tengo que hablar con ella –
repitió mirando al infinito.

Como si alguien la hubiera escuchado el timbre de la puerta sonó,


Claudia se levantó a abrir y un bastante serio Carlos se presentaba ante
ella, le invitó a pasar y al llegar al salón, vieron como Esther continuaba
en la misma posición.

C: Señorita – dijo con mesura – Su Alteza me ha mandado a buscarla –


informó viendo como la enfermera movía lentamente la cabeza para
mirarlo - me ha pedido que la lleve, quiere hablar con usted.

E: Vale – contestó afirmando con la cabeza – vamos – dijo levantándose


lentamente, como si su cuerpo pesara toneladas.

CL: Esther… ¿estás segura de…?

E: No pasa nada, Claudia – dijo con una extraña tranquilidad – estaré


bien.

Salieron ambos del apartamento de la enfermera, en el coche, se


mantenían en silencio, Esther, como hasta ese momento continuaba
ausente de todo, mirando por la ventanilla del coche, viendo como
recorrían la ciudad en un camino que se sabía de memoria.

C: Hemos llegado – alertó Carlos al ver que paraba y la enfermera no se


movía.

Subió al piso de la princesa, llamó un par de veces escuchando pasos


tras la puerta, al abrirse, se encontró con la imagen de una Maca
totalmente nerviosa y diría incluso que casi enloquecida. Nunca la había
visto de ese modo…

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M: Dios, mi amor – exclamó haciendo que entrara para acto seguido


abrazarla como lo necesitaba – no sabía nada – dijo mientras la besaba –
te juro que no sabía nada… cuando llegué a palacio me encontré con
todo esto y… hasta ahora no he podido escaparme… todo esto es una
locura – continuaba en su monólogo, Esther continuaba casi ausente –
pretenden que me case con alguien que no quiero… no sé como ha
pasado… no sé de donde han salido esas fotos… cariño…

E: Las fotos las hizo Alex – dijo sin mirarla – yo la llamé para que las
hiciera – afirmó haciendo que Maca la mirara atónita

Había solventado con éxito la sorpresa inicial que le causó saber que
existían unas fotos de ellas, había aprovechado la oportunidad para
culparse ella misma… quizás si Maca no hubiese nombrado esas
fotografías nunca se le hubiera ocurrido decir algo así… pero era lo
mejor… cerrar las puertas a todo para que así la princesa pudiera hacer
lo que debía.

Desde que estaban juntas, pese a que en innumerables ocasiones había


rehuido el tema, había evitado hablar de ello, tenía claro que algún día
llegaría algo como esto, que en algún momento pasaría algo que las
hiciera tener que decidir… cuando no estaba con Maca se pasaba las
horas sopesando las posibilidades para cuando ocurriera, pensando en
como reaccionaría ella, en como lo haría la princesa y sabía, que si ella
no daba el paso, Macarena se enfrentaría a todo el mundo por ella, tenía
claro que si le dejaba aunque solo fuera un resquicio de esperanza su
chica se aferraría a ella con todas sus fuerzas para continuar juntas… y
no podía, no podía hacer eso, no podía poner a Maca en contra de un
país entero…

Cuando empezaron su relación, sabía que para Maca llegar a ser reina
era lo más importante en su vida, era para lo que había nacido y para lo
que se había estado preparando desde siempre. Y aunque fuera la peor
manera, aunque quizás se arrepentiría durante el resto de sus días, no
podía permitir que Maca renunciara a su sueño, a lo que era, no podía
permitirlo…

Así que mintió, mintió poniendo una seguridad que no supo de donde
había salido, mintió sin saber de qué eran aquellas fotos aunque
sospechando que serían de alguna escena romántica entre ellas. Se
benefició de la información que Maca acababa de darle… y tal vez
pareciera cruel, tal vez estaba siendo demasiado dura, pero en esos
momentos, pensaba, era lo mejor que podía hacer…

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La quería, más que a nada, pero no podía luchar contra aquello, no podía
luchar contra Maca, contra lo que era, lo que tenía que ser… por eso le
dijo aquello, sabiendo que su chica conocía el trabajo de Alex, sabiendo
que Alex ya una vez intentó aprovecharse de la situación y Maca lo
escuchó…

Había pensado otra manera, otra forma de hacer las cosas, durante ese
tiempo, sin querer ponerlo en palabras y dejarlo solo en pensamientos
para no hacerlo tan real, había pensado en mil maneras diferentes de
hacerlo, pero todas la llevaba al mismo punto… tenía que cerrar a cal y
canto aquella puerta, no dejarle ver que para ella aquello estaba siendo
más doloroso de lo que pudiera imaginar… no podía permitir que Maca
renunciara a su vida por ella… al final, pensaba, sería peor… quizás
después, con el paso del tiempo Maca podría arrepentirse de la decisión
y eso sería más doloroso, podrían llegar los reproches… podría no salir
bien su relación… podrían pasar muchas cosas que le hacía pensar que
aquello era lo mejor. Ella quería creer que era lo mejor…

M: ¿Qué estás diciendo? – preguntó sin poder creer lo que había


escuchado y Esther no pudo mirarla, no fue capaz de hacerlo, si lo hacía
se vendría abajo y no podía.

E: Lo que oyes – continuó sin saber de donde sacaba esa convicción en


sus palabras, sin tener ni idea de cómo podía continuar manteniéndose
en pie – yo… yo le pedí a Alex que hiciera esas fotos…

M: No… - decía dando vueltas por la habitación – no puede ser… ¡Estas


mintiendo! – gritó – mi amor dime que estás mintiendo.

E: No lo hagas más difícil, Maca – continuó – solo he venido porque creo


que debía decírtelo…

La seguridad, la fuerza de sus palabras, la manera en que miraba, todo


parecía decirle que era cierto, todo le decía que la había vendido… que
había sido cosa suya. Se negaba a creerlo, sin embargo todo parecía tan
real… tan de verdad…

Tal vez si los nervios la hubieran dejado se daría cuenta que aquello tan
solo era un cuento chino, quizás si no estuviera tan ofuscada habría
podido leer en sus ojos la realidad, sin embargo, la presión del Rey, las
palabras de la Reina, la certeza con la que hablaba Esther… nublaban su
buen juicio haciéndole creer lo que no era cierto.

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M: No lo entiendo – decía aturdida – no lo entiendo – repetía sintiendo la


ira subiendo por su cuerpo - ¿¡Como has podido hacer una cosa así!?

E: Yo… yo…

M: ¡Creí que me querías! – gritó de nuevo sin dejarla hablar - ¡Creí que
teníamos algo especial!

E: ¿Algo especial? – logró tomar fuerzas para hablar - sé sensata Maca,


vas a ser la reina, eres la princesa… ¿de verdad piensas que esto podría
durar?

M: ¡Habríamos buscado la forma! – dijo sintiendo unas terribles ganas de


llorar.

E: ¿Cómo Maca? – preguntó del mismo modo, intentando mantenerse


imperturbable – ¿Convirtiéndome en tu amante? ¿Renunciando tú al
trono? – decía sin darse cuenta que estaba tirando al traste sus planes –
Tú quieres ser Reina… es lo que más quieres, ¿O no es cierto? Dime
Maca… ¿Estarías dispuesta a dejarlo todo? ¡Dime! ¿Cómo lo haríamos
eh?

M: Yo… no… no lo sé – contestó sin saberlo y sin darse cuenta que


Esther estaba gritando sus dudas, sus miedos, le estaba gritando
ayuda…

E: Yo sí lo sé – continuó – no podríamos… sabes que no podríamos, y yo


no quiero eso, no quiero convertirme en algo que no soy y no quiero que
tú te conviertas en algo que no eres… - se dio cuenta de lo que estaba
diciendo y suspirando volvió a tomar aquel papel que había adquirido
nada más llegar – de todos modos… ¿Qué más da? Si al fin y al cabo yo
no te quiero – anunció y nunca supo como fue capaz de decirlo – Alex
me hizo una oferta y…

M: ¡Cállate! – la cortó – cállate porque no quiero oírlo – dijo con dureza,


con una rabia que hasta a Esther le dio miedo – me has vendido,
Esther… no sé como has podido ¡Yo creía en ti! – lloró, y la enfermera
sintió que no podía soportarlo.

E: Tengo que irme – dijo queriendo salir de allí consciente de que si se


quedaba un minuto más acabaría abrazándola y diciéndole la verdad –
no tengo nada que hacer aquí.

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Maca no contestó, turbada por todo lo que estaba pasando, incapaz de


moverse dejó que se fuera sintiendo como la cólera y el dolor se
adueñaban de su mente y de su corazón, haciendo que cogiera lo
primero que vio y comenzara a tirarlo intentando así sacar su rabia…
terminando en el suelo… mientras las lágrimas salían sin remedio por
sus ojos.

La enfermera salió de aquel piso donde sintió que había dejado el alma.
No había salido del edificio y ya se arrepentía de lo que había hecho…
rompió a llorar en plena calle y comenzó a correr sin dirección fija…
intentando ahuyentar sus reproches, sus remordimientos y sabiendo que
después de aquello, ella misma se había encargado de perder su
corazón al completo.

Frente a una nube enorme de periodista, con el rostro en apariencia


sonriente, tomada de la mano de Roberto que sí sonreía sin forzarse a
ello, se presentaban en aquel jardín donde habían sido congregados los
reporteros.

M: Buenas noches – dijo con una voz pausada – sentimos el retraso – se


disculpó – como ya sabrán venimos a anunciarles nuestro próximo
enlace. – los fotógrafos no paraban de sacar instantáneas del momento,
los editores corrían a apuntar notas en sus libretas – ha sido una
decisión tomada desde la madurez y basada en… - quedó callada un
segundo sin saber si sería capaz de continuar – basada en el amor y
cariño que nos tenemos – logró decir – lo hemos pensado mucho y al fin
hemos decidido dar el paso.

R: Estamos encantados – continuó Roberto sintiéndose importante –


felices y enamorados – miró a la Princesa que correspondió a su mirada,
haciendo creer a todos los presentes que realmente se querían.

- Alteza, alteza – dijo uno de los periodistas – podría decirnos


cuanto tiempo hace que forman pareja.

M: Sí eh… - lo miró un instante – como ya saben Roberto y yo nos


conocemos desde hace bastante tiempo y… la verdad es que no
podríamos decir una fecha exacta…

R: Hace un año – dijo cortándola, haciendo un gesto cómico que a todos


les hizo reír – hace un año nos dimos cuenta que queríamos estar juntos.

M: Ehh… sí, sí – afirmó algo cortada por aquel corte que le había dado –
hace un año, más o menos.

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- ¿Cuándo será la pedida? – preguntó otro periodista.

M: Será el día 24 del mes que viene, aunque aún no está todo atado –
continuaba diciendo con amabilidad y una bastante aparente
tranquilidad – no se preocupen que serán informados con tiempo.

- ¿Y el enlace? ¿Tienen fecha ya prevista?

M: Aún no – contestó con rapidez para tomar las riendas de la


conversación, viendo como Roberto quería adelantarse – posiblemente
para Mayo del año que viene.

- ¿Cómo se han tomado los reyes esta decisión? – quiso saber


otro reportero.

R: Están encantados – Ahora sí se adelantó – y tan felices como nosotros.

M: Bien, pues muchas gracias por venir – dijo a modo de despedida –


Buenas noches.

Pese a que algún periodista quiso hacer alguna pregunta más, ella no
aguantó y decidió salir de allí, aún tomada de la mano de Roberto, quien
encantado con su nueva posición no la soltaba ni un segundo…

Ya lejos de miradas curiosas, la sonrisa de la Princesa se borró, haciendo


como si nunca hubiera estado allí, sus ojos se volvieron tristes y su paso
más lento.

R: Ha ido bastante bien, ¿no te parece? – preguntó orgulloso.

M: Suéltame ya – ordenó impidiendo cualquier acercamiento entre


ambos.

Quería mantenerse al margen de todo, olvidarse del mundo al completo.


A penas encendía el televisor, la radio había dejado de escucharla, no
quería comprar el periódico y evitaba a toda costa mirar alguna revista.
Lo llevaba bien, lo estaba logrando, trabajando a destajo, sin permitirse
pensar, haciendo guardias hasta que el cuerpo le decía que no podía
más, sucumbiendo al sueño que agitado no la dejaba descansar y la
necesidad de hacerlo la llevó a tomarse alguna pastilla para dormir y ni
siquiera así, lograba sentirse algo más relajada… lo peor de todo… tan
solo habían pasado dos días…

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Su sonrisa se había esfumado por completo por mucho que intentara


disimularlo. Su humor se estaba volviendo demasiado agrio, a penas
quería hablar con la gente, convirtiéndose a pasos agigantados en la
mujer solitaria que jamás habría imaginado ser.

Estaba sentada en el sofá, eran las tres de la mañana, enfadada con ella
misma no había podido dejar de dar vueltas en la cama y cansada de
hacerlo se había levantado y había acabado en el salón. Hacía calor, las
temperaturas ya avisaban de que se acercaba el verano y sin embargo,
ella estaba muerta de frío. No lograba concentrarse en las líneas de ese
libro en el que quería sumergirse, su mente, lejos de allí la traicionaba
cuando más vulnerable se sentía.

Quiso entretenerse con algo, una película, una de esas que aunque son
una chorrada tal vez puedan servir para aburrir tanto a tu mente que no
te deja otra opción que sucumbir a Morfeo… se levantó, pesada, tomó el
primer DVD que vio entre las manos y encendió el reproductor al tiempo
que con el mando, por primera vez en aquellos días, encendía el
televisor.

- Buenas noches, señoras y señores y bienvenidos a la edición


de madrugada de este telediario… - escuchó que decía alguna
locutora – la noticia del día de ayer, al igual que la de los últimos
días sigue siendo el compromiso de la Princesa Macarena con
Roberto Salvatierra a quienes se les ha podido ver esta misma
tarde asistiendo a la inauguración de un nuevo centro de…

Y dejó de escuchar, dejó incluso de respirar, su mente, mucho más


traidora que su propio corazón, decidió subir la cabeza y fijar los ojos en
aquella imagen, congelándola, parándola en el tiempo para que se le
clavara bien, para que le acuchillara el alma partiéndosela en dos…

De la mano, sonrientes y cualquiera diría que hasta felices, los futuros


esposos saludaban a las cámaras… ella, desde su posición, sentada en
el suelo con la vista fija en la pantalla no podía apartar los ojos de los
suyos… y cualquiera diría que estaba alegre, que vivía en una nube,
cualquiera sonreiría por la “felicidad” que desprendía… todos lo harían…
todos lo hacían… menos ella.

La conocía, había aprendido a leer más allá de las apariencias, aprendió


a ver en el fondo de sus ojos, dentro de su corazón y lo veía… lo sabía…
lo sentía… todo era una fachada, todo era una mentira… algo oscuro se
teñía en su mirada, demasiado bien disimulado a los ojos de cualquier
otra persona, menos para ella…

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Todo se derrumbó, todo el cansancio acumulado dejó paso al más fuerte


sufrimiento que había sentido alguna vez. El mundo se volvió en su
contra, enseñándole lo que había provocado, martirizándola con
remordimientos por las palabras dichas, por las mentiras escupidas sin
saber como había sido capaz… reaccionó al fin saliendo de aquel estado
de ausencias en el que ella misma había querido meterse para no
dañarse y la caída había sido la más dura… la más fuerte… la que
terminaba por partirle el corazón en trocitos tan pequeños que sabía, no
podría recomponer.

Y las imágenes la torturaban una tras otra, arrepintiéndose de haber


dado ese paso, de haber hecho lo que tantas veces había criticado
Maca… ella había actuado como todos, había decidido por ella sin tan
siquiera darle la opción a negarse… había intentado protegerlas a
ambas y ahora sentía que el error era demasiado fuerte, que le daño era
demasiado intenso…

Creyó que había hecho lo correcto, se había convencido a sí misma que


era lo que debía hacer, tal vez lo fuera… tal vez no… daba igual… ya
daba igual, porque la culpa que sentía al leer sus ojos era superior a
todo…

Y se desplomó, sintiendo que ella misma la había llevado de la mano a


aquellos brazos, que ella misma la había alejado de su vida de la peor
manera… se hundió, sabiendo que la había perdido por hacer lo que
creía correcto y que quizás no lo fuera tanto…

Eran las tres de la mañana, creyéndose libre había abierto la caja de


Pandora liberando todos aquellos sentimientos que había intentado
ocultar… contradiciéndose a sí misma, odiándose por sus decisiones, ya
fueran buenas o malas… eran las tres de la mañana y como una niña
comenzó a llorar rescatando todas aquellas lágrimas que había estado
reteniendo, dejando que al fin brotaran de sus ojos con la fuerza con la
que un rio desbordado busca el mar…

Era la cuarta vez que repasaba el discurso, era extraño, pero por
primera vez tenía que darle tantas vueltas. Normalmente los escribía,
los repasaba se lo leía una o dos veces y todo listo. Desde hacía días no
era capaz de retenerlo en la mente y necesitaba leerlo y releerlo varias
veces y aún así, no era capaz de mentalizarlo. Suspiró cuando escuchó
que llamaban a la puerta y algo fastidiada por la interrupción dio paso a
quien fuera que la requería.

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C: Buenas días Alteza – dijo Carlos entrando en la biblioteca.

M: Buenas días, Carlos – contestó mirándolo tan solo un segundo para


después volver la vista a los folios - ¿Ocurre algo?

C: Venía a avisarle que saldremos en media hora – informó – este será el


itinerario – le extendió un nuevo papel que miró por encima.

M: Bien, gracias – vio que no se movía y lo miró algo extrañada - ¿algo


más?

C: Sí… bueno… estuve en su piso para recoger lo que me pidió – habló


con cautela, Macarena afirmó con la cabeza para que continuara –
encontré varias cosas de la señorita Esther y…

M: Mételas en una caja y deshazte de ellas – dijo con rotundidad – las


tiras, las quemas o haces lo que quieras pero no quiero ver nada suyo
allí – terminó de decir con una seriedad que asustaba.

C: Ya… si me permite Alteza creo que…

M: No – cortó brusca y contundentemente – lo siento Carlos pero no te


permito que me digas absolutamente nada en referencia a esa señorita.

C: Pero…

M: Carlos – volvió a cortarlo con seriedad – si quieres continuar


trabajando para mí, no vuelvas a nombrarme a esa mujer ¿estamos?

C: Claro – dijo bajando la mirada

M: Pues eso – continuó – y a Javier dile lo mismo… no quiero saber nada


de ella. Ni siquiera que existe ¿Queda claro?

C: Por supuesto, Alteza – contestó sin poder hacer nada.

M: Bien… si no quieres nada más, puedes marcharte – dijo volviendo a


su discurso – tengo que terminar con esto.

Haciendo la reverencia correspondiente, Carlos salió de aquel despacho


dejándola sola con su rencor, miró hacia la puerta un segundo para
luego volver a lo que estaba haciendo.

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En el piso de la enfermera el timbre sonaba insistente desde hacía diez


minutos. Esther tirada en el sofá con las lágrimas aún descendiendo por
sus mejillas se limitaba a escucharlo sin tener fuerzas ni para levantarse.
Al otro lado de la puerta una más que preocupada Claudia buscaba entre
sus cosas aquellas llaves de repuesto que hacía bastante tiempo le
había dado su amiga por si alguna vez fueran necesarias.

Entró en silencio viendo el desastre en el que se había convertido


aquella casa, el desorden se hacía presente y la luz del día no conseguía
entrar por las ventanas las cuales tenían las persianas echadas creando
una noche artificial en aquel lugar. Se acercó sigilosa hasta el sofá
descubriendo el cuerpo de su amiga tiritando…

C: Esther… - murmuró no queriendo asustarla.

Con la mirada perdida la enfermera giró su rostro para mirarla y aquella


imagen se le clavó en el corazón, nunca la había visto de esa manera…
tan rota… tan destrozada.

C: Venga cariño, tienes que levantarte – le dijo acariciando su rostro.

E: Me odia Claudia – logró decir gimoteando – y con razón me odia…

C: Venga, no pienses en eso ahora – contestó – tienes que levantarte e ir


a trabajar.

E: No puedo – contestó con voz débil – no puedo moverme… no puedo…

C: Vale, vale – dijo viendo que comenzaba a alterarse – shh tranquila…


estoy aquí…

E: Me odia… - repetía – sé que me odia… le he jodido al vida Claudia…

C: Esther… todos nos equivocamos – decía con cariño – todos


cometemos errores… habla con ella – se atrevió a decir – cuéntale la
verdad…

E: No… no puedo – dijo segura – no puedo hacerlo…

C: Esther… lo que no puedes es seguir así.

E: Ya no hay vuelta atrás, Claudia – decía hablando en susurros que


dejaban escapar su dolor – y me merezco que me odie… me lo
merezco… - dijo con lágrimas en los ojos.

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C: Esther… hiciste lo que creías que era correcto – contestó intentando


animarla.

E: ¿Y si no lo era? – preguntó – La he cagado… soy una persona


horrible…

C: Shh… venga Esther… no pienses eso…

E: Es que lo soy… - se lamentaba – lo soy Claudia… la he fastidiado y he


logrado que me odie… - sus lágrimas caían lentamente por su rostro –
no puedo seguir… no puedo seguir aquí – le dijo a su amiga… - no
puedo… cada vez que miro a algún sitio aparece… en todos lados… y
veo esa mirada de odio y… me parte el alma – lloraba – y sé que me la
merezco… creí que era lo mejor para ella… y ahora… - Claudia la miraba
compungida – no puedo, Claudia… no puedo…

Se abrazó a ella, sintiéndose la peor persona del universo, había creído


hacer lo correcto, lo mejor para Maca, lo que tenía que hacer para que
ella cumpliera su sueño, para que pudiera ser lo que siempre y tantas
veces le había dicho que quería ser… pero no soportaba la idea de saber
que la odiaba, no soportaba verla en todos lados acompañada de aquel
que sería su marido, que la tendría como ella anhelaba tenerla… no lo
soportaba… le partía el corazón en dos… le dolía el alma…

CINCO MESES DESPUÉS

Aparcó el coche mirando todo aquello, escuchando tan solo el silencio


reinante, respirando el aire limpio una vez salió del vehículo, estiró los
músculos mientras miraba a su alrededor. Abrió el maletero y con un
poco de esfuerzo sacó un par de cajas que traía consigo, cerró con el
mando a distancia y se encaminó hacia la puerta haciendo equilibrios
para que no se le cayera nada.

C: ¡Esther! – elevó la voz para que la oyera – abre, soy yo.

Esperó un par de minutos hasta que la puerta se abrió dejando paso a su


amiga que vestida con un traje fresco que dejaba ver la delgadez a la
que había llegado la saludaba con una media sonrisa.

C: Anda, ayúdame que pesa lo suyo – dijo haciendo un gesto para que
cogiera una de las dos cajas.

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E: ¿Me has traído todo lo que te pedí? – preguntó mirando por encima lo
que allí había.

C: Sí – contestó – tus libros, algo más de ropa, la cafetera nueva y algo


más de comida.

E: Vale, gracias – cerró la puerta de un puntapié – déjalo por ahí – dijo


señalando un hueco en frente de un ya destartalado sofá – voy a
estrenar la cafetera.

C: Creo que va siendo hora de que cambies el sofá ese – le dijo


mirándolo un segundo.

E: Es cómodo… me gusta – dijo elevando los hombros – y no está tan


mal.

C: ya… si tu lo dices…

E: Anda, siéntate – sonrió de medio lado sabiendo que ahora llegaría una
retahíla de “protestas” sobre algunas cosas que debería cambiar.

C: Teresa me ha mandado recuerdos para ti – dijo mirando todo a su


alrededor.

E: ¿Cómo está? – quiso saber.

C: Bueno, ya sabes, con sus revistas y sus cosas… y cada día más cotilla
– afirmó medio sonriendo.

E: Imagino – contestó desde su posición.

C: ¿Cuándo piensas volver? – preguntó ya sin sonreír, mientras


continuaba mirándolo todo encontrando algo que le hizo mirar por si
venía y al saberse totalmente sola, se acercó a la mesa donde un
montón de folios escritos aguardaban a que alguien los leyera.

E: No lo sé – contestó – estoy bien aquí.

C: Sí pero en algún momento tendrás que volver, digo yo – decía


mientras leía por encima.

E: Cuando sea, Claudia, no me agobies – dijo algo más tajante, saliendo


de la cocina y encontrándola leyendo lo que nadie debía leer - ¿qué

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haces? – preguntó yendo rápida hacia ella para coger todos aquellos
papeles y haciéndolos un montoncito impedía que los siguiera viendo.

C: Nada… ¿Qué es? – preguntó al ver lo nerviosa que se había puesto.

E: Son cosas mías – contestó poniéndose a la defensiva – nada


importante.

C: ya… - dijo no muy convencida.

E: ya está el café – anunció cambiando de tema – cuéntame como van


las cosas por el hospital…

Sabiendo que no hablarían de otra cosa, pues era la tónica habitual


cuando iba a verla, hablar del trabajo y poco más, comenzó a contarlo lo
que había pasado en el hospital desde la ultima vez que la vio, casi
imitando a Teresita, le contó una serie de cotilleos sobre los amores y
desamores del hospital, así como alguna anécdota sobre algún paciente
que la hizo sonreír.

C: Bueno, se me está haciendo tarde y no quiero que me pille la noche


volviendo – dijo levantándose de su asiento.

E: Vale… espera, que te quiero dar una cosa para que te lleves – dijo
saliendo de la sala, lo cual aprovechó Claudia para buscar aquellos folios
y sacándolos casi de la basura los guardó en su bolso volviendo de
nuevo al saloncito – toma – le tendió una bolsa – es la fruta que me
pediste la ultima vez que estuviste aquí.

C: ¡Genial! – se alegró – gracias guapa – dijo dándole un beso cariñoso –


y piénsate lo de volver ¿eh? Que te echamos de menos…

E: Sí… anda ve… que se te hace tarde – contestó acompañándola a la


puerta – ten cuidado en la carretera.

C: lo tendré… ciao – terminó de despedirse pasa salir de allí escuchando


tan solo el sonido del motor de su coche…

Continuando con su vida diaria, con su apretada agenda, Macarena y


Roberto seguían asistiendo a actos donde se les requería, acudiendo a
reuniones donde era totalmente necesaria su presencia, mientras iban
preparando su boda, sorteando a los periodistas , mostrándose como
una pareja feliz…

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M: Recuerda que tenemos que salir de viaje en dos días – le dijo a


Roberto.

R: Lo sé, estoy preparándolo todo – contestó sonriente - ¿Cuánto tiempo


nos quedaremos?

M: Tres días – informó – las reservas ya están hechas y la seguridad ya


está controlándolo todo – le dijo – antes de irnos te daré el itinerario y
todo lo demás.

R: Bien – sonrió – pues nos vemos mañana a primera hora – dijo


acercándose a ella para darle un beso en los labios que Maca
correspondió – hasta mañana, preciosa.

M: Hasta mañana – contestó sacando una sonrisa para ver como se


marchaba.

En un hotel de Suecia, semanas después, Macarena se mantenía en


posición seria frente a un encantado Roberto que miraba aquella
habitación, la princesa, no daba crédito a lo que veía, una sola
habitación, con una sola cama para ellos, lo cual no era lo que ella
misma se había encargado de pedir.

M: Te estoy hablando, Roberto – seguía diciendo seriamente - ¿Con qué


derecho cambias las reservas del hotel, sin tan siquiera avisarme?

R: Maca… es lo normal – dijo con tranquilidad – somos una pareja y


tenemos que dormir juntos.

M: No – lo cortó – no te confundas – continuó – tu y yo de pareja nada…


esto es simplemente un contrato, pero nada más, así que entérate
Roberto, no puedes tomar ninguna decisión sin que pase por mis manos,
yo soy la Princesa, tú, simplemente un pelele…

R: No te consiento que…

M: Tú a mi me consientes lo que a mí me de la gana – continuó sin


achantarse – ya está bien de ese afán de protagonismo que tienes…

R: Seré el rey, aunque te pese – contestó con seriedad.

M: Rey consorte – apuntó – uno que no tiene ni voz, ni voto.

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R: No te permito que me hables así – dijo perdiendo los nervios,


acercándose a ella con rabia.

J: como se acerque un solo paso más, tendrá que dar muchas


explicaciones – dijo Javier entrando en la habitación y cubriendo el
cuerpo de la princesa – ahora, señor, será mejor que se vaya a su
habitación, ya está lista.

R: Pero…

M: Ya has oído Roberto – dijo con tranquilidad – nos vemos en una hora…

Sin poder hacer nada viendo como Javier cubría las espaldas de su
protegida, se fue mascullando malhumorado algo entre dientes,
pudieron escuchar como decía algo así de hablar con el Rey… Macarena
suspiró y Javier tomando distancia la miró.

J: ¿Se encuentra bien? – preguntó.

M. Sí, todo bien, gracias – dijo quitándole importancia – es un poco


idiota… pero soportable.

J: Ya… - contestó sin saber qué decir, puesto que no podía decir lo que
quería – estaré fuera.

M: Perfecto – afirmó viendo como se marchaba y desnudándose para


entrar en la ducha, donde el agua caliente se llevó todo lo que
necesitaba apartar de su vida para continuar siendo lo que debía y
quería ser… lo que se esperaba de ella…

Cuando terminó de vestirse escuchó que llamaban a la puerta, miró el


reloj, aún quedaba un rato para tener que irse, invitó a quien fuera a que
entrara y un Carlos con el rostro serio entró haciendo la reverencia
correspondiente.

C: Alteza – dijo unos metros separado de ella.

M: ¿Ocurre algo? – preguntó al verlo con ese gesto.

C: Esto es para usted – dijo entregándole un sobre.

M: ¿Qué es? – quiso saber mientras lo tomaba entre las manos.

C: No lo sé, Alteza – contestó – me dijeron que se lo entregara en mano.

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M: Está bien – dijo algo contrariada – gracias.

C: Volveré a mi puesto – anunció a modo de despedida.

Macarena quedó mirando con extrañeza aquel sobre, que no llevaba


remitente, pero que sí tenía su nombre inscrito. Seguro que sería alguna
ultima instrucción del Rey en referencia a aquel viaje. Lo abrió y sacó un
par de papeles que contenía, los desdobló viendo que se trataba de algo
manuscrito…

Leyó la primera línea y tan pronto como lo hizo soltó aquellos papeles
como si le hubieran dado un calambrazo, se dio la vuelta y se llevó las
manos a la cabeza, en una clara señal de nerviosismo, anduvo por la
habitación de un lado a otro, mientras sentía que sus ojos iban directos a
aquellos papeles… decidida a romperlos y deshacerse de ellos llegó en
dos pasos, los cogió de nuevo entre las manos y cuando ya estaba a
punto de romperlos en mil pedazos sintió la absurda necesidad de saber
todo su contenido…
“Te quiero…

No sé cuantas veces me he repetido estas palabras a mí misma. He


dejado de contar las veces que la he escrito en tantas y tantas cartas
que nunca te mandé, y como sé que esta tampoco llegará a tus manos…
volveré a decírtelo.

Te quiero…

Parece tan fácil escribírtelo, sabiendo que no lo vas a leer, sabiendo que
no te lo diré… y no porque no anhele hacerlo, no porque no desee
plantarme frente a ti y decirte mirándote a los ojos cuanto te amo, sino
porque sé, que tras ese día, tras aquella mentira, no tengo derecho
alguno a decírtelo.

Te quiero…

Y sé que lo hice todo mal, que me equivoqué en las formas, pero hice lo
que creí que era correcto en aquel momento… nosotras no podemos
estar juntas… no podemos vivir de un sueño, ambas sabemos que en
algún momento debíamos despertar. No quise hacerte elegir, sé lo
importante que es para ti llegar a se lo que vas a ser… no pude hacerlo
mejor, no supe hacerlo mejor… y cada día me arrepiento de haberlo
hecho.

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Te quiero…

Aunque sé y comprendo que debes odiarme, que posiblemente me


hayas olvidado, que no sirvan para nada mis palabras… al fin y al cabo,
nunca las leerás. Ni siquiera tengo derecho a eso, no tengo derecho a
que las leas. Incluso pienso que ni tan siquiera tengo derecho a poner
en una hoja de papel todos mis sentimientos habiéndolos negado tan
vehementemente en el pasado.

Te quiero…

Pero tú si tienes derecho a saber la verdad, a saber por qué hice lo que
hice, tienes derecho a saber que mentí… que no tenía ni idea de la
existencia de esas fotos y que simplemente encontré la excusa cuando
tú misma las nombraste. No sé quien hizo esas fotografías, no sé qué
contenían, ni siquiera sé cuando las hicieron. Me lo inventé, para no
hacerte elegir entre lo que siempre me dijiste, una y otra vez, que era lo
que querías ser y yo… no podía hacerlo… no podía negarte el que creía
y creo es tu sueño por mi.

Te quiero…

Y sé que no sirve de nada, que ya no tiene sentido decir o hacer nada,


que ya es tarde, que la fastidié, que no supe ver otros modos y que por
ello te perdí para siempre.

Te quiero…

En mis sueños lees esta carta y se vuelven negros al ver tu reacción… la


rompes, la quemas, a veces no llegas a leerla, lloras, me odias…

Te quiero…

En otros, sonríes, me crees, me perdonas, me amas… pero solo son


sueños, fantasías de una enamorada que en este tiempo no ha dejado
de hacerlo por mucho que gritó que no te quería…

Te quiero…

Déjame escribirlo una vez más, solo una… porque es la única verdad
que tengo, las más grande, la más fuerte, que todo lo que hice, mal y
con un pésimo sentido de la corrección, lo hice por ti, por no hacerte
sufrir, no por hacernos más daño pasado el tiempo.

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Te quiero…

Y no he dejado de hacerlo nunca, ni un solo día desde que te conozco, ni


un solo segundo desde que te dije todas aquellas barbaridades… jamás
he dejado de pensar en ti.

Te quiero… y lo grito en silencio, lo escribo en papeles que luego yo


misma tiraré, porque sé que es la única forma de sacarlo de dentro, de
no olvidarte, no quiero olvidarte, sé que no puedo hacerlo… Te quiero…
y sé que estas palabras no llegarán a ningún sitio, pero al menos, es una
forma de tenerte cerca, recordarte a cada momento para decirle al
viento, que te quiero más que a nada en esta vida…

No te pido nada, porque no puedo pedirte nada… perdí ese derecho el


mismo día en que te negué lo que siento, en que te herí como nunca
quise hacerlo…

No servirá de mucho, realmente no servirá de nada… pero es que,


simplemente, Maca…

Te quiero…”

Terminó de leer… entre lágrimas y rabia dobló aquel folio entre sus
manos, queriendo borrar cada palabra allí escrita, queriendo no recordar
ni una sola parte de su contenido… y sin embargo tenía un “te quiero”
clavado en el alma…

Durante el tiempo que duró aquel viaje, no pudo quitarse de la mente


esas palabras que había leído… la sorpresa había dejado paso a la rabia
y su humor no era para nada lo que se esperaba de ella. Incluso alguien
en la prensa había comentado la repentina “antipatía” de la Princesa.

Había sometido a Carlos a un tercer grado bastante intensivo, bajo


amenaza de despido y este le había asegurado varias veces no saber de
donde había salido dicha carta. No sabía si creerlo o no pero realmente
ya le daba igual, al cuestión era que había llegado a sus manos y que
por más que lo pensaba no podía creer lo que allí se leía… demasiado el
daño causado para que ahora todo fuese una farsa…

Subía en el ascensor, sentía todo su cuerpo sin fuerzas, el llanto por fin
parecía haberle dado una tregua. Abrió la puerta de su casa
encontrándose con un montón de cajas en mitad del salón, algo de polvo
en las estanterías y un olor a cerrado que por mucho que Claudia
hubiera pasado por allí no había logrado quitar.

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Se quitó el abrigo, a la espera de que subiera su amiga, tardaba más de


la cuenta, cosa lógica por otro lado, buscar un aparcamiento a esas
horas llevaba su tiempo. Fue a la cocina, se sirvió un vaso de agua al
tiempo que buscaba aquellas pastillas que de nuevo sentía necesitaba
para dormir algo.

La puerta sonó antes incluso de que pudiera dar el primer sorbo, dejó lo
que tenía en las manos y con pasos lentos y cansados llegó a la puerta
para encontrarse con una sorpresa que jamás hubiera imaginado.

Su corazón saltó de alegría entre tanta tristeza, su garganta se secó por


la emoción, las ganas de abrazarla se hicieron con el poder de todo su
ser… sin embargo… no tuvo tiempo… ni siquiera le dio tiempo a
moverse.

M: ¿¡Tú quien te crees que eres para fastidiarme la vida cuando te da la


gana!? – soltó sin previo aviso, entrando en el piso sin recibir invitación –
dime, ¿Quién te crees que eres para hacer todo lo que haces?

E: Yo… yo – logró articular sin saber como, sorprendida por aquella


actitud, por aquella visita no cordial, eclipsada por su belleza.

M: Tú nada… tú no tienes ni idea de lo mucho que me estás fastidiando


la existencia – siguió con rabia, con ira, casi fuera de sí - ¿Cómo tienes la
desfachatez de escribirme todas esas cosas que me escribes? ¿Qué
pretendes? ¿Volverme loca? ¿Hundirme? – decía seria y perdiendo
totalmente los nervios – por que vas por buen camino, sí señora.

E: ¿De qué estás hablando? – preguntó más descolocada aún.

M: No te hagas ahora la tonta conmigo porque no te pega – soltó.

E: No sé de qué estás hablando – dijo nerviosa al verla de ese modo.

M: ¿Sabes qué? – no quería escucharla – me da igual, me da


exactamente igual por qué hiciste lo que hiciste, si es que es verdad que
te lo inventaste, porque ya no sé qué creer… - continuó – porque puede
que esto solo sea una más de tus tretas para… ¡yo que sé para qué!… lo
único que tengo claro es que me da absolutamente igual todo lo que
tenga que ver contigo – decía de carrerilla – no me interesa si lo hiciste o
no, no me interesa lo que pienses o no… lo único que quiero es que no
vuelvas a meterte en mi vida…

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Aturdida por aquellas palabras y la contundencia de las mismas, Esther


no supo qué responder, sintiendo toda su rabia contra ella, mirando
aquellos ojos que ahora se presentaban oscuros, esos ojos que antes la
iluminaban ahora solo dejaban ver la ira en ellos…

M: No quiero saber nada de ti, nunca. Así que no vuelvas a enviarme una
carta como esta – la rompió en dos y luego la tiró al suelo – hace mucho
que saliste de mi vida, entérate, Esther, hace mucho que no quiero
saber absolutamente nada de ti, es más… para mi ya no eres nada
Esther y no fue nada lo que tuvimos…

E:… - no le salían las palaras, no sabía defenderse ante tanto rencor, sus
peores presagios se cumplían de la peor manera… el peor día…

Quedó callada frente a ella, esperando tal vez una respuesta. Esther no
decía nada, continuaba sin poder creerse aquellas palabras, aquella
actitud. Macarena miró a su alrededor, frunció el ceño al ver todas
aquellas cajas... parecía que volvía de algún sitio, tal vez pensaba
marcharse... ¿qué más daba? si se iba tal vez fuera mejor... volvió a
mirarla, y fue su rabia la que continuó hablando.

M: No tienes ni idea de cuanto he llegado a odiarte – sentenció abriendo


la puerta para salir de allí del mismo modo en que había entrado…

E: Y tú no te imaginas cuanto te quiero – consiguió susurrar viendo como


la puerta terminaba de cerrarse y se iba de su vida dejándola más
herida que nunca.

Mientras tanto, en la calle, Claudia a pasos rápidos llegaba al fin a la


puerta del edificio, tras haber conseguido aparcar el coche. Al llegar
quedó parada al ver quien se encontraba allí, frunció el ceño y volvió a
acelerar el paso para llegar a su lado.

C: ¿Qué haces aquí? – preguntó con sorpresa.

Ca: Hola, cariño – saludó acercándose a ella para dejarle un beso en los
labios, viendo como aún esperaba una respuesta a su pregunta – la
princesa está arriba, quería hablar con Esther.

C: ¿Ahora? ¿Hoy? – dijo algo nerviosa.

Ca: Sobre la carta que le hicimos llegar – explicó – ha estado


preguntándome como ha llegado hasta ella y ha decidido venir ella
misma.

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C: ¿Pero como viene? Porque lo que menos necesita ahora Esther es una
bronca o algún reproche – decía bastante preocupada.

Ca: No lo sé, mi niña – acarició su rostro – pero creo que la carta le ha


removido cosas… creo que algo podrán solucionar.

C: Ufff… eso espero – contestó - ¿Tú como estás? – dijo acercándose a él


para abrazarlo – hace días que no nos vemos.

Ca: Estoy bien… preocupado, pero bien – besó su cabeza – me ha tenido


a base de preguntas un buen rato y bueno… volvió a amenazarme con
despedirme…

C. Cariño… - lo miró – no quería causarte problemas.

Ca: Tranquila, no lo hará – le quitó importancia – la conozco y sé que no


nos despedirá ni a Javi ni a mi. – besó sus labios para calmarla más -
¿Esther como está?

C: Imagínate – suspiró.

Ca: Ya… - dijo mirando a su alrededor preocupado - ¿qué tiene pensado


hacer ahora?

C: No lo sé, aún no he hablado con ella de eso – contestó – no es que


haya hablado mucho desde que fui a por ella así que…

Ca: Cariño – hizo que la mirara – cualquier cosa…

Escucharon como el ascensor llegaba a la puerta baja y se separaron por


instinto, al abrirse la puerta, el rostro de Macarena no dejaba lugar a
dudas de lo que había pasado. Los miró intermitentemente a ambos,
como queriendo saber qué ocurría allí.

M: Nos vamos – ordenó con frialdad.

C: Joder – murmuró Claudia comprendiendo que nada bueno debía haber


pasado en el piso de la enfermera y sin tan siquiera preocuparse de
hacer la reverencia protocolaria esquivó el cuerpo de la princesa y se
metió en el ascensor queriendo llegar cuanto antes junto a su amiga.

Durante el trayecto en coche Macarena no dijo una sola palabra, Carlos


se concentraba en la carretera bastante preocupado por todo lo que

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estaba pasando, al llegar a casa de la Princesa, ésta salió del coche,


miró con altivez a su guardaespaldas y comenzó a caminar hacia dentro,
estaba ya casi en la puerta cuando decidió volver.

M: Carlos – dijo dura – acompáñame, tenemos que hablar.

C: Como usted diga, Alteza – contestó sin ponerse nervioso, echándole


una mirada a Javi que se encogió de hombros.

Entraron en el despacho de la princesa, sin saludar a nadie del servicio,


cerró la puerta a la espera de que comenzara a hablar y vio como se
sentaba, él quedó en pie frente a ella. Macarena se pasó las manos por
el rostro, quizás buscando las palabras, alguna explicación a todo
aquello, algún modo de calmarse…

M: Debería despedirte – dijo al fin – has traicionado mi confianza, me has


mentido… debería despedirte.

C: Con todo el respeto solo hizo lo que creí correcto – dijo sin dudar.

M: ¡Lo correcto es que te mantuvieras al margen! – contestó – no que te


pusiera de parte de ella.

C: Pensé que debía saber la verdad de la historia – dijo fiel a su


argumento.

M: La verdad de la historia – contestó como asimilando las palabras - ¿Y


cual es la verdad? La de antes o la de ahora, porque me parece que me
he topado con una buena mentirosa – dijo con rabia – con alguien que no
ha hecho más que decir una mentira tras otra.

C: Disculpe pero… ¿no le habrá dicho todo esto a ella verdad? –


preguntó preocupado, bastante preocupado.

M: Eso no te importa – contestó – es más, nada de lo que pase te


importa – continuó – tú estás aquí para hacer un trabajo, limítate a
hacerlo – decía seria.

C: Con todos mis respetos, Alteza – dijo sin cambiar su postura – debido
al tiempo que llevo trabajando para usted, puedo decir que mi trabajo
aquí ha pasado a ser algo más que simplemente profesional.

M: Eso no te da derecho a meterte en mi vida – continuó.

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C: No, tiene razón, no me lo da – dijo ahora sí, casi perdiendo los nervios
– pero no puedo mirar hacia otro lado cuando usted se equivoca, cuando
además hiere a una buena persona que en estos momentos lo está
pasando realmente mal, por mucho que ella se equivocara en el pasado,
porque ese fue su error, equivocarse en las formas… - decía mirándola –
pero claro, era más fácil creerla, era más fácil culparla a ella porque
realmente usted tampoco hizo nada por averiguar si era cierto o no lo
que dijo hacer. Era más fácil que ella pareciera la culpable de su
compromiso… así usted no tenía que elegir, no tenía que enfrentarse a
un país entero por defender sus sentimientos. Era más fácil así ¿verdad?

M: No tienes ningún derecho a juzgarme – contestó aturdida por aquellas


acusaciones.

C: No lo tengo, es cierto – continuó – y si quiere despedirme, hágalo – le


dijo – porque ahora mismo soy yo el que no sabe si quiero seguir
trabajando para alguien que machaca a quien la ama… sobre todo el
mismo día que ha enterrado a su madre – terminó de decir haciendo que
el rostro de Maca cambiara drásticamente y lo mirara sorprendida.

M: ¿Qué? – dijo sin esperarse aquello.

C: Su madre murió ayer – le informó – hoy ha sido su entierro – continuó


– y no quiero ni pensar como estará en estos momentos en los que la
persona que más ama le habrá dicho las cosas que le habrá dicho… -
quedó callado, esperando que dijera algo o tal vez nada, Macarena ni
siquiera lo miraba – con su permiso – dijo para salir de allí – seguiré en
mi puesto hasta que usted lo ordene.

Sin decir una sola palabra escuchó como salía de aquella habitación,
todo era demasiado para ella, ahora entendía aquella mirada
tremendamente apagada que aun queriendo evitarlo había visto en los
ojos de Esther, aún las palabras de aquella carta retumbaban en su
cabeza martirizándola y junto con las que acababa de escuchar de su
guardaespaldas hacían que todo fuera más y más fuerte…
atormentándola… su madre había muerto… y aunque no lo sabía, ella
había sido todo lo cruel que había querido… posiblemente,
derrumbándola un poco más…

E: Las fotos las hizo Alex, yo la llamé para que las hiciera.

E: De todos modos… ¿Qué más da? Si al fin y al cabo yo no te quiero…


Alex me hizo una oferta y…

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C: pero claro, era más fácil creerla, era más fácil culparla a ella porque
realmente usted tampoco hizo nada por averiguar si era cierto o no lo
que dijo hacer. Era más fácil que ella pareciera la culpable de su
compromiso… así usted no tenía que elegir, no tenía que enfrentarse a
un país entero por defender sus sentimientos. Era más fácil así ¿verdad?

“No servirá de mucho, realmente no servirá de nada… pero es que,


simplemente, Maca…

Te quiero…”

C: Su madre murió ayer, hoy ha sido su entierro.

C: pero claro, era más fácil creerla, era más fácil culparla a ella porque
realmente usted tampoco hizo nada por averiguar si era cierto o no lo
que dijo hacer. Era más fácil que ella pareciera la culpable de su
compromiso… así usted no tenía que elegir, no tenía que enfrentarse a
un país entero por defender sus sentimientos. Era más fácil así ¿verdad?

E: De todos modos… ¿Qué más da? Si al fin y al cabo yo no te quiero…

Una y otra vez… una y otra vez resonando en su cabeza, martilleándole


la mente, atormentándole el alma. Una y otra vez aquellas palabras,
aquellos momentos, aquellas miradas…

Pesadillas en la noche, imágenes antiguas durante el día… en las


reuniones, mientras hablaba con su padre, en la inauguración de algo,
en la firma del cargo de algún nuevo ministro… daba igual el sitio, daba
igual la hora… a cada segundo aparecían en su cabeza, sin darle tregua,
sin dejar que se relajara…

Tenía razón… verdaderamente tenía razón… la había creído en su


momento porque quiso creerla, porque era más fácil creerla… tenía
razón. Ni siquiera quiso probar que lo que dijo era cierto, no quiso saber
más del tema, como bien le dijo Carlos, era más fácil así.

Quiso creerlo porque de esa forma dolía menos la verdad… y la realidad


era que también ella sabía que en algún momento, su historia debía
acabar. Silenció aquella parte de ella misma que le había dicho que no
era cierto. Se obligó a sí misma a creer en sus palabras…

Carlos había puesto la verdad sobre la mesa, las dos eran culpables, una
por mentirle, la otra por querer creerle la mentira.

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Recordó aquella carta, palabra por palabra… se la sabía de memoria…


recordó su cuerpecito frágil y tembloroso aquella tarde, sus ojos
perdidos, su mirada mucho más que entristecida, no había sonrisa en su
rostro. Recordó su dolor… ese dolor por la pérdida de su madre, ese
dolor por sus palabras, un dolor que no había querido ver, que lo sentía
ahora tan dentro de ella misma que tenía la necesidad de buscarla y
abrazarla, acunarla en sus brazos para curarle el corazón… y sus
lágrimas salían silenciosas sin poder hacer nada por evitarlo…

C: Alteza – la llamó Carlos, quien pese a todo seguía en su trabajo y con


quien apenas hablaba si no era algo estrictamente profesional – El Rey
quiere verla.

M: En seguida voy – contestó con un nudo en la garganta, levantó la


mirada y vio que se alejaba - ¡Carlos! – lo llamó, haciendo que su escolta
se volviera a mirarla - ¿Cómo… cómo está? – se atrevió a preguntar, por
primera vez en días era capaz de hacerlo.

C: Está, que ya es bastante – contestó pausadamente y sin querer darle


más información – El Rey la espera – repitió antes de marcharse.

Se lavó la cara queriendo borrar el rastro de sus lágrimas, se arregló la


camisa y salió en dirección al despacho de su padre, llamó y tras
escuchar la invitación entró, sentándose frente a él.

M: ¿Querías hablar conmigo? – preguntó.

P: Sí – dijo dejando lo que estaba haciendo – quería hablar contigo sobre


la boda – continuó, Maca lo miró, esperando que siguiera – los
preparativos están bastante adelantados. He estado hablando con
Roberto y los dos hemos pensado que lo mejor para todos, es adelantar
la fecha – esperó a que dijera algo, que le contradijera, que protestara,
sin embargo, ni una sola palabra salió de sus labios – Así que la hemos
fijado para el 25 de Septiembre, dentro de mes y medio – terminó de
decir esperando una reacción.

M: No quiero saber nada de ti, nunca. Así que no vuelvas a enviarme


una carta como esta… hace mucho que saliste de mi vida, entérate,
Esther, hace mucho que no quiero saber absolutamente nada de ti, es
más… para mi ya no eres nada Esther y no fue nada lo que tuvimos…
M: No me interesa si lo hiciste o no, no me interesa lo que pienses o
no… lo único que quiero es que no vuelvas a meterte en mi vida…

C: Su madre murió ayer, hoy ha sido su entierro.

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M: No tienes ni idea de cuanto he llegado a odiarte.

C: pero claro, era más fácil creerla, era más fácil culparla a ella porque
realmente usted tampoco hizo nada por averiguar si era cierto o no lo
que dijo hacer. Era más fácil que ella pareciera la culpable de su
compromiso… así usted no tenía que elegir, no tenía que enfrentarse a
un país entero por defender sus sentimientos. Era más fácil así ¿verdad?

M: Está bien – le dijo acatando aquella decisión – en mes y medio nos


casaremos – finalizó, decidiendo continuar con aquello, hacer lo que
debía, después de todo… era lo que tenía que ser, y tras escupir toda su
rabia contra Esther… debía ser consecuente con sus palabras…
suficiente daño se habían hecho ya… era hora de continuar, intentar
seguir con sus vidas… alejadas la una de la otra… quizás así, alguna de
las dos podría ser un poco feliz…

Varias personas entraban y salían de aquel despacho, prisas y nervios


ante una inminente boda que tenía a casi todo el país patas arriba.
Confirmar los invitados, elegir las flores, terminar con los últimos
arreglos del vestido, el menú… todo preparándose a contrarreloj, todos
trabajando a destajo porque aquella fuera la mejor boda del mundo.

Ella, semi-ausente, afirmaba y confirmaba alguna que otra cosa,


dejándole el resto del trabajo a sus asistentes o a la Reina que casi
estaba al frente de todo. Sentada en la mesa de su despacho revisaba
los últimos preparativos de una boda que no le hacía ninguna ilusión. En
esas se encontraba, sin casi escuchar a quien hablaba de la lista de
bodas, cuando Javier llamó a la puerta asomando la cabeza.

J: Con permiso, Alteza – dijo aún sin terminar de entrar – necesitaría


hablar con usted.

M: Adelante – invitó al tiempo que miraba a aquella chica haciéndole un


gesto para que se marchara, cosa que hizo al instante tras la rutinaria y
protocolaria reverencia – tú dirás – quiso prestarle atención.

J: Verá, necesitaría pedirle el fin de semana libre – comenzó a decir – es


mi aniversario y querría llevar a mi mujer de viaje.

M: ¡Vaya! – lo miró – no sabía que era hoy – medio sonrió – ¿cuantos


años ya?

J: Cinco, Alteza – contestó muy orgulloso.

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M: Pues… claro que puedes tomarte el fin de semana – afirmó – sin


ningún problema.

J: Muchas gracias – sonrió.

M: ¿sería mucha indiscreción si te pregunto donde piensas llevarla? –


quiso saber, con algo de envidia.

J: A Italia – le dijo – siempre le ha gustado mucho ese lugar, parecerá


cursi, pero allí le pedí que se casara conmigo así que… ¿Qué mejor sitio
que ese?

M: Tienes toda la razón – contestó con una leve sonrisa. Quedando


callada durante unos instantes, haciendo que Javi no supiera si quedarse
o marcharse, estaba a punto de irse cuando escuchó la voz algo lejana
de la princesa – Tiene que ser bonito ¿no? – dijo llamando su atención –
celebrar esas fechas con la persona que quieres… pasar el resto de tu
vida junto a ella… levantarte cada mañana y ver sus ojos… o quedarte
mirándola toda la noche mientras ella duerme… - decía lejos, muy lejos
de allí, con un deje de tristeza… melancólica.

J: Sí que lo es – afirmó – es lo mejor que le puede pasar a una persona.

M: Sí, claro – pareció volver en sí – bueno, pues no hay problema porque


te tomes esos días… y pasarlo bien.

J: ¿Se encuentra bien, Alteza? – quiso saber al ver su cambio de actitud.

M: Sí, sí, perfectamente – dijo con rotundidad – solo un poco liada con la
boda.

J: Imagino – contestó – Supongo que dentro de unos años usted hará


algo parecido a lo que voy a hacer yo – la princesa lo miró sin entenderle
– celebrar su aniversario de boda… con su marido, rodeada
posiblemente de uno o dos críos, siendo la orgullosa Reina – dijo
enfatizando el término – de este país, rodeada de gente que estarán
pendientes de usted y su familia… disfrutando de sus hijos…

M: Sí, supongo – contestó bajando la cabeza ante aquella ilusión de


futuro.

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J: No me negará que el cuadro parece perfecto – continuó, con calma,


con cautela – solo le veo un fallo a esa escena – dijo de nuevo captando
el interés de la princesa.

M: ¿Sí? ¿Cual? – quiso saber, para ella, aunque lo disimulara, era muy
importante su opinión.

J: Que usted no es feliz – dijo contundente – pese a todo… pese a tener


hijos, pese a ser la Reina… no es feliz.

M: Bueno… eso lo descubriremos dentro de unos años – dijo algo


incómoda.

J: Con todo el respeto, Alteza – continuó – no hace falta esperar a que


llegue ese momento para saberlo… hoy ya se ve que no es feliz… desde
que la conozco solo la he visto feliz una vez… un tiempo en el que se
sintió realmente libre, en el que vivió siendo usted y no quien se
esperaba que fuera… - la princesa no era capaz de decir nada, ni
siquiera rebatirle aquellas palabras, pues… tenía razón – y entiendo que
debe ser muy duro ser quien es, estar bajo el juicio de miles de personas
que la miran con lupa… entiendo que quiera hacer lo que debe… pero
no siempre lo que se debe hacer es lo que todos esperan que haga.

M: Puedes marcharte ya – dijo con calma, sin irritaciones, sin


nerviosismo, como si aquellas palabras aun estuvieran asentándose en
su mente y todavía no fuera capaz de ver su significado.

J: Por supuesto, Alteza – contestó – que tenga un buen día – dijo antes de
marcharse, mirándola por ultima vez y viendo como su mirada se había
perdido, como su mente parecía volar hacia otro lugar, creyendo que
realmente había entendido lo que había querido decirle.

Cuando el escolta abandonó la habitación, Macarena se levantó de su


asiento y caminó unos cuantos pasos hasta la ventana, perdiéndose en
el paisaje que se presentaba ante ella, un gran jardín que llegaba hasta
donde su vista le permitía, el cielo, azul claro brillaba sin una sola nube
estropeando la imagen. Sin embargo, en su interior, todo estaba
rodeado de nubes que amenazaban con tormentas…

Se vio a sí misma, unos años más tarde, haciendo casi palpable aquel
cuadro que Javier había querido mostrarle segundos antes. Pudo verse
en algún acto que ella presidía ahora ya convertida en Reina, con su
marido al lado adornado con un orgulloso gesto, un niño nervioso no

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dejaba de moverse impidiendo la foto… se vio a sí misma infeliz, triste,


abatida… viviendo una mentira…

La boda era casi inminente y ella deseaba que no llegara nunca, se


sentía totalmente perdida en un mundo donde tenía claras las señales a
seguir, todo el mundo se empeñaba en dejárselas frente a sus narices…
a ella le parecía que caminaba en círculos para volver al mismo punto…
la infelicidad.

Carlos había sido más duro que Javier en su momento, pero había dicho
grandes verdades, ella también era culpable de aquella situación. Ella
había querido creer a Esther en su día para no tener que ser ella la que
eligiera… ser la Reina siempre había sido su meta, su destino… y
ahora… ahora sentía que no valía la pena, que todo lo que había
trabajado y luchado no valía para nada…

Recordó cuando de pequeña soñaba con ser mayor, cuando jugaba con
sus muñecas queriendo curarlas como la mejor médico que quería llegar
a ser. Recordó cuando fue creciendo y se dio cuenta que por mucho que
ella quisiera, nunca sería médico pues para ella ya estaba marcado un
futuro que no podía rechazar.

Recordó aquel primer amor, la libertad que le daba un país extranjero y


alejado de todo lo que había a su alrededor para vivir una historia que la
hizo sentir más “humana” y quizás no fue la mujer de su vida, tal vez ni
siquiera llegó a enamorarse de verdad, pero a esa edad, todo era idílico,
a esa edad pensó quererla con locura, amor juvenil y sin madurez… sin
embargo, pronto tuvo que reaccionar, darse cuenta que aquello no podía
ser, terminar con aquello por su responsabilidad, aparcar y guardar en
un cajón sus sentimientos…

Con la llegada de Esther todo volvió a salir, volvió a sentirse libre, a


sentirse plena, a ser feliz, descubriendo, ahora sí, el amor de verdad, un
sentimiento más fuerte que cualquier otro, siendo ya más madura en
todos los sentidos, pero sintiéndose de nuevo una quinceañera a la que
le tiembla el cuerpo cada vez que ve a la persona que quiere…

Volvió a imaginarse un futuro, esta vez el que su corazón le pedía a


gritos… se imaginó despertándose un domingo cualquiera por la
mañana, en una casita pequeña, tal vez cerca de la playa, o en un pisito
en el centro de la ciudad, le daba igual. Se vio sonriendo al sentir su
cuerpo pegado al suyo, su rostro relajado por el sueño, su increíble
sonrisa permanente aún dormida. Agrandó la sonrisa al escuchar unos
pasitos y una leve sonrisita atravesar la puerta… se vio eufórica, se

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sintió enormemente feliz, siendo esposa y madre, solo siendo esposa y


madre…

Una lágrima caída de sus ojos la devolvió a la realidad. Se dio la vuelta,


caminando lentamente hacia la mesa donde tomó asiento volviendo a
ese mundo en el que debía permanecer, tomó un par de papeles y
leyendo tan solo un par de palabras volvió a dejarlos sobre la mesa
incapaz de continuar con aquello.

Entonces lo aceptó, aceptó el hecho de que realmente no quería ser


Reina de nada, no quería esa vida, no quería continuar…

Esther había creado en ella una revolución logrando que cambiara sus
pensamientos, que cambiara su forma de ver las cosas, le había
enseñado lo que durante tantos años no había logrado ver…

Ella quería ser libre, ya había perdido demasiado por ser quien era…
¿valía la pena?

J: No siempre lo que se debe hacer es lo que todos esperan que haga.

Con esas palabras aún resonando en su cabeza quedó parada


intentando poner un poco de orden a toda aquella maraña de
sentimientos, sabiendo que tal vez… pese a darse cuenta de muchas
cosas, ya era demasiado tarde…

P: ¡No estoy dispuesto a permitir esto! – repetía mientras su mujer lo


miraba sentada manteniendo la calma y ella de brazos cruzados se
mantenía en su postura.

M: Es mi vida – dijo con convicción – y nadie debería decirme qué hacer


con ella.

P: ¡No! – cortó algo enfurecido – tú no puedes decidir sobre eso.

M: ¡El que no puede eres tú! – dijo elevando el tono de voz.

R: Vamos a calmarnos todos un poco – intervino Rosario al ver que como


iban las cosas – Macarena – hizo que se sentara a su lado – tu sabes qué
es lo que debes hacer… sabes que aunque nos pese no podemos
elegir… lo sabes… tienes una responsabilidad muy grande Macarena…
así que haz lo que debes.

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Quedó pensativa un segundo, las palabras de su madre… tenía razón,


todos tenían razón, bajó la cabeza, mientras asentía levemente, Pedro la
miraba expectante, Rosario esperaba que le dijera algo.

M: Tienes razón, mamá – dijo mirándola a los ojos – tengo que hacer lo
que debo…

R: Muy bien, hija – contestó sonriendo por lo que vio en sus ojos… la
conocía. Haría lo que debía hacer y ella se sentiría tremendamente
orgullosa de su hija.

Se levantó, dejando allí a sus padres y salió del despacho sabiendo que
debía seguir adelante, sabiendo lo que tenía que hacer.

Hora y media más tarde, terminaba de arreglarse con los nervios a flor
de piel, creyendo no ser capaz de hacerlo y sintiendo todas las fuerzas
del mundo para hacerlo. La puerta se abrió dejando paso a la Reina que
la miraba con una media sonrisa, se acercó a ella y le colocó el pelo tras
la oreja.

R: Estás preciosa – dijo en un susurro orgullosa de su hija.

M: Gracias – contestó.

R: Tranquila – sonrió – todo estará bien.

M: Sí… supongo – bajó la cabeza.

R: Venga – animó – no hagas esperar.

M: mamá yo… - dijo antes de salir – yo… lo siento… yo, siento todo esto
pero…

R: Shhh – la cortó – no hay nada que sentir, cariño – acarició su rostro –


todo está bien… ahora todo está bien.

M: Gracias – volvió a sonreír.

R: Va, va – rió al verse tan moña, casi con lágrimas saltadas – que se
hace tarde.

Recorrió algunos pasillos de palacio, siendo saludada por algunas


personas del servicio… ella contestaba al saludo mientras miraba todo a
su alrededor, sintiéndose bien, recuperando las fuerzas perdidas,

179
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sintiendo como poco a poco volvía a ser ella. Llegó a su destino,


quedándose parada durante un segundo al ver lo que le esperaba,
respiró profundamente, se arregló la chaqueta y salió.

M: Buenas tardes – comenzó a decir haciendo que se creara un silencio a


su alrededor – gracias por venir. – dijo mirando a aquellos periodistas
que esperaban expectantes la razón de aquella congregación – antes de
nada quiero decir, que estoy profundamente orgullosa de ser hija de
quien soy – continuó segura pero algo nerviosa – que no reniego de mi
familia y mucho menos de mi país.

Los periodistas la miraban y hacían alguna fotografía sin saber muy bien
a qué venía todo aquello, desde la puerta la Reina miraba todo con
orgullo, así debían ser las cosas, su hija tenía que vivir su vida y aunque
lo había comprendido tarde, sabía que era lo mejor para ella.

M: Yo creí haber nacido para algún día ser Reina – continuó – he estado
preparándome para ello desde que tengo uso de razón… ustedes han
sido testigos de ello – seguía diciendo – y me siento orgullosa de mi vida
– hizo una pausa – sin embargo… hoy vengo a decirles que renuncio – se
hizo un murmullo entre la gente – renuncio al trono. Renuncio al trono
porque este país, por mucho que yo esté orgullosa de él, no está
preparado para mi – decía segura de sí misma – renuncio al trono porque
estoy enamorada de alguien que sé que por desgracia, no sería
aceptada a mi lado – la gente se miró extrañada – sí, han oído bien, he
dicho aceptada – recalcó el género – estoy enamorada de una mujer y lo
que más quiero ahora mismo es estar a su lado. por desgracia, la
corona y ella son incompatibles, así que señoras y señores, utilizando mi
derecho constitucional, renuncio al trono de este país. Mi hermano, el
infante Francisco, será el siguiente en la línea de sucesión y en cuanto
las cortes y el gobierno lo acepten, se convertirá en el Príncipe Heredero.
Muchas gracias.

Sin más se levantó dejando a todos los periodistas sorprendidos y


queriendo hacer mil preguntas. Ella sonrió, por primera vez en todo ese
tiempo sonrió con felicidad, habiéndose quitado un peso de encima.
Llegó junto a su madre y ésta, le respondió la mirada.

R: Ve a buscarla – le dijo, dándole un beso en la mejilla – y dile que


quiero conocerla – continuó orgullosa de su hija.

M: Gracias mamá – decía feliz y sonriente mientras volvía a salir de allí


para cambiarse de ropa y hacer lo que más quería en el mundo, busca a
Esther y declararle cuanto la amaba.

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Sus ojos se abrieron como platos, quien la viera pensaría que se saldrían
de sus órbitas. La mandíbula se abrió dejándola boquiabierta, si fuera un
dibujo animado seguro que habría caído al suelo… las manos
comenzaron a temblar, buscó las gafas queriendo verlo mejor, y cuando
volvió a hacerlo parecía que incluso dejaba de respirar.

T: ¿¡Pero queeeee!? – logró decir – ¡Ay dios mío que ya me había


comprado la pamela!

- La noticia que nos ha sorprendido a todos – decía la locutora –


la renuncia de la Princesa Macarena al trono, por amor a una mujer
– continuaba diciendo - ¿alguien más se ha quedado tan
sorprendida como yo? – dijo a los periodistas que la acompañaban
en aquel plató

- Por supuesto que nos ha sorprendido – dijo uno de ellos –


nadie se esperaba una noticia de este calibre y mucho menos así
tan de repente – continuó – pero tenemos que decir, que ya habían
algunos rumores que decían que la relación de doña Macarena y
Don Roberto no era más que una cortina de humo.

- Se está hablando también – dijo otro de los periodistas – de la


existencia de unas fotos que la misma casa Real podría haber
censurado en su momento, en las que parece ser que se ve a la
Princesa Macarena, bueno, a la que fuera la Princesa, en actitud
bastante cariñosa con una chica… así que podemos decir en
exclusiva que esto ya viene de lejos…

T: ¡Ay Dios mío! – seguía con el corazón en un puño Teresa – que nos
quedamos sin boda… ¿pero quien es? – le preguntaba a la televisión -
¿Quién es esa chica?

- Tenemos con nosotros – dijo de nuevo la presentadora – al


experto en casa Real Piñainfiel que seguro que tiene mucho que
decir a esto.

- Sí, sí – dijo el hombre con las gafas en la mano – buenas


tardes, señoras y señores – saludó con parsimonia – bueno, yo
tengo que decir, que esto… a mí personalmente no me ha
sorprendido. Como saben todos ustedes yo conozco muy bien la
casa real y bueno, allí todos sabían lo que pasaba. Pero Doña
Macarena lo mantenía muy en secreto. Y tengo que decir que me
parece muy bien la postura que ha tomado renunciando al trono –

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continuaba – porque, señoras y señores, yo no tengo nada en


contra de estos chicos y chicas que son homosexuales pero la
constitución y la corona no puede permitir esto y…

- Bueno, bueno Piñainfiel – le cortó otro de los tertulianos – yo


creo que esto no es para nada malo ni para el país, ni para la
corona, de hecho desde mi punto de vista es un paso más
adelante en esta sociedad…

T: ¡Ay Dios mío! – repetía una y otra vez – ¡Ay Dios mío!

- Yo tengo una noticia en exclusiva – habló otro tertuliano – y es


por lo que me cuentan, esta chica puede ser una enfermera de un
hospital público de la ciudad, y que ahora mismo está en paradero
desconocido…

- ¿Una enfermera? – preguntó la presentadora.

- Sí, parece ser que se conocieron hace ya bastante tiempo y


que han mantenido una relación en secreto – continuó explicando
– me están llegando informaciones de la agencia GE que dicen que
según han podido averiguar, esta chica y la Princesa terminaron su
relación cuando se anunció el compromiso de la doña Macarena y
ahora desde luego no hay quien la encuentre…

T: ¿Una enfermera? – se quedó parada Teresa, pensando en lo que


decían, Esther hacía tiempo que había abandonado el hospital y nadie
parecía saber donde estaba – no… no puede ser… ella me lo habría
contado… - se decía a sí misma - ¡Ay Dios mío! ¿¡Y si es Esther!? – cogió
su móvil – voy a llamarla… ¡Ay Dios mío!

- El terminal telefónico marcado, está apagado o fuera de


cobertura – escuchó que decían al otro lado de la línea.

T: ¡Y encima lo tiene apagado! – buscó el número de Claudia, por suerte


daba señal, esperó a que descolgara - ¡Claudia! – gritó una vez descolgó
el teléfono.

C: Joder Teresa, que susto – contestó - ¿qué pasa?

T: Ay hija… ¿No te has enterado? – decía nerviosa - ¡Como que no te has


enterado si lo sabe todo el mundo!

C: Teresa, por Dios, qué pasa – insistió.

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T: ¿Sabes donde está Esther? – preguntó – la estoy llamando y lo tiene


apagado.

C: No, no tengo ni idea de donde está – contestó – ¿pero puedo saber


qué ha pasado?

T: ¡La princesa, hija LA PRINCESA! – soltó – ¡que no se casa! ¡QUE ES


LESBIANA! ¡Y yo creo que Esther es la chica de la que hablan!

C: Teresa, por favor, no digas tonterías – contestó mientras intentaba


mantener la calma - ¿Cómo va a ser Esther?

T: Que sí, Claudia que sí – insistía – y no me ha contado nada… yo que


creí que éramos amigas…

C: Ya… Teresa que no digas tonterías – volvió a decir tajante – nos vemos
en el hospital que tengo que colgar.

T: Pero… ¡Pero oye! – miró el teléfono indignada volviendo a ponerle


atención a la televisión - ¡Ay Dios mío!

C: Puff… - dijo Claudia una vez colgó mirando a su lado – pues ya es de


dominio público que se trata de una enfermera… - le dijo – poco
tardarán en saber quién es…

Ca: Son demasiado rápidos cuando quieren – dijo con algo de hastío –
será mejor que yo me vaya a ver a Maca… debe estar de los nervios.

C: Sí… yo… no sé que hacer ahora… - contestó algo preocupada.

Ca: Creo que deberíamos poner sobre aviso a Esther… - le sugirió.

C: Ya… supongo que sí – dijo mirando a la nada.

Ca: ¿Por qué sabes donde está verdad? – preguntó al ver su gesto,
contrariado y preocupado.

Aparcó la moto sin saber ni donde lo hacía, se quitó el casco mirando a


su alrededor… al menos había conseguido darles esquinazo a aquellos
tres coches de periodistas que la seguían aunque era consciente de que
en algún momento aparecerían, así que debía darse prisa. Casi corriendo
entró en el edificio sabiendo que más de uno la miraba con sorpresa.

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M: Buenos días, busco a Esther García – le dijo a Teresa…

T: Tú… tú…. Tú, tú, tú – decía sin poder creerse a quien tenía delante – ay
Dios mío – volvía a repetir aquella frase que no había dejado de
pronunciar desde que se enterara de aquella noticia.

M: Señora… señora, por favor – intentó que se centrara – es importante


que hable con ella, ¿puede decirle que estoy aquí?

T: Ay Dios mio – repitió – pero si usted es… y viene a buscar a Esther…


entonces… - ¡AY DIOS QUE ES VERDAD! – gritó haciendo que sus
compañeros se volvieran a mirarla, Maca bajó la cabeza…

M: Sí, señora, es verdad – admitió – la quiero y quiero hablar con ella,


podría por favor, ¿llamarla de una vez?- preguntó perdiendo un poco la
paciencia.

T: Ve… verá, Alteza – dijo aun nerviosa pero haciendo el intento de


calmarse – Esther no está y… lleva varias semanas sin venir a trabajar…

M: Joder – masculló entre dientes – gracias. – dijo saliendo de allí


disparada para volver de nuevo a la moto.

T: la princesa… y Esther…. ¡La princesa y Esther! – decía de los nervios


mientras veía como se marchaba – ays pero qué mona es – admiró a
Maca – ay Dios, a mí me va a dar algo – dijo volviendo de nuevo a sus
nervios.

Tomó la curva, y disminuyó la velocidad una vez que se acercaba al piso


de la enfermera… frenó totalmente quedando a un lado de la carretera…
suspiró, un montón de gente y cámaras se agolpaban en la puerta… no
era el momento de ir a su casa y sinceramente, tampoco creía que
estuviera allí… dio un golpe seco al manillar claramente enfadada por la
rapidez de los periodistas en averiguar las cosas. Volvió a bajar la visera
del casco y tomó rumbo a su casa.

Comprobó al llegar que allí también habían llegado los periodistas, los
esquivó como pudo y al fin entró, su escolta entraba tras ella, Carlos
acababa de llegar habiendo dejado su día libre para otro momento,
Macarena corrió hasta él.

M: ¿Sabes donde está? – preguntó apremiante.

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C: No lo sé – dijo bajando la cabeza – Claudia está intentando dar con


ella.

M: ¡Joder! – protestó – no se la puede haber tragado la tierra.

C: Seguro que pronto aparece… Claudia sabe donde encontrarla.

M: ya… encima esos periodistas que ya saben quien es… - dijo cogiendo
el mando de la televisión y encendiéndola buscando algún canal donde
dijeran algo de ella, suerte que por aquellas horas, todas las cadenas
tenían el mismo tipo de programas.

- Como les venimos informando, el programa de Ama Fucsia


Ventana ha logrado saber el nombre de la enfermera de la cual
está enamorada la princesa, sabemos que se llama Esther García y
trabaja en el Hospital Central, estamos a la espera de nuevas
noticias en la puerta de su apartamento, aunque parece ser que
aún no hay movimiento ¿verdad? – le dijo tomando comunicación
con alguien que estaba en la calle.

- Así es, Ama Fucsia – dijo un chico – parece ser que aquí vive
Esther García, la enfermera que mantuvo una relación clandestina
con la Princesa y por la que Doña Macarena ha renunciado al trono
– la cámara hacía un plano general de la calle y del edificio – como
están viendo la expectación es máxima y todos estamos a la
espera de poder mostrarles alguna imagen de esta chica pero por
el momento, parece ser que aquí no hay nadie.

- ¿Cómo se han tomado los vecinos la noticia? – preguntó la


presentadora.

- Pues con mucha sorpresa, Ama Fucsia – contestó – al parecer


nadie tenía conocimiento de esta relación y a todos les ha
sorprendido – seguía diciendo – los vecinos del edificio describen a
Esther como una chica muy simpática y atenta, trabajadora y
correcta, nadie ha tenido nunca ni una sola queja de ella y lo que
sí les puedo decir, es que hace al menos tres semanas que no la
ven aparecer por su casa.

- Muchas Gracias – se despidió del chico – volveremos a


contactar contigo si hay alguna novedad. También tenemos con
nosotros a una persona que ha pasado mucho tiempo con Esther,
ella es Álex, es compañera periodista y fue su pareja durante cerca

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de dos años. – Alex aparecía en pantalla, haciendo que Maca


apagara el televisor.

M: Joder – protestó de nuevo – y encima esa sacando provecho del


asunto.

C: Debería calmarse – pidió con cautela.

M: ¿Cómo quieres que me calme? – dijo nerviosa- necesito verla… y no


hay dios que la encuentre… parece que se la ha tragado la tierra, que
está en… - quedó parada un segundo, entonces recordó aquel lugar que
no había vuelto a pisar desde aquella vez que fue con Esther, el lugar
perfecto para perderse y no ser encontrado… - Carlos, por favor,
acompáñame – pidió tomando su casco de nuevo.

Casi una hora y media después, aparcaba la moto frente a aquella casita
que una vez fue testigo de todo el amor que se habían prodigado.
Mirando a su alrededor, descubrió la tranquilidad y el silencio de aquel
pueblecito perdido que la había enamorado el primer día que lo vio.
Carlos aparcaba tras ella, saliendo del coche esperanzado también por
encontrar a la enfermera.

Se quitó el casco, repasando mentalmente todo aquello que quería


decirle, todo cuando quería demostrarle y sintiendo las intactas ganas
de abrazarla y besarla. Entre tanto silencio escuchó un ruido salir de
aquella casita.

M: Esther… - susurró sacando una sonrisa al tiempo que corría hacia


aquella puerta, deseando encontrarla dentro.

El camino de vuelta a la ciudad estaba siendo bastante alterado. Esther,


no podía creerse lo que Claudia le había contado y ésta intentaba
calmarla.

E: Es que me da igual – decía enfadada mirando por la ventana – ahora


sí ¿no? ahora que ella decide lo que le da la gana se supone que yo
tengo que estar esperándola, con los brazos abierto, ¡Ja! – dijo con
decisión.

C: Esther – dijo con seriedad - ¿sabes lo que ha hecho por ti? ¿Te das
cuenta?

E: Sí… claro que me doy cuenta – seguía diciendo con el mismo enfado –
me doy cuenta de que seguramente ahora tendré detrás de mi a mil

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periodistas haciendo preguntas y sin dejarme en paz – decía – eso es lo


que ha hecho, meterme en un mundo en el que no quiero estar.

C: Ya… ¿Entonces porque has decidido volver a la ciudad conmigo? –


preguntó con intención, si realmente Esther no quería saber nada del
tema, no habría querido volver.

Mientras tanto, en aquel pueblecito, Maca entraba en la casita


encontrándose con Doña Josefa arreglando un poco todo aquello, la
anciana, al verla, sonrió con cariño al no esperar su visita.

Dj: Maca, hija – dijo acercándose a ella – qué alegría verte.

M: Hola, doña Josefa – saludó con amabilidad - ¿qué tal está?

Dj: Muy bien hija – contestó – aquí arreglando un poquito esta casa, que
no he tenido tiempo antes.

M: No tiene porqué hacerlo, dola Josefa – dijo con cariño – ya sabe que
puedo mandar a alguien que se encargue de hacerlo de vez en cuando.

Dj: Uy no, hija, no hace falta – contestó – si yo me apaño muy bien –


continuó – y más desde que tu amiga me dio esas vitaminas.

M: Mi… ¿mi amiga? – dijo con un nudo en la garganta.

Dj: sí, esa chica tan linda que es enfermera – explicó – ays, qué bien nos
ha hecho tu amiga, estando ella aquí.

M: ¿Está aquí? – preguntó esperanzada.

Dj: No, no – negó con la cabeza – se fue hace un rato ya, vino una chica
a por ella y… parecía enfadada cuando se fue.

M: Ya… - dijo mientras pensaba – Doña Josefa, tengo que marcharme,


pero le prometo que pronto vuelvo a verla.

Dj: ¿Ya hija? – preguntó algo triste por aquella visita tan efímera.

M: Sí… pero no se preocupe que volveré pronto – dijo ya besándola


cariñosamente y saliendo de aquella casa - ¡Carlos! Nos vamos.

C: ¿Qué ha pasado? – quiso saber.

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M. Que tu chica ha venido antes que nosotras y se han ido ya – informó –


así que nos vamos que tengo prisa, necesito hablar con ella hoy.

El viaje de vuelta fue más o menos como el de ida, con la diferencia de


que esta vez sabía algo más de Esther… según doña Josefa, había
estado allí durante una buena temporada… ¿eso significaba algo no? Si
no la siguiera queriendo no habría vuelto a pisar aquel pueblecito…

Al llegar vieron como el piso de Esther seguía infestado de periodistas,


paró la moto y el aluvión de flashes le dijo que la habían descubierto,
Carlos, rápido como siempre se interpuso en el camino de los periodistas
y fue abriendo paso para que Maca pudiera llegar…

- Alteza, alteza – escuchó que decían – ¿viene a buscar a


Esther? – no contestó, siguió andando - ¿cree que esta decisión es
buena para el país? ¿Cómo se ha tomado el rey su renuncia?

Sin levantar la vista continuaba andando haciendo caso omiso a las


palabras de los periodistas, hasta que uno de ellos elevó la voz sobre los
otros.

- Ella no está aquí, Alteza – entonces se paró para mirarlo, el


chico la miró sonriente – llevamos aquí todo el día y no ha
aparecido.

Miró a su escolta que elevó los hombros en señal de no saber la verdad.


Volvió la vista a aquel periodista y con una mirada agradecida volvió
hacia su moto.

C: Puede que esté en casa de Claudia… - sugirió.

M: pues vamos, no tenemos tiempo – contestó haciéndole un gesto para


que la guiara.

E: ¿Qué se supone que tengo que hacer yo ahora? – decía de un lado a


otro del salón en casa de su amiga - ¿hago como que no pasó nada?
¿Cómo que no me dijo nada? ¿Hago como que no me destrozó con sus
palabras?

Cl: Esther, cálmate.

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E: ¡No puedo calmarme! – decía nerviosa – encima no puedo ir a mi casa


porque la puerta está bloqueada por periodistas… ¿Qué se cree? ¿Qué
puede meterse en mi vida cuando a ella le de la gana? ¿Qué es lo que
espera que haga yo ahora? Dime ¿Qué espera que haga? – preguntaba
una y otra vez, viendo como su amiga se levantaba del sofá.

M: Solo espero que me escuches – oyó la voz de Maca tras ella y su


corazón dio un vuelco al verla parada frente a ella.

Ca: Será mejor que os dejemos solas – dijo cortando el silencio que se
había creado en aquella habitación.

Cl: Sí – afirmó Claudia saliendo tras su novio.

Al quedarse solas los nervios volvieron a hacerse palpables. Maca


miraba a Esther sin atreverse a moverse y la enfermera bajaba la mirada
incapaz de mirar a la que fuera princesa.

M: ¿Cómo estás? – preguntó queriendo cortar el hielo, no sabiendo por


donde empezar.

E: ¿Ahora te importa? – contestó sin mirarla.

M: Esther… por favor – pidió andando e intentando acercarse un poco a


ella.

E: ¿Qué quieres Maca? – dijo con voz algo cansada.

M: He renunciado al trono – le dijo aun sabiendo que Esther ya lo sabía,


pero quería ser ella quien se lo dijera.

E: Eso no es nada nuevo – contestó a la defensiva – es de dominio


público.

M: quería que lo supieras por mí – dijo parada por sus respuestas – que
supieras por qué lo he hecho.

E: Pues ya lo has dicho – continuó en su pose de dureza, sabiendo que


poco más le duraría – y me has metido a mí en medio.

M: Esther – susurró – por favor…

E: ¿Qué es lo que quieres Maca? – Dijo separándose más de ella - ¿Qué


después de todo yo corra a tus brazos? ¿Qué después de lo que me

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dijiste me olvide de todo y aquí no ha pasado nada? ¿Eso es lo que


quieres?

M: ¡Joder Esther! – ahora empezaba ella a perder los nervios - ¿Es que no
te das cuenta de lo que he hecho por ti? He renunciado a mi vida por ti…
¿qué más quieres?

E: No quiero nada Maca – continuó – es que yo no te he pedido nada… y


no sé a qué viene esto ahora… ¡mierda! – elevó el tono – dijiste bien
claro que no querías saber nada de mi, que no querías volver a verme…
joder, ¿a qué viene esto ahora?

M: ¡A que te quiero! – elevó más el tono que ella – a que no quiero vivir
con nadie que no seas tu, joder, a eso viene…

E: Un poco tarde después de lo que me dijiste ¿no te parece?

M: Lo que dije lo hice porque estaba muy enfadada… - se excusó –


estaba muy dolida contigo…

E: Eso no es excusa para hacer lo que hiciste, ¡Ni siquiera me diste


opción a contestarte! – de nuevo elevaba la voz – y tampoco sabía de lo
que estabas hablando…

M: ¿No puedes entender como estaba después de leer la carta que me


mandaste? – de nuevo volvían a gritar - ¿No lo puedes entender? Porque
yo en ese momento tampoco entendí a qué venia esa carta.

E: ¡Yo no te mandé ninguna carta! – aseguró – no sé como llegó a tus


manos… pero da igual, la cosa es que llegó y tú lo único que hiciste
fue… fue… destrozarme el día que murió mi madre.

M: Yo no sabía que había muerto – de nievo intentó relajar el tono – y lo


siento, Esther, de verdad que lo siento muchísimo…

Esther se dio la vuelta, sintiendo como su mandíbula se contraía, como


el llanto amenazaba con salir, no quería que la viera así, no podía
permitir que la abrazara, que se acercaba, porque entonces toda esa
fachada que no sabía ni porqué se había construido se desvanecería en
un segundo.

M: Pero en ese momento estaba tan enfadada – continuaba Maca


hablando – que no medí nada de lo que decía… ni siquiera lo recuerdo –
siguió – yo… lo siento, Esther…

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E: Pues podrías haberlo pensado antes – volvió a decir.

M: ¡Joder! – Ahora sí pareció perder los nervios – ¡te recuerdo que no fui
yo la que decidió por las dos en su momento! – Continuó - ¡Que tú
también me hiciste mucho daño con lo que me dijiste! Fuiste tú la que
empezó con todo esto… la que mintió y decidió mi futuro sin
preguntarme siquiera… - soltó con rabia – no vengas ahora a culparme a
mí de todo porque las dos somos igual de culpables… - terminó de decir
quedando parada a la espera de que Esther dijera algo, viendo como no
pronunciaba palabra alguna, bajó los hombros derrotada, parecía que allí
no tenía más que decir – Será mejor que me marche – habló – si
seguimos así, lo único que vamos a hacer, es hacernos mas daño – dijo
dándose la vuelta para marcharse - está claro que ya es demasiado
tarde para nosotras…

Esther la veía, la veía alejarse y sentía una horrible opresión en el


pecho… tenía razón, ella había creado toda aquella situación, por decidir
lo que creyó mejor, por hacer las cosas sin pedir opinión… ella era la
realmente culpable de todo aquello… la veía marcharse y quería gritar
que no se fuera, que la perdonara, que la amaba… y sin embargo las
palabras no salían de su garganta… estaba tan muerta de miedo que era
incapaz de decir una sola sílaba...

E: ¡Lo hice porque pensé que era lo mejor para ti! – gritó, y Maca paró en
su camino y esbozó una sonrisa porque con ese grito, lejos de ser un
reproche, le estaba pidiendo que se quedara, que no se fuera… era su
manera de retenerla y por ello sonrió, dándose la vuelta lentamente
para mirarla y pudiendo ver claramente, como la enfermera respiraba
aliviada al ver que no se marchaba – creí que era lo que querías – dijo en
un tono más calmado y tremendamente culpable.

M: Debiste hablarlo conmigo - dijo dando un paso al frente – habríamos


decidido las dos.

E: No pude… - bajó la cabeza – no podía hablarlo contigo… yo… - y las


lágrimas que había estado reteniendo salieron de sus ojos sin que se
diera cuenta – cuando me fui de allí, creí que no me creerías… que me
buscarías para decirme que sabías que era mentira… recé para que te
dieras cuenta de que solo estaba diciendo una mentira tras otra… - no
se atrevía a mirarla, la culpabilidad no la dejaba mirarla – yo no era
capaz de ir a buscarte después de todo lo que te dije… y al ver que no
venías… que no sabía nada de ti… - levantó la cabeza y al fin la miró -
me creíste…

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M: ¿Cómo querías que no te creyera? – preguntó lentamente – fuiste tan


convincente… tanto… y yo también quise creerte… - continuó haciendo
que Esther la mirara sorprendida – ahora sé que quise creerte… era lo
más fácil… - sin darse cuenta dio otro paso más – era lo que debíamos
hacer… aunque en ese momento te odiaba por hacer las cosas sin tener
en cuenta mi opinión… era más fácil así… - repitió – te creí… claro que
te creí… porque tú no podías mentirme… nada de lo que tu dijeras podía
ser mentira para mí…

E: Me arrepentí tanto de haberlo hecho – ella también dio un paso al


frente – de hacerte creer que no te quería cuando eres lo que más amo
en la vida – la miró a los ojos y se vio reflejada en ellos, como siempre
cada vez que la miraba… - y cuando… cuando vi el anuncio de tu
compromiso, cuando vi como tú y Roberto lo anunciabais… se me vino el
mundo encima…

M: Estaba tan enfadada contigo – continuó ella hablando – tanto…


estaba tan dolida que ya me daba igual lo que pasara, me daba igual
casarme… solo quería olvidar lo que me estaba pasando… y todos me
decían que tenía que continuar con la boda, que tenía que anunciarlo…
ni siquiera sabía lo que pasaba a mi alrededor… yo no estaba allí – sintió
su aroma envolviéndola de nuevo – ni mi mente ni mi corazón estaban
allí – elevó las manos encontrando la cintura de la enfermera,
estremeciéndose al volver a sentirla tan cerca, Esther cerró los ojos al
contacto, sintiendo como todos los sentimientos se desbordaban – luego
leí tu carta – continuó – y todo se vino a bajo de nuevo… porque
empezaba a acostumbrarme a la nueva situación y leer aquellas
palabras… leer que me querías…

E: Escribí muchas cartas como esa – susurró, llevando sus manos a la


cintura de Maca – y nunca me atreví a mandarte ninguna… no me sentía
con derecho a hacerlo pero de algún modo tenía que hablarte… - bajó el
rostro, sintiéndola tan cerca… tanto… la había echado de menos… más
que a nadie, más que a nada… - lo siento, Maca… - dijo con lágrimas
elevando de nuevo la mirada para verla – lo siento… lo siento… lo
siento… - repetía sin dejar de mirarla y sin poder evitar las lágrimas…

M: Shhh… - la calló poniendo un dedo en sus labios – shhh… ya está…


ya está – susurró.

La miró, como hacía tiempo que no miraba, como tanto había querido
volver a mirarla. Llevó la mano a su mejilla y la acarició viendo como
Esther, ladeaba la cabeza para hacer más profunda esa caricia… se llevó

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sus lágrimas, limpiando su rastro completamente, volvió a mirarla y ya


no hizo falta nada más…

Se inclinó, lenta, casi agónicamente para rozar con miedo sus labios, un
roce lento y cargado de sentimiento, Esther cerró los ojos al contacto,
sintiendo como su corazón se paraba solo para volver a latir gracias a
aquellos labios que coqueteaban con los suyos como si les diera miedo
hacer de ese roce un beso.

Se separaron para mirarse de nuevo a los ojos, leyendo en ellos la


verdad, la única verdad… se querían, pese a todo, pese a todos, pese al
tiempo ellas seguían amándose como el primer día…

Una sonrisa nerviosa salió de los labios de Macarena. Esther seguía


mirándola más enamorada que nunca. Se abrazaron, respirando el
aroma de cada una, reencontrándose con el hogar que daban sus
brazos, ese que de una forma u otra, jamás abandonaron del todo…

De nuevo se miraron a los ojos y ahora sí, entre sonrisas y lágrimas, se


besaron con la fuerza que les daba el amor que se tenían…

Llevaban hablando cerca de hora y media, reencontrándose y


redescubriendo aquello que creían perdido. Esther tumbada sobre Maca
en el sofá, quien acariciaba su cabello con tranquilidad, estaban bien, se
sentían tremendamente bien… por fin…

E: ¿Y tu padre? – preguntó.

M: uff… - suspiró – pues… supongo que estará enfadado y decepcionado


y que no me hablará en bastante tiempo si no es de cara a la galería…

E: lo siento Maca – dijo abrazándose más a ella – siento que tengas que
pasar por todo esto… - Macarena la miró totalmente en desacuerdo por
sus palabras – no sé… si yo no hubiera aparecido… todo sería más fácil
para ti…

M: Sïi – contesto con ironía – sería mucho más fácil si, viviendo una vida
de mentiras, casada con alguien a quien no quiero, y siendo infeliz
ocultando mis sentimientos al mundo…

E: Lo digo porque… Maca – la miró – siempre me dijiste que querías ser


Reina y…

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M: Y es verdad – contestó haciendo que se incorporara para mirarla –


sigo queriendo ser Reina… - Esther la miró culpable – pero no la reina de
un país entero… solo quiero ser tu reina – sonrió acariciando sus mejillas
– la Reina de tu vida – terminó de susurrar antes de besarla lentamente –
así que deja ya de decir esas cosas, yo no quiero esa vida – continuó –
quiero una vida a tu lado… ser tu reina – repitió – y que tú seas la mía…

E: Te quiero – dijo mirándola a los ojos y sintió que su corazón explotaba


en un sinfín de fuegos artificiales al poder volver a decírselo clavando su
mirada en ella.

M: Yo sí que te quiero, mi amor – contestó intensamente emocionada.

Volvieron a besarse, mucho más profundamente que antes, abrazándose


consiguiendo que el aire no pudiera pasar entre ellas, necesitando de su
cercanía, necesitando sentirse pegadas la una a la otra… olvidando el
mundo entero para centrarse en ese beso que poco a poco se iba
haciendo más intenso…

C: Ejem – escucharon que decía Carlos y separándose lentamente


sonrieron algo avergonzadas – sentimos la interrupción pero…

Cl: Que estáis en mi casa así que las manitas quietas – terminó ella de
decir con aire chistoso.

M: Perdonar… - dijo abrazando a su chica – nos dejamos llevar…

Cl: Se ve, se ve – sonreía ampliamente.

E: Claudia que – se levantó acercándose a su amiga – gracias por todo…

Cl: Que tonta eres – decía sin dejar de sonreír – ven aquí – la abrazó – me
alegro mucho… de verdad… - dijo emocionada, se separó de ella y dio
dos pasos quedando frente a Maca – Alteza…

M: Claudia, por favor – contestó emitiendo una pequeña sonrisa…

Cl: Ya, ya – rió ella también – era solo una broma… a partir de hoy, Maca
– sonrió y sin dejarle decir nada más se abrazó a ella también – que
seáis muy felices – le susurró sin poder dejar de mostrar la alegría que
sentía al ver a su amiga de nuevo sonreír como lo hacía – bueno… pues
tendremos que preparar algo de cenar para celebrar esto ¿no? – sugirió
separada ya de Maca…

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M: Eh… bueno – miró a su chica y ésta se acercó para abrazarla por la


cintura – yo había pensado en llevarte a casa de mis padres… mi madre
está deseando conocerte…

E: ¿Qué? – dijo algo temerosa a la vez que sorprendida – … ¿A palacio?


Pero… no… yo, con la Reina…

Cl: A Teresa le da un infarto que lo sepas – rió.

E: pero… yo, no puedo yo…

M: Cariño… - la miró con esa carita de no haber roto nunca un plato,


sabiendo que era una debilidad para Esther… - quiero que la conozcas…
y ella misma me dijo que quería conocerte…

E: Jo, Maca – protestó – no me pongas esa cara…

M: Anda… vamos ¿si?

E: ¿Y qué me pongo? – contestó colorada - ¿qué le digo? ¿Qué…?

M: Mírame – hizo que la mirara – solo tienes que ser tú… ya está – le
robó un beso – no te preocupes que todo irá bien… ya verás… anda…
ven conmigo…

E: ¿Y los periodistas que? – preguntó de nuevo.

M: Pues los periodistas que se vayan acostumbrando.

E: Maca… a mí esto me da mucha vergüenza – dijo con una media


sonrisa en la cara.

M: Me haría muy feliz que vinieras la verdad – continuó – quiero que mi


madre conozca a la mujer que me hace tan feliz…

E: Maca…

M: ¿sí? – dijo con una sonrisa mientras volvía a besarla ante la mirada de
Carlos y Claudia que no podían dejar de sonreír - ¿Sí? – la besó de nuevo
– vienes ¿a que sí? – repetidamente volvía a besarla sabiendo que ya a
poco podía negarse Esther.

E: Está bien – afirmó sonriendo ella también – vamos…

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M: Esa es mi niña – dijo orgullosa de ella y abrazándola sabiendo que


esta vez, no había nada contra lo que luchar, no había nada contra lo
que estrellarse, esta vez, pensara lo que pensaran los demás, les daba
igual, ellas se sentían fuertes la una con la otra y así superarían
cualquier obstáculo, cualquier cosa que viniera lo enfrentarían juntas…

Camino a palacio, Esther se mordía las uñas sin poder dejar de mirar
desde la ventana del coche, habían decidido dejar la moto en casa de
Claudia debido a que ambas estaban bastante nerviosas y habían cogido
el coche siendo la propia Maca quien conducía y Carlos quien se
encargaba de llevar la moto…

M: Cariño – la miró un segundo – te vas a hacer polvo las uñas…

E: Ya… - contestó sin dejar de morderlas – pero no puedo parar…

M: ¿pero por qué estás tan nerviosa? – preguntó medio riendo.

E: ¿Cómo que por qué? ¿¡Cómo que por qué!? – dijo mirándola como si
hubiera preguntado la mayor tontería del mundo, Maca agrandó su
sonrisa al verla así - ¿Te parece poco que vaya en un coche nada más y
nada menos que a palacio a conocer a la Reina? – terminó de decir
dejando ver la evidencia.

M: No, cariño – tomó su mano – vas en un coche, a mi casa, a conocer a


mi madre…

E: ¡Pues peor me lo pones! – soltó de nuevo – voy a conocer a mi


suegra… las suegras siempre odian a las nueras…. Me va a odiar… me
va a odiar – repetía escuchando la risa de Maca.

M: A ti es imposible odiarte, mi amor – besó su mano – por cierto… ¿si mi


madre es tu suegra… yo soy tu novia? – dijo elevando las cejas…

E: Noooo – contestó con ironía – es que me gusta ir a visitar a los padres


de la gente con la que me acuesto…

M: Aún no nos hemos acostado – seguía en su juego intentando calmarla


– al menos no de nuevo…

E: Ays, Maca ya sabes a lo que me refiero – protestó.

M: Ya lo sé, mi amor – contestó, dejando ya las bromas – solo quiero que


te relajes… y que seas tú, simplemente eso…

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E: Ya… como si fuera tan fácil… - murmuró de nuevo mirando hacia la


ventana.

Durante el resto del trayecto fueron más o menos igual, Maca


intentando calmar a una Esther que al saber que se acercaban volvía a
ponerse más y más nerviosa, ya veía la entrada y aún no se creía que
estuviera allí…

Entraron por una puerta que no reconoció Esther de la única vez que
estuvo allí, Maca le explicó que esa era la entrada privada y que por eso
no encontraron ningún periodista intentando sacar alguna fotografía,
varios metros después, Maca aparcaba a la entrada y un hombre
elegantemente vestido abría la puerta del copiloto para dejar salir a
Esther y después hizo lo mismo con Maca.

M: Pues allá vamos – dijo tomando su mano y comenzando a andar.

E: Maca, Maca, cariño – la paró – espera… que… uff, estoy muy


nerviosa…

M: A ver, mi niña – se acercó a ella tomando sus mejillas – tranquila… no


pasa nada ¿vale? No nos comemos a nadie – sonrió – bueno yo a ti sí
quiero comerte… pero mi madre es una persona normal que va a
conocer a la novia de su hija… ¿vale?

E: Vale, vale – decía mientras respiraba – vamos…

Entraron de la mano, recorriendo varios pasillos en los que Esther se


dedicaba a admirar lo que allí había, la noche lejana de la cena a penas
pudo mirar nada y ahora, verse allí, en Palacio… creía estar soñando…
Macarena saludaba con normalidad a quien la saludaba y eso le daba
alguna calma, entraron en un salón que le sorprendió por su sencillez a
la par que elegancia.

M: Mi madre vendrá enseguida – le dijo mientras la llevaba al sofá –


vamos a sentarnos – lo hicieron - ¿Sabes qué me pasa? – preguntó tras
un silencio, Esther la miró esperando que continuara – que me están
entrando muchas ganas de besarte.

E: ¡No! – contestó medio asustada – No, Maca aquí no – negaba con la


cabeza enérgica.

M: Venga, tonta – pidió con esa carita – uno pequeñito…

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E: Que no, Maca, que no – volvía a negar – que como venga la Reina…
o… o el Rey o…

M: Ven aquí – tiró de ella.

E: ¡Maca que no! – se intentaba zafar de sus brazos – que me levanto –


advirtió.

M: De eso nada – la acercó más a ella – anda… uno chiquitito, venga,


que cuanto antes te lo de más tranquila me quedaré… ¡vamos! Antes de
que vengan…

E: Maca, por favor que bastante nerviosa estoy ya… - pidió poniendo
ojitos, pero sucumbiendo a su pedido y acercándose a ella.

M: Lo estás deseando, cariño – dijo muy pegada a sus labios.

E: Eres mala – sonrió contra ellos – muy mala…

Terminó de acercarse para besarla con calma, logrando, como siempre,


olvidarse del mundo y calmarse en un solo segundo. Se separaron entre
sonrisas, quedaron mirándose enamoradas, hasta que el carraspeo de
alguien en la puerta las hizo separarse.

M: Hola, mamá – se levantó, viendo como Esther volvía a sus nervios al


encontrarla de aquella manera.

R: hola hija – saludó acercándose – tú debes ser Esther – continuó – creo


que ya nos conocemos…

E: S… sí – logró decir – encantada Majestad – dijo haciendo la


correspondiente reverencia y creyendo que se caería al suelo por el
temblor que sentía en sus piernas…

Una música suave llegaba a sus oídos, la luz tenue las dejaba mirarse
sin problemas, unas copas de vino reposaban en el suelo, el vapor del
agua les hacía saber que tenía la temperatura perfecta para ellas. Tras
ella, rodeándola con piernas y manos, Maca se entretenía besando su
cuello y su hombro, mientras totalmente relajada, Esther se dejaba
hacer con una sonrisa en los labios y los ojos cerrados.

Habían pasado un rato bastante agradable con la Reina, a pesar de sus


nervios, la enfermera pudo relajarse al ver que Rosario le imprimía la

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confianza necesaria para que estuviera calmada. Habían estado


hablando de todo y de nada, conociendo a la madre de su chica que
parecía encantada al ver a su hija sin borrar la sonrisa y entrelazando las
manos con Esther.

Llevaban ya un rato en la bañera y parecía que no tenían intención


ninguna de salir. Se respiraba una quietud que hacía mucho tiempo que
no tenían.

E: ¿Se me ha notado mucho lo nerviosa que estaba? – preguntó sin


moverse.

M: No – seguía besando su cuello – has estado fantástica – continuó


diciendo sin dejar de besarla.

E: Ya… pues estaba como un flan – contestó.

M: Estabas genial – repitió de nuevo ahora mordiendo su hombro, Esther


se movió comenzando a inquietarse, ella sonrió contra su piel y continuó
con lo que estaba haciendo al tiempo que sus manos comenzaban a
acariciar su vientre bajo el agua.

E: Maca… - susurró al sentir que poco a poco iba incrementando la


profundidad de sus caricias.

M: ¿Uhm?

E: ¿Qué haces? – sonrió.

M: Nada… relajarte…

E: Ya… pues no ayudas, cariño – dijo cerrando los ojos al sentir sus besos
– no ayudas nada…

M: Es que no lo puedo evitar, mi amor – subió la manos hasta su pecho,


acariciándolo lentamente – hacía mucho tiempo que no te tenía así… -
continuaba besando su cuello – y no me puedo contener…

E: Umm… dijiste que ibas a ser buena antes de meternos en la bañera –


contestó, moviéndose para dejarle más espacio.

M: Y pensaba serlo – susurró mordiendo el lóbulo de su oreja – pero te


veo así… desnuda… pegada a mí… y lo único que me apetece es
hacerte el amor – volvió a susurrarle sugerente, acariciando más

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profundamente su pecho y perdiendo la otra mano bajo el agua para


llegar donde quería…

E: Ummm – gimió más profundamente al sentir la primera caricia en su


sexo – cariño… - dijo excitada

M: Que…

E: No pares… - pidió, girando su rostro para besarla con frenesí,


elevando el brazo hacia atrás para agarrarse a su cuello y no dejar que
se separara – ahhh… - rompió el beso al sentir las caricias de Maca…

M: No pienso parar – volvió a besarla, con más profundidad, moviendo su


mano bajo el agua haciendo que Esther tuviera que volver a romper el
beso por la falta de aire y sonriendo orgullosa de sí misma al ver como la
enfermera comenzaba a moverse inconscientemente buscando más
contacto…

Ese fue el primero de los varios encuentros que tuvieron aquella noche…
pasaron de la bañera directamente a la cama, disfrutando de besos,
caricias y juegos que hicieron de esa noche, una en la que se
redescubrieron, se volvieron a amar… una noche en la que volvieron a
poner el corazón en manos de la otra… sintiendo como de nuevo,
volvían a ser las que fueron, sintiendo como sus cuerpos destilaban
amor en cada caricia, en cada beso… en cada suspiro…

Terminaba de vestirse de espaldas a Maca quién la miraba esperando


que dijera algo, al ver que no tenía intención de hablar se cruzó de
brazos, bajó la cabeza, suspiró y volvió a subirla, viendo como su chica
ya se terminaba de abrochar la camisa…

M: Es que no lo entiendo, Esther – dijo de nuevo continuando con aquella


conversación que habían comenzado casi nada más levantarse - ¿Por
qué tienes que ir?

E: ¿Cómo que no lo entiendes Maca? – dijo dándose la vuelta mientras


cogía su bolso – pues porque tengo que ir…

M: Podrías quedarte – dijo en sus trece.

E: A ver, Maca – ahora era ella la que se cruzaba de brazos – es mi


trabajo y tengo que ir… ¿No pretenderás que deje de trabajar por que
ahora todo el mundo sepa que soy tu novia verdad?

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M: No es eso – se levantó – no pretendo que dejes nada, simplemente


digo que podrías tomarte un tiempo antes de volver – continuó – no sé,
hasta que las cosas se calmen… todo el mundo está esperando para
hacerte fotografías y preguntarte cosas, intento ahorrarte eso…

E: Muy bien, pero es que yo ya llevo bastante tiempo sin trabajar y me


apetece volver a hacer lo que me gusta – continuó – quiero volver a
trabajar, ver a mis compañeros… tener una vida normal… además,
supongo que tendré que acostumbrarme a los periodistas ¿no? – la dejó
callada – tú los tienes detrás todo el día y no te quejas…

M: Sí, pero yo llevo toda mi vida así y te aseguro que a veces es


demasiado frustrante – continuó – quiero ahorrarte ese mal trago…

E: Estaré bien – sonrió al ver su preocupación – no pasa nada ¿vale? – la


besó – lo soportaré…

M: No vayas… - pidió de nuevo abrazándola – anda, quédate aquí


conmigo…

E: Uff… Maca, por favor, no seas pesadita – dijo separándose de ella.

M: Vale… así que ahora soy pesada – contestó algo molesta.

E: Cariño de verdad… - dijo con calma – es que voy a llegar tarde…

M: Pues llama y di que no vas – dijo cabezota como ella sola – que te
tomas… no sé… un año sabático.

E: Estas de broma – la miró con una ceja alzada.

M: No… - contestó – podrías hacerlo… te tomas un año y luego vuelves,


así las cosas estarán más tranquilas.

E: No pienso hacer eso – volvió a cruzarse de brazos – ya te he dicho que


quiero volver a trabajar… no pienso tomarme un año… vamos es que ni
dos meses…

M: Joder, Esther – protestó.

E: ¿Qué, Maca? – se volvió a poner seria – te recuerdo que tú tienes una


agenda que aun sin estar tan apretada como antes sigue llena de
compromisos que no vas a anular…

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M: Eso es distinto – contestó – porque si yo pudiera lo anulaba todo, pero


no depende de mí, fui la princesa y sigo siendo miembro de la casa Real.

E: Muy bien, pues yo soy enfermera y tengo que ir al hospital – continuó.

M: Pues nada, vete – dijo dándose la vuelta.

E: Maca… - la llamó viendo como aquella conversación estaba derivando


de una forma absurda a una pelea.

M: No, vete – volvió a decir – que te esperan tus pacientes – dijo con
rintintín.

E: No se puede razonar contigo cuando te pones así – contestó


cruzándose el bolso y saliendo de la habitación.

M: ¡Contigo tampoco! – escuchó que decía desde dentro.

Llegó a la puerta que daba a la calle, tomó el pomo y antes de abrir miró
hacia atrás, Maca no salía de la habitación… suspiró, dejó el bolso a un
lado y deshizo sus pasos para volver dentro.

E: ¿Vas a dejar que me vaya con este enfado tonto? – preguntó


cruzándose de brazos, Maca elevó los hombros como si fuera una niña
enrabietada, ella sonrió y se acercó - ¿Qué te pasa, cariño? – dijo
cogiéndola por la cintura.

M: Pues que no quiero que vayas a trabajar – contestó poniendo morritos


– no quiero separarme de ti…

E: Pero mi amor… que en unas horas estoy de vuelta - rió por la niñería
que decía y por lo tierna que le parecía en ese momento.

M: Ya lo sé – contestó – y no quiero que dejes de trabajar por mi ni nada


de eso… pero es que en esta semana no nos hemos separado para nada
y ahora te vas y voy a estar ocho horas sin ti.

E: Qué tontita eres – la abrazó – si es que no puedo no quererte – sonrió.

M: ¿Me vas a llamar? – preguntó separándose un poco de ella.

E: En cuanto tenga un hueco – afirmó.

M: Vale… dile a Javi que te lleve.

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E: No hace falta, cariño.

M: Sí que hace falta – contestó con decisión – que ahora no es lo mismo


que antes y a alguien tendrás que tener para que no se te echen encima
los periodistas – Esther la miró – y si no, no sales por esa puerta –
amenazó con una sonrisa.

E: Vaale – aceptó – dame un beso anda, tontita.

M: Sí… tontita… pero te voy a echar de menos – continuó.

E: Y yo a ti, mi amor – volvió a besarla – me voy – la besó de nuevo para


separarse después – te llamo en cuanto pueda… ¡te quiero!

M: Y yo a ti – contestó viendo como salía ya del piso – pues nada… a


morirte del asco Maquita – se dijo a sí misma al darse cuenta que tenía
toda una mañana sin nada que hacer y lo que más le apetecía no podría
ser pues Esther se acababa de marchar…

Como Maca ya le había advertido la vuelta al trabajo estuvo llena de


prensa intentando sacarle alguna fotografía y hacerle demasiadas
preguntas que no sabía contestar. Javier le abría paso hasta llegar al fin
a urgencias donde Teresa se le echó directamente a los brazos y casi
peor que cualquier reportero la acribilló a preguntas que ella algo
aturdida, intentó capear como bien podía. Mientras andaba por los
pasillos podía escuchar como sus compañeros hablaban en susurros
sabiendo que se referían a ella. Santiago, el director, la llamó a dirección
para hablar con ella con el fin de “hacerle algo de publicidad al hospital”
que ella rechazó al instante. Varios pacientes reconociéndola pidieron
que fuera ella su enfermera y no otra… empezaba a ser un turno
bastante agobiante más incluso que alguno lleno de urgencias pero
intentó llevarlo lo mejor posible…

Así comenzaron a pasar los días, los periodistas apostados en la puerta


de urgencias a veces incluso obstaculizaban la entrada de ambulancias
y sus compañeros, poco a poco y en medio de protestas fueron
“acostumbrándose” a la nueva situación, no así Esther que cada vez se
veía algo más desbordada y solo encontraba la calma cuando llegaba a
casa y se encontraba con su chica…

La situación pareció mejorar algo cuando Maca, en un escrito enviado a


toda la prensa pidió, expresamente, que se abstuvieran de buscarla en
su centro de trabajo, al menos le dieran esa tranquilidad de poder ir a

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trabajar como cualquier otra persona… aunque al principio costó, con el


paso de los días pareció que dejaban de buscarla en el hospital, lo cual
logró que Esther volviera a trabajar con algo más de calma.

- Según informaciones que me han llegado – hablaba alguien en


la televisión – la infanta Macarena y su pareja, Esther, ya hacen
vida de matrimonio. Al parecer, aunque mantienen sus respectivas
casas, viven juntas en el piso de la enfermera – tanto Maca como
Esther quedaron calladas mirando la televisión, estaban sentadas
en el sofá, regalándose una serie de besos que las hacía sonreír y
la televisión, de fondo, había llamado su atención – aunque no es
oficial, se puede pensar que dentro de poco podría haber una boda
a la vista.

- ¿Qué me dices? – preguntó otra de las presentadoras – Bueno


eso es un notición… ¿Y el Rey está de acuerdo?

- Pues… a ver, a mí lo que me cuentan es que ellas están


pasando por un buenísimo momento en su relación – contestó la
periodista – pero que la relación de doña Macarena y Don Pedro, se
ha deteriorado hasta tal punto de no hablarse e intentar no
cruzarse…

E: Apaga la tele, anda – dijo cogiendo el mando al ver como el rostro de


su chica había cambiado con las ultimas palabras.

M: sí, mejor – contestó levantándose del sofá y apagando la televisión.

E: Maca, venga, no te pongas así – fue hasta ella para abrazarla por
detrás – ya sabes que sacan las cosas de quicio.

M: Ya pero esta vez tienen razón – contestó apretando el abrazo – es


verdad que mi padre no quiere saber nada de nosotras… supongo que
es algo a lo que me tendré que acostumbrar.

E: Maca… venga, ya sabes que hacen de un grano de arena, una


montaña – intentó animarla – puede que tu padre no esté del todo de
acuerdo… pero seguro que se preocupa por ti – besó su cuello –
además… no hay más que ver como se inventan las cosas… dicen que
estamos viviendo juntas y no lo hacemos.

M: Ya – se dio la vuelta para mirarla - ¿Y por qué no lo hacemos?

E: ¿El qué? – preguntó al pillarle con la guardia baja.

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M: Vivir juntas…

E: ¿Quieres que vivamos juntas? – dijo sacando una hermosa sonrisa -


¿Estás segura?

M: Nunca he estado más segura de nada en toda mi vida – afirmó – claro


que quiero que vivamos juntas… es más… lo que quiero es casarme
contigo…

E: pero… pero… - la sorpresa, la felicidad, la alegría que sintió no la


dejaba casi hablar – pero…

M: Cásate conmigo, Esther – dijo tomando sus mejillas para mirarla a los
ojos – cásate conmigo… - susurró…

Como respuesta, un beso profundo, fuerte, un beso lleno de pasión y de


un amor tan fuerte que superaba cualquier cosa…

M: ¿Eso es un sí? – preguntó recuperando la respiración que aquel beso


le había quitado.

E: Eso es que te amo – contestó volviendo a besarla – y que soy muy


feliz… que tú me haces muy feliz.

M: Te quiero – la besó – y tú también me haces muy feliz – la besó más


profundamente – y ahora mismo te voy a demostrar cuanto – dijo
cogiéndola en peso logrando que Esther soltara una carcajada y
perdiéndose ambas, entre besos y risas, por el pasillo en dirección a la
habitación donde sin duda, darían rienda suelta a la pasión.

Poco a poco, con su relación ya siendo de dominio público y aún sin ser
del todo aceptada por parte de la Familia de Maca, Esther comenzó a
asistir a algún que otro acto acompañando a su chica, sintiéndose en
ocasiones bastante fuera de lugar sabía que era importante para Maca…
por lo que la acompañaba cada vez que podía.

El anuncio de su boda se hizo público a pesar de que en un principio


habían querido que fuera algo íntimo, casi secreto, como todo, acabó por
saberse convirtiéndose así en la nueva “noticia del año”, muchos fueron
los detractores y lo que pusieron el grito en el cielo por ese enlace,
incluso la Iglesia decidió tomar parte haciéndole saber al Rey su
descontento con esta decisión. Don Pedro, por su parte, intentó hablar
con su hija y quitarle aquella idea de la cabeza, Macarena, sin embargo

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no dio su brazo a torcer, decidida más que nunca a casarse con Esther y
aunque aquello derivó en alguna que otra pelea de la pareja, decidieron
no hacer caso a nadie y seguir con lo que les dictaba el corazón.

Bajo un sol espléndido de una tarde de Mayo, en los juzgados de la


capital, se dijeron el “sí quiero” delante de sus amigos y sus seres
queridos, con un montón de periodistas apostados en la puerta a la
espera para poder tomar la mejor instantánea. Con pocos pero algunos
de los dirigentes más importantes de varios países, con grandes
ausencias… pero sobre todo, con enormes sonrisas en sus labios y
miradas cargadas de amor.

Apoyada en la barandilla, dándole vueltas a su anillo, miraba el cielo


mientras respiraba con tranquilidad. Sonrió al recordar la celebración, lo
“contentilla” que iba su mujer y como había tenido que pararla en más
de una ocasión si no querían formar algún escándalo. Al final, todo había
salido más que perfecto, al menos para ellas, pese a saber que Maca
había echado en falta la presencia de su padre, la conocía y sabía que le
había afectado más de lo que reconocería… aún así, fue un día especial,
en el que firmaron en un papel lo que se habían jurado cuando se
reencontraron… pasar toda una vida juntas.

M: Hola – dijo en su oído abrazándola por la cintura - ¿qué hace mi mujer


aquí solita? – preguntó besándola en el cuello.

E: Nada – sonrió girando la cabeza para besarla en los labios, para


después acomodar la cabeza sobre ella y apretar el abrazo – pensaba…

M: ¿Y qué pensabas? – quiso saber.

E: En nosotras… en nuestra boda… - sonrieron ambas.

M: Umm… creo que me pasé con el vino – dijo recordado lo mismo que
Esther momentos antes.

E: Un poco – sonrió – pero a mí me encantó verte así – afirmó volviendo


a mirarla.

M: ¿Y qué más pensabas? – preguntó de nuevo.

E: En el futuro – Maca la miró con una ceja alzada – intentaba


imaginarme como seríamos dentro de… no sé, unos diez o veinte años.

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M: Pues como ahora, pero más viejas y con hijos – contestó, ahora fue
Esther quien la miró - ¿Qué? ¿No quieres tener hijos conmigo?

E: Maca… qué… - se dio la vuelta - ¿qué me estás queriendo decir?

M: Ven – tomó su mano llevándola al salón para sentarse en el sofá – te


estoy queriendo decir que… no sé, podemos plantearnos la posibilidad
de… de tener un hijo.

E: ¿Quieres tener un hijo?

M: No, quiero tener por lo menos tres – sonrió – y un perro, pero de


momento me conformo con que vayamos a por el primero – dijo
acercándose a ella - ¿Qué me dices?

E: Pues… que te quiero – sonrió ampliamente, haciendo que Maca la


imitara acercándola más a ella – que te quiero muchísimo

M: Y yo a ti, mi amor – contestó terminando de acercarse para besarla,


sellando un nuevo paso en su relación, sin importarles nada que no
fueran ellas, nada que no fueran esos momentos en los que solo existía
un mundo y ellas eran las únicas habitantes… su mundo…

- Pues al parecer, el matrimonio de la que fuera heredera al


trono, no está pasando por su mejor momento – comentaba
alguna comentarista en algún programa de prensa rosa, como ya
venía pasando desde hacía algo menos de un mes – desde que
Esther se quedó embarazada, recordemos, de gemelos, se han ido
distanciando poco a poco, hasta el punto en el que ahora doña
Macarena acude en solitario a todos los eventos en los que se
requiere su presencia y según me han asegurado algunos amigos
suyos, están pasando por una crisis realmente fuerte… algunos
hablan ya de un posible divorcio. De hecho según me cuentan,
doña Macarena ha tenido un acercamiento con otra persona de la
que no voy a decir el nombre pero que es alguien de su pasado…

- Bueno pero… vamos a ver – intervino algún otro periodista –


todos los matrimonios pasan por crisis y luego se solucionan…

P: El problema, señoras y señores – habló Piñainfiel como si el tuviera la


única verdad – es que como es normal, doña Macarena no se siente
madre de esos niños que van a nacer – el resto de comentaristas lo
miraron escépticos – yo que conozco bien a la familia Real, sé, que la

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infanta ha hablado de este tema con la Reina y además, el no hablarse


con el rey, aún manteniendo el respeto está haciendo que ese
matrimonio entre en decadencia – afirmó.

- Vamos a ver, Piñainfiel – le rebatió otra compañera – tú no


puedes asegurar algo tan grave como eso, doña Macarena es tan
madre de esos niños como doña Esther…

P: No, no – continuó – no estoy de acuerdo – dijo de nuevo – a mí me


parece que todo esto fue un error desde el principio, está claro que doña
Macarena debía haber seguido la sucesión de la corona y cometió el
error de renunciar para casarse con una mujer en contra de todo el
mundo… y ahora se ve y siente que va a tener dos hijos y que ella no es
la madre… puesto que esos niños deben tener un padre que no sabemos
quién es y una madre que no es la infanta.

Apagó el televisor con rabia, lanzando el mando con fuerza, se levantó


con dificultad, intentando calmarse, viendo como parecía que todo se
derrumbaba a su alrededor, por culpa de un par de periodistas que no
tenían ni idea de lo que pasaba en su familia.

E: Gilipollas – espetó furiosa.

Y sí, eran todos unos imbéciles que no hacían más que meterse donde
nadie les había llamado, hablando y juzgando sobre su matrimonio, pero
si lo pensaba, realmente sí tenían algo de razón…

Desde hacía algún tiempo, Maca parecía alejarse de ella, no la buscaba


por las noches, no le pedía que la acompañara a ningún acto, parecía
haber perdido la ilusión, al principio ella se resistía a verlo acercándose a
su mujer e intentando que las cosas fueran como debían ser, con el paso
de los días al recibir un rechazo tras otro, había dejado de hacerlo, había
dejado que las cosas no se solucionaran sin tener ni idea de qué era lo
que estaba pasando, pero viendo los resultados… se estaban alejando y
la presión mediática, repitiendo una y otra vez todo aquello hacía que
todo fuera más real…

M: Hola – dijo Maca entrando en casa – ya estoy aquí – se acercó, le dejó


un pequeño beso en los labios, uno más rápido y corto de los que se
solían dar - ¿Cómo estáis? – preguntó ya alejándose y quitándose la
chaqueta.

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E: Bien – contestó escuetamente desde su posición - ¿A ti qué tal te ha


ido? – quiso saber, acercándose un poco a ella para intentar un nuevo
acercamiento.

M: Bien, bien – respondió viendo su cercanía – pero estoy cansada.

E: Ajá… - rodeó su cintura - ¿quieres que te prepare un baño y luego te


de un masajito? – preguntó con voz aterciopelada.

M: Ehh… no, no hace falta, gracias – se separó de ella como si le hubiera


dado un calambre – voy a darme una ducha y creo que será mejor que
nos acostemos… - terminó de decir saliendo de allí.

E: Claro… - dijo con voz derrotada.

Ya en la cama, Esther miraba como Maca no dejaba de dar vueltas


intentando encontrar la postura correcta, desde su posición, la
enfermera esperaba algún gesto que le dijera que podía acercarse,
cuando vio que su mujer al fin quedaba quieta, se acercó a ella pasando
la mano por su cintura, abrazándola y comenzando a besarle el cuello.

M: Esther… estoy cansada – dijo sin mover la cabeza.

E: Cariño – continuó besándola, metiendo la mano bajo su camiseta –


anda mi amor… hagamos el amor…

M: Esther, por favor – contestó de nuevo cerrando los ojos antes sus
caricias – estoy muerta, ha sido un día duro, será mejor que nos
durmamos…

E: Maca…

M: Venga, anda – se dio la vuelta escuchando su tono de voz, besándola


en los labios para luego volver a su posición – qué descanses.

Quedó mirándola… viendo como realmente sí parecían estar en dos


mundos diferentes, los periodistas tenían razón… “doña Macarena no se
siente madre de esos niños que van a nacer” “doña Macarena ha tenido
un acercamiento con otra persona de la que no voy a decir el nombre
pero que es alguien de su pasado” ¿Sería cierto todo lo que decían?
Realmente así lo parecía… y le dolía demasiado como para dejarlo
pasar… volvió a mirarla, con ojos cristalinos lanzó esa pregunta que se
repetía una y otra vez en su cabeza.

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E: ¿Cuándo has dejado de quererme, Maca? – dijo con todo el dolor de su


corazón - ¿Cuándo has dejado de querernos?
Se dio la vuelta tan pronto como escuchó aquellas preguntas y lo que vio
no le gustó nada. El rostro de Esther, triste y angustiado le dejaba ver lo
que le estaba afectando aquella actitud sin que ella se hubiera dado
cuenta… ¿dejar de quererla? ¿De donde había sacado semejante idea?

M: ¿Por qué dices eso? – preguntó casi con miedo.

E: Porque quiero saber en qué momento has dejado de quererme… para


saber qué es lo que he hecho mal – contestó con tristeza.

M: Cariño… - Dijo tomando su rostro para mirarla a los ojos – Te quiero


muchísimo… os quiero más que a nada, no sé porqué me dices eso…

E: Pues porque lo parece, Maca – protestó – estás distinta… distante…


como si no quisieras estar en la misma habitación que yo…

M: Eso no es así, mi vida – se acercó para besarla intentando ahuyentar


con sus besos esos fantasmas que no había sabido ver – yo te quiero
cariño – repitió – no he dejado de quererte en ningún momento…

E: ¿Entonces porqué estás así? – volvió a preguntar – porque no quieres


acercarte a mí…

M: Pues porque…

E:¿ O es que tan mal te sienta que yo esté embarazada que ni siquiera
puedes mirarme? – la cortó – todos dicen que no te sientes madre y… y
parece que es verdad… - bajó de nuevo la mirada.

M: ¿De donde has sacado eso? – preguntó con miedo por aquellas ideas
que tenía en la cabeza – claro que me siento madre… soy la madre de
estos niños – acarició su barriga ya algo abultada – los quiero tanto como
te quiero a ti… claro que soy la madre… y estoy feliz de serlo… ¿a qué
viene esto?

E: Por que no paran de repetirlo en la prensa… - le dijo – no paran de


decir que tú no quieres a los niños… que… que no son tus hijos… que te
ves con alguien… todo el mundo lo dice… y…

M: ¿Y tú te lo crees? – dijo algo ofendida – les crees a esa panda de


ineptos que no saben más que inventarse cosas. Les crees a ellos antes
de hablar conmigo – se sentó en la cama.

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E: Es que…

M: Es que nada Esther, joder – protestó – no sé como se te han metido


esas ideas en la cabeza pero quiero que te las saques ya, ¿me oyes? – la
miró – ¿tan poca confianza me tienes para pensar esas cosas?

E: No es eso – dijo bajando la cabeza sintiéndose algo culpable.

M: Entonces ¿qué es?

E: Pues… que últimamente casi no te veo y no me preguntas si quiero


acompañarte a algún sitio y – comenzó a enumerar lo que le
atormentaba – y… cuando estás en casa parece que no quieres estar
conmigo… cada vez que me acerco me huyes… ni siquiera un beso en
condiciones me das y… luego siempre que pongo la tele hablan de si
estamos pasando una crisis, que si tú no te sientes madre, que si te ves
con alguien mas… y lo repiten tanto y te veo tan alejada que…

M: Ya… y tú en vez de hablarlo conmigo piensas directamente que yo no


te quiero ¿no? – la miró algo enfadada – tú no puedes pensar que
prefiero que estés tranquila, no puedes pensar que no quiero llevarte a
ningún acto porque sé que te pones nerviosa y no es bueno para los
niños, no, eso no lo puedes pensar continuó diciendo, levantándose de la
cama – como tampoco puedes pensar que al estar cerca de ti lo único
que me apetece es hacerte el amor durante toda la noche y que me
tengo que aguantar porque estás embarazada de gemelos y no quiero
que les pase nada… eso no lo puedes pensar ¿verdad?

E: Maca…

M: el médico dijo que necesitabas tranquilidad y calma y no hacer


demasiados esfuerzos – continuó diciendo sin dejarla hablar – y yo
intento que estés tranquila… pero no, tú tienes que pensar que no te
quiero mientras yo no paro de darme una ducha fría tras otra porque no
puedo acercarme a ti para darte un beso en condiciones como tú dices
sin sentir la necesidad de hacerte el amor… y claro… eso significa que
no te quiero…

Quedó callada ante sus palabras, viendo la estupidez de sus ideas,


dándose cuenta de que había sacado las cosas de quicio, Maca tenía
razón, se había dejado llevar por habladurías sin pensar que realmente
su mujer estaba haciendo todo aquello por ella, sin darse cuenta que
Maca estaba haciendo todo aquello por ella… la miró sintiéndose algo

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culpable por aquella tontería, bajó la cabeza y comenzó a jugar con sus
manos…

E: Soy una tonta – murmuró, sin atreverse a mirarla.

M: Pues un poco – dijo relajando el tono y volviendo a la cama.

E: Perdóname… - pidió al ver que volvía a su lado – es que… estoy muy


tonta y… últimamente no me dices que me quieres y… todo el mundo
repetía eso y…

M: Ven aquí – dijo haciendo que se acomodara en su pecho – claro que te


quiero, mi amor… os quiero muchísimo a los tres… no vuelvas a pensar
que no te quiero o que no quiero a mis hijos porque sois lo mejor que
tengo en la vida…

E: Lo siento – la miró.

M: No pasa nada… - dijo queriendo quitarle importancia – pero la


próxima vez, antes de pensar esas tonterías hablas conmigo ¿vale?

E: Sí – se acercó para besarla – pero tú dime que me quieres todos los


días – pidió como una niña pequeña.

M: Todos los días te lo voy a decir, mi amor – contestó sonriendo – te


quiero… te quiero más que a nada.

E: Y yo a ti – volvió a besarla, profundizando en el beso y sintiendo como


Maca hacía lo mismo, abriendo sus bocas para que sus lenguas jugaran
gustosas.

M: Esther… - casi pidió viendo hacía donde podría desembocar aquello –


cariño… - pidió de nuevo cuando su mujer se perdió en su cuello al
tiempo que una de sus manos traspasaba la barrera de la ropa – que
tienes que estar tranquila – dijo cerrando los ojos con fuerza.

E: Estoy tranquila… - habló perdida en su cuello.

M: Mi amor… que no puedes alterarte – dijo de nuevo.

E: Y no me altero – contestó – si lo hacemos lentito no me altero – la


miró con ojos pícaros – venga mi amor, que lo estás deseando – decía
acariciando su pecho ya excitado…

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M: Ufff… Esther…

E: Esto – besó sus labios – es una de – bajó a su cuello – las cosas –


mordió su piel – que más – abrió la camisa del pijama dejando libre su
pecho – me relajan – llegó hasta él y lo succionó con pasión, Maca sin
poder resistirse llevó una de sus manos hasta su pelo para apretarla más
contra ella.

M: Umm ven aquí – dijo tomando su rostro para besarla casi con furia,
casi arrancándole la ropa, mientras acariciaba, besaba, mordía y
saboreaba cada parte de su cuerpo que iba dejando al descubierto,
sintiendo la adrenalina subirle de pies a cabeza, aumentando las ganas
de tenerla… quedó mirándola a los ojos un momento ralentizando sus
movimientos, sus caricias, haciéndolo con calma, acariciándola con
lentitud, disfrutando de cada respiración y cada gemido de su mujer…
“se acabaron las duchas frías” pensó, perdiéndose en ese cuerpo que la
hacía volverse loca…

La sala de prensa estaba atiborrada de periodistas que escuchaban las


palabras del director mientras le hacían fotos a una sonriente,
deslumbrante y nerviosa Maca que no dejaba de mover las manos con
nerviosismo. Cuando el director terminó con los tecnicismos las
preguntas pasaron de nuevo a Macarena.

- Doña Macarena – dijo uno de los periodistas - ¿Cómo se


encuentra la madre?

M: Está algo cansada, pero esta muy bien – contestaba sin borrar su
sonrisa – está feliz y encantada.

- ¿Y usted como está? – quiso saber otro de los reporteros.

M: Sin duda como si estuviera en una nube – contestó rotunda – aunque


muy nerviosa… - rió haciéndoles ver que era cierto.

- ¿Ha estado usted con ella en todo momento? – volvió a


preguntar.

M: Sí, he tenido la suerte de que me han dejado entrar con Esther y ha


sido una de las experiencias más bonitas de mi vida – decía algo
emocionada.

- ¿Qué ha sentido cuando ha visto a los niños? – quiso saber


otro periodistas

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M: Una emoción enorme – contestó – y me van a perdonar, pero lo único


que quiero es estar con ellos – dijo levantándose, los periodistas aun
queriendo hacer mil preguntas más entendieron que quisiera marcharse
- y si me disculpan un segundo voy a saltarme un poco el protocolo y
voy a decirle algo a alguien que espero se sienta aludido: Soy la MADRE
de unos hijos maravillosos y la ESPOSA de la mujer que Amo. Muchas
gracias – terminó de decir saliendo ya de la sala de prensa.

Acompañada de Santiago, el director, volvía a la habitación donde se


encontraba su mujer, por el camino, felicitaciones de muchos de los
compañeros de la enfermera. Carlos y Claudia habían salido de la
habitación para reunirse con Javier y la mujer de éste minutos antes de
que Maca apareciera, sonriendo a más no poder, abrió la puerta
encontrándose con su mujer ya despierta hablando con Teresa.

M: Hola, mi amor – dijo entrando sin borrar su sonrisa – Hola Teresa,


¿qué tal estás?

T: Yo… yo… muy bien, Alteza, aquí… vi… visitando a Esther – tanto Maca
como la enfermera sonreían al ver que aún con el paso del tiempo
Teresa no podía dejar de “alucinar” cada vez que se encontraba con ella
– Pero ya me voy ¿eh? Las dejo solas, Alteza.

M: Teresa… ya te he dicho que me puedes llamar Maca a secas – dijo por


enésima vez.

T: Ay no Alteza… con lo que me gusta a mí llamarla así – sonrieron todas


– no sabe lo que yo presumo con mis amigas por conocerla a usted.

M: Pues no presuma tanto, Teresa que ya no soy Princesa de nadie,


excepto de mi mujer – dijo mirando a Esther que con una sonrisa le
mandó un beso desde lejos.

T: Para mí, siempre será la Princesa – contestó con cabezonería – y ahora


las dejo – se acercó a ella y le hizo la reverencia – Alteza.

E: Disfruta haciendo eso, no le digas nada – dijo una vez Teresita se


marchó de la habitación - ¿Qué tal ha ido?

M: Pues bien – contestó acercándose a ella – ya ves que no he durado


más de quince minutos, que quería estar contigo – se sentó a su lado -
¿Cómo estás mi amor?

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E: Bien – sonrió – algo cansada pero bien – la besó - ¿Los niños?

M: Me ha dicho Santiago que ahora los sube – contestó – que debes


empezar a darles de comer…

E: Vale – tomó su mano y la miró con todo el amor del mundo - ¿Tú como
estás? – sonrió – ¿Menos nerviosa? Que antes casi te da un infarto…

M: Sí… casi – rió – estoy bien… estoy feliz, tú me has hecho muy feliz. Y
te quiero con toda mi alma – terminó de decir besándola levemente.

E: Y yo a ti – contestó en un susurro antes de volver a atrapar sus labios.

En ese momento la puerta de la habitación se abría y un par de


enfermeras entraron con dos cunitas, una con tonos rosas y otra de
tonos azules, haciendo que ambas madres casi babearan al ver a sus
hijos, tras las felicitaciones por parte de sus compañeras las dejaron
solas, para disfrutar de los niños.

M: A ver… - dijo acercándose a las cunitas - ¡Pero si mi niña está


despierta! – dijo con cuidado cogiendo a la pequeña y mirando al niño –
y el otro ahí… que no se despierta – sonreía – vente gordi – hablaba a su
hija con cariño – vamos con mamá que te va a dar algo muy rico – en
ese momento el niño comenzó a llorar – como sabe lo que es bueno –
bromeó mirando a Esther – así mi amor – decía dejándole la niña en
brazos a Esther – con mamá.

E: Ven cariño – dijo destapándose el camisón que le habían puesto en el


hospital – vamos a comer mi vida…

M: Y tú, gamberro, vente con mami que vas a tener que esperar un
poquito – el niño lloraba cada vez más fuerte – ya cariño… yo sé que
quieres pero ahora está Lucía comiendo… luego tú… - el pequeño seguía
llorando mientras su madre lo paseaba por la habitación – no te quejes
peque, que yo voy a tener que esperar mucho más…

E: ¡Maca! – la regañó soltando luego una carcajada, feliz, inmensamente


feliz.

Maca, tras un gesto bromista ante la regañina de su mujer, se acercó


con el pequeño a la cama donde Esther daba de mamar a Lucía,
calmando al pequeño que quedó medio dormido de nuevo en brazos de
su madre, creando una estampa familiar donde se podía ver a kilómetros
de distancia la increíble felicidad que sentían en ese instante…

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Tumbadas en la cama, Esther reía mientras su mujer dejaba cortos


mordiscos en su cuello, riendo a su vez al ver como la enfermera
intentaba parar aquel momento que bien sabía donde las llevaría…

E: jajaja – reía – cariño para, que los niños están fuera – decía sin
conseguir que parase.

M: Están estudiando y nosotras tenemos la puerta cerrada – continuaba


en su labor – ni se enteran – siguió perdida en su cuello – y yo te
necesito ahora… - terminó de decir ocultándose bajo la sábana para
subir su camisa y comenzar a besar su abdomen.

E: Maca… jajaja – reía al ver su ímpetu - ¡Maca! – la regañó al sentir un


mordisco más fuerte de lo normal.

L: ¡Mamá! – escucharon ambas – Miguel está revolviendo mis cosas y me


está desordenando todo – protestó la niña desde su habitación.

Mi: ¡Estoy buscando mi camisa! – se defendió su hermano.

L: Estará en tu habitación – volvió a decir Lucía - ¡Estate quieto! ¡Tonto!

Mi: No está en mi cuarto así que tiene que estar aquí porque la he
buscado por todos sitios – volvía a defenderse.

L: ¡Mamá! – protestó de nuevo – ¡dile que pare!

Maca se dejó caer frustrada sobre el cuerpo de su mujer, viendo como


sus planes se habían ido al traste al escuchar a sus hijos discutir,
suspiró, refunfuñó y miró a su mujer que también la miraba pero con una
sonrisa.

E: Te dije que pararas… - dijo con una sonrisa – anda, vamos a ver qué
les pasa a las fieras… - hizo que se apartara para poder levantarse –
cariño, tápate – le pidió pues ya se había quitado la camisa y tenía el
sujetador bajado.

M: ya va, ya va – decía medio protestando.

E: A ver – llegó a la habitación de su hija - ¿Qué pasa aquí?

L: Que Miguel está destrozando mi habitación, eso pasa – dijo


cruzándose de brazos y sentándose en la cama enfadada.

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Mi: No estoy destrozando nada, es que no encuentro mi camisa y la


abuela va a venir ya… - se volvió a defender.

E: ¿Qué camiseta buscas? – le preguntó.

Mi: La azul – le dijo – no está por ningún lado.

E: Ya… creo que está en la lavadora cariño – dijo acercándose a él –


anda, vamos a ver qué te pones.

Mi: Quería ponerme esa – protestó.

E: Pues te pones otra, no pasa nada – salió con él mirando a su hija que
permanecía sentada en la cama – cariño… no te enfades anda… que
ahora venimos y lo recogemos.

L: ya, claro… - siguió en su postura

M: A ver qué le pasa a mi princesa – entró en la habitación de Lucía.

L: Que Miguel es un tonto – protestó – se cree que puede venir a mi


cuarto a revolverlo todo.

M: Bueno, cariño, pero ya te ha dicho mamá que va a volver a recogerlo


¿no?

L: Sí…

M: ¿Qué te pasa? – preguntó otra vez – porque por esa cara seguro que
no es solo eso…

L: Que no quiero ir a ver a los abuelos – dijo haciendo que Maca la


mirara sorprendida.

M: ¿Por qué cariño? Si están deseando verte… - le peinó un poco el pelo.

L: y yo a ellos, pero no quiero que estén todos esos periodistas –


protestó.

M: ya… - entendió lo que le pasaba, era normal, a ella cuando era niña
también le ocurría, con el paso del tiempo fue tomando consciencia de
que fuera donde fuera siempre tendría un montón de periodistas a su
alrededor y lo último que quería era que sus hijos lo pasaran mal por

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ello. – A ver… ¿quieres que llame a la abuela y le pida que vayáis a un


sitio tranquilo donde no haya periodistas?

L: ¿Puedes? – preguntó esperanzada.

M: Claro que sí – sonrió dándole un beso en la mejilla – venga, termina


de arreglarte – dijo levantándose de su lado, saliendo de la habitación
para entrar en la de Miguel – Pero qué guapo está mi niño con esa
camisa – dijo con una sonrisa, recibiendo otra de su hijo y una mirada de
su mujer que terminaba de arreglarse – anda, Miguel, ve a recoger el
cuarto de tu hermana – le pidió – y la próxima vez antes de desordenarlo
todo nos preguntas a nosotras ¿vale?

Mi: Sí – contestó haciendo lo que le había pedido.

E: ¿Has hablado con Lucía? – preguntó preocupada – porque algo más le


pasa ¿no?

M: Sí… está en fase, odio a los periodistas – contestó acercándose a ella


– yo también pasé por eso…

E: Ya… - dijo abrazándola por la cintura – no sé como pudiste llegar a


acostumbrarte… yo aún no lo consigo, así que entiendo a la niña…

M: Sin embargo Miguel está encantado – continuó.

E: Sí… parece que lleva la vena artística en las venas – dijo medio
bromeando – pero no deja de preocuparme Lucía…

M: A mí también – declaró – pero bueno, de momento voy a llamar a mi


madre para que los lleve a algún sitio donde no tengan a los periodistas
detrás…

E: Vale… me parece bien – sonrió viendo como Maca miraba bajo su ropa
– Macaa….

M: ¿Qué? – dijo como si no hubiera roto nunca un plato – no hago nada…

E: Ya, claro – contestó diciendo “no te creo nada” – anda, llama a tu


madre antes de que se haga más tarde.

M: Vooy – dijo resistiéndose a irse – pero que sepas – la besó – que luego
no te vas a escapar…

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E: Ni yo quiero escaparme – contestó provocativamente y alejándose de


ella para ir a ver como iban los niños.

M: Ayss… qué mala es – sonrió saliendo de la habitación de Miguel para


de una vez, llamar a su madre…

- ¿Se encuentra bien? – Escuchó que le preguntaban en la


lejanía, volviendo al presente y encontrándose con aquella mirada
algo preocupada a la vez que llena de un enorme respeto.

M: Sí, sí – sonrió volviendo a traer la calma – sigamos.

- Si lo prefiere podemos dejarlo por hoy – propuso el chico.

M: No, está bien, de verdad – contestó – sigamos…

- Vale – miró su libreta y pensó en la siguiente pregunta - ¿La


relación con su padre, quiero decir, con el Rey, se arregló en algún
momento?

M: Bueno… en cierto modo sí – contestó mientras pensaba en sus


palabras – no es que llegáramos a ser los que éramos pero continuamos
tratándonos con respeto y en el fondo seguía intacto el cariño…
supongo que le decepcioné demasiado, y aunque creo que llegó a
perdonarme, la relación no llegó a dejar de ser algo fría…

- Pero con sus hijos sin embargo estaba encantado – apuntó.

M: Le costó – dijo con sinceridad – pero al final, mis hijos supieron


ganarse su cariño y sus atenciones… así que sí, realmente estuvieron
muy unidos.

- ¿Se arrepintió alguna vez de la decisión que tomó al casarse


con doña Esther?

M: Nunca – dijo con rotundidad – jamás me arrepentí, ni por un segundo,


si hay algo de lo que de verdad debería arrepentirme es de ese tiempo
que pasamos separadas, pero una vez volvimos a encontrarnos, jamás
me arrepentí de mi decisión… - el chico apuntaba mientras ella
continuaba hablando – a pesar de lo que dijeron muchos, mi vida a su
lado ha sido lo mejor que me ha pasado, he sido muy feliz al compartir
con ella cada día, levantarme por la mañana y encontrarme con sus ojos

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es más grande que he tenido, me ha dado dos hijos a los que adoro y
me ha hecho completamente feliz – el chico la miró, tal vez envidiando
esa forma de hablar… esa forma de amar – soy lo que soy hoy en día
gracias a ella… lo mejor de mi vida me lo ha dado ella… si no hubiera
aparecido sé que habría seguido viviendo una mentira, viendo pasar la
vida sin vivirla… pero llegó… - sonrió con melancolía, con ternura, con
amor – fue… Mi Revolución… sí, creo que es una buena forma de
definirlo… - decía mientras pensaba en ella – me revolucionó, rompió
mis esquemas por completo, me enseñó todo lo que la vida podía
ofrecerme, y a su lado fui completamente feliz. Jamás me había
enamorado como me enamoré de ella y para mi suerte, fui totalmente
correspondida… no sé, sin ella creo que nunca habría podido ser yo
misma…

- Si pudiera volver atrás… ¿Qué cambiaria?

M: No lo sé… realmente creo que nada… porque cada paso que dimos
nos hizo más fuertes, cada equivocación, cada error que cometimos nos
hizo madurar… darnos cuenta de lo que de verdad sentíamos la una por
la otra… pienso que los errores son necesarios, es preciso equivocarse,
caerse para volver a levantarse… nosotras nos caímos, y nos
levantamos de la mano para decirle al mundo que no podría con
nosotras… y no pudieron – continuó – por mucho que algunos lo
intentaran vertiendo un montón de ideas absurdas, no pudieron con
nosotras… el amor que sentimos era más fuerte que ellos, las caídas nos
hicieron más fuertes que ellos… - de pronto quedó callada,
recapacitando en sus palabras, miró al chico con la mirada puesta en el
pasado – quizás sí hay algo que cambiaría… - el joven la miró
expectante – quizás haría algo más para tenerla aún conmigo…

El silencio se hizo entre los dos, lo único que se escuchaba eran los
pájaros cantando en aquel lugar tan silencioso como tranquilo, en aquel
pueblecito perdido en la sierra donde Maca se refugiaba del caos de la
ciudad, donde todo era mágico, por lo que significaba, por lo que se
respiraba, por todos y cada uno de los momentos allí vividos con Esther.

- Hola – dijo una voz juvenil llegando a ellos.

M: Hola, cariño – contestó sacando una nueva sonrisa, enorme ante


aquella chiquilla de unos catorce o quince años que había llegado casi
sin ser escuchada – No os he escuchado llegar – continuó diciendo tras
darle un beso - ¿Y mamá?

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- Aparcando el coche – contestó – me ha dicho que fuera


entrando.

M: Muy bien – acarició su rostro – mira, este chico es Juan, está


escribiendo sobre mí y la abuelita – le comentó.

- Hola – saludó con educación – encantada.

J: Igualmente – contestó sonriendo a la joven.

M: Anda, cariño – le dio un toquecito cariñoso en el trasero – ve a llevar


la mochila ala habitación.

- Sí – le dio un nuevo beso – hasta luego – se despidió del


periodista.

J: Se parece a doña Esther – comentó.

M: Es su vivo retrato – dijo orgullosa mirando hacia la puerta por la que


había desaparecido su nieta – Esther estaba como loca con ella… bueno,
con ella y con las otras dos, pero con ella… no sé, era su ojito derecho…

J: Supongo que el suyo también – dijo con algo de picardía – al parecerse


tanto…

M: Bueno… quiero a mis tres nietos por igual… pero… - lo miró algo
cómplice – no publique esto que no quiero que las otras dos se me
pongan celosas… pero sí… tengo debilidad por ella.

L: Hola mamá – saludó toda una mujer hecha y derecha llamada Lucía.

M: Hola, hija – contestó tomando su mano recibiendo un beso de su


pequeña princesa – Hola Jorge – saludó a su yerno - ¿Cómo estáis?

L: Nosotros bien – le dijo mirando al chico con soslayo - ¿Tú como estás?

M: Bien, bien – sonrió sabiendo lo que pensaba, a pesar de los años no


había cambiado y los periodistas seguían casi “dándole urticaria” – La
niña está dentro, ha ido a dejar la bolsa… nosotros no tardamos – le
comentó para que se tranquilizara, Lucía asintió - ¿Miguel a qué hora
llega?

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L: le llamé antes de salir y me dijo que tenía que esperar a que las niñas
salieran de clase y luego venía hacia aquí – contestó, supongo que no
tardarán en llegar.

M: Vale… - el joven no queriendo parecer demasiado chismoso miraba


su libreta para dejarles hablar con tranquilidad – la comida ya está casi
lista… solo me queda meterla un poco más en el horno…

L: Pues voy yo y tú así terminas aquí – miró a su marido que asintió


comenzando a andar – hasta luego – dijo casi sin mirar a aquel chico.

J: Está claro que nunca le gustaron los periodistas – comentó.

M: Sí… le viene desde niña – sonrió.

J: ¿La echa de menos? – volvió a la entrevista, con una pregunta que aun
sabiendo la respuesta no podía dejar de hacer.

M: Cada día – contestó – al levantarme, al acostarme, durante todo el


día… siempre pienso en ella, no he dejado de echarla de menos desde el
mismo día en que se fue – dijo con algo de tristeza – la recuerdo a cada
momento, recuerdo su alegría… su sonrisa… su mirada… su voz… y sé
que lo seguiré haciendo durante lo que me quede de vida… aunque
ahora ya puedo hacerlo sin llorar… me quedo con todos los maravillosos
momentos que pasamos juntas… y la recuerdo con amor, con el mismo
amor que no he dejado de sentir por ella…

J: Es… precioso sentir lo que desprende usted al hablar de ella… - dijo,


como un comentario personal, más que como algo para la entrevista.

M: Ella era y es mi vida… no puedo hablar de Esther de otra manera… -


contestó con una sonrisa dulce.

J: ¿Por qué esta entrevista ahora? – dijo tras un nuevo silencio – ya sabe
que muchos hemos querido hacerle alguna entrevista durante mucho
tiempo y siempre se ha negado… ¿Por qué ahora?

M: Porque es ahora cuando siento que puedo hablar con calma, sin
dejarme llevar por el llanto, porque como le he dicho, ha dejado de doler
para convertirse en un sentimiento cálido que me acompaña cada día –
le dijo – porque aunque no esté aquí, sé que no me ha dejado, que de
alguna forma está conmigo, ayudándome, apoyándome… la hago ahora
porque pienso que era el momento de hacerla… ya no duele tanto… -
repitió – y la mejor forma de recordarla, de hacerle ver al mundo lo que

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fue y lo que es Esther para mí, es esta… contando lo que vivimos, lo que
sentimos y lo que aún siento por ella.

La entrevista duró poco más, con alguna pregunta sobre sus hijos,
haciendo referencia al desparpajo que siempre había tenido Miguel
delante de una cámara, a la timidez de Lucía, a sus nietos… recordando
siempre con un intenso amor a Esther, un amor que seguía intacto pese
a que ya no estaba con ellos…

La llegada de Miguel, su mujer y sus hijas acaparó toda la atención de


Macarena, tras los saludos y unas pocas palabras, entraron en la casa
en busca de Lucía y el resto de la familia dejando que Maca terminara
de despedirse de aquel periodista que comprendió, la entrevista había
llegado a su fin.

J: Bueno… muchísimas gracias – dijo dándole la mano – en cuanto esté


lista le enviaré una copia para que pueda leerla y si quiere cambiar algo
no dude en llamarme. Y de nuevo gracias por concederme su tiempo, ha
sido un placer, se lo aseguro.

M: Gracias a usted – contestó – le acompaño…

J: No, no se moleste – dijo impidiendo que se levantara – conozco el


camino – dijo con una sonrisa.

M: Que pase buen día – le dijo a modo de despedida.

Se quedó allí sentada, en aquel pequeño porche en el jardín, mirando al


infinito, pudo ver a Esther corriendo tras una pelota junto a sus hijos,
pudo verla reir haciéndole cosquillas a Miguel, pudo verla acercarse a
ella con picardía, la recordó nítidamente tumbada en la tumbona de al
lado tomando el sol y protestando porque ella le quitaba el sol
queriendo llamar su atención… la inmortalizó llorando emocionada el día
que primero Miguel y luego Lucía les anunciaban que iban a ser abuelas,
jugando tiempo después con sus nietas aún pequeñas… tantos
momentos vividos en aquella casita que la hacían sacar una sonrisa
imborrable aún con el paso del tiempo…

M: Feliz aniversario, amor mío – dijo al aire…

Y como si de verdad la hubiera escuchado, la brisa del viendo acarició


su rostro, y sintió que era los labios de Esther acariciando sus mejillas…

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FIN

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