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Concentración del tiempo y el espu<

lugar de t e n s i o n e s entre vigilados y


vigilantes, que pueden ver
intercambiadas s u s p o s i c i o n e s . n<|ui 1«
cárcel, el " p a l a c i o n e g r o " de
Lecumberri, s e convierte en un po<|u«.,,.,
y tenso mundo trágico, circunscrito
por una estructura narrativa vigorosa,
por un lenguaje implacable que
adquiere la textura m i s m a de e s t a s
vidas llevadas al límite, a c o s a d a s
por s u s o b s e s i o n e s , s u s t e m o r e s , s u *
a n s i a s . Obra m a e s t r a de la novela
corta. El apando reafirma i
escritor c a p a z de dar el máxll '«> ,; ^
intensidad en el m í n i m o de e»< '••=:«
y de imprimir en nuestrn m i m «=^,
1
núcleo de person.ipr. <lo- |iii i ...i
M • '^=^
__, I ^
vivos.

'17
N/A6
lo
O b r a s C o m p l e t a s dn Jnaá) H««
1 L o s m i i i o s d o ,i«|u,i
3 Los días terronnle»
4 En a l g ú n v . i l l r d n l.• i
5 Los m o t i v o s do < din
6 Los errores
7 El a p a n d o
8 D i o s e n l<i t m i m
9 D o r m u o n IIMIM
10 Material d e tueRon
15 México 6 8 jiivnnltid y IMVHIIH ion
18 C u e s t i o n a m i n n t o » t» UilMiirliMiea
José Revueltas

El apando

Ediciones Era
Yo hubiera querido denominar a toda mi obra
/ os días terrenales. A excepción tal vez de los
cuentos, toda mi novelística se podría agrupar ba-
lo el denominativo común de Los días terrenales,
s7\ con sus diferentes nombres: El luto humano, Los
muros de agua, etcétera. Y tal vez a la postre eso
BIBLIOTECA " ^ vaya a ser lo que resulte, en cuanto la obra esté
CLASIFICACION _____ terminada o la dé yo por cancelada y decida ya
no volver a escribir novela o me muera y ya no
pueda escribirla. E s prematuro hablar de eso,
— . * /
pero mi inclinación sería ésa y esto le recomen-
daría a la persona que de casualidad esté recopi-
lando mi obra, que la recopile bajo el nombre
No. DE FORMATO c
} /¿f Q de Los días terrenales.
m

No. DE EJEMPLARES (José Revueltas: entre lúcidos y atormentados,


CLAVE m entrevista por Margarita García Flores, Dio-
No. ADO. rama de la Cultura, Excélsior, 16 de abril de
1972.)

Edición original: 1969 [Ediciones Era, S. A.]


Obras completas de José Revueltas
Primera edición: 1978
Segunda edición: 1979
Tercera edición: 198Q
ISBN: 968-411-016-2
ISBN: 968-411-014-6
D R © 1969, Ediciones Era, S. A.
Avena 102, México 13, D . F .
Impreso y hecho en México
Printed and Made in México

H U M A N I D A D E S
• A Pablo Neruda
listaban presos ahí los monos, nada menos que ellos,
mona y mono; bien, mono y mono, los dos, en su
jaula, todavía sin desesperación, sin desesperarse del
todo, con sus pasos de extremo a extremo, detenidos
pero en movimiento, atrapados por la escala zooló-
gica como si alguien, los demás, la humanidad, i m -
piadosamente ya no quisiera ocuparse de su asunto,
de ese asunto de ser monos, del que por otra parte
ellos tampoco q u e r í a n enterarse, monos al f i n , o no
sainan n i querían, presos en cualquier sentido que
se los mirara, enjaulados dentro del cajón de altas
rejas de dos pisos, dentro del traje azul de p a ñ o y la
escarapela brillante encima de la cabeza, dentro de
MI ir y venir sin amaestramiento, natural, sin em-
bargo fijo, que no acertaba a dar el paso que pudie-
i.i hacerlos salir de la interespecie donde se movían,
caminaban, copulaban, crueles y sin memoria, mona
y mono dentro del Paraíso, idénticos, de la misma pe-
lambre y del mismo sexo, pero mono y mona, encar-
< (lados, jodidos. L a cabeza hábil y cuidadosamente

II
recostada sobre la oreja izquierda, encima de la plan- monos hijos de su pinche madre". Estaban presos.
cha horizontal que servía para cerrar el angosto pos- Mas presos que Polonio, m á s presos que Albino, m á s
tigo, Polonio los miraba desde lo alto con el ojo dere- presos que El Car ajo. Durante algunos segundos el
cho clavado hacia la nariz en tajante línea oblicua, Cajón rectangular quedaba vacío, como si a h í no h u j

cómo iban de un lado para otro dentro del cajón, con hiera monos, al i r y venir de cada uno de ellos, cuyos
el manojo de llaves que salía por debajo de la cha- pasos los h a b í a n llevado, en sentido opuesto, a los
queta de p a ñ o azul y golpeaba contra el muslo al extremos de su jaula, treinta metros m á s o menos,
balanceo de cada paso. Uno primero y otro des- sesenta de ida y vuelta, y aquel espacio virgen, adi-
pués, los dos monos vistos, tomados desde arriba del mensional, se convertía en el territorio soberano, ina-
segundo piso por aquella cabeza que no p o d í a dis- lienable, del ojo derecho, terco, que vigilaba milí-
poner sino de u n solo ojo para mirarlos, la cabeza metro a m i l í m e t r o todo cuanto pudiera acontecer
sobre la charola de Salomé, fuera del postigo, la ca- en esta parte de la C r u j í a . Monos, archimonos, estú-
beza parlante de las ferias, desprendida del tronco pidos, viles e inocentes, con la inocencia de una puta
—igual que en las ferias, la cabeza que adivina el de diez años de edad. T a n estúpidos como para no
porvenir y declama versos, la cabeza del Bautista, darse cuenta de que los presos eran ellos y no nadie
sólo que a q u í horizontal, recostada sobre la oreja—, más, con todo y sus madres y sus hijos y los padres de
que no dejaba mirar nada de allá abajo al ojo iz- sus padres. Se sabían hechos para vigilar, espiar y
quierdo, ú n i c a m e n t e la superficie de hierro de la mirar en su derredor, con el f i n de que nadie pu-
plancha con que el postigo se cierra, mientras ellos, diera salir de sus manos, n i de aquella ciudad y aque-
en el cajón, se entrecruzaban al ir de un lado para
llas calles con rejas, estas barras multiplicadas por
otro y la cabeza parlante, insultante, con una ento-
todas partes, estos rincones, y su cara estúpida era
nación larga y lenta, llorosa, cínica, arrastrando las
nada m á s la forma de cierta nostalgia imprecisa
vocales en el ondular de algo como una melodía de
icerca de otras facultades imposibles de ejercer por
alternos acentos contrastados, los mandaba a chin-
i líos, cierto tartamudeo del alma, los rostros de mico,
gar a su madre cada vez que uno y otro incidía
en el fondo m á s bien tristes por una p é r d i d a irrepa-
dentro del plano visual del ojo libre. "Esos putos
rable e ignorada, cubiertos de ojos de la cabeza a los

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pies, una malla de ojos por todo el cuerpo, u n río de |ff mas, no se les distinguiría unos de los otros sino
pupilas recorriéndoles cada parte, la nuca, el cuello, ii.nl.i más por el hecho de que era la forma de voz
los brazos, el tórax, los güevos, decían y pensaban " n i la que expresaban la comodidad, la complacen-
ellos que para comer y para que comieran en sus • i i v cierta noción j e r á r q u i c a de la casta orgullosa,
hogares donde la familia de monos bailaba, chillaba, M |i enciente y gratuita de ser hampones. Claro que no
los niños y las niñas y la mujer, peludos por dentro, podía. N o a causa del meticuloso trabajo de intro-
con las veinticuatro largas horas de tener a h í al mono ducir la cabeza por el postigo y colocarla, ladeada,
en casa, después de las veinticuatro horas de su tur- < "ii ese estorbo de las orejas al pasar, sobre la plan-
no en la Preventiva, tirado en la cama, sucio y pe- i lia, sobre la bandeja de Salomé, sino porque a El
gajoso, con los billetes de los ínfimos sobornos, llenos < ,najo precisamente le faltaba el ojo derecho, y con

de mugre, encima de la mesita de noche, que tampo- oln el izquierdo no vería entonces sino nada m á s la
co salían nunca de la cárcel, infames, presos dentro luperficie de hierro, próxima, áspera, rugosa, pues
de una circulación sin f i n , billetes de mono, que la l»ii eso lo apodaban El Carajo, ya que valía un re-
mujer restiraba y planchaba en la palma, largamen- m a n i d o carajo para todo, no servía para un carajo,

te, terriblemente sin darse cuenta. Todo era u n no lOIl su ojo tuerto, la pierna tullida y los temblores
darse cuenta de nada. De la vida. Sin darse cuenta • un que se arrastraba de aquí para allá, sin dignidad,
estaban a h í dentro de su cajón, marido y mujer, ma- famoso en toda la Preventiva por la costumbre que
rido y marido, mujer e hijos, padre y padre, hijos tenía de cortarse las venas cada vez que estaba en el
y padres, monos aterrados y universales. El Carajo ,1 pando, los antebrazos cubiertos de cicatrices escalo-

suplicaba mirarlos él t a m b i é n por el postigo. Polo- nadas una tras de otra igual que en el diapasón de

nio pensó todo lo odioso que era tener a h í a El Carajo nna guitarra, como si estuviera desesperado en ab-
igualmente encerrado, apandado en la celda. " ¡ Pero iiluio —pero no, pues nunca se mataba—, abando-

si no puedes, g ü e y . . . ! " L a misma voz de cadencias nado hasta lo último, hundido, siempre en el límite,
largas, indolentes, con las que insultaba a los celado- ni importarle nada de su persona, de ese cuerpo
res del cajón, una voz, empero, impersonal, que to- HUC parecía no pertenecerle, pero del que disfrutaba,
dos usaban como un sello propio, en que, a ciegas o a • i< sguardaba, se escondía, apropiándoselo encar-

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nizadamente, con el m á s apremiante y ansioso de los 1 1
1 " !<• iba de la ceja a la punta del m e n t ó n , perma-
fervores, cuando lograba poseerlo, meterse en él, acos- ¡i con la vista baja y obstinada, sin mirarlo a él
tarse en su abismo, al fondo, inundado de una feli- m i ninguna otra parte que no fuese el suelo, la acti-
cidad viscosa y tibia, meterse dentro de su propia nni < ngada de rencor, reproches y remordimientos,
caja corporal, con la droga como u n ángel blanco y Dios sabe en q u é circunstancias sórdidas y abyectas
sin rostro que lo conduciría de la mano a través de h a b r í a ayuntado, y con quién, para engendrarlo, y
i

los ríos de la sangre, igual que si recorriera u n largo i • -1 IO el recuerdo de aquel hecho distante y tétrico la
palacio sin habitaciones y sin ecos. L a maldita y des- Itoi mentara cada vez. L a cosa era que de cuando en
graciada madre que lo h a b í a parido. " ¡ T e digo que • liando lanzaba u n suspiro espeso y ronco. " L a culpa
no puedes, güey, no sigas chingando!" Con todo, la | 0 es <le nadien, m á s que m í a , por haberte tenido."
madre iba a visitarlo, existía, a pesar de lo inconce- i ii la memoria de Polonio la palabra nadien se ha-
bible que resultaba su existencia. Durante las visitas M l el avado, insólita, singular, como si fuese la suma
en la sala de defensores — u n cuarto estrecho, de su- p| u n n ú m e r o infinito de significaciones. Nadien, este
perficie irregular, con bancas, lleno de gente, reclusos Mural triste. De nadie era la culpa, del destino, de
y familiares, donde era fácil distinguir a los abogados I i vida, de la pinche suerte, de nadien. Por haberte
y tinterillos ( m á s a éstos) por el aplomo y el aire tenido. L a rabia de tener ahora a q u í a El Carajo
de innecesaria astucia con que se referían a u n de- irado junto a ellos en la misma celda, junto a
terminado escrito, en un bisbiseo lleno de afectación, Polonio y Albino, y el deseo agudo, imperioso, supli-
solemne y tonto, cuyas palabras deslizaban al oído de Binte, de que se muriera y dejara por f i n de rodar
sus clientes, mientras dirigían r á p i d a s miradas de ' n el mundo con ese cuerpo envilecido. L a madre
falsa sospecha hacia la puerta (recursos mediante también lo deseaba con igual fuerza, con la misma
el que lograban producir, del mismo modo, una ma- insicdad, se veía. M u é r e t e m u é r e t e m u é r e t e . Susci-
yor perplejidad a la vez que u n acrecentamiento de tiba una misericordia llena de repugnancia y de có-
la fe, en el á n i m o de sus defensos)—, durante estas l' i i Con lo de las venas no le sucedía nada, puros
entrevistas, la madre de El Carajo, asombrosamente ' s, a pesar de que todos esperaban en cada oca-
tan fea como su hijo, con la huella de un navajazo M n i , sinceramente, honradamente, que reventara de

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plano. A propósito se arrimaba a la puerta de la cel- i' i litaban nauseabundos, escalofriantes. Era una fres-
da — u n día u otro, cualquiera de aquellos en que r.i flor, natural y nueva, una gladiola mutilada, a
debía permanecer apandado dentro—, a h í junto al 11 <|iic faltaban pétalos, prendida a los harapos de la
quicio, para que el arroyo de la sangre que le brotaba < li.iqueta con un trozo de alambre cubierto de orín,
de la vena saliera cuanto antes al estrecho a n d é n , en y la mirada legañosa del ojo sano tenía un aire raa-
el piso superior de la C r u j í a , y de a h í resbalara al li< Hiso, calculador, burlón, autocompasivo y tierno,
patio, con lo que se formaba entonces un charco so- l>.i|o el p á r p a d o semi-caído, rígido y sin pestañas.
bre la superficie de cemento, y calculado el tiempo I Irxionaba la pierna sana, la tullida en posición de
en que esto h a b r í a ocurrido, El Carajo ya se sentía
l i n i i c s , las manos en la cintura y la punta de los pies
con la confianza de que se dieran cuenta de su suici-
hteia afuera, en la posición de los guerreros de cier-
dio y lanzaba entonces sus aullidos de perro, sus reso-
l.is danzas exóticas de una vieja revista ilustrada, para
plidos de fuelle roto, sin morirse, nada m á s por escan-
intentar en seguida unos pequeños sal t i tos adelante,
dalizar y que lo sacaran del apando a Enfermería,
i mi lo que p e r d í a el equilibrio e iba a dar al suelo,
donde se las agenciaba de a l g ú n modo para conseguir
de donde no se levantaba sino después de grandes tra-
la droga y volver a empezar de nuevo otra vez, cien,
bajos, revolviéndose a furiosas patadas que lo h a c í a n
m i l veces, sin encontrar el f i n , hasta el apando si-
Erar en círculo sobre el mismo sitio, sin que a nadie
guiente. En una de éstas fue cuando Polonio lo cono-
••( le ocurriera i r en su ayuda. Entonces el ojo parecía
ció, mientras E l Carajo, a mitad de uno de los sen-
moi írsele, quieto y artificial como el de u n ave. Era
deros en el j a r d í n de E n f e r m e r í a , bailaba una suerte
ma ese ojo muerto con el que miraba a su madre en
de danza semi-ortopédica y recitaba de un modo
l.is visitas, largamente, sin pronunciar palabra. Ella,
atropellado y febril versículos de la Biblia. Llevaba
ni duda, q u e r í a que se muriera, acaso por este ojo en
al cuello, a guisa de corbata, una cuerda pringosa, y
• luí ella misma estaba muerta, pero, entretanto, le
a través de los jirones de su chaqueta azul se veían,
c (inseguía el dinero para la droga, los veinte, los cin-
con los ademanes de la danza, el pecho y el torso des-
( u e n t a pesos y se quedaba ahí, después de dárselos
nudos, llenos de b á r b a r a s cicatrices, y bajo la piel,
convertidos los billetes en una p e q u e ñ a bola pare-
de lejanos y desvaídos tatuajes. E l ojo sano y la flor
i d a a u n caramelo sudado y pegajoso, en el hueco

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del p u ñ o — sobre la banca de la sala de defensores, • l< mala manera, uno de los recursos m á s modernos de
con el vientre lleno de lombrices que le c a í a como un cu día, p o d r í a n decírselo L a Chata o Meche, y
bulto encima de las cortas piernas con las que no ayudarla a que le quedara bien puesto. A h í moría
alcanzaba a tocar el suelo, h e r m é t i c a y sobrenatural lodo, a h í quedaban sin pasar los espermatozoides con-
a causa del dolor de que a ú n no terminaba de parir d< nados a muerte, locos furiosos delante del t a p ó n ,
a este hijo que se asía a sus e n t r a ñ a s m i r á n d o l a con f-ulprando la puerta igual que los celadores, t a m b i é n
su ojo criminal, sin querer salirse del claustro mater- bonos igual que todos ellos, multitud infinita de mo-
no, metido en el saco placentario, en la celda, rodea- nos golpeando las puertas cerradas. Polonio se rió y
do de rejas, de monos, él t a m b i é n otro mono, dando las dos mujeres, Meche y L a Chata igual, contentas
vueltas sobre sí mismo a patadas, sin poderse levantar por lo maciza, por lo macha que resultaba ser la vieja
del piso, igual que u n p á j a r o al que le faltara u n ala, haber aceptado. Pero bueno: claro que nadie
con un solo ojo, sin poder salir del vientre de su ma- pensaba que la madre quisiera servirse del asunto
dre, apandado a h í dentro de su madre. Como m á s o p ú a una cosa distinta de la que se p r o p o n í a n llevar
menos de esto se trataba y Polonio era el autor del a «abo, y aquello no era sino una explicación. L a gasa
plan, t r a t ó de convencerla y al f i n —sin muchos tra- iba a llevar, dentro de u n nudo bien sólido, unos vein-
bajos— ella estuvo dispuesta. "Usted ya es una per- te o treinta gramos de droga que las otras dos mujeres
sona de edad, grande, de mucho respeto; con usted le entregarían a la madre de El Carajo. "Con usted
no se atreven las monas". L a cosa era así, por dentro, no se han atrevido las monas, ¿ v e r d a d ? , porque us-
algo maternal. Se trataba — d e c í a Polonio— de unos ted es una señora grande y de respeto, pero a nosotras,
tapones de gasa con u n hilo del t a m a ñ o de una cuarta n i el registro, siempre nos meten el dedo las muy
y media m á s o menos, cuyo extremo quedaba fuera, «felices". E l recuerdo y la idea y la imagen cegaban
una puntita para tirar de él y sacarlo después de que de celos la mente de Polonio, pero extraños, totales,
todo h a b í a concluido, muy en uso ahora, en la actua- una especie de no poder estar en el espacio, no en-
lidad, por las mujeres —era cuestión de que la ins- i mitrarse, no dar él mismo con sus propios límites,
truyeran y auxiliaran Meche y la Chata— para no ambiguo, despojado, unos celos en la garganta y en
embarazarse y no tener que echar al hijo por ahí el plexo solar, con una sensación cosquilleante, floja

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y atroz, involuntaria, atrás del pene, como de cierta M I < hin-ga-da ma-dre, cabronas lesbianas. L a madre
eyaculación previa, no verdadera, una especie de con- ilc El Car a jo llevaría allí dentro el paquetito de droga
tacto sin semen, que aleteaba, vibraba en diminutos aunque los planes se hubieron frustado inesperada-
círculos microscópicos, tangibles, m á s allá del cuerpo, m e n t e por culpa de esto del apando no se alteraban
fuera de todo organismo, y La Chata a p a r e c í a ante por lo que se refería al papel que la madre iba a de-
sus ojos, jocunda, bestial, con sus muslos cuyas líneas, riupeñar—, el paquetito para alimentarle el vicio a
en lugar de juntarse para incidir en la cuna del sexo, ii hijo, como antes en el vientre, t a m b i é n dentro de
cuando ella u n í a las piernas, aun dejaban por el con- ella, lo h a b í a nutrido de vida, del horrible vicio de v i -
trario un p e q u e ñ o hueco separado entre las dos pare- vir, de arrastrarse, de desmoronarse como El Car a jo
des de piel sólida, tensa, joven, estremecedora. Si era se desmoronaba, gozando hasta lo indecible cada pe-
visto a través del vestido, a contraluz — y a q u í sobre- dazo de vida que se le caía. Ahora mismo enlazaba
venía una nostalgia concreta, de cuando Polonio con el brazo el cuello de Polonio suplicándole que lo
andaba libre: los cuartos de hotel olorosos a desin- dejara mirar por el postigo, y a un lado de la nuca,
fectantes, las sábanas limpias pero no muy blancas iiii poco a t r á s y debajo de la oreja, Polonio sentía
en los hoteles de medio pelo, L a Chata y él de un sobre la piel el beso h ú m e d o de la llaga purulenta en
lado a otro del país o fuera, San Antonio Texas, Gua- •lie se h a b í a convertido una de las heridas no cica-
temala, y aquella vez en Tampico, al caer de la tarde l rizadas de El Carajo, los labios de u n beso de ostra
sobre el río Panuco, L a Chata recostada sobre el bal- que lo mojaba con algo semejante a u n hilito de sa-
cón, de espaldas, el cuerpo desnudo bajo una bata liva que le corría por el cuello hacia la espalda, todo
ligera y las piernas levemente entreabiertas, el monte por descuido, por la incuria m á s infeliz y el abando-
de Venus como un capitel de vello sobre las dos co- no sin esperanza al que se entregaba. Polonio le dio
lumnas de los muslos —aquello resultaba imposible un puñetazo en el estómago, con la mano izquier-
de resistir y Polonio, con las mismas sensaciones de da, un torpe p u ñ e t a z o a causa de la incómoda po-
estar poseído por u n trance religioso, se arrodillaba sición en que estaba, con la cabeza metida en el
temblando para besarlo y hundir sus labios entre sus postigo, y un p u n t a p i é abajo, éste mucho mejor, que
labios. "Nos meten el dedo". Mo-nas hi-jas- de to-da lo hizo rodar hasta la pared de hierro de la celda,

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con un grito sordo y sorprendido. "Pinche ojete -—se i .111 viva excitación, al extremo de que algunos, con
quejó sin cólera y sin agravio—, si lo único que yo u n disimulo innecesario, que delataba desde luego sus
quería es n o m á s ver cuando llegue m i m a m á " . Habla- intenciones en el tosco y apresurado pudor que pre-
ba como un niño, m i m a m á , cuando debía decir m i tendía encubrirlo, se masturbaban con violento y no-
puta madre. De verdad así. Fue necesario improvisar torio afán, la mano por debajo de las ropas. Era un
nuevos planes y la encargada de llevarlos a cabo era 111 cladero privilegio para Polonio haberlo contempla-
Meche, la mujer de Albino. N o v e n d r í a n a visitarlos do aquí, a sus anchas, en la celda, por cuanto en otras
a ellos sino con el nombre de otros reclusos, pues aho- partes Albino siempre p o n í a enorme celo respecto a
ra ellos no t e n í a n derecho a visita, ya que estaban la composición de su público, como buen juglar que
apandados. E l que se desesperaba m á s en el apando se respeta, y desechaba a los espectadores inconve-
era Albino, tal vez por ser el m á s fuerte, hasta llorar nientes desde su punto de vista, frivolos, poco serios,
por la falta de droga, pero sin recurrir a cortarse las incapaces de apreciar las difíciles cualidades de un
venas aunque todos los viciosos lo h a c í a n cuando ya auténtico virtuoso. T e n í a tatuada en el bajo vientre
la angustia era insoportable. H a b í a sido soldado, ma- una figura h i n d ú —que en u n burdel de cierto puerto
rinero y padrote, pero con Meche no, ella no se dejaba indostano, conforme a su relato, le dibujara el eunuco
padrotear, era mujer honrada, ratera sí, pero cuando de la casa, perteneciente a una secta esotérica de
se acostaba con otros hombres no lo h a c í a por dinero, nombre impronunciable, mientras Albino d o r m í a pro-
nada m á s por gusto, sin que Albino lo supiera, claro fundo y letal sueño de opio m á s allá de todos los
está. Así se h a b í a acostado con Polonio muchas veces. recuerdos—, que representaba la graciosa pareja de
Estaba buena, mucho muy buena, pero era honrada, un joven y una joven en los momentos de hacer el
lo que sea de cada quien. Los primeros días del apan- amor y sus cuerpos a p a r e c í a n rodeados, entrelazados
do Albino los entretuvo y distrajo con su danza del por un increíble ramaje de muslos, piernas, brazos,
vientre — m á s bien tan sólo a Polonio, pues El Car ajo senos y órganos maravillosos —el árbol b r a h a m á n i c o
p e r m a n e c í a hostil, sin entusiasmo y sin comprender del Bien y del M a l — dispuestos de tal modo y con
ni mierda de aquello—, una danza formidable, emo- tal sabiduría quinética, que bastaba darle impulso
cionante, de gran prestigio en el Penal, que p r o d u c í a con las adecuadas contracciones y espamo de los m ú s -

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culos, la rítmica oscilación, en espaciado ascenso, de tos de su vientre aquel coito que emergía de las líneas
la epidermis, y u n sutil, inaprehensible vaivén de las .1/1 iles y se iba haciendo a sí mismo en cada paso, en
caderas, para que aquellos miembros dispersos y de rada ruptura o reencuentro o reestructuración de sus
caprichosa apariencia, torsos y axilas y pies y pubis equidistancias y rechazos, en tanto que todos —menos
y manos y alas y vientres y vellos, adquiriesen una /-.'/ Carajo y su madre, que evidentemente luchaba
unidad m á g i c a donde se repetía el milagro de la por ocultar sus reacciones— se sentían recorrer el
Creación y el copular humano se daba por entero en cuerpo por una sofocante masa de deseo y una risita
toda su magnífica y portentosa esplendidez. E n el breve y equívoca —a Meche y L a Chata— les baila-
cubículo que servía para el registro de las visitas, las ba tras del paladar. Desvestida ya de su ropa interior
manos de la celadora la palpaban por encima del Meche presentía los próximos movimientos de la ma-
vestido —después v e n d r í a lo otro, el dedo de Dios—, no de la celadora, y la agitaban entonces, cosa que
pero Meche no se p o d í a apartar de la cabeza, preci- .uites no ocurriera, extrañas e indiscernibles disposi-
samente, la danza de Albino, una semana antes, en i iones de á n i m o y una imprecisa prevención, pero en
la sala de defensores, no bien terminaron de urdir los la cual se transparentaba la presencia misma de A l -
últimos detalles del primer plan, del que h a b í a fraca- bino (con el recuerdo inédito, cuando se poseyeron
sado a causa del apando, y la madre de El Carajo la primera vez, de curiosos detalles en los que j a m á s
contemplaba las contorsiones del tatuaje con el aire p e y ó haberse fijado y que ahora a p a r e c í a n en su me-
de no comprender, pero con una solapada sonrisa en moria, novedosos en absoluto y casi del todo pertene-
los labios, muy capaz de que t o d a v í a hiciera el amor cientes a otra persona) que no la dejaban asumir la
la vieja m u í a , pese a sus cerca de sesentaitantos años. orgullosa indiferencia y el desenfado agresivo con los
En el rincón de la sala, a cubierto de las d e m á s mira- (|ue debiera soportar, paciente, colérica y fría, el ma-
das por el muro de las cinco personas: las tres m u - noseo de la mujer entre sus piernas. Por ejemplo, la
jeres, El Carajo y Polonio, se h a b í a desbraguetado respiración agitada y sin embargo reprimida, conte-
los pantalones, la camiseta a la cintura como el telón nida, o mejor dicho, ese resoplar intermedio, n i muy
de un teatro que se hubiera subido para mostrar la suave n i muy violento —y ahora se daba cuenta que
escena, y animaba con los fascinantes estremecimien- había sido ú n i c a m e n t e por la nariz— de Albino,

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sobre su monte de Venus, porque ya estaban aquí, primera vez, cuando a horcajadas a la altura de sus
inexorables, acuciosos, el pulgar y el índice de la ojos infundía esa vida espeluznante y prodigiosa a las
celadora que le e n t r e a b r í a los labios, mientras de sú- liguras del tatuaje b r a h a m á n i c o , y ahora Meche ima-
bito, con el dedo medio, comenzaba una sospechosa ginaba ser ella misma la que en estos momentos h a c í a
exploración interior, amable y delicada, en u n pausa- danzar su vientre —idénticas, bien que secretas, i n v i -
do i r y venir, los ojos completamente quietos hasta la sibles oscilaciones— como instrumento de seducción
muerte. Se trataba de entrar a la Crujía con la visita dirigido a la mona y a sus ojos cercanos, en tanto que
general, y dispersas, confundidas entre los familiares ést a no sólo no ofrecía resistencia, sino que, sin saber-
de los d e m á s presos, plantarse las tres mujeres por lo, a impulsos del soplo misterioso que h a c í a transcu-
sorpresa ante la celda del apando, dispuestas a todo ii ir de tal suerte (sustrayéndolas al azar y al hecho
hasta que no se les levantara el castigo a sus hombres, lortuito de no conocerse) las relaciones internas que
inmóviles y fijas a h í para la eternidad, como fieles de pronto se establecían entre Albino, Meche y la
perras rabiosas. L a celadora, pues, y sus manoseos, (dadora, se colocaba así, apenas menos que metafó-
eran la fuente del doble, del triple, del c u á d r u p l e ricamente, pues le bastaría una palabra para hacerlo
recuerdo que se encimaba y se mezclaba, sin que M e - de verdad, en la propia posición de Meche bajo
che pudiera contener, remediar, reprimir, una estú- el cuerpo de Albino, envenenada en absoluto por el
pida pero del todo inevitable actitud de aquiescencia, amor de los adolescentes indostanos. Meche no podía
que la mona ya tomaba para sí con u n temblor an- lormular de un modo coherente y lógico, n i con pa-
sioso y un jadeo desacompasado —casi feroz y única- labras n i con pensamientos, lo que le pasaba, el gé-
mente por la nariz, igual que Albino—, con lo que el nero de este acontecer enrarecido y el lenguaje nuevo,
propio vientre de Meche p a r e c í a transformarse •—o secreto y de peculiaridades únicas, privativas, de que
se transformaba, en v i r t u d de una sediciosa trasposi- NC servían las cosas para expresarse, aunque m á s bien
ción— en el vientre de aquél (ella, Dios m í o , como no eran las cosas en general n i en su conjunto, sino
si se dispusiera a funcionar en plan de macho respecto ( i d a una de ellas por separado, cada cosa aparte, es-
a la celadora) al filtrarse dentro de estas sensaciones pecífica, con sus palabras, su emoción y la red subte-
la imagen de Albino, durante aquellas escenas de la minea de comunicaciones y significaciones, que al

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margen del tiempo y del espacio, las ligaba a unas MUÍ sino la parte móvil de cierta desesperanzada
con otras, por m á s distantes que estuviesen entre sí eternidad, con la que se condensa el tiempo, y donde
y las convertía en símbolos y claves imposibles de ser Lis manos, los pies, las rodillas, la forma en que se
comprendidas por nadie que no perteneciera, y en mira, o un beso, una piedra, un paisaje, al repetirse,
la forma m á s concreta, a la conjura biográfica en que N perciben por otros sentidos que ya no son los mis-
las cosas mismas se autoconstituían en su propio y inos de entonces, aunque el Pasado apenas pertenezca
h e r m é t i c o disfraz. Arqueología de las pasiones, los al minuto anterior. Cuando Meche trasponía la p r i -
sentimientos y el pecado, donde las armas, las he- m e r a reja hacia el patio que comunicaba con las d i -
rramientas, los órganos abstractos del deseo, la ten- ligentes crujías, dispuestas radialmente en torno de
dencia de cada hecho imperfecto a buscar su con- un corredor o redondel donde se erguía la torre de v i -
sanguinidad y su realización, por m á s incestuoso que gilancia — u n elevado polígono de hierro, construido
parezca, en su propio gemelo, se aproximan a su ob- para dominar desde la altura cada uno de los ángulos
jeto a través de una larga, insistente e incansable de la prisión entera—, todavía estaban fijos en su
aventura de superposiciones, que son cada vez la ima- mente, quietos, imperturbables y atroces, los ojos de
gen m á s semejante a eso de que la forma es u n an- la celadora, negros y de una elocuencia mortal, como
helo, pero que nunca logra consumar, y quedan como si se la hubieran quedado mirando para siempre. Po-
subyacencias sin nombre de una cercanía siempre lonio ya no pudo soportar por m á s tiempo con la ca-
incompleta, de inquietos y apremiantes signos que beza incrustada en el postigo, y decidió ceder el pues-
aguardan, febriles, el instante en que puedan encon- to de vigía para que Albino lo ocupara, pero al mirar
trarse con esa otra parte de su intención, al contacto de soslayo muy forzadamente hacia el interior de la
de cuya sola presencia se descifren. Así un rostro, una celda, le pareció advertir movimientos extraños, a
mirada, una actitud, que constituyen el rasgo propio la vez que se daba cuenta de que El Car ajo h a b í a
del objeto, se depuran, se complementan en otra per- cesado de gemir después de haberlo hecho sin parar
sona, en otro amor, en otras situaciones, como los desde que recibiera el p u ñ e t a z o en el estómago. Con
horizontes arqueológicos donde los datos de cada or- frran cuidado y lentitud, atento, precavido, se dobló
den, u n friso, una gárgola, un ábside, una cenefa, no la oreja que sobresalía del marco, para retirar hacia

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atrás la cabe/a, con la preocupación de si, entretanto, un recuerdo de su infancia), igual a una t a r á n t u l a
Albino no h a b r í a terminado ya de estrangular al t u - maligna, con la misma sensación que invade los senti-
llido. En realidad — p e n s ó — no le faltaban razones dos cuando la a r a ñ a , bajo el efecto de u n ácido, se en-
para hacerlo, pero que esperara un poco, lo m a t a r í a n crespa, se encoge sobre sí misma —produce, por otra
entre los dos en circunstancias m á s propicias y cuan- parte, u n ruido furioso e impotente—, se enreda entre
do la droga ya estuviera segura en sus manos, no antes sus propias patas, enloquecida, y sin embargo no
n i a q u í dentro de la celda, pues el plan p o d r í a venir- muere, no muere, y uno quisiera aplastarla pero
se a tierra y, lo quisieran o no, la madre de El Carajo tampoco tiene fuerzas para ello, no se atreve, le re-
contaba de modo principal en todo aquello. Era sulta imposible hasta casi soltarse a llorar. G e m í a en
cuestión de pensar bien d ó n d e y c u á n d o matarlo des- un tono ronco, blando, gargajeante, con el que simu-
pués (o despuesito, si así lo quería A l b i n o ) , pero to- laba, a ratos, u n estertor lastimoso y desvergonzado,
das las cosas en su punto ./En efecto, se h a b í a puesto mientras en su ojo sucio y lleno de l á g r i m a s lograba
a gemir sin detenerse, desde que Polonio le propinara hacer que permaneciera quieta, conmovedora, tran-
el p u ñ e t a z o y el p u n t a p i é , en una forma irritante, sida de piedad, una implorante mirada de profunda
repetida, m o n ó t o n a , artificiosa, con la que expresaba autocompasión, hipócrita, falsa, repleta de malévolas
sin embozo alguno, en todos los detalles, la monstruo- reconditeces. Si Polonio y Albino h a b í a n hecho alian-
sa condición de su alma perversa, ruin, infame, ab- za con él, era tan sólo porque la madre estaba dis-
yecta. Los golpes no h a b í a sido para tanto y a m á s y puesta a servirles, pero liquidado el negocio, a volar
mayores y m á s brutales estaba acostumbrado su cuer- con el tullido, que se largara mucho a la chingada,
po miserable, así que esta impostura del dolor, hecha matarlo iba a ser la ú n i c a salida, la única forma de
tan sólo para apiadar y para rebajarse, obtenía los re- volverse a sentir tranquilos y en paz. " ¡ D é j a l o ! " ,
sultados opuestos, una especie de asco y de odio cre- ordenó Polonio con u n vigoroso empellón de todo el
cientes, una cólera ciega que desataba desde el fondo cuerpo sobre Albino. Libre de las garras de Albino,
del corazón los m á s vivos deseos de que sufriera a ex- El Carajo q u e d ó como u n saco inerte en el rincón.
tremos increíbles y se le infligiera a l g ú n dolor m á s Estuvo a punto de que Albino lo estrangulara, en
real, m á s auténtico, capaz de hacerlo pedazos (y aquí realidad, y ya no se atrevía a gemir n i a manifestar

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protesta alguna. Con una mano que ascendió torpe
un e m p e ñ o cuidadoso, minucioso, de la misma ma-
y temblorosa sobre su pecho, se acariciaba la gargan-
nera en que se extrae el feto de las e n t r a ñ a s mater-
ta y se movía la nuez entre los dedos como si quisiera
nas, u n tenaz y deliberado autoparirse con forceps
reacomodarla en su sitio. E l ojo le brillaba ahora
que arrancaban mechones de cabello y que a r a ñ a b a n
con u n horror silencioso, lleno de una estupefacción
la piel. Ayudado por Polonio, Albino t e r m i n ó por
con la que parecía haber dejado de comprender, de
colocar la cabeza ladeada encima de la plancha. Allá
súbito, todas las cosas de este mundo. N o m á s en cuan-
abajo estaban los monos, en el cajón, con su antigua
to el plan se llevara a cabo y la situación tomara otro
presencia inexplicable y vacía de monos prisioneros.
curso, pensaba contárselo a su madre, decirle de los
A tiempo de recostar la espalda contra la puerta, j u n -
sinsabores espantosos que p a d e c í a , y c ó m o ya no le
to al cuerpo guillotinado de Albino, Polonio prendió
importaba nada de nada sino nada más el p e q u e ñ o y
lumbre a un cigarro y aspiró larga y profundamente
efímero goce, la tranquilidad que le p r o d u c í a la dro-
con todos sus pulmones. E l sol caía a la mitad de la
ga, y c ó m o le era preciso librar u n combate sin esca-
celda en u n corte oblicuo y cuadrangular, una colum-
patoria, minuto a minuto y segundo a segundo, para
na maciza, corpórea, dentro de cuya radiante masa
obtener ese descanso, que era lo único que él amaba
se m o v í a n y entrechocaban con sonámbula vaguedad,
en la vida, esa evasión de los tormentos sin nombre
erráticas, distraídas, confusas, las p a r t í c u l a s de polvo,
a que estaba sometido y, literalmente, cómo debía
y que trazaba sobre el piso, a corta distancia de Polo-
vender el dolor de su cuerpo, pedazo a pedazo de la
nio, el marco de luz con rejas verticales de la ventana.
piel, a cambio de un lapso indefinido y sin contornos
A l otro lado del contrafuerte solar, la figura de El
de esa libertad en que naufragaba, a cada nuevo su-
Car ajo, rencorosa y muda, se desdibujaba en la som-
plicio, m á s feliz. Introducir —o sacar— la cabeza en
bra. Los impetuosos montones de la bocanada de
este rectángulo de hierro, en esta guillotina, trasladar-
humo que soltó Polonio, invadieron la zona de luz
se, trasladar el c r á n e o con todas sus partes, la nuca,
con el desorden arrollador de las grupas, los belfos,
la frente, la nariz, las orejas, al mundo exterior de la
las patas, las nubes, los arreos y el tumulto de su ca-
celda, colocarlo a h í del mismo modo que la cabeza
ballería, encimándose y revolviéndose en la lucha
de un ajusticiado, irreal a fuerza de ser viva, requería
cuerpo a cuerpo de sus propios volúmenes cambiantes

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y pausados, para en seguida, poco a poco, a merced ca, galopante, que lo h a c í a golpear con el cuerpo en
del aire inmóvil, integrarse con leve y sutil cadencia forma e x t r a ñ a , intermitente y a u t ó n o m a , con el ruido
en una quietud horizontal, a semejanza de la revista sordo y en fuga de u n bongó al que le hubieran aflo-
victoriosa de diversas formaciones militares después jado el parche, el muro del rincón en que se apoyaba.
de una batalla. A q u í el movimiento transfería sus for- Parecía u n endemoniado con el ojo de buitre colérico
mas a la ondulada escritura de otros ritmos y las al que asomaba la asfixia. Las líneas, las espirales,
lentísimas espirales se conservaban largamente en su los caracoles, las estatuas y los dioses enloquecieron,
i n s t a n t á n e a condición de ídolos borrachos y estatuas huyeron, dispersos y resquebrajados por las trepida-
sorprendidas. L a voz de Albino le llegó del otro lado ciones de la tos. Le faltaba u n p u l m ó n y a la mejor
de la puerta de hierro, queda, confidencial, con ter- Albino h a b r í a apoyado la rodilla con demasiada fuer-
nura. " Y a comienza a entrar la visita". L a visita. L a za contra su pecho cuando, momentos antes, tratara
droga. Los cuerpos del humo desleían sus contornos, de estrangularlo. Era u n verdadero estorbo este t u -
se enlazaban, construían relieves y estructuras y es- llido. Con gran esfuerzo Albino sacó la mano por el
telas, sujetos a su propio ordenamiento —el mismo postigo, pegada al rostro y encima de la nariz, con el
que decide el sistema de los cielos— ya puramente propósito de estar listo a recibir la droga en el mo-
divinos, libres de lo humano, parte de una naturaleza mento en que las mujeres se aproximaran a la puerta
nueva y recién inventada, de la que el sol era el de la celda. De pronto una espantosa rabia le cegó
demiurgo, y donde las nebulosas, apenas con u n soplo la vista: esa p e q u e ñ a costra h ú m e d a , no endurecida
de geometría, antes de toda Creación, ocupaban la todavía, el pus, el pus de la herida abierta de El Ca-
libertad de un espacio que se h a b í a formado a su rajo que éste le dejara adherido a la mano durante
propia imagen y semejanza, como u n inmenso deseo el forcejeo y que Albino estuvo a punto de untarse
interminable que no deja de realizarse nunca y no en los labios. C e r r ó los ojos mientras temblaba con u n
quiere ceñir j a m á s sus límites a nada que pueda con- tintineo de la cabeza sobre la plancha de hierro, a
tenerlo, igual que Dios. Pero a h í estaba El Carajo, un causa de la violencia bestial con que t e n í a apretados
anti-Dios maltrecho, carcomido, que empezó a sacu- los dientes. Estaba decidido a matarlo, decidido con
dirse con las broncas convulsiones de una tos frenéti- todas las potencias de su alma. A b r i ó los p á r p a d o s

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para m i r a r otra vez. N o t a r d a r í a en comenzar el des- palabras que a favor de su carácter de circunloquio
file de los familiares, pues las dos puertas del cajón, técnico, condensaban una serie de movimientos y si-
una frente a la otra en cada reja, ya estaban sin can- tuaciones muy vastos y sugerentes: postura ginecoló-
dado, para permitirles la entrada. Ellas no llegarían gica. L a celadora y su forma de registrar a cierto
juntas, sino a distancia, confundidas entre las visitas. n ú m e r o de las visitantes, no a todas, sino de modo es-
Albino conjeturaba acerca de cuál sería la primera pecial a quienes venían para ver a drogadictos y de
en aparecer, si L a Chata, la madre o Mercedes, M e - éstos a los que se señalaban como agentes m á s activos
che, con su bello cuerpo, con sus hombros, con sus del tráfico en el interior de la Preventiva: Albino y
piernas, alada, incitante. (Pero como que la evoca- Polonio. ¿ Se les registraría en esa postura ginecológi-
ción de Meche en las circunstancias de este momento, ca? Esta situación — y las dos palabras absurdas—
se distorsionaba a influjo de nuevos factores, inciertos hacían de Meche algo ligeramente distinto a la M e -
y llenos de contradicciones, que a ñ a d í a n al recuerdo che habitual: violada y prostituida, pero sin que t a l
una atmósfera distinta, un toque original y e x t r a ñ o : cosa constituyera un elemento de rechazo, sino por el
Meche v e n d r í a de pasar por una experiencia cuyos
contrario, de aproximación, como si le a ñ a d i e r a u n
detalles ignoraba Albino pero que, desde que lo supo,
atractivo de naturaleza no definida, que Albino no se
una semana antes —cuando planeaban la forma de
sentía capaz de formular. N o le importaba que Meche
introducir la droga al Penal y Polonio h a b í a pensado
pudiera haberse visto en un trance equívoco —y se lo
en servirse de la madre de El Carajo— p e r m a n e c í a
p r e g u n t a r í a a ella misma con todos los detalles— en
fija en su mente en una forma u otra, pero aludiendo
el supuesto de una exploración m á s o menos excesiva
en todo caso a imágenes físicas concretas. Con toda
por parte de la celadora, durante el registro: esto lo
exactitud la celadora, en primer lugar, y luego el
excitaba con un deseo renovado, de apariencia des-
diverso e inquietante contenido que a d q u i r i r í a n dos
conocida, y un relato minucioso y verídico de Meche
palabras escuchadas por Albino quién sabe d ó n d e y
lo h a r í a esperar, en lo sucesivo, una nueva forma de
cómo —entre enfermeras o médicos, mientras espe-
enlace entre ellos dos, m á s intensa y completa, a la
raba ser atendido de algo en alguna parte, esto era
que no le faltaría, sin duda, u n cierto toque de alegre
como u n sueño o quizá fuese un sueño en efecto—,
y desenvuelta depravación, en la que aquellas dos

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palabras médicas d e s e m p e ñ a r í a n , de algún modo, de- de madre a los monos, pues para eso estaban ahí. L a
terminado papel.) Aunque el " c a j ó n " formara parte cosa era verlas llegar, verlas entrar al cajón y luego
de la Crujía, separado de ésta ú n i c a m e n t e por las al patio, para sentirse seguros de que todo h a b í a
mismas rejas que servían a los dos de límite, la pre- marchado bien con el registro, con las monas. Por
sencia de los celadores de guardia, encerrados a h í cuanto a Meche y L a Chata no h a b r í a problema: las
dentro, le daba el aspecto de una cárcel aparte, una manosearían y ya, sin encontrarles nada dentro. L a
cárcel para carceleros, una cárcel dentro de la cárcel, madre era lo importante. Que pasara, que pasara,
por donde la visita t e n d r í a que pasar de modo forzoso que la pinche vieja pasara con los treinta gramos me-
antes de entrar al patio de la Crujía propiamente tidos en los entresijos. A falta de otra palabra, llama-
dicha. É s t e era el campo visual que A l b i n o dominaba ban huelga a esto que iba a ocurrir: huelga de muje-
desde el postigo, una verdadera tortura.. M á s alto que res. Pero antes de que Meche, L a Chata y la madre
el ventanillo —que en el caso de una estatura media subieran hasta aquí, a la puerta de la celda, para sol-
estaba al nivel del pecho—, Albino tenía que mante- tarse a chillar, a gritar y patalear, antes de que la
nerse encorvado, en una posición muy forzada, para bronca comenzara en serio, la madre debería entre-
conservar la cabeza metida allí, lo que al cabo de garles a ellos, precisamente al que estuviera con la
algunos minutos le h a b í a ocasionado u n agudo dolor cabeza en el postigo, el paquetito de droga. E n este
muscular en el cuello y la espalda, aparte de hacer caso Albino, el Bautista en turno sobre la bandeja.
que le temblaran las piernas de u n modo ridículo y Después, ya amacizado con la droga, se o c u p a r í a de
mortificante pues daba la impresión de que t e n í a la muerte de El Carajo. Era fácil liquidar el asunto,
miedo. Traspuestas por cualquiera de las tres mujeres en alguna función del cine, entre las sombras. Meterle
—Meche, L a Chata o la madre— la primera y se- la punta del fierro a través de las costillas, mientras
gunda rejas del cajón, era cosa de hacer algo •—un Polonio le tapaba la boca, pues q u e r r í a gritar como
ruido, golpear la puerta a patadas— a f i n de que un chivo. N o lo h a b í a n asociado con ellos debido pre-
repararan en el punto preciso donde se encontraba cisamente a su linda cara. Albino r i ó : n o m á s a causa
la celda del apando. L o m á s correcto, naturalmente, de que t e n í a madre. Tener madre era la gran cosa
pensó, sería lanzar un insulto, gritarles una mentada para el cabrón, un negocio completo. Las visitas for-

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maban cola en el redondel, a poca distancia —peroB tomaba como deslumbramiento, si se a ñ a d e cierto l u -
a ú n fuera del ángulo visual de A l b i n o — , para e n t r a r » jo recargado con el que iba vestida. Pero a medida
por turno a las respectivas crujías. Madres, esposas, j que su presencia se hacía m á s constante en la cola
hijas, muchachos, muy pocos hombres maduros, dosB de las visitas, la señora de alcurnia iba modificando
o tres en cada grupo, el aire receloso, la mirada baja. 1 poco a poco su actitud y haciendo concesiones a la
Las conversaciones, curiosamente, j a m á s giraban enw realidad. Cada vez hablaba menos de los personajes
torno a las causas que h a b í a n traído a la cárcel a sus I influyentes, la inocencia o la culpa de "su" preso de-
parientes. Nadie ponía en tela de juicio la c u l p a b i l i - I caían notablemente como tema de conversación y sus
dad o la inocencia del hijo, del marido, del hermano: 1 vestidos eran m á s sencillos, hasta que por f i n en-
estaban ahí, eso era todo. N o ocurría lo mismo con I traba a la categoría de las visitantes normales y ter-
otro tipo de visitas. Cuando alguna señora de la c l a - l minaba por pasar inadvertida. L a Chata distinguió
se alta llegaba a pisar estos lugares, las primeras ve-B la figura de Meche, atrás, entre otras mujeres de la
ees, su preocupación única, obsesiva, manifiesta —que 1 cola. Suspiró. L a envidiaba con ganas. L e gustaba
terminaba por carecer de toda lógica y aun de simple 1 mucho su hombre, su Albino, y desde que éste les
ilación— era la de establecer u n límite social preciso 1 mostrara la danza del vientre en la sala de defen-
entre su preso —las causas por las que estaba deteni- I sores, se sentía mareada por él en absoluto. Le pedi-
do, lo pasajero y puramente incidental de su tránsito I ría a Meche que, sin perder la amistad, le permitiera
por la prisión— y los presos de las d e m á s personas. acostarse con Albino. U n a o dos veces nomás, sin
A l suyo se le "acusaba de", sin tener n i n g ú n delito I que hubiera jijón, es decir, como si Meche no se
—aunque las apariencias resultasen de todos modos 1 fijara en ello. U n poco alejada de Meche, la madre
sospechosas— y ya se h a b í a n movilizado en su favor 1 de El Carajo se aproximaba renqueante, taimada.
grandes influencias, y dos o tres ministros andaban I Se h a b í a dejado introducir el t a p ó n anticonceptivo,
en el asunto. Quienes la escuchaban asentían invaria- 1 por Meche y L a Chata, como si tal cosa, con la indi-
blemente, sin discutir n i sorprenderse, con indulgen- ferencia de una vaca a la que se o r d e ñ a r a . A h í es-
cia e incredulidad, sin que la gran señora parara I taban las ubres, pues; a h í estaba la vagina. Como lo
cuentas en este género de piadosa cortesía, que ella ] calcularan, con ella no hubo registro, la respetaron

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por su edad, la vaca o r d e ñ a d a pasó tan insospecha hecha su alma. Todo. Terqueaba. " ¡ T e digo que no
ble como una virgen. Pero h a b í a n llegado ya a 1 jodas!" E n estos momentos la madre de El Carajo
jaula de los monos, al cajón. El Carajo porfiaba e cruzó las dos rejas del cajón y entró al patio de la
que lo dejaran asomar la cabeza por el postigo, por Crujía. Estaban salvados. Orientadas por el grito
que, decía, su madre no iba a querer entregarle 1 que h a b í a dado Albino, las mujeres se encaminaron
droga a n i n g ú n otro m á s que a él. Pero porfiaba sin* hacia la celda de los apandados, pero con una suerte
fuerza, sin esperanza. L a cabeza de Albino le resl de traslación mágica, invisible y apresurada, unidas
p o n d í a desde afuera de la celda, con ira. A p a r e c í a n I los movimientos, al i r y venir y al buscarse entre
por fin, allá abajo, Meche y L a Chata. " ¡ E s o s putos; sí de las d e m á s gentes, de u n modo tan natural, pro-
monos hijos de su pinche madre!" Los ojos de las pio y desenvuelto, que no p a r e c í a n distintas, n i par-
dos mujeres giraron hacia la voz: era su hombre.! ticulares, n i tener un objetivo propio y determinado,
Pero faltaba la m u í a vieja de la madre, tardaba laj al grado de que ya estaban aquí, de pronto, y Meche
infeliz. L a cabeza de la guillotina se negó en seco a- se h a b í a lanzado sobre la cabeza de Albino y la cu-
ceder el puesto de vigía. Su m a m á no iba a ser tan bría de besos por todas partes, en las orejas, en los
tonta como para darles la droga a otros, terqueaba ojos, en la nariz, a la m i t a d de los labios, sin que la
El Carajo. Puras mentiras. Tanto como deseaba ver cabeza de Holofernes acertara a moverse, apenas
a su madre ahora mismo, aquí, necesitándola tan aleteante, igual que el cuerpo de u n pez monstruoso,
desesperadamente. L e c o n t a r í a todo, sin quedarse con cabeza humana, al que hubiese varado u n golpe
callado como otras veces. Todo. Las inmensas no- de mar. " ¡ M i j o ! ¿ O n t á mijo?", exclamaba la ma-
ches en vela de la enfermería, sujeto dentro de la ca- dre de El Carajo con una voz cavernosa y como sin
misa de fuerza, los baños de agua helada, lo de las ve- sentido, pues parecía estar segura que desde el p r i -
nas: por supuesto que no quería morir, pero quería mer momento iba a toparse cara a cara con su hijo y
morir de todos modos; la forma de abandonarse, dé, al no ser así se mostraba extraviada y confusa, con
abandonar su cuerpo como u n hilacho, a la deriva, la, una expresión llena de miedo y desconfianza hacia las
infinita impiedad de los seres humanos, la infinita otras dos mujeres. " ¿ O n t á , on t á ? " , repetía sin apar-
impiedad de él mismo, las maldiciones de que estaba] tar los ojos de la cabeza y la mano expuestas sobre

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la planchuela del postigo y bamboleándose con t o r p e ! aferrada con ambas manos al barandal, como al
za como si estuviera ebria. L a cabeza separada del' puente de u n navio, vuelta hacia el patio y mirando
tronco, guillotinada y viva con su único ojo que giraba de reojo, de vez en vez, hacia el postigo, en espera
en redondo, desesperado, en la misma forma en que lol de ver a h í la cabeza de su hijo y no la de este otro
hacen las reses cuando se las derriba en tierra y sa- I hombre a quien no la unía afecto n i ternura algu-
ben que van a morir, desató desde el principio en Me-¡ na. L a cabeza, a sus espaldas, reclamaba, apremian-
che y L a Chata u n furor enloquecido, pero diríase] te, nerviosa, con asomos de histeria. "Venga el pa-
t a m b i é n jovial y, no obstante lo desquiciado de la si-' quete, vieja", primero conciliadora, pero en seguida
tuación, alegre. Se veían incluso m á s jóvenes de lo; agresiva dentro del sofoco de la entonación cautelosa.
que eran —pues no llegarían a los veinticinco—, unas "¡Venga la droga, vieja pendeja! ¡ V e n g a el paque-
muchachas con poco menos de veinte años, deporti- te, vieja j i j a de la chingada!" Era muy posible que
vas, elásticas, ágiles y gallardas al mismo tiempo que! la madre no escuchara en realidad. Parecía una mole
bestiales. Se h a b í a n montado sobre el barandal del de piedra, apenas esculpida por el hacha de peder-
corredor con las piernas cruzadas, sujetas con los pies nal del periodo neolítico, vasta, pesada, espantosa y
cada quien a uno de los travesanos verticales, y des-i solemne. Su silencio tenía algo de zoológico y rupes-
de tal posición, las faldas levantadas y los muslos al tre, como si la ausencia del ó r g a n o adecuado le i m -
descubierto, lanzaban los gritos y aullidos m á s inve-> pidiera emitir sonido alguno, hablar o gritar, una
rosímiles, agitando en el aire sin cesar las manos, yai bestia muda de nacimiento. Ú n i c a m e n t e lloraba y
crispadas, ya en u n p u ñ o , y los brazos, parecidos a r o j aun sus lágrimas p r o d u c í a n el horror de u n animal
bustas y torneadas raíces de acero, sacudidos por cor- desconocido en absoluto, al que se mirara por p r i -
tas y violentas descargas eléctricas, mientras los ojos, mera vez, y del que fuese imposible sentir misericor-
abiertos m á s allá de lo imaginable, descompuestos y dia o amor, igual que con su hijo. Las lágrimas grue-
enrojecidos, tenían destellos de una rabia sin límites. sas y lentas que resbalaban por la mejilla corres-
" ¿ S á q u e n l o s , sáquenlos", la palabra dividida en dos pondiente al viejo navajazo que iba desde la ceja
coléricas emisiones: sáquen-lós, sáquen-lós. L a madre al m e n t ó n , en lugar de la línea vertical seguían el
p e r m a n e c í a inmóvil en medio de las dos mujeres curso de la cicatriz y goteaban de la punta de la bar-

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ba, ajenas a los ojos, ajenas a todo llanto humano. En mente en la celda y la madre pudo ver, casi en se-
el patio de la Crujía, los reclusos y sus familiares, con guida, igual que si se mirara en u n espejo, cómo
un aire de inaparente distracción y como necesitado! paría de nueva cuenta a su hijo, primero la pelam-
de algo que no era suyo y a lo que no p o d í a n resistir, bre h ú m e d a y en desorden y luego, hueso por hueso,
se agrupaban poco a poco bajo las mujeres del ba- la frente, los pómulos, el maxilar, carne de su carne
randal. Nadie osaba lanzar u n grito o una voz, pero y sangre de su sangre, marchitas, amargas y venci-
de toda aquella masa salía u n avispeo sordo, entre das. Colocó la mano t r é m u l a y tosca sobre la frente
dientes, u n zumbar u n á n i m e de solidaridad y de con- del hijo como si quisiera protejer al ojo ciego de los
tento, del que a nadie p o d r í a n culpar los monos. D u - rayos vivos del sol. " E l paquete, mamacita linda, el
rante la visita de los familiares, el patio de la Crujía paquetito que tráis," p e d í a el hombre en u n tono
se transformaba en u n estrafalario campamento, con quejumbroso y desolado. Aterrada, aturdida, sonám-
las cobijas extendidas en el suelo y otras, sujetas a los bula de sufrimiento, con aquella mano que se posaba,
muros entre las puertas de cada celda, a guisa de te- sin conciencia alguna, sobre la frente del hijo, tenía,
chumbre, donde cada clan se reunía, hombro con de súbito, u n poco el aspecto alucinante y sobreco-
hombro, mujeres, niños, reclusos, en una especie de gedor de una Dolorosa b á r b a r a , sin desbastar, hecha
agregación primitiva y desamparada, de náufragos de barro y de piedras y de adobes, u n ídolo viejo y
extraños unos a otros o gente que nunca h a b í a tenido roto. Dentro del repiquetear, allá abajo, de tambo-
hogar y hoy ensayaba, por puro instinto, una suerte res en sordina, cada vez se o í a con m á s frecuencia,
de convivencia contrahecha y desnuda. L a marea, distinta y aislada, alguna voz que coreaba el grito
abajo de las tres mujeres, crecía en p e q u e ñ a s olas de las mujeres. Sáquen-lós, sáquen-lós. Provenien-
sucesivas, despaciosas, que se aproximaban como te de la Comandancia, u n r o n d í n de diez celadores
en u n paseo, los hombres sin apartar la mirada, abier- traspuso el cajón. L a gente, sin dar el rostro, abrió
ta y cínica, expectantes y a u n tiempo divertidos y el paso a sus zancadas disparejas y temerosas, de mo-
temerosos, de las trusas negras de Meche y L a Chata. nos a los que se h a b í a puesto en libertad y no se
" ¡ S a l pues, pinche Carajo!" N o entendía. " ¡ T ú , que acostumbraban del todo a correr, atentos m á s que
salgas t ú ! " L a cabeza de Albino se sumió trabajosa- nada a no aislarse del grupo, de la tribu, y no que-

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dar a solas en medio de la m u l t i t u d procelosa, i m - impedía por lo pronto despeñarse desde lo alto, pero
personal, impune, que fingía no verlos pasar, n i , ren- que no evitaría que cayera al patio de un momento
corosamente, darles existencia física, y miraba a tra- a otro, la m i t a d del cuerpo suspendida en el vacío.
vés de ellos del mismo modo que si se tratara de cuer- Hubo un rugido de pavor lanzado s i m u l t á n e a m e n t e
pos transparentes. L a lucha contra Meche, L a Chata por todos los espectadores y se produjo entonces un
y la vieja p a r e c í a no terminar nunca, con el aspecto silencio asfixiante, raro, igual que si no hubiera na-
de una acción incruenta, sin dolor y muy lejana. Y a die sobre la superficie de la tierra. Los apandados
semi desnudas, las ropas en jirones, encontraban siem- mismos enmudecieron en su celda, sin ver, única-
pre un punto, una saliente, un travesano, una hende- mente por la adivinación de que estaba a punto de
dura a la cual atorarse, mientras tres o cuatro monos ocurrir algo sin medida. L a mujer s a c u d í a los bra-
por cada una, h a c í a n grotescos esfuerzos por arras- zos en u n aleteo irracional y desesperado. " ¡ N o te
trarlas hacia la escalera. De la ronca voz, allá abajo, muevas, vieja güey!", rompió el silencio uno de
de la multitud, brotaba toda clase de las m á s diver- los monos y arrastró a la madre fuera del peligro t i -
sas exclamaciones, gritos, denuestos, carcajadas, ya rando de ella por debajo de las axilas. Volvió a rei-
de protesta o compasión, o de salvaje gozo que exigía nar el mismo silencio de antes, pero ahora no sólo
mayor descaro, brutalidad y desvergüenza al espec- por cuanto a la ausencia de ruido y de voces, sino
táculo fabuloso y único de los senos, las nalgas, los por cuanto a los movimientos, movimientos en abso-
vientres al aire. L a madre, los cortos brazos levanta- luto carentes de rumor, que no se escuchaban, como
dos por encima de la cabeza, se interponía en medio si se tratara de una lenta e imaginaria acción sub-
de las mujeres y los monos, sin hacer nada, con los acuática, de buzos que actuaran por hipnosis y don-
pesados y dificultosos saltos de u n pajarraco al que de cada quien, actores y espectadores, estuviese me-
se le hubiera olvidado volar, u n eslabón prehistórico tido dentro de la propia escafandra de su cuerpo,
entre los reptiles y las aves. E n uno de estos saltos presente y distante, inmóvil pero desplazando sus
cayó, resbalando sobre la superficie de hierro del co- movimientos fase a fase, por estancos, en fragmentos
rredor, hasta quedar horquetada con el travesano del autónomos e independientes, a los que armonizaba
barandal en medio de las piernas abiertas, cosa que le en su unidad exterior, visible, no el enlace de una

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coherencia lógica y causal, sino precisamente el hilo violencia dentro, seguidos inconcientemente por el
frío y rígido de la locura. Algo ocurría en esta pe- Comandante y un celador m á s . Con u n solo y brus-
lícula anterior a la banda de sonido. Q u i é n sabe q u é co a d e m á n Albino cerró el candado de la puerta que
dijo el Comandante a los monos y a las mujeres: se comunicaba con la Crujía. Ahora estaban solos con
hizo una calma insólita y tensa, dos monos se incli- el Comandante y los tres celadores, encerrados en
naron sobre el candado de la celda y desapandaron la misma jaula de monos. Cuatro contra tres; no, dos
a los tres reclusos, y todo el grupo —las tres muje- contra cuatro, habida nota de la nulidad absoluta de
res, sus hombres y los celadores—, tranquilo a pesar El Carajo. " O r a vamos a ver de a cómo nos toca,
de las miradas de loco de Polonio, Albino e incluso monos hijos de su puta madre", b r a m ó Albino a tiem-
El Carajo, se dirigió a descender las escaleras. E n la po que se despojaba de su cinturón de baqueta para
puerta del cajón, el Comandante hizo pasar a dos blandirlo en la pelea. U n garrotazo en pleno rostro,
celadores y luego se volvió hacia las mujeres. Estaba sobre el p ó m u l o y la nariz, le hizo brotar una repen-
muy seguro de la eficacia de su trampa. " A q u í den- tina flor de sangre, sorprendente, como salida de la
tro p o d r á n hablar con sus presos todo lo que quie- nada. Polonio y Albino estaban convertidos en dos
ran a la vista de todos", dijo, "pasen primero las antiguos gladiadores, homicidas hasta la raíz de los
señoras y luego los machos". Las mujeres obedecie- cabellos. L a pelea era callada, acechante, precisa, sin
ron dóciles, con u n aire de victoria fatigada. Pero no
un grito, sin una queja. T i r a b a n a matar y herirse en
bien h a b í a n entrado, los dos primeros monos, con una
lo m á s vivo, con los pies, con los garrotes, con los dien-
celeridad relampagueante, las empujaron en u n abrir
tes, con los puños, a sacarse los ojos y romperse los
y cerrar de ojos fuera del cajón, por la puerta que da-
testículos. Las miradas, las actitudes, la respiración,
ba al redondel, cerrando de inmediato el candado
el calculado movimiento de u n brazo, el adelantar o
tras de ellas. H a b í a n quedado de golpe, sin esperarlo
retroceder de u n pie, consagrados por entero a la ten-
y sin darse cuenta, al otro lado de la C r u j í a , al otro
sa voluntad de u n solo y unívoco f i n implacable, tra-
lado del mundo. N o le dio tiempo al Comandante
sudaban la muerte en su presencia m á s rotunda, m á s
de reir su trampa. Albino y Polonio, con El Carajo
increíble. Las mujeres, impotentes al otro lado de la
en medio, irrumpieron con desencadenada y ciega
reja, gritaban como demonios, pateaban al celador

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que se ofrecía m á s p r ó x i m o y tiraban de los cabellos dores y dejarlos crucificados sobre el esquema mons-
a los que por un momento caían cerca, para arrancar- truoso d é esta gigantesca derrota de la libertad a
les mechones cuyas raíces sangraban con blancuzcos manos de la geometría. Las tres primeras de las cin-
trozos de cuero cabelludo. L a madre, de rodillas, se co barras horizontales que h a c í a n perpendicular con
golpeaba la frente contra el suelo repetidas veces, en los barrotes de cada reja del cajón, primero como
una especie de oración desorbitada y extravagante, punto de apoyo para los tubos que irían de lado a
mientras El Car ajo, replegado entre los barrotes, en- lado, y después como estructuración vertical del es-
cogido en u n intento feroz por reducir al m á x i m o el pacio, bastaban a los propósitos de la operación, pues
volumen de su cuerpo, aullaba largamente, no h a c í a la inferior, a la altura de las rodillas, y las de en me-
otra cosa que aullar. Llegaron de la Comandancia dio y superior, a los niveles del bajo vientre y del cue-
otros monos, veinte o m á s , provistos de largos tubos llo en u n hombre de dimensiones regulares —Albino,
de hierro. L a cuestión era introducirlos, tubo por t u - no obstante, rebasaría con la cabeza la línea supe-
bo, entre los barrotes, de reja a reja de la jaula, y rior—, p e r m i t i r í a n tender los trazos invasores con los
con la ayuda de los celadores que h a b í a n quedado cuales aherrojar, hasta la inmovilidad m á s completa,
en el patio de ta Crujía, mantenerlos firmes, con al par de rebeldes enloquecidos. Ellos, los gladiado-
dos o tres hombres sujetos a cada extremo, a f i n de res, eran invencibles, incluso por encima de Dios, pero
ir levantando barreras sucesivas a lo largo y lo alto no p o d í a n con esto. Empujaban los tubos hacia arri-
del rectángulo, en los m á s diversos e imprevistos pla- ba, saltaban, forcejeaban de m i l maneras, pero al fin
nos y niveles, conforme a lo que exigieran las nece- no pudieron m á s . Los celadores entraron a la jaula
sidades de la lucha contra las dos bestias, y al mis- para sacar al Comandante y a los tres c o m p a ñ e r o s
mo tiempo atentos a no entorpecer o anular la ac- suyos, convertidos en guiñapos. Las mujeres fueron
ción del Comandante y los tres monos, en u n dia- retiradas a rastras, de tal modo enronquecidas, que
bólico sucederse de mutilaciones del espacio, t r i á n - sus gritos no se oían. A l mismo tiempo El Car a jo lo-
gulos, trapecios, paralelas, segmentos oblicuos o per- gró deslizarse hasta los pies del oficial que h a b í a
pendiculares, líneas y m á s líneas, rejas y m á s rejas, venido con los celadores. "Ella — m u s i t ó mientras
hasta impedir cualquier movimiento de los gladia- señalaba a su madre con u n sesgo del ojo opaco y la-

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crimeante—, ella es la que t r á i la droga dentro, me-
tida entre las verijas. M á n d e l a a esculcar pa que
lo vea." Fuera del oficial nadie lo h a b í a escuchado.
Sonrió con una mueca triste. Colgantes de los tubos,
m á s presos que preso alguno, Polonio y Albino pa-
recían harapos sanguinolentos, monos descuartiza-
dos y puestos a secar al sol. L o único claro para ellos
era que la madre no h a b í a podido entregar la droga
a su hijo n i a nadien, como ella decía. Pensaban, a
la vez, que sería por d e m á s matar al tullido. Y a para
qué.

N? 5149

Imprenta Madero, S. A.
Avena 102, México 13, D. F .
Cárcel Preventiva de la Ciudad. 25-VIII-1980
Edición de 6 000 ejemplares
México. Febrero-Marzo (15), 1969 más sobrantes para reposición

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