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Literatura Prof.

Eliana Sánchez

"...todo eso, pueblo y jardines, que


va tomando forma y consistencia,
sale de mi taza de té."

En busca del tiempo perdido, Marcel Proust.


Volumen 1: “Por la parte de Swann”
Novela autobiográfica, basada en la idea bergsoniana de la persistencia del pasado en el
fondo de la memoria inconsciente. En busca del tiempo perdido de Marcel Proust es una de
las más geniales creaciones literarias del siglo XX. Verdadera suma novelesca de la
sociedad francesa anterior a la primera guerra mundial, el propósito en que se inspira es
preservar de la desaparición y el olvido las experiencias y recuerdos del pasado, aniquilados
por el tiempo pero conservados en el fondo de la memoria inconsciente del narrador.
Proust, en efecto, vive obsesionado por la huida irreparable del tiempo, por su implacable
efecto destructor sobre las personas y las cosas. Sabe muy bien que el tiempo destruye a
los seres, los transforma, degrada y aniquila y ha observado que cambia a las personas que
conocimos y los lugares donde hemos vivido, como nos cambia a nosotros mismos. Por eso,
ante una existencia a sus ojos sin esperanzas de futuro e irremisiblemente condenada,
siente el desesperado anhelo de recuperar ese tiempo perdido, resucitar los momentos de
felicidad que vivió en el pasado y revivirlos nuevamente en el presente a través del recuerdo.
Para Proust no hay más felicidad que la del recuerdo, el único capaz de hacernos revivir el
pasado en que fuimos dichosos, pues, como afirma en una frase famosa, los verdaderos
paraísos son los paraísos perdidos. En ese sentido, Proust ha sido el primero que ha visto
en el recuerdo del pasado y en su salvación a través del arte el único modo verdadero de
poseer la vida.
En busca del tiempo perdido (1913-1927) formada por siete novelas (o una sola novela en
siete partes), a cuya redacción dedicó el autor casi toda su vida, encerrado en una habitación
con las paredes cubiertas de corcho. En ella el narrador protagonista, con idéntico nombre
que el autor, explora su propio pasado, evocado por una memoria sensitiva y desordenada
cuya única ley es la de la libre asociación de ideas. Para el autor, la vida, la realidad, es
básicamente un conjunto de sensaciones que solo la escritura es capaz de recuperar, y en
su obra la memoria sensitiva o sensorial actúa como motor del recuerdo.

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De las siete novelas que forman En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann
es la que inicia la serie. El protagonista adulto recorre por París los lugares, en especial el
Bosque de Bolonia, asociados a su amor adolescente, y al hilo de su evocación surge
también el recuerdo de su infancia en el pueblo de Combray, relacionando subjetivamente
recuerdos y sensaciones. En el fragmento seleccionado, uno de los más conocidos de la
obra, el sabor de una magdalena empapada en té despierta en el narrador el recuerdo de
su infancia.

Hace ya muchos años que, de mi infancia en Combray, solo existía para mí la tragedia cotidiana de
acostarme. Un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar,
contra mi costumbre, un poco de té. Dije que no, primero, pero luego, no sé por qué, cambié de opinión.
Mandó a comprar uno de esos bollos pequeños y rollizos que se llaman magdalenas, y que parecen
haber sido moldeados en las valvas con ranuras de una concha de Santiago. Pronto, maquinalmente,
agobiado por el día triste y la perspectiva de otro igual, me llevé a los labios una cucharada de té en
la que había dejado reblandecer un trozo de magdalena. Pero, en el instante mismo que el trago de té
y migajas de bollo llegaban a mi paladar, me estremecí, dándome cuenta de que pasaba algo
extraordinario. Me había invadido un placer delicioso, aislado, sin saber por qué, que me volvía
indiferente a vicisitudes de la vida, a sus desastres inofensivos, a su brevedad ilusoria, de la misma
manera que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; o, más bien, esta esencia no estaba en
mí sino que era yo mismo. Y no me sentía mediocre, limitado, mortal. ¿De dónde podía haberme
venido esta poderosa alegría? Me daba cuenta de que estaba unida al gusto del té y del bollo, pero lo
sobrepasaba infinitamente, no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué
significaba? ¿Cómo apresarla? [...]
Y, de repente, el recuerdo aparece. Ese gusto es el del trocito de magdalena que el domingo por la
mañana en Combray (porque ese día yo no salía antes de la hora de misa), cuando iba a decirle buenos
días a su habitación, mi tía Leonie me daba, después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila.
La vista de la pequeña magdalena no me había recordado nada, antes de probarla; quizá porque,
habiéndolas visto a menudo después, sin comerlas, sobre las mesas de los pasteleros, su imagen había
dejado esos días de Combray para unirse a otros más recientes [...]
Y desde que reconocí el gusto del trocito de magdalena mojada en la tila que me daba mi tía
(aunque todavía no supiera y debiera dejar para más tarde el descubrir por qué ese recuerdo me hacía
feliz), en seguida la vieja casa gris, donde estaba su habitación, vino como un decorado teatral a
añadirse al pequeño pabellón que estaba sobre el jardín...
Marcel Proust, Por el camino de Swann, Alianza.
“La mayor”, Juan José Saer.
“La mayor”, cuento con el que se inicia el libro homónimo de Saer, comienza con un diálogo
intertextual con En busca del tiempo perdido, aquí el narrador del cuento saereano interroga
al texto proustiano y esboza una reescritura del famoso episodio de la magdalena.
La narrativa de Saer trabaja sobre la forma en que son percibidos los objetos por el hombre,
es decir intenta problematizar por medio de técnicas de fragmentación el registro de la
experiencia. O mejor dicho pone de manifiesto tanto la fragmentación de la experiencia en
la modernidad, como la del sujeto que intenta obtener o construir experiencias. Desnaturaliza

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la manera de percibir el mundo, opera sobre la narración de lo externo utilizando la


subjetividad.
Otros, ellos, antes, podían. Mojaban, despacio, en la cocina, en el atardecer, en invierno, la galletita,
sopando, y subían, después, la mano, de un solo movimiento, a la boca, mordían y dejaban, durante un
momento, la pasta azucarada sobre la punta de la lengua, para que subiese, desde ella, de su disolución,
como un relente, el recuerdo, masticaban despacio y estaban, de golpe ahora, fuera de sí, en otro lugar,
conservado mientras hubiese, en primer lugar, la lengua, la galletita, el té que humea, los años:
mojaban, en la cocina, en invierno, la galletita en la taza de té, y sabían, inmediatamente, al probar,
que estaban llenos, dentro de algo y trayendo, dentro, algo, que habían, en otros años, porque había
años, dejado, fuera, en el mundo, algo, que se podía, de una u otra manera, por decir así, recuperar, y
que había, por lo tanto, en alguna parte, lo que llamaban o lo que creían que debía ser, ¿no es cierto?,
un mundo. Y yo ahora, me llevo a la boca, por segunda vez, la galletita empapada en el té y no saco,
al probarla, nada, lo que se dice nada. Sopo la galletita en la taza de té, en la cocina, en invierno, y
alzo, rápido, la mano, hacia la boca, dejo la pasta azucarada, tibia, en la punta de la lengua, por un
momento, y empiezo a masticar, despacio, y ahora que trago, ahora que no queda ni rastro de sabor,
sé, decididamente, que no saco nada, pero nada, lo que se dice nada. Ahora no hay nada, ni rastro, ni
recuerdo, de sabor: nada.
Juan José Saer, La mayor, Seix Barral.

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