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[12] Pocos días después de las calendas de enero llegaron desde Bélgica cartas del procurador Pompeyo Propincuo

notificando que las legiones de la Germania Superior, violada la señal del


juramento, pedían otro emperador, dejando la elección al arbitrio del Senado y del Pueblo Romano, para que su rebelión fuese acogida con mayor indulgencia. Esta circunstancia hizo determinarse
a Galba a llevar a cabo el proyecto que ya hacía tiempo discutía consigo mismo y con sus colaboradores más íntimos sobre el proyecto de adopción.
[16] Si se hubiera dado el caso de que el inmenso organismo del imperio permaneciera de pie y guardara por sí mismo el equilibrio sin una mano rectora que lo dirigiese, yo merecería ser aquel
a partir del cual se instaurara el régimen republicano: ahora ya hace tiempo se llegó a tal grado de necesidad que mi vejez no puede aportar al Pueblo Romano otra que un buen sucesor, y tu
juventud el ser un buen gobernante. Bajo el imperio de Tiberio, Cayo y Claudio, hemos sido como el patrimonio en herencia de una sola familia: el primer signo de libertad será el hecho de que
empezamos a ser elegidos; extinto el linaje de los Julios y los Claudios, la adopción encontrará a cada mejor. Porque ser engendrado o nacer de príncipes es cuestión de suerte, y no tiene ningún
mérito, mientras que para la decisión de la adopción es totalmente libre y, si quieres elegir, se te indica con el consenso general. A la vista tenemos el caso de Nerón, al que, ensoberbecido por
una larga ascendencia de césares, no Víndice, que solo tenía a mano una provincia desarmada, ni yo con una sola legión, sino que lo derribaron de las espaldas del pueblo su brutalidad y su vida
desaforada. Por eso no teníamos hasta ahora un precedente que seguir, tratándose en este caso de un gobernante condenado judicialmente. Nosotros, llamados (a gobernar) por la acción bélica y
por nuestras simpatías, seremos objeto de envidia a pesar de nuestros méritos, como exige mi dignidad. No te asustes, por lo tanto, aunque todavía hay dos legiones sublevadas, en esta situación
de revuelta, en medio de un mundo agitado, tampoco yo accedí a un poder exento de preocupaciones. Y cuando se haga pública tu adopción ya no se fijarán en mi vejez, que es lo único que me
echan en cara. Nerón siempre será añorado por los más perversos; a ti y a mí nos toca hacer lo posible para que no lo añoren también los ciudadanos honrados. Nunca, ni tampoco en este
momento, adoctrinarte más detenidamente no es propio de esta ocasión y además mi proyecto está todo él cumplido. Un modo muy práctico y fácil de juzgar sobre lo acertado o equivocado de
una elección es reflexionar sobre lo que desearíamos ver o rechazaríamos en cualquier otro gobernante. Porque aquí no se trata como en otros pueblos que están sometidos a un poder real, donde
una determinada familia es de señores y los demás son esclavos, sino que vas a gobernar hombres que, ni toleran una servidumbre absoluta, ni son capaces de una total libertad».
Y, ciertamente, Galba usó semejante leguaje como quien está nombrando a un príncipe, y los demás se dirigían a él como a quien de hecho ya lo fuese.
[17] Dicen que Pisón se adelantó al instante sin dar señal alguna de azoramiento o de alegría ante los que le estaban mirando de cerca, ni por todos aquellos cuya mirada arrastró inmediatamente
tras de sí. Pronunció un discurso lleno de respeto hacia su padre adoptante y emperador. No dio en su rostro o en sus ademanes muestras de inmutarse, como si tuviera más capacidad de mandar
que deseo. Preguntándole después si la adopción debía proclamarse en el Foro o en el Senado o en el campamento. Prefirió dirigirse al campamento porque ello redundaría en honor de los
soldados, de los que, así como conquistarse ilícitamente su favor por medio de la corrupción y la intriga es cosa despreciable, así también es cosa nada despreciable conquistarlo por medios
honrados. Mientras tanto una gran multitud había rodeado el palacio, impaciente del gran secreto. Y los que intentaban sofocar la noticia manteniéndola en un secreto mal guardado, solo
conseguían aumentar el rumor.
[18] El cuarto de las idus de enero (10 de enero), horrible jornada de lluvias, los truenos, rayos y otras amenazas del cielo lo perturbaban más de lo acostumbrado. Esto, tenido en cuenta desde
antiguo para suspender los comicios, no inmutaron a Galba, ni influyeron en su decisión de dirigirse a los acuartelamientos, menospreciando tales fenómenos como fortuitos o porque lo que el
hado nos tiene destinado, por muchas señales que lo anuncien es inevitable. Ante una nutrida asamblea de soldados, con brevedad castrense, proclamó oficialmente su adopción de Pisón, a
ejemplo del divino Augusto, y siguiendo las costumbres militares eligiéndolo personalmente, de hombre a hombre. Seguidamente, y para que la sedición, si se la silenciaba, no fuera tomada por
mayor, espontáneamente afirma que las legiones cuarta y vigésima segunda, por ser muy pocos los que tramaron la sedición, no habían ido más allá de las protestas y los gritos y que, en breve,
volverían a la disciplina. No añadió a su discurso ningún halago ni recompensa en metálico. Los tribunos, los centuriones y los soldados más cercanos responden con cosas agradables de oír; el
resto con silencio y malas caras como si hubieran perdido en (tiempo de) guerra la necesaria concesión del donativo consagrada ya en (tiempo de) paz. Está claro que cualquier pequeña muestra
de liberalidad del avaro anciano le hubiera granjeado las simpatías de todos. Le perjudicó mucho la antigua disciplina y la excesiva austeridad, a cuya altura ya no estamos.
[19] El discurso que pronunció después Galba en el Senado no fue más elaborado y extenso que el pronunciado ante las tropas. El discurso de Pisón fue comedido, ganándose el favor de los
padres de la patria: muchos, con ánimo sincero, más efusivamente los que no lo habían querido, los indiferentes, y eran mayoría, con apresurado homenaje. La mayoría con moderadas muestras
de respeto, mirando por sus intereses particulares sin preocuparse del bien público. En los siguientes cuatro días que mediaron entre su elección y su asesinato, no hizo, ni dijo, Pisón en público
ninguna otra cosa.
Dado que las noticias de la rebelión germánica se hacían más frecuentes cada día y que la ciudad era propensa a admitir y creer toda clase de noticias, especialmente si son malas, habían
determinado los senadores enviar embajadores al ejército de Germania. Habiendo discutido en secreto si convendría que fuese también el propio Pisón, para mayor prestigio, aquellos llevarían
la autoridad del senado, este, la dignidad del César. Les pareció conveniente enviar, juntamente con ellos a Lacón, prefecto del pretorio, pero él abortó esta decisión. Los propios legados –ya que
el Senado había remitido la decisión última a Galba– nombrados, recusados y sustituidos con vergonzosa ligereza, intrigando por quedarse o por irse, siguiendo los impulsos del miedo o de las
propias esperanzas.
[20] La preocupación más inmediata fue la del dinero; estudiando a fondo todas las posibilidades, pareció lo más justo conseguirlo sacándolo de donde se había originado la situación de penuria.
Nerón había dilapidado en dádivas dos mil doscientos millones de sestercios. Galba mandó llamar a cada uno para que devolvieran el dinero, dejándoles exenta una décima parte. Pero apenas
les quedaba ya a ellos la décima parte de la cantidad recibida, porque habían sido tan pródigos con los bienes ajenos como con los bienes propios, no quedándoles a aquellos perdularios y
consumados ladrones ni un solo campo o hacienda sino únicamente, como instrumentos de trabajo, sus propios vicios. Para la recaudación, se nombró a treinta caballeros romanos, cargo oficial
de nuevo cuño y difícil tanto por la intriga como por la masa. Por doquier estaba la venta en pública subasta y los postores, y toda la ciudad andaba alborotada por los procesos. Pero la alegría
general era grande, al ver que aquellos a quienes había regalado Nerón el dinero estaban tan pobres como aquellos a quienes habían arrebatado sus bienes.
[27] El día décimo octavo de las kalendas de febrero (15 de enero) sacrificando Galba en el templo de Apolo, dieron mal agüero las entrañas de la víctima que extrajo el arúspice Umbricio, quien
le predijo que la traición estaba en el aire y que el enemigo era de casa, oyéndolo Otón que había asistido al sacrificio y estaba allí cerca, e interpretándolo todo, por el contrario, como bueno y
favorable para sus planes. Al momento se acercó el liberto Omomasto a decirle que le esperaban el arquitecto y los contratistas, que era la contraseña convenida de que los soldados estaban
reunidos y la conjuración a punto. Otón, a los que preguntaban el motivo de su salida, habiendo dado a entender que trataba de comprar un inmueble cuya solidez era sospechosa debido a su
antigüedad, uniéndose a su liberto se dirigió, a través de la Domus Tiberiana, al Velabro y desde allí, hacia la piedra miliar dorada, a la sombra del templo de Saturno. Allí fue aclamado como
emperador por 23 guardaespaldas, pero viéndole temeroso por el exiguo número de los que le aclamaban, lo agarraron desenvainando las espadas y lo hicieron subir rápidamente a una silla
gestatoria. En el camino se les fueron agregando otros tantos: algunos por complicidad, la mayoría por el espectáculo insólito; unos con gritos y las espadas (en alto), otros en silencio, dispuestos
a cobrar ánimo al tenor de los acontecimientos.
[29] Entretanto, Galba continuaba importunando a los dioses de un imperio que era ya de otro, cuando alguien dio la noticia de que un senador, sin que se supiera quién, era llevado en andas,
luego que era Otón quien era trasladado. Al propio tiempo se fueron juntando desde todos los puntos de la ciudad unos exagerando (las noticias) por pánico, algunos dándolas por menos graves
de lo que realmente eran, pero en todo caso sin olvidarse de las lisonjas en medio de tales circunstancias. Ante esta situación pareció a los consejeros lo más adecuado explorar el ánimo de la
cohorte que estaba de guardia en palacio, pero sin hacerlo personalmente Galba, cuya autoridad debía permanecer reservada como último recurso en situación extrema. Así pues, Pisón convo-
cándolos ante la escalinata del palacio, se dirigió a ellos en estos términos: «Compañeros de armas: hace hoy seis días en que, sin saber lo que el futuro me tenía reservado, y si lo que llevaba
consigo este título era envidiable o para temerlo, fui elegido césar, con qué destino de nuestra familia y del Estado (he sido nombrado), en vuestras manos está. No porque, en mi propio nombre,
tema circunstancia alguna por adversa que sea, habiendo conocido por experiencia la adversidad, ahora más que nunca aprendo que, ni en medio de la prosperidad, faltan los problemas. Lo que
me preocupa en este momento es la suerte de mi padre adoptante, del Senado y del propio imperio. En cuanto a mí, si es necesario, estoy dispuesto a morir o, lo que es igualmente lamentable
para un hombre honrado, a matar a otros. Como consuelo del último cambio tenía haber librado a la ciudad del derramamiento de sangre en los últimos disturbios, y de que se hubiera efectuado
el cambio de poder sin enfrentamientos ya que, una vez efectuada la elección, parecía que, después de la muerte de Galba, ya no habría ocasión de nuevas guerras».
[36] En el campamento ya se habían disipado todas las dudas y tanto era el furor que, no contentos con acompañar a Otón con su formación y su presencia, colocándolo en el tribunal -donde
poco antes había estado la estatua de Galba- en medio de las banderas, lo rodeaban además con sus banderines. Y no solo impedían a los tribunos y centuriones acercarse a él: hasta el soldado
raso daba órdenes de andar alerta con los jefes. Resonaba todo con el estruendo del tumulto y los gritos con que se animaban unos a otros, no como suele suceder entre la burguesía y el populacho
con variado griterío en ineficaz adulación, sino que, según divisaban a cualquiera de los soldados que iban acudiendo, lo estrechaban en sus brazos, lo colocaban a su lado y le dictaban el
juramente, ya encomendando la persona del emperador a los soldados, ya las de los soldados al emperador. Y Otón, levantando sus brazos, no dejaba de adorar al vulgo, echándoles besos y todo
como un esclavo en pro del poder.
Después de que toda la legión marinera le prestó juramento, confiando ya en sus fuerzas, juzgó conveniente arengar en general, junto a la empalizada del campamento, a todos lo que había
animado personalmente, empezando a hablar en estos términos:
[37] «Como quién me presento ante vosotros, queridos compañeros, no puedo decirlo, porque ni puedo soportar ser considerado como un cualquiera ya que he sido nombrado por vosotros como
emperador, ni ser llamado emperador mientras otro ejerza el poder. También vuestro nombre estará en el aire mientras no se aclare si en el campamento tenéis entre vosotros al emperador del
Pueblo Romano o a un enemigo de vuestra seguridad. ¿No habéis escuchado cómo se piden a la vez mi ejecución y vuestro castigo? Está, pues, bien claro que solo nos resta morir o salvarnos
juntos.
[38] Y para que nadie abrigase esperanza alguna de cambio en su sucesor, Galba hizo llamar del destierro al que juzgó más parecido a él por su carácter atrabiliario y su avaricia. Vosotros
mismos, compañeros, habéis visto, por la horrible tormenta, los dioses daban la espalda a la infausta adopción. Y lo mismo piensan el Senado y el Pueblo Romano. De vosotros se espera el valor,
sin cuya fuerzan y apoyo de nada sirven los rectos consejos por acertados que sean. Con todo esto no os llevo a una guerra arriesgada, pues todo el armamento de la tropa está en nuestro poder.
Ni una sola cohorte desarmada defiende a Galba ahora, sino que lo tiene detenido. Y cuando os vean a vosotros y reciban mi consigna, no habrá más que una sola rivalidad, quién me pasará
mayor factura de méritos. No cabe vacilación alguna en llevar adelante este plan que no merecerá alabanza alguna hasta su ejecución».
Seguidamente mandó abrir el arsenal de armamento, e, inmediatamente cogió cada uno armas, sin guardar las ordenanzas ni respetar el cuerpo militar correspondiente y así poder distinguir,
por las insignias, al pretoriano del legionario; se confunden por los cascos y escudos pertenecientes a las tropas auxiliares, sin esperar la orden de los tribunos o centuriones, sino siendo cada uno
para sí mismo jefe e instigador, y el principal acicate de los malvados era la tristeza de la gente honrada.
[39] Pisón, ya amedrentado por el griterío que incesantemente llegaba hasta el interior de la ciudad, se había unido de nuevo a Galba que ya se hallaba próximo al foro. Mario Celso había traído
noticias poco halagüeñas sobre la situación, justo en el momento en que unos opinaban que debía volverse al Palatino, otros que dirigirse al Capitolio, y la mayoría que debía ocuparse la
explanada de la tribuna del Foro. Muchos se limitaban a llevar la contraria a todos de forma que, como suele suceder en las tomas de decisión apuradas, las mejores soluciones parecían aquellas
cuya oportunidad ya había pasado. Se dice que Lacón, a espaldas de Galba, había planeado matar a Tito Vinio, bien por pensar que así aplacaría los ánimos de los soldados, bien porque lo creyó
sabedor de los planes de Otón, o, finalmente, por odio. Estuvo dudando sobre el momento y lugar oportunos para emprender la acción porque, una vez iniciada la matanza, sería difícil poner un
límite. Dificultaron también su decisión las malas nuevas que llegaban y las deserciones de todos los que antes se habían apresurado en hacer alardes de fidelidad.
[40] Galba, mientras tanto, iba de un lado para otro siguiendo el movimiento fluctuante de las masas que abarrotaban los palacios y los templos, un lúgubre espectáculo. Ningún sonido se
escuchaba entre la burguesía o el populacho, solo se veían las caras de preocupación y los oídos atentos al menor ruido; ni reinaba la calma, sino un silencio cual es el de un gran pánico y de una
gran explosión de cólera. Avisaron a Otón que se estaba armando al pueblo, y mandó acudir con celeridad y prevenir los peligros. Así pues, los soldados romanos salieron como si fueran a
expulsar a Vologeso o a Pacoro del trono de sus antepasados los Arsácidas, y no a dar muerte a su propio emperador anciano e inerme. Así, dispersado el pueblo, atropellado el Senado, feroces
y armados hasta los dientes, irrumpieron, rápidos con sus caballos, en el foro. No les arredró la vista del Capitolio, ni la santidad de los templos que dominaban, ni el debido a los emperadores
pasados y venideros, en perpetrar el crimen cuyo vengador resulta ser cualquiera que llegue a sucederle.
[41] Avistadas de frente las tropas armadas, el abanderado de la cohorte que escoltaba a Galba (se dice que fue Atilio Vergilión) arrancando del asta el retrato de Galba, lo arrojó al suelo. A esta
señal todos los soldados se manifestaron abiertamente a favor de Otón, el foro quedó desierto con la fuga del pueblo, volviendo las armas contra los indecisos. Presos del pánico los que portaban
a Galba, fue despedido de la litera y rodó por el suelo junto al lago Curcio. Hay varias versiones sobre cuáles fueron sus últimas palabras, según hablen sus enemigos o sus partidarios. Unos
dicen que preguntó humildemente si había merecido tal fin cuando, de allí a pocos días, se iba a repartir la cantidad solicitada de recompensa. Los más dicen que presentó espontáneamente el
cuello a los que le atacaban, diciéndoles: “Adelante, heridme si lo creeis necesario para el bien del Estado”. Ni uno solo de los que lo mataron atendió a sus palabras. No consta con certeza quién
fue el que le hirió. Unos dicen que un tal Terencio, un reenganchado, otros un tal Lecanio, pero la opinión general es que Camurio, soldado de la decimoquinta legión, clavándole una espada, le
atravesó el cuello. Los demás despedazaron horriblemente sus piernas y brazos, ya que llevaba el pecho protegido con la coraza, y con ferocidad y crueldad inauditas cubrieron de heridas su
cuerpo decapitado.
[42] Asaltaron luego a Tito Vinio, sobre cuya reacción corren también distintas versiones: si le había sofocado la voz el miedo, o si empezó a gritar que Otón no había dado órdenes de que lo
matasen, lo cual o se lo inventó en esos momentos presa del pánico o supuso la confesión de su conocimiento de la conjura. Su vida y su reputación inclinan más bien a esta segunda hipótesis:
que era cómplice de un crimen cuya causa era él mismo. Herido primeramente en la corva cayó ante el templo del divino Julio y, a continuación, el soldado legionario Julio Caro lo traspasó de
parte a parte por el costado.
[43] A nuestro tiempo le cupo la suerte de conocer aquel día a un hombre insigne: Sempronio Denso. Este centurión de la cohorte pretoriana, asignado por Galba a la escolta de Pisón, haciendo
frente a aquellas tropas armadas, blandiendo su puñal y echándoles en cara su traición, y haciendo, unas veces con sus ataques, otras con sus gritos, atrayendo hacía sí a los asesinos, dio lugar a
que Pisón, aunque herido, la posibilidad de huir. Llegó Pisón al templo de Vesta, acogido por la compasión de un esclavo público. Y, escondido en la vivienda, difería su inminente desenlace,
no por la santidad del lugar ni por el sagrado culto, sino gracias a su escondite, cuando llegaron, por encargo de Otón especialmente ansioso de su muerte, Sulpicio Floro, de las cohortes de
Britania, que había sido distinguido recientemente por Galba con la ciudadanía romana, y Estacio Marco, soldado de la guardia. Arrastrado fuera Pisón y lo mataron ante las puertas del templo.

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