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HISTORIAS MÁGICAS
DE LOS
INDIOS PIELES ROJAS
R. BENITO VIDAL
EL ORIGEN DE LAS HISTORIAS DE LOS PIELES ROJAS
(Leyenda Séneca)
—Soy yo.
Niño Huérfano quedó atónito, sorprendido, sus piernas le
forzaban para que se alejase de allí a todo correr. La piedra le repitió:
-¿Tú?
Así se hizo.
(Leyenda cherokee)
El buceador contestó:
—Es que... —balbucieron sin saber muy bien por qué lo hacían.
Ellos repusieron:
—Acelerar su secado...
—¡Detén tu afán!
Ella repuso:
(Leyenda crow)
pieles rojas.
—Me voy...
—¿Adonde irás?
—Me voy detrás del verano. No aguanto más este frío que ataca
sin consideración a mi artrosis —declaró el héroe de leyenda colérico.
El murmullo del jadeo del joven llegó a los oídos del aventurero
que, curioso, se desarrebujó y contempló ante sí al piel roja crow.
—¿Qué me traes?
—¿Son machos?
—Lo son.
El joven piel roja se los presentó delante, a la vez que los iba
nombrando con cierta timidez por si había cometido algún error y no
le servían:
—Si tenemos que huir a todo correr ellos son los adecuados.
(Leyenda haida)
encargó.
La voz le indicó:
"El nieto del jefe del Cielo creció rápidamente y, como hacen los
niños, el pequeño se volvió irritable y lloraba cuando no podía
conseguir lo que quería."
—Contiene la Luna.
—¿Qué es?
A lo que él contestó:
—Contiene el Sol.
"Viajó por todo el mundo con la Caja de la Luz del Día abierta y
no sólo llevó la luz a los espíritus del mundo, sino que les dio a
muchos de ellos las formas físicas que tienen hoy en día."
EL GUERRERO BUSCA EN PÁJARO TRUENO LA
INMORTALIDAD DE SISIUTL
(Leyenda kwakiutl)
—¿Inmortal?
—No hay ser que pueda obtener este atributo, o casi no lo hay
—repuso el hechicero.
El chamán le contestó:
—Y vas a saber.
—Bueno.
—Quiero.
—Sí.
El hechicero advirtió:
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—Allá tú.
—¿Qué es Sisiutl?
—La mataré.
El hechicero le aconsejó:
—En las aguas de la costa del noroeste. Las tribus que allí se
encuentran la temen, se horrorizan con su visión y todos huyen
cuando aparece cerca de sus aldeas.
como en los enfrentamientos que todo ser había de tener frente a los
avatares que le proporcionase cotidianamente la vida; es decir, ante
un hombre íntegro.
—¿Qué he de hacer?
El guerrero preguntó:
El cacique repuso:
—El Águila de los Monstruos del Mar tiene bajo sus alas anidada
a la gran culebra que buscas. Hallando a Pájaro Trueno tienes casi
asegurada la presencia de Sisiutl.
—Pregunta, di.
El jefe contestó:
Era Sisiutl una gigantesca serpiente que tenía dos cabezas, una
en la cola y otra en su sitio. En medio de su cuerpo tenía una cara de
hombre y en cada una de las tres lucía un par de cuernos, que eran
los que albergaban su poder de maleficencia y perversidad. Se dio
cuenta el guerrero, cuando la gran sierpe cayó sobre las aguas, que
era tremendamente rápida y que su apetito era voraz, ya que
perseguía con afán a las ballenas y las devoraba con un solo golpe de
su mandíbula.
—¿Quiénes son?
extranjero.
El chamán le vaticinó:
—¿Adonde va?
-¿Y...?
(Jefe Weninock)
Antes de que los dioses del pueblo piel roja creasen a los
hombres, no existía la Tierra y hubo que crearla para cuando ellos
llegaran. Sus deidades, bien extrayendo barro del fondo de océano y
moldeándolo en forma de gran empanada o bien por cualquier otro
modo mítico, constituyeron la gran isla donde se desarrolló el Mundo
Medio, que es el mundo actual, el habitado por los seres vivos
conocidos en el presente. No obstante estas teorías clásicas de la
creación de la Tierra, los pieles rojas creen que el mundo actual
donde se desarrollan sus vidas es el cuarto (indios hopi) o el quinto
(para los navajos) de varios de ellos que existen en el universo
celestial.
El chamán continuaba:
—Los mundos que nos precedieron eran, sin duda, lugares que
resultaban demasiado pequeños y fueron inundados del mal,
contaminados por los vicios y la perversidad, a causa de las
hechicerías a que fueron sometidos por los malvados. Sin embargo, el
mundo siguiente es esencial y siempre constituye un respiro y un
consuelo para el piel roja que persigue su superación.
El creador...
Pero los blancos no eran bien recibidos por el pueblo piel roja,
quienes, cuando sabían de su llegada, tomaban sus precauciones y
preparaban sus hostilidades.
Eran los Surem (tribu yaqui) unos pequeños seres humanos que
odiaban la violencia y los ruidos estridentes y agudos...
Pero una vez creado el pueblo piel roja, sus gentes necesitaban
invariablemente que se les enseñase a hacer las cosas.
El dios le contestó:
—¿Cuándo?
Rostro Marcado era tan valeroso, tan decidido, tan audaz, tan
intrépido y tan arriesgado que para él fue un honor el poder
someterse al ritual del O-kee-pa. Estuvo muy orgulloso de prestarse
durante aquellos inolvidables cuatro días del verano a las terribles y
extensas ceremonias sagradas en las que se representaba la historia
mitológica de la tribu, que no dejaba de ser una dramatización de la
creación de la Tierra, los seres humanos, las plantas y los animales,
junto a las luchas que tuvieron que soportar sus antepasados hasta
llegar a la situación en que se encontraba el actual pueblo de los pies
negros.
—¿Quién es?
El otro repuso:
—Hablar contigo.
—¿Y qué...?
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La muchacha sonrió, pero esta vez con decoro, diría que con
cierto temor. Quedó expectante escuchando las palabras que
surgieron como una torrentera de su corazón, más que de su razón.
—... gracias a que rebasé con éxito el rito del paso a la mayoría
de edad y a las sucesivas purificaciones a las que me sometí, obtuve
la gracia de mi preferente situación entre los de mi tribu y se me dio
a conocer el poder de Mujer Comadreja tan profundamente, que
lanzó sobre mí su deseo de protección con tanta intensidad que hasta
me propuso que construyese un hogar y se casaría conmigo.
ayuno que tuvo que soportar; aunque, no siendo suficiente ello, tuvo
que acompañar su inanición con largas y piadosas oraciones que, al
no resultar del todo efectivas, tuvo que acompañarlas
automutilándose en un costado de la lengua e incluso haciéndose un
incisión más o menos superficial en el prepucio.
—¿Cómo?
Observa-al-toro-vivo dijo:
Los otros pieles rojas callaron por unos momentos en los que le
observaron con todo el respeto que cabía para sus deidades.
(Leyenda tlingit)
La protesta de otro:
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—Nos extinguiremos.
El jefe se impuso:
El jefe replicó:
—¿Entonces...?
El cacique habló:
—Los niños tienen que ser niños y actuar como niños. Vosotros,
con vuestra experiencia pasada, tenéis que prepararlos para la
guerra. Pero al menos esperad a que sus brazos tengan la fuerza
suficiente para tensar el arco o empuñar la espada. Si no —añadió
sonriente— lo único que vais a conseguir es que pierdan la vida en el
intento de solidaridad.
Y otro añadió:
—¡Callaos! ¡Silencio!
Le obedecieron.
Todos quedaron atónitos. ¿No era él, el jefe, quién tenía que
pensar por todos, el que debía de proveerlos de todo...?
Uno preguntó:
—¿Dónde se halla?
Otro contestó:
—Para nada.
El jefe dijo:
El hechicero expresó:
—¿Qué piensas hacer con él? ¿Nos lo vas a sacrificar para que
todos comamos?
El jefe dijo:
—Y servirá.
—¿Cómo?
El cacique le dijo:
—Es el monstruo...
—... Gonaquadet...
El chamán dijo:
El aludido contestó:
El jefe dijo:
El chamán expresó:
El jefe ordenó:
—Dejadlo libre.
Le obedecieron.
—¿Adonde? —preguntó.
El hechicero le contestó:
—No. Allí todas las noches se baña la Luna.
—¿ Gonaquadet?
El hechicero le preguntó:
—¿Tuviste miedo?
(Leyenda miwok)
(Jefe Miwok)
—Es "alto como un pino y sus manos tan grandes que podía
sostener diez hombres a la vez en cada mano".
Uwulin, dando tan grandes pasos que con uno de ellos bastaba
para salvar la cumbre de una gran colina, inició su viaje por toda la
península. Iba de una a otra aldea llevando con su presencia el terror
y el sufrimiento. "Cogió a tanta gente que, como no se la podía comer
toda de una vez, la cortó en trozos pequeños e hizo cecina de su
carne."
Nadie sabía qué hacer. Todos temían a Uwulin. Por fin uno de
ellos expresó:
La comadreja dijo:
La aludida preguntó:
—Muy fácilmente.
Mosca dudó:
—Puede de un manotazo acabar conmigo, si le inquieto con mis
mordiscos. El dolor le hará rugir.
—... por eso debes en ese preciso momento estar lista para
volar con toda rapidez a lo más alto de la copa del gran castaño que
toca el cielo.
—¿Y qué?
Mosca declaró:
—¿De qué?
El otro siguió:
El jefe asintió:
—... que haya tantas y tan cercanas las unas de las otras que el
propio Uwulin no pueda evitarlas.
"Murió instantáneamente".
—¿Qué haremos?
Se lamentaron:
—¿A quién?
Aquélla respondió:
—¿Quién será?
(Leyenda maidu)
Eran los tiempos en los que, al norte del país de los indios
maidu, surgiera de alguna oscura y tétrica caverna, donde asentara
su morada misteriosa y secreta, el pérfido médico Haikutwotupeh.
Quizá, después de adquirir su sapiencia sobre las medicinas y las
hierbas curatorias en el Mundo Superior, y como castigo a causa de
alguna tropelía o insensatez cometida con su sabiduría, fue arrojado a
la Tierra para que inquietara con sus intrigas a los humanos y dejara
de una vez a los divinos vivir en paz.
—¿Qué construís?
—Construimos cestos.
—A ver si os comprendo.
—A ver...
—Eso es.
—¿Y luego qué hacéis con ellos? ¿Los guardáis todos? ¿Los
vendéis?
—Te explicaré...
La mujer contestó:
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Y otra dijo:
—Claro.
—En la casa del jefe puede entrar quien quiera; vive para todos
nosotros.
—Claro.
Otra dijo:
—¿Por qué?
Pero su padre y los demás indios veían todo este sueño con
gran escepticismo y muy lejano.
Pero Oankoitupeh...
El nieto del jefe venció porque había nacido para ello y sólo
para ello, y...
Y otro ordenó:
—¡Adelante!
huesos.
El joven piel roja los apiló y sobre ellos acumuló hojas y ramas
secas. Luego les prendió fuego y acarreó sobre la hoguera leña de
mayor consistencia. De este modo los huesos del gigantesco
monstruo caníbal fueron consumidos por las llamas.
(Leyenda netsilik)
—¿El qué?
Kivioq sintió el frío de las aguas salinas en sus pies; pero notó
cómo subía por sus piernas una sensación de picor, cosquillas y luego
un ligero dolor.
El águila le gritó:
—¡Cuídate de ellas!
—Pero...
Se daba cuenta el héroe que andaba por terrenos que cada vez
se volvían más empinados, porque también cada vez le costaba más
trabajo el levantar sus pies del suelo y era mayor el jadeo de su
pecho a causa del esfuerzo que llevaba a cabo. Al llegar a un elevado
cortado en donde acababan los abetos y los pinos milenarios, creyó
escuchar como el ramoneo y el bramido confuso que él atribuía a un
rebaño de rumiantes. En efecto, Kivioq salió del bosque y precipitó su
mirada hacia la profundidad del cortado, donde se abría un pequeño
valle rodeado de montañas y rico en pastos y matorrales. Descubrió
en lo más hondo un imponente hato o manada de caribúes muy bien
alimentados y sedentarios que pastaban con placer y ruidosamente.
Con una sonrisa de satisfacción, el hombre regresó a su caminata
olvidándolos al poco tiempo ante el gran esfuerzo en el que debía de
concentrarse todo él. Al descender por la otra ladera de la montaña
cubierta de arces, olmos, cedros, y cubierta por algún que otro
alcornocal, Kivioq escuchó el aullido angustioso de lo que debía ser
una manada de lobos que salía de detrás de unas enormes rocas que
se alzaban amenazantes hacia el sudoeste. Los quejidos no se
detenían y los animales casi lloraban por causas que el héroe
desconocía. Como su misión en la tierra después de que se vengara
de sus enemigos y abandonara su gigantesca figura era el de acudir
en auxilio de quienes necesitasen de sus poderes y sabiduría
sobrenaturales, no dudó dirigir sus pasos apresurados hacia donde
salían los lamentos agudos de los lobos. Conforme se acercaba,
aumentaba la intensidad de los aullidos y cuando estuvo muy cerca
de ellos se dio cuenta de que incluso se atacaban los unos a los otros
con el valor arduo y caníbal que les impelía el hambre que tenían que
soportar.
Kivioq se hizo ver por los famélicos animales. Surgió sobre ellos
en lo alto de una roca inalcanzable por los lobos, sintiéndose seguro
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Ellos contestaron:
—Tenemos hambre.
El héroe dijo:
—... son más hábiles que nosotros. Así que nos quedamos con
las ganas dentro de nuestros estómagos...
Mientras vive con los lobos, por ejemplo, les enseña a derribar
a los caribúes. Desde entonces, gracias a Kivioq, todos los lobos han
aprendido a cazar caribúes.
Nadie le respondía.
—¿Quién es éste?
—Lo ignoramos...
—¿No será, por todos los demonios y las brujas malditas de las
montañas heladas, el ladrón que nos roba la carne de nuestras
reservas?
—¿Quién eres?
El señor le respondió:
—Dicen que Kivioq es tan rico y poderoso que se dice que tiene
hasta cinco barcos...
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(Canción Hamatsa-Kwakiult)
Hombre Rojo era en la actualidad, por mor de los ritos a los que
se tuvo que someter, un Hamatsa, un ser humano que fue
transformado en el vientre del gran monstruo sobrenatural que en
toda la costa noroeste era conocido con el nombre de
Bakbakwalanooksiewey. Pero antes que llegara a esta purificación
ceremonial que le impusieran los dirigentes espirituales de la aldea, el
indio kwakiult tuvo el privilegio de escuchar del jefe de la tribu el
siguiente honor:
—Espero que cumplirás bien con el rito para el que has sido
propuesto —inquirió severamente el mandatario religioso.
El jefe continuó:
maligna luna, Hombre Rojo apareció entre las grisáceas y frías aguas
aún, asomando por ellas su cabeza diciendo, a la concurrencia del
pueblo que no había abandonado su puesto, en su ausencia:
El hombre ordenó:
El hechicero añadió:
—Te estábamos observando y por no invadir la intimidad de tus
pensamientos y tus estudios no te lo ofrecimos. Pero ahora, si eso es
lo que tú quieres, tanto el jefe de la aldea como yo con mucho gusto
te admitiremos en la secta secreta como iniciado...
—Retírate de mi presencia.
El monstruo dudó.
Él preguntó:
—¿Qué quieres?
—La abstención.
Pero no ve a nadie.
—Son de cicuta.
Siguió bailando.
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Él se preguntó:
—Sigue tu transformación...
—Galokwudzuwis...
—Huyamos de aquí.
—¡Corramos!
—El Galokkwudzuwis, con su gran pico, nos abrirá el cráneo y
se comerá nuestros cerebros.
El chamán gritó:
—Su reencarnación.
El otro le contestó:
—¡Huyamos!
El chamán gritó:
(Nalungiaqu. Netsilik)
El padre suplicaba:
La hija se excusaba:
—Necesito tu ayuda.
—¿Por qué?
Perro repuso:
—Te lo agradezco.
Perro preguntó:
—¿Qué te pasa?
—Y también de cachorros.
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Perro preguntó:
El padre sentenció:
—¿Cómo lo haré?
El padre le explicó:
El padre explotó:
—... y matarnos.
Ella opuso:
—¡Nadad sin tregua por entre esas olas! ¡Llegad hasta el kayak
que transporta a vuestro abuelo, a mi padre, y voleadlo! No regreséis
a mí hasta que le veáis desaparecer tragado por la tenebrosidad más
profunda y oscura del océano.
—¡Ahí está!
Todos observaban.
Ella nada dijo. Pero reunió con sus manos a toda la carnada en
un grupo compacto y con un gesto de su mano les ordenó silencio:
—Acercaos a mí.
—Venid aquí.
—¿Quiénes?
Igualmente que la otra suela, que ya surcaba las aguas del mar,
ésta se convirtió en una embarcación cuando la mano de la mujer
violentada por un perro la empujó hacia los adentros marinos.
La ventolera que nació bajo sus piernas los elevó con gran
furia. El cielo se les venía encima.
ilumina la noche...
Como todo en el mundo iba apareciendo para que cada vez más
se semejase a los tiempos actuales, tuvo que ocurrir que en esta
época cuando los animales, tan controvertibles, cambiantes y
variables como se ha visto, alcanzaron a afirmarse tal como se
conciben ahora, sin entrar en la extraña metamorfosis en la que tanto
podían ser ellos mismos u hombres, o una mezcla desaliñada de las
dos especies.
—¡Cuidado!
—¡Salvémonos!
Fue allí donde sucedió que dos de los pájaros que estaban
hartos de su pelaje blanco, el somorgujo y el cuervo, decidieron
tatuarse las plumas con el hollín que guardaban dentro de un pote;
de modo que uno pintó al otro y éste al de allá. Luego se fueron a
contemplar al magnífico espejo de las aguas heladas del cercano río.
El espectáculo que vio sobre todo el somorgujo no fue ni por mientes
de su gusto.
—Me gusta.
—Pues cógela.
Ella lo tomó.
—A mí me pasa lo mismo.
—Hay algo dentro de mí que no me deja estar tranquilo.
El hermano dijo:
Estuvieron meditando.
Él dijo:
—¿Por qué?
Él aclaró:
Él dijo:
—Podemos escondemos.
nuestros.
Pero el hermano:
—¿Entonces?
La mujer expresó:
BIBLIOGRAFÍA