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LAS COSMOGONÍAS

¿Cuál es el origen del mundo? ¿Cómo se origino? ¿Cuándo adquirió la


forma que presenta?. Estas y otras preguntas las podemos encontrar en todas
las sociedades, constituyendo el punto de arranque de muchas religiones,
desde el Génesis bíblico hasta el relato de la creación babilónico (el Enuma
Elis) y, por supuesto, también en el mundo faraónico. Por otra parte, la forma
de responder a las mismas nos informa de sus creencias, de las relaciones que
estas culturas mantenían con su mundo, de su capacidad deductiva y, por lo
general, de las características que van a tener sus respectivas religiones, sin
poder olvidarnos que la forma de contestar –entender para ellos-, como fue el
proceso creador lleva implícito también sus esperanzas, miedos y requisitos
ante una vida futura.
En líneas generales, todos los sistemas de creación responden a los
mismos esquemas, siendo un elemento común que con anterioridad a la
creación, a la intervención o decisión del demiurgo de crear el universo,
solamente existía el caos, el desorden, lo que contribuye aún más el acto
creador, aunque formando parte de dicho caos existían ya los elementos
positivos que darían lugar a la creación. Así, en la perspectiva hindú, el
Universo está formado por elementos separados que se mantienen unidos
gracias al trabajo realizado por los dioses en un principio para reunir estos
elementos y construir el mundo, antes existía el caos, la dispersión. Por otra
parte, ese estado caótico, carente de vida pero no de fuerzas que contienen la
vida, constituye un elemento amenazador que siempre puede regresar y volver
a dominar el universo, contribuyendo de esta forma a la función “social” de la
religión, ya que ello se produciría si las normas, reglas y deseos del dios/es se
contravinieran sistemáticamente, debiendo recordar al respecto los diferentes
relatos que sobre un diluvio universal existen en diferentes religiones.
Igualmente, ese estado anterior a la creación suele ser concebido como
acuático, con unas aguas primordiales en las que la oscuridad es dominante.
Esto no debe sorprendernos ya que el agua es el origen de la vida, se necesita
para irrigar los campos, para vivir físicamente, surgiendo del cielo regando la
tierra y gracias a las crecidas de unos ríos que posibilitan el acceso a la misma,
fenómenos ambos que el hombre no controla y de los que depende, siendo
lógico que relacione ambos fenómenos con la voluntad de unos dioses. Como
señala M. Lurker, el agua es símbolo de lo que carece de forma, de lo
precósmico, es la materia prima sin la que no hay posibilidad de vida y, como
pensaba el filosofo griego Tales de Mileto, el agua era el comienzo y el final de
todas las cosas. Unas aguas primordiales que tienen una consideración
bisexual, femeninas al proporcionar la vida y masculinas por la violencia que
puedan llegar a alcanzar.
Pero además de poder proporcionar la vida, las aguas también
contienen un elemento negativo, destructor. Unas lluvias torrenciales en poco
ayudan a los cultivos, es más, pueden arrasarlos, mientras que unas crecidas
excesivas, o escasas, pueden ocasionar la aparición de hambrunas en una
tierra como la de Egipto o el mundo mesopotámico. Es por ello ilustrativo que el
tema de un diluvio universal este presente en la mayoría de las civilizaciones,
pero no significativamente en el mundo egipcio, donde posiblemente el hecho
de que la crecida alcance la llanura aluvial en el mes de junio favorece que la
posible violencia de las aguas sea menor que, por ejemplo, en el interior de
África.
Por otra parte, esa visión cotidiana del agua como elemento de vida y
muerte, al tiempo que purificando los campos, regándolos y haciendo
desaparecer de los mismos su sequedad, sus grietas, ayuda a entender que el
agua sea considerada como un elemento purificador que concede la vida. Es
como si en esos campos se plasmara la visión de la vida del hombre, los
cambios que experimenta la piel humana con el tránsito desde la niñez a la
vejez. Con el agua se purifica, se obtiene una vida nueva, no siendo extraño
por ello que los ritos de inmersión estén presentes en tantas religiones,
antiguas o modernas y que, en el caso del antiguo Egipto, los templos –símbolo
de la creación y de la llanura aluvial como veremos-, tengan siempre en sus
proximidades un estanque o, incluso, puedan llegar a ser inundados durante la
estación de la crecida.
Es decir, en esas aguas primordiales encontramos las fuerzas de la vida
y de la muerte, siendo lógico que la divinidad que logre emerger de las mismas,
o dominarlas, se convierta en el demiurgo.
Una peculiaridad que siempre se ha señalado en relación con el mundo
egipcio es que no existe un único relato sobre cómo tuvo lugar la creación del
mundo, sino varios, si bien todos ellos recogen las mismas preocupaciones y
tienen las mismas vinculaciones con el medio geográfico, utilizándose siempre
la misma frase para referirse a este acto, sep tepi (“la primera vez”). Es por ello
que se habla de cosmogonías, pero como señala S. Quirke, parece más lógico
pensar que en un principio se desarrollo un único sistema de creación, un
relato común, para posteriormente proceder cada localidad, o centro religioso,
a desarrollar su propia versión, variando únicamente el dios creador y la forma
en que el mismo procede a dar forma al mundo conocido.
Tres son las cosmogonías más importantes del antiguo Egipto, la de
Heliópolis, Hermópolis y Menfis, todas tienen el mismo esquema y su principal
diferencia radica en quién fue el dios creador. Ello demuestra y nos acerca a lo
que es otra característica de su religión y religiosidad; la multiplicidad de
aproximaciones que pueden existir respecto a un mismo hecho que es común a
todos.
Por otra parte, que sean estas tres las cosmogonías más importantes
también puede ponerse en relación con la evolución política de sus respectivas
ciudades, más que en posibles luchas y conflictos religiosos, o teológicos, entre
los diferentes sacerdocios. La más antigua es la de Heliópolis, destacando en
ella su carácter solar, un centro que desde tiempos predinásticos fue muy
importante. En la de Menfis destaca por el poder de la palabra, del deseo
creador de su divinidad, Ptah, que lo manifiesta a través de la lengua, una
ciudad que desde la I dinastía se convirtió en la capital de Egipto y por ello
debía ser el centro de una de esas cosmogonías. Finalmente, la de Hermópolis
se pone en relación con Amón, una de las divinidades que realiza el acto
creador, adquiriendo importancia cuando Tebas, la ciudad donde residía su
principal lugar de culto, adquirió una importancia política.
Paradójicamente, un problema al que nos enfrentamos es que
disponemos de numerosas y variadas escenas, tanto en templos y tumbas, así
como textos, que nos informan y relatan cómo fue el acto creador, pero todas
son muy posteriores a cuando se pusieron las bases de la civilización faraónica
y de su pensamiento. Por otra parte, en un principio existieron en Egipto
distintas entidades políticas y territoriales, por lo que debía buscarse una
explicación que fuera aceptada por todas ellas. Es quizás por ello por lo que no
se desarrolló, o impuso, un único sistema de creación, perviviendo distintas
tradiciones que, según el ritmo de la historia, fueron adquiriendo importancia,
un proceso en íntima relación a cómo funcionaba la religión egipcia, que en
muy pocas ocasiones recurrió al sincretismo religioso, e incluso entonces
permitió en todo momento la pervivencia de tradiciones y cultos. Por otra parte,
y como en tantos otros aspectos vinculados con el pensamiento religioso
egipcio, fue en época griega y romana cuando se realizaron las grandes
composiciones que describían el proceso creador, cuando las paredes de los
templos se convirtieron en verdaderos libros sagrados. Así, la mayoría de los
textos sobre la cosmogonía de Hermopolis son tardíos, pero el nombre antiguo
de Hermopolis, Khemnu o “ciudad de ocho”, haciendo referencia a las
divinidades creadoras, se constata desde la V dinastía.
Todas las cosmogonías coinciden en que en un principio solamente
existía una oscuridad absoluta (keku semau) junto a un liquido incontrolable,
unas aguas primordiales, que suele traducirse, o interpretarse, como “caos”, y
que los egipcios denominaban “Nun”. Unas aguas que no deben ser entendidas
desde una óptica negativa y sí desde la perspectiva de una masa incontrolable
a partir de la que tendrá lugar la creación al contener las mismas los principios
de la vida, pero también los del caos y la destrucción como hemos visto. Una
superficie, o elemento acuático, que no desaparecerá con el acto creador,
permaneciendo en los límites del mundo creado y que siempre estará
amenazante, pudiendo volver a ser dominante si no se mantienen las normas
que garantizan el orden y que serán establecidas por los dioses creadores; un
mundo peligroso en el que encuentran su lugar las almas de las personas que
no han recibido los ritos funerarios apropiados y donde residen todas las
fuerzas de la naturaleza que no se dominan y que se manifiestan en fuerzas
con una apariencia externa monstruosa o dañina, tal y como pudimos
comprobar en la lección anterior.
La cosmogonía se desarrolló en torno a la ciudad de Heliopolis, la
antigua On, el principal centro de culto del dios sol Re. Un asentamiento con
gran importancia desde tiempos predinásticos y que conservó a lo largo de
toda la historia del país su prestigio. De acuerdo con la concepción
heliopolitana Atum fue el dios creador, existiendo con anterioridad a la creación,
antes de que la tierra y el agua se separaran, es decir, junto a las aguas
primordiales y en un estado de potencialidad no desarrollado. Cuando Atum
decide crear el mundo lo hace desde la llamada “colina primigenia” y, bien
masturbándose según algunas versiones, escupiendo según otras, dio origen a
la primera pareja de dioses; a Shu, el aire y a Tefnut, la humedad, que fueron a
su vez los padres de la segunda pareja de dioses; Nut el cielo y Geb la tierra,
de cuya unión surgieron Isis y Osiris, así como Seth y Neftis, estableciéndose
lo que se conoce como Eneada heliopolitana.
Por tanto en esta cosmogonía pueden distinguirse dos esquemas. El
primero de ellos relacionado con lo celestial, con Atum al frente y cuatro
divinidades simbolizando el poder divino de los elementos naturales y astrales
que forman parte de todo proceso creador (el agua, el cielo, la tierra y el aire)
para, a continuación, relacionarse con los dioses “terrestres”, en especial con
Osiris y Seth, cuyo conflicto y luchas, que terminaron con el asesinato de Osiris
y la victoria final de su hijo Horus sobre su tío Seth, simbolizaban el
establecimiento de la realeza como forma de gobierno en Egipto desde la
creación ya que el rey era considerado Horus en la tierra, encargado de
defender el orden frente al caos que encarnaba Seth, asesino de su padre. Por
lo tanto, dos niveles en la misma concepción que sirven para unir lo divino con
lo humano, una relación que es fundamental para comprender el
funcionamiento y concepción de la realeza egipcia. Es por esta razón por la
que algunos investigadores han interpretado la importancia de la cosmogonía
de Heliópolis como el reflejo de un esfuerzo, entre otros, que los reyes que
unificaron Egipto en la dinastía 0, y que eran originarios del Alto Egipto,
tuvieron que realizar para legitimar su gobierno sobre el conjunto del país,
vinculándose con el dios de la principal ciudad, desde el punto de vista
religioso, del Bajo Egipto. Pero más allá del posible trasfondo histórico de esta
cosmogonía, lo que refleja también es la estrecha comunicación y relación que
existía entre los dioses y los hombres, entre sus respectivos mundos, no
formando dos realidades diferentes, al contrario que en el mundo
mesopotámico o griego en los que el hombre y todo su mundo es creado para
servir a los dioses. Si los dioses egipcios establecen esa comunicación tan
próxima ello explica la sensación de protección y seguridad que los egipcios
desarrollaron hacia sus dioses, en lugar de experimentar un temor ante las
posibles reacciones o actitudes que pudieran tener las divinidades en un
momento determinado.
Un conflicto entre Osiris y Seth que, como veremos cuando analicemos
el mito, puede estar simbolizando también el conflicto existente en la
naturaleza, entre un valle del Nilo que es fecundado por el río con sus crecidas
y el desierto, donde habita Seth (ver lección anterior). Igualmente se oponen el
carácter benéfico de la inundación contra el carácter impredecible de las aguas
de las tormentas o de la lluvia, fenómenos temidos por extraordinarios y que,
como hemos visto pueden tener consecuencias desastrosas. Una divinidad,
Seth, que no siempre tuvo un carácter maligno y que, especialmente, en el
Reino Nuevo, estuvo muy ligada a la realeza, ayudando incluso al sol en su
viaje nocturno.
Eneada heliopólitana con que se identifica a los nueve dioses que
participaron en la creación pero en la que en varias ocasiones también
encontramos a divinidades como Horus o Re, por lo que ese concepto o
término pudo también ser utilizado por los egipcios como una forma de
designar a los principales dioses cósmicos, más que a nueve divinidades
concretas. Un termino, eneada, que es escrito ocasionalmente con el jeroglífico
para dios repetido en tres grupos de tres; el plural del plural, la totalidad,
incluyendo así a todos los dioses en el proceso creador. Respecto a la
masturbación con que Atum dio comienzo al acto creador, ello explica que la
mano de Atum fuera identifica con el elemento femenino y que en el Reino
Nuevo algunas sacerdotisas tebanas asumieran el título de “mano del dios”.
Un relato del que surgirán otros mitos e historias, siendo destacable que
la creación de la humanidad solo ocupe un lugar secundario y, precisamente,
en relación con los mitos que se desarrollan una vez que ha sido realizada la
creación por la Eneada, ya que el hombre es creado a partir de las lagrimas
que derrama uno de los ojos del dios creador, Re, que, habiendo perdido uno
de sus ojos envía a Shu y Tefnut en su busca pero, tras un periodo de tiempo
decide reemplazarlo apareciendo con posterioridad el ojo original que ante su
sustitución llora y de sus lagrimas (remut), nacieron los hombres (remet). Este
ojo será convertido por Re en el ureus, la cobra que protegerá al rey de todos
los peligros que tenga delante de él.
En íntima relación con esta cosmogonía esta la llamada piedra benben,
que simbolizaba la colina primigenia desde donde Atum procedió a la creación,
un símbolo que se ha puesto en relación con el origen del obelisco y de la
propia forma piramidal que adquirirán los enterramientos egipcios a lo largo del
Reino Antiguo, cuando la concepción solar sea la dominante. Una piedra
original que se pensaba que era el lugar donde cayeron por primera vez los
rayos del emergente sol.
La segunda de las cosmogonías es la de Hermópolis, donde tenía su
principal lugar de culto el dios Thot junto a su consorte, muy poco conocida,
Nehmetaway, datando los primeros textos que nos relatan el proceso creador
del Reino Medio, coincidiendo con la importancia que adquirió la ciudad de
Tebas.
En esta concepción también con anterioridad a la creación existía el
elemento acuífero, unas aguas primordiales de las que surgirán cuatro parejas
de dioses; Num/Nunet, las aguas del abismo; Heh/Hehet, sin forma;
Keku/Keket, sin luz, la oscuridad; Amón/Amonet, los ocultos. Resulta
interesante que, al igual que Atum, estas fuerzas o divinidades existían con
anterioridad a la creación, pero sus características implican y reflejan que en
los momentos anteriores a la creación no había vida, fueron fuerzas inertes,
oscuras, ocultas, creándose una tensión entre estas manifestaciones de lo no
creado y la posterior creación, una tensión o lucha que terminó con el acto
creador. Estas fuerzas y divinidades adoptaron la forma de cuatro serpientes y
cuatro ranas, quizás simbolizando también los cuatro puntos cardinales, al ser
los primeros animales que se ven en las emergentes tierras que son
fecundadas anualmente con la crecida del Nilo.
La tercera de las cosmogonías es la Menfis, conocida principalmente
gracias a la llamada piedra de Shabaka, procedente del templo de Ptah en
Menfis y que recoge una copia de un antiguo papiro, pudiéndose remontar para
algunos su antigüedad a la V dinastía. El dios creador es Ptah y en ella se
combina el pensamiento y la palabra: el dios concibe en su corazón y crea con
su lengua.
En el transcurso del Reino Nuevo los reyes tebanos intentaron
relacionarse con el creador hermopolitano, Thot, siendo ésta la razón por la
que muchos de sus reyes adoptaron el nombre de Thutmosis. Sin embargo, en
Tebas Thot fue adorado como Khonsu, el hijo de Amón y Mut, por lo que se
desarrolló la cosmogonía de Khonsu, conservada en un texto Tolemaico. Una
divinidad, Amón que estaba entre las parejas de dioses que dieron origen a la
creación según la concepción de Hermopolis y que, en la concepción tebana,
también adquiere similitudes con Ptah.
Un hecho sorprendente es que Amenofis IV/Ajenaton, no desarrollara
una cosmogonía en la que el disco solar, Atón, adoptara la función de
demiurgo, aunque es cierto que como veremos es de esta divinidad de donde
emanara todo, adquiriendo así las características propias de un demiurgo.
Un elemento común en todos los sistemas cosmológicos es que con
anterioridad existía un desorden. Es cierto que con él estaban las fuerzas que
iban a encarnar los principios de la vida, pero con la creación esas fuerzas del
caos no desaparecen ya que, al igual que las fuerzas benéficas, permanecen
en las aguas primordiales, siendo por ello que la dicotomía orden/caos que
ayuda a entender la concepción del medio geográfico y, como veremos, la
función de la realeza, está presente desde los orígenes. Una creación que no
reemplaza o elimina lo que existía antes, no es destructiva.
Como en tantas otras manifestaciones, la visión de su medio geográfico
hacía que los egipcios vieran que el cielo tenía un color azul durante el día y
negro durante la noche, las mismas tonalidades que tenía el Nilo a lo largo del
día, no siendo extraño por ello que pensaran que el cielo, al igual que el Nilo,
estuviera compuesto por agua, unas aguas celestiales que rodeaban lo
conocido y se extendían en todas direcciones, existiendo el mundo en medio
de esta agua sin fin, evitando Shu, el aire, que esa agua cayera sobre la tierra.
En esta concepción del mundo encontramos un mundo terrestre. Pero
existía otro mundo subterráneo, oculto y oscuro, la Duat, que los textos
describen como yaciendo dentro del cuerpo del cielo, Nut, lo que a su vez se
refleja en la concepción de que el cielo procedía “a dar a luz” al sol cada
mañana. Un viaje nocturno del sol que, como hemos visto, era temido por los
egipcios por los peligros que encarnaba la serpiente Apopis. En medio de la
noche, en lo más profundo de la Duat, se encontraba con el cuerpo momificado
de Osiris, símbolo de vida y renacimiento, llegando en este momento los dos
dioses a ser uno y, gracias a esa unión, el sol recibía las fuerzas necesarias, el
poder de una nueva vida. Un aspecto interesante es que el sol, al igual que el
resto de divinidades, se desplazaba en una embarcación, siendo por ello que
alrededor de los enterramientos de los reyes egipcios, desde la I dinastía y
durante el Reino Antiguo, aparecerán embarcaciones destinadas a facilitar que
el rey acompañe al sol y le ayude a vencer diariamente a las fuerzas del caos.
Unas cosmogonías y una concepción del mundo que reflejan el proceso
creador que se produce todos los días que debía ser defendido y mantenido,
debiendo recordar como se hacia referencia al acto creador, sep tepi, “la
primera vez”.
Especial importancia para muchas de las manifestaciones culturales que
veremos con posterioridad tiene el concepto, o la idea, de que la creación tuvo
lugar de una colina primigenia, símbolo de las tierras que van aflorando
después de que las aguas fecundadoras de Hapy hayan fertilizado los campos.
Un Nilo, una crecida y un emerger de las tierras fecundadas que, al igual que el
ciclo del sol, reproduce el acto creador, la “primera vez”. Una colina primigenia
que, como todas las manifestaciones, fue interpretada en el mundo egipcio
como una fuerza divina, una divinidad ctónica llamada Ta-tenen que, en gran
medida, puede ser equiparada con la piedra benben de la concepción
heliopolitana.
Otra divinidad relacionada con el proceso creador fue Nefertum,
frecuentemente representado como un hombre con un peinado en forma de flor
de loto. En algunos textos encontramos expresado que la primera
manifestación de vida que apareció después de que las aguas primordiales
hubieran retrocedido fue una flor de loto, emergiendo el sol desde la misma,
diciéndose en los Textos de las Pirámides (Utt. 266) “la flor de loto que está
delante de la nariz de Re”. Esta es la razón por la que será frecuente en las
escenas de banquetas, o funerarias, que las personas se representen con una
flor de loto en la mano y aspirando su olor, que era considerado aliento de vida.
Al respecto, debemos de volver a recordar la influencia del medio geográfico ya
que la flor de loto se abre durante el día mientras que durante la noche, cuando
el sol realiza su viaje por las profundidades de la Duat, la flor se cierra.
Igualmente, su epíteto, khener tawy, “protector de las Dos Tierras”, puede estar
sugiriendo su función de guardián del Estado unificado.
Otra fuerza asociada con ese surgimiento fue el de la vaca celestial,
identificada con Mehetweret en los Textos de las Pirámides, surgiendo de las
aguas primordiales con el sol entre sus cuernos y que, quizás, pueda ser la
diosa vaca representada en algunas paletas predinásticas con estrellas, así
como la diosa que preside las acciones que Narmer que lleva a cabo en su
famosa paleta. Mismas características tiene el pájaro benu, el primero en
asentarse en la tierra emergida, estando estrechamente vinculado a Heliópolis
y que, en cierta medida, fue el prototipo del ave fénix de los griegos.
En íntima relación con la creación, y posterior ordenación del mundo,
está lógicamente la iconografía religiosa y funeraria que encontraremos en
tumbas, sarcófagos y templos y, así, en muchas tumbas encontramos los
techos decorados con estrellas amarillas sobre un fondo azul, mientras que los
suelos están pavimentados con basalto, una piedra negra que simbolizaba la
tierra fertilizada de Egipto, Kemet. Unos templos que, como veremos,
simbolizan en su plano y decoración el acto creador que realiza la divinidad
desde la estancia más recóndita y oscura del templo.
Un mundo que tuvo un principio, pero que como hemos mencionado
también debía de tener un final, no precisado en el tiempo y alejado
temporalmente con expresiones como “millones de años”. Un mundo que
acabaría con la unión, nuevamente, del cielo y la tierra lo que implicaría que el
sol dejaría de iluminar y proporcionar vida; las aguas primordiales y el caos
volverían a dominar y solamente el creador perviviría, al igual que lo había
hecho con anterioridad a su acto creador.
Unos actos creadores que conllevaron la aparición, la existencia de
Maat, representada como una diosa sentada con una pluma de avestruz,
siendo por ello que muchos reyes se representarían ofreciendo Maat a los
dioses, simbolizando de esa forma que seguían manteniendo lo establecido en
la creación. Maat según la concepción egipcia es la “hija de Re” y la definición
exacta de cuales eran sus funciones es objeto de discusiones ya que desde el
comienzo de la historia de Egipto abarca todo lo imaginable y es la garantía del
mantenimiento del orden establecido en la creación, en oposición a isfet, todo
lo que representaba el caos En el juicio que toda persona ha de superar para
acceder al más allá la pluma de avestruz con que es representada esta situada
en uno de los platillos de la balanza, debiendo quedar la misma equilibrada.
Lógicamente, el corazón pesa más que una pluma, pero no debemos olvidar
que estamos en un universo simbólico, y que lo que se esta juzgando y
valorando son las acciones de la persona que siempre quedan registradas en
su corazón. En un primer momento el rey era el único que, según los textos
conservados, podía garantizar el mantenimiento de Maat, no debiendo olvidar
que en estas concepciones religiosas estaba presente la idea de que la
institución de la realeza había sido establecida en el mismo proceso creador,
legitimando así la labor de los primeros reyes egipcios. Con el paso de los
siglos y debido a los cambios que experimenta la sociedad, los nobles también
contribuyen al mantenimiento del orden y, por extensión, todas las personas
que cumplen con su función en la tierra.
Podría decirse que la creación del universo fue considerada como un
estado de perfección que debía ser tanto emulado como conservado, unos
principios que impregnan todas las manifestaciones de su civilización, desde la
realeza a la sociedad y, por supuesto, lo que serán sus manifestaciones
artísticas. Al mismo tiempo, la realeza, el orden, la prosperidad… están en el
acto creador, pero formando parte del mismo también esta el caos, razón por la
que tampoco puede ser destruido.
En lo que respecta a la creación del hombre, ya hemos comprobado que
no ocupa un lugar destacado en las composiciones cosmológicas. En las
creencias faraónicas era el dios Khnum, cuyo principal lugar de culto estaba en
Elefantina y asociado con las grutas donde los egipcios ubicaban el surgimiento
de las aguas de la inundación, el que procede a moldear al hombre en su torno
de alfarero. El término para hombre, rmt, es utilizado como colectivo, siendo
aplicado al principio a los egipcios pero, a partir Reino Nuevo también a los no
egipcios, otra prueba de la flexibilidad de sus concepciones a causa de unos
contactos y relaciones con el mundo exterior que van en aumento, no debiendo
tampoco olvidar que la progresiva involucración de los egipcios en la política
exterior les obliga a adaptar sus concepciones a las diferentes realidades que
van conociendo y con las que deben convivir, aunque también es cierto que
esos mundos exteriores, y sus habitantes, siempre serán considerados
diferentes, pudiendo reaparecer el caos en cualquier momento, por lo que los
egipcios debían mantenerse siempre vigilantes. Un razonamiento que,
lógicamente, debemos poner en relación con la ideología.
Una humanidad en la que la concepción egipcia diferenciaba cinco
elementos; la sombra, el Ka, el Ba, el akh y el nombre, llamados globalmente
todos ellos kheperu, “manifestaciones”.
Respecto al cuerpo, desde el periodo Predinástico comprobamos una
preocupación por su preservación y cuidado, siendo desde los comienzos la
base física del Ka y del Ba, un cuerpo que será con el tiempo momificado, el
“sah”, no con la esperanza o el deseo de que adquiriera vida, sino con la
intención de servir de casa al Ka y al Ba. Un cuerpo que ya en vida tiene unas
connotaciones diferentes según su forma, “khet” y su apariencia, “iru”.
El Ka nacía con la persona y fue representado en muchas ocasiones
como una copia de la persona. Las ofrendas de alimentos de las tumbas van
dedicadas al Ka, que podía abandonar el cuerpo en la cámara funeraria y
acceder a la capilla funeraria donde se le presentaban las ofrendas. El origen
de su concepción puede estar en el hecho de que los primeros enterramientos
se realizaron en pequeños hoyos en la arena, sin protección, actuando la arena
del desierto de secante permitiendo la preservación de unos rasgos que,
debido a las tormentas de arena o la acción de los animales depredadores,
podían llegar a ser contemplados, pensando los egipcios que una parte de la
persona permanecía con ellos en la tierra. La forma más común de
representarlo son dos brazos levantados.
El Ba tiene similitudes con nuestro concepto de personalidad, pero
también era una fuerza que tenían tanto los hombres como cualquier objeto.
Abandonada el cuerpo con la muerte pero aunque podía abandonar la tumba,
visitar el mundo de los vivos…, durante la noche debía de volver a descansar
en su soporte, el cuerpo. Normalmente es representado con cuerpo humano y
cabeza de pájaro, pero podía adoptar cualquier forma.
El nombre, “ren”, no solo servia para la identificación de la persona, sino
que era imprescindible para la manifestación de la persona. Unos nombres que
además indican la importancia o lo que se esperaba de la persona, estando los
nombres de muchos reyes bajo la protección o bendición de dioses.
Importancia y poder del nombre, que en definitiva manifiesta a la persona en su
totalidad, que queda reflejada en el mito de Isis en el que intenta conocer por
todos los medios posibles el nombre secreto de Re para poder llegar así
convertirse en la más poderosa. Así, un castigo o una precaución en algunos
casos, fue cambiar el nombre, tal y como sucedió en el juicio contra los
conspiradores que intentaron acabar con la vida de Ramses III, llamándose uno
de ellos Ramose “Ra es el más grande que me dio vida” para ser llamado
Ramesedsu, “Ra es el que me odia”. Nombre de la persona que debía de ser
recordado después de ser enterrado, apareciendo por ello en muchos y
variados lugares, al tiempo que la importancia de que fuera pronunciado en los
ritos funerarios.
Respecto al Akh, representaba el estado de existencia que se esperaba
alcanzar, simbolizándose con este nombre a la persona en el más allá, no
pudiendo por ello llegar a ser todas las personas Akh.
Todas estas manifestaciones del hombre, como tendremos ocasión de ir
comprobando, tendrán gran importancia en el desarrollo de las costumbres
funerarias así como en la función de las tumbas, su decoración y ajuar
funerario.
Finalmente, debemos volver a recordar la influencia del medio
geográfico en las concepciones egipcias, no solo en su vida cotidiana, en sus
trabajos agrícolas. Un mundo acuático que da la vida pero que también
encarna lo caótico –el Nilo y sus crecidas-; la sensación de que el acto creador
es continuo y debe ser siempre defendido, mantenido, lo que refleja la lucha
constante con el medio geográfico; la idea de vida y muerte, la concepción
cíclica de la vida y de la naturaleza, común en todas las religiones hasta la
aparición y triunfo del Cristianismo, que impondrá la visión lineal; unas
divinidades benefactores que conceden la vida y protección, estableciendo una
relación intima con la población; la propia concepción de la colina primigenia,
reflejo de las tierras que han sido fecundadas por las aguas de la crecida y
donde va a ser posible cultivar, siendo en ellas donde aparecen los primeros
animales (concepción de Hermópolis). Pero además de todos estas
características, tampoco debemos olvidar la importancia que tiene el acto
creador, especialmente en la concepción menfita, donde es la palabra, el
intelecto, lo que permite y materializa el acto creador.
BIBLIOGRAFÍA

Estos sistemas de creación están analizados en J. Allen, Genesis in


Egypt. The Philosophy of Ancient Egyptian Creation Accounts, Yale
Egyptological Studies 2, 1988. Aunque no directamente relacionado con las
cosmogonías, el libro de F. Dunand & C. Zivie, Dieux et hommes en Égypte
(3.000 av. J-C- 395 apr. J-C, es ilustrativo de las diferentes formas de
interacción que existen entre los dioses y los hombres.
En relación con Maat, el estudio de J. Assmann, Maât, l’Egypte
pharaonique et l’idée de justice sociale, París 1989 sigue siendo el más
interesante y recomendable.
Aunque problemático en algunos aspectos, el trabajo de V. Tobin,
Theological Principles of Egyptian Religion, Nueva York 1989, plantea hipótesis
sugerentes, en especial en todo aquello relativo a las similitudes existentes con
las concepciones griegas, poniendo de relieve que en el antiguo Egipto también
existía una filosofía, rechazando la tradicional división que ubica los comienzos
de la misma con los presocráticos, idea que esta presente incluso en el
tradicional estudio de H. Frankfort & J. Wison, El pensamiento prefilosófico, Ed.
F.C.E. 1976.

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