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Resumen
Este documento analiza en qué medida las características sociodemográficas de los
consumidores y su consumo pasado son menos efectivas para explicar la decisión de
comprar un bien cultural que las características del producto en sí, que permiten
comportamientos imitativos y constituyen la base de la distinción. Si bien los primeros
enfoques están bien discutidos en la literatura, los últimos se refieren a la idea de
Bourdieu de capital cultural objetivado, que rara vez se ha explorado en trabajos
empíricos. Debido a que los diversos efectos explicativos interactúan entre sí, el artículo
prueba un modelo teórico que combina las características individuales del consumidor con
las propiedades del producto cultural. Específicamente, discutimos el surgimiento de una
nueva versión de un bien cultural, que es capaz de ampliar la dimensión del mercado al
obtener un rápido éxito en la audiencia. Este patrón de difusión es un evento bastante
raro, pero perturbador para el mercado y extremadamente rentable para el productor.
Los autores etiquetan esta ocurrencia de moda cultural disruptiva y tratan de entender los
determinantes de su adopción. Las hipótesis del modelo se prueban en un conjunto de
datos único de microdatos de transacciones de compra en Milán a principios del siglo XIX,
cuando la música de Gioachino Rossini surgió como una moda cultural perturbadora en los
albores de la industria musical.
Introducción
En este documento, una moda cultural disruptiva se define como el surgimiento de una
nueva versión de un bien cultural, que no solo es exitosa entre los consumidores
existentes, sino que también abre nuevos mercados o atrae nuevos segmentos de
demanda. Este patrón de difusión es un evento bastante raro, pero perturbador para el
mercado y extremadamente rentable para el productor del producto. Para entender los
determinantes de su adopción, el análisis se centra en la industria de la música temprana
en el siglo XIX, cuando Gioachino Rossini entró en la escena de la ópera y el mercado
emergente conectado1. En 1810, en el teatro San Moise de Venecia, un joven Rossini
debutó con su primera ópera "La cambiale del matrimonio". Después de tres años, la
tienda de música más grande del norte de Italia y monopolista de la ciudad de Milán
estaba vendiendo unas 50 piezas de partituras, ninguna de ellas de Rossini. Después de
una década, la misma tienda vendía casi diez veces más partituras y 128 de ellas eran la
ópera de Rossini. A lo largo de una década, el consumo total de partituras tuvo un auge y,
según el contexto, Rossini había aumentado como un éxito de taquilla. No es infrecuente
observar la coincidencia de dos eventos en un mercado, como su rápida expansión
asociada con el aumento contextual de un diseño específico o una versión de un bien. En
los mercados tradicionales, una innovación que se dirige a nuevos segmentos de mercado
y rápidamente se vuelve dominante al cambiar la combinación de atributos de un bien se
denomina innovación disruptiva (Bower y Christensen, 1995). El enfoque de este
documento se centra en las industrias culturales en etapa temprana, pero muchos
resultados pueden mantener cierta validez en otras industrias donde el componente
cultural del consumo juega un papel relevante (Santagata 2010, p.65). Como ejemplos
puramente introductorios, considere el caso de Ipod que vendió 376,000 piezas en 2003,
con una participación de mercado del 33%. Dos años después, la cuota de mercado subió
hasta el 82%. Apple sigue siendo, con mucho, el líder del mercado y vendió cerca de 54
millones de iPod en 2009. Las razones de este éxito son el diseño atractivo, su valor
hedónico y las externalidades positivas directas creadas por el efecto de imitación. De
manera similar, Facebook ingresó al mercado de las redes sociales cuando sus
competidores como Myspace ya constituían una realidad establecida con 100 millones de
usuarios activos. Sin embargo, en 2010, después de pocos años, el mercado es cinco veces
más grande y Facebook actúa como monopolista en la mayoría de los países y segmentos
del mercado con casi 1.000 millones de suscriptores. Como se mostró para el iPod, la
moda cultural disruptiva coincide con su difusión en El gran mercado mercantilizado. El
caso de Rossini y de otros productos que incorporan valor cultural muestra una similitud
con otras innovaciones de productos disruptivos (Throsby 2003). Sin embargo, las
peculiaridades de los bienes culturales deben ser cuidadosamente consideradas. Este
documento se posiciona en el flujo de investigación multifacético definido por Arnould
(2005) "teoría de la cultura del consumidor". Más específicamente, y siguiendo la
taxonomía sugerida por Arnould (2005), este trabajo es un análisis de los patrones socio-
históricos de consumo donde las jerarquías de clases sociales explican las opciones de
consumo (Allen 2002, Holt 1997, Holt 1998, Wallendorf 2001), género (Bristor & Fischer
1993, Dobscha & Ozanne 2001, Fischer & Arnold 1990, Thompson 1996, Thompson &
Haytko 1997, Thompson, Locander & Pollio 1990) y otros grupos formales (Wallendorf &
Arnould 1991, Ward & Reingen 1990). Además, el documento también tiene en cuenta la
literatura económica principal la Becker y Stigler (1977) al menos como hipótesis de
control.
Una ocurrencia similar puede ser rastreada en el caso del consumo cultural. La Figura 1
muestra un patrón perturbador en dos industrias donde el componente de consumo
cultural desempeña un papel variable, pero siempre decisivo en las decisiones de compra:
tiene una dimensión relacional principal para las plataformas de redes sociales (Di Stefano
2010) o una dimensión estética en el surgimiento del iPod como el diseño dominante
entre los reproductores portátiles de MP3 (Schiller 2009). Este componente podría haber
tomado una forma hedónica en la creciente industria musical del siglo XIX.
El primer enfoque discutido aquí aplica el marco económico general al ámbito del
consumo cultural, y en particular a las artes. Al centrarse en el precio y los ingresos, el
análisis econométrico convencional y las encuestas de demanda se basan en la teoría de la
elección racional. Según Levi-Garboua y Montmarquette (2003), es probable que no solo
las artes puedan incluirse en los bienes de lujo y tengan una alta elasticidad de ingresos,
sino que también su demanda aumente cuando los precios aumentan debido a algún
efecto snob en su consumo. Sin embargo, no hay consenso en torno a esta conclusión,
porque, en muchos casos, "esta predicción se deriva más, hasta ahora, de una conjetura
teórica que de estimaciones empíricas bien replicadas" (Lévy-Garboua y Montmarquette
2003, p.211).
Según Seaman (2006), las observaciones empíricas anteriores sobre el consumo cultural
parecen respaldar la conclusión inicial de Baumol y Bowen (1966) de que las
características de la audiencia son muy similares en todos los tipos de artes escénicas.
Tanto las encuestas descriptivas como las estimaciones econométricas se han centrado en
dos resultados principales: en primer lugar, que tal consumo es elitario en términos de
educación, profesión e ingresos y, en segundo lugar, que una especie de homogeneidad
determina las elecciones de los amantes del arte. Vale la pena notar que estos mismos
resultados pueden llevar a implicaciones políticas opuestas: por un lado, el caso de los
subsidios públicos a las artes sin fines de lucro ha reforzado las políticas de bienestar para
ampliar la audiencia y abrir estas instituciones a nuevos grupos; por otro lado, al afirmar
que el dinero para las artes solo fomenta el ocio de los pocos y más ricos de los países
occidentales, los detractores han empujado hacia organizaciones culturales más
orientadas al mercado. Junto con esto, la investigación económica ha fijado en el cultivo
del gusto el paradigma del consumo cultural al incluir dinámicas intertemporales en los
modelos de demanda: las demandas actuales de arte y culturales están especialmente
influenciadas por la exposición pasada. En particular, junto con Stigler y Becker (1977) y
Brito y Barros (2005), el consumo pasado puede afectar el nivel actual de consumo a
través de una adicción racional (positiva) a las actividades artísticas, lo que debería inducir
al consumidor a abandonar parte de la utilidad real En la perspectiva de la utilidad futura
que surge de la inversión en capital humano. La característica clave de esta familia de
modelos es que la utilidad de un consumidor en un período determinado no solo depende
del consumo en ese período, sino también del capital de consumo. El capital de consumo
es esencialmente la capacidad del consumidor para disfrutar de un bien particular, que
depende de manera determinista del consumo pasado del bien y quizás de otros factores.
La consecuencia relevante de dicha teoría es que "los gustos no cambian caprichosamente
ni difieren de manera importante entre las personas" (Stigler y Becker, 1977). A los
efectos de este documento, tanto el nivel como el tipo de consumos pasados de
productos de cultivo se incluyen en la gama. de covariables para probar la siguiente
hipótesis:
Los intérpretes más ortodoxos de Bourdieu pueden reunirse bajo el llamado argumento
de homología, que reconoce una correspondencia sustancial y necesaria entre la
estratificación social y las opciones culturales, incluso en un régimen de relativa
autonomía del campo del arte del capital económico. El argumento de la homología tiene
dos supuestos metodológicos principales. Por un lado, en diferentes áreas de la vida
social, la estratificación de los resultados puede ocurrir predominantemente sobre la base
de la clase o el estado. Por otro lado, el estado, ya sea definido como una posición dentro
de una jerarquía generalmente reconocida o visto como la dimensión simbólica de la
estructura de clase, se expresa mediante un estilo de vida específico, que abarca varias
formas y modos de consumo cultural, y por una codificación común de símbolos y
comportamientos dentro de clases específicas (Bourdieu 1984).
La distinción entre alta cultura y baja cultura, entre el carácter sagrado de la élite, la
cualificación del arte y la profanación de las masas no cultas, se hizo cada vez menos
significativa con el advenimiento del posmodernismo. En esta última perspectiva, el
argumento de la individualización altera la posición anterior y considera otras variables
estructurales en la base de la distinción, como el género, la sexualidad, la edad y la etnia.
Cualquier acto de consumo puede contribuir a definir la identidad autodeterminada del
individuo y, en particular, los productos culturales son fuentes poderosas de capital
simbólico en la sociedad de consumo contemporánea: junto con esta explicación, el
consumo cultural y el estilo de vida están perdiendo su base en la estratificación social y
convirtiéndose en una cuestión de autorrealización que atraviesa las clases y las
elecciones (Bauman 1988). Esta literatura aparentemente heterogénea e interdisciplinaria
comparte un punto común: para explicar las opciones de consumo cultural, debemos
controlar las características relacionadas con el tema, ya sean demográficas, como la
edad, el sexo, el lugar de residencia o la clase o estado socioeconómico.
Estas contribuciones apuntan dos direcciones para explorar más a fondo el tema del
consumo cultural. Primero, en la construcción de los modelos, la diferencia entre
asistencia / participación y apreciación del arte derivada del capital de consumo no es
incidental al nivel de consumo y la elasticidad de la demanda (Stigler y Becker, 1977; Lévy-
Garboua y Montmarquette, 2003): la noción de apreciación implica un marco de
producción familiar donde el precio sombra es más que el mero precio del boleto o el bien
cultural. En consecuencia, la noción misma de gusto por Bourdieu, aunque puede parecer
que se corresponde más con las preferencias que con el comportamiento, puede
expresarse en términos de manifestación social y compromiso público, y por lo tanto, las
preferencias reveladas en la participación cultural son más deseables que las
declaraciones sobre el gusto cultural. (Sullivan & Katz-Gerro 2007, Chan & Goldthorpe
2007b). En segundo lugar, las características socioeconómicas y demográficas tienen un
efecto controvertido en la demanda de arte y cultura y pueden ayudar solo parcialmente a
describir la composición de la cesta de la compra para diferentes segmentos de audiencia.
Inspirado por la literatura sobre innovación disruptiva, se argumenta aquí que en las
decisiones de compra un papel relevante es desempeñado por las características del
producto y, por lo tanto, por una propiedad de los consumidos y NO de los consumidores.
Esto está en línea con la referencia explícita de Holt a Bourdieu (Holt 1995, p.1), cuyos
estudios desde una perspectiva económica "... demuestran que el acto de consumo es un
logro variado y con mucho esfuerzo, no determinado por las características del objeto".
Bourdieu argumentó que el capital cultural existe en tres formas distintas: encarnado,
objetivado e institucionalizado (Bourdieu 1986, p.47). En su forma "encarnada", el capital
cultural es una competencia o habilidad específica de la persona que lo posee. De esta
forma, puede corresponder a lo que en términos económicos también se define como
capital humano, ya que la adquisición de capital cultural supone necesariamente una
inversión de tiempo dedicada al aprendizaje y / o capacitación. La educación dentro de
una familia, donde los niños adquieren capital cultural en términos de comportamiento,
conocimiento, modo de andar y acento, es un ejemplo notable porque estos rasgos
culturales reproducen los campos sociales que una persona ha experimentado (Bourdieu,
1977, p. 94). Por otro lado, también el consumo de bienes es una forma de expresar
pertenencia o no a un campo social. Por esta razón, los objetos en sí mismos pueden
funcionar como una forma de capital cultural y fomentar el proceso de distinción entre
grupos y entre individuos. Esta última característica intrínseca de un objeto tiene una
fuerza explicativa potencial cuando se trata de decisiones de compra de los consumidores.
Las características que pueden hacer que un producto cultural valga la pena generar
distinciones son varias, como su rareza, su diversidad, su grado de personalización (Snyder
y Fromkin 1980, Hazlitt 1818). Sin embargo, en el caso del consumo cultural, la medida en
que un producto puede favorecer los procesos de distinción depende del uso que hagan
otros consumidores (Kretschmer, Klimis & Choi 1999, Holt 1995), un proxy que podría
medirse por el número de personas pertenecientes a los diferentes ámbitos sociales que
ya han comprado ese producto. Por lo tanto, cuanto mayor sea la compra total de un
producto dentro de un campo social determinado, mayor será el valor de este producto
para aquellas personas que estén dispuestas a imitar ese campo social específico, y más
bajo para aquellos que buscan distinción. Si la mayoría de la humanidad oscila entre imitar
a algunos grupos de personas y distinguirlos de otros (Hazlitt 1818), el número de
personas de un grupo social específico que consume un producto cultural es una
característica de un bien que lo hace capaz de cumplir en diversos grados el Necesidad de
distinción hacia ese grupo. Este último supuesto no solo es consistente con Holt (1995),
sino también con Duesenberry (1949), quien sugirió que la difusión de un producto puede
servir como publicidad para un producto. Según Hirsch (1976), los productos pueden
satisfacer la necesidad de distinción si se encuentran en cantidades limitadas y su uso es
raro.
De manera diferente, pero relacionada, en el marco neoclásico del consumo, el éxito del
mercado en las artes ya se ha estudiado en la forma del efecto superestrella (Rosen,
1981). El éxito de un artista se interpreta como un proceso de aprendizaje de los
consumidores porque proviene de la apreciación temprana de un número creciente de
consumidores que eventualmente genera un efecto de bola de nieve (Adler, 1985). Dado
que los consumidores prefieren a los artistas más populares, esto explicaría la existencia
de superestrellas. De acuerdo con esta interpretación del éxito artístico y en analogía con
Becker y Stigler (1977), no solo los gustos no difieren entre los individuos, sino el talento
de los eventos entre los artistas: la aparición del éxito artístico no es proporcionada por el
"talento" (una oferta de mayor Calidad), pero parece una pura coincidencia o "suerte" de
ser elegido y volverse popular cuando se alcanza una masa crítica y las externalidades
positivas de la red están en acción.
En resumen, sugerimos incluir nuevas variables para explicar las opciones de consumo
cultural. Son las externalidades de red generadas por el tipo de consumo pasado por
grupo social específico. Son características unidas al producto cultural, aunque son
generadas por los consumidores. Por lo tanto, utilizaremos el nivel de consumo pasado de
cada autor de música por parte de las distintas clases sociales para probar la siguiente
hipótesis:
Las hipótesis no sugieren que las características de un producto que puedan cumplir la
búsqueda de distinción no estén relacionadas con los poderes que capturan el capital
cultural o la clase social de pertenencia de un individuo. Por el contrario, creemos que
estos efectos interactúan en un procedimiento de coincidencia. Por esta razón, en la
sección empírica sugeriremos un modelo de contabilidad para este proceso.
4.1 Datos
Ricordi es la editorial de música clásica italiana más famosa, fundada por el violinista
Giovanni Ricordi en 1808 y, durante el siglo XIX, se convirtió en una de las editoriales de
música más grandes de Europa, con sucursales en diferentes ciudades. El éxito de la
empresa familiar Ricordi estuvo indudablemente relacionado, por un lado, con el enlace
con el teatro La Scala en Milán y, por otro, con la relación artística y profesional con
Giuseppe Verdi. Este conjunto de datos es único debido a dos razones. En primer lugar, en
el lapso considerado, Ricordi fue casi monopolista en la reproducción y compra de
partituras en la región de Milán. Una estructura de mercado monopolística descarta
problemas debido a diferentes estrategias de marketing y calidades de productos.
En segundo lugar, y lo más importante, Milán es un buen banco de pruebas para analizar
la dinámica de la industria de la música durante el período de tiempo estimado. Desde la
segunda mitad del siglo XVIII, Milán ha sido un importante centro de ópera lírica. Por
ejemplo, desde 1770 a 1773 se estrenaron tres óperas de Mozart en el Teatro Regio
Ducale. Este teatro, destruido por un incendio durante una gala de Carneval en 1776, fue
reemplazado por uno nuevo, La Scala, que desde entonces ha sido considerado como el
lugar más prestigioso para las obras de teatro de óperas. En 1796, Milán se convirtió en
capital de la República Napoleónica Cisalpina, y su papel político fortaleció la actividad
cultural. Además, las condiciones socioeconómicas del período en cuestión excluyen la
posibilidad de que el aumento en el consumo de música fuera el resultado de un aumento
en ingreso real. El mejor relato histórico se puede encontrar en Rath (1941), que describe
la recesión económica en Lombardía y Venecia en 1814-1818 y en Zanetti y Maltby (1997),
que se centra en la ciudad de Milán. En el momento del Congreso de Viena, que devolvió
la ciudad al control austriaco, los dos años de guerra en Europa y la actitud depredadora
de la conquista napoleónica dejaron a Milán en malas condiciones económicas. Además,
las terribles condiciones del verano de 1816, "el año sin verano" y de los años siguientes
condujeron a una secuencia de hambrunas. “Como resultado de las malas condiciones
económicas, todas las clases de personas sufrieron considerablemente” (Rath 1941,
pp.310).
En tercer lugar, el hecho de que el período histórico sea anterior al consumo en masa
excluye también toda posible endogeneidad debida a la publicidad en los medios de
comunicación. El Archivo Histórico de Ricordi en Milán es una de las colecciones privadas
de música más importantes del mundo y conserva diferentes documentos, manuscritos,
libretos, partituras originales, cartas, dibujos, disfraces, fotos y pósters desde el
establecimiento de la empresa Ricordi en 1808. El archivo también conserva las revistas
de ventas (libri mastri) de la tienda Ricordi en Milán. La información contenida en estas
revistas ha sido transcrita con precisión en un conjunto de datos y puede considerarse
significativa de las transacciones de compra realizadas en Ricordi en Milán entre 1813 y
18242
Donde Xi son las características personales de los consumidores L, que son alternativas
invariantes, y Zj son las características objetivadas que varían entre los autores K
alternativos, pero no entre los individuos; yi es nuestra variable dependiente que toma el
valor 1 cuando se elige el autor j y 0 en caso contrario. El modelo subyacente es un
modelo de utilidad aleatorio aditivo, donde la utilidad para el consumidor i de la elección j
está dada por
Sin embargo, este análisis, que solo toma en cuenta las variables individuales, parece
proporcionar algunos resultados: las variables socioeconómicas, como el consumo
personal pasado, al menos cuando están desagregadas, explican parcialmente el éxito de
una moda cultural disruptiva. Por el contrario, las características sociodemográficas no
explican ninguna varianza de la variable dependiente. Desafortunadamente, la razón por
la que los consumidores eligieron a Rossini en primer lugar sigue siendo hasta ahora
inexplicable. Por estas razones, la Tabla 4 muestra los resultados para el logit condicional
multinomial donde se tiene en cuenta el papel de las características objetivadas de la
transacción. Ahora, la decisión de compra se explica como el efecto contextual tanto de
las características individuales anteriores como de las características del producto que
captan las características objetivadas del producto cultural: la característica del producto
que puede cumplir la búsqueda de imitación o distinción es el consumo pasado de un
Autor específico por las diversas clases sociales (variables Noble_eff, Highb_eff, Lowb_eff,
Artist_eff). Los coeficientes de las variables Z son los mismos para todos los autores. Por el
contrario, como en la regresión anterior, los coeficientes de las variables individuales son
específicos para cada autor. La tabla presenta los coeficientes solo de aquellas variables
invariantes para los individuos, mientras que para las variables que varían
individualmente, los coeficientes se representan en la figura 4 como efectos marginales
promedio7. Aquí presentamos 4 modelos que difieren en el número de variables de
control utilizadas. El modelo de referencia es el modelo 4 donde controlamos la clase, el
género y el origen del consumidor.
Los resultados muestran que las actividades de compra pasadas realizadas por nobles y
por la alta burguesía influyen en la probabilidad de que un autor sea elegido. El
mecanismo que hace funcionar la moda cultural disruptiva parece seguir dos patrones
opuestos: los consumidores, independientemente de su clase social de origen, tienden a
imitar los comportamientos de compra de la burguesía y los rechazan por parte de los
nobles. Bajo el punto de vista histórico, se argumenta que a principios del siglo XIX, el
proceso de distinción se debe principalmente a los nuevos grupos burgueses de
profesionales y empresarios, que adquirieron el poder y la responsabilidad en Italia
después de la revolución francesa y, en particular, después de la revolución francesa. La
dominación napoleónica.
[Tabla 4 sobre aquí.]
La pregunta central del documento era si estos factores pueden explicar la aparición de
una moda cultural perturbadora. Los dos primeros enfoques, el marco socioeconómico
(adicción racional) y el sociológico (distinción) no parecen proporcionar las herramientas
adecuadas para realizar el análisis de una moda cultural disruptiva al menos por dos
razones.
Figura 4 aquí.]
5 Conclusion
El primer objetivo de este artículo fue investigar empíricamente estas dos corrientes de
literatura bien reconocidas mediante la prueba de las hipótesis de que tanto el consumo
pasado como el fondo sociodemográfico de un individuo desempeñan un papel en sus
decisiones de compra de bienes culturales.
Un segundo objetivo del documento era elaborar la idea de Bourdieu de capital
objetivado, lo que sugiere que los objetos mismos pueden funcionar como una forma de
capital cultural y fomentar el proceso de distinción entre grupos e individuos. La diferencia
entre esta intuición y los dos enfoques anteriores es que en las decisiones de compra
anteriores depende de las propiedades del consumidor y no solo de las características del
consumidor. Específicamente, supusimos que las propiedades de un producto que podrían
cumplir o no la búsqueda de distinción en la compra de bienes culturales consisten en el
consumo pasado del mismo bien por parte de otros individuos. En consecuencia,
probamos la hipótesis de que el valor de un bien está correlacionado con el consumo
pasado de ese bien por otros individuos. Se espera que esta correlación sea positiva con el
consumo pasado de individuos pertenecientes a grupos que son dignos de imitar y
viceversa.
Para alcanzar estos dos objetivos, el desafío ha sido doble. Por un lado, hemos
identificado proxies para capturar la estructura de las actividades de consumo pasado, la
pertenencia social y demográfica y las características objetivadas del producto. En
segundo lugar, tuvimos que presentar un modelo que pudiera comprender la naturaleza
coincidente del proceso que une al individuo con un producto. Las hipótesis se probaron
posteriormente en un conjunto de datos que recopila la transacción de partituras en los
albores de la industria de la música en Italia, cuando Gioachino Rossini emergió como una
moda cultural.
Un primer modelo econométrico sugiere que la teoría racional de la adicción no puede ser
rechazada, mientras que tanto la clase social de pertenencia como varias covariables
demográficas no tienen un poder predictivo significativo. En detalles, encontramos que las
opciones de consumo no están influenciadas por un nivel de consumo pasado definido
genéricamente, pero las opciones sobre autores individuales parecen determinadas por
patrones específicos que vinculan características intrínsecas de la producción cultural y
artística. Esta conclusión llevaría a reconsiderar la noción de adicción racional como una
actitud estándar o el mero resultado de los grados de capital humano y cultural
incrustados en el consumidor, sino como un plano complejo. En lugar de mirar las
compras genéricas, parece más explicativo encontrar relaciones íntimas entre bienes
culturales individuales o grupos productivos que se agrupan en torno a autores
individuales o escuelas artísticas. Por ejemplo, algunos indicios sobre las motivaciones
detrás de la elección del consumidor se pueden encontrar en la historia del autor único y
en su evolución artística. No es casual que, junto con Rossini y entre los 4 artistas más
comprados, haya historias artísticas muy diferentes, pero también puntos de contacto
notables.