¿Cuál es el origen del mundo? ¿Cómo se origino? ¿Cuándo adquirió la
forma que presenta?. Estas y otras preguntas las podemos encontrar en todas las sociedades, constituyendo el punto de arranque de muchas religiones, desde el Génesis bíblico hasta el relato de la creación babilónico (el Enuma Elis) y, por supuesto, también en el mundo faraónico. Por otra parte, la forma de responder a las mismas nos informa de sus creencias, de las relaciones que estas culturas mantenían con su mundo, de su capacidad deductiva y, por lo general, de las características que van a tener sus respectivas religiones, sin poder olvidarnos que la forma de contestar –entender para ellos-, como fue el proceso creador lleva implícito también sus esperanzas, miedos y requisitos ante una vida futura. En líneas generales, todos los sistemas de creación responden a los mismos esquemas, siendo un elemento común que con anterioridad a la creación, a la intervención o decisión del demiurgo de crear el universo, solamente existía el caos, el desorden, lo que contribuye aún más el acto creador, aunque formando parte de dicho caos existían ya los elementos positivos que darían lugar a la creación. Así, en la perspectiva hindú, el Universo está formado por elementos separados que se mantienen unidos gracias al trabajo realizado por los dioses en un principio para reunir estos elementos y construir el mundo, antes existía el caos, la dispersión. Por otra parte, ese estado caótico, carente de vida pero no de fuerzas que contienen la vida, constituye un elemento amenazador que siempre puede regresar y volver a dominar el universo, contribuyendo de esta forma a la función “social” de la religión, ya que ello se produciría si las normas, reglas y deseos del dios/es se contravinieran sistemáticamente, debiendo recordar al respecto los diferentes relatos que sobre un diluvio universal existen en diferentes religiones. Igualmente, ese estado anterior a la creación suele ser concebido como acuático, con unas aguas primordiales en las que la oscuridad es dominante. Esto no debe sorprendernos ya que el agua es el origen de la vida, se necesita para irrigar los campos, para vivir físicamente, surgiendo del cielo regando la tierra y gracias a las crecidas de unos ríos que posibilitan el acceso a la misma, fenómenos ambos que el hombre no controla y de los que depende, siendo lógico que relacione ambos fenómenos con la voluntad de unos dioses. Como señala M. Lurker, el agua es símbolo de lo que carece de forma, de lo precósmico, es la materia prima sin la que no hay posibilidad de vida y, como pensaba el filosofo griego Tales de Mileto, el agua era el comienzo y el final de todas las cosas. Unas aguas primordiales que tienen una consideración bisexual, femeninas al proporcionar la vida y masculinas por la violencia que puedan llegar a alcanzar. Pero además de poder proporcionar la vida, las aguas también contienen un elemento negativo, destructor. Unas lluvias torrenciales en poco ayudan a los cultivos, es más, pueden arrasarlos, mientras que unas crecidas excesivas, o escasas, pueden ocasionar la aparición de hambrunas en una tierra como la de Egipto o el mundo mesopotámico. Es por ello ilustrativo que el tema de un diluvio universal este presente en la mayoría de las civilizaciones, pero no significativamente en el mundo egipcio, donde posiblemente el hecho de que la crecida alcance la llanura aluvial en el mes de junio favorece que la posible violencia de las aguas sea menor que, por ejemplo, en el interior de África. Por otra parte, esa visión cotidiana del agua como elemento de vida y muerte, al tiempo que purificando los campos, regándolos y haciendo desaparecer de los mismos su sequedad, sus grietas, ayuda a entender que el agua sea considerada como un elemento purificador que concede la vida. Es como si en esos campos se plasmara la visión de la vida del hombre, los cambios que experimenta la piel humana con el tránsito desde la niñez a la vejez. Con el agua se purifica, se obtiene una vida nueva, no siendo extraño por ello que los ritos de inmersión estén presentes en tantas religiones, antiguas o modernas y que, en el caso del antiguo Egipto, los templos –símbolo de la creación y de la llanura aluvial como veremos-, tengan siempre en sus proximidades un estanque o, incluso, puedan llegar a ser inundados durante la estación de la crecida. Es decir, en esas aguas primordiales encontramos las fuerzas de la vida y de la muerte, siendo lógico que la divinidad que logre emerger de las mismas, o dominarlas, se convierta en el demiurgo. Una peculiaridad que siempre se ha señalado en relación con el mundo egipcio es que no existe un único relato sobre cómo tuvo lugar la creación del mundo, sino varios, si bien todos ellos recogen las mismas preocupaciones y tienen las mismas vinculaciones con el medio geográfico, utilizándose siempre la misma frase para referirse a este acto, sep tepi (“la primera vez”). Es por ello que se habla de cosmogonías, pero como señala S. Quirke, parece más lógico pensar que en un principio se desarrollo un único sistema de creación, un relato común, para posteriormente proceder cada localidad, o centro religioso, a desarrollar su propia versión, variando únicamente el dios creador y la forma en que el mismo procede a dar forma al mundo conocido. Tres son las cosmogonías más importantes del antiguo Egipto, la de Heliópolis, Hermópolis y Menfis, todas tienen el mismo esquema y su principal diferencia radica en quién fue el dios creador. Ello demuestra y nos acerca a lo que es otra característica de su religión y religiosidad; la multiplicidad de aproximaciones que pueden existir respecto a un mismo hecho que es común a todos. Por otra parte, que sean estas tres las cosmogonías más importantes también puede ponerse en relación con la evolución política de sus respectivas ciudades, más que en posibles luchas y conflictos religiosos, o teológicos, entre los diferentes sacerdocios. La más antigua es la de Heliópolis, destacando en ella su carácter solar, un centro que desde tiempos predinásticos fue muy importante. En la de Menfis destaca por el poder de la palabra, del deseo creador de su divinidad, Ptah, que lo manifiesta a través de la lengua, una ciudad que desde la I dinastía se convirtió en la capital de Egipto y por ello debía ser el centro de una de esas cosmogonías. Finalmente, la de Hermópolis se pone en relación con Amón, una de las divinidades que realiza el acto creador, adquiriendo importancia cuando Tebas, la ciudad donde residía su principal lugar de culto, adquirió una importancia política. Paradójicamente, un problema al que nos enfrentamos es que disponemos de numerosas y variadas escenas, tanto en templos y tumbas, así como textos, que nos informan y relatan cómo fue el acto creador, pero todas son muy posteriores a cuando se pusieron las bases de la civilización faraónica y de su pensamiento. Por otra parte, en un principio existieron en Egipto distintas entidades políticas y territoriales, por lo que debía buscarse una explicación que fuera aceptada por todas ellas. Es quizás por ello por lo que no se desarrolló, o impuso, un único sistema de creación, perviviendo distintas tradiciones que, según el ritmo de la historia, fueron adquiriendo importancia, un proceso en íntima relación a cómo funcionaba la religión egipcia, que en muy pocas ocasiones recurrió al sincretismo religioso, e incluso entonces permitió en todo momento la pervivencia de tradiciones y cultos. Por otra parte, y como en tantos otros aspectos vinculados con el pensamiento religioso egipcio, fue en época griega y romana cuando se realizaron las grandes composiciones que describían el proceso creador, cuando las paredes de los templos se convirtieron en verdaderos libros sagrados. Así, la mayoría de los textos sobre la cosmogonía de Hermopolis son tardíos, pero el nombre antiguo de Hermopolis, Khemnu o “ciudad de ocho”, haciendo referencia a las divinidades creadoras, se constata desde la V dinastía. Todas las cosmogonías coinciden en que en un principio solamente existía una oscuridad absoluta (keku semau) junto a un liquido incontrolable, unas aguas primordiales, que suele traducirse, o interpretarse, como “caos”, y que los egipcios denominaban “Nun”. Unas aguas que no deben ser entendidas desde una óptica negativa y sí desde la perspectiva de una masa incontrolable a partir de la que tendrá lugar la creación al contener las mismas los principios de la vida, pero también los del caos y la destrucción como hemos visto. Una superficie, o elemento acuático, que no desaparecerá con el acto creador, permaneciendo en los límites del mundo creado y que siempre estará amenazante, pudiendo volver a ser dominante si no se mantienen las normas que garantizan el orden y que serán establecidas por los dioses creadores; un mundo peligroso en el que encuentran su lugar las almas de las personas que no han recibido los ritos funerarios apropiados y donde residen todas las fuerzas de la naturaleza que no se dominan y que se manifiestan en fuerzas con una apariencia externa monstruosa o dañina, tal y como pudimos comprobar en la lección anterior. La cosmogonía se desarrolló en torno a la ciudad de Heliopolis, la antigua On, el principal centro de culto del dios sol Re. Un asentamiento con gran importancia desde tiempos predinásticos y que conservó a lo largo de toda la historia del país su prestigio. De acuerdo con la concepción heliopolitana Atum fue el dios creador, existiendo con anterioridad a la creación, antes de que la tierra y el agua se separaran, es decir, junto a las aguas primordiales y en un estado de potencialidad no desarrollado. Cuando Atum decide crear el mundo lo hace desde la llamada “colina primigenia” y, bien masturbándose según algunas versiones, escupiendo según otras, dio origen a la primera pareja de dioses; a Shu, el aire y a Tefnut, la humedad, que fueron a su vez los padres de la segunda pareja de dioses; Nut el cielo y Geb la tierra, de cuya unión surgieron Isis y Osiris, así como Seth y Neftis, estableciéndose lo que se conoce como Eneada heliopolitana. Por tanto en esta cosmogonía pueden distinguirse dos esquemas. El primero de ellos relacionado con lo celestial, con Atum al frente y cuatro divinidades simbolizando el poder divino de los elementos naturales y astrales que forman parte de todo proceso creador (el agua, el cielo, la tierra y el aire) para, a continuación, relacionarse con los dioses “terrestres”, en especial con Osiris y Seth, cuyo conflicto y luchas, que terminaron con el asesinato de Osiris y la victoria final de su hijo Horus sobre su tío Seth, simbolizaban el establecimiento de la realeza como forma de gobierno en Egipto desde la creación ya que el rey era considerado Horus en la tierra, encargado de defender el orden frente al caos que encarnaba Seth, asesino de su padre. Por lo tanto, dos niveles en la misma concepción que sirven para unir lo divino con lo humano, una relación que es fundamental para comprender el funcionamiento y concepción de la realeza egipcia. Es por esta razón por la que algunos investigadores han interpretado la importancia de la cosmogonía de Heliópolis como el reflejo de un esfuerzo, entre otros, que los reyes que unificaron Egipto en la dinastía 0, y que eran originarios del Alto Egipto, tuvieron que realizar para legitimar su gobierno sobre el conjunto del país, vinculándose con el dios de la principal ciudad, desde el punto de vista religioso, del Bajo Egipto. Pero más allá del posible trasfondo histórico de esta cosmogonía, lo que refleja también es la estrecha comunicación y relación que existía entre los dioses y los hombres, entre sus respectivos mundos, no formando dos realidades diferentes, al contrario que en el mundo mesopotámico o griego en los que el hombre y todo su mundo es creado para servir a los dioses. Si los dioses egipcios establecen esa comunicación tan próxima ello explica la sensación de protección y seguridad que los egipcios desarrollaron hacia sus dioses, en lugar de experimentar un temor ante las posibles reacciones o actitudes que pudieran tener las divinidades en un momento determinado. Un conflicto entre Osiris y Seth que, como veremos cuando analicemos el mito, puede estar simbolizando también el conflicto existente en la naturaleza, entre un valle del Nilo que es fecundado por el río con sus crecidas y el desierto, donde habita Seth (ver lección anterior). Igualmente se oponen el carácter benéfico de la inundación contra el carácter impredecible de las aguas de las tormentas o de la lluvia, fenómenos temidos por extraordinarios y que, como hemos visto pueden tener consecuencias desastrosas. Una divinidad, Seth, que no siempre tuvo un carácter maligno y que, especialmente, en el Reino Nuevo, estuvo muy ligada a la realeza, ayudando incluso al sol en su viaje nocturno. Eneada heliopólitana con que se identifica a los nueve dioses que participaron en la creación pero en la que en varias ocasiones también encontramos a divinidades como Horus o Re, por lo que ese concepto o término pudo también ser utilizado por los egipcios como una forma de designar a los principales dioses cósmicos, más que a nueve divinidades concretas. Un termino, eneada, que es escrito ocasionalmente con el jeroglífico para dios repetido en tres grupos de tres; el plural del plural, la totalidad, incluyendo así a todos los dioses en el proceso creador. Respecto a la masturbación con que Atum dio comienzo al acto creador, ello explica que la mano de Atum fuera identifica con el elemento femenino y que en el Reino Nuevo algunas sacerdotisas tebanas asumieran el título de “mano del dios”. Un relato del que surgirán otros mitos e historias, siendo destacable que la creación de la humanidad solo ocupe un lugar secundario y, precisamente, en relación con los mitos que se desarrollan una vez que ha sido realizada la creación por la Eneada, ya que el hombre es creado a partir de las lagrimas que derrama uno de los ojos del dios creador, Re, que, habiendo perdido uno de sus ojos envía a Shu y Tefnut en su busca pero, tras un periodo de tiempo decide reemplazarlo apareciendo con posterioridad el ojo original que ante su sustitución llora y de sus lagrimas (remut), nacieron los hombres (remet). Este ojo será convertido por Re en el ureus, la cobra que protegerá al rey de todos los peligros que tenga delante de él. En íntima relación con esta cosmogonía esta la llamada piedra benben, que simbolizaba la colina primigenia desde donde Atum procedió a la creación, un símbolo que se ha puesto en relación con el origen del obelisco y de la propia forma piramidal que adquirirán los enterramientos egipcios a lo largo del Reino Antiguo, cuando la concepción solar sea la dominante. Una piedra original que se pensaba que era el lugar donde cayeron por primera vez los rayos del emergente sol. La segunda de las cosmogonías es la de Hermópolis, donde tenía su principal lugar de culto el dios Thot junto a su consorte, muy poco conocida, Nehmetaway, datando los primeros textos que nos relatan el proceso creador del Reino Medio, coincidiendo con la importancia que adquirió la ciudad de Tebas. En esta concepción también con anterioridad a la creación existía el elemento acuífero, unas aguas primordiales de las que surgirán cuatro parejas de dioses; Num/Nunet, las aguas del abismo; Heh/Hehet, sin forma; Keku/Keket, sin luz, la oscuridad; Amón/Amonet, los ocultos. Resulta interesante que, al igual que Atum, estas fuerzas o divinidades existían con anterioridad a la creación, pero sus características implican y reflejan que en los momentos anteriores a la creación no había vida, fueron fuerzas inertes, oscuras, ocultas, creándose una tensión entre estas manifestaciones de lo no creado y la posterior creación, una tensión o lucha que terminó con el acto creador. Estas fuerzas y divinidades adoptaron la forma de cuatro serpientes y cuatro ranas, quizás simbolizando también los cuatro puntos cardinales, al ser los primeros animales que se ven en las emergentes tierras que son fecundadas anualmente con la crecida del Nilo. La tercera de las cosmogonías es la Menfis, conocida principalmente gracias a la llamada piedra de Shabaka, procedente del templo de Ptah en Menfis y que recoge una copia de un antiguo papiro, pudiéndose remontar para algunos su antigüedad a la V dinastía. El dios creador es Ptah y en ella se combina el pensamiento y la palabra: el dios concibe en su corazón y crea con su lengua. En el transcurso del Reino Nuevo los reyes tebanos intentaron relacionarse con el creador hermopolitano, Thot, siendo ésta la razón por la que muchos de sus reyes adoptaron el nombre de Thutmosis. Sin embargo, en Tebas Thot fue adorado como Khonsu, el hijo de Amón y Mut, por lo que se desarrolló la cosmogonía de Khonsu, conservada en un texto Tolemaico. Una divinidad, Amón que estaba entre las parejas de dioses que dieron origen a la creación según la concepción de Hermopolis y que, en la concepción tebana, también adquiere similitudes con Ptah. Un hecho sorprendente es que Amenofis IV/Ajenaton, no desarrollara una cosmogonía en la que el disco solar, Atón, adoptara la función de demiurgo, aunque es cierto que como veremos es de esta divinidad de donde emanara todo, adquiriendo así las características propias de un demiurgo. Un elemento común en todos los sistemas cosmológicos es que con anterioridad existía un desorden. Es cierto que con él estaban las fuerzas que iban a encarnar los principios de la vida, pero con la creación esas fuerzas del caos no desaparecen ya que, al igual que las fuerzas benéficas, permanecen en las aguas primordiales, siendo por ello que la dicotomía orden/caos que ayuda a entender la concepción del medio geográfico y, como veremos, la función de la realeza, está presente desde los orígenes. Una creación que no reemplaza o elimina lo que existía antes, no es destructiva. Como en tantas otras manifestaciones, la visión de su medio geográfico hacía que los egipcios vieran que el cielo tenía un color azul durante el día y negro durante la noche, las mismas tonalidades que tenía el Nilo a lo largo del día, no siendo extraño por ello que pensaran que el cielo, al igual que el Nilo, estuviera compuesto por agua, unas aguas celestiales que rodeaban lo conocido y se extendían en todas direcciones, existiendo el mundo en medio de esta agua sin fin, evitando Shu, el aire, que esa agua cayera sobre la tierra. En esta concepción del mundo encontramos un mundo terrestre. Pero existía otro mundo subterráneo, oculto y oscuro, la Duat, que los textos describen como yaciendo dentro del cuerpo del cielo, Nut, lo que a su vez se refleja en la concepción de que el cielo procedía “a dar a luz” al sol cada mañana. Un viaje nocturno del sol que, como hemos visto, era temido por los egipcios por los peligros que encarnaba la serpiente Apopis. En medio de la noche, en lo más profundo de la Duat, se encontraba con el cuerpo momificado de Osiris, símbolo de vida y renacimiento, llegando en este momento los dos dioses a ser uno y, gracias a esa unión, el sol recibía las fuerzas necesarias, el poder de una nueva vida. Un aspecto interesante es que el sol, al igual que el resto de divinidades, se desplazaba en una embarcación, siendo por ello que alrededor de los enterramientos de los reyes egipcios, desde la I dinastía y durante el Reino Antiguo, aparecerán embarcaciones destinadas a facilitar que el rey acompañe al sol y le ayude a vencer diariamente a las fuerzas del caos. Unas cosmogonías y una concepción del mundo que reflejan el proceso creador que se produce todos los días que debía ser defendido y mantenido, debiendo recordar como se hacia referencia al acto creador, sep tepi, “la primera vez”. Especial importancia para muchas de las manifestaciones culturales que veremos con posterioridad tiene el concepto, o la idea, de que la creación tuvo lugar de una colina primigenia, símbolo de las tierras que van aflorando después de que las aguas fecundadoras de Hapy hayan fertilizado los campos. Un Nilo, una crecida y un emerger de las tierras fecundadas que, al igual que el ciclo del sol, reproduce el acto creador, la “primera vez”. Una colina primigenia que, como todas las manifestaciones, fue interpretada en el mundo egipcio como una fuerza divina, una divinidad ctónica llamada Ta-tenen que, en gran medida, puede ser equiparada con la piedra benben de la concepción heliopolitana. Otra divinidad relacionada con el proceso creador fue Nefertum, frecuentemente representado como un hombre con un peinado en forma de flor de loto. En algunos textos encontramos expresado que la primera manifestación de vida que apareció después de que las aguas primordiales hubieran retrocedido fue una flor de loto, emergiendo el sol desde la misma, diciéndose en los Textos de las Pirámides (Utt. 266) “la flor de loto que está delante de la nariz de Re”. Esta es la razón por la que será frecuente en las escenas de banquetas, o funerarias, que las personas se representen con una flor de loto en la mano y aspirando su olor, que era considerado aliento de vida. Al respecto, debemos de volver a recordar la influencia del medio geográfico ya que la flor de loto se abre durante el día mientras que durante la noche, cuando el sol realiza su viaje por las profundidades de la Duat, la flor se cierra. Igualmente, su epíteto, khener tawy, “protector de las Dos Tierras”, puede estar sugiriendo su función de guardián del Estado unificado. Otra fuerza asociada con ese surgimiento fue el de la vaca celestial, identificada con Mehetweret en los Textos de las Pirámides, surgiendo de las aguas primordiales con el sol entre sus cuernos y que, quizás, pueda ser la diosa vaca representada en algunas paletas predinásticas con estrellas, así como la diosa que preside las acciones que Narmer que lleva a cabo en su famosa paleta. Mismas características tiene el pájaro benu, el primero en asentarse en la tierra emergida, estando estrechamente vinculado a Heliópolis y que, en cierta medida, fue el prototipo del ave fénix de los griegos. En íntima relación con la creación, y posterior ordenación del mundo, está lógicamente la iconografía religiosa y funeraria que encontraremos en tumbas, sarcófagos y templos y, así, en muchas tumbas encontramos los techos decorados con estrellas amarillas sobre un fondo azul, mientras que los suelos están pavimentados con basalto, una piedra negra que simbolizaba la tierra fertilizada de Egipto, Kemet. Unos templos que, como veremos, simbolizan en su plano y decoración el acto creador que realiza la divinidad desde la estancia más recóndita y oscura del templo. Un mundo que tuvo un principio, pero que como hemos mencionado también debía de tener un final, no precisado en el tiempo y alejado temporalmente con expresiones como “millones de años”. Un mundo que acabaría con la unión, nuevamente, del cielo y la tierra lo que implicaría que el sol dejaría de iluminar y proporcionar vida; las aguas primordiales y el caos volverían a dominar y solamente el creador perviviría, al igual que lo había hecho con anterioridad a su acto creador. Unos actos creadores que conllevaron la aparición, la existencia de Maat, representada como una diosa sentada con una pluma de avestruz, siendo por ello que muchos reyes se representarían ofreciendo Maat a los dioses, simbolizando de esa forma que seguían manteniendo lo establecido en la creación. Maat según la concepción egipcia es la “hija de Re” y la definición exacta de cuales eran sus funciones es objeto de discusiones ya que desde el comienzo de la historia de Egipto abarca todo lo imaginable y es la garantía del mantenimiento del orden establecido en la creación, en oposición a isfet, todo lo que representaba el caos En el juicio que toda persona ha de superar para acceder al más allá la pluma de avestruz con que es representada esta situada en uno de los platillos de la balanza, debiendo quedar la misma equilibrada. Lógicamente, el corazón pesa más que una pluma, pero no debemos olvidar que estamos en un universo simbólico, y que lo que se esta juzgando y valorando son las acciones de la persona que siempre quedan registradas en su corazón. En un primer momento el rey era el único que, según los textos conservados, podía garantizar el mantenimiento de Maat, no debiendo olvidar que en estas concepciones religiosas estaba presente la idea de que la institución de la realeza había sido establecida en el mismo proceso creador, legitimando así la labor de los primeros reyes egipcios. Con el paso de los siglos y debido a los cambios que experimenta la sociedad, los nobles también contribuyen al mantenimiento del orden y, por extensión, todas las personas que cumplen con su función en la tierra. Podría decirse que la creación del universo fue considerada como un estado de perfección que debía ser tanto emulado como conservado, unos principios que impregnan todas las manifestaciones de su civilización, desde la realeza a la sociedad y, por supuesto, lo que serán sus manifestaciones artísticas. Al mismo tiempo, la realeza, el orden, la prosperidad… están en el acto creador, pero formando parte del mismo también esta el caos, razón por la que tampoco puede ser destruido. En lo que respecta a la creación del hombre, ya hemos comprobado que no ocupa un lugar destacado en las composiciones cosmológicas. En las creencias faraónicas era el dios Khnum, cuyo principal lugar de culto estaba en Elefantina y asociado con las grutas donde los egipcios ubicaban el surgimiento de las aguas de la inundación, el que procede a moldear al hombre en su torno de alfarero. El término para hombre, rmt, es utilizado como colectivo, siendo aplicado al principio a los egipcios pero, a partir Reino Nuevo también a los no egipcios, otra prueba de la flexibilidad de sus concepciones a causa de unos contactos y relaciones con el mundo exterior que van en aumento, no debiendo tampoco olvidar que la progresiva involucración de los egipcios en la política exterior les obliga a adaptar sus concepciones a las diferentes realidades que van conociendo y con las que deben convivir, aunque también es cierto que esos mundos exteriores, y sus habitantes, siempre serán considerados diferentes, pudiendo reaparecer el caos en cualquier momento, por lo que los egipcios debían mantenerse siempre vigilantes. Un razonamiento que, lógicamente, debemos poner en relación con la ideología. Una humanidad en la que la concepción egipcia diferenciaba cinco elementos; la sombra, el Ka, el Ba, el akh y el nombre, llamados globalmente todos ellos kheperu, “manifestaciones”. Respecto al cuerpo, desde el periodo Predinástico comprobamos una preocupación por su preservación y cuidado, siendo desde los comienzos la base física del Ka y del Ba, un cuerpo que será con el tiempo momificado, el “sah”, no con la esperanza o el deseo de que adquiriera vida, sino con la intención de servir de casa al Ka y al Ba. Un cuerpo que ya en vida tiene unas connotaciones diferentes según su forma, “khet” y su apariencia, “iru”. El Ka nacía con la persona y fue representado en muchas ocasiones como una copia de la persona. Las ofrendas de alimentos de las tumbas van dedicadas al Ka, que podía abandonar el cuerpo en la cámara funeraria y acceder a la capilla funeraria donde se le presentaban las ofrendas. El origen de su concepción puede estar en el hecho de que los primeros enterramientos se realizaron en pequeños hoyos en la arena, sin protección, actuando la arena del desierto de secante permitiendo la preservación de unos rasgos que, debido a las tormentas de arena o la acción de los animales depredadores, podían llegar a ser contemplados, pensando los egipcios que una parte de la persona permanecía con ellos en la tierra. La forma más común de representarlo son dos brazos levantados. El Ba tiene similitudes con nuestro concepto de personalidad, pero también era una fuerza que tenían tanto los hombres como cualquier objeto. Abandonada el cuerpo con la muerte pero aunque podía abandonar la tumba, visitar el mundo de los vivos…, durante la noche debía de volver a descansar en su soporte, el cuerpo. Normalmente es representado con cuerpo humano y cabeza de pájaro, pero podía adoptar cualquier forma. El nombre, “ren”, no solo servia para la identificación de la persona, sino que era imprescindible para la manifestación de la persona. Unos nombres que además indican la importancia o lo que se esperaba de la persona, estando los nombres de muchos reyes bajo la protección o bendición de dioses. Importancia y poder del nombre, que en definitiva manifiesta a la persona en su totalidad, que queda reflejada en el mito de Isis en el que intenta conocer por todos los medios posibles el nombre secreto de Re para poder llegar así convertirse en la más poderosa. Así, un castigo o una precaución en algunos casos, fue cambiar el nombre, tal y como sucedió en el juicio contra los conspiradores que intentaron acabar con la vida de Ramses III, llamándose uno de ellos Ramose “Ra es el más grande que me dio vida” para ser llamado Ramesedsu, “Ra es el que me odia”. Nombre de la persona que debía de ser recordado después de ser enterrado, apareciendo por ello en muchos y variados lugares, al tiempo que la importancia de que fuera pronunciado en los ritos funerarios. Respecto al Akh, representaba el estado de existencia que se esperaba alcanzar, simbolizándose con este nombre a la persona en el más allá, no pudiendo por ello llegar a ser todas las personas Akh. Todas estas manifestaciones del hombre, como tendremos ocasión de ir comprobando, tendrán gran importancia en el desarrollo de las costumbres funerarias así como en la función de las tumbas, su decoración y ajuar funerario. Finalmente, debemos volver a recordar la influencia del medio geográfico en las concepciones egipcias, no solo en su vida cotidiana, en sus trabajos agrícolas. Un mundo acuático que da la vida pero que también encarna lo caótico –el Nilo y sus crecidas-; la sensación de que el acto creador es continuo y debe ser siempre defendido, mantenido, lo que refleja la lucha constante con el medio geográfico; la idea de vida y muerte, la concepción cíclica de la vida y de la naturaleza, común en todas las religiones hasta la aparición y triunfo del Cristianismo, que impondrá la visión lineal; unas divinidades benefactores que conceden la vida y protección, estableciendo una relación intima con la población; la propia concepción de la colina primigenia, reflejo de las tierras que han sido fecundadas por las aguas de la crecida y donde va a ser posible cultivar, siendo en ellas donde aparecen los primeros animales (concepción de Hermópolis). Pero además de todos estas características, tampoco debemos olvidar la importancia que tiene el acto creador, especialmente en la concepción menfita, donde es la palabra, el intelecto, lo que permite y materializa el acto creador. BIBLIOGRAFÍA
Estos sistemas de creación están analizados en J. Allen, Genesis in
Egypt. The Philosophy of Ancient Egyptian Creation Accounts, Yale Egyptological Studies 2, 1988. Aunque no directamente relacionado con las cosmogonías, el libro de F. Dunand & C. Zivie, Dieux et hommes en Égypte (3.000 av. J-C- 395 apr. J-C, es ilustrativo de las diferentes formas de interacción que existen entre los dioses y los hombres. En relación con Maat, el estudio de J. Assmann, Maât, l’Egypte pharaonique et l’idée de justice sociale, París 1989 sigue siendo el más interesante y recomendable. Aunque problemático en algunos aspectos, el trabajo de V. Tobin, Theological Principles of Egyptian Religion, Nueva York 1989, plantea hipótesis sugerentes, en especial en todo aquello relativo a las similitudes existentes con las concepciones griegas, poniendo de relieve que en el antiguo Egipto también existía una filosofía, rechazando la tradicional división que ubica los comienzos de la misma con los presocráticos, idea que esta presente incluso en el tradicional estudio de H. Frankfort & J. Wison, El pensamiento prefilosófico, Ed. F.C.E. 1976.