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En el Mediterráneo observamos varios ejemplos de esa relación peculiar que se establece entre
algunas especies.
Anémonas y medusas ofrecen también refugio seguro a los que se atreven a ocultarse entre sus
tentáculos sin provocar el disparo de las células urticantes. En el Mediterráneo, el pequeño góbido
Gobius bucchichi suele aparecer asociado a la ortiga de mar (Anemonia sulcata), mientras que las
poslarvas de las diferentes especies de jureles (Trachurus spp.) hacen lo propio con la medusa
Cotylorhiza tuberculata. A diferencia de los peces payaso del Indopacífico, que sobreviven solo en
las cercanías de una anémona, las especies mediterráneas antes citadas no las necesitan. En
realidad, Gobius bucchichi puede cobijarse bajo cualquier piedra y las poslarvas de jurel se asocian
a cualquier objeto flotante, vivo o inanimado. Sin embargo, cuando existen cnidarios disponibles,
no dudan en aprovecharlos. Sería interesante determinar si la relación con un ser vivo mejora en
realidad su supervivencia.
Pero el caso más intrigante de comensalismo entre las especies marinas mediterráneas lo ofrecen
la morena (Muraena helena) y un pequeño camarón, Lysmata seticaudata. Como si se tratara de
los pluviales limpiadores de cocodrilos descritos por Heródoto hace más de dos mil años, los
camarones se aproximan a las morenas y buscan entre sus dientes partículas de alimento.
Ignoramos la relevancia de esta limpieza bucal para las morenas, pero muy hambrientos deben
hallarse los camarones para aventurarse a buscar alimento en semejante lugar.