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El erotismo de indagar si Vargas Llosa no quedó

atrapado por la «pureza» del erotis-


Vargas Llosa mo en los libros de caballerías que
con tanto entusiasmo frecuentó
cuando era un joven estudiante en
el Madrid de 1958. Su devoción
por Tirant lo Blanch, ese pariente
En la narrativa de Vargas Llosa el de Calisto, seguramente tiene mu-
componente erótico tiene una pre- cho que ver con la que le merecie-
sencia, a simple vista, notoria. Pero ron las sabias estrategias amorosas
conviene no confundirse. Ni «las be- de muchos otros héroes y heroínas
llaquerías» de los cadetes ni las no- de este ciclo. Previsiblemente, a
ventas sucias de Alberto, ni el pe- partir de aquellos tiempos, Vargas
queño mundo de la «Pies dorados» Llosa aprendió a navegar bien por
en La ciudad y los perros se encua- los asombrosos mares de la litera-
dran justamente en el auténtico ero- tura erótica española, objeto, por
tismo. A partir de aquí podríamos ir otra parte, de una sólida bibliogra-
separando los aspectos en que la se- fía crítica. Pero no estamos seña-
xualidad está al servicio meramente lando al decir esto ninguna depen-
de lo testimonial, de la tronche de dencia literaria limitada en un
vie, herencia del realismo y el natu- hombre de tantas singladuras: ya
ralismo, y aquellos otros sustancial- para entonces, por ejemplo, había
mente independientes de esa condi- leído en Lima la colección Les
ción ancilar, es decir, los que con mattres de l'amour editada por
propiedad pueden determinar (otra Apollinaire, según declara en la en-
cosa es que lo consigan) la condi- trevista que el 3 de julio de 1988
ción erótica de un texto. le hizo en El País García Berlanga.
Revisar desde este arranque tan De Elogio de la madrastra opi-
complejo tema, cargado de sutile- namos en su momento que era
zas, resulta demasiado intrincado, «una inteligente obra menor». Lo
pero basta una mirada rápida para que era imprevisible -aun cono-
saber que la obra del peruano ofrece ciendo la tendencia de su autor a
dentro de él hitos gloriosos. Tres de las construcciones 'en abismo' y a
ellos, anteriores a la novela de la lo que él llamó, en su fundamental
que ahora nos ocupamos, supongo libro sobre García Márquez, 'cani-
que indiscutibles, son Pantaleón y balización' de materiales- es que
las visitadoras (1973), La tía Julia aquella especie de 'divertimento'
y el escribidor (1977) y Elogio de fuera a enriquecerse en una ampli-
la madrastra (1988). Claro está que ficación tan espléndida como Los
la lista puede completarse si atende- cuadernos de don Rigoberto*. Pe-
mos a piezas secuenciales de otras. ro no sólo es eso: por razones que
Se abre aquí una promisoria in-
vestigación que podría empezar por * Alfaguara, Madrid, 1997.
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ya no deberían sorprendernos, el nales infidelidades, a cuya induc-
presente reinventa el pasado, esta ción incluso a veces no es ajeno,
novela reescribe a aquélla, la mag- de la voluptuosa dama. Las cartas
nifica, la hace otra. anónimas de Fonchito, que falsifi-
No hay, además, solución de can supuestos mensajes amorosas
continuidad entre ambas fabula- entre padre y madrastra, final-
ciones. El Fonchito angelical y mente admitidos como válidos,
diabólico, el candoroso Luzbel de propiciarán el reencuentro feliz
Elogio de la madrastra, que ha del trío. Justiniana, la sirvienta
consumado la seducción de la se- adyuvante, de la soberbia estirpe
gunda esposa de su padre -la sen- de las comedias clásicas de enre-
sual Lucrecia, cuarentona dispues- do, prolonga también intensamen-
ta a defender indefinidamente los te sus servicios, incluyendo los
privilegios de la carne- causa de lésbicos, a Lucrecia, y sus perple-
la separación del matrimonio, jidades nada inmunes al hechiza-
continúa incansable su asedio a la miento ejercido por el niño en la
frágil madrastra en Los cuadernos segunda novela.
de don Rigoberto. Quien no co- Si en Elogio de la madrastra,
nozca la novela anterior se sentirá suscitada en cierto modo por una
largamente intrigado por la causa propuesta de colaboración del pin-
del enojo de Lucrecia -la revela- tor peruano Fernando de Szyszlo,
ción del caso, bona fide, del im- una serie de seis cuadros reprodu-
previsible Fonchito-, enojo mani- cidos al comienzo de otros tantos
fiesto desde la primera página y capítulos motivaban interpretacio-
no desvelado hasta que la novela nes eróticas en torno, en varias
ha avanzado un largo trecho. Es ocasiones, a las vivencias de Lu-
evidente que el narrador podía ha- crecia, versátilmente convertida
ber mantenido la razón de ese en personaje mitológico o de
disgusto como dato escondido otros ilustres rangos, en Los cua-
hasta el final, pero se trataría de dernos encontraremos como Leit-
un efectismo, aunque legítimo, al- motiv que articula las fantasías de
go elemental, al que en cierto mo- Fonchito las pinturas del austriaco
mento renuncia para mostrar su Egon Schiele, pertinazmente evo-
capacidad de sostener la intriga cado por el rapaz, frecuentemente
con todas las cartas boca arriba. como anzuelo de variadas tenta-
Entre tanto, don Rigoberto, el ciones para Lucrecia y Justiniana.
despechado padre, comparece en Por otra parte, el mundo de la cul-
esta segunda historia como un tura irrumpe a través de muchos
hombre dispuesto a la reconcilia- otros cauces en la novela tan des-
ción suscitada ante todo por la bordantemente que nos llega a ha-
atracción inefable que Lucrecia cer cuestionar lo verosímil de la
ejerce sobre él y que le hace so- erudición de este don Rigoberto,
brellevar gozosamente las ocasio- alto ejecutivo de seguros, aficio-
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nado a las cenestesias menos suti-
les hasta el grado de lo escatoló-
Lazos de
gico, y de índole inequívocamente comprensión1
«huachafa».
El narrador no pretende deshacer
ni ésta ni ninguna otra objeción
razonadamente; simplemente nos
hace introducirnos, con la admira- Los antólogos, o sus editores,
ble trampa del arte de contar, con tienen por costumbre proclamar
su incuestionable capacidad para que lo que ofrecen no ha sido rea-
cambiar registros, en un mundo lizado antes. «Esta rica producción
donde todo en el fondo es jovial- literaria», dice de la poesía latino-
mente válido. Ya en el terreno de americana la presente antología,
la «fe poética», si no nos conven- «no ha sido reunida nunca en un
ce, nos deja inermes y fascinados solo volumen que intentara dar
ante la singular justificación de cuenta de su diversidad al tiempo
don Rigoberto para mantener inal- que de sus practicantes más desta-
terable el límite de sus 4.000 li- cados... hasta ahora.» Sí, es más
bros, la prelógica del fetichismo amplia que (digamos) el Penguin
de los nombres, la soberanía de lo Book of Latin American Verse, in-
literario ante el culto a la madre teligente compilación preparada
Natura, la visión menguada del por Enrique Caracciolo-Trejo a
deporte, la exaltación de las fo- principios de los años setenta, pe-
bias, el derecho de Lucrecia a ju- ro, ¿hasta qué punto la mejora en
gar a la prostitución, la fiesta sin términos de diseño o presentación?
inhibiciones de los sentidos, la le- Para comenzar por el comienzo, la
gitimidad de los anónimos... Todo, portada de la antología de Penguin
en fin, lo que emana de dentro y reproduce el mural América antes
fuera de los cuadernos del con- de la conquista de Diego Rivera,
cienzudo anotador, observador in- oportuna referencia a un aspecto
fatigable, nuevo escriba vargasllo- histórico de la América precolom-
siano emparentado, por el placer bina. La portada de la antología de
de la palabra, con el Pedro Cama- Stephen Tapscott exhibe un cuadro
cho de La tía Julia y con El ha- abstracto de Fernando de Szyszlo,
blador, a quien, en el peor de los lo que parece sugerir que la pintu-
casos, salva la irrefutable máxima ra latinoamericana, al igual que la
de Hólderlin que, con otra de poesía, ha dejado atrás las preocu-
Montaigne, sirve de lema a la no- paciones más o menos étnicas de
vela: «El hombre es un dios cuan- Rivera para entroncar con las co-
do sueña y apenas un mendigo
cuando piensa».
' Stephen Tapscott (ed.), Twentieth-Cen-
tury Latin American Poetry, Texas Univer-
Luis Sainz de Medrano sity Press, Austin, 1996, 418 pág.

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