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EL FOLCLOR MÁGICO DE

CAJAMARCA
INTRODUCCIÓN

Al producirse el hecho histórico de la conquista hispánica del Perú,


Cajamarca se hallaba incorporada al gran imperio del Tahuantinsuyo. Durante
su breve período imperial, los naturales de Cajamarca asimilaron las
costumbres, religión y creencias que los incas fueron inculcándoles dentro de
su sabia política de conquista, sin que esto hubiese significado la eliminación
de sus antiguos patrones culturales, sino todo lo contrario, pues se inició un
proceso de aculturación armónico por los rasgos comunes de las culturas que
se pusieron en contacto.

En estas circunstancias llegaron los blancos de España en busca del oro,


pero junto a su ambición traían una cultura nacida como respuesta adaptativa a
diferentes exigencias físico-sociales, no obstante lo cual tenía con la aborigen
un denominador común: la búsqueda de una explicación a la vida, al fenómeno
cósmico, además de compartir la inacabable lucha por la supervivencia, todo lo
cual facilitó una más o menos rápida simbiosis cultural.

Como es natural, este proceso de aculturación se perfiló con rasgos más


peculiares y armónicos en la imaginación popular, lejos de las especulaciones
filosóficas y teológicas en boga por entonces. El indio, por un proceso de
acercamiento al esquema latente, asimiló nuevas creencias, nuevos criterios
para su razonamiento empírico; el español, por su parte, asimiló la sabiduría
práctica del aborigen y se identificó con muchos de sus puntos de vista.

De este intercambio surgió un folclor que propiamente lo podemos llamar


mestizo, en el sentido de que las formas culturales de los grupos sociales en
relación no mantuvieron su inicial estado de pureza, sino que adquirieron una
configuración nueva, como respuesta compartida a situaciones sociales
alteradas por la presencia de grupos disímiles pero que actuaban dentro del
mismo espacio ecológico.

El indio, influido por nuevas concepciones, sobre todo mágico-religiosas,


alteró su inicial postura vitalista, aun cuando ello solo importó una mera
externalización de su actitud filosófica ante el mundo. Es decir, siempre siguió
interpretando al mundo dentro de su originaria cosmogonía, aunque
verbalizándola con nuevos símbolos. Sus antiguas festividades recibieron
nuevos nombres, sus viejos dioses se iban transformando en personajes del
santoral cristiano. La asimilación se tradujo, pues, en un práctico sincretismo
cultural que permitió al aborigen su adaptación a las exigencias del conquista-
dor.

Pero como en todo proceso de aculturación, el hombre europeo también


alteró aspectos importantes de su cultura original, pues tuvo que realizar un
acomodamiento lógico a un nuevo horizonte vital, a un nuevo mundo lleno de
sorpresas, de aspectos inusitados, de sacudimientos telúricos sorprendentes y
con una flora y una launa no antes reveladas en su Europa lejana.

Los hombres que llegaron con Pizarro y los que ulteriormente lo hicieron
no fueron precisamente miembros de la clase intelectualmente esclarecida, y si
a esto agregamos el pensamiento dominante en la Europa de ese entonces, es
fácil comprender el rico material mágico que trajeron. De esta suerte, la
mentalidad supersticiosa del indio se conjugó con la mentalidad supersticiosa
del español, para dar como resultado una expresión folclórica peculiar, con
rasgos diferenciales en las distintas zonas del país.

La Europa de los conquistadores despertaba, al impulso de nuevas


exigencias económicas, de sus sueños teológicos, de sus fantasías y quimeras
que la habían mantenido en un mundo terrenal que se confundía con el mundo
maravilloso del cielo. Mas este despertar no fue brusco ni sobresaltado, sino
que en sus comienzos sólo significó la yuxtaposición de los apremios
burgueses al pensamiento mágico-religioso, con lo que se evitaba el tormento
del razonamiento crítico.

Y frente a estos hombres que llegaron con Pizarro se levanta el hombre


peruano, existente también en un mundo fantástico y mágico, en donde la
comunidad social no sólo se da entre los vivos sino también en relación con los
muertos, cuya presencia inmediata y perenne va controlando la contingencia
social. En esta unión se fue plasmando un folclor expresivo de esa
circunstancia histórica, a través de cuyas manifestaciones se puede captar la
personalidad cultural de la sociedad nacida en el abrazo sangriento de la
conquista. Tales manifestaciones se perciben con más o menos nitidez en la
actualidad, constituyendo, por así decirlo, el sedimento hondo de la actitud
cultural del hombre presente.

Las creaciones del folclor mágico cajamarquino son productos híbridos de


dos culturas diferentes, pues es indiscutible que en algunas ocasiones el indio
vistió con nuevas ropas sus concepciones sobre el mundo y sobre su propia
vida, y en otras completó esta interpretación o la amplió con los conceptos cul-
turales prestados al grupo social dominante, el cual, a su vez, se vio infiltrado
por una nueva concepción que se ajustaba al diferente horizonte dentro del
cual iniciaba su contingencia existencial.

La alteración de las relaciones de producción –producto del cambio


estructural de la economía aborigen de tipo colectivista por el sistema feudal
traído por los españoles–, el consecuente cambio y ahondamiento de la
estratificación social y una nueva fisonomía en los términos del proceso social
contribuyeron finalmente a crear una conciencia social completamente
modificada que se trasunta en sus expresiones folclóricas.

Las relaciones sociales se daban dentro de los contextos del grupo


primario, y, en ese sentido, primaba la intimidad en el trato; se vivía dentro de
una gran familia, "cara a cara", en donde cualquier acontecimiento repercutía
hondamente en la imaginación y la actitud de las gentes, al punto que podía
servir como ejemplo, como pauta de comportamiento o simplemente como
motivo de conversación.

Eran los convites, que generalmente se realizaban en las noches en torno


al chocolate, los velorios o los santos, ocasiones propias para dar rienda suelta
a la imaginación popular, que sentía especial predilección por las formas
mágicas del acontecimiento, en las que indudablemente se contaba, las más
de las veces, experiencias personales de acontecimientos sobrenaturales que
a los distintos contertulios habían ocurrido y que, por supuesto, se tomaban
como hechos indiscutibles e irrefutables.

A lo largo de muchas narraciones y leyendas tendremos oportunidad de


apreciar el sentido normativo que encierran. Eran medios adecuados para
regular el comportamiento de los miembros de la sociedad, y si bien eran
normas informales, no por eso eran menos eficaces en su función de control,
pues configuraban fuertemente la personalidad de los miembros de estos
grupos primarios.

Por supuesto la función del folclor mágico no solamente se circunscribe a


un contexto normativo, sino que, trascendiendo de su ámbito intencional,
recorta todo un mundo lleno de vivencias y subjetividades que dan cohesión a
la relación e imprimen una personalidad intransferible al grupo social. La
intimidad en el trato encontraba asidero en el cuento o narración de contenido
sobrenatural, que, precisamente por este sentido, calaba más hondo en la
imaginación y en la conducta de las personas, hasta el punto que en verdad
resultaba difícil precisar el límite de lo natural de lo sobrenatural, pues en la
mentalidad popular no se producía ningún desajuste o discrepancia entre lo
mágico y lo real.

Y podemos incluso decir que las almas, los bultos, las brujas voladoras,
los penitentes, los muertos, el diablo, la duende y otros personajes de este
mundo fabuloso tenían una vida tan real y presente como la de los vivos, hasta
tal punto que la conciencia no solamente abarcaba a los vivos sino que ella im-
plicaba la presencia de estos personajes o seres mitológicos con quienes, en
forma muy natural, se participaba y se actuaba en la vida cotidiana.

Estas creaciones populares se han mantenido más o menos


incontaminadas hasta hace algunos años, merced al relativo aislamiento que
con respecto al país mantenía Cajamarca, pero a medida que se fue rompiendo
este enclaustramiento por obra de las vías de comunicación y de los medios de
difusión masiva, principalmente la radio y el cine, el bagaje cultural originario ha
ido reduciendo su campo de influencia.

En los últimos años se ha producido un apreciable cambio en la estructura


social; las antiguas familias cajamarquinas que gozaban de un alto rango,
proveniente de su posición latifundiaria, han emigrado hacia la costa,
principalmente Lima. El comercio escaso y de poca vitalidad, antes en manos
de personas de prestigio estatutario, ha sida ocupado por elementos venidos
generalmente de los distritos vecinos, sin antecedentes ancestrales pero de
clara visión mercantilista.

El establecimiento de varios centros de cultura superior y los institutos de


especialización abrieron las puertas al conocimiento, pero abrieron también las
puertas de la ciudad a las corrientes migratorias.

En fin, la constitución de alguna que otra industria endémica y el aumento


del aparato burocrático han permitido un cambio notorio en las antiguas
estructuras sociales, determinando, a su vez, la pérdida, el olvido o la falta de
vigencia de muchos de los contenidos folclóricos e incluso de instituciones
típicamente cajamarquinas, como el invite, el chocolate, la visita.

Las nuevas generaciones responden a planteamientos diferentes,


formulados por los cambios tecnológicos, por un más amplio proceso de
difusión cultural de tipo universal y por las nuevas exigencias de orden
económico. Estos cambios han ido empequeñeciendo el área de influencia del
folclor, sobre todo de aquel que se encuentra dominado por conceptos
sobrenaturales, por la idea del mundo invisible estrechamente ligado al mundo
en el que acaece nuestra existencia y por la aceptación de que en nuestra vida
cotidiana actúan, presionan, gobiernan y mandan fuerzas ultraterrenas, de
cuyos designios el hombre es mero juguete.

LA MAGIA

La magia en las sociedades primitivas es un conjunto sistematizado de


ideas a través de las cuales el hombre capta su mundo y resuelve los
problemas que este le plantea. Este sistema es fantástico y maravilloso, en la
medida que se crean personajes a quienes se les confiere poderes
sobrenaturales y trascendentes.

La magia descansa en relaciones mentales de simple analogía externa,


sin necesidad de buscar nexos causales de los que inferir un conocimiento
válido desde el punto de vista científico, no obstante lo cual, el pensamiento
mágico fue toda una concepción intelectual de interpretación y de solución.

Precisamente por esta circunstancia, sólo para nosotros, de acuerdo al


enfoque racional que hacemos de la realidad, ese pensamiento es fantástico y
sobrenatural, mas no para el hombre primitivo, para quien las ánimas, el diablo,
los trasgos, los fantasmas, los vuelos de brujos, los descendimientos al infier-
no, la ascensión a los cielos, los licántropos, etc. son seres y hechos que
cobran vida real, que se producen efectivamente dentro de su mundo cultural.
Se vive con ellos y de acuerdo a ellos, de la misma manera que ahora vivimos,
sin ponerlas en tela de juicio, realidades como la desintegración atómica, la
cibernética, el rayo láser, la célula eléctrica, el viaje espacial, la electricidad o la
televisión.
Para Claude Lévi-Strauss, "el pensamiento mágico no es un comienzo, un
esbozo, una iniciación, la parte de un todo que todavía no se ha realizado;
forma un sistema bien articulado, independiente, en relación con esto, de ese
otro sistema que constituirá la ciencia, salvo la analogía formal que las
emparienta y que hace del primero una suerte de expresión metafórica de la
segunda”.

"Por tanto, en vez de oponer magia y ciencia, sería mejor colocarlos


paralelamente como dos modos de conocimiento, desiguales en cuanto a los
resultados teóricos y prácticos (pues, desde este punto de vista, es verdad que
la ciencia tiene más éxito que la magia, aunque la magia prefigure a la ciencia
en el sentido de que también ella acierta algunas veces), pero no por la clase
de operaciones mentales que ambas suponen, y que difieren menos en cuanto
a la naturaleza que en función de las clases de fenómenos a las que se
aplican".1

Lo mágico no es una superstición desde el ámbito cultural del hombre


primitivo, es una verdad indiscutible, y los seres invisibles o los poderes
sobrenaturales no son fantasías o utopías, sino fuerzas naturales sobre las que
no se discute, como ahora no discutimos los procesos químicos o las acciones
físicas.

Por supuesto, muchas de las prescripciones deducidas de la observación


empírica, al descansar en principios científicos, explican su reiteración
invariable y la confianza del hombre en este conocimiento analógico; pero en el
caso de que las previsiones fallaran, ello no afectará a la fuerza de lo mágico,
ya que podrá imputarse la falla a la fuerza imponderable de la brujería, tal como
ahora hacemos imputaciones a la mala suerte.

La experiencia posterior, adquirida por el hombre a través de cientos de


generaciones, irá enmendando los rumbos iniciales del conocimiento humano,
sistematizándolo y comprobándolo hasta llegar al conocimiento científico, sin
que estas conquistas signifiquen la abolición o extinción definitiva del original
modo humano de contemplar o resolver la problemática del mundo.

En realidad, siempre va quedando un margen, cada vez más reducido, de


problemas cuyas leyes nos son desconocidas, y en tanto así suceda, habrá
cabida para el pensamiento mágico, aun entre personas pertenecientes a
grupos sociales altamente desarrollados.
1
Levi-Strauss Claude. El pensamiento salvaje, Fondo de Cultura Económica, 1964.

Al constituirse la magia en todo un contexto cultural, uniformó el


pensamiento y, consecuentemente, el comportamiento social. Se creó un
sistema de participaciones que homogeneizó el grupo social, estableciendo
esquemas de valores que enrumbaron convenientemente a sus integrantes,
proporcionándoles una filosofía adecuada a su estado cultural y permitiéndoles
una segura acomodación a su medio ambiente social.

Con propiedad, Lucio Mendieta y Núñez dice: "Finalmente, diremos que la


filosofía folclórica influye notablemente en los individuos de las clases
populares. Sería muy interesante una investigación que determinara hasta qué
punto esa filosofía determina la conducta de esas clases y decide actos más o
menos trascendentales en la vida de las personas y de la colectividad; hasta
qué punto influye también en las gentes de las otras clases. Esa investigación
sería de carácter social y psicológico porque se obedece a la filosofía y a la
moral folclórica consciente o inconscientemente".

"Es casi seguro que se llegaría a la conclusión de que la filosofía folclórica


de algunos pueblos ha creado en ellos fuertes inhibiciones que los hacen
prácticamente incapaces de todo proceso"1.

Dentro del grupo primitivo, el pensamiento mágico identifica


estrechamente a sus miembros al hacerlos intervenir en las mismas
participaciones sociales, produciendo a su vez un sentimiento de fuerte
solidaridad que mantiene y defiende sus modos y patrones de vida frente a las
innovaciones y cambios sociales.

Las supersticiones, las leyendas, los fantasmas, etc., crean un ambiente


cultural dentro del cual se recorta la personalidad humana, orientando sus
acciones y comportamientos dentro de límites más o menos uniformes,
fusionando sus lealtades y adhesiones hacia el grupo y contribuyendo a darle
una fisonomía y una personalidad intransferible. Lo mágico trascendente
vincula muy estrechamente a los hombres, al sentirse éstos sujetos a las
mismas fuerzas imponderables, a las mismas contingencias, cuyo control
escapa a las naturales posibilidades humanas.
1
Mendieta y Núñez Lucio. Valor sociológico del folclore, Editorial Siglos, p. 30, 1965.
Como dice Julio Caro Baroja, "las consecuencias que trae a una sociedad
el hecho de que se crea objeto de actos mágicos constantemente son
incalculables, pues todo su sistema de sanciones, religiosas o legales, debe
ajustarse al que podríamos llamar sentido mágico de la existencia" 1.

Son voluntades sobrenaturales las que rigen la existencia, y ante sus


designios misteriosos e inefables, el hombre, impotente, se siente unido
estrechamente por los mismos temores. La unión se convierte en canal de
seguridad psicológica, y el pensamiento mágico, en factor de aglutinamiento
social.

Mientras más celosamente se guarden las prescripciones aconsejables


como medidas de seguridad, menor será el peligro de que el grupo sufra las
consecuencias de obscuras venganzas; en tal sentido, constituirá precaución
colectiva el vigilar y controlar el comportamiento de los miembros del grupo.

Pero no solamente determina el comportamiento y conforma gran parte


del contenido del diario quehacer, sino que, incluso, se erige como una filosofía
práctica que resuelve los problemas que la vida va planteando al hombre. Es
un sistema intelectual capaz de auxiliar al hombre en sus angustias y en la
solución de las incógnitas que su existencia presenta.

Malinowski, en su libro The Art of Magic, citado por Caro Baroja, sustenta la
tesis de que "la magia no es más que una sola respuesta a la sensación de
desesperanza que tiene el hombre o la mujer en el mundo que no puede
controlar"2. Este criterio fue propugnado también por Michelet, al afirmar que
"en el mundo angustiado del medioevo, en que el hombre no era más que un
juguete de altos e inescrutables designios, la bruja no hizo más que encarnar
ese sentimiento desgarrado y horrorizado, pues a través de su personalidad, de
los poderes con los que la dotó el hombre, encontró un escape a su impo-
tencia, única persona con poderes capaces de desafiar a esas leyes inflexibles
y ciegas que regulaban la vida del hombre”.
1
Caro Baroja, Julio. Las brujas y su mundo, Alianza Editorial de Madrid, p. 35, 1966.
2
Ob. cit., p. 49.

En mucho, esta relación entre la magia y la angustia derivada de la crisis


podría explicar el hecho de su auge actual en sociedades que, no obstante
haber alcanzado un alto grado de desarrollo material, se inclinan a toda clase
de actos mágicos y a la formación de sociedades secretas en donde se prac-
tican los antiguos ritos de la magia negra.

Pero si bien es cierto que es importante la función de cohesión que


cumple el pensamiento mágico y concurre a la formación de la personalidad, es
también cierto que por basar sus premisas en simples analogías externas o en
la mera constatación empírica, constituye una fuerte barrera que impide al gru-
po integrarse a los beneficios de la civilización moderna, fijándolo en niveles
inferiores de vida.

La vida de una sociedad está supeditada por el pensamiento que se


elucubra a partir de las relaciones de producción; y si bien el pensamiento es
un reflejo de los modos como el hombre, forzosamente en sociedad, satisface
sus necesidades, este pensamiento incide sobre dichas relaciones y tiñe con
un peculiar colorido a la vida social, orientándola, definiéndola y enrumbándola
convenientemente dentro de los linderos establecidos por los patrones
culturales.

No es que el hombre primitivo se aferre al pensamiento mágico por simple


ignorancia, sino, fundamentalmente, porque dentro de su acomodamiento
cultural, esta forma de razonar y entender le proporciona seguridad en la vida,
confianza en su obrar y definición en sus actitudes, todas ellas móviles
hondamente anhelados dentro de la vida social humana.

Frente a una situación surge una respuesta, y si esta proporciona


satisfacción, comodidad o seguridad, será adecuada desde el punto de vista
social. Puede que esa respuesta no sea conforme al saber científico, pero
puede ser idónea para una situación de la vida colectiva, en cuyo caso posee
un sentido que cumple una función social, al dar al hombre caminos seguros
para su hacer cotidiano y conforme al cual irá regulado su conducta, su
situación, sus expectativas y sus deseos.

Si yo sé que no existe ninguna relación científica o racional entre las


prácticas y exorcismos del brujo y mi salud o mi vida, es lógico que esos actos
no ejercerán influencia en mi comportamiento, y me tendrá sin cuidado que el
brujo tenga mi fotografía o un pedazo de ropa.
Pero dentro de la misma línea de pensamiento científico, influirá
hondamente en mi comportamiento el hecho de que desaprensivamente haya
tomado agua de un estanque contaminado, o me haya herido en un
estercolero, o haya convivido con una tuberculosa, pues en estos casos
conozco de la relación que existe entre causa y efecto, y que dada la primera,
la segunda se da por descontada, en un alto porcentaje; porque sé de la acción
de los microbios y de la vulnerabilidad humana a sus ataques. De acuerdo con
este conocimiento, inmediatamente procederé a adoptar las medidas
aconsejables para el caso o acudiré al médico.

Para el hombre que actúa dentro de un pensamiento científico, esto es lo


natural, lo racional, lo indicado, y ningún cuidado o actitud que por estas
razones se adopten nos parecerán extraños, como son, por ejemplo, separar el
menaje del enfermo, quemar azufre o algún otro desinfectante, consumir una
dieta sana, administrar los medicamentos con la frecuencia recomendada , etc.

De igual manera, para el hombre que actúa dentro de un concepto mágico


de la vida, será lo más natural y cuerdo seguir las prescripciones y verificar las
prácticas aconsejadas por el brujo o por la larga experiencia adquirida por el
grupo a través de muchas generaciones.

EL SENTIDO MÁGICO DE LA VIDA

El hombre se vio forzado a dar una explicación del mundo en el que vivía
y de su propia vida y destino. Su escenario geográfico y su rol como
protagonista le iban planteando preguntas acuciosas que debía resolver para
apaciguar la angustia en medio de la cual desenvolvía su existencia,

De los fenómenos vitales y geográficos dependía su felicidad o su


tormento. Este mundo fenomenológico urgía una respuesta, las proyecciones
objetivas del mundo exterior demandaban una explicación que trajera sosiego
al alma atormentada del hombre primitivo, y estas demandas las fue
resolviendo según el contexto ecológico en el que le tocó vivir.

Esta respuesta necesariamente tuvo que estar de acuerdo a su nivel


tecnológico, a sus conocimientos y posibilidades de subyugar la realidad física;
de allí que la respuesta que se dio al no poder ser racional causística, tuvo que
ser fantástica y sobrenatural. La interpretación que hace el hombre de la rea-
lidad reflejada en su cerebro tiene forzosamente que estar de acuerdo a un
determinado grado de evolución de su cultura material.

En los tiempos originarios de la humanidad, la cultura material, como es


comprensible, era primitiva. El hombre aún no había iniciado su camino al
gigantismo actual, por tanto, su interpretación de la realidad no podía ser lógica
causal sino fantástica. No atendía a las razones internas del acontecimiento
sino, simplemente, a las manifestaciones externas, de simple visualización. No
acepta sino lo que observa, no discurre por abstracciones logísticas sino
explica lo que objetivamente ve. Practicaba, pues, una interpretación del
acontecimiento por el ser y no por la nada abstracta de la causa lógica de los
hechos acaecidos.

Más, en esta forma de pensamiento subyace un sistema interpretativo de


la vida, un cuadro expresivo de la sociedad humana que sólo serán
comprensibles mediante una adecuada postura intelectual.

Lucien Levy Bruhel dice: "Bien distinta es la actitud espiritual de un


primitivo. La naturaleza en medio de la cual vive aparece para él bajo otro
aspecto. Ahí todos los objetos y los seres están implicados en una red de
participaciones o de exclusiones místicas, son por consiguiente las que se
impondrán primero a su atención y las únicas que retendrá".1

"Si está interesado por un fenómeno y se reduce a percibirlo, digamos


pasivamente y sin reaccionar, lo atribuirá, como por una especie de reflejo
mental, a una presencia oculta e invisible, cuya manifestación es este
fenómeno".

"El punto de vista del africano –dice Nassay, siempre que algo insólito se
le presenta, es el de la hechicería. Sin buscar una explicación que los
civilizados llamaríamos las causas naturales, su pensamiento se vuelve
inmediatamente hacia lo sobrenatural. De hecho, lo sobrenatural es un factor
tan constante en su vida que le brinda una explicación tan rápida y tan
razonable de lo que ocurre, como nuestro llamado a las fuerzas desconocidas
de la naturaleza".

Mas estas respuestas fantásticas no son el fruto de un individuo ante una


determinada situación, sino es la respuesta del grupo frente a esas situaciones;
son productos sociales y no individuales, y, por tanto, las creaciones fantásticas
responden a las exigencias de una sociedad frente a su acontecimiento his-
tórico, frente a sus determinadas relaciones materiales de producción. En esto
radican, fundamentalmente, todas las creaciones mágicas que las sociedades
han ido creando a lo largo de su discurrir en el escenario histórico.
1
Levy Bruhel, Lucien. La mentalidad primitiva, Fondo de Cultura Económica, p. 32.

A través de esta modalidad se considera que todo lo que se produce en el


mundo es ocasionado por la voluntad de unos espíritus invisibles y
sobrenaturales, seres que vagan en un mundo también invisible. E. Adamson
Hoebel al referirse a estos seres dice: "Su cualidad esencial es su naturaleza
etérea, son seres sin carne ni sangre, seres inmateriales, pero suficientemente
reales para quienes creen en ellos. Dada su naturaleza espiritual, no están
sometidos a las leyes de la naturaleza. No están inhibidos por las limitaciones
inherentes a la materia, al tiempo y al espacio. Son sobrenaturales. Esto los
hace ser maravillosos, misteriosos".

Esta concepción mágica explica convenientemente, para ese grado de


desarrollo de la conciencia social, la vida y la muerte, el ser y el acontecer
humano, íntimamente vinculados a sus temores agobiantes, a los peligros
inminentes, a los inquietantes misterios del mundo. El hombre en su
permanente y titánica lucha por subsistir creó sus sistemas interpretativos que
ahora, al perder su funcionalidad, han devenido en mitos. Elaboró un sistema
de pensamiento mágico-religioso con el que explicó y absolvió todas sus
angustias y cuitas.

Desde entonces, su vida, su destino, su diaria contingencia dependían


exclusivamente de las ánimas que poblaban su mundo invisible, pero no por
eso menos presente y psíquicamente tangibles como su mundo objetivo. Ellas
son las que guían y conducen impertérritas la marcha del mundo y del hombre,
y por esto, de nada servía que el hombre se atormentara por conocer esos
designios, sino que todo su esfuerzo y su intelecto han de dirigirse
exclusivamente a tratar de interpretar, conocer, propiciar y, en ocasiones,
producir el desencadenamiento de esas voluntades, ante el cual el hombre no
puede escapar o renunciar. La máxima sabiduría ha de concretarse a deducir,
por los signos visibles, la voluntad suprema, y a buscar su protección y amparo,
o también invocarla para que inclemente castigue al enemigo.

Con razón, Bruhl dice: "Las influencias invisibles por las cuales la
mentalidad primitiva está constantemente preocupada se pueden distribuir
sumariamente en tres categorías: los espíritus de los muertos, el espíritu –
tomada esta palabra en el sentido más amplio, es la que designa lo que anima
los objetos naturales animales, vegetales y los seres inanimados (ríos, rocas,
montañas, objetos fabricados, etc.), y por último los encantamientos o
sortilegios por la acción de los hechiceros".1

El hombre primitivo estaba tercamente enfrentado a la naturaleza,


incomprensible científicamente, en su diaria lucha por vivir; y su conciencia,
reflejando ese inquietante mundo, se sumió en reflexiones fantásticas,
desnaturalizando y reformando las fuerzas de la naturaleza, tiñéndolo, además,
con sus esperanzas y temores, con sus ansias y sus timideces. Eran fuerzas
que actuaban en su mundo, pero al tratar de interpretarlas les dio vida y
designios propios, adorándolas genuflexo en busca de protección y amparo.

Adamson Hoebel indica lo siguiente: "La mente inquisidora del hombre ha


preguntado siempre al eterno ¿por qué? Las mentes creadoras de los artistas
han tenido siempre una tabla de respuestas con palabras e ideas. El animal
humano no se somete negligentemente a las rigurosas exigencias de su socie-
dad y sus limitaciones culturales de la libertad individual: se piden razones y se
dan razones. Aun cuando estas sean mágicas y sobrenaturales"

Y prosigue: "En general, el mito es más que una fútil especulación acerca
de los orígenes de las cosas. Justifica mediante precedentes el orden existente
y proporciona una visión retrospectiva de los valores morales de las
discriminaciones y cargas sicológicas y de la creencia mágica. El mito de la
magia o de cualquier otro cuerpo de costumbres, o de una simple costumbre,
es ciertamente una garantía de su veracidad, la ejecutoria de su filiación, una
carta de sus derechos a la validez. La creencia en los mitos es algo más que el
autoengaño infantil; es también confianza social, un sistema de educación y
enseñanza de conservación de la cultura".2

Es que el hombre con su rudimentaria técnica no logró elevarse al


conocimiento causal de los hechos, y si bien a medida que aumentaba su
experiencia iba asentando las formas organizativas de su grupo, no tenía aún
posibilidades de actuar convenientemente sobre el mundo objetivo desplegado
ante sus ojos, y, lógicamente, recurrió a conceptos y arquetipos mentales
fantásticos e ilusorios, dando origen a la concepción mágica de la vida y del
mundo. Era, pues, una posición intelectual enteramente natural para su estado
cultural, y no simplemente un estado de fe, como lo es la actual actitud del
hombre civilizado.
1
Ob. cit., p. 58.
2
Ob. cit., p. 575.

"Y lo más frecuente es –dice Levy Bruhl– que no sea una fe más o menos
intermitente, como la de muchos fieles europeos, que tienen días y lugares
especiales para dedicarse a sus ejercicios espirituales. Entre este mundo y el
otro, entre la realidad sensible y el más allá, el primitivo no hace distinciones.
Verdaderamente vive con los espíritus invisibles y con las fuerzas impalpables.
Estas realidades son para él las más reales. Su fe se expresa tanto en los
actos más insignificantes como en los más importantes. Toda su vida, toda su
conducta está impregnada de ellos".1

Esta forma explicativa del mundo cumplió su objetivo en ese momento


histórico, pero luego se fue sedimentando en la conciencia del hombre y
proyectándose de generación en generación, por una especie de inercia
intelectual, e incluso influyendo en la imaginación de grupos sociales ya
altamente evolucionados. No digamos en los subgrupos populares (en el senti-
do de estatus bajos) sino que la influencia de la concepción mágica alcanza a
grupos intelectualmente superados, en todos los cuales constituye un hábito
mental fuertemente asentado, guiando y enrumbando su conducta y su
comportamiento social.

Este aspecto nos está revelando otra faceta del pensamiento mítico
condensado en el folclor, y es que no únicamente cumple el papel de aliviar la
tensión anímica que el hombre siente ante lo desconocido o ante la angustia de
la muerte, sino que, además, sirve como elemento aglutinante del grupo social,
proporcionándole unidad mental y confundiéndolo a sus miembros en una
sólida creencia social, capaz de hacerlos actuar como un todo ante las distintas
contingencias históricas.

El hombre europeo no es ajeno a este proceso evolutivo de la conciencia, y


mucho menos los hombres que con Pizarro llegaron a conquistar el Imperio de
los Incas. Hombres ignorantes recién salidos del medioevo, que con sus arreos
de guerra trajeron un rico contingente de supersticiones. La poderosa influencia
de su pensamiento supersticioso tuvo ideal cabida en la interpretación de un
mundo completamente nuevo e inusitado.
1
Bruhl, Levy. Ob. cit., p. 32.

Esto fue posible porque en toda sociedad, evolucionada o no, tanto la


magia como la religión cumplen el mismo papel, si bien pueden diferir en sus
formas esotéricas. "La religión y la magia –afirma Hoebel– son dos
manifestaciones del sobrenaturalismo. Lo que constituye lo sobrenatural varía
de unas culturas a otras, pero en su esencia es la cualidad de lo extraordinario
en los fenómenos del Universo".

"La religión y la magia consisten subjetivamente en la creencia de la


existencia de lo sobrenatural, y objetivamente, en las maneras de relacionarse
con él. La distinción entre magia y religión se establece según las actitudes y
prácticas de los creyentes. La persona religiosa reconoce su inferioridad frente
a los seres espirituales; el mago cree que ha dominado una fuerza sobrenatural
mediante la posesión de una fórmula compulsoria".1

Y así, el indio y el blanco conquistador fueron entremezclando sus


patrones culturales y dando origen a nuevas formas culturales, plasmadas
dentro dé un folclor mestizo que adquirió ciertas características peculiares en
Cajamarca.
1
Hoebel, Adamson. Ob. cit.

LA BRUJERÍA Y LA HECHICERÍA

La magia ha creado todo un complejo cultural, un mundo en el cual se


decide el destino y la vida de los hombres y todo lo creado; por lo tanto, un
mundo misterioso y temible, cuyos designios y manifestaciones no podían estar
al alcance del común de las gentes, sino que requería de intérpretes, de
intercesores, de personeros o voceros, que por excepcionales poderes podían
llegar a comunicarse con los seres invisibles y todopoderosos que gobiernan al
mundo.

Aparece así la figura del brujo, del hechicero, del chamán, del augur, de la
pitonisa, etc., como intermediarios entre los seres mágicos y los hombres.
Estos recipiendarios de las voluntades ocultas, capaces de conocer o
interpretar los designios ocultos y en ocasiones, incluso, imponer su voluntad
sobre la de los seres invisibles, generalmente son aquellos miembros de la
sociedad que se distinguen por rasgos físicos o psicosomáticos no comunes a
la generalidad, como el ser cojo, tuerto, jorobado, epiléptico, etc.

Frente a estos personajes, por saberse que poseen facultades


sobrenaturales, los demás miembros de la sociedad adoptan una actitud
ambivalente. Por cuanto el brujo es la causa eficiente de cualquier contingencia
no normal, como la enfermedad, la muerte, la buena o la mala suerte, se le
respeta pero al mismo tiempo se le odia y se le teme. De allí que frente a él, o
se busque neutralizar sus poderes o seguir fielmente las indicaciones que da
para cada caso, por absurdas o ridículas que pudieran parecer para el
entendimiento racional, puesto que estas prescripciones obedecen a leyes
propias que han sido determinadas por Frazer en La rama rorada, y, por tanto,
con el mismo valor que para nosotros tienen las prescripciones científicas.

Si analizamos con detenimiento este aspecto de la brujería, se comprende


que para el pensamiento mágico, el brujo es un receptáculo de las fuerzas
sobrenaturales de origen demoníaco que presiden los acontecimientos
humanos. Es también el emisario o representante del diablo: "Y si Cristo tiene
su Iglesia, con sus sacerdotes y sus santos, también Satanás exhibe su con-
ciliábulo, sus ministros y sus servidores fidelísimos: los magos, las brujas, los
malhechores, los herejes, los adivinos, los nigromantes. Al Corpus misticum
Christi unificado por las caritas, él opone su chusma de malhechores, y a la
simbólica vida de Cristo, la inextricable zarza espinosa".1

Evans Pritcherd considera a la brujería como "una ofensa imaginaria, pues


es imposible. Una bruja no puede hacer lo que se le atribuye, y carece, en
verdad, de existencia real… Una bruja no cumple rito alguno, no pronuncia
encantamiento alguno, no posee medicamento alguno. Un acto de brujería es
un acto psíquico".2
Al hablar de la hechicería, el mismo autor dice: "En cambio, el hechicero
puede hacer magia para matar a sus vecinos. La magia no los matará. Pero el
hechicero puede –y sin duda lo hace a menudo– realizar sus actos con esa
intención". Parrinder, que cita a Pritcher, agrega: "Constituye una gran ayuda
diferenciar entre la bruja con su afirmación de asistir a festines nocturnos y el
hechicero que se dedica a la magia con fines de daño... Evidentemente, el
hechicero es un mago que prepara pociones contra sus semejantes –en forma
deliberada y consciente– y a quien los demás odian por ese motivo".3
1
Giuseppe Faggin. Las brujas, edic 1960, p. 27.
2
Citado por Geoffrey Parrinder en su obra Brujería, Eudeba Edic., 1965.
3
Parrinder. Ob. cit., p. 12.

Estas diferenciaciones, si bien no en la misma extensión que lo hace


Pritcher, ya que en nuestro concepto la brujería como la hechicería son
manifestaciones del pensamiento mágico y por lo tanto no conviene diferenciar
la magia de la brujería, nos inducen a afirmar que en Cajamarca existe, en lo
que se refiere al practicante hombre, el hechicero del folclor asiático o europeo,
en la medida que aceptamos que la hechicería supone siempre la acción
mágica objetivizada en el remedio, en la pócima, y cuyos resultados
necesariamente requieren la administración del brebaje o el contacto directo o
indirecto de la "cochinada".1

El brujo dentro del folclor cajamarquino es casi siempre un campesino, y


dentro de su rol absorbe las funciones del chamán u hombre médico, en cuanto
a su capacidad de curar, de hacer daño, empleando la técnica de éxtasis,
denominado del shaireo; pero a diferencia del chamán asiático, no realiza la
simbología del viaje mítico al cielo o a los infiernos, si bien, en ciertas
oportunidades y cuando ha llegado a un alto grado de dominio de su ciencia
oculta, puede transformarse en animales considerados como recipiendarios de
alma demoníaca, como el perro, el gato o el macho cabrío.

El brujo en Cajamarca puede comunicarse con los muertos, los demonios,


los trasgos, los espíritus de la naturaleza. Posibilidades implícitas al chamán,
según lo apunta Mircea Eliade en su libro Chamanismo. Pero para que estas
facultades se objetivicen, se requiere siempre de manipulaciones sobre las
plantas, ropas, animales u otras pertenencias del paciente, y no, como sucede
con el chamán del folclor asiático, de la simple concentración del pensamiento
o del poder de abstracción.

La cochinada o el muñeco, la perseguida o rastreo, son siempre


actuaciones mágicas sobre objetos; es lo que la doctora Margaret Murray
denomina la Brujería Operativa, considerada esta como todos los
"encantamientos y hechizos, ya sea empleados por una bruja profesional o por
un cristiano declarado, ya sea tendientes al bien o al mal, a matar o a curar".
1
Hechizo que se coloca en la casa, corral, chacra o huerta de la persona a quien se trata de
hacer daño.

Dentro del rol de la bruja se da con más exactitud el contexto de la


brujería, ya que dentro de la imaginación popular se acepta que esta fácilmente
puede transformarse en ave para poder volar y asistir a los aquelarres,
realizados generalmente en el África; asimismo, se considera que puede
mantener relaciones sexuales con el diablo, que, convertido en gato negro o
ave agorera, cuida a su esclava y le va renovando sus poderes mágicos. La
bruja no cura sino se especializa en la preparación de afrodisíacos, elíxires y
brebajes para ocasionar la idiocia de los maridos o conseguir la sumisión
incondicional del amante.

La bruja también es pitonisa, haciendo uso de las barajas u observando


las entrañas de los animales u otros hechos sintomáticos. Es, en fin, un
personaje siniestro, cuya sola presencia puede causar males o trastornos. No
goza, dentro del seno de la colectividad, de prestigio o consideración, como en
el caso del brujo.

En la actualidad, prácticamente ha desaparecido del folclor cajamarquino


el clásico arquetipo de la bruja voladora y físicamente identificable; únicamente
subsiste la bruja pitonisa y la especializada en la preparación de brebajes y
filtros, exorcismos, amuletos, talismanes, oraciones y prácticas orientadas a
buscar la protección de las fuerzas ocultas.

Atendiendo a los atributos y poderes conferidos a la bruja dentro del


folclor local, fácil es colegir que se trata de un rasgo transculturado, que no ha
conseguido, mayormente, un proceso de sincretización cultural. Este personaje
ha tenido mayor éxito dentro de la población urbana, pues casi siempre la bruja
pertenece a las capas sociales de la ciudad consideradas como populares, por
lo común placeras. Son raras las versiones de brujas campesinas (solamente
hemos recogido una), y sabemos que el escenario de su actuación es la
ciudad, salvo el caso de los aquelarres.

Dentro del texto de esta obra, y de conformidad con la expresión vulgar,


utilizamos el término brujo tanto para referirnos al hechicero como al chamán y
al brujo propiamente dicho. Anteriormente, hemos expuesto nuestro criterio
diferenciador del contexto de cada uno de estos personajes. En Cajamarca
nunca se emplea, en el habla popular, los términos chamán y hechicero para
referirse al que cura mediante procedimientos mágicos o al que realiza
operaciones mágicas sobre cualquier cosa para ocasionar enfermedades,
daños, "atrasos", etc.

Lo dicho explica la circunstancia de que en el mismo capítulo se hayan


recogido tanto los relatos de brujas como los aspectos relacionados con el
chamanismo y la hechicería.

RELATOS

1. La familia de brujas (relato de la señora Rosa Arroyo)

A. Hace ya mucho tiempo vivía en Cajamarca, por la calle Dos de Mayo,


una familia de quien se decía que todos sus miembros eran brujos. Cierta vez,
en la casa de esta familia se celebró una fiesta. Ya entrada la noche, los
invitados, que estaban bailando alegremente, vieron que de pronto apareció flo-
tando por el patio un queso de gran tamaño. Muchos de los allí reunidos se
lanzaron a recoger el queso, pero este en forma misteriosa desapareció.

La fiesta continuó, no sin alguna preocupación de los circunstantes, que


conocían de la fama de los anfitriones. Pasaría como una hora, y nuevamente
escucharon el extraño ruido que precedió a la primera aparición, e
inmediatamente vieron aparecer en la sala una enorme araña que volaba casi
rozando la cabeza de los invitados. Uno de ellos, cogiendo el mantel de seda
que cubría una consola, tapó a la araña, mas al destaparla esta escapó por los
suelos. El frustrado cazador siguió a la araña, que ingresó a un traspatio sito en
el interior de la casa y allí se transformó en mujer, en cuya figura pudo
reconocer a la dueña de la casa. Esta, al verse descubierta, se puso unos
mates en los sobacos y alzó el vuelo.

Una de las invitadas, que había seguido al cazador, sacó su rosario y lo


arrojó al suelo. La bruja, que ya estaba a gran altura, al ver el crucifijo comenzó
a descender hasta caer de golpe sobre la misma cruz, quedando inmóvil.
Entonces varios de los que presenciaban todos estos fantásticos hechos
apresaron a la bruja y la entregaron a la justicia.

Instaurado el sumario y pronunciada la sentencia, la bruja fue condenada


a la cárcel, en la que permaneció por poco tiempo, encerrada en una celda en
la que se habían colocado crucifijos y otras imágenes, pues, como a los dos
meses, su propia hija la envenenó.

B. Otra de las hijas de la bruja envenenada se casó con un gringo, con el


que tuvo una hija muy bonita, la que, no obstante el cuidado y mimo que en ella
pusieron sus padres, siempre estaba triste y desolada, por lo que su padre
decidió viajar a Lima para comprarle alguna cosa que pudiera contentarla. En la
capital le compró dos cofres. Contenía el uno un collar y aretes de piedras
preciosas, y el otro un rosario y un libro de misa con tapas de concha de perla
con algunas incrustaciones de piedras preciosas. Cuando el padre le entregó
los regalos, la hija sólo quiso recibir el segundo cofre, y al poco tiempo
manifestó su intención de ingresar al convento.

Los padres, para no contrariar la vocación de la hija, muy a su pesar,


sobre todo de la madre, permitieron su incorporación al convento de las
concepcionistas, en donde fue recibida con gran estimación y cariño. Como a
los seis meses de noviciado, una monjita ya anciana enfermó y, sintiendo
próxima la muerte, llamó a todas sus hermanas para despedirse. La última en
hacerlo fue la novicia recientemente incorporada.

La moribunda habló con la iniciada por algún rato, luego de lo cual


instantáneamente dejó de existir, dejando trastornada a la novicia.

La madre superiora, queriendo enterarse de lo que habían hablado, llamó


a la novicia, pero esta nada le respondió, y al contrario comenzó a divagar.
Días después volvió a insistir, hasta que por fin pudo conseguir que le
declarara que la monja le había prevenido que los chilenos iban a llegar a
Cajamarca, y que deberían asegurar el Convento para evitar su destrucción.
Tan luego concluyó su relato, la novicia comenzó a ascender y elevarse
por entre los árboles del patio, hasta que en uno de ellos se le enredaron los
hábitos y, perdiendo el equilibrio, cayó al suelo, muriendo instantáneamente.

2. Las brujas voladoras (relato de la señora Rosa Arroyo)

Una noche, el hermano de la relatadora, que era mozo jaranero y galante,


con varios de sus amigos salieron a dar serenata a unas señoritas recién
llegadas de Cajabamba. Sería ya como la medianoche, cuando en el momento
que transitaban por la calle angosta de Islay, oyeron ruidos extraños parecidos
al que hace un caño de agua abierto. Alzaron la vista y vieron que unas brujas
estaban volando sobre sus cabezas.

Temerosos, se arrojaron al suelo con los brazos abiertos en forma de


cruz, y las brujas cayeron violentamente al suelo, circunstancia que
aprovecharon para aprehenderlas, constatando que se trataba de dos
conocidas placeras, las mismas que, valiéndose de un descuido de sus
captores se dieron a la fuga, no sin antes ofrecer de rodillas que nunca más se
dedicarían a las artes de la brujería.

3. La bruja viajera (relato de la señora Rosa Arroyo)

Don G. Pajares, capitán del Batallón Nº 11, acantonado en la ciudad de


Cajamarca, una noche en que se encontraba de guardia y recorría el jirón Dos
de Mayo, por entonces muy populoso y flanqueado por hermosas y
aristocráticas construcciones coloniales (por lo que la señora Paula Iturbe dijera
de esta calle: "Por el Dos de Mayo entró Dios"), escuchó unos extraños y
misteriosos ruidos que procedían de una pila que en dicho jirón existía.
Acercándose con sus hombres al indicado lugar, vio con sorpresa que en el
pozo construido para represar las aguas de la pila, estaba una mujer
completamente desnuda, bañándose en la misma forma en que lo hacen los
patos.

La mujer, sorprendida en estos menesteres, se transformó en una enorme


ave de color negro y levantó el vuelo. En seguida, el capitán mandó que sus
hombres se arrojaran en cruz al suelo, y vio cómo inmediatamente la bruja iba
perdiendo altura hasta caer al piso, en donde recobró su forma humana.
Entonces la apresó para luego conducirla a su casa.

Al ingresar al domicilio, vieron sobre una mesa frescas flores de canela,


cosa rara, ya que en Cajamarca no se cultiva esta planta. El capitán preguntó a
la bruja sobre el origen de las flores, a lo cual esta respondió que las flores las
acababa de traer de África, a donde había concurrido para reunirse con sus
hermanas a escuchar misa.

Mientras esperaban que la bruja se vistiera, notaron alarmados que esta


iba desmayándose, por lo que con toda presteza la condujeron al hospital, no
sin antes quemar todas las pertenencias y extraños objetos y plantas que
encontraron en la casa. Ya en el Hospital Belén, la bruja recobró el conoci-
miento, lo que aprovechó el capitán para informarle que ya no podría nunca
más dedicarse a sus malas artes, puesto que habían destruido todas sus
cosas. Esta noticia causó en forma instantánea la muerte de la bruja.

4. La pila de las brujas (relato de Pedro Cabrera)

Hasta no hace mucho tiempo, al comenzar la segunda cuadra de la


antigua calle Virgen del Arco (ahora José Gálvez), existía un pozo que
represaba las aguas que abundantemente discurrían por el caño. En este pozo,
los vecinas del lugar lavaban ropa, y en días muy soleados incluso servía como
bañera para las criaturas,

Una noche, como a eso de las once, cuando el informante del centro de la
ciudad se dirigía a su domicilio, ubicado en la calle Unión, escuchó, al llegar a
la calle Huanuco, como si un pato se estuviera bañando en el pozo. Algo
temeroso por lo que le habían contado sobre el lugar, y teniendo en cuenta la
hora, se fue aproximando lentamente al pozo, y cuando ya más o menos se
encontraba a una distancia de quince metros, vio que en realidad se trataba de
una mujer desnuda de largos cabellos, que se bañaba chapoteando en el agua,
de idéntica manera que los patos.

Lleno de pavor, se detuvo. Cuando la mujer se dio cuenta de su


presencia, dejó de bañarse y, transformándose en pato, levantó el vuelo hasta
posarse en las bardas de una casa cercana, para luego desaparecer
misteriosamente.

5. La bruja y el celador (relato de Emiliana Infantes)


Se encontraba de servicio por la calle de la Merced, actualmente calle
Amazonas, el celador conocido con el sobrenombre del Cambango. La noche,
iluminada por una inmensa Luna llena, estaba silenciosa, cuando, como a eso
de las doce, sintió sobre su cabeza el fuerte aleteo de una gran ave que,
describiendo círculos, revoloteaba a no mucha altura.

En conocimiento ya el celador de que a esa hora y por ese sitio solían


volar las brujas, tan luego divisó al ave, sacó su espada y la arrojó al suelo. Al
poco rato, cayó sobre ella el pájaro, el mismo que al tomar contacto con el
empedrado de la calle adquirió figura humana completamente desnudada, en la
que reconoció a una mujer que vendía en el mercado.

La mujer, suplicante, pidió al custodio que no la detuviera, prometiéndole


abandonar para siempre la práctica de la brujería. El Cambango convino con
las súplicas y la dejó ir a su casa.

6. Las hermanas mulas (relato de Emiliana Infantes)

Hace ya mucho tiempo, en la ciudad de Cajabamba, los pocos peatones


que se arriesgaban a transitar por la noche presenciaban atónitos y
horrorizados a dos mulas que a toda velocidad y botando chispas por la nariz y
la boca recorrían la población, atacando, en algunas ocasiones, a tarascadas y
coces, a los transeúntes.

El temor cundió en toda la población hasta el punto de que ya nadie


quería abandonar sus moradas, pues llegaron a la comprensión de que las
mulas no podían ser otra cosa que el diablo transformado en animal.

Mas con el tiempo, y venciendo la angustia y el miedo en que vivían,


decidieron cazar o dar muerte a los diabólicos animales. Una noche en que
varios vecinos se habían reunido, después de muchos intentos, salieron a
recorrer las calles de la ciudad. De súbito escucharon un relinchido y luego
vieron aparecer a todo trote a una sola mula, que bufando, sacando chispas del
empedrado y dejando una estela sulfurosa se encaminó al encuentro de los
conjurados, quienes, sobrecogidos de espanto y botando los palos, machetes y
otros implementos similares con los que se habían armado para el ataque, se
refugiaron en una casa próxima.

La mula al llegar a este lugar pretendió romper la puerta a coces, y


cuando ya obtenía éxito en sus propósitos, uno de los vecinos, poniendo los
brazos en cruz, se puso delante de la puerta e invocó el nombre de Dios,
mientras otros vecinos, aprovechando el desconcierto, le propinaban
machetazos en los ojos a la muía para reconocerla al día siguiente. Otros, con
la misma intención, pretendieron cortarle las orejas.

El maligno animal tuvo que abandonar sus propósitos, y, despavorido,


siguió su recorrido. Entusiasmados los ciudadanos por esta fácil y milagrosa
victoria, siguieron de lejos a la mula, la que, después de correr por algunas
calles, se paró frente a una casa ubicada en las afueras de la ciudad y, luego
de que la puerta fuera abierta por la otra mula, penetró en ella.

Los seguidores, con toda cautela y sigilo, se aproximaron al lugar y vieron


que en el gran patio de la casa, las dos mulas comenzaron a revolcarse en el
suelo, adquiriendo, al poco tiempo, figuras humanas completamente desnudas,
en quienes reconocieron a las dos hermanas que moraban en esa casa y que
tenían fama de brujas. Rompiendo la puerta, los vecinos ingresaron al domicilio
y procedieron a marcar con la señal de la cruz a las dos hermanas y a regar
con agua bendita toda la casa.

Desde entonces, ya nunca más se volvió a ver a las mulas recorrer las
calles, infundiendo pavor entre los tranquilos moradores, y se dice que al poco
tiempo las dos hermanas murieron sin poder recobrar sus artes diabólicas.

7. La bruja herida (relato de Manuel Zambrano)

En el sitio denominado Cachachi, en la parte alta de la ciudad de


Cajamarca, en una casa apartada vivía una mujer ya entrada en años y que,
según el decir de la gente, se dedicaba a la brujería, albergando en su casa al
diablo, el que en forma de un gato negro la acompañaba siempre.

Por las noches, un perro negro recorría el campo dando aullidos


espeluznantes que sobrecogían de miedo a los humildes campesinos que
afincaban por esos lugares, los mismos que aseguraban que el perro no era
otro que la figura que tomaba la bruja para andar haciendo el daño a la gente y
reunirse con sus congéneres en sitios apartados.

Una noche, como a eso de las once, recorría el camino un desprevenido


viajero, ignorante de lo pesado de la hora y de la existencia del animal. De
súbito, el hombre se vio atacado por aquel perro negro de gran tamaño. En su
defensa, sólo atino a sacar su machete, con el que logró asestar un fuerte
golpe al animal en la pierna, ocasionándole una grave herida.

El perro, adolorido, huyó con dirección al monte, en donde desapareció.

El viajero, recobrándose del susto, pudo escuchar en dirección del lugar


por donde había desaparecido el animal, un grito lastimero y prolongado.
Temeroso, fue en busca de auxilio a una casita que se encontraba más o
menos cerca. Entonces, con el dueño de la casa, sabedor de lo que se trataba,
regresaron al sitio donde se había producido el ataque y se introdujeron en el
monte, donde escucharon ayes de dolor. El lugareño sacó su rosario y,
poniéndoselo en el pecho, acompañó al viajero hasta el lugar mismo de donde
provenían los gritos. Una vez allí, grande fue su sorpresa, pues no hallaron al
perro que perseguían, sino a una mujer desnuda que presentaba una profunda
herida en una de las piernas.

El dueño de la casa se sacó entonces el rosario y trató de hacerlo adorar


por la mujer, quien revolcándose en el suelo no quiso hacerlo, pero, obligada
por los dos hombres, finalmente besó la cruz y luego manifestó a sus captores
que efectivamente ella era bruja y que podía transformarse en cualquier animal,
y que estas artes demoníacas las había aprendido de una antepasada suya,
igualmente dedicada a la brujería, quien para iniciarla le había hecho tomar el
caldo de cabeza de un gato negro, uno de cuyos ojos conservaba en el pecho
como escapulario.

Los hombres arrancaron entonces el escapulario que pendía del pecho


inmundo de la bruja, y luego de marcarla con la señal de la cruz en la frente y
en el pecho, la dejaron ir, sabiendo que ya nunca más podría dedicarse a la
práctica de la brujería. Efectivamente, los moradores del lugar no volvieron a
ver ni escuchar los aullidos del perro.

8. La huida de la bruja (relato de A. Vera)

En el barrio de San Sebastián, hace ya mucho tiempo, los vecinos del


lugar eran testigos de cosas inusitadas y misteriosas que se producían, tales
como vuelos de grandes aves nocturnas, apariciones de anímales siniestros,
aullidos lúgubres, carreras, relinchos y otras manifestaciones por el estilo.
Alarmados, los pobladores habían sentado su denuncia a la policía, los
azules de entonces, los mismos que, alertados convenientemente, recorrían
por parejas las callejuelas obscuras y solitarias del barrio, pudiendo cerciorarse
que de preferencia las apariciones y ruidos se originaban en la calle
denominada San Sebastián, en donde existía una casa casi derruida con un
gran patio y corral al fondo, en donde moraba una mujer ya entrada en años y
cuyo comportamiento siempre había llamado la atención de los vecinos, pues
casi nunca salía en el día, y sólo era posible verla a horas muy avanzadas de la
noche. Además, su aspecto mismo infundía miedo, por lo que se pensaba que
se entregaba a las artes ocultas de la brujería.

Una noche, en que un grupo de sansebastianeros regresaban a sus


casas, luego de asistir a una velación, se percataron de que una mula entraba
a la casa de la indicada mujer, por lo que coligieron que se trataba de la bruja
que regresaba después de sus nocturnas correrías. Inmediatamente fueron a
dar cuenta de este hecho a la comisaría.

Del puesto policial se comisionó a una pareja, la misma que, en compañía


de los pocos vecinos que se prestaron para esta comisión, se fue acercando
con todo sigilo a la casa en la que vivía la bruja. Abriendo la puerta, penetraron
al aposento, en donde la dueña, al verse sorprendida, comenzó a huir de habi-
tación en habitación. Cuando ya no pudo seguir escapando, se introdujo a un
cuarto que, por la apariencia, parecía servirle como laboratorio para sus malas
artes, y pintando con carbón un buquecito en la pared salió volando por los
aires, ante los atónitos ojos de los presentes, que nada pudieron hacer para
capturar a la alada fugitiva.

Pero desde entonces desapareció del lugar la bruja, dejando en paz al


vecindario, que ya no volvió a ver fantasmagóricas apariciones ni escuchar las
locas carreras de la mula ni otros ruidos misteriosos.

LA HECHICERÍA

Material y procedimientos

Insistimos que en este trabajo utilizamos el término brujería en forma muy


amplia, el mismo que incluye los conceptos de chamanismo y hechicería, pues
en realidad se deberían emplear estos vocablos y no el primero, puesto que se
trata de manipuleos y actuaciones sobre objetos con el fin de obtener un
resultado deliberadamente propuesto.

1. La mesa. Se denomina mesa al conjunto de objetos que, puestos sobre


un mantel de lana, son empleados por el brujo para sus prácticas mágicas. Por
extensión, se usa el término mesa como sinónimo de brujería, pudiéndose decir
con propiedad mesear por brujear, haber tendido la mesa por haber brujeado o
mesero por brujo.

La mesa es el elemento básico y fundamental de la brujería,


constituyéndose en la verdadera clínica del "maestro", con la que realiza todas
las actividades que demandan su presencia profesional. Cuando se trata de
hechos no comunes o extraordinarios, el brujo necesariamente tiene que tender
la mesa, ya sea para curar, para hacer daño, para rastrear o encontrar o para
preparar la cochinada.

2. Clases. Atendiendo a los fines por los que se tiende la mesa, esta
puede ser blanca si el objeto es realizar curaciones o esclarecer robos o
pérdidas, y negra si lo que se busca es hacer el daño, causar el mal o producir
desgracias.

La diferencia, además de la intención, radica fundamentalmente en la


bayeta o tela que se tiende sobre el suelo y que sirve para colocar los objetos
empleados durante el ritual. Esta tela es de color blanco o negro, según los
casos.

3. Material empleado. Piedras pequeñas en forma de animales, como


perros, tucos, loros, águilas, carneros, etc.; el "mundo”, las "icllas", una figura a
caballo (cuando la mesa se tiende para ver pérdidas), un reloj de cristal, el
lábar mate, dos torteros, un chorito con una bola de cristal al centro, azúcar
candi, nuez moscada, el "ñucño", pastillas de azúcar "hembra y macho",
cigarros, pasas blancas, trenza, vino oporto, vino blanco, canela, agua florida,
agua de cananga, una botella de cañazo, unas ramas de répac y otras de
cóndor, el andapoto, el coquito o torno y un calabazo.

4. Procedimiento. El brujo actuando sobre estos objetos y al son de una


guitarra (rasgada por el acompañante) y de la sonaja que el mismo utiliza, reza
y canta el "tono" o "el señor de los infiernos" (oración exorcizante). La práctica
se inicia a las once de la noche y termina a las seis de la mañana.

Cuando la mesa se ha tendido para curar, tan luego el "maestro" concluye


de trabajar, se da al paciente un plato de caldo de carnero sin sal, y las presas
se reparten entre las "compañías" o "compadritos". El oficial o chamba del brujo
da de tomar al enfermo y a las compañías cinco tragos de caldo y cinco pares
de granos de mote. Finalmente, a las diez de la noche, se levanta la mesa,
luego de bailar y dar la desatada a todos los compadritos. Concluida esta
operación, todos proceden a comer, sirviéndose cada uno de ellos cinco
raciones o "pachachi", con lo que se da por terminada la intervención del brujo.

5. Términos propios

a. La ligada. Operación mediante la cual el brujo establece la conexión


mágica entre el deseo del cliente y el objetivo por alcanzar, de acuerdo a la Ley
de la magia simpática, contagiosa o por contagio, según lo establecido por
Frazer.

Cuando la mesa se tiende para hacer daño, la fase previa es la ligada.


Para este objeto, el brujo consigue previamente "el rastro", o sea la tierra que
haya estado en contacto con el pie de la persona a la que va a hacer el daño, o
un pedazo de ropa o cualquier otra cosa que haya mantenido contacto con el
cuerpo de la persona a quien va a brujear.

b. La desatada. Acción de librar de cualquier mal que pueda sobrevenir a


los presentes a la práctica de brujería. Para este efecto, cada uno de los
concurrentes debe dar cinco vueltas, primero a la izquierda y luego a la
derecha.

Otro procedimiento consiste en pasar por la cabeza de cada uno de los


concurrentes el torno, checo o coquito, por cinco veces consecutivas, y
esparcir entre ellos, utilizando el rociador, las aguas y los polvos.

c. El oficial. Ayudante o chamba, es el que asiste al brujo, acompañándolo


en sus cánticos con el tañido de la guitarra; le ayuda a poner y recoger la mesa
y a repartir el almuerzo entre el paciente y los compadritos. Cuando se trata de
encontrar pérdidas, el chamba va descifrando las palabras o toponimias que el
brujo dice en medio de su éxtasis, conseguido por acción del shaire.

d. Los compadritos. Llamados también compañías, son las personas


que acompañan al paciente o al interesado durante todo el ritual mágico.
Participan de los cigarros, alcohol y comidas que se distribuyen a lo largo de la
práctica, quedando vinculadas a la misma y asumiendo sus peligros y
consecuencias, por lo que el brujo, a la conclusión de la tendida, deberá pro-
ceder a suspender los efectos o ligazones mágicas que sobre
ellos han recaído, mediante la desatada.

e. El shaire. Maceración de tabaco y otras plantas en aguardiente, que


se hace tan luego se concluya de tender la mesa, y que ingiere el brujo para
llegar al éxtasis. La ingestión la hace por cada una de las ventanillas de la
nariz, utilizando para el efecto el "choro". En algunas oportunidades, cuando la
mesa se ha tendido para curar, el brujo, con el objeto de ver si el paciente se
ha de sanar o no, hace ingerir el shaire a uno de los compadritos; si este se
pone mal como consecuencia de la ingestión, es decir, si vomita o le da
diarreas, es indicio de que el enfermo se agravará; en caso contrario, si nada le
sucede, el enfermo ha de encontrar mejoría.

f. Landapoto o poto chacchero. Calabazo o mate pequeño en que se hace


la maceración para el shaire.

g. Choro. Caracol pequeño con que el brujo recoge el shaire del landapoto
para absorberlo por la nariz, ocasionándose el éxtasis que le ha de permitir ver
el mal, seguir el rastro o adquirir el suficiente poder para hacer el daño.

h. El Servidor. Olla de tierra de regular tamaño en donde se guardan todos


los objetos que el brujo coloca sobre la mesa.

i. El rey o ídolo. Figura humana de piedra o de bronce que se coloca en el


centro de la mesa, presidiéndola. Por esta especial disposición, pensamos que
simboliza el poder demoníaco encarnado en el brujo. Tan luego se ha tendido
el mantel o bayeta, el brujo encierra entre sus manos al ídolo y le reza una
oración esotérica.

j. El mundo. Bola de gran tamaño con adornos en estrías de diferentes


colores (pabellona) y que se coloca delante del ídolo, con claro sentido
simbólico. También, como en el caso del rey, el brujo antes de colocar el
mundo le reza una oración cabalística especial, pues hay que aclarar que todo
el proceso de tender la mesa va acompañado por cánticos y rezos. Cuando la
tendida tiene por objeto descubrir pérdidas, el maestro ve la pérdida en el
mundo.

k. Las icllas. Fósiles o pedazos de cristal de color.

l. Las trancas. Las trancas limitan a la mesa del mundo exterior. Son
carrizos que rodean al mantel y tienen la virtud de avisar al brujo la proximidad
o la presencia de alguna persona que trata de perturbar la tendida.|

De las trancas hacia adentro, nadie puede penetrar; es el terreno


exclusivo del maestro, y por tanto, temido y peligroso. Su invasión acarrea
males y daños irreparables.

m. Los canutos. Pequeños trozos de carrizo que se utilizan como


depósitos de las sales, polvos y aguas que son empleados por el brujo dentro
de su operación mágica.

n. Los polvos. Entre estos citaremos la pásac, que puede ser blanca,
amarilla o morada o las tres juntas, el azúcar candi, el azúcar blanca, etc.

ñ. Las aguas. Sustancias empleadas en las mesas tendidas para curar,


como el agua florida, el agua de cananga, el jugo de ámbar, vino blanco, vino
oporto, agua de lavanda, etc.

o. El rociador. Cualquier rosa o flor de geranio, con la que se asperjan


las aguas y los polvos entre los asistentes al acto, como medio para conseguir
la desatada.

p. Checo, torno, coquito o sonaja. Es una maraca confeccionada con el


fruto de la planta llamada tutuma, y que utiliza el brujo para acompañar,
conjuntamente con la guitarra rasgada por el chamba, la tonada. También se
emplea para los efectos de la desatada, pasándolo cinco veces consecutivas
sobre la cabeza de los compadritos.

q. La tonada. Salmodio que ininterrumpidamente entona el brujo


acompañándose con el checo que agita y la guitarra que tañe el oficial. El tono
se interrumpe cuando el brujo entra en trance.

r. Lavar mate. Conchas grandes que se usan para ver la suerte. A este
efecto, luego que se ha tendido la mesa, el brujo hace que el interesado le dé
su aliento a dos conchas, y a continuación las arroja al aire. Si quedan boca
arriba, al interesado le irá bien en su empresa; en caso contrario, la mala suerte
lo acompañará.
RELATOS

1. El muñeco enterrado (informante: Antonio Chilón Toledo)

Un enemigo personal de su hermana, que desde hacía algún tiempo


estaba viendo la manera de vengarse, aprovechó de una oportunidad en que
aquella, sin pensar en nada malo, se fue al campo a "hacer del cuerpo".

La contraparte recogió el excremento y lo llevó para que lo trabaje el


brujo. Este envolvió los "orines" en unos trapos, cuidando de darles la forma de
un muñeco y luego los guardó en una "caja" hecha de gigantón.

En la noche tendió la mesa y comenzó a trabar al muñeco, y como a las


dos o tres de la madrugada se trasladó al puquio de Totoracocha, que queda
en el sitio denominado Quilish, y luego de conversar con el puquio lo enterró en
dicho lugar.

Al poco tiempo, su hermana apareció con inflamación de la barriga y ya no


pudo "hacer del cuerpo", sufriendo atroces tormentos, hasta que murió, no
obstante de haberla hecho tratar con los médicos de la ciudad así como con
médicos del campo, que ya nada pudieron hacer. Y aun cuando estos últimos
llegaron a saber que había sido brujeada, no pudieron dar con el lugar en que
se había enterrado el muñeco. Cuando logran hacerlo, si el paciente no está de
muerte, puede vivir, si bien la curación tarda mucho tiempo.

2. El brujo que se alocó (informante: Antonio Chilón Toledo)

Una vez un brujo tendió su mesa para curar, pero después de concluida
su operación no observó las recomendaciones que para estos casos se
aconseja, y antes de que vencieran los siete días de ayuno comió alimentos
con manteca.

Esta infracción le ocasionó la locura, al punto que abandonó su hogar


para ir a vagar dando muy tristes y lastimeros gritos por los cerros en donde
recogía las yerbas que utilizaba para curar.

Los parientes del brujo loco, buscando su curación, solicitaron los


servicios de otro brujo, el mismo que procedió a tender la mesa. Como a eso
de las doce de la noche, obligó al loco a que tuviera relaciones sexuales con
una mujer, y cuando estaba practicando este acto le dio un latigazo en el culo,
con lo cual recobró automáticamente la razón.
3. La mujer enlunada (informante: Isidro Infante)

Una vez, una mujer que había perdido el ánimo por acción del hechizo
que contra ella había ejercido un contrario, acudió a un brujo para que la librara
del mal. Efectivamente, el maestro tendió la mesa y vio que el ánimo de la
mujer había sido entregado a un cerro, de quien se encontraba embarazada,
origen de todos los males y dolores que sufría.

Luego de la curación, el maestro, sin acordarse, comió manteca antes de


que se vencieran los siete días, lo que trajo como consecuencia que la paciente
se alocara.

La "enlunada" se escapó de su casa y se refugió en el cerro captor de su


ánima, y en las noches se la oía llorar o cantar y ya no la pudieron curar.

4. La baldada (informante: José Céspedes)

Un señor casado se comprometió con otra mujer, la misma que con el


objeto de arrebatarlo de los brazos de su esposa lo hizo brujear

Este hombre, a medida que pasaban los días, comenzó a sentir que las
piernas le temblaban, hasta que finalmente se le encogieron y quedó baldado,
sin poder ya moverse de la casa de la querida.

Suponiendo la esposa que el mal de su marido obedecía a las malas artes


que contra él se habían practicado, consiguió llevarlo a su casa y luego obtuvo
la intervención de otro brujo. El "maestro", luego de dar por terminada la
práctica mágica, ordenó al paciente levantarse y dar cuatro patadas a la puerta
de la casa. El enfermo obedeció el mandato y quedó completamente curado.

5. El gallo blanco (informante: José Céspedes)

Un próspero agricultor, sintiéndose enfermo, acudió a diversos médicos y


curiosos, sin encontrar remedio que le hiciera bien a sus dolencias. Ante esta
situación, un empleado, compadecido de los dolores de su señor, le aconsejó
solicitar los servicios de un brujo de la Asunción, mentado por su sapiencia y
sus acertadas intervenciones.

En efecto, patrón y sirviente acudieron a la Asunción en busca del brujo


Julca, quien los hospedó en su domicilio. Ya en la noche, sigilosamente, el
brujo abandonó su hogar. El sirviente, que se había percatado de esta actitud,
en forma cauta fue siguiendo al maestro, quien se dirigió a la cueva del cerro
Colladar, en donde, descubriéndose la cabeza, comenzó a llamar, a poco de lo
cual, desde el fondo de la cueva, le contestó una voz cavernosa. El brujo
entonces preguntó: “¡Ha venido un mestizo! ¿Qué le debo dar? Respondió la
voz: “¡Dale un gallo blanco!”. El maestro nuevamente preguntó: “¿Cómo le he
de dar?”. Respondió la voz: "Hazlo hervir hasta que se deshaga y dale el
caldo".

De esta conversación se enteró el sirviente, que regresó con toda


celeridad al lugar en que estaba el paciente y le dijo: “Vamos ya, allá lo voy a
curar”. Cuando llegó el brujo, el sirviente le explicó que como su patrón se
había agravado lo llevaba a su casa, pues en caso de morirse ¿qué se iba a
ser estando solo?

Una vez llegados a la casa del patrón, el muchacho llamó a los partidarios
y les dijo: “Búsquenme inmediatamente un gallo blanco para curar al patrón”, lo
que cumplieron inmediatamente. Luego que hirvió el gallo hasta que se
deshizo, le dio el caldo al patrón. Una vez que este concluyó de tomarlo, sufrió
un vómito en el que arrojó las espinas del "peje" que se le habían atracado en
la garganta. Desde ese momento comenzó a experimentar mejoría.

6. El bocado de la amante (relato de Antonio Rodríguez Palacios)

Después de separarse de su querida, un hombre se retiró a vivir con sus


dos hijos y una hija, con los que llevaba una vida más o menos feliz, dedicado
a su trabajo, que le producía lo necesario para sostener modestamente los
gastos del hogar, sin mucho lujo pero con gran decoro. Llegó el día del
cumpleaños de este señor, que siempre lo pasaba muy alegre en unión de sus
familiares y amigos que desde la víspera llegaban a la casa para darle la
sorpresa.

En esta oportunidad, el día del cumpleaños, la antigua amante del señor,


queriéndose vengar por el abandono que de ella había hecho, le envió una
gallina con el bocado, es decir con la "cochinada" que le habría de producir un
daño incurable a él y a sus familiares que se sirvieran de la gallina. Llegó el
"propio" (encargado de entregar la gallina) y preguntó por el dueño del santo al
mayor de los hijos, que salió a recibirlo. Este inquirió por el nombre de la
señora que enviaba la gallina, mas el propio se concretó a decirle que se la
había entregado una señora pero que no sabía su nombre.
El joven recibió la gallina y, sin avisar a nadie, se sirvió un trozo de la
vianda, y el resto lo guardó, olvidándose hasta el día siguiente, que dio parte a
su padre y a sus hermanos, los mismos que le reprendieron por haber comido
un potaje que no sabía quién lo había enviado. Mas él alegó que le despertó el
apetito porque estaba muy bien hecha y por eso había comido de ella. Así
pasaron los días, se olvidaron de tal acontecimiento y la vida siguió su rutina
cotidiana. Pero un día, el joven amaneció enfermo, se sintió mal, y día a día, no
obstante la atención de los médicos, el joven se iba enflaqueciendo hasta que
llegó el momento en que ya no pudo levantarse de la cama.

Cuando ya se acercaba el día de su muerte, los familiares que estaban


sentados junto al lecho del enfermo oyeron en el techo de la casa un fuerte
aleteo de aves gigantescas y como si estuvieran peleando. Los circunstantes,
llenos de pavor, no atinaron a salir a ver lo que producía tan espantoso ruido, y
más bien cerraron la puerta, temiendo que sucediera algo raro. Cuando en algo
recuperaron la serenidad, se dieron cuenta de que ya su hermano había
muerto, sin que pronunciara ningún quejido.

7. La posesa del diablo (informante: Catalino Calua)

Hace ya más de veinte años, en el distrito de Namora, de la noche a la


mañana, una joven del lugar resultó muy enferma, manifestando que ella veía
al diablo y que continuamente el maligno le quitaba sus cosas, le arrebataba
sus prendas de vestir y otras cosas por el estilo. En una de esas oportuni-
dades, poniendo término al escepticismo de sus familiares, que no querían
creer en las visiones de la muchacha, vieron que cuando esta se encontraba
pelando sus papas, de pronto el cuchillo desapareció de sus manos, lo mismo
que su sombrero, y como si alguien los llevara, observaron cómo tanto el
sombrero y el cuchillo fueron colocados junto al cerco, pero el sombrero
completamente cortado.

Entonces dieron cuenta de estos extraños sucesos al padre de la


muchacha –a quien supusieron estar compactado con el diablo– para que
tomara las providencias del caso, como en efecto lo hizo, llevándola para que
la vieran los médicos; pero pasó el tiempo y la muchacha seguía enferma y
siempre atormentada por la presencia del demonio. Entonces, personas
entendidas le manifestaron al padre que el mal de su hija era producto de la
brujería y que, por lo tanto, los médicos no la iban a curar, y que era mejor que
la llevara a que la viera un brujo.

El padre, escuchando el consejo de sus amigos y familiares, salió en


busca del mejor brujo del lugar, habiéndosele recomendado un maestro que
vivía en los Baños del Inca. Este, después de ver a la muchacha, manifestó al
padre que sí podía curar a la enferma, pero que la curación les iba a costar mil
soles, y, además, debían poner la coca, aguardiente, tabaco y otros
menesteres que necesitaba para la curación. Los padres convinieron con la
proposición y un día viernes, por la noche, llevaron a la enferma a la casa del
brujo. Cuando ingresaron al aposento de este, observaron que en un cuarto el
brujo tenía una serie de materiales raros. Cuando se sentaron en el lugar que
el maestro les indicó, este comenzó a desatar un atado y de él iba sacando
unos objetos que iba colocando sobre una manta de color blanco (esto
significa que el brujo tendió la mesa para iniciar la curación).

Desde aproximadamente las ocho de la noche, comenzó la curación, y ya


sería las doce de la noche cuando el maestro salió a la calle, diciendo: “Ya es
hora, el enemigo me espera afuera; si llamo, de inmediato corren a ayudarme”.
Y se fue llevando un rebenque y un gran machete de acero, que estaban junto
a la mesa. Al poco rato, los circunstantes escucharon como si alguien peleara
y, de cuando en cuando, sentían el reventar del rebenque, como si este cayera
sobre un cuerpo humano, y también escuchaban el golpe del machete como sí
estuviera cortando el piso.

Pasó así como una hora, cuando los presentes (la enferma y numerosos
familiares y amigos que habían ido a acompañarle) vieron que el brujo
ingresaba nuevamente al cuarto, todo bañado en sudor, con el rostro
completamente rasguñado, y les dijo: “Ya está. Acabo de vencer al enemigo.
Desde ahora, la niña descansará tranquila, pues ya no volverá a fastidiarla”.

Efectivamente, a partir de ese momento, la chica no tuvo más las


apariciones del demonio, ni le quitaban las prendas de vestir ni perdía los
objetos que portaba.

8. El brujo Valentín (relato de A. Rodríguez P.)

Por aquel entonces, un padre, por tener otras ocupaciones, mandó por
primera vez a su hijo, de muy corta edad, a que segara y llevara la alfalfa para
los cuyes. Efectivamente, el niño se fue a la chacra, que quedaba algo retirada
de la casa. Al poco rato se le presentó un caballero montado en un hermoso
caballo, quien dijo al niño que lo acompañara, subiéndolo al anca de su
cabalgadura. Cuando pasaba una acequia, le dijo: “Cierra tus ojos”, y cuando
los volvió a abrir, el niño se encontró en el seno de un cerro, en donde pasó
toda la noche.

Los padres del niño, alarmados por su tardanza, fueron a verlo a la chacra
de alfalfa y no lo encontraron. Se fueron a preguntar a la casa de sus vecinos si
habían visto a su hijito y nadie dio razón. Todos afligidos y llorosos regresaron
a su casa, sin esperanza ya de encontrar al pequeño, suponiendo que algún
bandido lo había secuestrado.

Al día siguiente, cuando ya iba a salir el niño del cerro, una mujer blanca y
muy gringa le dijo: “¿Cuál de estas bancas quieres que te regale?”, pues ante
la vista del pequeño se ofrecían dos bancas, una de maleros, toda de chingos
negros, y otra para hacer el bien, llena de cristales blancos y un perrito del
mismo color. Entonces el niño escogió la mesa blanca o curandera, y la mujer
gringa la amarró a la esquina de su ponchito, dejando luego al pequeño en el
mismo sitio en donde lo había recogido el caballero el día anterior.

Los padres del menor, al día siguiente, como de costumbre, fueron a la


chacra de alfalfa a recoger el alimento de sus cuyes, y cuál no sería su alegría
cuando encontraron allí a su hijo, al que ya daban por perdido.
Inmediatamente, condujeron al niño y a la banca que tenía amarrada al poncho
y lo encerraron en la casa por cinco días, dándole de comer solamente
alimentos sin manteca y dulces, mientras a la banca le echaban azúcar blanca,
desatándola con pásac después de cinco días.

De estos hechos pasaron como ocho días, e inmediatamente todos los


vecinos del lugar y de los contornos se anoticiaron de la fama de Valentín, que-
así se llamaba el pequeño, y fueron a verlo en busca de mejoría a sus
enfermedades. Y todos ellos fueron curados, sin que en ningún caso fallara,
circunstancia que acrecentó la fama de Valentín, ante la envidia y el odio de
otros brujos que no eran tan certeros como él.

Precisamente, en una oportunidad habían llevado a Valentín al distrito de


la Encañada para que curara a un señor principal del lugar que, desde hacía
muchos años, venía adoleciendo de una rara y grave enfermedad, sin que le
hubieran proporcionado ninguna mejoría los remedios de los médicos que
había hecho llevar desde Cajamarca, ni las pócimas que le habían recetado los
brujos y curanderos. Precisamente estos "maestros", envidiosos del prestigio
del brujo Valentín, lo denunciaron ante la policía y lo hicieron conducir preso.
Estando encerrado, lo golpearon tanto que le produjeron la muerte.

9. Los brujos salvados (relato de Manuel Rodríguez)

Hace ya algún tiempo, había un brujo porconero apellidado Chuquimango,


famoso por las curaciones milagrosas que había hecho, incluso a mucha gente
de la ciudad. Uno de esos días, el brujo Chuquimango, en compañía de su
ayudante o chamba, de apellido Cantera, decidieron hacer un viaje a la costa,
llevando chales y bayetas para hacer negocio y luego adquirir milagros y cirios
para ofrecerlos a la imagen de San Sebastián, de quien eran devotos.

Muy de madrugada, emprendieron su camino, y al llegar al distrito de San


Pablo, encontraron a un señor que orinaba por un lado de la pierna, pues tenía
el caño urinario obstruido. Entonces el Chuquimango y su ayudante tendieron
su mesa y procedieron a curar al señor enfermo. Pero en estas circunstancias,
cuando estaba masticando su coca, el maestro suspendió la curación y le dijo a
su ayudante: “Vámonos, porque la contraparte nos está siguiendo”. Con toda
premura subieron al enfermo al terrado de la casa y se refugiaron en una
quebrada cercana. Al poco rato llegaron sus enemigos y rodearon la casa, en
donde sólo encontraron al paciente, quien les manifestó que ya los maestros
hacía rato que habían seguido su camino.

El Chuquimango, masticando su coca, dio un soplo en dirección a la casa,


con el objeto de que no pudieran sus enemigos encontrar el rastro, y
prosiguieron su camino rumbo a la provincia de Guadalupe. En esta localidad
encontraron a un chino con el brazo doblado hacia la espalda, deformación de
la que venía padeciendo desde hacía algún tiempo, sin que los médicos de
Lima, de Trujillo ni de Chiclayo pudieran dar con el mal. Este chino, al tener
conocimiento de que el brujo de Horcón se hallaba en Guadalupe, de inmediato
lo mandó buscar y le dijo que lo curara, pues le habían dicho que su mal era
producto de la brujería. El Chuquimango y su ayudante tendieron aquella noche
la mesa y, encontrando la causa del mal, le dieron los remedios aconsejados
para el caso y lo dejaron ya mejorcito. El chino, como recompensa a su trabajo,
les pagó en azúcar, y a cada uno de ellos le dio una sortija de oro. Luego de
haber adquirido los cirios y otros menesteres, regresaron a Porcón, pero al
pasar por San Pablo fueron a ver nuevamente al primer paciente y lo
encontraron muy restablecido, orinando ya en forma normal; le dieron otros
remedios y continuaron su camino hasta su casa.

En vista de que el viaje anterior les había ido muy bien, luego de hacer
entrega de sus limosnas a favor de San Sebastián, emprendieron nuevamente
viaje a la costa, para hacer otros negocios así como también curar. Ya estaban
por llegar a San Pablo, cuando, por indicación de la contraparte, fueron
cercados y apresados sorpresivamente por la policía, la misma que los condujo
a la cárcel, en donde les aplicaron una feroz palizaa, acusándolos de maleros;
después los depositaron en una celda oscura, durante tres días, sin
proporcionarles ningún alimento. Al cabo de los tres días les dieron de comer
papas con abundante manteca y cebollas. Además, desataron la mesa que
llevaban y, regando las cosas por el suelo, se orinaron sobre ellas en cruz,
echándoles finalmente manteca.

Además, les dijeron que los iban a quemar vivos para que ya no siguieran
haciendo males a la gente, pan cuyo efecto mandaron encender un horno de
hacer pan. Ya faltando pocas horas para ser sacrificados, entró al cuarto un
señor gringo, desconocido en el lugar, el mismo que, después de mirar por
breves minutos a los maestros, les preguntó la razón por la que se hallaban
detenidos. Entonces los presos le manifestaron al extraño señor que ellos no
eran brujos maleros sino que simplemente curaban a los enfermos que los
solicitaban, que se estaban dirigiendo a la costa con el objeto de hacer algunos
negocitos y procurarse algún dinero para pasar el año próximo la fiesta de San
Sebastian, del que eran muy devotos, y que, al mismo tiempo, pensaban
aprovechar de su viaje para curar a algunos pacientes.

Luego de escuchar estas razones, el señor gringo se dirigió al jefe de los


policías, a quien manifestó que se trataba de sus peones, que no eran brujas
maleros sino curanderos y consiguió que se diera la orden de libertad. Con esta
orden, el gringo se presentó a los policías y pidió que soltaran a los presos,
después de lo cual les entregaron los objetos de su banca de maestro.
Abandonaron el puesto policial de Cajamarca, a donde habían sido llevados, y
se dirigieron por la carretera de San Francisco, y a la altura del antiguo local del
Colegio San Ramón, el gringo les dijo: “Ahora sí ya pueden seguir su viaje,
porque están libres”, y diciendo esto, desapareció en forma misteriosa.

Una vez libres, aperaron la mula y el burro y emprendieron su viaje a la


costa. Varios días después, cuando se hallaban curando a un paciente, en el
momento culminante del levantamiento del shaire, vieron la imagen del señor
gringo que había conseguido su libertad, dándose cuenta que se trataba de
San Sebastián, circunstancia por la que acendraron su devoción por este santo
que en forma tan milagrosa les había salvado de morir quemados en un horno.

10. El regreso del novio (relato de Segundo Limay Ch.)

Vivía en esta ciudad una simpática señorita que después de algún tiempo
de enamoramiento se había ennoviado con un apuesto joven moyobambino
que por razón de su trabajo radicaba, desde hacía algún tiempo, en nuestra
ciudad. Los padres veían con buenos ojos este noviazgo, por cuanto com-
prendieron los buenos sentimientos del pretendiente y que se trataba de una
persona honrada y trabajadora, con lo que aseguraba la felicidad de su hija.

Así transcurrió algún tiempo hasta que uno de esos días el joven
manifestó su intención de viajar a Moyobamba, tanto para visitar a sus padres
como para pedirles su consentimiento para la celebración de la boda. La
despedida fue triste, pero el joven manifestaba a su novia que pronto
regresaría y que no llorara, pues lo hacía precisamente para poder casarse
pronto y así vivir juntos en matrimonio.

Pasaron los tres meses que el novio había fijado como fecha de su
retorno, e incluso algunos meses más, y el novio no daba señales de vida,
cuando uno de esos días una vecina llegó a manifestarles que unos conocidos
suyos que habían estado en Moyobamba le habían contado que su novio se
iba a casar con una señorita de ese lugar y que, por consiguiente, no lo
esperaran, pues la boda se iba a realizar dentro de un mes. Faltarían ya como
ocho días para que su ex novio se casara en Moyabamba, cuando llegó a
visitar a la joven otra de sus vecinas, la misma que al encontrarla tan triste y
afligida le preguntó por la causa de su congoja, a lo que esta le contó todo lo
que le había sucedido.
Después de escuchar el relato de la señorita entre llantos y suspiros, la
señora le dijo que no se preocupara, que hiciera una carta para su novio y que
ella se encargaría de que llegara a su destino. La joven, aun cuando no muy
segura de que cumpliera con lo prometido, escribió la carta y se la entregó
a su vecina, la misma que cobró por sus servicios veinte soles, pidiéndole diez
por adelantado y la diferencia para cuando pudiera.

Al día siguiente, otra señora que vivía en la vecindad, y con quien se


encontró casualmente, le manifestó toda extrañada que la noche anterior, como
a las doce de la noche, en que se encontraba trabajando en el horno, había
visto que la vecina (refiriéndose a la señora que le había prometido hacer llegar
a su destino la carta) se hallaba junto a la pila con una escoba en su mano. Al
poco rato de esta conversación, la vecina con la que había hecho el convenio
se apersonó a su casa para manifestarle que el encargo estaba cumplido y que
su novio regresaría a la ciudad dentro de ocho días. La joven, no sin cierta
preocupación, agradeció a la vecina y se despidió, convencida de la
imposibilidad de lo que se le había indicado, pues ella estaba segura de que un
viaje así no podía realizarse en menos de ocho días.

En medio de gran angustia transcurrieron los días fijados, y cuando se


desvanecían por completo las secretas esperanzas de la muchacha, oyó
toques en su puerta. Angustiada fue a ver y se dio con su novio, quien le
manifestó que acababa de llegar de Moyobamba. La novia le hizo pasar a la
sala, y al poco rato llegó también la vecina y pasó a la sala manifestándole que
todo se había cumplido conforme a lo previsto y que ahora le invitara una taza
de café. Los tres pasaron al comedor, en donde se sirvió el café, y se conversó
por algún tiempo. Cuando la vecina se levantó para despedirse, entregó a la
joven una flor de canela, manifestándole que siempre la conservara fresca para
que su amor durara eternamente.

El joven, arrepentido, le contó todo lo sucedido en su ausencia. La joven,


enamorada, perdonó al novio su infidelidad, y al poco tiempo se celebró la
boda, en medio del general regocijo, y vivieron juntos hasta su muerte.

11. La bruja que se convirtió en pava (relato de Asunción Chávez)

Una noche, como a eso de las doce, cuando un señor se dirigía a su casa,
ubicada en la calle de San Pedro, encontró en medio de la calle una pava que
intentaba volar sin poder lograrlo; entonces, medio sorprendido y jubiloso, el
señor agarró a la pava, agradeciendo a Dios por su buena suerte. Llegó a su
casa y dejó encerrada el ave en la cocina, y más tarde le contó a su mujer del
hallazgo, indicándole que al día siguiente se levantara temprano para matar a
la pava.

La señora se levantó muy temprano, disponiéndose a sacrificar al animal y


regalarse con una apetitosa comida. Se dirigió a la cocina en busca de su
víctima, y ante su sorpresa y terror, en lugar de encontrar a la pava, se
encontró con una mujer completamente desnuda, en quien reconoció de inme-
diato a una vecina del barrio San Pedro. La señora, cerrando la puerta, corrió al
dormitorio del marido, a quien, aún en la cama, le contó de su extraño hallazgo.

El señor, medio sorprendido e incrédulo, se levantó, y al abrir la puerta de


la cocina, efectivamente encontró a la mencionada vecina totalmente
desvestida, la misma que, en medio de llantos, les relató que efectivamente era
bruja, pero que por favor guardaran silencio a cambio de dinero que en abun-
dancia les podía dar. Efectivamente así sucedió.

12. La bruja asesina

Cuentan los pobladores de la cercanía de la laguna de Quelluacocha que


hace ya tiempo, en ese lugar, con inusitada frecuencia, se producían
asesinatos y desaparecían personas vecinas y extrañas que luego eran
encontradas decapitadas por distintos lugares, sin que pudiera encontrar
ninguna huella del asesino. Esta situación los tenía muy inquietos y preo-
cupados, pues nadie estaba libre de amanecer decapitado.

Como ya la situación se había vuelto insostenible, y queriendo dar fin a los


crímenes, todo el vecindario se dio cita para acechar al asesino, rondando la
laguna de Quelluacocha, pues por allí generalmente aparecían las víctimas del
misterioso asesino. Efectivamente, una noche se dispusieron a vigilar. La
noche era de Luna llena, y serían ya como las dos de la madrugada, cuando
vieron que de una casa salía una vecina que era muy estimada por su bondad.
Todos observaron, sorprendidos y paralizados por el terror, que dicha vecina,
avanzando lentamente, se introducía a la laguna y al llegar al centro de la
misma se hundía. Al poco rato, volvió a salir, pero llevando en sus manos una
enorme hoz. Inmediatamente, todos comprendieron que con esta arma segaba
las cabezas de los transeúntes que se arriesgaban a pasar por la laguna a
altas horas de la noche

Venciendo el miedo que los tenía medio paralizados, inmediatamente


rodearon a la mujer, y después de alguna lucha lograron reducirla y amarrarla
para llevarla al pueblo, en donde le prendieron fuego. A la luz del alba,
aterrorizados, observaron que su rostro se había transfigurado en la cara de un
horrible monstruo.

13. La venganza de la engañada

En el distrito de Magdalena, un joven llamado Gerardo mantenía


relaciones maritales con una muchacha agraciada de su pueblo, a quien, para
obtener sus favores, le había prometido matrimoniarse lo más pronto posible.
Pero pasó el tiempo y el joven, no obstante las reiteradas peticiones de la mu-
chacha, no cumplía con su ofrecimiento, y más bien, abandonando a la novia,
se enamoró de otra joven.

Entonces, desengañada y queriéndose vengar de su infiel amante, se fue


a consultar con un brujo malero del lugar, quien, después de escuchar la
historia, le manifestó que le iba a hacer el daño y que no se preocupara. De
esto pasó algún tiempo, hasta que uno de esos días, cuando se encontraba
atravesando el río Magdalena, Gerardo se cayó a la corriente. Ese mismo día,
sintió fuertes dolores en la espalda, y de este mal ya no se pudo curar; más
bien cada día se volvía como un ovillo, se le dobló la espalda y ya no pudo
caminar.

Los padres de Gerardo lo llevaron a la ciudad de Cajamarca, de


Pacasmayo, en busca de un médico que curara a su hijo; pero todo fue en
vano. Entonces la madre, siguiendo los consejos de una comadre, fue a ver a
un brujo que vivía en la parte posterior del panteón viejo. El brujo manifestó a la
madre que sí podía curarlo, pero que tenía que ver al paciente y luego limpiarlo
por tres veces consecutivas, a las doce de la noche. Después de fijar los
honorarios, al día siguiente, que fue martes, Gerardo se dirigió a la casa del
brujo, acompañado de sus padres y unos familiares. El brujo tendió la mesa y
procedió a limpiarlo con higuerilla y otras hierbas, y después le dio infusión de
diferentes y extrañas plantas. Esta operación se repitió por tres veces
consecutivas. Al terminar la última limpia, el enfermo sintió como si algún ser
extraño saliera de su cuerpo y botó una baba verde, con lo que se dio por
terminada la curación. Luego, el brujo le aconsejó que ya no regresara a su
tierra, pues de nuevo podían hacerle el mal.

14. El bocado de la amante

Estos hechos sucedieron en el distrito de Jesús, hace ya mucho tiempo.


Cuentan que en este lugar vivía un señor con su esposa y sus hijitos. Al
parecer, el hogar era bien avenido, pero de esto no pasó mucho tiempo, pues el
señor hizo abandono de sus deberes conyugales y se sacó una querida, en
medio de la general censura de los vecinos. La querida de este señor,
queriendo eliminar definitivamente toda clase de rivalidad por parte de la
esposa de su amante, decidió darle la cochinada, aprovechando para el efecto
una fiesta que se celebraba en la casa del amante.

Para esta ocasión, la querida mezcló la cochinada con unos alfajores y


cuyes y mandó el potaje a la casa de la esposa. Cuando el "propio" llegó a la
casa, salió a recibirlo uno de los hijos de la señora. Entonces el portador le
indicó que el potaje lo mandaba especialmente una comadre para que se
sirviera su mamá. El chico, lejos de cumplir con el encargo, comió algunos
alfajores, y al poco rato sintió fuertes dolores de barriga, por lo que se dirigió a
su cuarto para evitar que su madre se diera cuenta de que había comido los
alfajores y que por eso le estaba doliendo la barriga.

La madre, al ver que no aparecía su hijo, se dirigió al dormitorio y allí lo


encontró revolcándose de dolor. De inmediato le preparó unos remedios
caseros, los mismos que no surtieron mayor efecto, por lo que en compañía de
su esposo se vieron precisados a llevarlo al hospital de Cajamarca, a donde
llegó ya moribundo. En el hospital, los médicos lo atendieron, pero todo fue en
vano y el niño murió al poco rato, mentando el nombre de la querida de su
padre, el mismo que se dio cuenta que esta había preparado el bocado para
hacer daño a su esposa.

15. La curandera clarividente (referencia de A.V.A.)

Se trata de una señora perteneciente a la clase popular, mestiza, casada,


de más o menos 40 años, domiciliada en un barrio de la ciudad y con una
numerosa clientela que acudía en procura de mejoría para su quebrantada
salud.
a) En un primer momento, la señora realizaba una entrevista personal con
el interesado, con el objeto de verificar la diagnosis. El cobro por la consulta era
trescientos cincuenta soles, y se realizaba de la siguiente manera:

La curiosa entrega al paciente una vela para que con ella se frote y, luego,
encendida, la coloque sobre un altar en donde se han distribuido litografías de
algunos miembros del santoral cristiano, un crucifijo y una Virgen María en
bulto.

La curandera, a continuación, inicia el rezo, acompañada por su esposo y


el cliente. Bajo la conducción del marido, se reza el Padrenuestro, el Credo, el
Ave María y el Yo Pecador. Concluidas las oraciones, el marido anuncia que la
señora procederá a leer los antecedentes del paciente, precisándole la
etiología del mal y otros aspectos saltantes de su vida, como asuntos
relacionados con su trabajo, negocios y amores.

Entonces, la curandera inicia el diagnóstico puntualizando la naturaleza


del mal, sus causas, sus autores, pasando a ver el pasado del cliente. Esta
operación dura más o menos 20 minutos. Seguidamente, trata sobre la
curación, aclarando que ella no recurre a la brujería sino a la fe en Dios y a
brebajes preparados a base de yerbas.

b) La terapia. El día señalado, a partir de las 10 de la noche,


aproximadamente, en una habitación grande en donde se reúnen varios
pacientes, el marido distribuye velas entre todos los presentes, indicándoles
que con ellas se froten todo el cuerpo. Luego les indica que las prendan y las
coloquen en el piso delante del altar, y que ocupen su emplazamiento a lo largo
y ancho de las paredes de la sala.

Se quema incienso en una plancha. Los pacientes que concurren por


primera vez deben zahumarse hasta que el olor se les impregne en la ropa.
Cuando se ha disipado el humo, el esposo de la curandera distribuye entre los
clientes cuatro cruces y, a continuación, los invita para que recen y canten.
Concluida esta parte del ceremonial, la curandera se coloca delante de una
mesa pequeña de madera, sobre la misma que ha colocado el crucifijo, la
Virgen en bulto y un gran tazón con un brebaje.

Seguidamente, comienza a repartir dicho brebaje, comenzando con el


marido; luego lo ingiere ella misma, mientras los pacientes se doblan
genuflexos y luego se enderezan levantando las manos, diciendo: “Por Dios y
por la Virgen Santísima, regresa la señora a su sitio inicial”. Luego, el marido
distribuye la bebida entre todos ellos, los mismos que, una vez ingerido el
remedio, dándose una vuelta por la derecha, pasan a una salita contigua a
flexionar los brazos y las piernas, para que el remedio se mueva. A medida que
los pacientes ingieren el brebaje, los demás que esperan su turno van
exclamando la misma imploración: “Por Dios y por la Virgen Santísima...”.

Una vez que todos han "movido" el remedio, regresan a la sala grande y
prosiguen los cánticos y rezos, y cada uno de ellos zapatea sobre su mismo
sitio, dando vueltas por la derecha de cuando en cuando e implorando a Dios.
Después de un tiempo prudencial, la curiosa comienza a llamar, indistinta-
mente, a uno por uno y les habla de su enfermedad y de sus problemas,
dándoles consejos y sugerencias. La señora, para el efecto, va observando
atentamente las huellas que ha dejado cada paciente en su sitio, durante la
operación del zapateo, y además ve en dichas huellas el rostro de la persona
que ocasionó el mal o que pretende hacerlo.

Cuando descubre acciones o intenciones malas entre sus clientes, la


señora les da de cordonazos por la cabeza, con un cordón de hábito religioso.

Todo el ceremonial terapéutico dura hasta las cinco de la mañana, y los


honorarios que cobra la señora están alrededor de los quince mil soles. Para
un mismo cliente, las reuniones fluctúan entre 3 y 5, pudiendo ser más, según
la rebeldía del mal.

16. La embrujada de la casa

Una señora, de la noche a la mañana, comenzó a padecer de una extraña


y dolorosa enfermedad que muy pronto arruinó su natural corpulencia. En
procura de salud, la señora se sometió al tratamiento prescrito por los mejores
médicos de Cajamarca, los mismos que le recetaron los más modernos y
seguros remedios para las diferentes enfermedades que le diagnosticaron;
asimismo, se hizo sacar radiografías, análisis y todo cuanto recomendaba la
ciencia médica. Pero como no encontró mejoría alguna, y como era una
persona acomodada, viajó a ponerse en manos de los mejores facultativos de
Trujillo y, luego, de Lima; pero todo fue en vano, su salud iba deteriorándose a
ojos vista y día a día. Ante esta situación, y ya casi sin dinero, decidió regresar
a su tierra para morir entre sus familiares y amigos.

Así pasó algún tiempo, resignada a su infausta suerte. Pero uno de esos
días, una vecina que fue a visitarla le aconsejó que fuera a ver a un curandero
famoso que vivía por los Baños del Inca. La enferma, considerando que nada
perdía con ver al brujo, aunque sin mayores ilusiones, un día de esos se fue a
consultar con el brujo, con quien quedaron sobre el día en que debía iniciar la
curación.

Efectivamente, un día martes, como a las nueve de la noche, el brujo, en


presencia de la enferma y de dos personas que la habían acompañado,
comenzó a tender su mesa, y cuando todos los actos preliminares fueron
concluidos, comenzó la operación curativa hasta que el maestro entró en
trance y comenzó a ver que una vecina de la señora, que la envidiaba por su
riqueza y por no haberle prestado dinero para salvar una urgencia, había
brujeado la casa para que todas las personas que la habitaran adquirieran un
mal que los mataría. El brujo aconsejó a la señora que abandonara su domicilio
y se fuera a vivir a otra casa.

Así lo hizo la señora, siguiendo los consejos del maestro. Dejó su


domicilio para ir a vivir a la ciudad de Trujillo, en donde nunca más volvió a
sentir los dolores que por tanto tiempo la habían martirizado.

17. El primo envidioso (relato de Pedro Incil)

Ese día, como en años anteriores, se celebraba con mucha animación el


cumpleaños del esposo de la dueña de la casa, mujer adinerada, de muchos
teneres, quien se esmeraba en atender a los numerosos amigos de su marido
que se habían dado cita desde la víspera para pasar el cumpleaños.

El día mismo del santo se había preparado una abundante comida con
gallina, cuyes, sopa de fideos, todo tan bien sazonado y tan generosamente
servido, incluso con yapa, que todos tenían que hablar de la cocina de la dueña
de la casa. Pero como el trabajo era abrumador y las muchachas no se daban
abasto para servir a tanto comensal, la comadre de la dueña de casa, con
quien tenía mucha confianza, se prestó solícitamente a ayudarle a servir, e
incluso mandó a la señora para que se sentara a la mesa y haga el brindis con
los invitados.
Terminada ya la reunión, muy entrada la noche, los comensales se
retiraron a sus hogares llevando en la barriga la excelente comida y en las
cabezas los humos del abundante licor libado a lo largo de casi todo el día. La
señora, después de hacer acostar al marido embriagado, completamente
agotada, se tendió a dormir; pero, al poco momento, sintió un fuerte dolor de
barriga, por lo que tuvo que levantarse para preparar una taza de manzanilla,
pues supuso que la comida le había caído mal o que, a lo mejor, las cóleras
que nunca faltan con la servidumbre la habían afectado.

Mas el dolor no cedió, y toda la noche no pudo pegar los ojos. Al día
siguiente se dirigió al médico, quien, después de examinarla, le recetó varios
remedios que consideró adecuados. Sin embargo, como no experimentaba
mejoría alguna, se fue a consultar a otros médicos y, posteriormente, incluso
tuvo que internarse en el hospital; pero todo fue inútil, el dolor no cedía y, al
contrario, cada vez era más intenso.

Siguiendo el consejo de una pariente, se fue a ver a un brujo muy


mentado que vivía en el distrito de los Baños del Inca. Todo fue verla, para que
el maestro le dijera que le habían dado la cochinada y que ya la enfermedad se
estaba propasando, por lo que se hacía urgente su tratamiento. Entonces
acordaron que al día siguiente, que era martes, la señora acudiera a la casa del
brujo para tender la mesa y ver el daño que le habían dado.

A las nueve y media de la noche del martes, se reunieron, en la casa del


brujo, la paciente, dos personas de su confianza y el ayudante del maestro. Se
tendió la mesa en medio de un ceremonial especial que consistía en que el
maestro sacaba cosas de un atado y, dándole su aliento, las iba distribuyendo
sobre una manta blanca tendida sobre el piso de tierra. Cuando todo estuvo
concluido, el brujo comenzó a rezar a San Cipriano, con palabras que no pro-
nunciaba muy claramente, como si estuviera rezando un cura.

Iniciado el proceso de curación, y luego de haber ingerido en abundancia


el shaire, del mismo que hiciera participar, pero en menores cantidades, a los
asistentes, el maestro le dijo a la señora: "El mal que tienes obedece a que te
han hecho el daño; tu comadre querida es la que te ha dado la cochinada en la
comida que sirvieron en el santo de tu marido; te ha dado con el picante de
papas que comiste tan rico. Pero no es porque ella te tenga envidia, sino que
ha recibido el encargo de tu primo Juan, que vive al otro lado de tu casa. El sí
te tiene envidia, porque has comprado un terreno que a él le gustaba pero que
no compró porque no le alcanzó la plata. El sí tiene envidia de ti, porque ve que
el terreno es bueno y allí crías tu ganado. Él te aborrece. Es una persona mala
y ha hecho preparar la cochinada con un malero".

Una vez producido el diagnóstico y cortado el mal con un puñal que tenia
en la mesa, el maestro recetó un brebaje que él mismo preparó. La señora
tomó el remedio por espacio de quince días, al cabo de los cuales desapareció
la enfermedad.

18. La mujer del rostro oculto (relato de Clementina Mendo)

Esta era una señora muy sana y robusta, y siempre decía que ella no
tenía tiempo para enfermarse, que sólo los haraganes se enferman por no
tener en qué pensar. Y, efectivamente, ni la gripe le daba a la señora, no
obstante que desde muy temprano se ponía a hacer sus cosas.

Pero uno de esos buenos, días y sin ningún pretexto, la señora resultó
con un extraño dolor a la cintura que le comprometía el vientre. Los remedios
caseros que ella misma se prescribió y otros que le aconsejaron sus amigos,
vecinos y parientes no le hicieron nada. Después pasó a utilizar los remedios
de botica que le daban los médicos, pero todo fue inútil, porque el dolor no se le
iba. De esta manera, su antigua fortaleza física se vio minada, y de lo sana y
gorda que era se fue volviendo flaca, "garabincha"; ya casi ni andar podía, y la
mayor parte del tiempo lo pasaba en su cama o cobijada, abrigándose al sol.
Los hijos quisieron llevarla a la costa para que la vieran los mejores médicos,
pero la señora no aceptaba, pues pensaba que el mal ya no la iba a dejar y no
quería irse a morir a tierra extraña, lejos de sus parientes y amigos.

Así las cosas, y comprendiendo que ya nada perdería y que era lo mismo
morir antes que después, un día se fue a ver a un brujo muy mentado de
Porcón. El maestro convino en curarla y comenzó el tratamiento recetándole
una severa dieta, en la que estaba terminantemente prohibido el uso de la sal,
de las grasas y de las carnes. Luego, un viernes por la noche, delante de la
mesa tendida, le dio un vaso con un brebaje de color verde, preparado con el
zumo de diversas hierbas que sólo el maestro conocía. Al concluir de ingerirlo,
la señora cayó en un fuerte sopor, y entre sueños vio a una mujer que le daba
las golosinas que siempre tanto le gustaban y que en algunas oportunidades
había recibido de regalo para su cumpleaños, por parte de sus parientes, que
sabían de su debilidad por los dulces.

En sus sueños trato de ver bien la cara de la mujer que le ofrecía los
regalos, pero no lo consiguió, pues esta se tapaba el rostro con una manta
negra y se negaba a darle la cara. Así transcurrió algún tiempo, y cuando pasó
el efecto del brebaje, la señora relató al maestro todo lo que había visto en sus
sueños. Entonces el maestro le explicó que esa mujer a la que no había podido
ver el rostro era, precisamente, la que le había dado la cochinada en los
dulces, y que nunca más debía recibir regalos de ninguna persona, pues era un
pariente cercano quien le había hecho el daño.

A continuación, el maestro limpió a la paciente con un cuy negro, con el


objeto de poder precisar con exactitud el lugar en donde se encontraba
radicado el mal, y así la siguió tratando por seis viernes más. Ahora ya la
señora está completamente restablecida y ha recuperado su antigua fortaleza.

19. La burlada despechada (relato de Margarita Palacios)

Ese mismo día y en la misma iglesia juró vengarse de su amante, que,


burlándose de su amor, ahora se casaba con una su prima. De nada habían
valido sus ruegos y sus lágrimas, el hombre sinvergüenza prefirió la plata y la
posición que le daba su nueva mujer, pues no era amor lo que le había llevado
al altar.

Terminada la ceremonia, la amante despechada se fue a ver a un brujo


malero para que le preparara alguna cochinada con la cual vengarse del
engaño y la burla de que había sido objeto.

La nueva pareja se fue a vivir en la casa de los padres de la esposa, y


todo fue alegría y felicidad. El hombre, encandilado por los teneres de la
esposa, gozó de la vida, y ni por un momento se acordó de su antigua amante.
Reinó en verdad la felicidad, no había problemas, el hombre era considerado y
apreciado por los suegros, y la mujer se desvivía por atenderlo.

Mas fue breve esta felicidad y armonía conyugal. Comenzaron las riñas,
las acaloradas disputas. Las cosas llegaron a deteriorarse tanto que
terminaban yéndose a las manos. El marido pateaba a la mujer y esta le
arrojaba con las cosas que encontraba a la mano. De nada sirvió la mediación
de los suegros, que, desesperados y no queriendo que sus otros hijos se
enteraran de estos problemas, dieron al marido plazo para que abandonara el
hogar. El hombre, en el infierno en que vivía, pues su hogar se había
convertido en un "acabadero" de vida, sin pensarlo más decidió abandonar a su
mujer y a su hijita. Primero viajó a la costa, pero al poco tiempo, sin poder
soportar la angustia y la incertidumbre, regreso a Cajamarca; fue a ver a su
mujer pero esta no lo quiso recibir, y sus suegros lo botaron de la casa.
Desengañado, se dedicó a la bebida hasta convertirse en un pobre borrachín
despreciado por todos.

Un antiguo amigo, compañero de escuela, compadecido de la triste vida


de la triste vida del hombre, un día lo convenció para que visitaran a un
maestro que había hecho curaciones maravillosas. El día y hora convenidos,
acudieron a la casa del brujo, quien tendió la mesa y, bajo el efecto del shaire,
comprobó que la antigua amante despechada le había dado la cochinada en un
plato de frito, del que tanto gustaba el enfermo. Luego procedió a darle una
pócima que tenía preparada, de color verde, medio espesa y de muy feo color y
peor sabor. Apenas tomó el remedio, comenzó a vomitar y luego le dio diarrea.
El maestro manifestó que la enfermedad estaba propasada y que tenía que
quedarse por tres días en su casa, para poderlo atender personalmente.

Pasados los tres días, en los que el paciente no vio la luz y únicamente se
alimentó con caldito "chuya", sin manteca, cebollas ni aderezo alguno, el amigo
fue a ver al enfermo y lo condujo a la tiendita en la que vivía. Pasó de esto
algún tiempo y se curó completamente. La bebida le daba asco, y cuando en
alguna oportunidad libaba una copa le daba náuseas. Recobró su antigua
lozanía, pues todavía era joven, y sintiéndose curado fue a ver a su mujer,
quien, sabedora de su curación, lo recibió muy contenta y reanudaron su vida
con toda normalidad.

20. El pelo invisible

A la muerte de un anciano padre, quedaron como únicos herederos cuatro


hermanos. El causante había dejado tierras, animales y una casa muy grande
en el pueblo de San Pablo, en donde todos ellos vivían. Aprovechando de su
mayorazgo, el hermano mayor abusaba de los hermanos menores en el usu-
fructo de la heredad paterna. Los hermanos estaban cansados de esa
situación, pero su padre les había enseñado a respetarlo, por lo que no hacían
más que aceptar a regañadientes la autoridad del hermano mayor, abusivo y
prepotente.

En una de esas oportunidades, sin consentimiento alguno, había cogido la


mula engreída del hermano menor para utilizarla en la trilla de un pilón de trigo.
En estos menesteres no se usan los animales de montura sino, en todo caso,
animales chúcaros o de poca estimación. Esto, naturalmente, motivó la cólera
del hermano menor, quien, decididamente, fue a sacar del trabajo a su animal.
Cuando regresó el hermano mayor y vio que sus órdenes habían sido
incumplidas, comenzó a reñir delante de todos al hermano, quien, ya no
pudiendo contenerse de tanto abuso, se fue a las manos con el hermano
mayor.

A los pocos días de este incidente, el hermano menor sintió que en la


espalda le había salido un pelo que permanentemente le fastidiaba, y que no
alcanzaba a cortarlo. Entonces, un día le pidió a su mujer que le quitara el pelo
de la espalda. Efectivamente, la mujer hizo que el marido se sacara la camisa
y, premunida de una tijera, fue a cortar el pelo, mas, por muchos esfuerzos que
hizo, no pudo encontrar el pelo en el lugar que le indicaba el marido, quien, con
gran sorpresa, tampoco pudo ver la fastidiosa pilosidad.

Pensando que el pelo había desaparecido, se vistió, dando por concluida


la operación, pero, al poco rato, nuevamente comenzó a experimentar la
presencia de la pilosidad. Entonces, pensando que se trataba de algo malo, se
fue a ver a un brujo. El "maestro", aceptando los requerimientos del paciente,
tendió la mesa y le dijo que se trataba de una cosa mala, pero que él podía
curarlo. Así fue que, luego del ritual acostumbrado, chupó la espalda del
enfermo en la parte indicada y, después de un rato de succionar el cuerpo, le
presentó al enfermo un pelo muy largo y grueso, y a continuación le arrojó
sobre la espalda una peseta blanca. Así encontró mejoría.

PRÁCTICAS AMATORIAS

La relación constante en que el hombre vive respecto a fuerzas ocultas


que presiden su destino, con el tiempo le hace comprender que estas pueden
ser orientadas de acuerdo a las intenciones humanas. El objetivo se puede
obtener merced a manipuleos, prácticas o simplemente intenciones, que
adecuadamente efectuadas han de propiciar el desencadenamiento mágico
tendiente a obtener el resultado buscado

En las prácticas mágicas se hace evidente la profunda influencia ejercida


por la doctrina cristiana en la mentalidad del habitante cajamarquino, pues
hasta el brujo, persona que generalmente se considera receptáculo de la fuerza
demoníaca, de donde obtiene sus facultades extraordinarias, debe invocar a
miembros del santoral cristiano para alcanzar sus objetivos mágicos.

Dentro de estas prácticas, indistintamente se puede recurrir tanto a la


magia negra, dominada por el maligno, como a los rezos o símbolos religiosos.
Incluso puede suceder que dentro de una misma operación mágica se recurra
en forma simultánea a ambas influencias. Caso significativo de esta simulta-
neidad es el hecho de que San Cipriano presida las operaciones del brujo.

Por supuesto que esto no es un fenómeno propio del pensamiento mágico


de Cajamarca, sino que simplemente destacamos la ligazón que
indisolublemente se ha mantenido en el folclor mágico de Cajamarca, desde la
lejana fecha de su nacimiento, acaecido en la conquista hispánica. Tales
manifestaciones, fuertemente amalgamadas por el proceso de aculturación,
han mantenido desde entonces incontaminadas sus técnicas modales.

Estas mismas prácticas mágicas nos revelan que la actividad dominante


de nuestro folclor no es precisamente la brujería, como simple manifestación
del poder de la voluntad del maestro, sino la magia operativa o hechicería, ya
que siempre es necesario actuar sobre alguna cosa, ya en forma directa,
como en el caso del muñeco, del huayanche, etc., o ya simbólicamente, como
en el caso de las velaciones o de los rezos, para poder conseguir el fin
deseado.

El poder para alcanzar el objetivo no necesariamente radica en el maná


del oficiante, pues puede depender exclusivamente del medio utilizado En todo
caso, es la fe la que ayuda a conseguir el fin buscado. Pero hay siempre un
mandato, una imposición de voluntad humana, expresada objetiva y
simbólicamente, sobre las fuerzas sobrenaturales que presiden el acaecimiento
mundano

Lo dicho anteriormente no hace sino confirmar la circunstancia de que las


bases estructurales de la magia son idénticas en todas las sociedades, y que el
aspecto diferencial se da únicamente en la objetivación del fenómeno; de
donde se sigue que una misma actitud mágica puede hallarse expresada
diferentemente en las distintas sociedades

Dentro de las prácticas mágicas, ocupan lugar destacado aquellas


encaminadas a obtener resultados amatorios o sexuales. Es decir, aquellas
que se efectúan para conseguir los favores sentimentales del ser querido o
deseado, predominando las efectuadas por las mujeres para obtener la
incondicionalidad de su hombre, lo que revela, en el fondo, la vigencia de la
poligamia entre el sector campesino de Cajamarca o en sus capas denomi-
nadas populares.

Este aspecto se evidencia en el hecho de que cuando el hombre acude a


la magia simplemente lo hace para gozar concupiscentemente de las mujeres,
mientras que cuando estas la realizan es para asegurar u obtener la
incondicionalidad del marido o, a lo sumo, para atontar o azonzar a este, de
modo que pueda vivir con otro hombre exclusivamente. Es muy raro el caso de
que lo haga para convivir con varios hombres.

También se puede colegir la marcada vigencia informal de la poligamia


por la actitud mental referida a las relaciones del hombre con la mujer. Se
acepta, en forma general, que el hombre solamente se puede resignar a tener
una sola mujer y a quererla y respetarla por haber sido hechizado, porque la
mujer le ha dado la cochinada, el brebaje, o porque lo ha fumado o realizado
cualquier otra práctica. De este criterio se desprende que el hombre fiel a una
mujer goza de un estatus disminuido respecto de aquel que tiene varias
mujeres, y que por ello será admirado por los varones y deseado por las mu-
jeres, que se disputan sus favores. Esto determina una elevación social de la
mujer que finalmente obtenga la conquista.

Esta es también la razón por la cual se tenga que convenir que un hombre
de éxito en su vida amorosa lo sea por estar investido de una facultad
extraordinaria proporcionada por amuletos, huayanches, etc. En el caso de la
mujer que llega a dominar o mantener fiel a su marido, se supone, asimismo,
que ha obtenido este resultado por medio de procedimientos ocultos, ex-
traordinarios y nunca naturales.

El uso de estos recursos no acarrea denigración social, sino que, al


contrario, despierta admiración e incluso respeto y estimación entre las
personas de su mismo sexo, que anhelan alcanzar idéntico éxito y buscan su
consejo.

Estas actitudes nos revelan que al no ser estas prácticas utilizadas por to-
dos, late un temor, una actitud de rechazo, a causa del hecho de considerar
que siempre las personas que por una u otra razón acuden a estas prácticas a
la larga se convierten en súbditos del diablo, el mismo que se posesionará de
su alma una vez acaecida su muerte. De alguna forma surge un pacto o ligazón
con el espíritu demoníaco, aun en el caso de que se haya acudido a santos, a
rezos, ofrendas, velaciones, etc., puesto que para la mentalidad folclórica
mágica, lo extraordinario, lo sobrenatural están siempre dominados por el
maligno.

FILTROS Y PRÁCTICAS DE AMOR

1. El plato changado (informante: Rafael Tafur M.)

Se prepara el potaje que se conoce que más le gusta al hombre cuyos


favores amorosos se quiere conquistar o cuya fidelidad se quiere asegurar.
Luego se le coloca en un plato que se deja sobre el piso.

La mujer, que no lleva prenda íntima, pasa cruzando las piernas por tres
veces consecutivas sobre el plato. Verificado este procedimiento, se recoge el
plato y cariñosamente se le ofrece al hombre, quien por supuesto no ha visto la
preparación ni la operación hecha sobre la comida que se le sirve.

2. La manzana dormida (informante: Rafael Tafur M.)

La mujer debe conseguir una manzana grande y un poco verdona para


madurarla de la siguiente manera:

La primera noche se le debe hacer dormir entre las piernas y en contacto


directo con los órganos genitales, al día siguiente se le hace dormir
colocándola debajo de una axila, y la subsiguiente noche en la otra axila. Luego
se repite el ciclo hasta completar ocho días, luego de los cuales la mujer
ofrecerá cariñosamente la manzana al hombre, procurando que la coma
íntegramente.

Esta operación se repite por tres veces consecutivas, al cabo de lo cual se


habrá conseguido definitivamente y para siempre el amor del hombre deseado.

3. El jugo con agua de lavanda (informante: Cruz Carrasco)

La mujer debe hacerse un lavado vaginal y en el agua utilizada preparará


cualquier jugo de fruta, que ha de darse de tomar al hombre cuya sumisión se
persigue.

4. Las gaseosas íntimas (informante: Rafael Tafur M.)

Cuando la mujer se encuentra enferma del período, tomará tres pequeños


coágulos sanguíneos y luego los licuará en cualquier bebida gaseosa, de
preferencia de color oscuro, como la Coca Cola. Esta solución es la que luego
dará de beber al hombre elegido.

5. Los pelos del asno (informante: Rafael Tafur)

Este procedimiento se inicia recogiendo unas cuantas gotas de semen,


después de que la mujer ha practicado el acto sexual con el hombre cuya
incondicionalidad amorosa persigue. Luego, esta sustancia se la mezcla con la
sopa o bebida gaseosa que se dará de tomar a dicho hombre.

Conseguido este objetivo, se cortan doce pelos de la cabeza de un asno


"entero", que se colocarán en el saco del hombre, procurando que este no se
dé cuenta (se recomienda el bolsillo del pecho). Transcurridos siete días de
esta operación, el hombre comenzará a dar clara muestra de sumisión y
fidelidad absoluta a la mujer.

6. El azote del calzón (informante: Rafael Tafur M.)

La mujer que constantemente es ultrajada sin motivo alguno por su marido


puede evitar esta situación de la siguiente manera:

Fingiendo jugar con el marido, procurará azotarle con cualquier prenda


íntima, de preferencia el calzón, pero puede ser el sostén o la combinación, y
luego le arrojará a la cara dicha prenda.

Con esta práctica, se conseguirá que el marido cambie su manera de


comportarse en forma radical, y así, de pegador y malgeniado, se convertirá en
amoroso y sumiso.

7. La fumada (informante: Emma Reyes)

Esta operación tiene por objeto que la enamorada pueda conocer si su


enamorado la engaña con otra mujer o si, al contrario, permanece fiel a sus
amores.

Para esto, la mujer fuma un cigarro, la mitad en nombre del enamorado y


la otra mitad en nombre de ella misma. Cuando ya el cigarro esté pequeño,
mirará con detenimiento los filos del pucho. Si observa dos cenicitas, es prueba
de que la está engañando, pero si sólo ve una cenicita, es demostración de que
le es fiel y en su vida sólo cuenta ella.

8. El anillo de pelos (informante: Rafael Tafur M.)

Esta práctica la realizan los hombres, con el objeto de conseguir el amor


de una dama; y consiste en lo siguiente: se tratará de conseguir un cabello de
la mujer deseada, y piezándolo con uno propio se formará una especie de
brazalete que se lo colocará en la muñeca del antebrazo izquierdo. Con este
brazalete puesto, se dará la mano a la indicada dama por repetidas
oportunidades, al cabo de las cuales se podrá observar que la mujer comienza
a rendirse ante las pretensiones del hombre.

9. El corazón de la putilla (informante: Manuel Salazar)

Se toma un corazón disecado de putilla macho y se le soba hasta


convertirlo en polvo que se guarda en una bolsita de tela, la misma que se deja
en la casa de la persona amada, procurando que no la encuentren.

En una variante, este filtro se puede dar de tomar en polvo, mezclándolo


con cualquier bebida, ya sea caldo, chicha, etc. Este segundo procedimiento es
más efectivo y de resultados inmediatos.

10. El rabo de zorro (informante: Concepción González)

Se consigue un rabo de zorro, siendo preferible que el zorro haya sido


cazado por uno mismo; luego se obtiene un poco de pelos de la mujer amada y
todo se lo lleva al brujo para que prepare el huayanche.

Durante la ceremonia de encantamiento, el interesado debe llamar por su


nombre y por repetidas veces a la mujer cuyos favores se pretende conseguir.
Tres días después de haberse practicado esta operación, deberá concurrir
a la casa de la amada, la misma que lo esperará llorando para brindarle
incondicionalmente su amor.

En una variante de este huayanche, simplemente se busca que el brujo


acomode el rabo de zorro, para que se lo utilice de talismán en forma general y
para cualquier mujer. En este caso, el rabo así preparado se lo lleva en el
bolsillo, y tan luego se quiera conquistar a una mujer únicamente se habrá de
dar vueltas al huayanche.

11. Las alas de la alcantarilla (informante: R. Ravines)

- Se toma el ala de una mosca alcantárida y se la divide en cuatro partes.


Una parte se la mezcla con la sopa o cualquier otra bebida, que se le da al ser
cuyos amores se desean conquistar. No es recomendable darle una cantidad
mayor, ya que puede alocarse la persona que ingiere el brebaje.

12. La vestida del burro (informante: Artemio Paredes)

Cuando se quiere azonzar al marido, para que ya no corteje o conviva con


otras mujeres, la mujer puede acudir a la siguiente práctica: tomando una de
sus prendas íntimas, principalmente el calzón, la interesada la lleva al brujo
para que la acomode, y luego, en una noche de luna, viste con ella a un asno
"entero”. Esta operación es suficiente para obtener el resultado deseado.

13. La rebanada de carne (informante: Manuel Carrasco)

Para conseguir la más completa e incondicional fidelidad del marido, la


mujer debe colocar una rebanada de carne de res en la planta del zapato que
está usando, y después de tenerlo en este sitio uno o dos días, hará un bistec
que luego servirá al marido con todo cariño.

14. Los polvos azules (informante: Germán Salcedo)

Se puede dar de tomar los polvos azules mezclados con cualquier bebida,
a la persona cuyos amores se quieren conquistar. Estos polvos son preparados
por el brujo utilizando diversas plantas. Es más efectivo el brebaje cuanto
mayor empeño haya puesto el maestro.

15. La pasada sin calzón (informante: D. Romero)

Para conseguir el amor incondicional del hombre, la mujer interesada


debe despojarse del calzón y luego pasará tres veces consecutivas por encima
del hombre, aprovechando que esté dormido.

16. La cabecera caliente (informante: D. Romero)

Se puede obtener el amor del ser deseado, colocando la interesada sus


prendas íntimas aún calientes en la cabeza de la cama del hombre elegido.

17. La vela encendida (informante: D. Romero)

Si una mujer ya de edad quiere conseguir marido o amante, debe colocar


una vela encendida a San Antonio, rezándole un Padrenuestro.

18. La velación (informante: D. Romero)

Para obtener la felicidad permanente del marido o del amante, la mujer


interesada preparará previamente una cajita en forma de altar, en el centro del
cual colocará una estampita de Santa Rita. Al lado izquierdo e inferior colocará,
envuelto en una bolsita de celofán, el retrato del hombre elegido. En la parte
inferior derecha pondrá una bolsita con un poco de tierra que haya pisado el
amado; y en la parte inferior de esta bolsita, dos huaylulos haciendo cadena
con una medallita de la misma imagen.

Delante de esta especie de altar se pondrá una vela encendida y se velará


todos los viernes, por las noches o en las tardes. Esta práctica se repite hasta
conseguir el objeto deseado.

19. El método del sapo

Cuando un hombre quiere asegurar la fidelidad incondicional de una


mujer, debe practicar el siguiente procedimiento, cuyos resultados siempre han
sido positivos: se dirige al campo, en donde ha de coger personalmente un
sapo de color verde, después comprará cinco metros de cinta de color negro o
rojo y, encerrándose solo en un cuarto, en donde deberá haber instalado una
mesa de cinco patas, sobre la que se coloca un espejo y una calavera, y
esperando la noche de un viernes, iniciará el procedimiento.

Sentándose cómodamente ante la mesa, irá atando el sapo con la cinta,


primero las manos, luego las patas y continuará por todo el cuerpo, diciendo al
mismo tiempo la siguiente oración: "Te ato de pies y manos para que de esta
manera no sigas a otro hombre que no sea yo, y me seguirás y te apartarás
cuando yo te ordene, y seguirás siendo la personal fiel a mis desdenes". Una
vez que ha concluido esta oración, coloca al sapo dentro de una olla de leche
que estará bien tapada, y luego cubre la olla con hojas de parra.

A las doce de la noche del día siguiente, se regresa al lugar en donde se


dejó enterrada la olla y se vuelve a rezar la misma oración; luego se
desentierra la olla y se la lleva a un río, donde se la arroja. De inmediato se
regresa, teniendo especial cuidado de no volver la cabeza, pues, de hacerlo,
corre el inminente peligro de quedar muerto instantáneamente. A continuación,
la persona interesada se dirigirá a una chacra o jardín y sembrará una plantita
de maíz que regará con agua bendita. Después de quince días regresa y
observará si la planta ha crecido o no; en caso positivo, el sortilegio producirá
los efectos requeridos; en caso contrario, deberá realizar nuevamente la misma
operación descrita anteriormente.

El DEMONISMO

La figura universal del diablo ocupa lugar primerísimo en el folclor mágico


de Cajamarca, a tal punto que estamos en condiciones de afirmar que su
influencia desplaza a la de Dios, puesto que su poder de acción y de
intervención en la vida, el destino y los acontecimientos humanos e incluso
cósmicos es omnímodo y soberano. Se recurre al poder divino de Dios o de su
corte celestial como posible medio, no siempre seguro, de evitar el
desencadenamiento de las fuerzas malignas.

Las fuerzas sobrenaturales se polarizan, en principio, en buenos y malos.


Los primeros son jefaturados por Dios, y los segundos, por el diablo. Los
hombres quedan reducidos a meras piezas en la lucha mágica que sostienen
ambas fuerzas para hacer primar su poder.

En el fondo, los seres humanos son el objeto de esa lucha constante y


permanente, y los demás seres de la naturaleza, instrumentos de esa lucha por
la posesión humana. Cabe remarcar que en el uso de este instrumental es
mayor la pericia del maligno, pues es más variado y múltiple el uso que de ellos
hace en su afán de ganar para su reino al ser humano, considerado
indiscutiblemente como de origen divino, pero luego tentado por el demonio
para su perdición.
Dios hizo todas las cosas buenas, y entre ellas hizo al hombre para que lo
adorase y respetase, pero dejó a su elección acatar o no ese deber originario,
convirtiéndolo en protagonista de un mundo también gobernado por las fuerzas
demoníacas.

Y en este escenario mundano, la especie humana, libre para actuar y


elegir, se encontró de pronto tentada por el maligno, que le ofrecía bienes y
placeres que proporcionan poder, fama y alegría, pero que al mismo tiempo
corrompen y pierden el alma, negándole su salvación eterna.

Precisamente por lo cautivante, por lo fascinante de la vida ofrecida en


este mundo por el diablo, es que la humanidad olvidó muy pronto a su Hacedor
y adoró al enemigo; se entregó a la lujuria, a los excesos de la carne y de la
concupiscencia y abrazó toda forma de acción bastarda y pecaminosa.

Perdido en el torbellino, en el vórtice de la vida mundana, olvidó su


obligación de consagrarse a Dios, de cumplir sus preceptos, de utilizar este
tránsito terrenal como simple medio de perfeccionar su alma para la vida
perdurable junto a Dios.

Ese desvarío alienante forzó al autor del hombre a castigarlo, y mandó el


diluvio para eliminar a los que contra Él pecaron, salvando sólo a los que en
medio del total incendio concupiscente guardaron la virtud como llama votiva
ofrendada a Dios.

Mas si el diluvio fue el triunfo punitivo del bien, esta victoria sólo fue
transitoria y en el fondo inútil, porque muy pronto el diablo, por medio de sus
malas artes y su extraordinario poder, volvió a tentar a los descendientes del
elegido.

Nuevamente el mundo se convirtió en el escenario de las luchas entre el


bien y el mal, lucha en que el hombre actúa movido por fuerzas sobrenaturales,
con un destino preescrito de antemano y frente al cual de nada le valdrán sus
acciones personales, puesto que ya todo está escrito.

El demonismo en la subcultura folk de Cajamarca está fuertemente


influido por la concepción demonológica del cristianismo, recibiendo el demonio
denominaciones como shapi, enemigo, maldito, etc.

Su aparición ante las personas puede ser bajo la forma de un hombre


adulto, blanco, más alto que bajo, bien dispuesto y barbón, vestido
generalmente como hacendado. Es la clásica figura de los compactos.
También se presenta como una criatura que a medida que permanece en
contacto con el hombre va adquiriendo el rabo, los cachos y los colmillos de la
clásica concepción cristiana.

Igualmente, puede objetivarse como una criatura de 6 a 8 años de edad,


muy blanco o sonrosado, más gordo que flaco, de cabellos rubios y algunas
veces pecoso, que vive en los molinos de agua, en los hornos de hacer pan, en
los puquios y en los árboles de savia lechosa, como la higuera, el lúcumo o el
molle.

El duende nuestro es más o menos el gnomo de los cabalistas judíos, con


la diferencia de que no es un geniecillo deforme sino, al contrario, una criatura
bien formada y traviesa que asusta pero que no tienta con el poder y la
riqueza, como lo hace en sus otras formas de materialización.

Pero hay que precisar que el duende de los puquios puede seducir a las
mujeres para convivir con ellas, robándoles la voluntad, y en algunos casos
hasta puede conducirlas a vivir en su ergástula. Además, en general, el duende
puede robar el ánima a las criaturas, que si no son curadas a tiempo morirán
posesos.

Los hijos que el duende pudiera procrear nacerán siempre monstruosos,


con rabo o patas de animal. Además, tan luego nacen se escapan, pudiendo
regresar por las noches a mamar del seno materno, hasta provocar la muerte
de la madre.

Por eso podemos afirmar que si bien el duende del folclor cajamarquino
tiene similitud con el duende de la mitología grecorromana, no son, como estos,
simples genios traviesos de la naturaleza, sino que en algunas de sus variantes
pueden perder al hombre.

El diablo también puede presentarse en forma de súcubo, recibiendo en


este caso el nombre de la duende. Es esta una mujer muy blanca, de largos y
rubios cabellos, que en medio de la bruma aparece a orillas de los ríos, de los
puquios o de las pachas1, con la sola intención de tentar a los hombres que,
seducidos por su extraña belleza, llegan a convivir con ella, proporcionándoles
poder y riqueza en este mundo, aunque luego se adueñará de sus almas para
transportarlas al averno.

Lo común es que se la encuentre en la madrugada o por las tardes,


siempre en medio de brumas, pero también puede aparecer por las noches. Es
frecuente verla peinando su larga, blonda y sedosa cabellera, completamente
desnuda, a orillas de un río. En algunas ocasiones puede valerse de su dulce
cántico para atraer a los hombres.

Pero además de estas apariciones del diablo en forma humana, puede


presentarse encarnado bajo la figura de cualquier animal de color negro.
Principalmente bajo la forma de perro, gato, macho cabrío o chancho. Estas
apariciones suceden permanentemente en un determinado lugar.

En el caso de transformismo no es evidente la intención del diablo por


tentar al hombre, y más bien aparece como una presencia reguladora del
comportamiento social, puesto que la aparición demoníaca zoomorfizada
siempre se produce en horas malas, en las que la persona debe estar ya
recogida en su hogar y no transitando las calles y los campos, en busca de
aventuras o entregada a diversiones no bien miradas, como al juego, los
amores clandestinos, la bebida, etc.

El compacto

La búsqueda de poder, de fama y de riqueza ha sido siempre, y en todos


los tiempos, preocupación permanente del hombre. Los medios o canales a
través de los cuales pretende alcanzarlos pueden variar, pero la aspiración es
siempre la misma. Se puede confiar para ello en la propia capacidad, en la
iniciativa o en el empeño personales, pero también se intenta alcanzar la
misma meta social mediante una alianza con el diablo, ya que con Dios no es
posible hacerlo. Por su origen y su destino, el hombre no debe buscar riquezas,
ni vanaglorias ni oropeles de este mundo, sino salvar su alma para la vida
eterna a través de la pobreza, la humildad y la resignación.

Sólo queda entonces el diablo, quien, ansioso de ganar almas para su


reino, súbditos que lo obedezcan y mantengan su poder y prestigio en la lucha
que sostiene contra la divinidad, puede celebrar un convenio o pacto con los
hombres que a toda costa desean enriquecerse.
Por el compacto, el diablo otorga al hombre toda clase de riquezas,
mientras viva en este mundo, y este por su parte, se compromete a entregar, a
favor del primero, su cuerpo y alma.

En la literatura y el folclor universales existen testimonios maravillosos de


estos pactos o convenios celebrados por el hombre. En tal sentido, quizás las
creaciones literarias de Marlowe, Goethe y Tirso de Molina sean las más
expresivas de esta modalidad del pensamiento humano, común a todas las
sociedades, aun cuando puedan diferir en cuanto a la naturaleza de los dones
que se espera recibir del demonio, los mismos que pueden consistir en poder
para la práctica de la brujería, cualidades extraordinarias y maravillosas o
simplemente riquezas.

Modos de compactarse

Hemos recogido dos modalidades para concertar este convenio diabólico:

1. Para compactarse con el diablo hay que ir a la cueva en donde mora.


Una vez en el sitio se dice: "Ábrete culantro; ciérrate perejil". A esta invocación
acude el diablo bajo la forma de hombre o mujer, según el sexo del que hace el
llamado. Tan luego se hace presente el enemigo, debe dársele una ofrenda,
generalmente un cordero, y manifestarle la intención de concertar una alianza;
si el diablo acepta el pedido, este le dará un objeto de oro, que es el testimonio
de que se ha consumado el compacto

2. El interesado acude por la noche al cerro que sirve de morada habitual


al demonio. Llegado al sitio, y sobre una laja que debe estar junto a una cueva,
sacándose sangre del dedo anular de la mano derecha, escribe su nombre.

A la noche del día siguiente acude al mismo sitio, y si el enemigo acepta


el compacto o alianza, se presentará ante el interesado bajo la forma de un
caballero de cutis muy blanco, de talla superior a la regular, con botas y
pantalón de montar. En caso de no convenir con la alianza solicitada, no se ha-
rá presente

Si se realiza el compacto, el sujeto deberá acudir todas las noches de los


días viernes a recibir dinero, joyas y otras cosas de valor. En algunas
ocasiones, el hombre compactado queda además obligado a convivir con el
diablo o la diabla, según el sexo del interesado.
En nuestro folclor, la dependencia del hombre respecto al diablo no sólo
se puede conseguir mediante el compacto, sino por observar conducta inmoral,
deshonesta, contraria a los patrones culturales del grupo social, como por
ejemplo convivir con la comadre, convivir con el cura, etc.

NARRACIONES

1. El robo del cadáver (relato de Artemio Paredes)

Refiere don Artemio que en el sitio denominado Yanatotora, comprensión


del distrito de la Encañada, se encuentran ubicados el cerro La Torre, nombre
que recibe por existir en su cumbre restos de una antigua ciudad preínca en
forma de torres, y el cerro Huangayo o Cerro del Diablo.

En las noches de Luna llena, estos cerros, situados frente a frente,


conversan entre sí llamándose por sus nombres. Precisamente en una de esas
noches, en que nuestro informante recorría el camino hacia su casa, de retorno
de la ciudad de Cajamarca, oyó que los cerros se llamaban, y luego percibió un
ruido como de voces y pies que se arrastran. Intrigado, se acercó hasta el sitio
de donde provenía la bulla, y con sorpresa vio unas gentes, todas ellas
vestidas de negro, conducían un cadáver que introdujeron a la cueva del cerro
Huangayo.

Al día siguiente contó lo que había visto la noche anterior y le explicaron


que siempre que muere una persona mala o poseída por el diablo, tales gentes
sustraen el cadáver y lo llevan al Huangayo, en cuyas entrañas moran.

2. El amante de su comadre (relato de Artemio Paredes)

En el lugar denominado la Huaraclla vivía un señor que gozaba del


aprecio y estimación de sus vecinos, por su natural bondad y la forma
esplendorosa como "pasaba" la fiesta de San Antonio, cuando le correspondía
ser mayordomo.

Estas cualidades, entre otras, motivaron que una vecina buenamoza y


muy bien conformada lo designara para que llevara a la pila (bautizara) a uno
de sus hijos. Efectivamente, la ceremonia se celebró con gran pompa y
regocijo, y los compadres arreglaron su conducta a las normas establecidas por
la sociedad respecto al compadrazgo.

En uno de esos días, en que el compadre fue a visitar al ahijado, encontró


que en la casa sólo se había quedado la comadre, pues los demás familiares
de hallaban en el hogar de sus suegros. Aprovechando de esta circunstancia, y
obedeciendo a fuerzas superiores e irresistibles, comenzó a requerir de amores
a la comadre, la misma que venciendo su original resistencia accedió a convivir
con su compadre. Estas relaciones las mantuvieron hasta la muerte de este.

Cuando en la noche del velorio los vecinos se reunieron en la casa


mortuoria, a eso de las doce de la noche, aproximadamente, un hombre todo
vestido de negro, y sin que se sepa cómo, entró hasta la habitación en el que
se encontraba el muerto y rápidamente, sin permitir la reacción de los
circunstantes, cargó con el cadáver y se perdió en la noche, dejando tras de sí
un fuerte olor a azufre, por lo que los vecinos comprendieron que el diablo se
había apoderado del muerto para conducirlo a los infiernos.

3. El hombre vestido de negro (relato de Medardo Vergara)

En la casa colonial que existía en la intercsección de la calle Guadalupe


con la de Silva Santisteban, domiciliaba una familia española de alta alcurnia,
constituida por los padres, ambos muy estimados y dueños de haciendas, y
tres hijas ya señoritas, a cual más bellas y todavía solteras.

Una noche, cuando se celebraba con gran esplendor el cumpleaños de


una de ellas, probablemente la más bonita, a eso de las once de la noche,
cuando la fiesta estaba todavía muy animada, de súbito se abrió con gran
estrépito la puerta de la calle para dar paso a un caballero elegantemente
vestido de negro, de tez sonrosada, de abundante barba media rojiza, alto y de
gentil porte.

El caballero, a quien nadie conocía, y sin que se pudiera explicar su


presencia, fumando un gran cigarro que desprendía chispas y un olor sulfuroso,
ingresó a la sala en donde se desarrollaba el baile y pidió a los concurrentes
que abandonaran la habitación. Los dueños de casa y algunos invitados,
sobrecogidos de espanto, trataron de salir del salón, mientras otros se arro-
dillaban para rezar. De este alboroto y pánico aprovechó el caballero de negro
para raptar a la dueña del santo y desaparecer tan misteriosamente como
había llegado.
Así, en esta forma tan desusada, concluyó la fiesta. Los amigos de la casa
regresaron al día siguiente con el objeto de averiguar cómo habían sucedido
las cosas, pero con gran sorpresa comprobaron que la mansión había sido
abandonada sin que nadie diera razón a dónde se habían dirigido sus dueños,
de quienes no se supo nunca más nada. Este extraordinario suceso dio pie
para que al jirón en que se hallaba ubicada la casa se le conociera con el
nombre de “La calle del bolsillo del diablo".

4. Los caballeros de verde (relato de Concepción González)

Varios vecinos se habían reunido en la casa de Asunción Bustamante


para velar su cadáver. Ya sería la una de la mañana, cuando la mayoría de
acompañantes, que se hallaban adormilados por las continuas libaciones,
escucharon como el tropel de caballos. Mas el informante, creyendo que se
trataba de vecinos o parientes que llegaban al velorio, no dio importancia al
bullicio. Pero de pronto vio que seis jinetes, vestidos de verde y blanco,
montados en briosos caballos, penetraron a la casa para rápidamente
apoderarse del cadáver y, dejando sólo la mortaja, llevárselo, sin poder
precisar qué camino siguieron ni por dónde se fueron, pues misteriosamente
desaparecieron dejando un fuerte olor a azufre.

En vista de lo sucedido, los parientes del difunto se vieron precisados a


llenar el ataúd de piedras y pencas, para que los acompañantes no se dieran
cuenta de que el cadáver de Asunción había sido sustraído por el diablo.

5. El diablo cobra su prenda (relato de Mario Morales)

Hace mucho tiempo, vivía en Cajamarca una famosa agiotista, que sin
compasión de ninguna clase extorsionaba a sus clientes. Pero además se
decía que la indicada mujer estaba compactada con el diablo, puesto que su
fortuna se la suponía inmensa, por las joyas y trajes suntuosos que
continuamente ella y sus hijas se ponían.

A la muerte de la prestamista, muy pocas personas acompañaban al


cadáver en su velación. De pronto, los reunidos durante la noche del velorio, y
sin que pudieran explicarse cómo, ya que no había hecho ruido alguno, se
presentó un caballero elegantemente vestido de negro, alto, blanco, con barba
poblada y cabellos negros y ondulados, quien con voz potente manifestó a los
parientes de la difunta que venía a cobrarse los derechos adquiridos sobre el
cadáver.

Los allí reunidos quedaron sin habla, sin atinar a tomar ninguna iniciativa,
mientras veían horrorizados que por la puerta entraban seis hombres alados y
con enormes cuernos, los que se apoderaron del cadáver y desaparecieron con
el caballero de negro, dejando un fuerte y penetrante olor a azufre que duró
muchos días.

Para el entierro, los familiares rellenaron el ataúd con trapos y piedras, a


fin de que los asistentes no se dieran cuenta de la desaparición del cadáver.

Maneras de compactarse

Cuando una persona desea compactarse para que el diablo la llene de


riquezas y bienes materiales a cambio de su alma, que luego de su muerte irá
a condenarse en los infiernos, debe manifestar su voluntad en forma expresa y
ante las cuevas de los cerros malos, por donde sale el enemigo para cometer
sus fechorías en este mundo. Por supuesto que sólo pueden compactarse los
hombres que tienen el espíritu muy fuerte, de allí que sea muy raro que las
mujeres puedan convenir directamente con el enemigo, y sólo lo consiguen
indirectamente a través de sus malas obras.

El interesado en celebrar el pacto debe llevar al cerro aconsejado un cuy


negro, un poco de tierra del cementerio, coca, cal, aguardiente y una manta
negra. Una vez en la cueva, dentro del lapso que rige la mala hora de los días
martes, se tiende la manta en el suelo y sobre ella se irán depositando los
objetos portados; a continuación se ofrenda el cuy al diablo y se lo desposta.
Luego, sobre el cuerpo aún sangrante del animal se espolvorea la tierra del
cementerio. Se deposita entonces el cuerpo sacrificado sobre la manta y se
comienza a armar el bolo, ingiriendo, de cuando en cuando, el aguardiente,
para tener valor, invocando con toda unción al señor de los infiernos,
ofreciéndole entregar el alma a cambio de las riquezas demandadas.

Este ritual dura hasta el momento en que aparece por la cueva el demonio
en forma de un caballero vestido de hacendado, listo para suscribir el convenio,
el mismo que debe firmarse con la sangre del interesado. Concluido el contrato,
el hombre regresa a su casa, y el próximo viernes debe ir a la cueva llevando
una alforja o costal para recoger el oro que le envía el enemigo.
Si lo viera por conveniente, y para asegurar al máximo el resultado
requerido, el interesado puede concurrir al cerro en compañía de un brujo
malero. En este caso, es el maestro quien llama al diablo –que aparece
haciendo temblar al cerro– y le hace presente las pretensiones del hombre. Si
el diablo acepta, hace firmar al interesado el pacto con sangre.

6. El compactado de Santa Rosa (informante: Germán Salcedo A.)

En el distrito de Ninabamba, ya hace muchos años, vivía un señor de


humilde condición económica, dedicado a cultivar las pocas tierras que poseía
y a criar unos cuantos animales. Pero este señor, de la noche a la mañana
comenzó a adquirir propiedades, haciendas, casas en el pueblo y en
Cajamarca, y también decían que en Chota y en la Costa. Además, llegó a
tener muchas cabezas de ganado y disfrutaba de gran cantidad de dinero.

Este súbito enriquecimiento hizo comprender a los comarcanos que el


indicado señor se había compactado con el diablo, para lo cual había acudido a
la peña que queda en el lugar denominado la Montaña de Santa Rosa.

7. El viento diabólico (informante: Germán Salcedo A.)

En el distrito de Ninabamba, hace ya muchos años, vivía una señora que


de la noche a la mañana salió de su humilde condición para convertirse en una
persona acaudalada, lo que motivó que los vecinos afirmaran que se había
compactado con el diablo.

Cuando esta señora murió, botando espuma por la boca, sus familiares la
amortajaron y la pusieron a velar en la sala de la casa. A eso de la
medianoche, los circunstantes que estaban acompañando en el velorio oyeron
el ruido de un fuerte viento y el tropel de varios caballos que se acercaban a la
casa en donde se estaban velando los despojos mortales.

Los allí presentes, conocedores de la triste fama que en vida había


gozado la difunta, procedieron a cerrar y trancar la puerta, mas el ímpetu del
viento la volvió a abrir. Así, en medio de gran zozobra, pasaron la primera
noche.

La noche siguiente, víspera del entierro, los acontecimientos ya descritos


se volvieron a repetir, pero en esta última oportunidad el viento era mucho más
intenso y mayor el ruido de la cabalgata, hasta que llegó un momento en que
las puertas se abrieron con espantoso estrépito. Muchos corrieron al interior de
la casa o se refugiaron en los cuartos, y no faltó quien se desmayara. Cuando
las personas recobraron la calma y fueron a ver al féretro, lo encontraron vacío,
pues el diablo había cargado su presa con cuerpo y alma.

Al día siguiente, para el entierro, los deudos se vieron precisados a poner


piedras dentro del ataúd, con el fin de que los acompañantes que no se habían
encontrado presentes cuando el demonio cobró su deuda, pensaran que iban
efectivamente a enterrar el cadáver.

8. El duende de Chontapaccha

a. Relato de Roberto Becerra Alegría

Hasta ahora cuenta una mujer, ya anciana, lo que le sucedió cuando


lavaba ropa en las aguas provenientes del puquio que existe en Chontapaccha.
Dice esta señora que hace muchos años, cuando era todavía joven, se ganaba
la vida lavando la ropa de varias familias de Cajamarca.

Con el objeto de ganar sitio y tiempo, esta señora se dirigía siempre al


puquio que queda en la bajada de Chontapaccha, como a las cuatro de la
mañana, alumbrándose con su linterna de querosene. Pero una vez,
equivocándose de hora, se fue más temprano. Serían más o menos las dos de
la mañana cuando llegó al puquio y bajó su "quipe"1. Ya había comenzado a
remojar la ropa cuando, con gran sorpresa, vio que un bulto salía del puquio, el
mismo que tumbándola practicó con ella el acto sexual, no obstante los gritos
que daba y la resistencia que opuso. Desde entonces, por las noches, el mismo
bulto entraba a su casa y subiéndose a la tarima en donde dormía volvía a
practicar el acto sexual, sin que ella ni su marido pudieran oponerse.

Como resultado de estas relaciones, a los nueve meses dio a luz un


muchacho deforme, con la cabeza parecida al del chancho, el mismo que
felizmente al poco tiempo murió. Después del alumbramiento, volvió el bulto, y
el marido escuchaba en forma muy clara cuando la poseía sexualmente.
1
Atado que se lleva en la espalda.

De tales hechos dio cuenta a una su comadre, quien le aconsejó que


echara agua bendita a la casa y colocara en la cabecera de la cama una cruz
de acero, como que en efecto lo hizo, con lo que desapareció definitivamente el
duende del puquio.

b. Relato de Manuel Carrasco

Se trataba de una mujer muy hermosa que se dedicaba a lavar ropa de


sus clientes en el puquio de Chontapaccha, al que acudía de madrugada,
circunstancia que aprovechaba un muchacho muy blanco y rubio, que aparecía
misteriosamente para requerirla de amores, a lo que, después de muchas
insistencias, accedió. Una de esas madrugadas, el hombre la invitó a que se
bañaran en el puquio. Pero cuando ambos ingresaron al agua, la mujer
desapareció.

Sus familiares, preocupados por su prolongada ausencia, comenzaron a


buscarla afanosamente, preguntando por ella en diversos sitios. Cuando ya
habían perdido toda esperanza, una campesina les informó que la había visto
llorando de noche en la laguna de Chamis. Los parientes se constituyeron al
indicado lugar, y después de esperar por algunas noches, en una de ellas, de
Luna llena, escucharon el llanto. Entonces, se dirigieron al lugar de su
procedencia y encontraron a la desaparecida medio enajenada, sentada a la
orilla de la laguna, llorando muy tristemente.

Por la fuerza la condujeron a su domicilio, en donde la hicieron santiguar


por un curioso, después de lo cual recobró su lucidez y pudo contarles que el
duende la había conducido desde Chontapaccha hasta la laguna, a través de
un túnel que comunica ambos lugares. Al poco tiempo, la mujer cayó enferma,
y sin que nada pudieran hacer los brujos, finalmente murió.

9. El duende de Huambopuquio (relato de José Vergara)

En el paraje denominado La Tulpuna, existe un puquio junto al cual vivía una


familia compuesta por los padres y tres hijos, el último de los cuales era de
pocos meses de nacido. Un día de esos, la mujer mandó al marido, que era
muy haragán, a que desyerbara las papas que tenían sembradas en la chacra.
Efectivamente, agarrando la lampa, se dirigió al campo. A eso de las doce del
día, la mujer fue a ver al marido llevándole el almuerzo, pero se encontró que
este, lejos de trabajar, se había quedado dormido, por lo que, indignada, y
dejando a la criatura junto al manantial denominado de Huambopuquio, tomó la
lampa y comenzó al desyerbo.
Al poco rato, la criatura comenzó a llorar desesperadamente, pero la
madre, con la intención de terminar cuanto antes su trabajo, sin hacerle caso,
prosiguió su tarea Después de largo rato, la criatura dejó de llorar súbitamente.
La madre, intrigada, fue a ver al hijo, pero se dio con la sorpresa de que había
desaparecido, encontrando sólo los pañales. Entonces despertó al marido, y
ambos prosiguieron la búsqueda sin obtener ningún resultado, por lo que
desesperados regresaron a su domicilio.

Días después, fueron noticiados por unos vecinos de que los viernes en
noche de Luna llena habían visto que una criatura al borde del puquio se ponía
a llorar, pero que cuando se aproximaban para ver lo que le pasaba, se
sumergía en él. Con esta información, los padres esperaron el día propicio y en
compañía de varios vecinos se dirigieron al sitio indicado, portando sogas y
rosarios para romper el maleficio.

Llegados que fueron, constataron que efectivamente a la orilla del


manantial lloraba una criatura, en quien los padres reconocieron al hijo
desaparecido. Entonces sigilosamente se aproximaron a donde se hallaba el
niño y, luego de agarrarle, lo condujeron a su casa, amarrado con sogas para
evitar que se escapara. Mas a los pocos días, el niño murió, por más esfuerzos
que hicieron los padres, y pese a la intervención del mejor brujo que
contrataron para que le sacara el mal de espanto.

10. El duende de Caruacushma (relato de Asunción Ocas)

En el puquio que hay en Cachache (distrito de la provincia de


Cajabamba), en las noches de Luna, salía una mujer muy hermosa, blanca y
alta, a peinarse sus largos cabellos rubios, sentándose al borde del puquio.

La duende vestía con una cushma o larga camisa de color azul, por lo que
le pusieron el nombre de Caruacushma. Y no obstante su excepcional belleza,
los hombres tenían miedo contemplarla, e incluso pasar cerca del puquio,
porque sabían que era una duende que andaba en pos de las almas de los
hombres para llevarlas al infierno.

Después de permanecer por algún tiempo en las orillas del manantial,


sobrevenía una especie de neblina que poco a poco envolvía a la duende, y
cuando la bruma se disipaba, la mujer había desaparecido sin dejar ningún
rastro.
Se asegura que a muchos transeúntes que desprevenidamente pasaban
por el puquio o se quedaban a dormir borrachos cerca al lugar, la duende los
seducía con su belleza y convivía con ellos, lo que implicaba el compromiso
tácito de que al morir entregarían su alma al diablo.

11. Taita, mira mi diente

a. (Versión de Cruz Calua)

Un cura que tenía merecida fama de mezquino atravesaba, muy de


madrugada, el callejón de Urubamba con dirección a un caserío cercano para
celebrar misa de fiesta. Al aproximarse al río Racra, escuchó, consternado, el
llanto de una criatura, a quien supuso habían dejado abandonado sus padres.
Entonces apeándose de su cabalgadura constató que efectivamente un niño
envuelto en pañales yacía a la orilla del río.

Movido a compasión, recogió a la criatura y, tapándolo con su poncho,


prosiguió su camino; mas como el niño lloraba insistentemente, sacando un
plátano de su alforja se lo dio para que dejara de llorar, como en efecto
sucedió, mas como al poco rato volviera a romper en llanto, le proporcionó un
nuevo trozo de plátano, operación que repitió por varias veces, por lo que, ya
intrigado, destapó al niño y vio con espanto que le habían crecido dos enormes
colmillos y que sus ojos despedían chispas.

Con voz gruesa, el supuesto niño le dijo: "Taita, mira mi diente".


Sorprendido y temblando, el sacerdote arrojó con presteza al muchacho al río,
a donde cayó dando botes, despidiendo chispas y desprendiendo un fuerte olor
a azufre, por lo que el cura comprendió que había recogido al diablo.

b. Versión de Maximiliano Salazar

Don José Ramos, bohemio empedernido y gran trasnochador, regresaba


a su casa como a las once de la noche, después de haber estado todo el día
bebiendo en la casa de unos compadres, por la Cruz del Molle. Había tomado
la calle Romero, y cuando cruzaba el puente de la Recoleta, escuchó el
insistente llanto de una criatura. "Qué maldita mujer habrá botado a su cría",
pensó, y se acercó al lugar de donde salía el llanto, encontrando a una criatura
completamente desnuda.

Movido a compasión, recogió al muchacho y, envolviéndolo en su poncho,


continuó rumbo a su casa, que quedaba en Santa Apolonia. A medida que
avanzaba, sentía que el muchacho pesaba cada vez más, por lo que pensó:
"¡Qué pue, tanto habré tomado, que no puedo con este disparate!, y siguió ca-
minando.

Encontrándose ya en el sitio denominado Arcochaca (final de la calle


Romero), y no pudiendo con el peso, levantó el poncho, y con pavor se dio
cuenta de que la criatura se había transformado en un monstruo con dos
enormes cachos, grandes colmillos y ojos fosforescentes, que le dijo: "Taita,
mira mi diente”, enseñándole los enormes colmillos. Don José sólo atinó a
botar al muchacho, el mismo que emprendió la carrera por la falda del cerro,
arrojando chispas y dejando un fuerte olor a azufre.

Al día siguiente, los vecinos del lugar encontraron a José Ramos


desmayado y arrojando una baba verdosa, completamente inconsciente. Todos
supusieron que la muerte le sobrevino al poco tiempo, a causa de este
encuentro con el diablo.

12. El hombre que convivía con la duende (relato de Antonio


Rodríguez)

En el distrito de La Encañada vivía un señor dedicado al negocio de la


coca, motivo por el que viajaba continuamente de ese lugar a la provincia de
Celendín, pasando por Cajamarca. En uno de esos viajes se encontró con unos
amigos en una casa cerca a La Encañada, y se puso a libar con ellos varias
copas de aguardiente, después de lo cual, y ya entrada la noche, prosiguió su
camino, pero vencido por el sueño, decidió descansar un rato en el sitio
llamado El Chicche, junto al puquio que en ese lugar existe.

Efectivamente, asegurando su cabalgadura, se acostó en la pampa a


dormir. Ya serían las once de la noche, cuando se despertó y notó con gran
sorpresa que a su lado también se había acostado una mujer muy hermosa,
blanca y de cabellos rubios, la misma que, notando que se había "recordado" 1,
le insinuó que tuvieran relaciones sexuales.

Al principio se resistió, pero como la mujer insistía, practicaron el acto,


después del cual le recomendó que ya no tuviera relaciones maritales con su
esposa, que ella iba a proporcionarle la buena suerte para que prosperara en
su negocio y que sólo con ella conviviera, propuestas a las que el hombre, ya
enamorado, accedió.

Desde entonces procuró no cohabitar con su esposa, e incluso pasaba


muy largas temporadas en la casa que tenían en Pueblo Nuevo (barrio de
Cajamarca). Su señora se dio cuenta de que algo raro le estaba pasando,
puesto que no podía tratarse de asuntos del negocio, ya que la suerte les
favorecía enormemente, al punto que habían llegado a tener mucha plata.

Intrigada, la mujer, una de esas veces, envió al mayor de sus hijitos para
que viera lo que su padre hacía en Cajamarca. Efectivamente, el muchacho
llegó a la casa y sorprendió a su padre con una mujer gringa en la cama.

Con esta novedad regresó a donde su madre, a quien contó lo que había
visto. La señora decidió constituirse personalmente a la ciudad de Cajamarca, y
ella misma vio, desde una casa vecina, que por las noches ingresaba, después
de su marido, una mujer muy blanca y rubia, pero al día siguiente sólo salía de
la casa el marido y no la mujer. Un día decidió ingresar al domicilio para ver
qué se quedaba haciendo la mujer, mas con gran sorpresa no encontró a
nadie, y más bien percibió cierto olor a azufre, y que de la pared se habían
descolgado las estampitas.
1
Despertado.

Alarmada, contó del hecho a una comadre, la misma que le dijo que
probablemente su marido estaba ya compactado con la duende, aconsejándole
que tan luego viera que la mujer se metía a la casa ella también se presentara
portando un crucifijo de acero, del que no debía desprenderse en ningún
momento. En efecto, al día siguiente esperó el momento oportuno e ingresó a
la casa, sorprendiendo a su marido y al duende echados en la cama. Entonces
ella, mostrando el crucifijo, le dijo: "Si no ha de ser mío, no ha de ser de nadie",
y dio muerte al hombre, que no atinó a defenderse.

13. La silla de la duende (relato de Alberto Más)

En el sitio denominado Corisorgona, que queda en la parte alta de la


ciudad, hay un puquio de donde mana agua en abundancia. A la orilla de este
manantial hay una piedra grande y chata, en donde en las noches de luna sale
la duende a sentarse y peinar sus largos cabellos rubios.

Se asegura que esta duende, aprovechando de su extraordinaria belleza,


trata de tentar a los hombres y robarles el alma después de muertos. Esa es la
razón por la que los campesinos de ninguna manera se aventuran a pasar por
el puquio en horas de la noche.

14. La duende tentadora (relato de José Céspedes)

Un día en que el relatador retornaba a su casa, como a las seis de la


tarde, al atravesar el río Chonta y en el sitio denominado El Chicche, vio con
gran sorpresa que del puquio que por allí existe salía una mujer blanca, rubia,
de ojos verdes y muy hermosa, que comenzó a hacerle señas para que se
acercara, pero como él ya sabía que se trataba de la duende, lejos de hacerle
caso –no obstante que la tentación le vencía para acercarse a la mujer–, apretó
la carrera y no paró sino hasta llegar a su casa.

15. El duende del higo (relato de José Céspedes)

Una noche en que su tío con su mujer y sus hijos se dirigían de la ciudad
de Cajamarca a su casa, ubicada en el pasaje de Bellavista, al pasar por el
callejón del antiguo Colegio San Ramón, en donde existían varias plantas de
higo, observaron con gran sorpresa que de una de estas plantas descendía un
muchacho de talla baja, blanco, sonrosado y de pelos rubios, que colocándose
en medio camino les interceptó el paso, dejándolos paralizados por el miedo.

La mujer del tío, comprendiendo que tenían ante sí al duende, aconsejó a


su marido que pellizcara la oreja de su hijito, como en efecto lo hizo. Entonces
al escuchar el llanto del niño, el duende desapareció instantáneamente y ellos
pudieron seguir su camino.

16. El tahúr (relato de Alberto Mas)

En la antigua casa de préstamos de la familia Dávila, ahora Hotel


Comercio, allá por los años del 900, en una habitación se reunían varios
señores de la sociedad cajamarquina, para sostener tenidas de pinta que
duraban varios días. En tales ocasiones, indicaban a la dueña de casa que los
alimentos los portara a la habitación en donde se desarrollaba el juego, y,
además, que por ningún motivo permitiera que nadie los molestara.

En una de esas oportunidades, cuando ya estaba por finalizar la reunión,


como a eso de las dos de la madrugada, de pronto se abrió la puerta con gran
estrépito para dar paso a un apuesto y desconocido caballero elegantemente
vestido, quien les dijo: "Disculpen, caballeros, me he permitido ingresar porque
sé que ustedes son jugadores y como tales comprenden la desesperación de
aquellos que siéndolo no encuentran con quién jugar; y si son tan amables, les
pediría que me permitan sentarme en la mesa de juego". Los presentes,
sorprendidos por la irrupción, del desconocido pero conquistados por sus
buenos modales, accedieron a que se sentara a la mesa de juego, indicándole
que la medida para entrar a jugar era de un pequeño almud al que había que
llenar con monedas de oro, requisito que aceptó el extraño visitante. Sacando
cartuchos de monedas de oro hasta completar la medida, tomó asiento y
comenzó a jugar.

Tan mal le fue en el juego, que como a las 4 de la mañana perdió toda la
parada. Pidiendo mil disculpas por su presencia sorpresiva, se despidió de
todos los concurrentes y abandonó la sala, dejando tras de sí, entre los
tahúres, una estela de misterio, de algo indefinible y cierta preocupación, no
obstante que se quedaban con el dinero jugado por el desconocido.

Sería ya como las seis y media de la mañana, cuando los jugadores


tuvieron a bien declarar terminada la tenida de juego y se dirigieron a una
bodeguita que quedaba en el actual establecimiento de don Juan B. Quispe e,
instalándose en la trastienda, pidieron sendos tragos de pisco y algo de comer.

Uno de los amigos, de apellido Montoya, cuando salió a la puerta de la


calle divisó, más o menos a la altura del establecimiento que ocupa en la
actualidad la tienda del señor Antonio López, a un jinete que venía montado
sobre una hermosa mula muy bien enjaezada y sacando, con los herrajes,
chispas de las piedras de la calle.

A medida que se aproximaba, pudo distinguir que el jinete no era otro que
el caballero con quien habían estado jugando, por lo que ingresó
precipitadamente a la trastienda y contó tal hecho a sus amigos, los mismos
que, viendo la posibilidad de ganar más dinero, salieron en conjunto a la
puerta, y cuando el jinete sobrepasaba el establecimiento le formularon la
invitación para que pasara a tomar un trago. Al principio, el desconocido se
negó, arguyendo tener que viajar con urgencia, pero luego accedió, y bajando
de la mula un enorme zurrón con monedas de oro, lo depositó en la tienda y se
instalaron en la mesa de juego.
Uno de ellos pidió la tanda de licor y un plato más de caldo, y otro,
esperando volver a ganar, propuso jugar una mesa o más de pinta. El invitado,
manifestando tener premura en su viaje, no aceptó, pero, después de un
momento de insistencia de los otros, terminó por decidirse, siempre y cuando
se jugara todo el dinero que poseían en 2 vueltas, propuesta que
inmediatamente recibió aceptación. Así pues, cada uno de ellos fue sacando su
dinero, y una vez que el invitado constató la cantidad que tenían los amigos, se
dirigió al lugar donde había dejado su zurrón y extrajo una cantidad suficiente
de monedas de oro, no sin antes permitir que los otros se dieran cuenta que se
hallaba lleno de oro.

Concluidas las dos rondas, se dio por finalizado el juego con la victoria
absoluta del forastero, quien, después de despedirse muy cortésmente, se
retiró de la mesa de los atónitos contertulios y, montando su mula, tomó rumbo
hacia el Arco. Los amigos salieron a la puerta de la calle para verlo alejarse,
notando, sorprendidos, que la mula iba echando chispas, mientras todo el aire
se llenaba de un ligero olor a azufre.

17. El perro endemoniado (relato de R. Ravines)

En la tercera cuadra de la calle Islay, a eso de las 12 de la noche, hace ya


mucho tiempo, cuando aún no existía el alumbrado eléctrico, salía un perro
negro de poca alzada a rondar por el jirón. Su aspecto esmirriado y su timidez
motivaba que siempre que algún trasnochado peatón lo encontraba en su
camino, pretendiera llevarlo a su domicilio, considerándolo abandonado.

Cuando tal actitud se nacía manifiesta, el perro corría bajo el puente que
quedaba en la esquina de las calle Junín e Islay, y al poco rato salía por el otro
extremo, pero ya convertido en un enorme perro negro que echaba chispas por
los ojos y desprendiendo un fuerte olor sulfuroso, causando pánico e impresión
en el incauto transeúnte, que comenzaba a botar espuma por la boca y luego
se desmayaba, situación en que era encontrado al día siguiente.

Pero uno de esos días en que una beata, confundiéndose de hora,


transitaba por el referido jirón a las 2 de la mañana, rumbo a la iglesia de las
Monjas para escuchar la misa de las cuatro de la madrugada, de pronto en su
camino, sin que pudiera explicarse cómo, apareció el perrito negro que le
obstaculizaba el paso. Entonces, tratando de hacer una buena acción, quiso
recogerlo para cuidar de él, mas el perro con suma presteza se introdujo bajo el
puente y salió por el otro lado bajo la imponente figura de un perro de gran
tamaño, con los ojos que botaban chispas y mostrando dos descomunales col-
millos. La beata aterrada sólo atinó a coger el rosario que llevaba envuelto en
la cintura y arrojarlo contra el perro, quien al recibir el impacto reventó con
estrepitoso ruido, desapareciendo para siempre y dejando por muchos días la
calle impregnada de olor a azufre.

18. La mujer del cura (relato de Manuel Llanos)

Sería ya la medianoche, cuando el relatador que en compañía de algunos


familiares regresaban de una novena que se celebraba en la casa de unos
parientes, domiciliados cerca del Arco del Triunfo o Lucmacucho, vieron que de
la casa en que vivía ya casi agónico un cura, se abrió de par en par la puerta
de la calle para dar paso a una mula que se precipitó por la calle en alocada
carrera, botando chispas y dejando una estela de azufre.

Recorrió como dos cuadras, al término de las cuales comenzó a


revolcarse en el suelo, dando patadas al aire y relinchando, para finalmente
levantarse y regresar a la carrera a la casa de donde salió. El relatador y sus
familiares quedaron inmóviles, sin saber qué hacer, y al poco rato vieron salir
de la misma casa a una mujer que, ocultando su rostro, se perdió con dirección
a Chontapaccha. Por eso se asegura que esa mula no era más que la mujer
del cura, que se transformaba en mula por su conducta diabólica.

19. El chancho de la Cruz del Molle (relato de José Céspedes)

Una noche, a muy avanzada hora, un colegial regresaba a su casa


después de estudiar en el domicilio de un compañero para los exámenes
finales. Cuando se disponía a atravesar el puente que en ese lugar existe, vio
que un chancho de gran tamaño salió de debajo del puente y, cruzándose en
su camino, le interceptó el paso, observando, además, que el tamaño del chan-
cho aumentaba a cada instante. El pobre estudiante, aterrado, comenzó a dar
voces de socorro.

Cuando los vecinos de aquel lugar acudieron a ver lo que sucedía,


encontraron al estudiante desmayado y botando espuma por la boca.

20. El cabro encadenado (relato de José Céspedes)


Cuentan que todas las noches, como a eso de las doce, salía de la
antigua quebrada Romero un cabro de gran tamaño, con los ojos extrañamente
luminosos y que se presentaba a los transeúntes trasnochadores. Se afirmaba
que este cabro, que al andar arrastraba una pesada cadena, no era otro que el
mismo diablo, que acechaba a los cristianos para llevarlos al infierno, pues las
personas malas o de mal vivir eran las únicas que podían andar a esas horas
de la noche.

21. El perro negro (relato de José Céspedes)

La familia Santolalla, que por entonces vivía en la casa de su propiedad y


que actualmente ocupa el Hotel de Turistas, tenía dos hermosos perros
llamados tal y cual, los que por su corpulencia imponían miedo.

Una noche, como a eso de las doce, pasaba el abuelo del relatador por la
portada de la casa de los Santolalla, circunstancia en la que se le aproximó un
perro negro, que él supuso era uno de los animales de propiedad de la indicada
familia, pero en previsión de que pudiera morderlo sacó el estoque que llevaba
enfundado en el bastón, y cuando el perro quiso cogerlo por la levita, el abuelo
lo asustó con el estoque.

A distancia prudencial, el perro seguía al señor Céspedes, quien en


verdad sentía cierto temor ante la presencia del perro, el que en nueva
intentona quiso cogerlo de la levita, y cuando el abuelo iba a espantarlo con el
estoque, se dio cuenta de que no era un perro corriente, pues había ya
aumentado de tamaño y despedía chispas por los ojos, de lo que dedujo que
se trataba del diablo, que lo estaba persiguiendo para probablemente llevarlo a
los infiernos aprovechando de la soledad y oscuridad de la noche.

Sin poderse contener, emprendió la carrera con dirección a su casa, a la


que llegó ya prácticamente desfalleciente.

Abrió la puerta con violencia y dijo a su mujer: "El diablo me está


persiguiendo". Entonces la señora tomó un poco de agua bendita, que nunca
faltaba en la casa, y, saliendo a la calle, la arrojó al perro, que se había
detenido cerca a la portada, con lo que desapareció instantáneamente.

22. La chancha nocturna (relato de Emiliana Infante)

Una noche, después de asistir al cumpleaños de su sobrino Francisco,


como a eso de las doce de la noche, subía en compañía de sus sobrinos por la
calle José Calvez, y cuando se aproximaba a la iglesia de San Pedro vieron
salir del corralón que quedaba junto a dicha Iglesia una chancha negra de
regular tamaño, acompañada de tres crías. Percibieron también que de todos
ellos se desprendía un cierto olor a azufre, no obstante lo cual pretendieron
agarrarla, aprovechando de que eran varios, pero cuando ya la tenían
acorralada, sin saber cómo, la chancha y sus chanchitos desaparecieron
misteriosamente.

Cuando al día siguiente relató lo sucedido la noche anterior, le contaron


que esa chancha era el diablo, y que siempre a partir de las doce de la noche
salía del solar de junto a la iglesia, porque ese lugar era pesado y no estaba
bendito.

23. La gallina con sus polluelos (informante: Isidro Carrasco)

Ya entrada la noche, después de salir de su trabajo, se dirigió a su casa,


para lo cual tenía que pasar por el lugar denominado la Cruz de Molle. Como la
noche estaba oscura, quiso aprovechar la oportunidad para coger algunos
duraznos que crecían en una huerta cercana. Se dirigió pues a ella, pero
cuando estaba atravesando el puente vio que de pronto salía una gallina con
siete polluelos que se dirigían a toda carrera al árbol de duraznos, los mismos
que de pronto desaparecieron.

Lleno de temor, no insistió en su intención de coger duraznos, y más bien


se dirigió presuroso a su casa. Al día siguiente, en compañía de su mujer,
constató que en donde desapareciera la gallina habían crecido varías plantas
de caracashua1.
1
Variedad de cactus

24. El burro perdido (informante: Manuel Chilón Z.)

En el sitio denominado Las Manzanas, a unos 16 kilómetros de la ciudad


de Cajamarca, siguiendo a Bambamarca, uno de esos días se perdió un burro.
La pastora encargada de su cuidado anduvo todo el día en busca del animal
perdido. Ninguna de las personas a quienes inquirió si habían visto su "burrito"
le dio respuesta alentadora, pues nadie lo había encontrado.

Desalentada, y como a las seis de la tarde, cuando ya se iba siguiendo el


cauce de una quebrada, de pronto vio a cierta distancia a su burro, y llena de
contento fue a ponerle la soga, pero cuando se encontraba ya a muy corta
distancia, el burro se transformó en un hombre blanco, alto, de buena
presencia, vestido de botas y pantalón de montar, el mismo que la "agravió" 1.

Al día siguiente, sus familiares encontraron a la pastorcita desmayada y


botando espuma por la boca. Una vez que recobró el conocimiento, contó todo
lo que le había sucedido el día anterior, por lo que dedujeron que el diablo la
había perjudicado sexualmente.

25. Los duendes y compactos (relato de Dolores Cetrina)

1) Amores demoníacos

Allá por el año de 1949, Juan Quispitongo, indio recio de unos 22 años, se
paseaba una tarde algo nublada por la orilla de la laguna de San Nicolás (que
queda en el distrito de Namora), en busca de sus animales, cuando de pronto
se le apareció una mujer gringa, de ojos azules, rubia, de cabellos muy largos
que le llegaban hasta la cintura, y completamente desnuda.

Juan se quedó sorprendido con la aparición, y no atinó a retirarse del


lugar; más bien la mujer llegó hasta su lado y con palabras bonitas le insinuó
que tuvieran trato sexual, a lo que el campesino , vencido por el deseo y la
extraordinaria belleza de la mujer, accedió. Después de realizado el acto, la
gringa entregó a Juan una talega con plata.
1
Violó sexualmente.

De regreso a su casa, le contó a su mujer que se había encontrado la


talega de plata, pero la mujer, temerosa, creyendo que lo había robado, no
quiso hacer uso del dinero. Todos los días martes y viernes por la tarde, a la
caída de la oración, Juan se juntaba con la gringa y practicaban el acto carnal,
y siempre le hacía entrega de la bolsa de plata, con la cual se compró chacras,
casas y otras cosas, volviéndose de esta manera, ante la sorpresa de sus
vecinos, un hombre rico. Cuando se consideró seguro contra la pobreza, ya no
quiso ir a las citas con la mujer, por lo que ésta, en venganza, fue matando a
todos sus animales y destruyendo su casa y sus chacras, hasta volverlo nueva-
mente a la pobreza.

Pero la duende, que no era otra que la mujer gringa, no cejó en su


venganza, y por las noches, armando gran tropel y alboroto, se dirigía a la casa
de Juan a asustar a su mujer y a sus dos hijitos, todavía de pocos años de
edad. La mujer, alarmada por estos acontecimientos, se dirigió a Cajamarca,
en donde se entrevistó con una su comadre que vivía en la calle Silva
Santisteban, quien le recomendó que tan luego sintiera el tumulto, hiciera llorar
a sus hijitos pellizcándoles en las nalgas, y que con un machete de acero
hiciera cruces en el aire y tirara en dirección al ruido ajos molidos. Todas estas
precauciones las siguió al pie de la letra, pero sin resultado positivo alguno.

En vista del fracaso regresó a la ciudad y contó lo sucedido a su comadre,


manifestando que la duende siempre la fastidiaba. Para entonces, ya Juan le
había contado la verdad de las cosas, pidiéndole lo disculpara por cuanto la
duende le había embrujado y seducido con la plata. En esta nueva oportunidad,
la comadre le recomendó que comprara mirra e incienso, para quemar a la
hora en que acostumbraba la duende fastidiarla.

Premunida ya de estas sustancias, se dirigió a su casa, que quedaba


cerca de la laguna de San Nicolás, pero cuando llegó a su domicilio, con gran
sorpresa, ya no encontró a su marido, quien, enfermo de fiebres, había
quedado postrado en cama. Sólo percibió en el cuarto un fuerte olor a azufre,
por lo que comprendió que la duende se había llevado a su marido en cuerpo y
alma.

2) El duende de la mina

El dueño de las ricas minas de oro denominadas "Los Negritos", en la


provincia de Hualgayoc, con el objeto de tener una persona que le preparara
los alimentos y cuidara de su ropa, contrató a una mujercita del lugar,
guardándole mucha deferencia y estimación. Al poco tiempo, por las noches
entraba al cuarto de la criada un hombre que tenía la misma apariencia del
dueño, para requerirla de amores, no obstante que durante el día, el señor le
guardaba mucho respeto, circunstancia que le causaba mucha extrañeza a la
mujer.

Uno de esos días, como a las 7 u 8 de la noche, aprovechando que no


estaba la hija de la doméstica, que había ido a recoger leña, se le apareció el
hombre, quien, en vista de la soledad en la que se encontraba la mujer, abusó
de ella. A su regreso, la hija se dio cuenta de lo sucedido, apresurándose a dar
parte a la policía. La víctima informó a la policía que el autor de su desgracia
era el dueño de la mina.

Constituida la policía en la casa del indicado señor, constató, por


declaración de los vecinos, que el presunto delincuente hacía como tres días
que se encontraba en la ciudad de Cajamarca, y que, por lo tanto, no podía ser
autor de tal hecho. De acuerdo a estas declaraciones, se llegó a la conclusión
de que era el duende el que había mantenido relaciones sexuales con la mujer,
puesto que se afirmaba que la mina tenía un duende al que muchos vecinos
habían visto. Con el fin de ahuyentar a tan peligroso habitante, se procedió a
regar con agua bendita la mina, con lo que desde entonces el duende
desapareció.

3) El Duende de Chontapaccha

Alrededor de las 4 de la mañana, una vecina del lugar concurría a recoger


agua de los puquios de Chontapaccha. En uno de esos días, cuando ya se
disponía a regresar a su domicilio, luego de recoger su agua, se le presentó un
caballero vestido de negro, apuesto y bien vestido, quien le propuso que fuera
su mujer.

Doña Mercedes, que así se llamaba la señora, opuso tenaz resistencia, a


pesar de lo cual el hombre le impuso el acto carnal, aprovechando que en esos
momentos no había ningún cristiano que la favoreciera. A los nueve meses de
consumado el atropello, la mujer dio a luz un niño con la mitad del cuerpo de
ser humano y la otra mitad de pescado, con aletas y todo, que, felizmente,
falleció a las pocas horas del alumbramiento.

4) Otra versión

Una señora acostumbraba ir a lavar ropa de personas de la ciudad en un


puquio de Chontapaccha, para cuyo efecto madrugaba a las cinco de la
mañana; pero uno de esos días la engañó la hora y se fue rumbo al puquio a la
una de la madrugada. Sorprendida de la soledad y notando que no cantaban
los gallos, se dio cuenta de que se había equivocado de hora, pero, para ya no
tener que regresar, bajó el "quipe" de ropa y se dispuso a lavar, aprovechando
la luz de la Luna.

Es estas circunstancias se le apareció un caballero que la comenzó a


requerir de amores. Ella, al principio, rechazó la propuesta, pero luego accedió
a tener el trato carnal con el señor, quien la encantó y la soltó ya muy de día en
su casa, con la cara toda arañada. La mujer, desde entonces, mantenía
frecuentes relaciones privadas con el raro caballero, del que quedó encinta. A
los nueve meses, la mujer alumbró, pero no a una criatura humana sino a un
chanchito, que tan luego nació se escapó en dirección de los manantiales de
Chontapaccha, de los que regresaba solamente por las noches para mamar la
leche materna.

Así pasaron los años, y cuando ya grande, esta rara criatura mantuvo
relaciones sexuales con su madre, la misma que quedó embarazada de su
propio hijo.

5) El sauce fatídico

Don Pedro, dueño de un fundo que queda cerca al campo de aviación,


solía venir todas las tardes en su caballo a visitar a su novia, que vivía en la
ciudad de Cajamarca. Nunca, hasta entonces, le había sucedido nada, por lo
que no se preocupaba de nada.

Un día regresaba a su fundo, después de visitar a su novia, algo más


tarde que de costumbre, aprovechando la claridad de la noche de Luna llena.
Concentrado en sus pensamientos amorosos y cavilando la manera cómo iba a
recibir a su novia al día siguiente, sábado, en su fundo, seguía su camino al
paso del caballo. De pronto, levantó la mirada y vio el árbol de sauce que
crecía cerca de su fundo, lo cual lo animó a poner al trote a su cabalgadura.
Después de algún rato, volvió a levantar su mirada y de nuevo vio el mismo
sauce.

Entonces pensó que se había equivocado de árbol, y sin mayor


preocupación siguió su camino. Después de un buen rato volvió a detenerse
para ver en dónde se encontraba, y nuevamente se encontró junto al sauce
que viera la primera vez.

Tal situación lo intranquilizó por completo, y no creyendo que se trataba


de una mera coincidencia, dio de voces llamando a los habitantes de una
pequeña chocita que se encontraba cerca del camino. A sus llamados acudió
una campesina ya anciana, quien le preguntó la razón de su llamado, a lo que
el hombre le contó todo lo que le había ocurrido. Entonces la viejita le dijo:
"Niñito, es el duende que se ha antojado de Ud.; yo lo llevo, no se preocupe". Y
procedió a jalar al caballo de las riendas, conduciéndolo hasta la misma casa-
hacienda y salvándolo así del embrujo del duende que moraba en el sauce
fatídico.

6) El duende de Huacariz

En el sitio denominado Huacariz Chico, comprensión de la campiña


cajamarquina, doña Jesús poseía un pequeño lote de tierra. Un día, muy
temprano, se levantó a regar su pasto, cuando en esas circunstancias, desde el
fondo de una casa en ruinas que quedaba dentro de su propiedad, oyó una voz
que la llamaba. Volviendo la vista, se percató de que casi junto a ella había un
hombre vestido con pijama que le hacía propuestas deshonestas, por lo que
ella, encolerizándose, le gritó fuerte. Ante sus gritos, la aparición se retiró. La
señora pudo comprobar que se trataba de un duende, porque se había ido
echando chispas.

Días después, en el mismo sitio, la misma aparición se le hizo al esposo


de doña Jesús, llamado Absalón, a quien también por la noche se le presentó
el duende.

7) La luz del Yanac Orco

Cuentan los moradores del lugar que todas las tardes, del cerro Yanac
Orco, en donde hace muchísimos años vivían los gentiles, sale una luz resplan-
deciente del pantano del cerro, y que esta luz se pone a vagar por los campos.
Las personas que en su camino tropiezan con la luz, cuando son buenas, se
asustan tremendamente, desmayándose algunas veces; pero cuando la
persona es mala, la luz se transforma en una mujer gringa, alta, blanca, muy
bella, de largos cabellos rubios, que se aparece desnuda.

Entonces estas gentes malas, que llevan turbia la conciencia, se dejan


seducir por la extraordinaria belleza de la mujer y mantienen relaciones
sexuales con la misma. Pero estas personas, al morir, entregan su alma y su
cuerpo al diablo, ya que la bella mujer no es otra que una duende tentadora.

8) El hombre encantado

Hace muchos años vivía en el distrito de San Marcos un campesino


llamado Manuel, que era muy pobre y vivía modestamente con su familia, en
una humilde chocita. Obtenía lo necesario con su trabajo en la agricultura, para
poder mantener a los suyos.

Pero con el correr del tiempo, los vecinos vieron con extrañeza que, poco
a poco, se iba haciendo de terrenos, de casas y de otros bienes materiales, de
modo que la antigua pobreza se iba lentamente transformando en riqueza. Este
hecho preocupó e intrigó grandemente a los vecinos, que no llegaban a com-
prender la prosperidad del pobre Manuel.

Entonces decidieron vigilarlo para ver lo que realmente sucedía, pues


entraron en sospecha de que algo sobrenatural estaba ocurriendo, ya que no
había otra forma de explicarse esta súbita riqueza. Efectivamente,
comprobaron que Manuel se había compactado con el diablo y que sus
reuniones las hacía con el maligno al borde de una pocita que existe en el río
de Cascadén.

Una noche, después de la comprobación que efectuaron los vecinos, y


siguiendo su plan de vigilancia, a eso de las 12 de la noche, encontraron al
campesino reunido con una mujer blanca, rubia, muy bella y completamente
desnuda. Entonces los vecinos comenzaron a llamar a Manuel, hasta que la
duende se sumergió en la poza y Manuel se quedó reventado en el suelo. Al
día siguiente, los vecinos que habían huido prestamente del lugar encontraron
al vecino Manuel muerto en su choza.

9) El anciano que se compactó

Cuenta una señora que vive por los alrededores de la ciudad, que un
vecino suyo veía continuamente, por los alrededores de su cocina, una cabeza
de borrego que al menor descuido penetraba a la habitación a comer carbón
del fogón, y que cuando sucedían estas apariciones, que se presentaban en las
noches de Luna llena, llamaba a sus vecinos para que también presenciaran
esta rara aparición. Pero daba la coincidencia que tales personas, por más que
el señor les indicaba el sitio preciso en que se encontraba, no podían ver la tal
cabeza de borrego.

Pero el señor no solamente veía apariciones sino que, incluso, por las
noches soñaba a la cabeza, quien le manifestaba que debía entregarle a una
persona joven para que ella, a cambio, le proporcionara mucha riqueza y
comodidades en esta vida. Y fue tanta la insistencia con la que la cabeza le
hacía sus solicitudes en el sueño, que el señor, venciendo su natural
resistencia y llevado por la ambición de la riqueza, decidió probar suerte
haciendo lo que la demoníaca aparición decía.

Por engaños consiguió llevar al cerro a una muchacha joven, vecina suya,
y la entregó a la cabeza. Luego, de la noche a la mañana se volvió millonario,
si bien es cierto que por haber vivido siempre pobre no sabía disfrutar de su
nueva fortuna. Los vecinos notaron el cambio que se había producido en el
señor, y asimismo observaban que cada cierto tiempo desaparecía, y algunos
afirman que lo veían entrar por las noches a una cueva del cerro vecino.

Después de algunos años, murió, ya anciano, y cuando los familiares y


amigos que habían acudido al velorio fueron a colocarlo en el ataúd,
escucharon, horrorizados, unos extraños y lúgubres gritos de animales no
identificables. En precaución de lo que pudiera suceder, clavaron bien la tapa
de la caja y sujetaron firmemente el cadáver, y así lo llevaron al cementerio,
pero al momento de introducirlo al nicho notaron que el ataúd no pesaba.
Entonces procedieron a desclavar el cajón y vieron con gran sorpresa que el
cadáver había desaparecido, y a lo lejos divisaron que el difunto desaparecía
botando chispas y dejando impregnado el ambiente de un fuerte y penetrante
olor a azufre. Más tarde, cuando los parientes regresaron a la casa del difunto,
vieron que poco a poco todos los animales que había adquirido se iban
muriendo y que los terrenos desaparecían con los huaicos que en esa ocasión
cayeron por la zona, y así se esfumaron todos los bienes que el difunto había
adquirido con el dinero mal habido.

10) Los duendes juguetones

Hasta ahora existe a la entrada del distrito de La Encañada un viejo


molino que hace mucho dejó de prestar sus servicios a los campesinos del
lugar, que acudían desde distintos sitios a moler sus granos para obtener la
harina. En algunas oportunidades, estos campesinos se vieron precisados a
quedarse a dormir en el molino, cuando no se terminaba la molienda. Estos
eran precisamente los que contaban haber visto por las noches a los duendes
que aparecían en la caída de agua y sobre las piedras del molino.

En una de esas oportunidades, no hace mucho tiempo, un indiecito,


llamado José, que de la ciudad se dirigía a su casa, se hizo tarde en el camino
y, cansado y temeroso, se quedó a dormir en la casa donde funcionaba el
molino. Efectivamente, el cansancio lo rindió y rápidamente se quedó dormido.
Pero sería como las 2 de la mañana, cuando oyó risas y conversaciones.
Sobresaltado, se levantó de la cama para ver lo que sucedía, ya que consideró
muy extraño que a tan desusada hora alguien estuviera riéndose, más aún si
se trataba de criaturas, pues pudo distinguir que se trataba de risas de
muchachos, lo mismo que las conversaciones, sin comprender lo que habla-
ban. Al poco rato, cesaron las risas y conversaciones y José volvió a acostarse,
y se quedó dormido.

Sería ya las 4 cuando se levantó para proseguir su camino, y es entonces


que divisó, en un rincón del cuarto del molino, a dos criaturas completamente
desnudas que jugaban. Pudo apreciar que eran un hombrecito y una mujercita,
muy blancos y pelirrojos, los mismos que hacían ademán de quitarse unos
frejoles. Así, comprendió que se trataba de los duendes del molino, y perdió el
conocimiento.

11) El hombre de las siete mujeres

Hace tiempo, en el caserío de Salacat, perteneciente al distrito de


Sorochuco, provincia de Celendín, vivía un señor muy estimado por su probada
honradez, su laboriosidad y su buen comportamiento como padre y vecino. No
obstante su limitada economía, dicho señor, ferviente devoto, participaba
siempre, ya sea como mayordomo o procurador, en las fiestas del Santo
Patrón. Justamente por esas cualidades fue nombrado Teniente Gobernador.

Esta distinción vino a procurarle mayor respeto y simpatía. Pasaba el


tiempo y nadie se quejaba de su actuar, y todos acataban contentos sus
disposiciones por considerarlas justas y sabias. Pero un día se produjo un robo
de ganado, y se sabía que eran vecinos de Salacat los autores del abigeato, y
el Teniente Gobernador recibió orden de apresarlos.

Portando la orden, se dirigió, bien armado, al lugar en que sabía moraban


los ladrones. En el camino se hizo tarde y pensó que era conveniente llegar
cautelosamente a la casa de los abigeos, para capturarlos por sorpresa. Dicho
y hecho, evitando a los perros, llegó a la puerta y, abriéndola violentamente,
entró diciendo: “Date preso, ladrón”. Pero sólo encontró a la mujer del bandido,
a quien preguntó por el paradero de su marido. Ella contestó que su marido
sabía ya de antemano que él los iba a buscar, por lo que, llevando a su único
hijo, había salido con rumbo desconocido, junto con su compinche, de apellido
Taica, la mujer y dos hijos de este, y que ella no quiso fugar por tener que
cuidar las cosas de su casa.

El Teniente, todo contrariado y sin poder averiguar el rumbo seguido por


los malhechores, se aprestaba a retirarse de la casa. En esta circunstancia, la
mujer, que estaba con ropa de dormir y sola, se acercó y luego de abrazarlo y
besarlo le insinuó que practicaran el acto sexual. La autoridad, vencida por la
tentación, durmió esa noche con la mujer, y muy de mañana regresó al pueblo,
después de desayunar. Al llegar, informó que ya no estaban los ladrones, mas
el cabo comandante de puesto lo obligó a que los buscara y los hallara.

Cumpliendo la orden, don Octavio, que así se llamaba el Teniente


Gobernador, salió nuevamente en pos de los abigeos. Preguntando a los
vecinos, averigua que estuvieron en la casa de un pariente, y ya allí, procedió
como en la primera vez. Pero cuando ingresa a la casa sólo encuentra a una
mujer en ropa de dormir, quien le informa que ese mismo día, sabiendo que los
perseguía, los bandidos habían fugado con rumbo desconocido. Don Octavio
decide entonces regresar, pero la mujer, sin que él pudiera evitarlo, lo abraza y
lo besa, tras lo cual, venciendo su recato, accede a practicar el acto sexual.

Temprano, después de tomar desayuno, se despide de la mujer y en su


caballo se dirige a las alturas en busca de los fugitivos de de ley. Por el camino
va preguntando si alguien sabe el paradero del Taica, y averigua que este
estuvo en la casa de su abuela, que vivía en la jalca. Toma esa dirección y
llega al sitio, donde espera la noche para sorprenderlo y evitar que se defienda
con su arma. Cuando entra al domicilio, encuentra sólo a una mujer vestida con
camisón, quien, a sus preguntas, contesta diciendo que efectivamente el Taica
durmió allí pero ya había salido muy temprano, y que no sabía adónde había
ido.

En esta nueva oportunidad, como en las anteriores, la mujer abraza, besa


y mantiene relaciones íntimas con don Octavio, que ya se había acostumbrado
a esta clase de desenlaces. Prosigue su búsqueda y por cuatro veces más
vivió episodios parecidos, siendo cada vez menor el escrúpulo de don Octavio
para mantener relaciones sexuales con las mujeres de este caso. Pero la
séptima mujer le dice, cuando ha terminado su relación: "Soy la misma mujer
con la que has mantenido relaciones en anteriores oportunidades; no creas que
eres el hombre de las siete mujeres; yo soy la misma, he seguido tus pasos y
aquí me tienes como tu compañera”. Pero como don Octavio era casado y de
buena reputación en el pueblo, le dijo que no podía sacarla a casa aparte, pero
que le indicara dónde vivía para poderla visitar con la frecuencia que su
situación y sus múltiples trabajos le dejaran.

Entonces, la mujer le dice: “Yo vivo al pie de la peña”, y al mismo tiempo


que decía esto, su cuerpo se iba cubriendo de un espeso vello, hasta quedar
convertida en una bestia horrible, y le sigue diciendo: “Si quieres, puedes ir a
visitarme en donde vivo, pero ahora te pido que ya no busques a los ladrones,
pues tú eres peor que todos ellos”. Don Octavio, aterrorizado por la visión
demoníaca que ante sus atónitos ojos se ofrecía, perdió el conocimiento,
cayendo desmayado al suelo y botando espuma blanca por la boca.

Cuando recobró el conocimiento, se encontró tirado en el camino, junto a


una peña solitaria, y pidió a Dios que lo salve de esa tentación, de ese demonio
que lo había seguido para perderlo. Luego hizo una cruz con palos que recogió
del campo, se levantó y fue, a pie, a su casa, a donde llegó lleno de re-
mordimientos y de pánico. Finalmente, relató a sus familiares y vecinos todo lo
que le había pasado, pidiéndoles que lo perdonaran, puesto que había sido
obra del demonio. Después, como ya no podía seguir a los ladrones, renunció
a su cargo de Teniente Gobernador.

12) El compadre Camacho

El distrito de Namora es famoso por la forma tan alegre y divertida como


celebran los carnavales. Precisamente, allá por el año 1943 se encontraba un
señor de apellido López con otros amigos comentando las vicisitudes y alegrías
del carnaval que hacía poco terminara, con gran pesar de los amigos
carnavaleros. La reunión tenía lugar en la casa de un señor Pérez, y en medio
de la euforia del licor y la comida que se servía generosamente, los recuerdos
agradables afloraban ininterrumpidamente, igual que en otras noches
anteriores. Así se acordaban que López había quedado de mayordomo de una
botija de chicha y que doña Beatriz, mujer de Pérez, había quedado
mayordoma del palo para la unsha. Los tragos iban haciendo efecto, y de
repente se acuerdan que al día siguiente era cumpleaños del señor Camacho,
muy querido por todos y a quien, familiarmente, llamaban el compadre
Camacho.

Sabedores de la forma esplendorosa como celebraba su cumpleaños el


compadre Camacho, decidieron ir a darle la sorpresa, premuniéndose de
algunas botellas de licor y algunos cohetes de arranque.

Los tragos ingeridos y la expectativa de una noche de bohemia y diversión


allanaron las cosas, y hombres y mujeres se dirigieron a la casa del compadre,
quien, como era su costumbre, con 3 días de anticipación al 24 de marzo, en
que celebraba su santo, viajaba a la jalca para premunirse de carneritos,
papas, cuyes y otros bienes con los que agasajaría a sus numerosos amigos
que lo iban a visitar.

Como empezó a llover, los amigos se pusieron sus ponchos, botas de


jebe y llevaron linternas de pilas. Así, libando de cuando en cuando tragos de
licor, haciendo la cruz de legua, se encaminaron hacia la casa del compadre
Camacho. De lejos oyeron la música del pick up, los cohetes y, ya más cerca,
escucharon gritos y risas de los que disfrutaban la reunión desde temprano. A
su llegada, la mujer del compadre Camacho los hizo pasar con mucha
amabilidad. Todos entraron y disfrutaron unos vasos de chicha, y casi a las
doce salieron al corredor para soltar los cohetes, y luego de abrazar al
compadre, le entregaron los regalos que portaban bajo su poncho.

La fiesta continuó en todo su esplendor; imperaba la chicha y el


aguardiente, y después vino el caldo de gallina para resollar el cuerpo, y
picante para aguantar el ritmo del baile.

Como a las 3 de la mañana, el señor López, acordándose que tenía que


trabajar, se puso su poncho y se despidió, sin hacer caso de las insistencias
para que se quedara y saliera con los demás. Premunido de un bordón, para
no caerse, salió. En el trayecto iba pensando, por la lluvia que seguía sin parar,
en el río que debía atravesar, pues era probable que estuviera cargado y a lo
mejor no lo dejaba pasar. Así con esas cuitas llegó al río mencionado, y
remangándose el pantalón comenzó a buscar un vado para evitar que la
corriente lo tumbara.

En estas circunstancias, y sin que se diera cuenta cómo, resultó en la otra


banda, sin haberse mojado ni siquiera los pies. Al volverse para mirar el río y
comprender lo sucedido, se percató de que un hombre gordo se hallaba a su
lado. Le preguntó entonces si él lo había pasado de una orilla a la otra del río, y
el extraño personaje le dijo que sí. Y cuando el señor López le preguntó quién
era, le contestó que era su compadre Camacho, que había venido para hacerlo
pasar el río. Luego, cogiéndolo del brazo, lo condujo por un camino que no era
el que debía seguir hasta su casa. A pesar de que insistía en preguntar, su
acompañante seguía silencioso hasta que llegaron a una peña que tenía fama
de mala, y el que decía ser el compadre Camacho le dijo: “Te llevo a mi casa,
compadrito”, y agregó: “¿Quieres que te cargue?”. Entonces el señor López
comprendió que no era su compadre, y tocándole el cuerpo percibió que su
extraño acompañante estaba cubierto de pelos y desprendía un fuerte olor a
azufre. Lleno de pánico, atinó a levantar su bordón y descargarle repetidos
golpes al demonio, diciendo: “¡Qué compadre ni qué compadre, eres el
demonio! ¡Sálvame, Señor Jesucristo, de este diablo!”. Y luego prosiguió
mentando a todos los santos que en ese momento llegaban a su memoria. De
esta manera pudo zafarse de las manos del diablo.

La aparición de inmediato se esfumó, dejando un fuerte olor a azufre. El


señor López huyó hasta su casa, donde contó a su familia lo ocurrido e hizo
que le curaran los rasguños que mostraba en su cara. Más tarde contó también
estos sucesos a sus amigos de tertulias y diversiones.

13) El cuarto del carbón

Servía como doméstica en una distinguida familia cajamarquina una


campesina joven y buenamoza, con toda la lozanía de su fresca juventud. Se
ocupaba del servicio de la mansión y del cuidado de los niños. María, que así
se llamaba la criada, se hizo querer por sus méritos.

Una de sus tareas era frecuentar el cuarto donde se guardaba el carbón.


Una noche en que fue a sacar este combustible, desde el fondo oscuro del
cuarto, una voz le dijo: "María, te espero esta noche a las 12, en el cuarto del
carbón". Asustada, salió, pensando que había escuchado mal; pero la misma
llamada se repitió en oportunidades posteriores. María, por temor a que sus
patrones pensaran que era un pretexto para no trabajar, guardó en silencio
estos hechos.
Pero días después, la voz ya no sólo se escuchaba en el cuarto del
carbón sino en todas partes de la casa, a partir de las 6 de la tarde, cuando
María estaba sola. Tal situación la obligó a dar cuenta a sus patrones, quienes
le aconsejaron que acudiera a la cita, y también le dijeron que ellos estarían
cerca para socorrerla en cuanto se hicieran evidentes las intenciones de esa
voz.

Efectivamente, aquel día, los señores se pusieron a jugar el rocambor en


un cuarto cercano al del carbón, esperando que María acudiera a la cita a las
12 de la noche. María, confiada en el auxilio de sus patrones, aunque no sin
cierto temor, penetró en el cuarto del carbón. Mas los patrones y los familiares
invitados para esa ocasión se quedaron profundamente dormidos y no sintieron
cuando el reloj dio las 12 ni los gritos angustiosos y aterrorizados de María.

Cuando despertaron se dieron cuenta de que María ya no estaba, por lo


que sobresaltados se dirigieron al siniestro cuarto, donde encontraron a la
empleada sin conocimiento, botando baba por la boca, con el rostro cruelmente
arañado y con heridas en todo el cuerpo. Más tarde, al despertar, contó que un
bulto la había atacado y poseído sexualmente, pese a la resistencia que hizo y
a sus gritos de socorro.

Desde aquella funesta noche, la muchacha cambió completamente de


comportamiento. De alegre y vivaz se convirtió en melancólica, su rostro se
volvió taciturno y reflejaba una honda pena que ni los halagos ni mimos de los
señores cambiaron. Así pasó algún tiempo hasta que un día sus patrones la
encontraron muerta sobre su cama, con el cuerpo extenuado por un dolor que
nadie pudo mitigar.

14) Taita, mira mi diente

Anteriormente, antes de su canalización, la quebrada Romero atravesaba


el barrio San Sebastián y los moradores de este lugar afirmaban que esta
quebrada era muy pesada y que por las noches se producían allí las más
fantásticas apariciones de seres extraterrenales, por lo que no se aventuraban
a transitar por el lugar a partir de las 11 de la noche, en que comenzaba la hora
mala.

Uno de esos días, un señor vecino de la calle del Batán (ahora Arequipa)
tuvo que asistir a una fiesta que daba un amigo vecino del barrio San
Sebastián. De la fiesta salió más de las 11 de la noche. Arrebujándose en la
capa que llevaba, se dispuso a atravesar la quebrada Romero, cuando escuchó
el llanto de una criatura que, por lo visto, había sido abandonada con malas
intenciones, tal como iba pensando el señor.

Compadecido de la suerte de la criatura, la recogió arropándola con su


capa para defenderla del frío. Con esta carga siguió su camino por la carretera
de San Francisco (actualmente Amalia Puga, y en ese tiempo, Callao). El niño
dejó de llorar hasta que estuvieron cerca de la iglesia de San Francisco. En ese
lugar, con gran sorpresa, escuchó que el niño, con voz ronca, le decía: "Taita,
mira mi diente". El señor, anonadado, vio que tenía un colmillo como de
chancho, y aterrado lo arrojó al suelo. Cuando la criatura chocó, empezó a
reventar, despidiendo chispas y dejando impregnado el ambiente de un fuerte
olor a azufre, por lo que comprendió que había cargado al shapingo o diablo.

15) La viuda rica

En el paraje de Urubamba, hace ya tiempo, vivía una mujer que al morir


su esposo le dejó como única fortuna una pequeña tienda en donde vendía
jabón, gaseosas, aguardiente, sal, cafiaspirinas, cigarros nacionales y algunas
otras cosas, pero en pequeña escala, hasta el extremo que se puede decir que
su situación económica apenas le permitía vivir con cierto y estrecho decoro.

Pero con el correr de los días, los vecinos vieron sorprendidos que, de la
noche a la mañana, compraba casas, terrenos, joyas y otras riquezas que no
se explicaban por su pobreza, por lo que comenzaron a suponer que la señora,
agobiada por la pobreza o llevada por su ambición, se había compactado con
el diablo.

Así pasó el tiempo, hasta que la viuda murió. Sus parientes y pocos
amigos fueron al velorio. Como a la medianoche sintieron un fuerte viento que
abrió de par en par las ventanas que daban a la calle, y luego escucharon el
ruido del galopar de varios caballos, infundiendo pavor en los presentes que
sabían de la fama de la difunta. Esto duró un buen rato y pasó.

La noche siguiente y última señalada para el velorio, los presentes habían


disminuido, atemorizados por los sucesos de la víspera Pero se decidieron a
permanecer muy unidos, sin perder de vista el féretro, bien iluminado con velas
y cirios.
Todos estaban silenciosos y tensos, angustiados, esperando el lento
transcurso del tiempo. Serían como las 2 de la mañana, cuando, de repente,
con gran estrépito, el viento abrió las ventanas de la sala y otra vez escucharon
el ruido del galopar de numerosos caballos, aun cuando tampoco pudieron ver
a los animales. El pánico y la impresión fueron tan grandes que varios se
desmayaron, mientras otros gritaban y lloraban.

Minutos después, la calma fue ganando a todos y decidieron, juntos, ver el


cadáver, pero con sorpresa descubrieron que no estaba, pues el cajón se veía
vacío. Así comprendieron que el diablo había cobrado su prenda, para llevarla
a las profundidades del infierno.

16) El pañuelo blanco

Hacía poco tiempo que habían concluido las festividades del carnaval en
las que se eligió como reina del barrio San Sebastián a una hermosa
cajamarquina de nombre Catita, de cuya belleza andaban prendados todos los
sansebastianeros, sobre todo un herrero que tenía su taller en la esquina de
Belén, apellidado Cerdán. Este trataba de demostrar su encendido amor por
cuanto medio podía, a pesar de que la bella Catita no le correspondía, lo
mismo que tampoco correspondía a ninguno de los demás admiradores.

Por ese entonces llegó a Cajamarca, procedente de España, un fraile de


nombre Alejandro. Este fraile llegó en una hermosa mula, por el Cumbe, y
directamente se dirigió al Convento de la Recoleta, en donde se hallaban
recluidos los de su congregación. Poco después, tuvo la ocasión de confesar a
la hermosa Catita, y apenas la divisó quedó prendado de su gran belleza.
Desde entonces, las confesiones se repetían con más frecuencia, hasta que,
por el trato continuo, surgió avasalladora la pasión del fraile por Catita, la que
correspondió a dicho amor. Al enterarse todos, sobre todo los frustrados pre-
tendientes, rechazaron tal situación.

No obstante las habladurías, la censura de sus padres, parientes y


amigos, Catita se mantenía fiel su amor a fray Alejo. De pronto, Catita cayó
afectada por un extraño mal, y a pesar de las curaciones médicas, murió.
Cuenta la gente que durante el velorio, el fraile se acercó y enjugó con su
blanco pañuelo el rostro nacarino de su yerta amante, la que, según se dice,
estaba sangrando, y dejó su prenda tapando el bello rostro, cuando cerraron la
caja. Al poco rato sacaron el ataúd para llevarlo al cementerio, en medio de la
congoja de los vecinos de San Sebastián.

Pasó el tiempo y vino el olvido de la hermosura de la difunta Catita y de


sus amores sacrílegos e imposibles con fray Alejo. Todo se olvidó, menos el
odio del herrero Cerdán hacia el indicado fraile. En uno de esos días, llegó
hasta su taller de herrería un caballero desconocido, elegantemente vestido de
negro, quien le pidió que cambiara los herrajes de su hermoso caballo blanco,
como en efecto lo hizo, con toda solicitud. Terminado esto, el desconocido le
pidió que le hiciera el favor de entregar un paquetito a fray Alejo.

Cerdán, al comienzo, llevado por el odio para con su rival, se negó a


aceptar el encargo, pero ante la insistencia del desconocido, convino, y de
inmediato se dirigió al Convento de la Recoleta. Cuando el destinatario estuvo
a su lado, le informó lo del encargo, añadiendo que el desconocido le había
dicho que en compensación le diera alguna moneda. El fraile pagó el encargo,
y cuando ya estuvo solo se apresuró a ver el contenido del paquetito,
comprobando con sorpresa que era el pañuelo blanco con el que había
cubierto el rostro de su amada Catita, y que conservaba todavía frescas las
manchas de sangre que enjugara en la cara de la difunta. Lleno de pavor,
arrojó el pañuelo al suelo, como si estuviera maldito, exclamando: “¡Oh, Dios
mío, perdón, perdón! Algo recuperado del susto, se fue a confesar y pedir
perdón por haber traicionado el voto de castidad que había dado. Al poco
tiempo, se dirigió a Lima, y de allí a España, donde murió pidiendo la salvación
eterna de Catita.

17) El cadáver desaparecido

Un señor se dirigía de la ex hacienda Llagadén a la ciudad de Cajamarca,


atravesando las alturas del Cumbe. Como había salido tarde, y ante el temor
de que lo asaltaran, ya que por esos tiempos asolaba la zona el famoso y
legendario bandolero Carmen Cachi, decidió quedarse a pasar la noche en una
chocita que encontró al costado del camino. Cuando ingresó, constató que
estaban velando un cadáver, aun cuando, con sorpresa, se dio cuenta de que
no había ninguna persona acompañando al muerto, por lo cual decidió
quedarse en la casa para acompañar el velorio, acomodándose en una esquina
del cuarto.
Así permaneció hasta que, aproximadamente a eso de las 2 de la
madrugada, vio que 4 enormes gatos negros peleaban sobre el cadáver.
Reuniendo fuerzas y valor, se levantó para ahuyentar a los animales, pero al
aproximarse a la caja, los gatos desaparecieron misteriosamente, y cuando
miró dentro del ataúd, observó, lleno de miedo, que el cadáver había desa-
parecido.

18) La celosa castigada

En el barrio San José vivía un señor en compañía de su celosa esposa, la


misma que, en su enfermizo amor, martirizaba continuamente a su esposo, no
obstante que este no daba razón alguna para dichos celos. Una de esas
noches, el señor salió a la calle para dar una vuelta, suponiendo que su esposa
lo iba a seguir, como en efecto sucedió. La señora esperó un momento y
sigilosamente se dio a la persecución, esperando descubrirlo con otra mujer.

El marido, ya seguro de lo que sucedía, apresuró el paso, entrando y


saliendo por diferentes calles, logrando despistar a su mujer. Habían pasado
las horas y la mujer, sola, se encontró errando por una calle angosta a eso de
las 11 de la noche. En esas circunstancias se le presentó un señor muy ele-
gante, montado en brioso caballo, quien le preguntó el motivo por el que se
halla caminando sola siendo tan tarde. Cuando ella le dijo el motivo, el
caballero comenzó a azotar a la celosa con la rienda de su caballo, hasta que
cayó desmayada al suelo.

Mientras tanto, conseguido su objetivo, el esposo retornó a su hogar y,


naturalmente, no encontró a su esposa, pero como sabía que había salido a
perseguirlo, no se alarmó por la tardanza. Se acostó a dormir y pronto el sueño
lo rindió. Al día siguiente, con alarma, comprobó que su esposa no había
regresado y salió a buscarla, encontrándola, todavía desmayada, en la esquina
del pato (hace años, en la quinta cuadra de Tarapacá, casi al llegar a la calle
Junín, existía una pila en forma de pato).

Auxiliado por algunos vecinos que a esa temprana hora acudían a la misa
de las monjas, atendieron a la señora, pero pocas horas después murió, no sin
antes relatar a su esposo lo que le había pasado y pidiéndole perdón por sus
celos.

19) Un jinete misterioso


Un pobre campesino volvía a su domicilio, después de realizar sus
compras en la ciudad. En su alforja traía una talega de coca y un puñal de
acero, en precaución de lo que pudiera suceder en el camino. Como el trayecto
era largo y se había encontrado con amigos que le invitaron unas copas de
cañazo, se le hizo tarde y a eso de las 11 de la noche, más o menos, notó que
detrás de él cabalgaba, en briosa mula bien enjaezada, un caballero
elegantemente vestido.

Cuando este jinete se aproximó al campesino, lo saludó y luego lo invitó a


que subiera al anca de la mula para conducirlo hasta su domicilio. El
campesino aceptó gustoso, pero al ir a montar sintió un miedo indecible, y ya
no pudo subir. Al contrario, sospechando algún posible ataque imprevisto, sacó
de su alforja el puñal y se puso en actitud defensiva.

El señor le insistió que subiera, pero el campesino, lejos de hacer caso,


comenzó a arrojarle piedras, notando con gran sorpresa que estas caían como
copos de lana en el cuerpo del misterioso jinete. Luego de un rato,
probablemente por el poder del puñal de acero, consiguió ahuyentar al jinete y
pudo seguir su camino. Después de un trecho, volvió a encontrar al mismo
jinete en una encrucijada del camino, recibiendo la misma invitación para
montar en la mula, pero logró alejarlo con su puñal. Esta escena se repitió en
otra parte, más adelante, con los mismos resultados.

Casi ya sin fuerzas y desfalleciente, el campesino llegó a una chocita


donde pidió albergue y contó a los dueños lo que le había sucedido. Luego se
desmayó botando espuma por la boca, y días después falleció en medio de
convulsiones y dolorosos estertores.

20) Los duendes de Pilcay

De esto hace ya mucho tiempo, cuando una familia extranjera llegó a vivir
en una hacienda que queda junto al cerro de Pilcay, famoso por sus en-
cantamientos y cuevas grandes que, se asegura, son el camino de los seres
sobrenaturales.

En una oportunidad, los padres tuvieron que viajar a la ciudad, por lo que
dejaron a sus dos pequeños hijos al cuidado de una sirvienta. Ese mismo día,
cuando los niños se hallaban jugando cerca de la casa, se les presentaron dos
criaturas desnudas, de ojos azules y tez muy blanca y sonrosada. Los niños
trabaron amistad y estuvieron jugando por el bosque aledaño hasta el momento
que la muchacha los llamó para que almorzaran.

Estas reuniones infantiles se repitieron algunos días más, y precisamente


el día que llegaron los padres, los niños habían salido al bosque. Cuando los
llamaron y buscaron, no aparecieron. Todos los vecinos ayudaron en la
búsqueda, fracasando en la tarea. En eso llegó a la casa un anciano, pidiendo
posada.

Los señores, no obstante sus tribulaciones, ordenaron que le


proporcionaran al extraño comida y un cuarto para dormir. El campesino
preguntó el por qué de las penas y llantos de la madre, quien contestó que era
por la pérdida de los niños. Entonces el anciano les dijo que no se preocuparan
porque en el Pircay siempre pasaba eso, ya que del cerro salían los duendes
en forma de criaturas, y que él podía ir a traerlos.

Para salir pidió un látigo porque, según dijo, los duendes tienen miedo al
látigo, y con esto emprendió la marcha en dirección a las cuevas del Pircay. Al
poco tiempo, regresó con los niños, que fueron recibidos con gran alegría.
Ambos contaron que estuvieron con otros dos niñitos en una cueva grande, y
que les habían dado golosinas y frutas.

Aseguran que los duendes no se asustaron, sino que, al contrario,


siguieron frecuentando el trato de los niños. Pero un día desaparecieron para
siempre y los atribulados padres tuvieron que retornar a su país ya sin sus
hijos.

21) El chancho de Santa Apolonia

Después de asistir a una fiesta, un joven que vivía en la primera cuadra


del jirón Cajamarca, y que antes se llamaba Calle Real por ser el ingreso a la
ciudad viniendo de la costa, se fue al cerro Santa Apolonia a realizar una
necesidad fisiológica. Luego retornó a su casa, pero en el trayecto se le
presentó un chanchito, sin explicarse de dónde procedía.

El joven, sin pensarlo más, pues todavía estaba bajo los efectos del licor
ingerido en la fiesta, agarró al animal y se dispuso a llevarlo a su casa. Con el
chancho en brazos, prosiguió su camino, pero al poco rato notó que el chancho
iba creciendo y cada vez pesaba más. Entonces comenzó a dar de gritos
pidiendo auxilio, y el chancho, escapándose, comenzó a rodar por la pendiente,
botando chispas y dejando una estela de azufre. A los gritos desesperados del
joven, ningún vecino se atrevió a abrir sus puertas, ya que sabían que a esas
horas era muy peligroso salir a las calles. Se decían muchas cosas misteriosas
del cerro, como que había servido de residencia a los gentiles, que estaba
poseído por el diablo y que, probablemente, el túnel que allí existía era el
camino para los infiernos.

Recién a la madrugada encontraron los vecinos al joven, tirado en el


camino, inconsciente y arrojando espuma por la boca.

22) Los toritos encantados

Cuentan las personas mayores que en las noches claras de Luna sale del
Cerro Alto (Contumazá) un toro de plata refulgente. Emerge de una cueva
honda y comienza a recorrer las faldas del cerro hasta una parte plana, en
donde se encuentra con otro toro de oro refulgente que sale del cerro Pan de
Azúcar, con el que se traba en una feroz pelea, rodándose entre las peñas,
desangrándose por todas partes del cuerpo y haciendo temblar a los cerros con
sus fuertes mugidos.

La Luna, cansada de presenciar tanta ferocidad, se oculta, y en esos


momentos dejan de brillar los animales y cansados se retiran a sus respectivos
cerros. Dice la gente que cuando está por salir la Luna llena, se pueden
escuchar lastimeros mugidos que labran el alma de tan tristes y melancólicos
que son, suponiéndose que ello obedece a que los toros salen a restañar sus
heridas y a llorar su destino, pues dicen que son personas encantadas en
forma de animales.

Se considera que estos toros bravíos fueron unos caciques principales de


los lugares ahora denominados Molle y Canazum, comprensión de la provincia
de Contumazá. Estos caciques se disputaron fieramente el amor de la hija de
un hechicero, el mismo que al saber de las pretensiones de los caciques,
usando sus malas artes, los transformó en toros, uno de oro y otro de plata,
condenándolos a que siempre que se encontrasen se trabaran en feroz pelea,
la cual sólo terminaría con el ocultamiento de la Luna.

Estos toros encantados aparecen una vez al año entre las manadas del
ganado vacuno que pasta en los cerros, en donde los sorprendidos pastores
los pueden ver en toda su extraña belleza.

Es creencia, entre la gente del lugar, que cuando aparece el toro de plata
entre la manada, el año será bueno y los animales se reproducirán en
abundancia, pero que cuando aparece el torito de oro, el año será malo, habrá
sequías y pestes.

23) El duende de la laguna de Chamis

Se cuenta que antes, cuando la laguna de Chamis era muy grande, la


gente se iba a lavar la ropa muy de madrugada, pues a esas horas el agua
estaba tibia. Más o menos a las 4 de la mañana, solía ir a ese lugar, portando
grandes quipes de ropa de las personas que le pagaban para eso, una señora
madre de dos criaturas todavía muy tiernas.

En una oportunidad de Luna nueva, como de costumbre, la señora se


hallaba lavando la ropa cuando, de repente y sin saber cómo, se le presentó un
señor muy apuesto que comenzó a fastidiarla, pero la señora no le hizo caso,
pues tenía sus menores hijitos. No obstante que el caballero insistía en sus
requerimientos, no accedió, y el señor desapareció en dirección a la laguna.

En otra oportunidad, y en las mismas circunstancias, se presentó el


caballero a reanudar sus propósitos de mantener relaciones con la señora, y
como esta nuevamente se negara, el caballero la secuestró para conducirla a
la laguna, en donde ambos desaparecieron. Ese día, sus familiares comenza-
ron a buscarla, pasando los días sin encontrarla. Los hijitos lloraban mucho por
su ausencia. Entonces los familiares y unos amigos contrataron los servicios de
un brujo, y todos fueron a la laguna, por la noche, pues la gente decía que a
esa hora veían a una mujer lavando, pero que cuando se acercaban,
desaparecía.

Ya en la laguna, el brujo comenzó a llamar a la mujer desaparecida, que


lentamente iba surgiendo en medio de la laguna. Pero no contestaba, y a pesar
de los muchos esfuerzos desplegados no hacía caso, como si no escuchara.
Entonces los acompañantes le echaron lazo y comenzaron a jalarla, pero la
lavandera tenía mucha fuerza y no se dejaba arrastrar, hasta que, finalmente,
consiguieron su objetivo y lograron conducirla a su casa, en donde permaneció
siempre bajo la vigilancia de sus familiares, pues durante las noches de Luna
llena intentaba ir a la laguna, pero ellos no la dejaban. Así pasó algún tiempo
hasta que murió, completamente enflaquecida y loca.

24) La procesión de los diablos

Cuentan los moradores del lugar que del cerro Callac Puma, cerca de
Llacanora, sale una procesión de la misma boca de la cueva que en ese lugar
existe. Sale esta procesión durante las noches de Luna nueva, ya sea de
martes o viernes, acompañada de una gran cantidad de fieles. Dicen, además,
que los concurrentes a tan extraña ceremonia portan, en una litera que llevan
en hombros, la imagen de un toro confeccionado en madera. Aseguran que el
cortejo se dirige al pueblo de Llacanora, y que luego de recorrer todo el
perímetro de la plaza principal retorna a la cueva. Durante el trayecto, los
acompañantes van entonando una serie de cánticos sin que nadie pueda
entenderlos, y cuando la gente sale a ver el paso de la procesión sólo ven
bultos negros, sin poder distinguir la cara de ninguno de ellos, todos los cuales
portan una vela cada uno.

La gente del lugar afirma que el objeto de estos extraños hechos es


conducir a los curiosos a adorar al toro de madera, que simboliza el oro y la
plata, a través de los cuales el diablo seduce a los cristianos para llevarlos a su
morada infernal.

Por eso también aseguran que es malo pasar por la gran cueva del Callac
Puma, porque por ella salen los diablos.

25) La culebra con bigotes

En el lugar denominado Santa Rosa, comprensión del paraje Calispuquio,


existe un pozo que tiene el mismo nombre del lugar, y al cual acuden las
vecinas del lugar a lavar la ropa de sus difuntos para el 5 después de acaecida
la muerte, situación por la que se dice que en ese lugar siempre penan las
almas.

Pero el Jueves Santo, todas las personas dejan de ir a la lava porque se


les presenta una enorme culebra con bigotes, la que trata de atrapar a las
desprevenidas lavanderas para llevarlas a las profundidades de la tierra en
donde mora, como en efecto ha sucedido en varías oportunidades con
personas que no sabían de la maligna aparición. Se afirma que la culebra no es
otra cosa que el demonio.
26) El niño abandonado

Cuentan que hace muchos años, cuando un señor viajaba de Cajamarca


a los Baños del Inca, por el camino viejo, encontrándose más o menos a mitad
del camino, como a las 4 de la mañana, se percató de que en medio del
camino abandonado yacía una criatura de muy poca edad, dando lastimosos
llantos. El señor, maldiciendo a la mujer que había abandonado a ese angelito
poniéndolo en riesgo de muerte, se bajó de su caballo y, envolviéndolo con su
poncho, lo llevó en sus brazos, con la intención de entregar el niño al orfelinato,
si no encontraba a su madre.

Había caminado un buen trecho cuando sintió que la criatura pesaba cada
vez más, y para ver lo que sucedía lo destapó, no observando nada raro.
Cuando quiso arroparlo nuevamente, escuchó que la criatura le decía, con voz
ronca: “Taita, mira mis ojos”. Esa voz lo alarmó, y viendo los ojos del niño com-
probó que estaban rojos como brasas. Sobrecogido de terror, lo arrojó al suelo
y vio que al tomar contacto con la tierra la criatura reventaba botando chispas,
fundiéndose en una masa de fuego.

27) Los ovillos de lana

Un señor llamado Manuel, retomaba a su casa, tarde por la noche,


después de visitar a un amigo. Vivía en el barrio San Pedro, por la calle Unión,
casi junto al río Racra, en el lugar llamado Urubamba. Cuando atravesaba la
esquina que hacen las calles Unión e Islay, pasando frente a la Cruz Verde que
queda en el indicado lugar, vio en el suelo cuatro ovillos de lana. Entonces,
pensando quién habría botado esa lana, recogió los ovillos y prosiguió su ca-
mino hasta llegar a su casa.

Ya en su hogar, puso los ovillos sobre la mesa de la sala y se dirigió al


dormitorio, donde al poco rato se quedó profundamente dormido. Al día
siguiente contó a su esposa lo de su hallazgo y fue a la sala para traer los
ovillos, pero con gran sorpresa vio en la mesa ya no estos sino 4 calaveras.

28) La mula y el diablo

En un pueblo, hace ya muchos años, vivía un cura con su amante, una


joven hermosa del lugar a quien había seducido con engaños y regalos
valiosos que continuamente le hacía. Pero este cura sabía que su mujer, por
las noches, cuando él se quedaba dormido, se convertía en mula y así salía a
recorrer las calles, causando pánico entre los humildes habitantes del lugar,
situación que le causaba mucha pena, pues quería entrañablemente a su
amante, por lo que trataba de rodearla de las máximas comodidades y afectos.

En una oportunidad, el cura tuvo que viajar a la ciudad de Cajamarca,


llamado por el obispo, y recomendó a su sacristán, hombre que le merecía la
mayor confianza y aprecio, que cuidara de su amante y que nunca la
despertara cuando estuviera durmiendo, lo mismo que no la abandonara
durante su vigilia y le proporcionase todo cuanto le pidiera. Efectivamente, en la
noche el sacristán durmió junto al dormitorio de la mujer. Ya había agarrado el
sueño, cuando a eso de la medianoche escuchó un fuerte ruido en el patio,
como si un jinete se paseara con espuelas. Intrigado, salió para ver por una
rendija de la puerta y divisó a un hombre vestido con ropa de montar, alto,
blanco, poblado de barba y con chicote en mano. Lo vio luego montar en una
mula y, sin abrir la puerta, salir a la calle y perderse, relinchando.

Transido de miedo, el sacristán ingresó al dormitorio de la mujer del cura y


comprobó que la cama estaba vacía; entonces se puso a llorar y temeroso
regresó a su cama. Al poco rato volvió a oír los relinchos, el tropel en el patio y
luego unos pasos que se dirigían al dormitorio de la mujer. Instantes después,
todo era profundo silencio. De inmediato se levantó el sacristán y, por el ojo de
la cerradura, vio que en la cama descansaba una mula, y comprendió cuál era
la verdad.

Al día siguiente, atendiendo a la recomendación de su superior, el


sacristán no despertó a la mujer, esperando que por sí sola se despertara,
pues sabía que si no era así, se quedaría convertida en mula hasta su muerte,
sin recobrar su forma humana. Cuando la mujer se levantó, le contó al
sacristán que se sentía muy cansada y que le dolía la boca y las costillas, lo
mismo que las manos y los pies, como si algo le hubiera pasado.

29) Amores sacrílegos

Hace ya mucho tiempo llegó al distrito de San Juan un joven párroco que
al comienzo desempeñaba con mucha rectitud y santidad su ministerio, ha-
ciéndose acreedor de la estimación y general respeto de la feligresía. Pero con
el correr del tiempo dejó entrever su proclividad a las cosas sexuales,
hablándose de que en repetidas oportunidades había quebrantado el voto de
castidad hecho al recibir las órdenes sacerdotales.

Existía por entonces una hermosa sanjuanera, hija de padres


acomodados, dueños de una finca que producía abundantes y variadas
cosechas. De esta joven se enamoró el cura, y buscó conquistarla. Primero
consiguió su amistad, después la invitaba a escuchar misas que ofrecía en su
nombre, con el objeto de que se cumplieran sus más caras aspiraciones. En re-
compensa, la joven lo invitó a que almorzara en la finca de sus padres, y
cuando el sacerdote acudió a esta invitación, fue atendido espléndidamente,
pasando el día sin sentirlo. Como cayó la noche, y siendo la hora avanzada, se
quedó a dormir en la finca, habiendo sido invitado para ello por los padres de la
muchacha.

Las cosas siguieron así hasta que la muchacha, venciendo sus naturales
aprehensiones, accedió a los requerimientos amorosos del cura. Poco
después, la joven quedó embarazada, por lo que salieron a vivir en casa
aparte, en medio de las murmuraciones y condenación unánime de todos los
vecinos, que apodaron a la mujer como la lavandera del cura.

Pasó el tiempo y nació su hijo. Como amaba mucho a su primogénito, el


cura buscó una mujer que lo atendiera, para que no sufriera de nada. La vida
pasaba aparentemente feliz, cuando uno de esos días la empleada vio que en
el dormitorio de la señora, en su cama, estaban durmiendo una mula y un potri-
llo, por lo que, horrorizada, corrió a avisar al cura de lo que había observado.
Este le preguntó sí los había despertado, explicándole que si eso pasaba ya no
regresarían a su estado natural de seres humanos; además, le recomendó que
guardara profundo secreto de lo acontecido.

Sin embargo, poco después, todo el pueblo se enteró, y un día que la


mujer del cura pasaba por la calle, una señora que sabía el secreto tapó con su
sombrero la huella que había dejado la mujer a su paso y rezó diez
Padrenuestros y un Credo y destapó la pisada, comprobando que en el suelo
se hallaba marcada la huella de una pisada de mula, certificándose así que las
mujeres que conviven con curas se convierten en mulas y los hijos que
procrean en potrillos.

30) Los gatos endemoniados


Hace algún tiempo, un cura mantenía relaciones sacrílegas con una joven
y hermosa feligresa, a la que había sacado a vivir en casa aparte, poniéndole
un chico para que le sirviera, sin permitir que ninguna otra persona ingresara a
su domicilio. Esto lo hacía por celos, pues temía que si la muchacha veía a
otros hombres, pudiera enamorarse, o que estos la requirieran.

Tiempo después, la mujer enfermó gravemente y, por más que hizo el


cura para salvarla, falleció. No dejó que nadie acudiera al velorio, donde sólo
estaban él y su empleado. En la noche, cuando estaban en un cuarto distinto a
donde estaba la capilla ardiente, oyeron bulla, y el cura ordenó al muchacho ir
a ver qué sucedía. Cuando este fue a cumplir la orden, contempló, lleno de
miedo, que sobre el ataúd peleaban dos gatos negros.

De inmediato informó al cura, quien le ordenó que espantara a esos


animales, mas cuando fue a hacerlo ya no encontró sólo dos sino muchos
gatos, todos peleando. Corrió nuevamente a informar a su patrón, que,
imperturbable, repitió la misma orden. El muchacho, sin tener otra alternativa,
regresó a la capilla, donde vio, lleno de terror, que ahora todo el cuarto estaba
lleno de gatos negros peleando por posesionarse de la parte superior de la
caja.

Ante tal bulla, salió el cura, y ambos, horrorizados, vieron que en un


instante los gatos habían desaparecido, lo mismo que el cadáver. Cuando llegó
la hora del entierro, el cura llenó con piedras el ataúd, para que la gente
creyera que dentro se hallaba el cadáver y no maldijeran a su mujer.

31) El duende de Huacaloma (versión de Lorenza Julca)

En el sitio denominado Huacaloma, comprensión del paraje de


Mollepampa, había un puquio que ahora se ha secado y donde se abastecían
de agua los moradores del lugar (en este lugar, distante 4 km de Cajamarca, en
1979, la misión arqueológica japonesa, dirigida por el doctor Terada, practicó
excavaciones en busca de asentamientos humanos tempranos).

Dicen que de ese puquio, en las noches de Luna llena, salía una mujer
blanca, gringa, muy buenamoza, a sentarse en la orilla, en procura de
conquistar a los jóvenes y hombres, los cuales, después de caer en su red de
amores, aparecían completamente locos, idos o atontados.
Últimamente, la duende se enamoró de un joven perteneciente a la familia
Chunque, el mismo que después de gozar un tiempo de esos amores empezó
a dar muestras de locura y de estar muy enfermo. Dicen que la duende, por las
noches, llegaba a la casa de Chunque y golpeaba su pared. Entonces, cuando
el joven salía, lo jalaba del brazo y lo llevaba hasta el puquio.

Los vecinos se dieron cuenta de que el joven había sido tentado por la
duende, por lo que, para salvarlo, pidieron autorización a sus padres y,
acompañados de un maestro, dejaron en el puquio, a cambio del joven, un
bollo de azúcar blanca que habían preparado. Desde entonces, la duende ya
no fastidia al joven, y este, poco a poco, ha recobrado su salud y su razón.

32) La cama voladora

Recientemente había llegado al caserío de Chanche la nueva maestra de


la escuela, e instaló su domicilio en el mismo local escolar, donde vivía
completamente sola. Por las noches, para mayor seguridad, ponía tranca a la
puerta.

Cuando llegó la Fiesta de las Cruces, que es festividad religiosa del lugar,
la señorita fue invitada a las noches de novena, pero, disculpándose por la
larga distancia desde la escuela hasta donde se rezaba, decidió no asistir. Sin
embargo, el Teniente Gobernador, deseoso de que la profesora por lo menos
asistiera a los rezos de la víspera, insistió en ello, comprometiéndose a
acompañarla al regreso. Finalmente, la señorita aceptó. Concluido el rezo, la
acompañó no sólo el Teniente Gobernador, sino también los familiares de éste,
que la dejaron en la escuela.

Sería como las 2 de la mañana cuando de repente sintió un fuerte


ventarrón, al mismo tiempo que un penetrante olor a excremento de caballo.
Luego, con sorpresa y horror, sintió que su cama se elevaba por los aires.
Sobreponiéndose al susto, encendió su linterna y vio que se hallaba en su
cuarto y que allí no había nadie. Pensando que pudo haber tenido una
pesadilla, procuró dormir, aunque sin apagar la luz. Ya estaba por dormirse,
cuando sintió nuevamente que su cama se elevaba; entonces se arrojó del
catre y, no teniendo a quién recurrir en procura de auxilio, atemorizada, se
sentó en una silla a esperar el día.

Como pensó que los vecinos no iban a dar crédito a lo sucedido, viajó de
inmediato a su casa y consiguió que una tía mayor la acompañara, luego de
informarle del caso. Cuando pasaban la primera noche juntas en la escuela,
ocurrió nuevamente el mismo caso, aunque esta vez, si bien percibió el olor a
estiércol, la tía no vio que la cama se elevara. Para corroborar el hecho, la
maestra pidió que la tía pasara a su cama, mientras que ella dormiría en la
otra. Así lo hicieron, pero de nada sirvió el cambio, pues la señorita volvió a
sentir lo mismo, mientras rogaba a la tía que la ayudara para que no la
llevasen. Mas la tía no vio que la cama volara.

Por el gran horror que vivía durante las noches, la maestra informó de los
hechos al Gobernador, quien dispuso que unas mujeres del lugar acompañaran
a la maestra, mientras tres hombres cuidarían la puerta por fuera. A pesar de la
numerosa compañía, entre la una y dos de la madrugada, a la misma hora que
en las ocasiones anteriores, ocurrió lo mismo. A gritos, la joven pedía que la
auxilien y que no dejaran que se la lleven, pero todos veían la cama en el
mismo sitio.

Nuevamente viajó a la ciudad, pero esta vez le contó todo lo sucedido a


su confesor, quien le aconsejó que entronizara la imagen del Sagrado Corazón
de Jesús en esa casa y que regara con agua bendita el cuarto donde dormía.
Así lo hizo, y desde entonces ya no han tratado de secuestrarla los malos
espíritus.

33) La seductora nocturna

Es fama que el cerro de Huayrapongo es un cerro malo porque allí


vivieron los gentiles. Además, se dice que, por tener aguas detenidas, en él
habita un duende que, en forma de mujer (súcubo), trata de seducir a los
hombres.

No hace de esto todavía mucho tiempo, y se mantiene palpitante en el


recuerdo de los moradores del distrito de los Baños del Inca, dentro de cuya
comprensión se encuentra el cerro en mención. Esto aconteció a varios
soldados del Batallón de Infantería "Zepita " Nº 7.

Se cuenta que una noche de cuarto menguante, un soldado se hallaba


apostado de centinela a inmediaciones del cerro Huayrapongo cuando, más o
menos a las 11 ó 12 de la noche, oyó que una voz de mujer lo llamaba con
insistencia. Intrigado, trató de divisar a la persona que a hora tan desusada
andaba por esos lugares. A la débil luz de la Luna, pudo divisar que por entre
los árboles de eucalipto una mujer blanca, rubia, de cabello largo muy
hermoso, y completamente desnuda, le hacía señas y lo llamaba. El soldado,
olvidando la estricta disciplina militar, y en la esperanza de tener una feliz
aventura con la gringa, abandonó su puesto y comenzó a perseguir a la mujer,
que cada vez se internaba más por el bosque, rumbo al cerro.

Cuando llegó un nuevo soldado a relevar al centinela, comprobó que el


puesto estaba abandonado, de lo que dio cuenta inmediata al oficial. Ambos se
constituyeron y ratificaron la probable deserción, por lo que dieron la alarma y
emprendieron la búsqueda general, pero sin encontrar la menor huella.

Así pasaron tres días, al final de los cuales, como a las cinco de la tarde,
el presunto desertor se hizo presente en el cuartel, pero ya con todos los
indicios de una grave alteración mental. El pobre hombre estaba como loco, y
entre incoherencias logró relatar, más o menos claramente, la extraña aventura
que le sucedió, la misma que nadie creyó. Por las noches, el seducido hablaba
solo, como dirigiéndose siempre a una gringa, a una mujer muy bella.

Pasaron varios días, y una noche, burlando la vigilancia que se ejercía


sobre él, se escapó rumbo al cerro. Desde entonces, dicen los moradores, en
las noches de Luna llena pueden ver al soldado recorrer el cerro como si
anduviera persiguiendo a alguien.

Se asegura que esta misma aventura, con su trágico desenlace, les ha


sucedido a otros soldados del “Zepita” que, como el anterior, cumplían su
guardia nocturna. Se refiere que hace muy poco uno de ellos divisó a la
seductora nocturna o la gringa, como vulgarmente se la conoce, y que,
aceptando los requerimientos, la siguió, pero cuando la tenía a su alcance se
transformó en un bola de fuego, y rodando por la pendiente del cerro,
desapareció misteriosamente. A este soldado lo encontraron al día siguiente,
desmayado, botando espuma por la boca y con síntomas de enajenación
mental.

Esta es la razón, se asegura, por la cual ahora los jefes del Batallón han
adoptado la costumbre de poner dos soldados en cada puesto de centinela
nocturno.

34) El joven que no durmió en su cama


Como a eso de las cinco de la mañana, dos vecinos que se dirigían a traer
la yunta para el arado, encontraron en la orilla de una quebrada a un joven que
vivía cerca, con el rostro completamente arañado y con señales de haber
perdido la razón.

Al preguntarle la causa de su estado. El joven sólo atinó a decirles que no


podía precisar qué es lo que le había ocurrido, que sólo recordaba haberse
acostado en su cama, pero que no sabía cómo resultó durmiendo en el campo,
junto a la quebrada.

Los vecinos, sabiendo la fama de que en la quebrada había duende,


concluyeron que al joven quiso secuestrarlo la duende, pero probablemente él
se resistió, y por eso aquella no pudo cumplir su cometido, contentándose con
arañarle la cara. Desde entonces, el joven ya no pudo recobrar del todo la
razón, y ha quedado como idiota, medio gafo, y anda por las noches rondando
los parajes solitarios, probablemente por la duende que le robó el ánima.

35) La invitación de la gringa (relato de Margarita Palacios)

Ese día se le hizo muy tarde a un agricultor que tenía su fundo más allá
de San Pablo, por terrenos de la comunidad de Unanca, por lo que decidió
quedarse a pasar la noche en la casa de su compadre, temiendo que algo le
ocurriera en el camino. Antes de que rompiera la aurora, para llegar temprano a
su casa, ensilló su mula y a paso ligero tomó el camino de las alturas. Al pasar
por la quebrada que siempre traía agua, pero en pequeña cantidad, vio
sorprendido que ahora era enorme el caudal, no obstante que aún no era
tiempo de lluvias.

Sobreparando su mula, se acercó al borde y vio que en un remanso se


hallaba una mujer muy blanca, gringa, completamente desnuda, peinándose
sus largos y rubios cabellos.

Al notar la presencia del hombre, la mujer lo llamó para que se acercara,


pero al mismo tiempo la mula se espantó y ya no quiso seguir. Esto hizo que el
jinete comprendiera que se trataba de una aparición maligna, y espoleando a
su animal huyó a toda velocidad.

Unos vecinos que habían visto de lejos lo ocurrido fueron a la quebrada


para comprobarlo, pero ya no hallaron nada.
36) Los duendes (relato de Nicolasa Paico)

Según la versión popular, los duendes se forman del cuerpo de los niños
que no pudieron nacer por causas naturales o que fueron abortados. Como en
tales circunstancias no pueden ser bautizados, se transforman en duendes, los
mismos que, si bien es cierto son seres encantados y algunos malignos, no
llegan a ser diablos.

Por este origen, los duendes se aparecen como niños juguetones,


traviesos, aun cuando siempre traen consecuencias funestas para los
humanos, a los cuales pueden raptarlos o encadenarlos mágicamente, sobre
todo cuando se trata de los duendes de puquio, de molino o de horno, no
ocurriendo lo mismo con los duendes de árboles (el duende de árbol es en
realidad el gnomo o genio de la naturaleza, en la concepción folclórica
europea). Los duendes de puquio son sumamente lascivos, y llegan a seducir a
las doncellas, a las que algunas veces dejan embarazadas. Las lagunas
también tienen duende con características similares al del puquio, aun cuando
en algunas lagunas se presenta el diablo y no el duende, como en el caso de la
laguna de Matarococha.

Por esta clase de posesión, todos estos lugares o árboles son malos y hay
que andar prevenidos contra la acechanza del duende, que indiscutiblemente
es demoníaca, aunque no muy claramente en el caso de los árboles lechosos o
solitarios, o en el de las plantas trepadoras. En principio, todos los lugares
soledosos, inquietantes o peligrosos son poseídos por estos espíritus de la
naturaleza, contradictorios con el espíritu del hombre. En esta forma,
pensamos, se resuelve la dialéctica que opone el hombre a la naturaleza en la
lucha por la vida, ya que el hombre, en esta dimensión mágica, se apodera de
la naturaleza, pero, al mismo tiempo, la naturaleza busca también apoderarse
del hombre a través de sus emisarios, que son los duendes.

Para ahuyentar a los duendes de los árboles lechosos –como la lúcuma,


el higuerón, el higo o el molle– o de los árboles solitarios, se debe arrojar
contra dichos árboles el excremento humano o cualquier otra sustancia
maloliente, como los orines guardados, pues estos seres son muy sensibles a
la pestilencia.

Los duendes de horno persiguen a las criaturas que aún no han sido
bautizadas, a las que pretenden raptarlas o robarles el ánimo, dejándolas con
mal de espanto. Para ahuyentarlos, se debe bautizar el horno y colocar en la
parte superior una cruz o hacer una ventana en forma de cruz.

Las caídas de agua en cataratas o los remansos de los ríos tienen duenda
o súcubo, la que se presenta como mujer muy bella, rubia, blanca, de cabellos
muy largos, y desnuda. Con cantos, esta duende trata de seducir a los
hombres en procura de mantener con ellos trato carnal y así encadenarlos a
sus designios demoníacos.

Por lo general, a los duendes de árbol y de molino se los puede ver en las
noches de Luna llena, cuando salen al campo a jugar como los niños.

37) La molienda del compactado (relato de Manuel Rojas)

Afirma la gente mayor de Celendín, provincia del departamento de


Cajamarca, que no hace todavía mucho tiempo que vivía en esa ciudad una
persona oriunda del lugar que, en forma inexplicable, llegó a amasar una
fortuna fabulosa. Se decía que había muchas otras personas tan trabajadoras
como el señor del cuento, pero nunca pudieron reunir tanto dinero,
circunstancia que hizo presumir que el indicado caballero sostenía trato innoble
con el diablo, quien debía proporcionarle tal riqueza, con la cual adquirió
muchas propiedades tanto en Celendín como en Cajamarca.

Afirma la gente que este señor acudía los viernes por la noche al cerro
Tolón, cercano a la ciudad, y que este cerro malo se abría a las 12 de la noche
para permitir el ingreso del señor, quien, ya dentro del cerro, se sentaba en un
gran sillón a presenciar cómo unos hombres, cruelmente castigados por los
diablos, daban vueltas a un molino de caña de azúcar. Se dice que el
compactado se deleitaba viendo cómo los diablos hacían restallar su látigo
sobre las espaldas y las nalgas de los infelices esclavos del demonio, de cuyos
cuerpos martirizados, a cada latigazo, salían como rayos o chispas.

Ya por la mañana, antes de que rayara el alba, el compactado regresaba


a la ciudad procurando ocultarse de la gente que a esas horas se dirigía a sus
chacras. Llevaba en su hombro una gran alforja llena de oro.

38) El intento de posesión (relato de Juana Sangay T.)

En el pueblo de Magdalena (distante unos 65 km de la ciudad de


Cajamarca) vivía una señora dedicada a la elaboración de pan, el mismo que
vendía en ese lugar y que le proporcionaba una situación económica
envidiable. En su misma casa quedaba el horno donde hacía su industria.

En cierta oportunidad, como a las 2 de la mañana, la señora se


encontraba dormida después de un agotador día, cuando, sobresaltada, oyó
llorar a su pequeño hijo de 3 años de edad. Levantándose, fue a ver a su hijo y
no lo encontró, pero escuchó nuevamente su llanto desesperado en el cuarto
del horno. Corriendo, fue allí con una luz, y vio a su niño en el suelo, con su
carita completamente arañada. Entonces lo levantó y lo llevó a su cama, con la
idea de que le había ocurrido eso por sonámbulo.

Después de unos días, volvió a suceder lo mismo, y así hasta en 4


oportunidades, en todas las cuales encontraba al menor cerca de la boca del
horno y con la cara completamente arañada. Preocupada, contó los sucesos a
una comadre, quien le dijo que a lo mejor no había bautizado al horno, y que
por ese motivo estaba poseído por un duende, el mismo que pretendía
arrebatarle a su hijo para llevárselo a los infiernos. Le dijo también que como el
niño lloraba, el duende no podía llevárselo, y en venganza le arañaba el rostro.

Siguiendo el consejo que le dio su comadre, la panadera recurrió a un


sacerdote para que bendijera el horno, y colocó también una cruz de palo en la
parte superior del mismo. Desde entonces, ya no volvieron a suceder estos
hechos.

39) La casa de los diablos (relato de María Valencia)

Según cuentan las personas mayores, el Cerro Punta, a partir de las 6 de


la tarde, rapta a las personas que pasan por allí para conducirlas a sus
entrañas, donde hay una ciudad muy bonita con muchos palacios y grandes
casas iluminadas en las que viven los diablos en compañía de las personas
que llevan a esclavizar. Por esta mala fama, la gente no se aventura a pasar
por el Cerro Punta desde esa hora de la tarde hasta las 5 de la mañana
siguiente, pero de todas maneras algunas personas se ven obligadas a pasar
por ese lugar a las horas malas, por lo cual el cerro las captura y nunca más se
vuelve a saber de ellas, por mucho que las busquen.

Se cuenta que una vez pasaba por el cerro Punta, casi en la oración, una
señora con su hijito, cuando de pronto una piedra se abrió como puerta y por
ahí desaparecieron ambos. Sus familiares, al ver que no regresaban pasados
los tres días, los buscaron intensamente, pero al fracasar en su intento de
hallarlos, recurrieron a los servicios de un brujo.

El brujo requerido fue Manuel Huaccha, hoy muerto, el que les pidió le
llevaran un cuy negro y una canasta de tamaño regular llena de dulces de
diferentes clases, junto con frutas y golosinas. Luego, el maestro, en compañía
de 4 hombres fuertes, se dirigió al cerro a las 12 de la noche, y frente a una
cueva empezó a llamar a los desaparecidos: la señora Natividad Sandoval y su
hijo. Cuando Natividad contestó, el brujo le dijo que quería hablar con su
patrón, y al poco rato salió por la boca de la cueva una mula botando chispas
por la boca y desprendiendo fuerte olor a azufre. Estando fuera, la mula le pre-
guntó al brujo qué quería, y el maestro te dijo que a Natividad Sandoval y su
hijo, y que a cambio le dejaría la canasta con todos los dulces y golosinas.
Entonces el diablo, que aparecía como mula, aceptó el cambio y recibió las
cosas traídas.

A la mañana siguiente, muy temprano, aparecieron doña Natividad y su


hijo, quienes relataron la extraordinaria aventura vivida en la ciudad de los
diablos, en donde habían encontrado a mucha gente conocida antes
desaparecida.

40) El octavo chancho

Viajaba un señor conduciendo 7 chanchos a la costa, en donde pensaba


venderlos ganando mucho más de lo que podía hacerlo en Cajamarca. En esos
tiempos no había carretera y utilizó el camino de herradura del Cumbe. Como
era su deseo llegar cuanto antes a su destino, azuzaba continuamente a los
chanchos con un palo, pero llegó el momento en que los animales estaban ya
completamente agotados. Como a las 6 de la tarde, cerrando la oración, notó
con gran sorpresa que los animales comenzaron a aligerar el paso hasta el
punto que le era difícil seguirlos.

Pensando que a lo mejor en la carrera se había extraviado algún animal,


los contó, constatando que eran ocho; sorprendido, los recontó varias veces y
eran ocho. Sin saber por qué, le entró miedo, pues se encontraban por la falda
del Cumbemayo, del que decían era sitio pesado por haber sido lugar de
gentiles.
Momentos después, los chanchos fueron caminando más lentamente,
muy extenuados, y allí los volvió a contar, viendo que ahora eran siete. Recién
ahí entendió que el diablo había tomado forma de chancho, probablemente con
la intención de perderlo.

41) El toro de Shultín

En el paraje de la hacienda Shultín, las noches de Luna llena sale un torito


de oro con un lucero en la frente que brilla intensamente. Los campesinos que
transitan por las noches pueden observarlo y no pocos han intentado agarrarlo,
porque se dice que el que llegue a hacerlo se volverá rico.

Una vez pasaba por Shultín un campesino que entre sus vecinos y
familiares tenía fama de ser muy guapo, de mucho ánimo. Este hombre divisó
al torito y sin tenerle miedo llegó a agarrarlo, pero el torito se le escapó de las
manos. Al poco tiempo, el hombre murió botando sangre por la nariz y el curso,
sin que nada le hiciera bien, ni siquiera los remedios que le dio un brujo.

FANTASMAS Y APARECIDOS

Dentro del mundo mágico religioso, el hombre no es sólo materia orgánica


que se descompone con la muerte, sino que es además, y sustancialmente,
alma y espíritu que trasciende y sobrevive más allá de la ruina total del óbito.
Por el alma nos es posible seguir viviendo cuando ya la carne ha vuelto al
polvo que le dio origen, cuando ya de nuestro transitar mundano queda sólo el
recuerdo.

Si es mucho lo que el hombre padece, trabaja, ama, se alegra y lucha por


prolongarse, es completamente absurda la muerte; es definitivamente
inadmisible el acabamiento total. Antes bien, el hombre es espectador cotidiano
de la muerte, de la extinción, del viaje sin retorno.

Ante tan trágico espectáculo, ha de buscar una solución que le permita


encontrar un sentido a la lucha por la existencia, un asidero a sus continuos
avatares. Entonces, piensa admirado que si la carne se corrompe y se vuelve
polvo, si el hombre desaparece definitivamente, nadie ha visto morir a la
sombra que se proyecta del cuerpo sobre la tierra, o la imagen que se refracta
en el agua, o el suspiro profundo que desgarra el pecho del moribundo.
Y si nadie ha visto morir a la sombra, a la imagen y al aliento es porque,
sencillamente, no fenecen nunca. Esto significa, por supuesto, que tienen un
mundo especial situado en otra esfera, dentro del que viven con los mismos
afanes, los mismos deseos y las mismas miserias en que se debaten los seres
en el mundo terrenal.

Siguiendo esta corriente de pensamiento, la angustia ante el fallecimiento


no sólo encuentra paliativo, sino solución completa. El hombre no muere
totalmente, sino que se eleva a otro mundo a través del alma que anima su
vida terrenal. Mas ese otro mundo invisible, donde moran las almas, es reflejo
de la Tierra, y, por tanto, está lleno de las formas existenciales que caracterizan
la peripecia terrenal. Azotan en él las mismas pasiones, sacuden los mismos
sentimientos, animan los mismos defectos y los mismos odios, estados
anímicos todos que regulan el comportamiento de las almas.

Los habitantes de estos dos mundos semejantes mantienen mutuas y no


siempre armónicas relaciones, siendo común que las almas busquen causar
algún daño o simplemente asustar a los vivos. De allí que, en general, la
presencia del alma sea temida y se necesite optar ciertos preceptos o medidas
de seguridad para que se ahuyente.

El ser humano, aun cuando haya encontrado en el alma una solución a su


miedo ante la muerte, jamás se libera de este sentimiento. El temor guía su
comportamiento, y las ofrendas, el extremado respeto y la gran veneración son
formas intelectualizadas que disfrazan el miedo que instintivamente siente por
la muerte, que siempre será un castigo, por mucho que se hable de
resignación.

De esto se sigue que el muerto es un ser castigado, y que el alma, al


desprenderse de su corpórea envoltura, lleva como estigma el castigo de la
muerte. Y por eso el alma persigue, asusta, espanta y busca males para los
que aún siguen disfrutando de la vida, bien máximo que se puede conceder a
la especie humana.

Para evitar la acción maléfica de los difuntos, se debe realizar ciertas


prácticas que tiendan a borrar o suprimir cualquier medio que pueda servir de
pretexto al alma para seguir perturbando la tranquilidad de los vivos.

Hay necesidad de percatarse de que el alma efectivamente ha


abandonado su antigua morada, para lo cual se pondrá ceniza ante la puerta
en donde se veló el difunto, luego se cerrará la puerta, y al día siguiente, si
hubieran rastros de pisadas sobre la ceniza, será porque el alma no se ha
retirado de la casa; y si no los hubiera, entonces ya el alma habrá dejado
definitivamente su antigua casa, y sólo restará ofrendarle para conseguir su
protección.

Es también conveniente realizar la limpieza de todas aquellas cosas que


permanecieron en contacto con el fallecido, porque las ha impregnado de su
sustancia corpórea. La lava (lavado de la ropa del difunto) debe practicarse
después de cinco días de producido el deceso. En caso de incumplirse esta
recomendación, el alma no se retirará de la casa y hará ostensible su presencia
a través de ruidos, mordiendo las piernas, brazos o el cuello, jalando de los
cabellos, de las piernas o destapando a los parientes cuando duermen, o, en
fin, de otras muchas maneras que harán recordar a los sobrevivientes la
obligación que tienen con el muerto.

El plazo de cinco días para proceder a la lava quizás se fundamente en la


necesidad de no abandonar a los deudos, ya que pueden ser objeto de la
venganza del muerto.

Siempre es conveniente demostrar públicamente el gran cariño y respeto


que se tuvo al difunto, lo que se hace por medio de los rezos y cánticos que se
van entonando desde el momento mismo del fallecimiento hasta la conclusión
del entierro. A este respecto, el episodio más hondamente dramático es aquel
en que el muerto, por medio de los presentes, se despide de su casa, de sus
seres queridos: parientes, compadres, amigos, animales, herramientas, y de
los lugares que recorrió en vida.

La relación necrológica que se pronuncia durante el traslado al panteón


contiene los más importantes actos del difunto y las especiales circunstancias y
peripecias que le tocó afrontar durante su vida, así la sabiduría y extremada
valentía con que supo encararlas. No falta en esta relación el señalamiento de
los defectos del occiso, aunque estos aparecen ennoblecidos por la grandeza
de su existencia.

Suele suceder que el difunto deje un entierro o "tapado". En este caso, el


alma se niega a abandonar el recinto y ronda continuamente por el lugar donde
se encuentra el mismo, con el fin de revelarle a una persona el lugar del
tapado, por medio de apariciones, jalones, golpes, ruidos, etc. Por esta razón,
se considera que en las casas pesadas, o sea en las que se escuchan ruidos,
existe con toda seguridad entierro, pues el alma de la persona que lo dejó tiene
que penar hasta que otra persona lo encuentre, como castigo por su avaricia.

Otra de las causas por las cuales el alma puede no abandonar su antigua
morada es la de haber dejado una deuda que sus parientes no han saldado, no
obstante haber dejado los medios para hacerlo. En fin, lo mismo puede suceder
en el caso de que sus deudos se nieguen a hacerle ofrendas, como misas,
limosnas y otras obras pías que la paz eterna de su alma reclama.

Las almas mantienen entre sí mutuas relaciones, que se inician la noche


misma del entierro. Esa noche reciben al alma recién ingresada en el mundo
del más allá, con una ceremonia de bienvenida que consiste en procesión y
misa celebrada en la Iglesia de la Catedral, cuando el difunto ha vivido en la
ciudad.

No necesariamente debe producirse la muerte para que el alma cobre su


autonomía existencial, pues esta se produce en forma evidente cuando ya la
muerte se avecina, momento en que abandona el cuerpo y comienza a recoger
sus pasos, recorriendo los distintos lugares que en vida frecuentó.

En estas circunstancias, puede ser presentida o vista por ciertos animales,


como el perro, el tuco, la lechuza, el pachatuco, los moscones, las gallinas e
incluso por los hombres, que pueden observarla en forma de luz verdosa que
se desplaza a unos quince centímetros del nivel del suelo.

En el folclor cajamarquino se puede diferenciar al muerto del fantasma,


pues mientras el primero no necesariamente se debe corporizar para hacerse
evidente (jalones, mordiscos, ruidos), el segundo por fuerza debe asumir una
determinada forma humana, digamos de un cura sin cabeza, de una mujer de
luto, etc. Además, la actividad del muerto se circunscribe a los lindes de la que
fue su casa, y su acción, por lo general, recae sobre sus parientes, en tanto
que el fantasma recorre áreas más grandes y puede manifestarse ante
cualquier persona.
RELATOS

1. El ruido del batán (relato de Alberto Mas)

En una casa ubicada en la séptima cuadra de la calle José Galvez, de


propiedad de un hacendado, una noche, cerca de las doce, el semanero, que
dormía en el cuarto de monturas cerca a la cocina, escuchó que alguien estaba
moliendo en el batán, por lo que, extrañado y pensando que podían necesitar
de sus servicios, se levantó.

Cuál no sería su extrañeza al ver que no se encontraba ninguna persona


utilizando el batán. Intrigado, se dirigió al patio, luego entró en la cocina,
recorrió los zaguanes, sin obtener ningún resultado, por lo que razonó que
probablemente había escuchado mal y se dirigió a su cama.

Pasado algún tiempo, y cuando ya nuevamente conciliaba el sueño, volvió


a escuchar muy nítidamente el ruido del batán y hasta voces de personas que
conversaban quedamente. Encendiendo el mechero, volvió a salir, y pudo
observar que ni en el batán, que estaba completamente limpio, ni en el patio, ni
en la cocina se encontraba persona alguna.

Esa noche, Jesús Salazar, que tal era el nombre del semanero, asustado
y temeroso, se fue a dormir a la puerta del cuarto de sus patrones, a quienes al
día siguiente contó sus sobrenaturales experiencias.

2. El invite del amor (relato de Maximiliano Salazar)

Don José Valencia, todavía joven y fornido albañil, retornaba a eso de las
dos de la mañana a su casa, que quedaba en Lucmacucho, después de haber
estado bebiendo en la casa de sus compadres por el Dos de Mayo.

Al atravesar la Plaza de Armas, muy obscura y solitaria, divisó, no sin


cierta alegría, a una dama muy bien vestida, de traje negro de cola, olorosa,
blanca, rubia y hermosa. Inducido por la soledad, los tragos y la belleza de la
dama, comenzó a cortejarla, percatándose, con sorpresa, que sus requiebros
eran respondidos por la elegante y misteriosa mujer.

Después de charlar por algún momento, la dama propuso a Valencia que


la acompañara a su casa, que quedaba por el callejón de San Roque,
proposición que fue aceptada de mil amores. Así pues, ambos se marcharon
en esa dirección.
A medida que se internaban por las callejuelas obscuras y luego por el
cerco de pencas que daba a los Baños de Neyra, Valencia notó que ya la dama
no desprendía la fragancia del momento en que la encontró sino un fétido olor
a azufre; asimismo, se dio cuenta de que el lugar por donde seguían estaba
lleno de precipicios, de charcos y huecos profundos que no podía explicar,
puesto que él, que siempre traficó por esos lugares, nunca antes había visto
esos parajes.

Temeroso, las piernas le comenzaron a temblar, por lo que la mujer le


exigió que caminara más rápido, diciéndole que se apurara porque la
madrugada ya estaba por llegar, pero estas cosas le decía sin voltear la
cabeza. Es entonces que comienza a gritar, justo en el momento en que
iniciaban su cántico los gallos. La mujer misteriosa, dándole un empujón, lo
arrojó a un charco y luego desapareció súbitamente. Los vecinos que acudie-
ron a los desaforados gritos encontraron a José Valencia tendido sobre un
charco y arrojando una baba blanca por la boca.

3. El cura sin cabeza (relato de Medardo Vergara)

Serían como las doce de la noche o una de la mañana, cuando se


encontraba un celador (antiguo guardia de seguridad) haciendo ronda por la
calle Callao, ahora Amalia Puga. Procuraba el guardia detectar cualquier brote
subversivo o ajetreo político, cuyo centro se suponía era la casa de la familia
Puga, que actualmente ocupa el Despacho Obispal, cuando en medio del
silencio sepulcral de la oscura noche escuchó que las puertas de la Catedral se
abrían con gran estrépito.

Al acercarse al lugar del acontecimiento, observó que la iglesia se


encontraba profusamente iluminada. Movido por la curiosidad, se aproximó y
vio que se estaba oficiando una misa. Poniendo mayor atención en el oficiante,
que en ese momento hacía la elevación, se dio cuenta de que no tenía cabeza.
El pánico lo inmovilizó y luego se desplomó, desmayado.

El mayor de guardias, que realizaba el control de los celadores, al poco


rato lo encontró aún desmayado en la puerta de la Catedral y botando espuma
por la boca.
4. El ayudante de misa (relato de Maximiliano Salazar)

Eran más o menos las doce de la noche, cuando a don Manuel B., que
reposaba su avanzada embriaguez en la esquina de la Iglesia de la Recoleta,
se le acercó un cura, sin que se diera cuenta por donde había venido, y le pidió
que por favor le ayudara a celebrar la misa como sacristán, ofreciéndole una
jugosa propina.

Don Manuel, viendo la posibilidad de allegarse algunos centavos, aceptó


el ofrecimiento, y juntos se dirigieron a la iglesia, que ya se hallaba iluminada.
Durante el trayecto, el cura le recomendó que en el momento de la misa no
alzara la vista, porque de lo contrario no le pagaría el estipendio acordado.

En efecto, don Manuel ejecutó, conforme le iba indicando el sacerdote,


todos los pasos del ritual, pero al llegar a la elevación, movido por la curiosidad,
levantó los ojos, y lleno de pánico y terror vio que el cura estaba ardiendo en
los infiernos. No pudiendo resistir el terror, se desmayó arrojando espuma por
la boca. Así, en esta posición, quedó hasta que lo encontraron los sacristanes
que ingresaban a arreglar la iglesia para la misa de seis.

5. La procesión de almas (relato de Emiliana Infante)

Doña Melchora Mejía de Verdugo tenía por costumbre atisbar la vida de


sus vecinos desde una ventana de su casa, ubicada en la carrera de San
Francisco, aprovechando para tal objeto de la oscuridad y la soledad de la
noche.

Justamente una de esas noches en que ya la señora se hallaba lista para


fisgar, vio con cierta sorpresa una procesión. Diciendo para sus adentro:
“¿Quién estará grave que va a sacramentarse a esta hora?”, e intrigada por
espectáculo tan desusado, esperó a que pasara la procesión, que venía
procedente de la Iglesia la Recoleta, como a eso de las doce de la noche.
Cuando ya habían pasado la mayoría de los acompañantes, todas mujeres,
con el manto muy caído, lo que dificultaba su reconocimiento, una de ellas se
aproximó en forma sigilosa a donde doña Melchora, y sin que esta pudiera
evitarlo, le entregó un cirio diciéndole que con él acompañara a la procesión,
agregando: "Mañana a esta misma hora me lo entregarás".

Con cierto temor, doña Melchora continuó viendo la procesión que se


dirigía hacia la Catedral, que se encontraba con las puertas cerradas. Al llegar
la procesión, las puertas se abrieron de par en par con gran estruendo, y tan
luego como los acompañantes ingresaron al templo, se volvieron a cerrar.

Como ya no había nada que seguir juzgando, se fue a su dormitorio, en


donde se dio cuenta de que la vela no era otra cosa que una canilla de muerto.
Al día siguiente muy temprano, con el ánimo conturbado, se fue a entrevistarse
con su confesor, a quien le contó lo que le había acaecido y le pidió consejo.

El padre le increpó su mal comportamiento por la fea costumbre que tenía


que juzgar la vida ajena, recomendándole que esa misma noche esperara el
paso de la procesión, y que cuando se le acercara la mujer a pedirle el cirio,
pellizcara a una criatura de corta edad.

Efectivamente, doña Melchora esperó angustiada el paso del cortejo. Tan


luego como la misma mujer de la noche anterior se aproximó para reclamarle el
cirio, al mismo tiempo que entregaba el cirio, con la otra mano pellizcó en la
oreja a una criatura, que comenzó a llorar. Al oír el llanto, la "tentación"
desapareció súbitamente y para siempre. Desde entonces, doña Melchora no
volvió a practicar la censurable costumbre de juzgar la vida de los demás.

6. El penitente

a. Relato de Cruz Carrasco

La noche de Viernes Santo era costumbre de los fieles que querían


santificar su alma, salir de penitentes por las noches, vestidos de larga túnica y
arrastrando cadenas o una pesada barreta. En dicha oportunidad, en la
Plazuela de la Recoleta, como a las dos de la madrugada, se encontraron dos
penitentes y uno de ellos preguntó al otro: “¿Qué hora es, hermano?”. El otro le
contestó: "Cuando salí de Roma eran las dos, ahora deben ser las seis y
cinco". Comprendiendo entonces el preguntante que el penitente era de la otra
vida, se desmayó y cayó al suelo, en donde lo encontraron más tarde otros
penitentes.

b. Relato de Alberto Mas

Caminaba un penitente, como a eso de las doce de la noche, por la calle


Unión, cuando se encontró de improviso con otro penitente que venía en
sentido opuesto dándose crueles latigazos, que restallaban rompiendo el
silencio de la noche obscura y arrancándole tristes y lúgubres quejidos.

Cuando estuvieron cerca uno del otro, el primero preguntó: "Hermano,


¿de dónde eres, de esta o de la otra?". Y el segundo le contestó: "De la otra,
hermano". Al comprender que este penitente había venido de la otra vida, se
desplomó desmayado, botando espuma por la boca, estado en que fue
encontrado al día siguiente.

7. La invitación del alma (relato de Rodolfo Ravines)

El hotel San Pablo, de propiedad de la señora Juana Castro, se hallaba


ubicado en la calle Cruz de Piedra, hoy Cajamarca. A comienzos del presente
siglo llegó a dicho hotel un agente viajero procedente de la capital. La misma
noche de su llegada, y sin tener nada que hacer, salió a la puerta de su al-
bergue. Cuando eran ya las diez de la noche y se disponía a regresar a su
cuarto, vio, a la luz mortecina de los faroles, que de la Plaza de Armas,
caminando por la vereda de enfrente, subía una señorita elegantemente
vestida. Al llegar a la altura del hotel, la señorita llamó al caballero y,
explicándole que venía de una fiesta en donde quedaban sus familiares, le
pidió por favor que la acompañara hasta su casa, pues no era conveniente que
una dama caminara sola a esas horas de la noche, según dijo.

El agente viajero, picado en su curiosidad y a la expectativa de una


aventura galante, accedió gustoso a tan atrevida invitación. Ambos continuaron
caminando por la misma calle hasta más o menos la media cuadra siguiente,
en la que se hallaba ubicado el domicilio de la dama (actual mansión de la
familia Zárate Miranda). La señorita invitó al caballero a pasar a la casa, y
luego de atravesar el zaguán, le hizo pasar a un amplio salón muy bien
amoblado y con grandes cuadros cubiertos con tela.

Después de charlar por algún rato, la señorita le invitó una taza de


chocolate y un tamal, que se sirvieron sentados en torno a una gran mesa de
centro. Concluido el chocolate y luego de los mutuos agradecimientos, el señor
se retiró a su hotel.

Al día siguiente, el viajero retornó a la mansión de la dama, pero después


de golpear la puerta con el aldabón, y sin que nadie le contestara, se retiró algo
desilusionado. Más tarde volvió a golpear la puerta con el mismo resultado, por
lo que ya intrigado preguntó a los vecinos y a la dueña del hotel si la familia que
residía en esa casa se había ausentado. Recibió como contestación que en
esa casa hacía ya mucho tiempo, como diez años, que nadie vivía, pues a la
muerte de una de las hijas, una de las mujeres más bellas de la ciudad, su
padre y la otra hija se habían trasladado a vivir en Lima.

El señor, sorprendido por esta afirmación, insistió con otras personas en


su averiguación, pero recibió siempre la misma respuesta, por lo que, lleno de
curiosidad, se entrevistó con el Alcalde de la ciudad, quien, en atención a lo
expuesto, consiguió que la persona encargada le proporcionara las llaves para
cerciorarse de la veracidad de los hechos referidos por el agente viajero.
En esta casa vivía la
protagonista de la leyenda
que hemos titulado "La
invitación del alma".

Actual solar en donde antes se levantaba la casa de la familia española cuya leyenda
contamos bajo el nombre de "El hombre vestido de negro". Se encuentra en la intersección de
las calles Guadalupe y Silva Santistevan.

Efectivamente, ese mismo día, el señor Alcalde, el viajero y dos personas


más ingresaron a la abandonada mansión. El forastero iba describiendo con
precisión todos los detalles de la casa, demostrando que en realidad la
conocía. Antes de ingresar a la sala describió la disposición de los muebles, de
los cuadros, etc.

Sus acompañantes, no sin sorpresa, comprobaron la exactitud de la


descripción. Y en la mesa de centro encontraron dos tazas con rastros de
chocolate que, completamente seco, estaba adherido a la loza, y dos platos
con las envolturas de tamales, pero secos y hasta con telas de araña, y
finalmente, descorriendo el lienzo que cubría uno de los cuadros, reconoció en
la imagen a la dama a quien había acompañado a la casa. El Alcalde y los
otros señores le manifestaron que la señorita del cuadro hacía ya como diez
años que había muerto y que su tumba se encontraba en el cementerio de la
ciudad.

Esta visión anonadó completamente al agente viajero, que no quería dar


crédito sus ojos, quedando tan impresionado que se asegura que al poco
tiempo se alocó.

8. La aparición ígnea (informante: José Céspedes)

Serían las doce de la noche cuando el informante, cogiendo a su burro, se


dirigió a la finca llamada El Paraíso, para recoger coles y verduras y venderlas
por la mañana en el mercado. Efectivamente, como a la media hora llegó al
lugar de su destino y, entrando a la chacra, se acercó hasta un pozo que había
casi al centro de la finca, y cuando se agachó a recoger un poco de agua, vio
reflejada en las aguas la silueta ígnea de un hombre.

Asustado de tal visión, agarró a su burro y se dio a la fuga, sin poder


explicarse el origen de la extraña visión.

9. La taquida del diablo (informante: Ángela Cerna)

Una dama perteneciente a los distinguidos círculos sociales de


Cajamarca, y cuya fortuna se encontraba en el entierro que su madre había
descubierto en la casa que habitaba en la calle Junín, mantenía relaciones
sacrílegas con un fraile de la Congregación de San Francisco, por entonces
recluida en el Convento de la Recoleta.

Todas las tardes, el fraile acudía a la casa de la dama en mención, quien


la esperaba lujosamente ataviada y con las ricas joyas encontradas por su
madre en el entierro. Su casa se hallaba ubicada en la que hoy es la quinta
cuadra de la calle Apurímac.
Después de algún tiempo en que los amores discurrían plácidamente, el
fraile dejó de ser puntual a las citas vespertinas, sumiendo en honda congoja a
la fiel amante, quien incluso buscó las malas artes de las brujas para conservar
el cariño del evasivo religioso, sin conseguir mayores resultados. Tampoco
dieron resultados los valiosos presentes que continuamente hacía la dama, ya
directamente al fraile o a la misma congregación,

Una de esas tardes, más o menos a la seis, cuando ya había sonado el


Ángelus en la Iglesia de Belén, tocaron (la taquida) fuertemente la puerta de la
calle, con el recio aldabón que exornaba la puerta. La dama, sobresaltada y
anhelante, pues pensaba que el visitante no podía ser otro que su amante,
envió a la sirvienta para que hiciera pasar al visitante, mientras ella
apresuradamente se acicalaba.

Al poco rato entró la doméstica para manifestarle que el visitante era un


caballero de apuesta figura, blanco, alto, de poblada barba y vestido de negro,
quien preguntaba por su ama. La señora encomendó a la empleada que hiciera
pasar al caballero para que la esperara un momento en la sala, mas la co-
misionada le manifestó que el visitante no había querido pasar, diciendo "yo no
entro a la casa de esta".

La señora, presintiendo que se trataba de una persona importante,


terminó su arreglo personal y, cogiendo una santolina de cruz, salió a recibir al
extraño caballero, el mismo que, negándose a pasar y luego de las
formalidades de la presentación, dijo a la señora: "Tú estás siendo engañada
por el cura, pues su amor pertenece a otra mujer mucho más joven y más bella
que tú, y si no quieres creer, acompáñame al convento".

La señora, aceptando la insinuación, juntamente con el extraño caballero,


se dirigió al convento de la Recoleta, atravesando toda la carrera de San
Francisco del brazo de su acompañante. Al llegar a la Iglesia, el caballero le
dijo: "Ahora vas a ver que el cura se encuentra con otra dama; espérame un
momento, que voy a ver que abran la puerta". Y con extraña facilidad trepó por
la fachada de la iglesia y se introdujo al convento (que actualmente ocupa el
Colegio y Normal de Santa Teresita).

La dama, siguiendo las indicaciones que le diera su acompañante, tocó la


puerta, la misma que al poco tiempo fue abierta, situación que aprovechó la
visitante para introducirse con presteza y penetrar a la celda de su amante, en
donde comprobó que efectivamente este se encontraba en compañía de una
mujer joven y muy hermosa, no quedándole más recurso que volver a cerrar
estrepitosamente la puerta y salir presurosa del edificio.

El caballero que súbitamente había aparecido a su lado le manifestó:


"Ahora que ya sabes la verdad, vámonos a tu casa. Luego, ambos regresaron
por el mismo camino. Al llegar a la altura de unas tienditas que están ubicadas
en la parte de la actual Casa Rosada, que queda hacia la calle Amalia Puga, el
señor invitó a la dama a comer unos cuyes, para lo cual deberían irse a unas
picanterías situadas en el lugar en que actualmente se levanta el barrio de
Pueblo Nuevo, pero la señora se negó a esta invitación, tanto por estar
sumamente apenada por la revelación de sus amores traicionados como,
según dijo, por estar muy lejos el sitio de la invitación. Ante esta negativa, el
acompañante la agarró tan fuertemente del brazo que le arrancó un poco de
carne junto con el vestido, al mismo tiempo que desaparecía instantáneamente.

Ante tan extraños acontecimientos, la señora se desmayó, después de lo


cual fue encontrada por algunos vecinos del lugar y luego transportada a su
domicilio. Después de algún tiempo, logró recuperarse de la herida dejada en el
brazo por su demoníaco acompañante, así como del desengaño de su infiel
amante. Tiempo después, esta señora, arrepentida de sus sacrílegos amores,
que como castigo le habían traído la visita del demonio, dejó todas sus
riquezas y, vestida de tosco sayal, se dedicó a atender a los enfermos de la
cruel peste tífica que, iniciada en Chetilla, diezmó a la población cajamarquina.

10. El hombre del farol

Para llegar temprano a Cajamarca, un señor salió de su fundo muy de


madrugada, a eso de las 3 de la mañana. Su costumbre era hacer estos viajes
a caballo, y no tenía miedo, pues por esos lugares no había parajes peligrosos.

Pero en esa oportunidad, cuando atravesaba una quebrada honda, vio


con sorpresa que desde la otra banda venía un hombre flotando por los aires y
portando en su cabeza una luz, a manera de farol. El jinete, dándose cuenta de
esta aparición, que no podía ser otra cosa que un ser maligno, comenzó a
rezar al santo de su devoción, encomendándole su alma para que no dejara
que los diablos se lo llevaran. Efectivamente, cuando ya la misteriosa aparición
estaba junto a él, sólo atinó a decir: "Jesús me ampare y me favorezca". Luego
vio con gran alivio que el demoníaco personaje tomaba otro rumbo y se perdía
por entre la quebrada.

11. El entierro fantasmal

Contaba un señor, vecino de la comunidad de Sorogón, comprensión del


distrito de La Encañada, que él, hombre hecho al trabajo rudo del campo,
nunca había sentido miedo por nada, y esto que en su mocedad había
recorrido muchos caminos malos, sólo con la compañía de su perro, que nunca
lo abandonaba. Este señor, anciano ya, contaba lo que le había sucedido,
mucho antes:

"Una vez, como a la medianoche, me encontraba detrás de mi casa


armándome, pues esta operación ya la practico desde muchacho, cuando en
eso escucho una música y como si andarán gentes. Picado por la curiosidad,
pensando que seguramente era algún grupo que iba a enterrar algún difunto de
noche para no dar parte a las autoridades, me acerqué al cerco de pencas que
bordea el camino por donde venía el ruido, y, como lo había pensado, vi que
unas personas llevaban un cajón de muerto, y noté que la música no salía de
instrumento alguno sino de la boca de los acompañantes. Como a mí nada me
asusta, saqué mi cuchillo de acero y seguí al cortejo para ver a dónde iban,
siguiéndolos con paso cauteloso, para que no descubrieran mi presencia. Pero,
para esto, mi perro, mi fiel compañero, notando mi ausencia, me siguió, y al ver
la procesión comenzó a ladrar insistentemente. Es entonces que, en forma
misteriosa y sin que pueda explicarme cómo, el cortejo desapareció y todo
volvió a quedar tranquilo en la soledad de la noche".

12. La dama de negro

Un sargento de la policía creada durante el gobierno del presidente Pardo,


después de muchos años, se encontró con tres colegas de armas, recién
llegados a su localidad. Festejaron el reencuentro en una cantina, hasta la
noche de ese día. Cuando, ya embriagados, retornaban a dormir, en la plaza
se cruzaron con una dama de negro que venía en sentido contrario, la misma
que les hizo una coqueta sonrisa cuando estuvo junto a ellos. Entonces ellos
empezaron a seguirla con afán de concretar una agradable aventura.

Cada uno la asediaba con frases provocativas y subidas de tono, mucho


más fáciles de decir por el licor que habían bebido, pero la dama no daba
muestras de ofenderse ni de incomodarse; al contrario, respondía
galantemente a sus insinuaciones, mientras dirigía sus pasos por calles
estrechas y oscuras. Uno a uno fueron retirándose los amigos, quedando al
último sólo el sargento. Al verse como el único conquistador, se envalentonó,
favorecido por la situación, y ya casi en el despoblado, "apretó" el paso para
alcanzarla, viendo horrorizado que la hermosa dama se había convertido en un
terrible fantasma con cuernos y colmillos. En ese instante, aquel ser quiso
estrangular al sargento, pero este, reaccionando, sacó su revólver e hizo dos
disparos al aire, consiguiendo que lo soltara y que la aparición desapareciera
botando una especie de fuego por su cuerpo y dejando el ambiente
impregnado de un fuerte olor a azufre. El sargento, como pudo, regresó a su
casa, herido y lleno de miedo.

13. El aparecido

Para poder regar su huerta, ubicada en el barrio San José, el dueño tenía
que ir a traer el agua desde Chontapaccha, aprovechando el canal que captaba
las aguas del río Mashcón. Así, un día, ya algo tarde, se dirigió al sitio
convenido y con su palana se puso a tapar la compuerta para llevar el agua.

En ese momento, de improviso y sin que pudiera precisar cómo, un


hombre apareció a su lado y le preguntó qué hacía, a lo que contestó que
estaba tapando el agua para llevarla y regar su huerta. A esa respuesta, el
desconocido agregó que siguiera nomás, y le tendió la mano. Al estrecharla,
notó que se hallaba extremadamente fría, lo cual le hizo mirar el rostro; pero en
ese segundo el hombre había desaparecido.

14. La cabra endemoniada

Una niñita que vivía en el fundo de sus padres era muy afecta a los
animalitos del campo. Un día persiguió a una mariposita, internándose por su
tras, insensiblemente, en lo espeso del bosque. Finalmente, cansada, se sentó
en un tronco, junto al sitio en donde también se había posado la mariposa. De
repente, se abrió el tronco y la niña, intrigada y curiosa, bajó por el hueco,
siguiendo el cual llegó, por un túnel, a una casa donde una cabra se
encontraba descansando. De pronto, la niña se halló con la cabra en medio de
las tinieblas, quedando prisionera de la cabra.

Días después, la cabra se hartó de la niña y le quiso pegar; desesperada,


la criatura pudo escaparse, refugiándose en el bosque. Después, ya
desfalleciente, encontró a unos pastores a los que contó su aventura,
pretendiendo mostrarles la cabra que seguía persiguiéndola, pero cuando los
pastores trataron de verla ya no la encontraron, pues había desaparecido.
Entonces la niña los condujo hasta el tronco donde descansó y allí encontraron
a la cabra. Los pastores procuraron matarla con sus hondas, pero viendo que
las piedras rebotaban en su cuerpo sin hacerle nada, comprendieron que era
un ser endemoniado, por lo que sacaron una cruz y la presentaron al animal, el
mismo que al verse frente al símbolo sagrado reventó botando chispas.

15. El festín de los diablos

Después de visitar a su compadre, un señor regresaba a su casa a eso de


las 12 de la noche. A medio camino, por el cansancio y la embriaguez, se
quedó dormido en el suelo.

Unos extraños ruidos y el frío que hacía lo despertaron sobresaltado,


dándose cuenta que se había quedado dormido cerca del cementerio. Cuando
se levantó para proseguir su camino, vio que al fondo del panteón una comitiva
de diablos, entonando cantos, portaba en andas a un diablo. Luego de dar una
vuelta, los diablos se reunieron en círculo y uno por uno comenzaron a contar
las acciones malas que habían cometido ese día. El diablo que en ese sentido
llegó a destacar fue homenajeado, siendo el premio el poder recibir carne
fresca. Para eso, el ganador se dirigió, con el que había estado en el anda, a
una tumba, de donde sacaron un cadáver recién sepultado, el cual llevaron
como presa hasta un cerro, donde desaparecieron.

16. El hombre misterioso

Un negociante tenía por costumbre hacer viajes para comprar la


mercadería con la cual hacer su negocio. Cada viaje le duraba unos tres días,
puesto que no podía avanzar rápido por lo malo del camino y por la lentitud de
los burros. Esa vez le dijo a su señora que, en caso de llegar de noche, ella
saliera al camino para esperarlo y alumbrarle, a fin de que los cargadores no
padecieran en esa parte más fea. A pesar de ser esta la primera vez que le
pedía a su señora tal cosa, ella cumplió lo dispuesto por su esposo y salió a
esperarlo la noche en que debía retornar.

Sería como la medianoche cuando la esposa escuchó una voz que decía:
"¡Huajo, huajo!", y suponiendo que era su marido, lo llamó, yendo también a su
encuentro. Le ayudó a pasar los cargadores hasta que llegaron a la casa,
donde descargaron los costales, pero muy preocupada por cuanto el hombre
no pronunciaba ninguna palabra y, con la cabeza agachada, tapaba su cara
con el ala de su sombrero.

Una vez que hubieron concluido de descargar, el hombre se dirigió al


corral a guardar los pollinos, mientras su mujer se iba a la cocina a calentar la
comida, en compañía de uno de sus hijos. Cuando el marido se sentó a la
mesa, le sirvió la comida, pero él seguía sin hablar, ocultándose el rostro con el
sombrero, y tampoco se servía la comida.

Pasado un momento, el hijo vio que de su cara caía tierra al plato. Le dijo
esto a su madre, quien rápidamente le quitó el sombrero, horrorizándose
ambos cuando comprobaron que se trataba de un esqueleto, del mismo que
salió una voz que decía: "Agradece, desgraciada, la presencia de esta criatura,
si no, ahora mismo te llevaría al otro mundo porque andas engañando con otro
hombre a tu marido". La mujer, entonces, cayó desmayada al suelo, situación
en la que la encontraron al siguiente día, botando espuma por la boca.

17. El mujeriego

El ñato Nicanor, alto, cetrino, bien parecido, valiente, peleador, defensor


como ninguno de los intereses de su tierra, La Encañada, gran amador y terror
de los hacendados que querían abusar de los campesinos, uno de esos días se
despertó muy temprano, pensando en una de sus cinco mujeres, a quien por
sobrenombre le había puesto "la carabina", por su gran estatura y esbeltez.
Como no ponía mientes en sus proyectos, se levantó como a las 3 de la
mañana y, tras ensillar su caballo, se dirigió a la casa de su amante, en
Tambomayo. Mientras pensaba en los momentos de placer que pasaría con
ella, llegó a la quebrada del Potrerillo y, con gran sorpresa, vio que su
"carabina" se hallaba sentada a la vera del camino, junto a la quebrada.

El ñato llamó a su mujer, pero como esta no le respondiera, picó a su


caballo con objeto de acercarse y castigarla, asustándose cuando vio que, sin
saber cómo, la mujer resultó en la grupa de su caballo. De inmediato le
pregunto la razón por la cual se hallaba allí, y al no obtener respuesta alguna,
tocó su pierna, comprobando que en lugar de piel tenía plumas. Ante tal
impresión, el ñato sólo atinó a espolear su caballo para alejarse del lugar,
logrando desprenderse de la compañera maldita. Cuando llegó a la casa de su
amante, sudando de miedo, la encontró profundamente dormida.

18. El rompe cincha. Hay algunos ancianos que cuentan que, hace
tiempo, a la medianoche, de la casa de las señoritas Rojas, actualmente
ocupada por el Jardín de Infancia Nº 52, salía un hombre arrastrando cadenas.
Este aparecido salía con frecuencia y los vecinos lo llamaban el "rompe
cincha", quizá por el ruido que hacía al arrastrar las cadenas.

En una ocasión, un grupo de amigos que conocían de la fatídica aparición


se pusieron a conversar sobre el particular en medio de libaciones, y ya en la
euforia del alcohol, uno aseguró que él no le tenía miedo y que, si querían,
podía apostar que él lograría conversar con el fantasma. Efectivamente se hizo
la apuesta, y llegó el día de cumplir lo pactado.

Cuando estuvo cerca del fantasma, le preguntó la razón por la que


caminaba a esas horas, si era de esta o de la otra vida y por qué caminaba
arrastrando cadenas, ocasionando temor y pánico entre el vecindario, que ya
no podía circular libremente a esas horas de la noche. El "rompe cincha", lejos
de contestarle, le hizo señas para que lo siguiera, y el hombre así lo hizo. Se
dirigieron por la carrera de San Francisco, luego por la actual avenida
Casanova y finalmente por el camino que conducía al cementerio. En este
lugar recién sintió miedo el apostador, pero, a pesar de todo, siguió hasta que
llegaron a determinado sitio. Ya detenidos, el fantasma le hizo señas de que
cavara en el suelo, y pensando que habría algún tesoro que en vida perteneció
al difunto, cavó con todas sus fuerzas, pero en lugar del entierro se encontró
con huesos de gentil.

Entonces, el "rompe cincha" le dijo suplicante que cargara con los huesos.
El apostador, ya pasándole poco a poco los humos del alcohol que había
tomado para darse valor y cumplir con la apuesta, y algo atemorizado, hizo lo
que le indicaba y de allí siguieron caminando hasta el cementerio viejo, donde
volvió a cavar otra fosa para enterrar allí los huesos. Terminada su faena, el
hombre ya no pudo con sus nervios y se desmayó, botando espuma por la
boca, y allí lo encontraron al siguiente día. Cuando recobró el conocimiento,
contó lo sucedido, y desde esa fecha ya nunca más se oyó el tétrico sonar de
las cadenas arrastradas por un alma en pena que buscaba enterrar sus huesos
en el camposanto.

19. El retorno del brujo

Cerca de Cajabamba vivía un brujo con fama de malero, en compañía de


su esposa y de dos hijos. Todos los vecinos le tenían miedo y odio, pues eran
muchas las malas que había ocasionado. Inexplicablemente, el brujo se
enfermó y al poco tiempo murió, en medio de la satisfacción de todos los
moradores del lugar.

Una noche, la viuda se encontraba preparando la comida cuando, en eso,


oyó un ruido proveniente del cuarto en donde su difunto esposo hacía su
ceremonial mágico. Abrió la puerta, y en medio del cuarto vio a su esposo
sentado, como lo solía hacer cuando vivo. El marido le dijo que no se asustara,
que era él, que no había muerto y que regresaría todas las noches.
Efectivamente así sucedió, y todas las noches le traía a su mujer mucha plata.
La gente no se explicaba cómo la viuda obtenía tanta riqueza, pensando que
probablemente se había compactado con el diablo, del cual el marido había
sido su servidor.

20. El anciano de Paredones

En la cima de Paredones, comprensión del distrito de Chilete (a unos 70


km de la ciudad de Cajamarca), se encontraban los mineros extrayendo el
mineral de uno de los tantos socavones que explotaba la compañía minera,
cuando de improviso, y sin que pudieran precisar cómo, se les presentó un
anciano campesino de muy buena presencia, con largas y blancas barbas que
imponían respeto.

El anciano dijo a los allí reunidos que dejaran de seguir extrayendo el


mineral de ese boquerón, pues era peligroso. Los mineros, cuando el
campesino se retiró, lo siguieron para preguntarle más, pero había
desaparecido misteriosamente. Sorprendidos, llegaron a la conclusión de que
seguramente era un chiflado o loco que se creía dueño de las minas, no
dándole importancia al hecho y olvidándolo pronto.

Pasaron los días, cuando una tarde la mina se derrumbó y tapó a los que
allí estaban trabajando. Por eso, los del lugar piensan que el anciano
campesino había sido probablemente Dios, quien quiso probar la obediencia de
los hombres.

21. El alma que levantaba la cama.

A los pocos días del fallecimiento de su hermana, en compañía de su


marido, una mujer se dirigió a visitar a su padre, que se había quedado
únicamente con su hermanita menor, con el objeto de hacerle compañía por
algunos días, hasta que menguara el dolor. Ya en la casa de su padre,
después de comer, pasaron al único dormitorio que tenía la casa y se
acostaron en la cama que se les había preparado en un extremo del cuarto.
Después de conversar un rato, apagaron el candil y se dispusieron a dormir
para levantarse temprano.

Ya sería como la medianoche, cuando el marido sintió que levantaban la


cama. Entonces llamó a su mujer, creyendo que era esta que lo hacía por
alguna razón, notando que estaba profundamente dormida. Pensando haberse
equivocado, se dispuso nuevamente a dormir. Poco después, sin embargo, se
despertó porque se repetía el hecho y con más violencia. Cuando despertó a
su mujer y se lo dijo, ella no le creyó, contestándole que seguramente le
parecía porque en ese cuarto se había velado a la difunta, y que ya no le
hiciera caso, haciendo modos de pescar el sueño.

Rato después sucedió igual, y realmente asustado despertó a su suegro,


quien pudo ver, luego de prender la luz, que una sombra como bulto se retiraba
del lugar, con una luz azulada en la parte que debía quedar la cabeza, y
desaparecía por la puerta sin necesidad de abrirla. Por último, cuando otra vez
el mismo bulto estuvo moviendo la cama de la pareja, el papá de la muerta, con
palabras subidas de tono, amenazó al bulto si no dejaba tranquilos a los de la
casa, volviendo a perderse la aparición. Pero ya no pudieron dormir hasta que
rayó el día.

22. La apuesta

Una señora llamada Rosa era famosa en la ciudad por su valentía y


coraje. En una oportunidad, doña Rosa, conversando con su vecino, llamado
Juan, le manifestó que no tenía miedo a los muertos, fantasmas ni al mismo
diablo, y que bajo apuesta podía irse a cualquier hora de la noche al panteón
para colocar una corona en la tumba de cualquier difunto. Don Juan,
conociendo que en la morgue había un cadáver, aceptó, pero con la condición
de que doña Rosa cortara un pedazo de la mortaja del cadáver. La apuesta se
pactó en 500 soles.

Esa misma noche, a las 12, como estaba convenido, doña Rosa fue a la
morgue, apostándose el retador a tres cuadras del lugar para cerciorarse de
que efectivamente la señora cumpliera. Doña Rosa, sin titubear ni un momento,
con paso seguro, ingresó, cortó un pedazo de la camisa del difunto y con toda
serenidad fue a mostrarlo a don Juan, que, satisfecho, pagó la apuesta y
acompañó a doña Rosa a su casa, donde la dejó.

Esa noche, la ganadora durmió tranquila y contenta, pero al día siguiente,


a la medianoche, se le presentó el alma del difunto. Mas como ella no tenía
miedo, habló con toda serenidad con el alma, escuchando que le pedía que
devolviera el pedazo cortado de tela de su prenda, dándole de plazo hasta el
siguiente día, bajo amenaza de despedazarla.

Ante la amenaza recibida, doña Rosa fue al siguiente día, temprano, a su


confesor, a quien relató lo sucedido. Este le aconsejó que cumpliera lo
indicado, pero que llevara consigo a una criatura para que, en caso de peligro,
pellizcara al niño para hacerlo llorar. Efectivamente, a la noche fue al velador,
con su sobrinito, y empezó a coser la camisa. Cuando ya terminaba, sintió que
el muerto empezaba a incorporarse para atacarla, y en ese momento hizo llorar
al niño. Al escuchar el llanto, el muerto volvió a su posición original.

Cuando la señora concluyó de coser y se disponía a retirarse, el muerto le


dijo: "Agradece, infeliz, que has venido con una cruz y una criatura inocente,
pero al año de mi muerte estarás haciéndome compañía en la cama de
Pascual Bailón (nombre con el que se refería al dominio).

Así transcurrió un año. Entonces, queriendo ser perdonada y que el


muerto olvidara su maldición, doña Rosa confeccionó una corona, y a las 12 de
la noche fue al panteón para colocarla en la tumba del hombre al que, siendo
cadáver, había ofendido. Con serenidad y sin temor colocó su ofrenda,
clavándola en la tumba, pero sin darse cuenta de que al ashuiturarse también
estaba clavando una parte de su capa vueluda. Después de dejar la corona, se
paró para retirarse, sintiendo de inmediato que algo la sujetaba. Suponiendo
que era el muerto, se aterrorizó tanto que cayó desmayada. Al siguiente día la
encontraron cuando ya estaba muerta, con lo que se cumplió la maldición.

23. El alma del compadre

Se trataba de un señor que clandestinamente comerciaba cañazo,


amparándose en la noche para su comercio ilícito. Su producto lo transportaba
en una recua de burros y siempre iba montado en una mula. En uno de sus
viajes, estando muy fea la noche, prefirió pedir posada en la casa de un
compadre, y con tal fin procuró acelerar el paso para llegar a su casa; sin
embargo, cerca de un puente vio que en sentido contrario venía un hombre que
resultó ser su compadre. Cuando quiso acercarse para darle la mano, su mula
se resistió tenazmente a tal maniobra, por lo que pidió disculpas a su compadre
y se pusieron a caminar juntos. Luego le ofreció llevarlo al anca de la mula,
pero tampoco se aguantó el animal, que se encabritó y corcoveó cuando el otro
hombre trató de subir. Así llegaron a la casa, donde el dueño lo invitó a que
pasara a descansar, luego de dejar los animales en el corral.

Hecho aquello, retornó para entrar por la puerta por donde había entrado
su compadre, pero la halló cerrada y la casa a oscuras, por lo que se dio
allamar insistentemente. Tanta bulla hizo, que despertó a la dueña de la casa,
la misma que bajó a recibirlo; pero grande fue la sorpresa del visitante cuando
la vio toda de luto. Preguntándole el motivo, le contestó que su marido había
muerto, lamentando que no se vieran por tanto tiempo.

Acto seguido, le contó lo que había pasado, comprendiendo que estuvo


conversando con un muerto. Despertando a toda la familia, se pusieron a rezar
por el alma del difunto para que Dios se apiadara de él y no lo dejara que siga
penando.

24. La desengañada vengativa

Hace algún tiempo vivía en Cajamarca un joven apuesto de familia rica, lo


que le permitía derrochar dinero y disfrutar de numerosos amigos y la rendida
admiración de las mujeres. Por entonces, el joven tenía simultáneamente tres
enamoradas, las mismas que se disputaban la preeminencia en el amor del
susodicho joven. Pasó el tiempo y este decidió, por fin, tomar estado,
escogiendo de entre sus tres enamoradas, a la que había ganado su
preferencia. La celebración de su boda fue un gran suceso.

Por supuesto que su elección no fue bien recibida por las dos marginadas,
una de las cuales llegó al extremo de suicidarse, ahorcándose en un árbol y
jurando no dejar tranquilo a su antiguo enamorado mientras viviera. Este hecho
conmovió al pueblo, porque la suicida era bien querida por todos.

Pasados unos días, el recién casado sintió, una noche, que su catre se
elevaba por los aires, al mismo tiempo que le quitaban las frazadas, le jalaban
los pies y le hacían otras cosas que no lo dejaban tranquilo. En cuanto prendía
la luz, no veía nada raro. Mientras tanto, su esposa seguía durmiendo
profundamente, sin sentir nada.

Estos hechos se repitían muy frecuentemente, noche a noche. A veces,


incluso, escuchaba que lo llamaban. De este modo, el joven se desesperaba y
no llegaba a ser feliz en su matrimonio.

25. El alma del cura

En La Encañada, ciertos bandoleros asesinaron a un sacerdote con el


objeto de robarle el dinero que había sido recaudado durante la fiesta del
Patrón lugareño. A pesar de todas las averiguaciones, no se pudo descubrir a
los asesinos, los que se pensó habían llegado a La Encañada para las
festividades.

La gente afirmaba que el alma del cura estaba penando y que no


descansaría en paz hasta que los criminales estuvieran bajo tumba. También
afirmaban que todas las noches, a partir de las 11, de la iglesia salía un
caballero muy elegante que se dirigía al quiosco de la plaza, donde se
convertía en un chancho de color blanco que daba vueltas al quiosco hasta que
regresaba a la iglesia, en donde volvía a tomar la forma humana y se perdía
en el interior del templo.

Años más tarde, cuando el último de los criminales estaba por morir en
medio de atroces sufrimientos y después de haber tenido terribles pesares en
su vida, al igual que sus compañeros de fechoría, que ya habían muerto,
confesó que él era el asesino, junto con otros dos vecinos cuyos nombres dio.
Después de declarar y de penosísima agonía, murió. A partir de ese día, las
apariciones del fantasma del cura terminaron. Por esa misma circunstancia se
supo que los criminales habían sido del mismo pueblo, y no extraños, como en
principio todos creyeron.

26. El alma de la lavandera

Estos hechos ocurrieron cuando todavía Chontapaccha era un lugar muy


oscuro y poco frecuentado, pues la ciudad no se había extendido hasta dicho
lugar, donde sólo existían chacras y huertas. Las únicas que frecuentaban el
sitio eran las lavanderas, para aprovechar sus cristalinas aguas cargadas de
potasa, que dejaban la ropa muy limpia.

Fueron precisamente las lavanderas quienes observaron una luz brillante,


medio azulada, que venía flotando y luego se detenía sobre el puquio en que
se sentaban a lavar, para después desaparecer por el campo. Al principio no le
dieron importancia, pero por la frecuencia con que se producía, sobre todo en
las madrugadas de los viernes y de Luna llena, empezaron a preocuparse por
la aparición, comprendiendo que se trataba del alma en pena de alguna
lavandera, puesto que cuando la luz estaba detenida sobre el puquio
escuchaban que las aguas se movían como si estuvieran lavando.

Cuando ello fue de conocimiento general, una viejita de Huambocancha


llegó a corroborar la creencia de que en verdad se trataba de un alma en pena,
pues, según afirmó, se trataba de una comadre suya que fue abandonada con
muchos hijos por su marido, y que para sostenerlos se dedicó a lavar ropa,
hasta que murió agotada porque lo que ganaba no le alcanzaba para alimentar
a sus criaturas, al extremo de que una de sus hijitas murió de hambre, sin
poder socorrerla ni siquiera con un plato de chochoca. Por eso, al morir, juró
que ni de muerta dejaría de lavar para que sus hijitos que se quedaban no pa-
decieran hambre. Ese era el motivo por el que su alma regresaba a lavar en el
mismo sitio.

27. El alma del tísico

En la ciudad de Cajamarca, como en otros lugares de la sierra, por


aquellos años existían las denominadas posadas, en donde se albergaban los
campesinos que por motivos diferentes no podían regresar el mismo día a sus
casas, o quienes se encontraban de tránsito por la ciudad, rumbo a sus casas,
por lo común procedentes de la costa.

Precisamente, la casa de una compasiva hacendada llamada Rosa era


muy frecuentada por numerosos campesinos, partidarios o conocidos que
pedían posada a su regreso de las haciendas cañeras o arroceras de la costa,
por lo común enfermos y agotados por el duro trabajo y la deficiente comida
que en esos lugares tenían. La enfermedad que más estragos causaba era la
tuberculosis; por eso, en las noches, cuando había huéspedes, siempre se oía
toser a los tísicos.

Esta situación hizo que una vecina de doña Rosa le reclamara,


conminándola a que ya no diera posada a enfermos, por cuanto eran un peligro
para la salud de su familia, especialmente de sus menores hijos. Justamente el
día que surgió este problema estaban hospedados unos campesinos que
habían llegado de Casagrande, a quienes doña Rosa, con el dolor de su alma,
tuvo que decirles que abandonaran su casa, para evitar mayores problemas.
Ante esto, los visitantes rogaron que les permitieran quedarse por lo menos
hasta el día siguiente, siquiera al Julián y su mujer, que eran los más enfermos,
pero no fue posible y tuvieron que salir para seguir viaje hasta su casa.

A los pocos días se supo de la muerte del Julián, a causa de una


hemorragia por la tuberculosis. Justamente la noche en que falleció, la exigente
vecina de doña Rosa, que estaba por acostarse, vio en su casa una sombra
igual a la del Julián, tosiendo, y tan pronto lo sentía adelante como a sus
espaldas. Mucho más tarde encontraron a la mujer desmayada, botando
espuma por la boca.

28. La despedida del alma

En la vieja casa hacienda transcurría monótono el día, como otras veces.


A eso de las 10 de la noche, todos se fueron a dormir, los patrones en un
extremo de la casa, y la empleada, Aurora, en el otro. Era noche de Luna llena.

La "china" entró a su cuarto, tendió los pellejos y sus "pullos" y se acostó,


sintiendo, como todas las noches de Luna llena, el temor que le ocasionaba
saber que esas noches eran propicias para los fantasmas. Incluso le parecía
presentir que su compadre espiritual, muy grave esos días, de repente ya se
moría y no había podido ir a verlo porque sus patrones no le habían dado
permiso. Embargada en estos pensamientos, se quedó dormida.
A eso de la una de la madrugada se despertó por el aullido lúgubre de los
perros, y empezó a rezar sobresaltada y temerosa. De pronto, vio que su
puerta se abría y sintió que un bulto se le arrojaba encima, la pellizcaba por
todas partes y no la dejaba hablar ni gritar. Con toda desesperación se
defendía y trataba de llamar la atención para que la escucharan sus patrones.
Estos, felizmente, oyeron los ruidos y corrieron a ver qué pasaba en el cuarto
de la Aurora. Cuando entraron, la vieron con el rostro recortado en un rictus de
terror y botando espuma blanca por la boca. Cuando se despertó, después de
las sales que le dio su patrona, dijo que quizá el alma de su compadre había
ido a despedirse de ella. Efectivamente, horas después supieron que el
mentado había muerto poco después de la medianoche.

29. Las apariciones en el convento

Hace ya muchos años, vivía en el Convento de San Francisco, como


novicio, un muchacho de origen humilde, llamado Pelayo, muy querido por su
bondad, mansedumbre y resignación frente a los más duros trabajos, que
cumplía sin quejas, pretextos ni dilaciones. Después de unos años murió, y los
frailes se esmeraron en resaltar sus méritos y virtudes durante su entierro.

Al poco tiempo, un fraile, a eso de la medianoche, vio por los claustros


una sombra que deambulaba dando muy tristes y desgarradores quejidos y
sollozos. Comunicó este hecho a todos los frailes, y en grupo constataron que
era verdad, pero sin poder explicar ninguno de ellos cuál era el motivo. Ate-
morizados, exorcizaron el convento echando agua bendita, pero ni con esto
dejó de aparecer el fantasma.

Uno de esos días, en el momento de la aparición, el padre guardián


levantó la cruz y le preguntó: "En nombre de Dios, dinos quién eres y por qué
sufres tanto?". Todos quedaron sorprendidos con la respuesta que dio: "Yo soy
el alma de Pelayo, y sufro horriblemente, pues estoy encadenado. El Señor me
ha mandado a purgar en este convento, porque aquí se me tiene como un
santo, cuando en realidad no soy más que un miserable pecador. En mi
juventud cometí un pecado muy feo que nunca confesé por vergüenza, y para
que Dios me perdonara hice toda clase de obras buenas, sacrificios y méritos,
pero ante el Tribunal del Señor he sido condenado por no haber confesado ese
pecado, y así seguiré hasta que un sacerdote me saque la hostia que
inmerecidamente tengo en la boca, y mi cadáver, qué está en el convento, sea
arrojado a un muladar". Todos los frailes quedaron sorprendidos y llenos de
tristeza por la suerte tan horrible que le había correspondido al humilde Pelayo
en la otra vida.

Esa misma noche, compadecidos, abrieron el nicho de Pelayo en las


catacumbas, destaparon el cajón y constataron que, en efecto, había una
hostia fresca, como recién puesta, en la boca del cadáver. Sacaron de
inmediato la hostia, y luego envolvieron el cadáver en una manta y lo llevaron a
un sitio apartado en las afueras de la ciudad, donde lo abandonaron. Así termi-
naron las apariciones y sufrimientos del alma de Pelayo.

30. El alma en la cocina

En el barrio San Pedro vivía doña Melchora con su hermana y sobrinas,


una de las cuales era la engreída. Doña Melchora estaba postrada desde hacía
tiempo por una grave enfermedad. A eso de las 6 de la tarde del día en que
había amanecido bastante mejor, lo que dio alegría a todos sus familiares,
entró de improviso en tremenda crisis, y al anochecer ya estaba en agonía.

Precisamente la sobrina consentida de doña Melchora se hallaba en la


cocina, procurando hervir agua. Por la nerviosidad y el dolor de saber que se
moría su tía más querida, no podía encontrar el abanico, no obstante que lo
buscaba en todos los sitios de la cocina. En ese instante se le presentó su tía
preguntándole qué buscaba, y paralizándola de miedo, pues apenas minutos
antes la había dejado agonizante en su cama. Aun así, atinó a decirle que
buscaba el abanico. Doña Melchora le dijo: "Toma, aquí está; sopla bien el
fuego porque vamos a necesitar café", y luego desapareció. La muchacha,
presa del pánico, intentó correr, pero cayó desmayada, botando espuma por la
boca. Instantes después, la encontraron sus familiares, a quienes contó lo
sucedido. Entonces le hicieron saber que hacía minutos había muerto su tía.

31. El alma deudora

Por ese entonces existía en el barrio San José una casa que gozaba de
muy triste fama, pues, según decían, por las noches penaban las almas en ese
lugar. Por este motivo, se hallaba desocupada a pesar de que los dueños
querían darla gratuitamente a que viva alguien con objeto de que la cuide para
que no se deteriorara más.
En ese tiempo llegó a Cajamarca un policía en busca de casa donde vivir,
y terminó por arrendar ese inmueble, a pesar de haberse informado de lo que
pasaba. Se instaló, pues, con su familia, confiando que nada pasaría

La primera noche no pasó nada, ni la segunda, por lo que llegó a pensar


que todo no pasaba de ser puras invenciones y, tal vez, hasta mala intención
de la gente, que seguramente odiaba a los propietarios y trataba de impedir
que utilicen su casa. Pero la tercera noche, a las 12, escuchó tocar la puerta
insistentemente, y fue a ver quién era. Luego de preguntar, escuchó que del
otro lado de la puerta una voz de mujer le decía: "Vengo a pedirte un favor, y es
que pagues las deudas que yo he dejado en vida, pues cuando me sorprendió
la muerte no había cumplido con abonar los préstamos que me hicieron (y le
enumeró 3 nombres de vecinos del barrio), y por este motivo me encuentro
penando y así seguiré mientras sigan pendientes esas deudas". El policía,
entonces, ofreció cumplir lo que pedía, y de inmediato escuchó unos pasos que
se alejaban de la puerta y todo volvía al silencio.

Regresó a su cama y le contó a su mujer lo sucedido. Ella le recomendó


que si ya había empeñado su palabra, tenía que cumplir con hacer esos pagos,
pues de lo contrario el alma no los dejaría tranquilos ya que no encontraría
sosiego en la otra vida. Por eso, en cuanto amaneció, el policía fue a buscar a
las personas interesadas y cumplió con pagar las deudas, indicando, en cada
caso, que lo hacía a nombre de la difunta, que le había encargado tal misión.
Después de esto, el policía y su esposa pasaron el día ya más tranquilos, y en
la noche durmieron con plena confianza.

Sin embargo, a la medianoche, el policía volvió a despertarse por unos


golpes que escuchaba en la puerta. Desde adentro, preguntó quién era. Le
respondió entonces la misma voz de mujer: "He querido venir a agradecerte por
el inmenso bien que me hiciste hoy, gracias a lo cual descansaré en paz toda la
eternidad". Tras escuchar los pasos que empezaban a alejarse, el policía abrió
la puerta, y alcanzó a ver que por la calle se perdía una mujer esbelta, vestida
de túnica blanca y de cabellos rubios.

32. La procesión de los muertos

Era hecho muy conocido en la provincia de Hualgayoc que cuando una


persona moría, en la noche de ese día se realizaba una procesión en el
cementerio. Los que han visto esta escena aseguran que los muertos daban la
bienvenida al nuevo habitante del camposanto, para cuyo efecto lo sacaban de
su ataúd y lo paseaban en procesión por todo el contorno del cementerio, hasta
las primeras horas de la madrugada.

Otros que lo han visto agregan que todos los muertos van premunidos de
un cirio encendido, y que en las noches de Luna llena, por la claridad, puede
verse los rostros cadavéricos.
33. Los huesos castigados

Aseguran que hace algún tiempo vivía por un paraje algo alejado de la
ciudad un bandido que asaltaba a todos los transeúntes que frecuentaban esa
zona llevando sus mercaderías a la ciudad de Bambamarca. En tales casos,
luego de matarlos y arrebatarles todo lo que llevaban de valor, los enterraba en
un sitio oculto de su casa. Así vivió por muchos años, hasta que, para
tranquilidad de todos, murió, pero después de sufrir enorme soledad. Su velorio
ni siquiera se hizo, porque nadie acudió a verlo. Por eso allí penaba, y los
vecinos afirmaban que sería también por el entierro cuantioso que habría
dejado el bandido a su muerte, lo mismo que por todo lo malo que hizo.

En una de esas oportunidades, noche muy lluviosa, pasaban por allí


varios arrieros con sus cargas. A pesar de necesitar donde guarecerse del
temporal, prefirieron seguir para no entrar a la casa maldita que perteneció al
asesino asaltante; pero uno de los arrieros, de ánimo fuerte, dijo que no tenía
miedo y que pasaría la noche en esa casa. Efectivamente, entró, hizo una
cama y se acostó. A eso de la medianoche, escuchó que desde el techo una
voz decía: "Me caeré, me caeré". No le dio importancia, pero como persistía,
intranquilo, contestó: "Cáete, pues", y con sorpresa vio que del terrado se cayó
un montón de huesos. El hombre, sin pensarlo más, se levantó y con el freno
de su caballo comenzó a azotar al montón de huesos, escuchando una voz que
le rogaba que ya no lo siguiera castigando, que cogiera un hueso y lo dejara en
el centro del cuarto para que al siguiente día, en el sitio donde encontrara ese
hueso, cavara para sacar el entierro. Dicho y hecho, dejó de azotar a los
huesos, separó uno y lo dejó en el centro de la habitación.

Mientras hacía esto, desaparecieron los otros huesos, pero sin darle
importancia, el hombre se volvió a acostó para seguir durmiendo. Al amanecer,
se levantó y encontró el hueso en un rincón de la casa, donde empezó a cavar
hasta encontrar un fabuloso entierro que guardó en sus alforjas. Luego,, sin
decir nada, siguió su camino junto con los demás arrieros. Al término del viaje,
dejó el arrieraje, pues se vio dueño de una gran fortuna que le permitió vivir
cómodamente por el resto de su vida. Se asegura que desde entonces ya no
penan en la casa abandonada del bandido.

34. El chocolate macabro


Cuando aún estaba en servicio el Panteón viejo, dos amigos,
embriagados por el exceso de libaciones hechas en el velorio de un parvulito,
se dirigieron al mencionado lugar, como a las 9 de la noche, para cavar la
sepultura y enterrar clandestinamente al occiso. Para hacer el trabajo y
combatir el frío llevaron su botella de cañazo.

En plena operación de cavado encontraron un cráneo humano, y uno de


los amigos, entre las brumas del alcohol, se permitió hacer una broma, y
echando aguardiente en la calavera, como si fuera vaso, le dijo: "Ahora yo tomo
mi cañazo en ti, pero mañana en la noche te invito a que tomes el chocolate en
mi casa", y tras esto, bebió el licor del cuenco óseo.

Terminado el trabajo, regresaron a la casa mortuoria. Después, con otros


acompañantes, volvieron al cementerio para cumplir con enterrar al parvulito.
Luego siguieron tomando más licor, y casi de madrugada, cada uno retornó a
su casa.

El bromista, después de descabellar la borrachera, se levantó sin


acordarse de la broma que había hecho en el cementerio. Ese día no pudo
trabajar y se acostó temprano. Bien entrada la noche, lo despertó una voz
cascada, como si hablara de muy lejos, diciéndole que había venido por la
invitación para tomar el chocolate que le ofreciera luego de utilizar su cráneo
como vaso para su aguardiente. Recién se acordó, entonces, de lo que había
hecho, y por el miedo perdió el conocimiento.

Al despertarse, nuevamente se vio atormentado por la misma voz, que


esta vez lo amenazaba diciéndole que si no le invitaba el chocolate lo llevaría al
cementerio para invitarle allí su propia cena. Y así lo hizo, pues el bromista
sintió que unas sombras se apoderaban de él y lo llevaban por los aires hasta
el cementerio, donde lo obligaron a comer y tomar lo que le daban. No
pudiendo resistir todo ello, murió botando espuma.

Ahí lo encontraron al siguiente día.

35. El Matías recoge sus pasos

Hace ya mucho tiempo, cuando el acceso de la costa a Cajamarca era por


la Calle Real, hoy jirón Cajamarca, a la entrada de la ciudad había un horno
donde casi todos los días amasaban pan y tortitas de manteca. Para ayudar en
ese trabajo, llegaba un hombrecito humilde, bonachón y muy aficionado al
trago, llamado Matías.

El Matías llegaba a eso de las 6 de la tarde, y lo primero que hacía era


pedir su cántaro de chicha, que lo hacía durar hasta la hora que comenzaba la
horneada, por lo general a eso de las 7. Él se encargaba de meter leña al
horno o colocar el pan en el tendido.

El horno era de propiedad de la mamá de la informante de este relato, y


ella cuenta que un día, a eso de las 5 de la tarde, su madre, una tía y la misma
informante, pequeña aún, se hallaban en el patio de la casa, dedicadas a sus
labores de crochet y bolillo, pues también se dedicaban a la venta de tapetitos,
manteles, cortinas, etc., cuando alguien les tiró una piedra, sin poder ubicar a
quien lo hizo.

Poco rato después, ya anocheciendo, dejaron el trabajo y se dirigieron al


interior, para comer. Cuando estaban en el comedor, oyeron que alguien
empujaba la puerta de la calle, logrando vencer la resistencia de la piedra que
le servía de tranca e ingresando. De inmediato escucharon que los pasos se di-
rigían hacia el horno, y pudieron también identificar claramente que las pisadas
eran del Matías. Se preguntaron entonces qué le pudo haber pasado que ese
día no había llegado a pedir su cántaro de chicha, y por qué llegaba recién a
esas horas, justo el día que no se amasaría.

Cuando los pasos se extinguieron y supusieron que el Matías se hallaba


en el horno, sintieron como si algo malo fuera a pasar. Entonces se dirigieron
primero a la puerta de calle y, sorprendidas, se dieron cuenta de que esta
seguía cerrada, con la piedra de tranca en su sitio; luego fueron al horno y
tampoco hallaron al Matías. De inmediato pensaron que algo malo iba a pasar.
Estaban comentando eso, cuando alguien llamó insistente a la puerta. Era una
hija del Matías, que, llorosa y desesperada, venía a avisarles que su papá
acababa de morir.

36. La muerte de la hermana

Estaba la madre muy enferma, y, debido a lo avanzado de su edad, sus


hijas temían que pudiera pasar lo peor, y siempre estaban pendientes por ello.
Esa tarde se hallaba la informante con una amiga del barrio bordando unos
tapetitos en la sala, cuando de pronto escucharon que una de las vigas del
techo se rompía con gran estrépito.

Sobresaltadas, fueron de inmediato a ver el techo, constatando que todo


estaba igual y en buenas condiciones. Sin comprender lo sucedido, retornaron
a su tarea. Instantes después, llegó el marido de una de las hermanas y le
relataron lo sucedido. Este les dijo que podría ser un aviso y que mejor se
retiraran de la habitación, para evitar el peligro; al mismo tiempo, quiso revisar
personalmente cada viga y comprobó que estaban bien.

El suceso originó una serie de comentarios, llegándose a pensar que


podía ser una premonición de la próxima muerte de la señora de la casa, y
para prevenirse de esto último, acordaron pasar esa noche, todos juntos, en el
cuarto de la enferma, a pesar de que en ese rato se veía tranquila.

Al siguiente día, temprano, la mamá les contó, preocupada, que había


tenido un sueño muy raro. Les relató que había visto al padre de su hija mayor,
por entonces en Lima, sentado en una silla, mirando fijamente un arcón forrado
de cuero repujado que se hallaba en el dormitorio. Al verlo, le había dicho que
era peligrosa su permanencia allí porque los familiares no veían con buenos
ojos sus amoríos, a lo cual contestó que eso era lo único que quería saber y
que ya se retiraba. Se dirigió entonces a la puerta, pero cuando ya casi salía,
dio la vuelta y entonces notó que la cara ya no correspondía a él sino a la hija
mayor que ambos habían engendrado, lo cual la preocupó sobremanera.

Esa misma tarde recibieron un telegrama de Lima en el que les


comunicaban la muerte de su hermana, ocurrida el día anterior.

37. La Griselda recoge sus pasos

Una tarde estaban reunidas en el patio la señora de la casa, sus hijas y


algunas vecinas, conversando. De pronto cayó una piedra junto al grupo, y
como no se pudo precisar de dónde ni quién la arrojó, surgió la opinión de que
seguramente se trataba de un alma en pena o del espíritu de alguien que, ya
próximo a morir, recogía sus pasos.

En esos comentarios se hallaban cuando llegó una vecina llamada


Griselda, comadre de la dueña de casa, para contarles que por el Cumbe había
visto a un comerciante de telas, y añadió que todas las telas eran bonitas, pero
recomendando a la dueña de casa que se comprara una que traía del color de
la flor de papa, por ser la más bonita y fina. Estos pormenores sorprendieron a
todas, puesto que sabían perfectamente que Griselda no se había movido de
su casa y que, por lo tanto, era imposible que supiera esos datos del
comerciante.

Poco rato después llegó a buscarla el marido de la señora Griselda. Les


contó que mientras venía por el camino, había escuchado la voz de su esposa,
y, delante de todas, le preguntó si había salido a buscarlo por el camino, a lo
que Griselda respondió que no había salido, y que probablemente había
confundido la voz de otra persona con la suya. Para superar el momento, la
dueña de casa invitó chocolate, después de lo cual, todos se retiraron.

Cuando las campanas de las monjas daban las 5 de la mañana, el marido


de Griselda tocaba insistente a las puertas de las vecinas para comunicarles
que su esposa, repentinamente, había muerto hacía poco rato, y les pedía que
lo ayudaran a amortajar a la difunta.

38. El señor que anticipó el día de su muerte

Se trata de un señor muy rico y distinguido de Cajamarca, dueño de 2


haciendas y de una amplia y lujosa casona. Estando de novio con la hija de
otra respetable familia cajamarquina, fijaron la fecha de su boda y proyectaron
una alegre fiesta.

Pasaron algunos días, y el feliz novio tuvo la ingrata sorpresa de recibir un


anónimo que acusaba a su novia de haber sido amante de varios hombres y de
haberlo traicionado con uno de ellos, al mismo tiempo que se comprometía con
él. Después que lo leyó, quedó como si nada hasta esperar el día de la boda.
De más está decir que la fiesta fue muy sonada, puesto que se derrochó
elegancia, licor y comida.

A media fiesta, los recién casados se retiraron a su dormitorio para


cambiarse de ropa. Aprovecharon el momento para tener su primera relación
íntima, después de lo cual se cambiaron para dirigirse nuevamente al salón de
baile. De pronto, el esposo, sin dar ninguna explicación previa, comenzó a
castigar cruelmente a su mujer, propinándole patadas y sopapos, increpándole
al mismo tiempo su conducta, conforme decía el anónimo que había recibido, y
gritándole que era una puta, que le había mentido puesto que era cierto que se
había entregado a otros hombres.

A los gritos de auxilio de la recién casada, acudieron familiares y amigos,


que violentaron la puerta del dormitorio para ingresar. Ahí vieron a esta con la
ropa desgarrada, casi desnuda, lastimada en varios sitios, mientras el
deshonrado esposo la jalaba de los pelos y arrastraba hacia la puerta para
hacer público el deshonor con que aquella mujer lo había manchado. La mujer
sólo atinaba a pedir clemencia. Todos los presentes, entonces, lograron
interceder y calmar la ira del esposo, que, al fin, decidió que el escándalo ya no
debía tomar mayores proporciones. Se continuaron, pues, los preparativos del
viaje que llevaría a los flamantes esposos a la hacienda del señor, donde
vivirían.

En la hacienda se hizo más cruel el trato del esposo, llegando a humillar


en todos los aspectos a su esposa, a tal punto que toda su prestancia de
soltera desapareció por completo y quedó convertida en una sombra de mujer.
Después de un tiempo, logró escapar de la hacienda y se dirigió a Cajamarca,
donde se refugió en casa de una amiga. Con este nuevo giro que tomó su vida,
estando ya solo, puesto que no pudo encontrar a su mujer, el esposo se
entregó a la bebida, buscando en esta degeneración olvidar la desgracia de su
vida. Sus antiguos amigos lo abandonaron y sus familiares sólo se lamentaban,
pues nada podían hacer que lograra hacerlo recapacitar.

Con el correr de algunos años, su degradación se hizo más profunda,


tanto que ya todos se habían acostumbrado a verlo totalmente sucio, con las
ropas mugrientas y rotas, irreconocible. De igual modo, su dormitorio se
convirtió en un verdadero chiquero, todo lleno de desorden y suciedad. Por eso
sorprendió enormemente escucharlo un día que ordenaba a los criados de su
hacienda que limpiaran totalmente y ordenaran su dormitorio para el siguiente
día, puesto que, según él, allí debían hacer la capilla ardiente para que se vele.
Además, hizo preparar toda la ropa que usó el día de su boda porque nece-
sitaba ponérsela también al siguiente día. Todos pensaron que era una broma
de borracho y que sólo podía entendérsela como su arrepentimiento para
volver a ser el de antes.

Pasó ese día, y al siguiente, en la tarde, sin aceptar ya ni el café que sus
hermanas quisieron darle, se encerró en su cuarto diciéndoles a todos que por
fin iba a descansar de sus sufrimientos, que ya no se preocuparan por él.
Cuando pasaron como tres horas sin que volviera a salir, su familia se
preocupó y juntos ingresaron al dormitorio, donde lo encontraron vestido como
el día de su boda, limpio y arreglado, tendido en su cama. No pudieron
despertarlo porque, simplemente, estaba muerto. El médico certificó que, sin
ninguna duda, era muerte natural.

39. La mano aleve

Cuentan los mayores que una vecina del actual barrio Dos de Mayo tenía
un hijo único en quien había depositado toda su ternura, chocheándolo y
mimándolo en demasía, a tal extremo que el hijo, faltándole el respeto, en
varias oportunidades le había pegado a su madre, sin que esta impusiera
sanción al malcriado.

Cuando el hijo tuvo catorce años, sufrió una enfermedad desconocida de


la que, por mucho que fueron las atenciones y cuidados, no pudo salvarse,
pues finalmente murió. La madre quedó totalmente desconsolada, y en medio
de todo su dolor iba todas las semanas al cementerio, llevando velitas y un
ramo de rosas para dejarlos en la tumba de su hijo, rezándole siempre. Nunca
notó nada raro en la tumba, pero un día, horrorizada, vio que la mano del
sepultado estaba fuera de la tumba. Con el comprensible horror, la madre
enterró nuevamente la mano, pero una semana después sucedió lo mismo.
Aunque al principio quiso callarlo, decidió contar lo sucedido a su confesor, en
la Iglesia San Francisco. Este le dijo que probablemente esta situación
obedecía a que ella jamás había castigado al hijo que le faltó al respeto.

Esa misma noche, la señora soñó a su hijo, que le decía que estaba
siendo castigado por Dios debido a que ella no supo o no quiso castigarlo como
madre, y que seguiría sufriendo en los infiernos por haber sido mal hijo. Le hizo
saber también a la madre que la única forma de ponerle fin a ese sufrimiento
en el más allá era castigando duramente la mano con una correa, hasta hacerla
sangrar.

En la siguiente visita al cementerio, cuando halló fuera de la tumba la


mano de su hijo, utilizando la gruesa correa que había llevado, comenzó a
flagelarla hasta hacerla sangrar, y luego la enterró. Desde entonces, nunca
más volvió a aparecer la mano.
40. El fraile descarnado

Hace algún tiempo vivía en el barrio San José una señorita ya entrada en
años que solía oir misa todos los días a las 5 de la mañana en la iglesia San
Francisco. No faltaba nunca a los quinarios, novenarios y a cuanta reunión de
esta laya se ce-Iebraba, razón por la cual la conocían como "la beata".

Cierto día, por haberse equivocado de hora, llegó a la iglesia antes de las
4, y la encontró todavía cerrada. En espera de la hora de la misa, se sentó bajo
un ciprés, de los varios que adornaban el ingreso al templo. De pronto se dio
cuenta de que el templo estaba ya abierto, todo iluminado, sin que ella hubiera
escuchado el menor ruido. Sorprendida y con cierta aprensión, ingresó y se
prosterno junto al altar mayor. Pocos instantes después ingresó un sacerdote,
listo para oficiar la misa, como en efecto lo hizo, celebrándola como se hacía
entonces, de espaldas al pueblo.

Todo era normal, hasta cuando, en el momento de dar la bendición, el


sacerdote giró hacia las bancas y la beata pudo darse cuenta, llena de horror,
que era un esqueleto.

Cuando más tarde entró el sacristán, encontró a la beata desmayada en el


atrio, botando espuma blanca por la boca. Asegura la gente, que el diablo se
había presentado para castigar a la mujer por su hipocresía, pues, no obstante
oír misa todos los domingos así como comulgar con demasiada frecuencia y no
faltar a los actos religiosos, era una persona de malos sentimientos.

41. La Caracashua (relato de F. Alva L.)

Ya de esto hace muchos años en que los tranquilos vecinos de la


localidad de Contumazá se hallaban alarmados y atemorizados por la
presencia frecuente de un fantasma, al que llamaban "Caracashua", que hacía
desaparecer a las personas o animales que encontraba a su paso. Las rondas
del fantasma se producían por las noches y hasta la madrugada, motivo por el
cual los vecinos no podían salir de sus casas dentro de estas horas. Las
personas secuestradas, principalmente menores, no volvían nunca más a
aparecer, o, en algunos pocos casos, se los encontraba vagando por los
cerros, locos, y morían siempre a los pocos días sin poder relatar lo que les
había ocurrido.

Afirmaban que las personas de carácter fuerte y mucha presencia de


ánimo, cuando se encontraban con la Caracashua y le dirigían la palabra, la
ponían en fuga sin que les hiciera nada. Justamente por esos años había en
Contumazá un señor muy valiente, de los que se dice que son ”de pelo en
pecho", quien decidió enfrentar a la Caracashua. La noche escogida, salió
preparado con una linterna potente y un revólver.

Pasó toda la noche recorriendo los sitios por donde aparecía la


Caracashua, hasta que, casi al amanecer, vio la sombra del fantasma como a
50 metros. Dándose valor con palabras subidas de tono, trató de iluminar al
fantasma, pero la linterna no funcionó, y cuando quiso dispararle, su arma se
atascó. Lleno de pánico, entonces, se dio a la fuga, más muerto que vivo y
"andando sobre lanas", hasta que por fin cantó el gallo, con lo cual el fantasma
desapareció misteriosamente. El hombre cayó botando espuma, pero los
vecinos lo encontraron y lo curaron.

42. El hombre de la cara barbada (relato de Margarita Palacios)

Hace 4 años habían comprado la casa de una familia "ricacha" que ahora
vivía en Lima. La casa era grande, con patio, corredores, zaguán, traspatio y
corral. La construcción era antigua pero buena, de dos pisos, con 3 balcones y
2 ventanas a la calle. En esos 4 años nunca pasó nada, y los dos esposos con
sus hijos vivían tranquilos.

Pero una noche, cuando el señor estaba de viaje, la señora escuchó


pasos en el corredor. Pensando que era algún ladrón que aprovechaba la
ausencia del dueño, salió decidida a defender su propiedad y su familia,
armándose previamente de un palo que servía de tranca en su dormitorio. A la
luz de la Luna, pudo ver a un hombre vestido de negro y con el rostro cubierto
de espesa y negra barba que caminando se perdió en el fondo del corredor. De
miedo, sólo atinó a gritar pidiendo socorro, a lo que salieron sus hijos y la
criada.

A pesar de que todos buscaron minuciosamente por toda la casa, no


pudieron encontrar ni la menor seña del hombre. Además, las ventanas y
puertas estaban conforme las habían dejado antes de acostarse. Cansados,
regresaron a sus dormitorios, pensando que sólo había sido ilusión de la
señora.

A los tres días, recibieron la noticia de que el antiguo dueño de la casa


había muerto a la misma hora en que la señora vio la aparición en el corredor.
Este señor, que exhibía una cerrada barba negra, acostumbraba usar terno
negro.

43. La Cuda

Según la tradición, la Cuda es una mujer blanca, alta y muy hermosa que,
elegantemente vestida, recorre distintos lugares de la ciudad a partir de las 11
de la noche, en que se la puede ver paseándose toda vestida de negro.

Dicen que cuando algún hombre era tentado por sus provocaciones, en
unos casos se convertía en esqueleto para que no la aprovechen, y en otros
casos, tras tener relaciones con ella, compactaba al hombre con el diablo, pues
no otra cosa es la Cuda, la misma que se apoderaba del alma del infeliz mortal,
que a su muerte era conducido a los infiernos para pagar su pecado carnal.

44. La prestada de lumbre

Una noche oscura y fría, un señor se hallaba transitando por el jirón Silva
Santisteban, con dirección a La Recoleta, cuando, por el frío y la soledad, tuvo
ganas de fumar un cigarro. Efectivamente, se detuvo y sacó el cigarro, pero no
pudo prenderlo, pues comprobó que no tenía fósforos. Contrariado por ello,
reanudó su camino. Luego de recorrer un trecho, al pasar frente a la antigua
morgue, vio que un señor se hallaba recostado contra la pared, fumando, por lo
cual se acercó para pedirle que le prestara su "lumbre" o fósforo.

El fumador le dijo que no tenía ya ningún fósforo, pero que podía darle el
"pucho" de su cigarro para que con él pudiera prender el suyo. Satisfecho,
recibió la colilla y se dispuso de inmediato a prender su cigarro, pero en el
momento de acercarlo a su cara se dio cuenta de que no se trataba de ninguna
colilla sino de un hueso; asustado, volvió la mirada para mirar a quien le había
jugado tal broma, pero el señor había desaparecido sin hacer ningún ruido.

45. Significado del alma (versión de Mariano Intor)

El alma se presenta en forma de bulto, tal como si fuera una persona,


pero no se le puede ver la cara. Este bulto pasa las paredes, entra a los
cuartos sin abrir puertas y anda como si estuviera flotando. A veces hace
ruidos como si caminara un hombre o como si abrieran o cerraran las puertas,
y se le puede escuchar llorar o conversar.

Estas apariciones se producen cuando una persona conocída o dueña de


la casa o que ha vivido en la casa se va a morir, pero también se puede
presentar hasta después de un año en que se ha producido el fallecimiento,
esto porque seguramente esa alma está penando ya sea por haber dejado
entierro, haber dejado una deuda o por algún pecado que el Señor no le ha
perdonado.

En estos casos, es decir, cuando el alma está penando, con el objeto de


librarlo del castigo se aconseja cambiar de lugar todas las cosas que dejó el
difunto, ya que no encontrándolas se aburre y no vuelve. Además, se hace
necesario celebrarle una misa.

Pero el alma también puede presentarse en sueños o ensueños, en cuyo


caso pronostica cualquier evento íntimamente relacionado con la persona a
quien se le aparece.

46. El sueno premonitor

Una vez, un señor soñó que su esposa, ya fallecida, le repetía


insistentemente que impidiera por todos los medios el proyectado viaje que al
siguiente día pensaba hacer su hijo a la ciudad de Trujillo. Ya despierto,
efectivamente, no lo dejó hacer el viaje. Ese mismo día, en la tarde, llegó la
terrible noticia de que el ómnibus en que debió viajar había sufrido un accidente
en el que murieron todos los pasajeros.

47. El hombre que se volvió monstruo (relato de María Intor)

Don Cirilo era un hombre trabajador y honrado que gozaba del aprecio de
sus vecinos, en las cercanías de Cajamarca. Con sus hijos se dedicaba al
trabajo agrícola y, aunque enviudó joven, no había vuelto a casarse. Sin
embargo, había voces que aseguraban que mantenía relaciones sexuales con
su comadre espiritual, pero nadie pudo probarlo. Después de unos años, don
Cirilo murió y algunos vecinos sostenían que por esas relaciones con su
comadre murió en pecado mortal.

Después que falleció don Cirilo, algunos vecinos decían haber visto a un
monstruo que en las malas horas de la noche recorría los campos e incluso
algunas calles apartadas de la ciudad. Lo describían como mitad hombre y
mitad burro, que a su paso dejaba una estela teñida de azufre. Todos los que
lograban verlo se desmayaban botando espuma por la boca, pero hubo uno de
espíritu fuerte que pudo comprobar que el monstruo se "asomaba" en la casa
de don Cirilo.

Anoticiada la gente, y con el fin de terminar con el terror sembrado por la


demoníaca aparición, un grupo de vecinos se armó convenientemente para
darle caza. Cuando el monstruo se vio acorralado, corrió a refugiarse en casa
de don Cirilo, a donde los perseguidores acudieron en tropel, pero no lo
encontraron por ningún sitio, y tan solo percibieron el olor a azufre. Entonces
comprendieron que aquel monstruo efectivamente era el difunto, que, con esa
apariencia endiablada, debía estar cumpliendo su castigo como una criatura
más del diablo.

48. La tentación del diablo

En el pueblo de San Juan (a 20 km de la ciudad de Cajamarca), hace ya


mucho tiempo, una joven y hermosa doncella mantenía relaciones ilícitas con
un caballero distinguido del lugar, sin tener en cuenta que dicho señor, ya de
edad, era forastero y que nadie sabía de dónde vino ni de dónde sacaba la
plata que tan pródigamente gastaba.

Cuando estos amores se hicieron públicos, todos los vecinos marginaron


a los amantes, diciendo cosas feas de ambos y no juntándose nadie con ellos.
Esta situación llegó a tal punto que el señor, cansado de tantas injurias y
humillaciones, una noche desapareció, y ni siquiera su amante supo el rumbo
que había tomado. De todas maneras, lo buscó, pero, como dicen, se había
"hecho humo".

Para disminuir su dolor, la desconsolada muchacha se fue a vivir en las


alturas de San Juan, en casa de una tía, a la que empezó a servir como
pastora de sus ovejas. Cada día lloraba la ausencia de su amado y se
lamentaba de haberlo perdido. Pero un día, cargando en su quipe a su
sobrinito, salió a pastar y al poco rato divisó que se le aproximaba un señor, al
que reconoció de inmediato como su amante, corriendo a su encuentro. Cuan-
do ya estaban próximos, él le dijo que se detuviera y botara lo que llevaba en el
pecho. Pensando que se refería a su sobrino, lo bajó y siguió caminando.
Nuevamente le ordenó que se detuviera y botara lo que llevaba en el pecho,
dándose cuenta que se refería al crucifijo que llevaba colgado al cuello. Esto la
sorprendió, pero de todos modos lo hizo, pero ya con temor; por eso, ya en el
momento en que se iban a abrazar, como precaución, comenzó a rezar La
Magnífica, lo cual hizo que el hombre corriera a ocultarse detrás de unos
saúcos. En ese momento, la muchacha hizo con la mano la señal de la cruz por
tres veces consecutivas y de inmediato el hombre desapareció como por
encanto, dejando tras de sí un fuerte olor de azufre.

Así, la joven comprendió que, probablemente por haber sostenido amores


espurios con un hombre mayor y por haber consagrado su vida al recuerdo de
ese amor, el diablo quiso tentarla para llevarla a los infiernos haciéndola su mu-
jer. Arrepentida, se olvidó de su pasión y regresó a San Juan, donde al poco
tiempo se casó con un joven y trabajador agricultor del lugar.

49. La muerte cobra SU prenda (relato de Pedro Infante)

Al final del callejón de Urubamba, hace tiempo vivía una familia de


modestos campesinos. En ese tiempo, la casita estaba ubicada todavía en el
despoblado. Mientras el esposo trabajaba, la mujer se quedaba al cuidado de
sus tres menores hijos, hasta que en la madrugaba regresaba el padre. Como
la señora tenía miedo de quedarse sola, llamaba a una vecina para que
estuvieran juntas hasta determinada hora, invitándole siempre café o cualquier
otra tizana.

Una noche, como de costumbre, tocaron a la puerta, y la señora salió con


el convencimiento de que se trataba de la vecina; ya juntas, fueron al
dormitorio, donde le invitó un platito de comida. Instantes después, uno de los
hijos de la señora le dijo a su mamá que lo llevara fuera para hacer sus
necesidades, y ya en el campo le dijo a su madre que la que había entrado a la
casa no era su vecina, pues no tenía ojos y la comida la arrojaba al suelo. Lo
más pronto que pudo, la señora regresó al dormitorio y miró fijamente a la
mujer, viendo que era cierto lo que decía su hijo. Entonces empezó a pedir a
gritos el socorro de los vecinos. Cuando momentos después entraron todos al
dormitorio, la mujer había desaparecido, pero el menor de los hijos estaba
muerto. Así comprendieron que la muerte había llegado de visita y, al no poder
llevarse a la madre, le había quitado la vida al pequeño.

50. La aparición demoníaca

Una señora muy rica, sintiéndose enferma y próxima a morir, no teniendo


hijos a quienes dejar su fortuna y en precaución de la codicia de sus familiares,
procedió a enterrar todas sus joyas, sin contar a nadie el lugar de su entierro.
Tiempo después, su salud empeoró, y sus familiares, conociendo ya que había
escondido su riqueza, trataron de sonsacarle la verdad con el pretexto de que
se necesitaba esa riqueza para hacerla curar, pero nada pudieron conseguir,
puesto que la moribunda había decidido firmemente llevar su secreto a la
tumba.

Por la noche, cuando nadie estaba junto a su lecho, la señora vio llena de
espanto que por la ventana entraba un bulto negro que después tomó la forma
de un hombre, el mismo que le decía: "Ya falta muy poco para que dejes este
mundo, y tus pecados son grandes, pero el que más te atormentará en la otra
vida es haber enterrado tu riqueza. Revela a tus familiares dónde la enterraste,
y encontrarás alivio en la vida eterna". Ante tal hecho, inmediatamente que el
hombre desapareció, la señora llamó a sus familiares y les reveló el sitio donde
estaban sus riquezas, luego de lo cual murió casi enseguida.

51. La mujer del velo negro (relato de Juan Alvarado)

Hace muchos años, un señor llegó a Cajamarca en busca de fortuna y,


principalmente, de salud. Al venir de Pacasmayo, instaló su negocio y su
vivienda en una casa antigua, acompañándose sólo de un muchacho que, al
mismo tiempo, era dependiente en su tienda. Su trato afable le granjeó pronto
la consideración del vecindario.

Una noche se despertó con el ruido proveniente de un extremo de su


dormitorio. Pensando que era alguna rata o gato, se limitó a tirarle un zapatazo
para espantarlo, y de inmediato se dispuso a continuar su sueño. De pronto vio
que aparecía una sombra que se iba transformando hasta quedar convertida en
una mujer, toda vestida de negro y con el rostro oculto por un velo. Este
fantasma se dirigió, flotando, hasta la habitación contigua y desapareció a
través de la pared, dejando tan sólo un débil destello verdoso que pocos
instantes después se perdió.
Desde esa noche, el señor pidió a su ayudante que lo acompañara, con la
esperanza de que el fantasma ya no volvería a presentarse sabiéndolo
acompañado; pero de nada sirvió, puesto que el muchacho no lograba
despertarse aun cuando el señor lo llamaba a gritos. No resistiendo más,
decidió cambiar de casa, pero no sin antes haberle contado a un amigo los
sucesos que ya se repetían continuamente, a lo que este respondió que
probablemente se trataba de un entierro y que debía ser buscado.
Efectivamente, ambos se pusieron de acuerdo, y una noche, premunidos de
herramientas, se pusieron a cavar en el lugar por donde desaparecía el
fantasma de la mujer.

Cuando el foso ya estaba más o menos profundo, hallaron el esqueleto de


lo que, al parecer, fue una mujer, conforme podía juzgarse por las vestimentas
encontradas, sobre todo un velo negro que, inexplicablemente, se conservaba
en buen estado. Junto al esqueleto había, además, una bolsa grande llena de
monedas de plata. Los dos amigos, como socios, dieron por terminada su
tarea; se repartieron el hallazgo y taparon el hueco, y nunca más reapareció el
fantasma.

52. El retorno de la abuela (relato de Juan Alvarado)

Por motivos de trabajo, un señor se ausentó de su hogar en Cajamarca,


dejando allí a su esposa y a sus dos menores hijos. Aquella noche, que era
viernes, la señora acostó temprano a sus hijos y se recogió a su cama después
de rezar sus oraciones al Ángel de la Guarda, a los cuatro Evangelistas, y la
oración del Viernes Santo.

Serían ya como las 11 ó 12 cuando, entre sueños, escuchó pasos por el


corredor, y como no había sentido ruido previo de la puerta, pensó que era su
esposo, que retornaba antes de lo previsto. Los pasos llegaron hasta la puerta
del dormitorio; luego, sin que se abriera, los pasos resonaron ya dentro del
cuarto, por lo que, llena de terror, sólo atinó a taparse la cara con las mantas y
empezó a rezar. Pero los pasos siguieron, y por último sintió que alguien se
sentaba en el lecho donde ella estaba, por lo que el terror la paralizó y no pudo
ni gritar. Luego se levantó la frazada y una mano helada le cogió el brazo,
mientras le preguntaba cómo estaba de salud y cómo estaban sus nietecitos.
Recién entonces comprendió que se trataba del espíritu de su madre, muerta
hacía casi un año.

53. La planchadora de la noche (relato de M. Colorado)

En el lugar denominado Los Perolitos, de donde manan las aguas


termales de los Baños del Inca, dicen los lugareños que todas las noches de
Luna llena, a partir de las 12, sale una mujer muy hermosa, vestida de
campesina, a planchar sus vestidos.

Varias personas han podido ver a la planchadora de la noche, pero nadie


pudo ver las facciones de su cara. Cuando trataban de acercársele, se
esfumaba entre el vapor de los perolitos. Los mayores aconsejan que no es
bueno aproximarse a ella porque probablemente se trata de una persona
encantada que trata de tentar a los cristianos para llevarlos a su reino.

54. El soldado fosforescente (relato de M. Colorado)

Una noche, en cumplimiento de sus deberes de oficial, un militar del


batallón acantonado en los Baños del Inca recorría los puestos de centinelas
para comprobar que estaban cumpliendo sus obligaciones. De pronto, como a
la medianoche, divisó una luz brillante en el campo de entrenamientos.
Pensando que era algún soldado que antirreglamentariamente estaba
utilizando el jeep, decidió sorprenderlo para aplicarle la sanción
correspondiente.

Sin embargo, cuál no sería su sorpresa cuando, ya estando cerca,


comprobó que se trataba de un soldado del cual emanaba una luz de color
blanco verdoso. Después de unos instantes, desapareció, dejando una débil
estela luminosa.

Desde entonces, sabedores de la extraña aparición, los que hacen la


ronda nocturna se acompañan siempre de otro colega o de un ordenanza.

55. La muerte del incrédulo

Probablemente por su larga estadía en la costa, donde se quedó después


de cumplir su servicio militar, un hombre había perdido la fe en el retorno de las
almitas para el 2 de noviembre, y más aún dudaba de que estas pudieran
servirse de los potajes que con tal ocasión se les preparaba. Ese año se
burlaba de todas aquellas personas que pensaban en tales cosas,
manifestando que sólo los ignorantes creían en las almas, en los fantasmas y
en otras supersticiones y cuentos. Para demostrar su incredulidad, la noche del
primero al 2 de noviembre se encerró en la habitación que sus parientes habían
preparado especialmente para ofrendar la cena a las almitas. Como es sabido,
para tales ocasiones se preparan los potajes que en vida más gustaron a los
difuntitos y se sirven en un lugar previamente aseado para la ocasión.

El incrédulo se escondió en un lugar estratégico, con el objeto de


demostrar que las almitas no podían venir a comer lo servido. Y a la
medianoche sintió que un frío helado invadía la habitación, pensando que
probablemente se debía a que la puerta se había abierto. Sin embargo, al
comprobar que seguía cerrada, se puso a observar con toda atención.

De pronto vio que poco a poco, como pequeña nube, se iba formando
cerca de la mesa un fantasma que tomó la forma humana, el mismo que, tras
acercarse a besar los potajes de uno en uno, luego se esfumaba como el
viento. El incrédulo, entonces, salió asustado del cuarto y llamó a sus
parientes, a quienes contó los extraños sucesos que había presenciado. Pero
desde aquel día comenzó a enflaquecer y debilitarse hasta que se "secó" y
murió, sin que los remedios y las limpias le hicieran ningún bien. Dice la gente
que ese fue su castigo por no creer en las almitas.

SORTILEGIOS, ADIVINACIONES Y PROPICIACIONES

Las peripecias, las contingencias y avatares del hombre ya están escritos


por los dioses, desde que viene al mundo por designio sobrenatural hasta su
muerte. Y si entonces ya todo está hecho de antemano y nada puede torcer o
variar el rumbo del tránsito humano por este terrenal escenario a donde llegó
con un signo y con un destino, es posible que por algunos procedimientos
mágicos se pueda entrever el porvenir.

Las cosas, objetos o animales, por ciertas propiedades o virtudes


transferidas por personas que son depositarlas de poderes sobrenaturales,
pueden utilizarse como medios para adivinar el porvenir de las personas o
augurar los acontecimientos futuros de acuerdo a los cuales actuarán los
hombres

En el folclor cajamarquino, no hemos considerado la adivinación por


medio de las barajas, por ser meramente una transposición cultural llegada con
los europeos que conserva sus mismas características y se rige por los mismos
principios o leyes. Sólo hemos tenido en cuenta los oráculos o formas de
adivinación ya perfectamente aculturados.

Existen formas de adivinación que cualquier persona puede practicar,


como por ejemplo la de la tuza, pero otras formas exigen la presencia de una
persona ya iniciada en los misterios de la magia, la misma que en el momento
del ritual deberá observar ciertas normas de comportamiento inviolables para el
buen éxito de la adivinación, como abstinencias, prohibiciones, etc.

Los métodos comunes, es decir, los que puede practicar cualquier


persona, se emplean para situaciones muy vagas y en general para anuncios
de carácter muy general, digamos que para ver si uno va a tener buena o mala
suerte, o si una determinada persona quiere o no; así mismo, estas
adivinaciones no comprometen muy seriamente el resultado anunciado. Sin
embargo, aquellos métodos que exigen la presencia de una persona iniciada se
usan para hechos concretos, para situaciones específicas, cuyos resultados
tienen que ser veraces en cuanto a previsibilidad, por supuesto dentro de los
límites de la certeza mágica.

Las fuerzas ocultas de la magia no solamente pueden utilizarse para


averiguar el futuro, sino que incluso se las puede encauzar convenientemente,
mediante determinadas prácticas, para descubrir robos, averiguar entierros,
etc., así también como para obtener bienes o la prosperidad deseada, o, en
caso contrario, propiciar la desgracia del enemigo.

En todos estos casos, la fe es el fundamento profundo del objetivo, de


donde no resulta extraña la hibridación mágico-religiosa, en la que muchas
veces son los santos los detentadores de los poderes ocultos cuyo
desencadenamiento se busca por medio del ritual propiciador.

En alguna de estas prácticas se descubre la mentalidad que identifica la


apariencia física con la conciencia, con los sentimientos, con el
comportamiento. Tal es el caso de la tostada de ojos, en donde se llega a
considerar que los tuertos, los que adolecen de cataratas, etc. no resultaron
con ese defecto por acción natural, sino como consecuencia de su mal
comportamiento, mágicamente castigado. Estamos en presencia de la misma
línea de pensamiento que vincula generalmente a la muerte como resultado de
una venganza, como una sanción o como un castigo.
También, dentro de las manifestaciones mágicas recogidas en este
capítulo, encontramos aquellas que tienen por finalidad propiciar la buena
voluntad de los seres invisibles, reveladoras del sentido comunitario que liga a
los vivos con los muertos y la serie de actos a que se ve compelido el primero
para evitar la acción mala de los segundos, quienes conservan todas las cuali-
dades y características que identifican a los vivientes.

La cena de las almitas, o la cena funeraria, no obstante la visible


manifestación de congoja y quebranto, pero al mismo tiempo de amor y
pleitesía, en análisis más profundo es sintomática de temor y de una clara no
aceptación de la "mors ultima ratio", pues si bien ya esas almas abandonaron
este mundo, un día señalado por Dios regresan para observar si sus deudos se
acuerdan de ellas y si aún participan en el diario quehacer de la familia.

En el caso de que los deudos no ofrendaran la casa, no fueran al panteón


a rezar o hacer que otros recen por ellos, entonces la venganza será inminente.
El omiso sufrirá indefectiblemente todo el peso del castigo anejo a su omisión.

Para aliviar o sublimar el miedo a la muerte o al muerto que lo simboliza,


se conviene que en realidad no existe la muerte, puesto que un difunto
conserva todas las características del vivo, sus mismas posibilidades, las
mismas aficiones que tuvo en este mundo. Esta actitud mental racionaliza
mágicamente la negativa del hombre a morir.

REFERENCIAS

1. Cuando no se puede encontrar el cadáver de una persona que ha sido


arrastrada por el río, se toma un mate en medio del cual se coloca un centavo
doble y sobre este se fija una vela encendida. Luego se suelta el mate para que
lo lleve la corriente, debiendo los interesados seguirlo hasta que se detenga.
En este sitio se encontrará el cadáver sumergido.

2. Para evitar que un homicida se dé a la fuga y pueda ser fácilmente


apresado, se amarra el cadáver de la víctima de pies y manos con una soga de
cerda y debajo de la lengua se coloca una peseta de plata. De esta manera, el
victimario no podrá huir ni esconderse.

3. La tostada de ojos
Para descubrir al ladrón, se colocan en un tiesto dos huaylulos, y a
medianoche se les fríe en aceite de gato negro. Al ladrón se le reventará un
ojo.

Esta práctica puede incluso tener efecto sobre los animales que pudieran
haber comido el objeto buscado, como sucede en el siguiente relato
(informante: Antonio Chilón).

En cierta oportunidad, de una casa desapareció una sábana. Los dueños,


creyendo que alguna persona la había sustraído, procedieron a la tostada de
ojos, y resultó que una vaca amaneció tuerta, la misma que, como
comprobaron posteriormente, se había comido la sábana.

4. Para saber si le ha de ir bien o mal en sus gestiones del día, se toma


una tuza a la que se le da el aliento, tanto por la punta como por el culote, y
luego se la arroja al aire Si la punta cae mirando al interesado es porque le ha
de ir bien, pero si es el culote el que apunta a la persona, le irá mal.

5. Para saber si el alma de una persona muerta ha abandonado la casa


donde moraba, en la noche del quinto día posterior al fallecimiento se riega con
ceniza la entrada de la casa. Si al día siguiente aparecen huellas sobre la
ceniza, es indicio de que el alma sigue vagando dentro de la casa, pero si no
aparecen las huellas, es manifestación de que ya el alma está en paz perpetua

6. Para descubrir un tapado, se toma un ovillo de lana blanca, se reza un


Padrenuestro, se sopla por tres veces el ovillo y se lo suelta para que ruede. El
lugar en donde se detenga, se hallará el entierro.

7. Para encontrar objetos perdidos, el adivino abre una tijera de acero en


cruz. En una de las puntas coloca un cedazo de cerda, y luego pregunta si tal
persona es la ladrona. Si dicha persona es la autora, el cedazo dará vueltas; en
caso contrario, permanecerá inmóvil, en cuyo caso hay que preguntar por otra
persona, hasta encontrar al autor. La pregunta se formula de la siguiente
manera: "Cedacito, por la virtud que Dios te ha dado, XX es del hecho".

8. Para encontrar pérdidas, se toma una olla nueva de barro en la que se


hace hervir agua con ramas de trenza, y cuando rompe el hervor se introduce
una peseta de plata. Luego se baja la olla del fogón y se hace la siguiente
pregunta: "¿Allicta arima huanga?", agregándole el nombre de las personas
que la víctima del robo va indicando.

Si el agua es absorbida por la peseta al pronunciar un determinado


nombre, es señal de que esa persona es la autora del robo.

9. Para evitar que los ladrones se escapen, se dejan en una esquina del
corral ramas de bejuco, previamente preparadas por el brujo, de tal manera
que los ladrones que han entrado al corral se enreden en las ramas y ya no
puedan salir.

10. Para tener una noche auspiciosa en cualquier actividad –lícita o ilícita–
, se colocan las icllas1 al costado derecho de la chacra.

11. Para que aumente el ganado, en una esquina del redil se colocan las
icllas en forma de cuernos.

12. A fin de evitar el robo de los animales, se puede solicitar los servicios
del brujo para que "componga" a los animales. A este efecto, el maestro ejerce
sus poderes mágicos sobre la sal y sobre las ramas de trenza, cóndor y
orlambo blanco o amarillo, y luego se les da de comer a los animales.

13. Para preservar la casa de los robos, se entrega al brujo una calavera
de gentil para que la arregle. Una vez ejecutado este procedimiento, se coloca
la calavera en un sitio estratégico. Cuando ingresa un ladrón o persona des-
conocida al domicilio, la calavera silba, llama o hace cualquier otra clase de
ruido, avisando de esta manera a los dueños.
1
Fósiles pequeños o pedazos de cristal de color.

14. Para obtener una buena cosecha, se coloca una cruz sobre el montón
del grano ya trillado, la misma que es adorada por todos los presentes. El más
viejo de ellos, al momento de colocarla encima del montón dice: "Te ponemos
para… (tantas) cargas, y si no te cosechas, a la candela".

15. Siempre hay que colocar una cruz sobre el montón del grano
cosechado; de no hacerlo, al año próximo se perderá la siembra.

16. Se debe colocar una cruz de madera en el centro de la chacra,


mirando hacia el punto por donde sale el Sol, para asegurar, de esta manera,
una buena cosecha. De no observar esta práctica, el diablo puede apoderarse
de la chacra y perder los sembríos.
17. Para que un árbol dé abundantes frutos, se coloca un cuerno de
carnero entre sus ramas.

18. Para obtener el mismo resultado anterior, el árbol debe ser sembrado
por una mujer.

19. Hay que colocar en la cumbrera de la casa una yunta de arcilla para
atraer la prosperidad y la buena suerte.

20. Hay que arrojar al camino los pelos o las plumas de los animales que
se han matado, para que aumenten los animales de la misma especie que los
sacrificados.

21. Para que haga viento y se pueda realizar el venteo durante las trillas,
el más anciano de los presentes debe entonar canciones.

22. Para obtener un milagro de una determinada imagen, se le roba el


dedo cordal hasta conseguir el milagro esperado, luego de lo cual se vuelve a
colocar el dedo sustraído.

23. Para aumentar el flujo del puquio 1, se debe sembrar a la orilla un


saúco llorón. En el hueco que se hace para la plantación se coloca un puñado
de carbón.
1
Manantial.

24. Para secar el caudal del puquio, se debe echar un poco de sal al ojo
mismo de la vertiente.

25. Si se quiere secar el puquio, se echa manteca, cebollas o sal al ojo de


la vertiente.

26. Si se quiere ocasionar un daño a la persona odiada, se hace una


incisión en el palo de sangre, en donde se coloca la fotografía de dicha
persona, a la misma que al poco tiempo se le hinchará el cuerpo y finalmente
morirá al reventársele la barriga.

27. Si se arroja al talalán1 una prenda de vestir de la persona a quien se


quiere ocasionar un daño, se le podrirá la parte del cuerpo que estuvo en
contacto con la prenda utilizada.

28. Para vengarse de la persona que le injurió o calumnió, se enciende


una vela y se la coloca invertida ante la imagen del santo en quien se tiene
devoción.

29. Para ocasionar un daño a la persona que a su vez le ha hecho un mal,


se pone una vela encendida e invertida ante la esfinge de San Quirino,
rezándole un Padrenuestro.

30. Cuando se desea que la persona odiada muera, se coloca una vela en
la fosa orbital de una calavera humana y se le reza oraciones especiales.

31. Si se desea que las siembras del rival se sequen, se pone la


cochinada, especialmente preparada por el brujo, en el centro de la chacra.

32. Para conseguir la muerte de los animales de la persona odiada, se


pone la cochinada confeccionada por el brujo en el corral en donde se guardan
los animales, los mismos que, por acción del preparado, comenzarán a expeler
aguas verdes, azules, amarillas, y luego comenzarán a enflaquecerse hasta
que finalmente morirán.

33. Si se quiere secar o malograr los sembríos del rival, se entierra en la


chacra el bofe del ganado vacuno.
1
Hueco natural muy profundo.

34. Para perder las cosechas de otra persona, se entierra en la chacra un


huevo de gallina mezclado con manteca.

35. Para conseguir que mueran los animales de una persona enemiga, se
arrojan al corral hojas de coca, de orlambo, trenza y otras utilizadas por los
brujos.

36. Para conseguir la ausencia o la muerte de una familia a la que se odia,


se toman huesos humanos y se los convierte en polvo, que se coloca en un
toto1 con el que se sopla por entre los intersticios o huecos de la puerta en
donde vive la familia designada.

37. Si se desea que una persona nunca más regrese a nuestra casa, se
debe barrer la habitación en donde estuvo la persona no deseada, tan luego
esta se retire.

38. Para evitar que los muchachos se orinen en la cama, se les hace
coger el arnero y a cinchazos se les da una vuelta por toda la casa.

39. Para que el brujo asegure el éxito de sus prácticas, debe rezarle a San
Cipriano.

40. Para que las prácticas del brujo tengan éxito, debe poner velas, cantar
y rezar ante las pictografías, sobre todo si se trata de hacer el daño.

41. La cena de las almitas. (Informante: Rafael Tafur)

La víspera del primero de noviembre, en las casas campesinas se reúnen


todos los miembros de la familia para preparar los bocaditos y potajes que en
vida fueron deleite de los parientes muertos. Con este objeto, se recogen frutas
oriundas del lugar como el capulí, tunas, poroporos, moras, yacones, etc., y a
falta de estos, los adquiridos en la ciudad, como plátanos, paltas, naranjas,
pepinos, etc., a los mismos que se corta en rodajas o tajadas.
1
Pedazo de caña con un orificio pequeño en uno de sus extremos y que se usa para
avivar el fuego.

Por otra parte, se prepara dulce de mazamorra con harina de maíz


chancado y mezclado con leche, panecillos de maíz, pan de trigo, molletes en
sus diversas formas: carneros, bollos, toros, etc., cuya masa se ha
confeccionado especialmente para las almitas; además, se prepara cancha de
trigo o de maíz, habas cocidas, mote, tamales, pedacitos de quesillo,
sarayumba-chicha (chicha fresca), alfajores, tapitas de leche, etc.

Estos comestibles se distribuyen en limpias "callanas" (platos de barro) o


en mates no usados, que se ofrendan a cada uno de los difuntos de la familia,
colocándolos sobre una mesita cubierta con una joijona (mantel de lana) que
recién se usa. En caso de que la familla no contara con una mesa, las ofrendas
se colocan sobre la joijona tendida en el suelo, teniendo siempre cuidado de
que todos los utensilios sean completamente nuevos. Al centro de las ofrendas
se coloca una "medida" (cántaro pequeño) con agua bendita, que se adquiere
gratuitamente en el convento de la ciudad.

La habitación en donde se sirve la cena de las almitas debe estar


completamente limpia y aseada, debiéndose retirar todas las cosas que
normalmente se colocan en ella, como camas, trajes, granos, comestibles, etc.,
con el objeto de dejar libre la habitación y no perturbar la presencia de las
almitas, las mismas que concurrirán a la medianoche a disfrutar del banquete
preparado.
Una vez servido el banquete en la forma prescrita, todos los miembros de
la familia: abuelos, padres, hijos, nietos, tíos, primos, etc., colocándose en
torno a la memoria de cada uno de sus difuntos, les piden que acepten "la
pobrecita" comida que les ofrecen. Concluida esta ceremonia, los familiares
abandonan la pieza y se retiran a dormir, sin haber tocado para nada los
comestibles ofrecidos en la cena.

Más tarde, a la medianoche, llegarán las almitas invitadas para deleitarse


con los manjares y potajes que más les gustaron en vida y que les han
ofrendado sus parientes. Sólo esa noche las almas tienen permiso de Dios
para visitar aquellos lugares en donde moran sus parientes que les han
"ofrendado" el banquete.

Las almitas disfrutarán de aquellos manjares que apetecen, pero no lo


hacen materialmente sino que aspiran su fragancia, absorben su esencia,
Concluida la cena, las almitas deberán rezar pidiendo a Dios para que derrame
sus bendiciones y toda clase de prosperidad sobre los deudos que se han
acordado de ellas. Al primer canto de los gallos, se retiran para retornar al lugar
en donde Dios las ha colocado.

Al día siguiente, muy temprano, la familia recoge todas las ofrendas,


implorando nuevamente por el descanso eterno de sus difuntos y pidiéndoles
que intercedan ante Dios para que Este les dé su bendición y les envíe mejores
y más abundantes cosechas. Algunos potajes de la cena se repartirán entre los
miembros de la familia, para su consumo inmediato, los mismos que
comprobarán que los comestibles se hallan desabridos o sin ningún gusto, lo
que demuestra que las invitadas han extraído la esencia de las cosas,
aceptando así la ofrenda que se les ha tributado. Si la comida conservara su
sabor, sería prueba de que las almitas no han concurrido a la cena que se les
ha ofrendado.

Más tarde, los familiares de mayor edad, como los padres o abuelos,
guardando en la joijona o un mantel el resto de la comida, se dirigen a la ciudad
para concluir la ceremonia de la ofrenda. Antes se encaminaban a la Iglesia, en
donde tendían nuevamente las ofrendas y obtenían la contribución de un re-
zador para que elevara algunas oraciones en recuerdo de las almas de sus
difuntos. En la actualidad, ya no se permite esta clase de ceremonias en los
templos, por lo que se dirigen al cementerio en donde reposan los restos de
sus deudos.

Ante la tumba se desenvuelven las ofrendas y se las coloca a la vista del


muerto, consiguiendo siempre los servicios de un rezador, salvo que un
pariente supiera hacerlo. En el primer caso, hay que retribuir al rezador con
algo de la ofrenda, como pan, paltas o plátanos, generalmente.

El rezador recita a media voz un bendito y una Ave María o un


Padrenuestro, llenando el cuenco de la mano con agua bendita, procurando
que el agua se deslice lentamente por entre los dedos sobre la tumba y al lado
de una velita encendida. Cada rezo o plegaria elevada servirá para descontar
la pena que en el Purgatorio haya señalado Dios al almita, por los pecados que
en esta vida hubiera tenido.

Una vez terminadas las ofrendas, las mismas que han sido trocadas por
los rezos salvatorios, y concluido el fiambre que han portado para alimentarse
junto con el almita, y avanzada la tarde, retornan a sus casas, contentos y
satisfechos de haber contribuido con su fe a la salvación eterna del alma de
sus difuntos, y con la esperanza de volver a repetir la ceremonia el próximo año
y así sucesivamente, hasta cuando Dios les preste vida.

Esta práctica se enseña celosamente a los hijos, para que hagan lo propio
con sus padres, cuando estos sean llamados por Dios para rendir cuenta de
sus actos.

42. Las mochitas

El vulgo ha bautizado con el nombre de "mochitas" a las calaveras que


son sustraídas del cementerio y trasladadas a los domicilios, con el objeto de
que se conviertan en guardianes de las casas, a las que protegen de los
ladrones.

Con esta finalidad, las calaveras son puestas tras de las puertas de calle,
bajo las escaleras o en otros sitios estratégicos para que cumplan su cometido.
Es obligación de los dueños de casa rendirles culto o veneración todos los
lunes por la noche, encendiéndoles una velita y rezándoles oraciones espe-
ciales para el caso. Este culto no puede ser en otro día, porque el lunes es el
día dedicado a las almitas buenas que protegen a los cristianos de las
asechanzas venidas de personas malas.

Las mochitas, en cumplimiento de su misión, en unos casos emiten ruidos


semejantes a los ladridos de perro o simulan conversaciones para que los
intrusos piensen que en la casa hay gente "recuerda" y desistan de su empeño.
En otras ocasiones, las mochitas siguen a los ladrones, y con su presencia los
atemorizan hasta tal punto que se dan a la fuga. Los dueños de la casa llegan
a tener mucha confianza y familiaridad con las mochitas, sabiéndose
protegidos y acompañados.

EL AYAPUMA

El Ayapuma es una cabeza humana que, desprendida del tronco, vaga


por los campos en busca de agua para saciar su sed. Cuando una persona se
acuesta sedienta, corre el peligro de que por las noches su cabeza se separe
del cuerpo y vaya en busca del líquido elemento para calmar su sed.

No obstante el principio natural que da origen al Ayapuma, la cabeza


sedienta se convierte en ser fatídico y agorero que recorre los campos
infundiendo pavor entre los moradores que tienen la desgracia de escuchar su
lúgubre grito de "chusheck", onomatopeya con la que también se la puede
designar.

Pero como el desprendimiento de la cabeza no es un hecho normal y


común, es natural pensar que a quien esto suceda debe ser una persona mala
o tener algo turbio en la conciencia o, en fin, haber tenido o tener tratos ocultos
con el maligno. En el fondo, el Ayapuma supone un castigo, aun cuando en
algunos relatos aparezca como resultado de una desaprensión o negligencia.

El oír o ver al Ayapuma es tapia, augurio de desgracias o malas


contingencias, generalmente anuncio antelado de muerte. Cuando se llega a
ver al Ayapuma enredado entre las zarzas, se puede conjurar el peligro
señalando con carbón o tizne la frente de la aparición, con el objeto de
reconocer a la persona a quien pertenece la cabeza.

Como un medio de venganza o para librarse de la presencia de la persona


a quien se le desprendió la cabeza, se puede aprovechar de tal circunstancia
para pasar con ají el cuello y evitar que cuando la cabeza retorne a adherirse al
cuerpo, no lo pueda hacer, y de esta manera, impotente, vague eternamente,
sin posibilidad de readquirir su normal existencia humana.

Cuando esto sucede, el Ayapuma se convierte en un ser vengativo, que


aprovechará cualquier circunstancia para aplacar su odio, ya no sólo tapiando 1
sino parasitando el cuerpo de cualquier persona que tuvo la desgracia de
atravesarse en su camino, adhiriéndose a su hombro. El damnificado quedará
sujeto a la crudelísima situación de andar permanentemente con el Ayapuma,
adquiriendo, además, la obligación de aumentarlo y atenderlo en todas sus
necesidades.

Pero conociendo la natural repugnancia de este ser fatídico por los malos
olores, principalmente los desprendidos por el excremento humano, se puede
utilizar de esta circunstancia para librarse de la maldición. La persona pasiva
del maleficio puede aprovechar el momento en que la cabeza se desprende de
su hombro por no poder soportar la fetidez que desprende cuando realiza el
acto fisiológico, para pasarse con presteza ají por el hombro; entonces, cuando
el Ayapuma regrese ya no podrá reintegrarse al sitio que le sirve de estancia, y
otra vez ha de recorrer sediento de venganza los campos en busca de nuevas
víctimas

Según el relato de algunas personas que han escuchado el grito del


chusheck, es probable que se trate de un ave nocturna cuya cara en la
oscuridad puede dar la impresión de rostro humano, sirviendo de pábulo para
que en la imaginación popular haya surgido la creencia en el Ayapuma

RELATOS

1. El castigo del uxoricida (informante: Artemio Paredes)

En el sitio denominado Sogorón, comprensión del distrito de La Encañada,


vivía un matrimonio mal avenido por los celos extremados del esposo, no
obstante que la esposa le daba muestras de fidelidad. Una noche en que el
marido regresó embriagado a su domicilio, rompió de una patada el cántaro de
agua que su mujer siempre colocaba junto a la cama para aplacar la sed que
solía atormentarla en la noche.
1
Mal augurio.
Efectivamente, cuando la mujer se despertó comprobó que el cántaro
estaba roto, y temerosa de levantarse a la medianoche, siguió en la cama y al
poco rato se quedó dormida. Mas la cabeza, desprendiéndose del tronco, salió
en busca de agua.

El marido, aprovechándose de la ocasión, pasó con ají el cuello en la


parte en que se había seccionado la cabeza, la misma que cuando regresó ya
no pudo adherirse al cuerpo. El marido se levantó al día siguiente, y al salir al
corredor, la cabeza de su mujer, dando un salto, se prendió de su hombro, y
por más esfuerzos que hizo, no la pudo desprender, viéndose en la imperiosa
necesidad de cargar con la cabeza de su esposa, a la que debía alimentar

El hombre se recluyó en la casa y no salía sino en las noches, para evitar


que se le viera cargando la cabeza. Un día llegó a visitarle un compadre, quien
le recomendó un procedimiento para librarse de la maldición que sobre él
pesaba. Efecvivamente, al día siguiente, de acuerdo a las indicaciones reci-
bidas, se fue al monte para "hacer del cuerpo" 1, y cuando la cabeza se
desprendió de su hombro, ya que no podía resistir el mal olor, pasó con ají el
lugar en donde se adhería, y cuando esta quiso regresar a su sitio ya no lo
pudo hacer. Desesperada, se fue saltando por el monte hasta que sus largos
cabellos se enredaron en la maleza. Allí estuvo por varios días hasta que pasó
un venado en cuyo lomo se prendió.

(Una variante de este mismo relato es el que dice que el marido degolló
de un hachazo a la mujer.)

2. El encuentro con el Ayapuma (relato de Belisario Alarcón)

En una noche de Luna llena, en que el informante viajaba de Cajamarca


hacia su casa, ubicada en el paraje de Otuzco, y cuando se encontraba a la
altura de Miraflores, le entraron ganas de "hacer del cuerpo", y se dirigió al
monte que crecía junto al camino.
1
Defecar.

En circunstancias en que se disponía a realizar el acto fisiológico, oyó un


extraño ruido entre las zarzas, y creyendo que se trataba de algún tigrillo o
cualquier otro animal peligroso, arreglándose los pantalones, con mucho sigilo
se encaminó al lugar de donde procedían los ruidos, y encontró que la cabeza
de una mujer blanca y rubia se hallaba enredada entre las zarzas.

Horrorizado por la visión, no atinó a moverse, y vio que la cabeza le pedía


que la liberase. El informante, movido a compasión, le dijo: "Yo te desenredo,
pero no te vayas a pegar a mi cuerpo". Con el ofrecimiento favorable de la
cabeza, procedió a desenredar los cabellos, la misma que, al verse libre, dando
saltos y gritando "chushecpum" se alejó por el Cerrillo.

3. La cabeza sedienta (relato de José Céspedes)

Una noche en que un amigo del informante se dirigía a su trabajo de


controlador del Camal Municipal, caminando por la orilla del cequión que baja
por el Ingenio, vio que una cabeza de mujer se hallaba tomando agua.

Entonces, aprovechando que la cabeza no lo miraba, se acercó con


mucho sigilo y procedió a señalarla con una cruz en la frente para poderla
reconocer posteriormente.

Efectivamente, a los pocos días en que ingresó a la plaza del mercado, se


dio cuenta de que una de las vendedoras tenía en la frente una cruz negra.
Aproximándose a ella, le dijo: "Señora, yo la he visto la otra noche tomando
agua del cequión". La mujer, al saberse reconocida, ya no regresó al mercado y
a los pocos días murió.

4. El Ayapuma recoge sus pasos (relato de Rafael Tafur)

En el paraje de Tambomayo, comprensión del distrito de la Encañada,


provincia de Cajamarca, vivía un familia conformada por Polo, Casimira –alias
Cashe– y Desposoria –alias Posha–, padre, madre e hija respectivamente. En
ese lugar ocurrió el siguiente hecho, sostenido como verídico.

Es costumbre en el campo comer y dormir temprano para madrugar a los


quehaceres cotidianos. Así, cierta noche, Polo se acostó al "canto" de su
"compañera" en una cómoda barbacoa ubicada en una esquina. La juiciosa hija
lo hizo en una "paracacha", a corta distancia y al otro extremo de los viejos.

Padre e hija parlaron un buen rato en voz baja para no molestar a la


"mama Cashe", quien se encontraba enferma. La Posha rezó silenciosamente,
y luego un "hasta mañana ya" selló sus labios y un manto de silencio cayó
sobre la noche oscura; sus largas pestañas se juntaron abrazadas por el
sueño, cerrando sus llorosos ojos, humedecidos de pena.

Polo, despierto aún, madejaba y desmadejaba sus pensamientos,


deshilachando la trama de su imaginación. En el telar de la vida examinaba uno
por uno los hilos del sufrimiento de su compañera, de sus caídas y levantadas,
tras los médicos y tras los brujos en busca de la salud. En estas ocupaciones
pegó pestaña; al punto, un ronquido extraño proveniente de la Cashe lo
despertó, y creyendo que se ahogaba, en medio de la oscuridad, llevó la mano
sobre la cabeza de su mujer para acomodarla, llamándola: ¡Cashe!, ¡Cashe!,
¿qué tienes?

Mas, ¡qué extraña sorpresa! Su mano había palpado el cuello de su


mujer, burbujeante, húmedo y caliente, ¡parecía que hervía!, ¡la cabeza no
estaba allí! Creyendo comprender lo que pasaba, instintivamente retiró la
mano. "¡¡¡Sia arrancao su cabeza!!!", dijo a media voz. Al instante, Posha, que
estaba semidormida, inquirió forzadamente: “¿Qué tiene mi mamá? ¡Quién
sabe tú luas matao, papá!, cuando tanto sufre”, gritó, al propio tiempo que Polo
respondió: “¡Cállate, so animal, ¿no ves que sia arrancao su cabeza?”. Bastó
esto para comprender la tragedia y silenciarse en espera del retorno de la
cabeza.

Padre e hija, cada cual por su lado, se cubrieron con las mantas hasta la
coronilla. El padre, con los cabellos crispados de terror, no encontraba una
salida a su espanto. Con un poco de esfuerzo recordó algunas versiones del
Ayapuma a las que no quiso dar crédito hasta ese momento, calificándolas de
"abusiones de viejas". Pero ahora él estaba allí, frente a un hecho paténte; y
entonces se decía: “Esto sí que será tapia”. Posha, en cambio, pensaba: “Lia
arrancao su cabecita, ónde se habrá iu pué, acacaucita", y rezaba al mismo
tiempo.

Y cuando ocupaban sus pensamientos en pensar y esperar... de pronto se


dejaron escuchar ruidosos y toscos pasos, gritos raros, pun... guacaj...; pun…
guacaj... Los ruidos se aproximaban a cada golpe más y más; de pronto,
"que… cherr…, chirrió la puerta y ¡¡se abrió!!, ¡el ayapuma! Un sudor frío y
escalofriante bañaba los cuerpos de padre e hija, la respiración se aceleró, el
aliento se les apagaba. La Posha se decía: "Mamita del Rosario sudores me
tapan, cómo pué será”. Polo rezaba la Magnífica, ¡¡¡el ayapuma!!!, y esta se
paseó por todo el cuarto buscando su cuerpo; el ronquido de la enferma se
silenció y un plash se escuchó, luego pun… guacaj pun… guacaj… la cabeza
no se colocó; otro plash… sordo y seco –tampoco se colocó–, pun… guacaj…,
pun… guacaj... un tercer plash, fuerte y rotundo. Un silencio sepulcral invadió el
cuartucho por varios minutos, todos estaban paralizados, nadie respiraba; sólo
los oídos permanecían atentos. La enferma se movía de un lado a otro, como
buscando una acomodación para su descanso, y como despertando de su
letargo, murmuró: "Juiuff… qué cansada estoy. ¿Polo… Pó…loo…? “Qué hija,
qué tienes”, respondió este, descubriéndose la cabeza. “Te contaré –le dijo–,
hei soñao que me he visto muchacha andando por esos caminos de mi juventú.
Qué bonitos caminos han siu, ay… pero qué cansada estoy… mis piernas, mis
brazos, qué barbaridá… “Sí, hija, sí… –decía Polo–, tal vez te mejores ya…
“Quién sabe, cómo será pue –seguía hablando Casimira–, mejor Dios me
recogiera pa no hacer tanto gasto; qué pue, nuestros animalitos ya lo
acabamos de vender”. “No, hija… no te preocupes… aumentarán ya después”.
Posha escuchaba sin interrupción, aconsejándose para sí: "Cati pué mi mamita
ya se mejora, cáti pué amaneciú parlanchina, vua levantarme pue pa hacer el
caldito”. En el acto se levantó, preguntando: “¿Cómo amaneció uste pue
mamita?”. Y esta le contestó: “Así nomás, hijita… cuídate pue hijita… cuida
nuestros animalitos”.

Amaneció y todos se pusieron de pie. Más tarde, Casimira sorbía con gran
apetito el caldillo de huevos. "Ojalá pue que te sanes, mamita, cati pue lo
acabas tu caldito". Una sonrisa de aceptación se dejó dibujar en el rostro
demacrado de la Casimira.

“Vua volver, hija”, gritó Polo, marchando para las faenas del campo con
una alforja sobre el hombro. Caminos chillosos y zigzagueantes hacían su
compañía, con ellos bajaba y subía. “¡Dios pue lo permitirá esto? –se
preguntaba–; quién sabe pue faltará poco paque muera mi mujer. Dicen que
nuestra cabeza se arranca pa recoger nuestros pasos dos años antes paque
muramos; gueno, ¿por qué no se pegaría su cabeza al primer golpe, o en el
segundo, y jue tuavía a las tres veces. No sería porque lo toqué pue; quién
sabe pue será celosa pa no tocarlo”.

Y entre pensar y pensar se fue yendo la mañana y la tarde. Ya avanzada


la oración, decidió encaminarse de regreso a la casita. Cuando se encontraba
muy cerca de ella, percibió llantos, y apurando sus pasos dijo: “¿Qué pasará
pue otra vez?; capaz pue se habrá enpeorao la Cashe”. Sin darse cuenta, llegó
y entró a carreras, preguntando: “¿Qué ha pasao pue… qué ha pasao?”. Y una
voz dentro del murmullo respondió: "Cati pue se ha moriu mi mamita,
papacito... ayayayayayaa ... yayá; yayaaa...ya".

LEYENDAS

No simplemente el hombre primitivo tenía que resolver los problemas de


la diaria y perecedera contingencia; además de ellos tenía ante sí situaciones
constantes que intrigaban su mente, y a las que buscaba una explicación capaz
de mitigar la angustia de la interrogación.

Para estas situaciones no comunes, la solución la encontró


antropomorfizando a los seres invisibles, que luego se convirtieron en
protagonistas del mundo y sus fenómenos, en medio de los cuales actuaba el
hombre; y así aparece la leyenda cosmogónica .

La leyenda fue una solución mental a la problemática existencial sobre un


encuadre concreto, que sirvió al hombre como base teórica de su cotidiano
quehacer. Su grado de evolución, su instrumental técnico y sus correlaciones
psicosociales-cósmicas encontraron en la leyenda una concepción válida para
su vida.

Para el primitivo nivel de conocimientos que poseía el ser humano, la


leyenda es una interpretación válida e irrefutable, no una mera suposición, no
un mito, tal cual lo entendemos nosotros. Lo mágico, lo mítico es connotación a
posteriori, que surge a medida que el hombre va aumentando su caudal de co-
nocimientos; entonces cuando el pensamiento no descansa sobre las mismas
bases mentales, sus productos devienen en obsoletos como instrumentos de
interpretación funcional.

La elaboración mítica es un proceso mental adecuado a un determinado


nivel de conocimientos técnicos y científicos. El mito aparece cuando se ha
dejado de creer en una determinada solución mental o esta no mantiene su
plena vigencia como forma esquemática de la conducta humana.

Esa originaria explicación al perdurar en la imaginación popular, ya no


como una solución interpretativa, se convierte en mito, leyenda o fábula, que es
la forma bajo la que se repite de generación en generación, frente a la cual
dentro de la cultura folk se adopta una actitud de respeto y aun de cierta
probabilidad.

En algunas leyendas recopiladas se ha producido la interpolación del


hecho folclórico autóctono en el mundo del cristianismo, hasta tal punto que,
sin pérdida de trabazón, se hace actuar a personajes bíblicos en el escenario
americano, y en otras oportunidades, personas, animales o plantas oriundas de
América son figuras protagónicas de episodios cristianos. Tal es el caso, por
ejemplo, del inca, de los chochos, de la coca, del gallitorume, etc.

El sincretismo cultural en el campo del folclor mágico es mucho más


evidente y palpable porque, en el fondo, la actitud mental en juego es siempre
igual para la especie humana, por distintos que fueran los grupos sociales en
donde actuase: necesidad de explicar el mundo en que vivimos,
anonadamiento ante la vida, miedo ante la muerte.

Leyendas cosmogónicas

1. La leyenda de la terciana (relato de Clodomiro Silva)

Hace ya mucho tiempo que hombres del valle, diezmados por la terciana,
que inclementemente azotaba esos lugares, decidieron invadir Cajamarca
ingresando por distintos puntos que dan acceso a la ciudad, hecho que de
consumarse hubiera significado la extinción de la población afincada
florecientemente en el valle cajamarquino.

Compadecido de la triste suerte que aguardaba a sus hijos, el Dios tutelar


de Cajamarca transformó a los vallinos en piedras que hasta ahora existen en
diferentes partes de la ciudad, como en Los Frailones, Los Negritos,
Carachugo, La Shacsha, etc.

2. La leyenda de la laguna de Akuán (relato de la señora Ida Rocha de


Mejía)

En la parte alta de la hacienda de Catudén, ubicada en la provincia de


Contumazá, antes comprensión del poderoso reino de Guzmango, se halla el
lugar ahora denominado Akuán, en donde hace muchos años reinaba Tanta
Rica, poderoso señor de entonces, cuya hermosa y joven hija era cortejada y
pretendida por los más apuestos y principales señores de los reinos y
comarcas vecinos, sin que por ninguno de ellos manifestara la menor
inclinación.

Uno de esos días compareció ante Tanta Rica un hombre sumamente


pobre, vestido de harapos y ojotas muy gastadas, probablemente por su mucho
caminar, para pedirle hospedaje por algunos días. El cacique, hombre bueno y
justo, dio hospedaje al forastero, que dijo llamarse Akuán. Algunos días
después, Akuán compareció nuevamente ante Tanta Rica y, para sorpresa de
este, le manifestó que durante los días de su permanencia se había percatado
de que en su reino escaseaba el agua, por lo que él le proponía poner una
laguna en la parte alta del cerro, dotándolo de agua en cantidad suficiente
como para regar todas las tierras aptas para el cultivo, pero que, a cambio de
ello, Tanta Rica debía comprometerse a cederle en matrimonio a su hija.

El cacique pidió un tiempo prudencial para pensar el extraño trato que le


proponía el mendigo, en el que observó un poder sobrenatural.

Pasaron algunos días, días de grande preocupación, temores y aflicciones


para Tanta Rica, quien tenía que resolver entre obligar a su hija a desposarse
con un mendigo o disponer de agua abundante que significaba el bienestar y el
progreso de su pueblo. Al fin, una mañana hizo llamar a Akuán y le manifestó
que había resuelto acceder a su petición, mas le amenazó con mandarlo matar
en caso de que incumpliera con los términos del compromiso.

Akuán abandonó la aldea, sin que nadie pudiera precisar el momento en


que lo hizo, y desde entonces pasó mucho tiempo sin que se tuviera ninguna
noticia de él. Tanta Rica, pensando haber sido objeto de una burla por parte del
extraño mendigo, convino en que su hija se casara con el poderoso señor de
una tribu vecina.

Mas, una noche, los moradores del lugar escucharon un extraño y


ensordecedor ruido, como si un río caudaloso dejara correr sus aguas en
incontenible torrente.

Sorprendidos y temerosos, muy temprano se levantaron para cerciorarse


del origen del ruido escuchado, y encontraron a Akuán, ya no cubierto de
harapos sino convertido en un apuesto señor, elegantemente vestido con
muchos adornos de oro y piedras preciosas.

Akuán, luego de saludar a todos y de entrevistarse con Tanta Rica, pidió


que lo acompañaran a una planicie cercana, que se había transformado en una
gran laguna cuyas aguas discurrían torrentosas por la falda del cerro.

Ante la sorpresa y la alegría de los pobladores que aclamaban a Akuán


como su salvador, este dijo a Tanta Rica: "Yo he cumplido con mi ofrecimiento,
ahora te toca a ti cumplir con tu palabra". El cacique, consternado, le explicó
que, perdidas las esperanzas de su regreso, había autorizado el matrimonio de
su hija con otro hombre.

Akuán, resentido, desapareció definitivamente en medio de la laguna, la


misma que comenzó a secarse hasta quedar convertida en una hondonada, en
donde hasta ahora se escucha como si un río dejara correr sus aguas por el
interior de la tierra.

3. La leyenda de los Frailones (relato de Isidro Infantes)

Todavía eran los tiempos viejos, cuando de Cajamarca hacia la costa


viajaba un grupo de sacerdotes, escoltados por soldados para defenderlos de
algún ataque de los infieles. Llegados a las alturas del Cumbe, vencidos por el
cansancio y la hora avanzada, decidieron quedarse a pasar la noche en este
lugar.

Luego de ingerir el alimento que llevaban en sus alforjas, tendieron sus


frazadas y se acostaron. Pero en la noche unos a otros comenzaron a robar las
capas y los bastones.

Los cerros Pitura y Carachugo, que habían visto las sustracciones,


informaron de tal hecho al cerro Huangrashanga, quien, enojado, despertó con
grandes voces a los viajeros, los mismos que se pusieron a buscar sus cosas,
diciéndose entre ellos: “No hay mi bastón, no hay mi espada, no hay mi
corona”.

Al ver tanta miseria humana, enojado el Huangrashanga les gritó:


“Arángulo”, y convirtió a los viajeros en piedras, quedando petrificados los
religiosos en el cerro del Cumbe y los soldados en el cerro Carachugo.

4. La leyenda de la Pampa de la Culebra (relato de Rodolfo Ravines)

El cacique de Cajamarca tenía una hija muy hermosa, admirada y


pretendida por todos cuantos tenían la dicha de admirar su belleza. En cierta
oportunidad, por la fama de la doncella cajamarquina, llegó a estos reinos el
hijo del poderoso cacique de los chachapoyas, apuesto doncel acompañado
por un numeroso séquito, quien llegándose hasta el rey de Cajamarca le
entregó el preciado regalo que le remitía su padre, y además le expuso su
intención de casarse con la princesa.

El cacique, cautivado por la donosura y arrogancia del príncipe


Chachapoyas, lo alojó en el Tambo Real, ubicado dentro del Palacio de
Chuquichancay, dispensándole el mejor de los tratos. El príncipe permaneció
en estos reinos por espacio de un año, tiempo que aprovechó para seducir a la
princesa sin cumplir su ofrecimiento matrimonial.

El padre, indignado por la ofensa inferida, dispuso la prisión del príncipe y


de su séquito en las oscuras mazmorras de una prisión. Uno de los miembros
de la comitiva pudo escaparse para llevar la infausta noticia al rey de los
chachapoyas, quien, enterado de los acontecimientos, armó una poderosa
expedición punitiva, con el objeto de liberar a su hijo y castigar al orgulloso
emperador cajamarquino.

El rey de los caxamarcas, informado de la expedición, tomó los aprestos


pertinentes para rechazar a los invasores, y luego de invocar la protección de
los dioses, marchó al frente de sus ejércitos al encuentro de las tropas
enemigas.

El choque tuvo lugar en el sitio denominado Chaquil, que sirvió de


escenario a un sangriento combate que ya al atardecer se definía a favor de las
belicosas tropas chachapoyas. Es en estas circunstancias que el rey de los
caxamarca invoca nuevamente la protección del Dios Ninayacu, quien,
compadecido de la muerte de sus súbditos, envió en su defensa al Dios del
Tragadero.

Por su parte, los chachapoyas reciben la protección de sus dioses, los


mismos que para ayudar a sus fieles los convierte e una gigantesca culebra
que avanza incontenible, diezmando a las fuerzas cajamarquinas, que llenas
de pavor se aprestaban a la huida.

En este preciso momento, el Dios del Tragadero, convertido en rayo


flamígero, cayó sobre la cabeza de la culebra fulminándola instantáneamente.
El cadáver de la culebra forma en la actualidad la Pampa de la Culebra,
ubicada cerca del distrito de La Encañada, a unos 35 km de la ciudad de
Cajamarca.

5. La leyenda de la laguna de Chamis o Mataracocha (relato de Catalino


Chilón)

Hace más de cien años, la actual laguna de Chamis era una inmensa
pampa en la que vivían los Cueva, familia rica y principal del lugar. Junto a la
casa había huertas de lúcumas, y más allá se extendían las plantaciones de
maíz, cebada y otros cultivos. En la familia había dos hijas jóvenes y muy
bellas, las que, no obstante estar ya en edad de casarse, vivían solteras y sin
ningún compromiso.

Cerca de la casa existían, casi juntos, dos pequeños manantiales, de los


cuales, en noches de Luna llena, salía un hombre blanco y muy apuesto para
mantener trato carnal con las dos hermanas.

Uno de esos días en que los padres tuvieron que acudir a la ciudad de
Cajamarca para hacer diversas compras, el hombre del puquio, aprovechando
la soledad de las hermanas, las invitó para que entraran al puquio diciéndoles:
"Entren nomá, bajo el puquio hay un río y pronto la pampa se va a convertir en
laguna". Efectivamente, las hermanas accedieron gustosas a la invitación que
se les formulaba y, juntamente con el caballero, se introdujeron al puquio, para
nunca más volver a salir.

Cuando regresaron los Cueva, hallaron una inmensa laguna en donde


antes se levantaba la casa y se extendían lozanas sus sementeras. Y desde
entonces, en las noches de Luna llena, vagan etéreas las doncellas tragadas
por el puquio.

Otra versión (informante: Antonio Chilón)

En la antigua hacienda de Chamis, hace ya muchos años, vivían dos


mítayas que, según el decir de las gentes de esos lugares, mantenían
relaciones con el diablo y ya no querían pastar, por lo que sus padres se vieron
precisados a entregar el ganado.

Una de esas noches, las encontraron en una casa durmiendo con un


hombre cubierto de lanas y sin ojos, que no era otro que el diablo, Las
personas que tal hallazgo hicieron, colocaron leña en torno a la morada y
prendieron fuego. El demonio pudo salir, y montando en su caballo, se escapó.
La casa convertida en agua avanzaba rápidamente para dar alcance al fugitivo,
mas no lo pudo alcanzar. Todas las chacras y casas desde entonces
desaparecieron para convertirse en la laguna de Mataracocha.

Las aguas que formaron la laguna no dejaron pasar a los hombres que
hicieron el fuego, y a las pastoras las tragó para llevarlas a sus entrañas, de
donde las pudieron rescatar utilizando varías "reatas" piezadas, pero tan luego
salieron a la superficie, murieron instantáneamente.

Las aguas de la laguna así formada eran muy bravas y de sus entrañas
salía el duende en forma de un hombre vestido todo de blanco, de piel
alabastrina y cabellos rubios, que enamoraba a las mujeres, las mismas que
morían o quedaban embarazadas. A estas mujeres en el alumbramiento, debía
asistirlas el brujo, y daban a luz un animal que raudamente se escapaba sin
que se le pudiera capturar. Pero todos estos fenómenos desaparecieron
cuando un cura bendijo la laguna.

6. La Laguna Quieta (informante: Germán Salcedo A.)

A unos quinientos kilómetros del distrito de Ninabamba existe una laguna


denominada la Laguna Quieta, cuyo origen es el siguiente:

Hace ya mucho tiempo había una loma en cuya parte central existía un
pequeño puquio, del que salía un hilo de agua. En cierta oportunidad, un arriero
llevaba una recua de mulas con odres de plata provenientes de una mina
cercana.

Una de las mulas, la que llevaba los odres más grandes, desviándose del
camino al tratar de pasar sobre el puquio, comenzó a hundirse lentamente, sin
que los arrieros atinaran a hacer nada para salvar al animal, que daba
lastimeros relinchos y manoteaba desesperadamente.

Y así, el pequeño ojo fue agrandándose hasta alcanzar un diámetro de


cien metros, en donde se hundió definitivamente la mula con todo su
cargamento, y el hueco que se abrió, inmediatamente se colmó de agua hasta
formar una inmensa laguna, que por la tersura de sus aguas ha recibido el
nombre de la Laguna Quieta.
Hace aproximadamente ocho años, unos sacerdotes pretendieron
canalizar las aguas para su utilización en el riego de los terrenos vecinos. Mas
cuando ya la sangría llegaba al nivel de las aguas, estas comenzaron a
descender, determinando que los sacerdotes tuvieran que abandonar su
empeño.

Por estos sucesos, y porque nunca se ha podido utilizar las aguas de la


laguna, se tiene por encantado este lugar, asegurándose que sus aguas son
malignas y que puede sobrevenir la muerte a aquellas personas que las tocan.

7. Las virtudes de la coca (relato de Artemio Paredes)

Cuando Herodes desató la persecución contra los infantes con la


intención de matar al nuevo Rey de Judea anunciado por los profetas, la
Sagrada Familia, huyendo de la persecución, atravesó una chacra sembrada
de chochos y al campesino que allí encontraron le suplicaron que si unos
hombres venían persiguiéndolos, les dijera que sí habían pasado por ese lugar
pero hacía cien años.

El campesino no les prestó atención, y continuó con su trabajo, y cuando


al poco tiempo llegaron los perseguidores, les manifestó que efectivamente por
allí habían pasado un hombre y una mujer montada en un burro y "marcando" 1
una criatura.

Mientras tanto, la Sagrada Familia prosiguió su huida y atravesó una


chacra de coca, en donde encontraron un campesino que se hallaba cultivando
unas plantas. A este le volvieron a hacer la misma invocación, y el campesino
les manifestó que no tuvieran temor y que se escondieran bajo un árbol de
coca.

Efectivamente, al poco rato llegaron los soldados de Herodes, a los que el


campesino les dijo que sí era cierto que por su chacra habían pasado un
hombre y una mujer montada en un burro y cargando a una criatura recién
nacida, pero que de eso hacía ya como cien años. Los guardias con esta
respuesta siguieron su camino, sin reparar en las personas que se hallaban
refugiadas bajo el árbol de la coca.

Nuestro Señor Jesucristo, teniendo en cuenta lo que le había pasado,


maldijo a los chochos volviéndolos amargos y sonadores, y castigó al
campesino convirtiendo su chacra en un lugar lleno de piedras, mientras que
bendijo a la coca, dándole siete virtudes para que haga bien y sirva para la
brujería. Además, premió al campesino convirtiendo sus tierras en pródigas y
feraces.
1
Cargando en las faldas.

8. El Diluvio Universal (informante: Artemio Paredes)

Dicen que en las montañas del Carachugo (el cerro más alto de
Cajamarca) vivía Dios con su hermano. Durante el día, Dios hacía de barro los
animalitos útiles al hombre y los dejaba en el sol, y por las noches estos se
convertían en seres verdaderos.

En cambio, su hermano hacía todos los animales y cosas malas, como


culebras, sapos y plagas. Un día, los gentiles quisieron robar los anímales de
Dios. Entonces este, enojado por tanta osadía, mandó que lloviera durante
cuarenta días y cuarenta noches. Pero previendo la catástrofe final, ordenó al
cacique de Caxamarca que construyera una balsa en la que debía entrar él con
su familia y animales. Cuando el pueblo se llenó de agua, la balsa comenzó a
subir hasta alcanzar y sobrepasar las alturas del Carachugo.

Cuando dejó de llover, las aguas se fueron evaporando y la balsa se


asentó sobre la cima del cerro, en donde descendió el cacique y comenzó a
buscar las cosas que había hecho Dios. Por eso, en el Carachugo se
encuentran todas las cosas buenas para la brujería, como la trenza, el cóndor,
la ripac, el ornambo, el ishpingo, figuritas de piedra y otras cosas más, buenas
para la mesa del brujo.

El pueblo que ofendió a Dios desapareció para siempre, y el mundo


comenzó a poblarse con los descendientes del cacique, que fue el único en
salvarse de la ira divina por haber observado una vida de recogimiento y de
obediencia al Señor.

9. La Leyenda del Inca, del Diluvio y de la Conquista (informante: José


Concepción González Carrasco)

Nuestro Señor Inca, no sabemos cómo, fue criadito o sirviente de nuestro


Señor Jesucristo, quien allá en Jerusalén le enseñó todo lo que Él sabía, y
andaba con su criadito por todas partes.
Cuando ya el Inca estuvo crecido, un día el Señor le dijo: “Tú enseñarás a
mis hijos todas las cosas que yo ya te he enseñado, enseñarás a ollista, a
maestro1, a telarista, a laborista2. Ojalá fueras un segundo Dios cuando yo ya
me retire de estos sitios, cuando ya me aparte de mis hijos. Como eres
muchacho amable, mi corazón se ha mezclado contigo. Tú eres maestro como
yo; tú, Inca, vas a ser Dios y enseñarás a los nuevos hombres".

Así también le dijo: "No has de ser envidioso, a todos les has de enseñar
a trabajar, a los que te ayuden les has de dar dos o tres bolitas de oro” (en ese
tiempo no se conocía la plata).

El Inca le contestó: "Amito, estoy conforme con tu palabra, les enseñaré a


tus hijos, pero lo que tú sabes y pueda hacer a un hombre y a una mujer
grande". Por eso –le contestó el Señor– tendrás que ser crucificado como yo,
porque a mí ya me llega la hora, me llega mi sentencia; me queda únicamente
medio año de vida y ya me llega; por eso te digo, harás tu casita, tu chocita. A
mi ya me van a hallar los contrarios; yo mismo me voy a entregar".

"Bueno, amito –le contestó el Inca–, haré lo que me ordenes, porque ya


estoy expedito en tu corazón y lo puedo hacer”.

El Inca, faltando un año para que llegue el juicio, hizo su casa, moliendo
cantería, moliendo piedritas, tal como le había enseñado el Señor, y cuando
terminó, comenzó a llover por cuarenta días con sus noches. Empezó con una
niebla negra que vino por "onde" sale el Sol. La casa del Inca, que la hizo sobre
una piedra redonda, tal como le dijo el Señor, comenzó a subir conforme
subían las aguas.

Cuando al cabo de los cuarenta días se comenzaron a perder las aguas, y


cuando al final salió el sol, la casita se asentó en el Carachugo, y como a las
once de la mañana abrió su puertita y salió a "mashaquear"3. Allí descubrió en
dónde se encontraban las riquezas de los gentiles y además encontró !a
trenza, el ornambo, la huamanripa, el cóndor y otras plantas con las que trabajó
el Señor, y le dijo que eran buenas para curar, que eran buenas para el
maestro.
1
Brujo.
2
Labradores.
3
Abrigarse al calor del sol, poniéndose en cuclillas y sobándose las manos.
Al principio estaba solo, comiendo sus papitas, su triguito, pero luego la
gente iba aumentando y comenzó a enseñarles, tal como le había ofrecido a su
Señor, todas las cosas que él sabía. Por entonces no había patrones, pero al
Inca lo trataban de amito. El rey, para cumplir con su ofrecimiento, se iba al
Cusco y a otros sitios para que nadie se quedara sin saber hacer sus cosas,
para que nadie se quedara ocioso. Estos viajes los hacía siguiendo un camino
que iba por el corazón de la tierra, para que no lo vieran personas envidiosas y
le faltaran. Y así fue enseñando al maestro su banca y a los otros sus oficios,
por eso es que se han quedado maestros, telareros, labradores, olleros y otros.

El Señor también le había dicho que en el Aracat habían quedado unos


hombres malos, porque dicen que Lucifer fue hermano de nuestro Señor, y que
esos hombres le iban a hacer daño, pero el Inca no sabía quiénes eran esos
hombres. Así también le dijo que un día llegarían de Jerusalén cinco aca-
ballados y que él vendría cuando ya esté por llegar el juicio final. El Inca
siempre estuvo atento a los cinco acaballados de Jerusalén.

Los otros hombres, los españoles, que supieron de los tesoros que habían
en Cajamarca, vinieron en montoneras, mandados por el Gerónimo, el
Pacundio, el Felipe, el Santiago y San José; los españoles tenían intención de
llegar a Cajamarca el día 28 de julio por la mañana, pero la víspera, como a las
cinco de la tarde, San José, el Huangrashanga y el Pitar, que mandaban los
ejércitos, ordenaron que se quedaran a dormir en las faldas del cerro
Gallocantana o Gallitorume (situado en la antigua hacienda de Llullapuquio).

El Inca había mandado a un hombrecito "negociantero" al “temple” para


que le trajera cosas, y este hombrecito vio que venían los españoles con
soldados, con leña, con animales, y entonces el hombrecito se "revolvió" para
venir a avisar al Inca de la llegada de los hombres blancos. Entonces el Inca
con ayuda de un maestro puso trancas, "más dicho" (mejor dicho) los "tangó"
para que no pasen, y el Inca dijo: “No entrarán esos hombres malos porque yo
ya les he puesto trancas”; además, el maestro contagió a los españoles para
que se robaran las capas y los bastones.

Muy de madrugada, el Pitur llamó a San José por tres veces para que se
''recuerde", y le dijo: “Ya va a cantar el gallo negro o gallítorume”, pero nadie le
hizo caso, y más bien entre los soldados comenzaron a robarse sus bastones,
sus espadas, sus capas. Tarde ya, se quedaron dormidos, y cuando cantó el
gallitorume por tercera vez, ya no pudieron levantarse. Entonces San José y los
otros jefes discutieron si siempre seguían para Cajamarca o si mejor
regresaban, pues como era de día, seguramente el Inca ya debía saber de su
llegada y ya no podrían entrar tronando a Cajamarca, como habían dicho.

Cuando acordaron que mejor se regresaban, los soldados se levantaron


sobresaltados y comenzaron a buscar sus espadas, sus bastones, sus capas y
no los encontraban, y como se demoraron mucho, se quedaron convertidos en
piedras, pudiendo sólo escapar tres jefes, que regresaron a España. Los
frailones, la Shacsha y los Negritos antes no existían; las peñas que aparecen
son soldados españoles que se convirtieron en piedras por haber querido
conquistar el Imperio del inca, y porque eran hombres malos y sólo venían por
las riquezas que tenía el Inca.

En esta vez, el Inca supo de la llegada de los españoles porque se había


conservado bueno, escuchando y cumpliendo la voluntad del Señor, pero
andando el tiempo, el Inca se volvió malo, se volvió un "fregado", se volvió
malcriado y ya estaba haciendo averías, castigaba a sus hijos, los colgaba de
los compañones, les aplastaba los dedos y ya no hacía caso a lo que le
notificaba el Señor. Como todos le decían amito, se había engreído y ya no
hacía caso al Señor.

Por eso, cuando por segunda vez llegaron los españoles, el Inca ya no
supo de su venida. Como se había vuelto malo, el Señor ya no le ayudó. En
esta segunda vez, los españoles entraron por la Shicuana, porque un
hombrecito que habían cogido en el temple les enseñó el camino. A este
hombrecito lo agarraron porque se quedó en el temple comiendo miel, pues era
muy hambriento y en eso lo agarraron los españoles, y para que no lo maten
les enseñó el camino, pero luego regresó con los españoles a España.

La gente que vio venir al ejército español dio aviso al Inca, mas este no
les hizo caso, y dijo: “Yo soy amito y nada me va a pasar”. Cuando el Inca vio a
los españoles por el Santa Apolonia, se fue a los Baños del Inca a
atrincherarse, pero después se vino a Cajamarca, en donde lo encontró el
padre Valverde, a quien le decían el padre Checlla. El padre Checlla le dio al
Inca un libro, pero como no sabía leer, lo botó al suelo, y entonces el padre
levantó una banderita y comenzó el tiroteo. Cuando apresaron al Inca, este,
para pagar su rescate, mandó que trajeran los tesoros del Cajamarcorco, del
Carachugo, del Huangrashangra y de otros lugares, pues el Inca sabía dónde
estaban enterrados los tesoros de los gentiles.

Pero los españoles siempre mataron al Inca. Entonces sus hijos, que eran
unos "fregados", robaron el cadáver y nadie sabe en qué sitio lo enterraron.
Desde allí, un día ha de volver, cuando otra vez sea bueno y oiga las órdenes
del Señor.

10. Las cabezas vengativas (recopilado por Alejandro Quiroz)

En los tiempos antiguos, antes de los Incas, los muertos salían de sus
tumbas aprovechando que no los veía la gente. Su objeto era hacer mal a sus
enemigos, asustándolos hasta que se morían secándose.

Para evitar esta acción vengativa de los muertos, les separaban la cabeza
del resto del cuerpo; enterraban las cabezas en la parte alta del cerro, y el
cuerpo, en la pampa; pero a pesar de eso, las cabezas salían a buscar a su
cuerpo para proseguir con su venganza. Muchas veces, estas cabezas
quedaban enredadas en las zarzas, cuando iban a tomar agua, y así enre-
dadas las encontraban. Por eso, buscando que la cabeza no consiguiera su
propósito de volver a unirse al cuerpo, las tumbas las hacían en lo alto de los
precipicios, para que cuando salieran de su tumba se rodaran y se hicieran
daño, ya no pudiendo entonces continuar en su empeño vengativo.

11. El origen del mundo

En los primeros tiempos, cuando todo era humo, el Sol acarreaba la tierra
sobre las piedras, lo mismo que el agua, porque al Sol lo tenían amarrado los
gentiles y lo utilizaban como luz. En esos tiempos, le decían Inti. Cuando se
liberó, subió al cielo a defender al niño Jesús.

Y para que aparezcan los hombres, le indicó al Señor Celestial que haga
olfatear una rosa a la Virgen María, esposa de José. Y José le dijo: "¿Cómo
apareces encinta sin que yo te ofenda?”. A los 6 meses salió el Niño y se fue al
río a jugar con el barro, y a las 2 de la tarde regresaba al vientre de la Virgen.
Salió después a los 8 meses, pero no tenía resuello ni dientes. Después, a los
9 meses, ya tenía forma humana y ya nosotros también teníamos forma, y salió
del río Herodes y dijo: "¿De dónde salieron?, yo también lo voy a adorar", y era
para matarlo.

Cuando la Virgen con José llegaron a Belén para el nacimiento, no les


dieron posada y los botaron a un pesebre. En la mañana se fue el Niño al río a
ver sus juguetitos, y vio que ya los hombres estaban andando. Después, el
Niño trajo para comer pajaritos: paloma, zorzal, pero el indiopishgo huyó saltan-
do, saltando. El Sol le indicaba al Niño para que trabajara con el barro en el río,
con lo que hizo a los hombres y animales.

El hombre no podía trabajar: coser, lavar, y estaba triste; entonces, el


Niño sacó la costilla del hombre y la cortó. La mitad de la costilla la unió a la
mitad de la costilla del perro, y poniéndole barro, hizo que aparecieran las
señoras.

12. El origen de los frailones

Hace muchísimos años, el comenzar los tiempos del mundo, varios frailes
acompañados de soldados viajaban por las alturas del Cumbemayo, y siendo
ya tarde, decidieron pasar la noche en esas jalcas. Con ese objeto
desmontaron de sus cabalgaduras, acomodando cada uno sus alforjas y
demás pertenencias. Pero en plena noche, unos a otros comenzaron a sus-
traerse sus pertenencias, participando todos sin excepción de este común y
recíproco robo, ante el asombro de los cerros Pitura y Carachugo.

Los cerros, que en ese tiempo eran como señores y reyes, al ver tanta
flaqueza humana, dieron cuenta de los sucesos al cérro de Huangrashangra,
que, dicen, era el jefe de todos ellos, Huamani dicen que era. El
Huangrashangra, enojado y dando grandes voces, despertó a los viajeros, los
que, confundidos, pretendieron vestirse rápido para huir, pero como no encon-
traban sus cosas decían: "¡Dónde está mi capa, dónde está mi bastón, dónde
están mis alforjas!", y así entre todos se reclamaban sus cosas.

El Huangrashangra, no pudiendo resistir todo eso, enojado gritó:


"¡Arángulo!", y los viajeros quedaron convertidos en piedras , unos en forma de
frailes y otros en forma de militares, según había sido su ocupación. Los frailes
convertidos en piedra quedaron sobre la cima del CumbMemazo, mientras que
los militares petrificados quedaron en el cerro del Carachugo, en donde hasta
ahora la gente los puede ver.

13. El nacimiento de un puquio

A un costado del río Chonta, por el camino a Otuzco, en el paraje


denominado Miraflores, vivía un señor dedicado a la agricultura. Una noche,
como lo hacía siempre que le tocaba utilizar la mitad del agua, con su palana
salió a recorrer la toma para que los vecinos inescrupulosos no le robaran el
agua.

Desde la toma fue recorriendo el agua hasta que a eso de las 3 de la


madrugada ya estaba cerca a su casa. De pronto vio que una gallina con 6
pollitos cruzaba la chacra y se perdía por la quebrada que había cerca.
Intrigado, buscó a los animalitos pero no pudo hallar ni el menor rastro, por lo
que, recordando que muchos hablaban de que Otuzco era un lugar malo,
decidió ir rápidamente a su casa.

Al siguiente día, contó a su vecino lo que había visto en la madrugada,


acordando ambos ir juntos esa noche para ver si se repetía la aparición. Y
juntos esperaron, preparados con una linterna y una escopeta. Efectivamente,
se produjo la misma aparición, y en el sitio donde se perdieron las aves sólo
encontraron una gran piedra, y junto a esta un pequeño charco de agua, pero
de los animales nada, por más que movieron la piedra. Eso les hizo
comprender que era una aparición mágica o sobrenatural, por lo que decidieron
regresar a sus casas.

Al otro día, ambos amigos se fueron temprano al sitio en donde habían


buscado, viendo que en lugar del charco de la noche anterior había surgido un
puquio o manantial del cual salía agua cristalina que hasta ahora es utilizada
para su consumo doméstico.

14. El origen de la hilandera de la Luna

Hace mucho tiempo vivía cerca de la actual población de Cajamarca una


señora acompañada únicamente de su hija, muchacha sumamente hermosa,
indiscutiblemente la más bella del lugar, motivo por el cual las otras muchachas
envidiaban su belleza. Entonces, esta criatura, no queriendo molestar a nadie,
decidió no volver a salir nunca más de su casa.

Sólo en las noches de Luna llena salía a pasearse por el campo y


extasiarse en la belleza del paisaje, al mismo tiempo que hilaba la lana que
llevaba consigo, motivo por el cual su madre la llamaba "la hilandera de la
Luna".

Pasando el tiempo, la madre envejeció de sufrimiento al ver que su hija se


encerraba en su soledad y jamás salía de día por ningún motivo. Hubo
ocasiones en que le parecía ver que del cuerpo de su bella hija se desprendía
un raro resplandor, como el de la Luna. Al final murió la madre y la "hilandera
de la Luna" se vio obligada a salir, puesto que acompañó el cadáver de su
madre hasta el camposanto, siendo esta la ocasión en que todos los jóvenes
se prendaron de su extraordinaria belleza y decidieron conquistarla.

Esa misma noche, la doncella desapareció en el bosque y no volvió a salir


ni pudo ser encontrada por cuantos la buscaron. Así pasaron los días, cuando
en la primera noche de la siguiente Luna llena, los pobladores del lugar
pudieron contemplar atónitos que en el satélite se notaban claramente las
formas de una mujer hilando en su rueca y derramando una extraña sensación
de soledad, de quietud y de belleza, llegando al convencimiento, todos, de que
era la doncella desaparecida.

15. La Pampa de la Culebra

Antiguamente, en el ancho y prodigioso valle de Cajamarca vivía una


numerosa y trabajadora tribu dedicada al cultivo de las plantas y al cuidado de
algunos animales. Eran felices, y el trabajo los hacía alegres y contentos,
agradeciendo permanentemente a Dios por proporcionarles todo cuanto
necesitaban. Pero esta felicidad despertó la envidia y cólera de un dios maligno
que, convertido en enorme culebra, descendió a la Tierra para hacer
desaparecer la tribu.

Así comenzó la época de terror en la tribu, pues la culebra devoraba a


hombres y animales, lo mismo que destruía los sembrados. Llegó el momento
que la gente huyó abandonando todo cuanto poseía, y quedando convertido el
lugar, de lo que era bello y próspero, en un lugar sombrío y abandonado.

Entonces, el dios de la tribu, compadecido de su gente y viendo tanto


dolor y abandono, decidió poner fin a esta situación mandando un potente rayo
que fulminó instantáneamente a la diabólica culebra, la misma que quedó
convertida en una enorme pampa que hasta ahora se la puede ver y a la que
se le llama, por ese motivo, "Pampa de la Culebra".

16. El diluvio universal

Cuando los hombres, muy antiguamente, se dieron a cometer excesos


malos, el dios de los gentiles decidió castigarlos ejemplarmente, haciendo
llover torrencialmente durante tres días consecutivos con sus noches. Pero
antes de ello, no queriendo que su raza se extinguiera, se apareció en sueños
al cacique Corinay y le ordenó que construyera una balsa en la que debía subir
con todos sus familiares y animales en cuanto empezaran las lluvias,
aclarándole que se había hecho merecedor de esta gracia por haber sido
hombre justo y trabajador.

Y conforme lo dijo el Dios, llovió "a cántaros" hasta que el agua llenó todos
los valles y tapó los cerros, matando a los pobladores y sus animales,
quedando sólo la balsa del cacique Corinay. Después de estar flotando por tres
días, las aguas comenzaron a bajar hasta que llegó el momento en que la
balsa encalló en el cerro Rosario Orco. Pasaron dos días más hasta que el sol
secó la tierra y Corinay y los suyos pudieron bajar.

En ese nuevo sitio se quedó a vivir Corinay, poblando nuevamente el valle


y enseñando a todos lo que sabía de bien para la agricultura, ganadería y para
hacer ollas. Por eso, en este cerro se encuentran muchas plantitas limpias que
sirven para curar a los enfermos, pues son muy milagrosas.

LOS ENTIERROS

Cuando una persona deja al morir un entierro, su alma no descansa en paz


mientras otra no encuentre el tapado, y en tanto esto suceda, su alma,
castigada por la ambición que guió sus actos, vagará permanentemente.

El alma en penitencia asume la forma de un fantasma o simplemente se


evidencia por medio de ruidos o tirando piedras o jalando de los pies o de los
pelos a los moradores del lugar, quienes por estos hechos llegarán a enterarse
del entierro. También el muerto puede manifestar su voluntad haciendo
anotaciones en las que indica el lugar preciso en donde se halla el entierro y
las medidas que deben adoptarse para poder dar con el tapado.

Las manifestaciones sobrenaturales que hemos indicado anteriormente se


producen generalmente por las noches o en los momentos en que una persona
se encuentra sola. A partir de las once de la noche y hasta las cuatro de la
mañana, lapso considerado como hora pesada o mala, se escuchan los ruidos
extraños y lúgubres o se ven a los fantasmas desplazándose subrepticiamente.

Es común que el alma elija a una persona para beneficiarla con el


entierro, y será esta la que vea al fantasma o escuche los ruidos o encuentre
las anotaciones que le indiquen el lugar en el que se halla el entierro. Es común
también que personas que vivieron por mucho tiempo en una casa y que
escucharon continuamente los ruidos o vieron con frecuencia al fantasma
nunca pudieron dar con el tapado, no obstante su persistente búsqueda. Es
que no fueron ellas las elegidas por él para ser beneficiarias del entierro.

Cuando se tiene conocimiento de que en un sitio existe un tapado, se


puede recurrir a ciertos procedimientos para dar con él. El más común y seguro
es el del ovillo de lana, el mismo que, dentro de la hora mala, el interesado
debe dejar correr por el suelo. En donde se detenga el ovillo, se debe hallar el
entierro buscado.

Si se encuentra un entierro, hay que tener mucho cuidado para sacarlo,


pues cuando existen objetos metálicos, el antimonio que desprenden puede
poner, en caso de no observarse ciertos cuidados, en grave peligro la salud e
incluso ocasionar la muerte. Para evitar estos resultados, se recomienda fumar,
coquear y pasarse agua florida en el momento de extraer el entierro.

La excesiva ambición por apoderarse del tapado puede ocasionar que los
tesoros que este encierra se conviertan en polvo, piedras o ceniza, y en vez del
oro, plata y piedras preciosas, sólo se encuentra ruin materia, como castigo al
desbordado apetito.

RELATOS

1. El tapado de Mejillones (relato de Medardo Vergara)

La actual casa de propiedad del profesor Julio Bardales era, hace ya


muchísimos años, una casa de vecindad en la que vivían tres o cuatro familias,
entre otras la del cura Dociteo. Los vivientes de esta casa sentían por las
noches ruidos, lamentos, golpes y veían bultos, fantasmas y otras apariciones
sobrenaturales, todo lo cual los tenía enormemente alarmados, no pudiendo
salir de sus habitaciones pasadas las once de la noche, por el peligro de
encontrar a los fantasmas o bultos.

El cura Dociteo supuso fundadamente que en algún lugar de la casa debía


haber un entierro, y que el alma de la persona que había hecho el tapado
recorría en penitencia su antigua morada haciendo ruidos y penando, con el
objeto de que alguien descubriera el entierro y así pudiera descansar
eternamente en la otra vida.

Siguiendo estas suposiciones, una noche contrató los servicios de dos


peones con los que hizo una excavación en el cuarto que ocupaba. Después
de cavar más o menos un metro, se encontró un ataúd que contenía monedas
de oro, joyas, y bajo el ataúd, ornamentos religiosos guardados en un zurrón.
Una vez que fue descubierto el entierro, cesaron los ruidos y nunca más
volvieron a aparecer los bultos.

2. La envidia castigada (relato de Medardo Vergara)

Dos amigos, sabedores de que en cierta casa penaban, decidieron


alquilarla para buscar el entierro. Efectivamente, una noche dieron comienzo a
la excavación, en el lugar en donde habían visto que por las noches salía una
mujer vestida de negro a llorar sentada sobre una piedra que había en el corral,
junto a las escaleras que conducían al "terrao".1

La tierra estaba floja, lo que hizo suponer a los socios que estaban en el
acertado camino para encontrar el entierro, por lo que juzgaron conveniente
decidir la forma en que habrían de repartirse el tesoro por encontrar, llegando a
acalorarse en la discusión, al no ponerse de acuerdo en la forma del reparto.

Enconados y desconfiando mutuamente de sus actitudes, prosiguieron


con la excavación. A poco de trabajar, encontraron un montón de ceniza y de
carbón. Se asegura que la extremada codicia de los socios motivó que el
tesoro enterrado se transformara en ceniza y carbón.

3. El tapado del cura (relato de José Céspedes)

Al distrito de la Asunción llegó hace ya algún tiempo un doctor de apellido


Vargas para curarse de una vieja dolencia. En este sitio alquiló una casa que
había sido de un cura, la misma que tenía fama de ser pesada, es decir, que en
ella había mucho ruido y que penaban las almas.
1
Altillo.

El doctor, sin hacer caso a los rumores, se instaló con su familia. Al


principio, efectivamente, nada sucedía, y llegó al convencimiento de que se
trataba de meros chismes sin ningún fundamento.

Pera como a los dos meses, una noche, aproximadamente a las dos de la
mañana, sintió pasos por el corredor, y un ruido como si chocaran cadenas o
arrastraran una barreta. Alarmado, cogió su revólver y salió a ver quién había
entrado a la casa, suponiendo que se trataba de ladrones. Caminando en
puntas de pie, llegó hasta la puerta y salió bruscamente, pero no encontró a
nadie. Dio una vuelta por toda la casa y, pensando que quizás había estado
soñando, regresó a su cuarto para seguir durmiendo.

Ya estaba "agarrando" el sueño, cuando de nuevo sintió las pisadas y el


ruido de cadenas, y luego el aullido del perro que dormía en el corral. Ya con
cierto temor, acordándose de los relatos escuchados, se volvió a levantar y no
encontró ni el menor rastro de persona o causa del ruido.

Esta situación se volvió a repetir en las noches subsiguientes, por lo que


el doctor pensó que en la casa debía haber entierro.

Guiado por esta suposición, comenzó a cavar al pie de la escalera que


conducía al terrado. Después de sacar una gran laja quedó al descubierto un
baúl grande, el que sacó con ayuda de sus familiares. Dentro de él encontró un
busto de cura y gran cantidad de monedas de oro y joyas valiosas.

4. La casa de los entierros (informante: Ángela Cerna)

En la casa que actualmente es propiedad de los herederos de don


Augusto Chavarri, y que anteriormente perteneciera a la familia Cacho, vivía,
en condiciones de inquilino, un ciudadano de nacionalidad china, de apellido
Ajen, en compañía de su familia. Ante los insistentes ruidos que por las noches
se escuchaban por el patio de la casa, Ajen procedió a efectuar excavaciones.

Los trabajos al poco tiempo resultaron fructíferos, pues encontró un rico


tapado, el mismo que le permitió ampliar notablemente la tienda de comercio
que por entonces poseía, y además realizar en unión de su familia un viaje por
su país, para lo cual dejó la casa en poder de su paisano A. Chiong y otros
chinos que habían acudido a la ciudad al llamado de Ajen.

Una noche, cuando el nuevo poseedor se dirigía a su dormitorio, vio que


una mano surgida de improviso en la obscuridad le obstruía el paso, mientras
una voz le decía: "Aquí es".

El chino, sabedor del hallazgo que anteriormente se había hecho,


sacando una llave, marcó en la pared el sitio donde había indicado la mano
misteriosa.

Al día siguiente, cuando ya las otras personas se habían retirado a sus


respectivos trabajos, procedió a cavar en el sitio señalado la noche anterior. Al
poco tiempo, descubrió un riquísimo entierro consistente en monedas de oro,
plata y valiosísimas alhajas.

En esta misma casa, y con fecha posterior al último hallazgo, la mujer del
chino Chiong oía siempre unos ruidos extraños que surgían en el patio, e
incluso la empleada le había comunicado que siempre por las noches, cuando
se retiraba a su cuarto a descansar, veía un bulto que lentamente se desplaza-
ba desde el callejón que desembocaba al gran patio principal hacia la puerta de
la calle, en donde tan misteriosamente como había aparecido se esfumaba,
indicando, además, que el bulto tenía la forma de una mujer vestida de negro
con falda de amplios vuelos, muy almidonados, según deducía por el ruido que
hacía al desplazarse. De estos ruidos y apariciones, la mujer del chino no
comunicó en absoluto a su marido.

Pero un día que se encontraba plantando una estaca para tender un


alambre donde secar la ropa, notó que la pared se desmenuzaba y cedía
fácilmente al golpe de la piedra con la que estaba clavando la estaca. La mujer,
intuyendo de lo que se trataba, suspendió el trabajo e indicó a la sirvienta que
la acompañara, que después templarían el alambre para secar la ropa.

La señora mandó llamar al marido, que se encontraba en la tienda que


entonces tenía en el lugar que actualmente ocupa el hotel Plaza, y que había
adquirido con parte del entierro que anteriormente encontrara. Ya en el
domicilio, su mujer le comunicó todo lo acontecido, refiriéndole, además, los
ruidos y apariciones que de continuo se veían.

Los esposos mandaron a la empleada a que fuera a secar la ropa al


campo. En cuanto se quedaron solos, procedieron a cavar en el sitio en donde
se había formado el hueco, encontrando una especie de cuarto incrustado en la
pared de muy amplio volumen, en donde hallaron un fabuloso entierro
consistente en monedas de plata, oro, alhajas y utensilios de metal noble.

Deducimos, por los informes que nos proporciona la informante, que el


sitio en donde se afirma haberse encontrado los entierros corresponde a la
parte posterior de la casa, que por entonces formaba un todo con la casa que
sirvió de hospedaje al Libertador don Simón Bolívar cuando estuvo de tránsito
por esta ciudad rumbo al sur, para dar las batallas que sellaron la
independencia política del Perú.

5. La anunciación del entierro (informante: Ángela Cerna)

Las casas que actualmente se encuentran ubicadas en la calle


Cajamarca, cortando la prolongación de la calle Unión, fueron construidas
habilitando terrenos que por entonces formaban parte de las faldas de la colina
de Santa Apolonia.

Un día en que las descendientes del propietario, recientemente fallecido,


habían concurrido a una quebrada cercana a lavar la ropa, comprobaron que
desde atrás de un cerco de pencas alguien les estaba tirando de piedras. Por
ello, en forma sigilosa, se desplazaron al lugar en donde pensaban se en-
contraba la persona que les estaba gastando esta broma.

Al llegar al sitio convenido, grande fue su sorpresa al constatar que ni en


ese sitio ni a lo largo de toda la cerca ni por lugares cercanos se encontraba
persona alguna. Sorprendidos y temerosos, porque sabían que el cerro Santa
Apolonia era un sitio pesado por haber sido morada de los gentiles, inme-
diatamente recogieron la ropa y se retiraron.

Por la noche volvieron a tirarles de piedras a su domicilio. Una de las


hermanas, en forma desaprensiva dijo: "Este diablo, en lugar de tirarnos de
piedras debería tirarnos ‘chancona’, para endulzar nuestra chicha". No pasarían
ni cinco minutos cuando vieron que por la ventana arrojaron una tapa de
chancaca, la misma que sin ninguna aprensión utilizaron para endulzar la
chicha que estaban preparando.

Los ruidos y las cosas extrañas se sucedían frecuentemente. Un día,


cuando dos de las hijas de la familia se encontraban jugando con dos muñecas
muy grandes, vieron que estas de súbito se elevaron hasta fijarse en el techo
de la habitación, y que lo mismo sucedía con una jarrita que la madre de las
muchachas utilizaba para guardar el agua que consumía por las noches.

También notaron que cualquier papel en blanco que dejaban en las


habitaciones aparecía con raras y extrañas inscripciones. Este hecho indujo a
los miembros de la familia a dejar ex profesamente papeles en blanco, con la
esperanza de que en lugar de dejar extraños símbolos aparecieran escritas
algunas letras que les sirvieran para interpretar todas las raras cosas que esta-
ban sucediendo en la casa; pero en el papel sólo aparecían figuras de
pajaritos, flores, tazas, etc.

Las personas mayores de la casa, hijos del señor que construyera la casa,
en vista de estos acontecimientos que habían sumido a la familia, sobre todo a
las mujeres, en una honda depresión y miedo, supusieron que probablemente
su padre había dejado algún entierro, y que desde ultratumba expresaba su de-
seo de que el tapado fuera descubierto para lograr su descanso eterno en la
otra vida.

Con este convencimiento, los hermanos, una noche dejaron en la


habitación que había servido de dormitorio al finado, un gran papel en blanco
para que el extinto expresara su última voluntad. Al día siguiente, cuando
fueron a ver el resultado, encontraron que efectivamente en el papel estaba
escrita la siguiente frase: "Es mi voluntad que todos los bienes que he dejado
se repartan equitativamente y por igual entre todos mis objeto de que proceda
a robarlo, esto sucede en tardes de murro.

OJO AUTOR. FALTA TEXTO. VER PÁGINA 220 DEL ORIGINAL


Los ruidos, las apariciones súbitas y misteriosas, así como todas las
extraordinarias cosas que acontecían se iban repitiendo, pero en realidad había
una inequívoca intención, por parte del autor de todas estas anormalidades, de
dar preferencia a una de las nietas, señorita ya de más o menos dieciocho
años de edad. Esta nieta, aprovechando que su hermana había concurrido a la
iglesia, dejó un papel en blanco en el cuarto en donde había fallecido su
abuelo, con la fundada esperanza de que le revelara el lugar en donde había
dejado el tapado, haciendo lo cual cerró la puerta y se dirigió a la otra casa,
que quedaba contigua a la anterior.

Cuando más tarde regresó la hermana, sin acordarse de lo que había


hecho, abrieron la puerta e ingresaron al cuarto, donde comprobaron que el
difunto había comenzado a escribir la siguiente frase: "Cuando yo estaba en
este mundo...", dejando trunco el pensamiento por haber sido interrumpido
abruptamente por el ingreso de las hermanas.

Las frustraciones que posteriormente se registraron en el intento de ubicar


el lugar del tapado demostraron a los miembros de la familia que en realidad el
entierro no estaba para que ellos lo encontraran, sino que parecía intención del
muerto que este pasara a otras manos, por lo que, en vista de que los ruidos y
demás cosas extraordinarias no los dejaban vivir en tranquilidad, decidieron
abandonar la casa, dejándola alquilada.

Se dice que las personas que llegaron a vivir en la casa eran de origen
muy humilde, pues el padre se dedicaba a la zapatería de remiendo y la madre
a lavar ropa, pero encontraron un rico entierro que les permitió darse una vida
de boato y más tarde dirigirse a la costa, en donde se radicaron
definitivamente.

6. La botija de espuma (informante: Manuel Chilón Z.)

En la Peña Blanca, situada en lo que actualmente es Porcón Sipa, hace


algún tiempo, unos viajeros que venían de San Pablo se quedaron a pernoctar
en el indicado lugar. Pero tan luego obscureció, durante toda la noche
escucharon unos extraños ruidos, como si mulos ensillados se estuvieran
pateando e incluso vieron las chispas que salían de las coces.

Sabedores de que por esos parajes habían vivido los gentiles, supusieron
que quizás había algún entierro, por lo que procedieron a cavar en el sitio en
donde habían visto salir las chispas. Efectivamente, a poco de haberse
entregado afanosamente a su tarea, encontraron una botija grande llena de
plata blanca brillante.

Entusiasmados por el valioso hallazgo, llamaron a otras personas que


pasaban por el lugar para que les ayudaran a transportar la botija, pues no
quisieron llevar el tesoro por pocos, de miedo a que lo sustrajeran.

Mas cuando llegaron las otras personas, el tesoro se esfumó y sólo quedó
la botija llena de espuma.

7. El llanque (informante: Manuel Chilón)

A la altura del kilómetro 9 de la carretera a Bambamarca, en dirección a la


Pampa de San Antonio de Tual, cruzaba el río un campesino de apellido
Valencia. Más o menos cuando ya se encontraba por el centro del cauce, se
formó un remolino y las aguas le quitaron el llanque, no obstante que este se
encontraba perfectamente asegurado con las correas.

Sorprendido de esta extraña circunstancia, se puso a buscar el llanque río


abajo, sin poder encontrarlo. Ese día permaneció en la ciudad, y regresó a su
casa al día siguiente. Al atravesar nuevamente el río, se acordó de su pérdida y
otra vez se puso a buscarlo, pero en esta oportunidad, aguas arriba y a poco
de andar encontró un baúl que con gran esfuerzo pudo colocar en el burro que
llevaba, sin que a persona alguna le contara sobre el contenido del mismo.

Al poco tiempo, el campesino que había perdido el llanque salió de su


humilde situación económica y se dedicó a comprar haciendas y ganado, por lo
que la gente decía que el baúl que encontró estaba lleno de oro.

LUGARES ENCANTADOS

Aquellos lugares que han sido escenario de asesinatos o muertes


trágicas, o sirven de reposo a los muertos, en los que han vivido los gentiles,
en los que se realizan prácticas de brujería, los que sirven de terrenal morada a
los diablos o en aquellos en que hacen sus apariciones las criaturas infernales,
son sitios malos o peligrosos para los seres humanos.

Los cementerios, las "malas muertes"1 o los lugares en que habitaron los
gentiles, que no habían abrazado la religión cristiana y, por lo tanto, alcanzado
su salvación eterna, son lugares encantados, en donde se verifican hechos
sobrenaturales, como apariciones, luminosidades, ruidos, etc. que pueden oca-
sionar graves daños como el pachachare, la pérdida del ánima e incluso, en
ocasiones, la muerte.

Los sitios en donde hay entierros, por la sujeción o encadenamiento del


alma a las cosas que la avaricia enterró, y las Iglesias, en donde en horas
malas discurren funambulescas formas, son asimismo lugares malos y
peligrosos.

En todos estos casos, se hace evidente que dentro del pensamiento


mágico, el alma está investida de los sentimientos de odio y venganza en
agravio de los vivos, a quienes hacen objeto de persecuciones. Estamos en
presencia del fenómeno del desplazamiento o proyección psicológica,
sustentada por Freud: no es el vivo quien en alguna oportunidad odió al difunto,
sino que es el alma de este quien guarda rencor al vivo, por la sanción, siempre
injusta, que implica la muerte.
1
Lugares en los que se produjeron asesinatos o accidentes.

También son sitios malos aquellos que sirven de palenque o teatro de


reunión a los brujos para realizar sus actos mágicos, como son algunos cerros,
bosques, o cuevas, pues en ellos se da por descontada la presencia del
maligno, que preside aquella parafernalia; incluso la casa misma en que habita
el brujo se vuelve lugar peligroso para el libre tránsito de los hombres.

Hay parajes como cuevas, cerros, lagunas, puquios, pacchas1, quebradas,


etc. que por sus peculiares características sirven de morada terrenal a los
diablos. Esta circunstancia los convierte en lugares malos o encantados. Por lo
común, las cuevas son caminos que conducen al infierno y que los seres del
averno transitan para llegar hasta la Tierra, a ejercer sus malignos poderes. En
estos parajes, el diablo vive y se hace visible a los hombres ya
antropomorfizado, ya zoomorfizado.

El nacimiento subterráneo de las aguas, su estancamiento de gran


permanencia o sus remansos han ejercido gran atracción en la mentalidad
primitiva, quizás en mucho por la gran escasez de aguas en nuestro medio,
determinando que su origen se explique por la acción demoníaca. Son lugares
poseídos por los demonios, por los duendes, súcubos o íncubos.
Todos los puquios tienen su duende, que se presenta bajo la forma de un
muchacho pequeño, muy blanco y sonrosado, pecoso, de pelos rojizos e
hirsutos, que aprovecha la presencia de las mujeres en horas malas para
poseerlas sexualmente, fruto de lo cual más tarde nacerá una criatura
monstruosa, con la mitad de cuerpo de cerdo y la otra mitad humana, que tan
luego de su nacimiento se escapará para retornar sólo en las noches a mamar
del seno maternal, hasta dar muerte a la madre.

Mas no necesariamente el duende puede embarazar a las mujeres


mediante la posesión física, sino que cuando estas se encuentran menstruando
y atraviesan el puquio, o simplemente acuden a él sin calzón, pueden quedar
encinta del duende y gestar la criatura monstruosa. En caso de doncellas, el
duende puede hasta raptarlas y conducirlas a través del puquio hasta su
subterránea mansión, convirtiéndolas en sus amantes, y de donde no
retornarán a la Tierra sino en las noches de Luna llena a llorar su triste
desventura.
1
Cataratas.

Los niños de corta edad también pueden ser raptados por el duende del
puquio, cuando se encuentran solos por sus inmediaciones y sin la protección
de sus padres. Ya se trate de infantes o de doncellas, aun cuando
posteriormente fueran rescatados, quedarán bajo la impronta demoníaca,
hechizados y sojuzgados por el duende.

Los súcubos al antropomorfizarse lo hacen bajo la forma de una doncella


de tez alabastrina, de rubios y largos cabellos, muy hermosa y misteriosa. Vive
en las pozas o en las pacchas, y raramente en los puquios, haciendo sus
apariciones entre las brumas, a la aurora o al cerrar de la oración, siempre
desnuda y en actitudes provocativas para vencer la resistencia del hombre y
mantener con él relaciones maritales que lo convierten en su esclavo.

Los gnomos no solamente viven en los puquios sino también lo hacen en


los molinos de agua, en los hornos y en los árboles de savia lechosa, como los
molles, higos, y lúcumos, de donde salen por las noches o en las madrugadas.

Cuando los hornos quedan cerca de los dormitorios, el duende puede


poseer sexualmente a las mujeres, para cuyo efecto las saca de su cama y
luego de la cópula las deja desmayadas en el lugar en donde consumó la
posesión. Para evitar estos desmanes, se recomienda colocar una cruz sobre
el horno o abrir una ventana en cruz y bendecir el lugar. Además, como medida
de precaución, se debe tener siempre a la mano una tijera o cualquier otro
objeto de acero, que se deberá colocar en cruz.

La presencia de fantasmas, de muertos, de trasgos, de ánimas, de


ruidos, de duendes, de diablos u otras manifestaciones funambulescas se
verifica dentro de la hora mala, que va desde las once de la noche hasta las
cuatro de la mañana. Claro que en algunas oportunidades estas apariciones
pueden realizarse fuera de la hora mala, en circunstancias muy especiales, por
ejemplo en casos de completa soledad, de neblina, de bruma, de obscuridad,
etc.; pero por lo común escogen la hora mala, tiempo en que los hombres
deben abstenerse de transitar.

Hay en la prohibición de la mala hora, como en el caso de los fantasmas,


aparecidos, etc., todo un sentido de control social. Es el miedo y no la
convicción la que puede impedir que se perpetren hechos contrarios a la moral,
que se ofenda a las buenas costumbres o se vulneren aquellos principios bási-
cos de la estabilidad del grupo, como la santidad del matrimonio, la rectitud del
comportamiento, la conservación intangible del rol impuesto por la sociedad,
etc.

REFERENCIAS

1. La puerta del diablo. Peña ubicada aproximadamente a 63 kilómetros


de la ciudad de Cajamarca, siguiendo la carretera a Chilete, en donde se dice
que la noche del 23 de junio salen los diablos a danzar por los cerros vecinos
acompañados por una banda de bombos y redoblantes.

2. El cerro Campanarume. Situado en la parte norte de la ciudad, en


donde todas las noches se oye un tañido de campana, seguramente de la misa
que celebran los diablos.

3. El cerro de La Encañada. Por donde desciende una quebrada en la


que mora el diablo, el mismo que espera el paso de los acaballados para
montarse al anca de las cabalgaduras, encabritándolas y haciendo que
derriben a su jinete.

4. Las Ventanillas. Sitio ubicado en el paraje de Otuzco, y donde habitan


las almas de los gentiles que generalmente adoptan la forma de chanchos o de
otros animales, para robar el ánima de las criaturas, las mismas que mueren
con el mal de espanto.

5. La Paccha de Quílish. Situada al nororiente de la ciudad, en el pozo


que forman las aguas desprendidas desde unos 50 metros. En las noches de
Luna llena salen unas "señoritas" desnudas a bañarse. Es sitio malo porque las
duendes pueden tentar a los hombres.

6. El Cerro de la Caucarita. Ubicado sobre el caserío de Otuzco, y en el


que durante las noches de Luna llena se ven cuatro patitos amarillos que al ser
perseguidos desaparecen en el cerro.

7. El Cerro Paiacaga. Se levanta en la parte baja de la campiña de


Cajamarca. En este sitio vivían las almas de los gentiles. Cuando una persona
se atreve a pasar de noche por estos lugares, tiene sueños malos y le tiemblan
las piernas. Si se pasa este cerro cuando ha salido el arco iris, se le presenta el
diablo en forma de chancho, chivo o burro.

8. Las cuevas de los cerros. Son sitios generalmente malos porque allí
vive el diablo.

9. Los puquios o manantiales. Son sitios malos porque en ellos moran


los duendes.

10. Las pacchas. Son sitios malos porque se hallan poseídos por los
súcubos, que salen a tentar con su hermosura a los hombres.

11.l Los hornos. Son sitios malos porque están poseídos por los
duendes.

12. Los molinos. Son sitios malos porque están poseídos por los
duendes.

13. El panteón. Es sitio malo porque allí siempre ronda el diablo para
llevarse a las almas malas.

14. Las malas muertes. Lugar en donde falleció accidentalmente una


persona. Es sitio malo porque el alma del difunto siempre ronda sedienta de
venganza.

15. Los cerros Picuyo, Polulo, San Cirilo y Campanario. Rodean las
lagunas de Porcón por el lugar denominado Negritos. Conversan entre sí. El
Picuyo le dice al Polulo “Buenos días Cipra”, y luego le avisa el paso o tránsito
de algún "cristiano", con el objeto de que proceda a robarlo. Esto sucede en
tardes de mucha neblina y por las noches.

16. El cerro Antibo o Cerro Negro. Se ubican en la hacienda Chumbil,


en donde existen restos de minas explotadas por los "gentiles", custodiadas por
buitres y águilas que no dejan subir a los hombres que acuden a saquear las
ingentes riquezas que se guardan en esa mina.

Una vez, el cerro Antibo llevó a sus entrañas a un hombre transportándolo


en una nube. A los que se encontraban ya en su seno, el Antibo les dijo: "Aquí
traigo carne cruda", y lo dejó caer en el interior del cerro, lugar que, según
referencia del indicado hombre, tenía la forma de un palacio, con ingentes
cantidades de mercaderías, verduras y toda clase de bienes y riquezas.

Cuando el hombre pudo escapar de las entrañas del Antibo, relató lodo el
mundo fabuloso que había visto y luego se quedó loco.

17. El cerro Carambayoc. En el distrito de Pariamarca, conversa con el


cerro Amoshulca (sobre el distrito de San Juan) y le va avisando el paso de los
hombres para que proceda a robarlos. El aviso lo hace diciendo: "Ahí mando
carne cruda”, y el cerro Amoshulca le contesta: "Sí, es para la noche".

18. El cerro Yamalén. Se encuentra en la hacienda Jancos. Es malo por-


que ocasiona la enfermedad de la terciana a los que por él transitan.

19. El Cerro de Cajamarcorco. En este cerro y en la cara que mira al río


Mashcón, existe una cueva por donde sale el diablo cuando hay personas que
acuden a él para compactarse.

En la parte superior del cerro existen restos de una ciudad preínca, a


donde acuden los huaqueros en la noche del 23 de junio en busca de huacos y
de tesoros antiguos. Este cerro, que también pudo haber sido morada de los
gentiles, es sitio malo.

20. La cueva de Tacamache (informante: Germán Salcedo)

El cerro de Tacamache queda al este del distrito de Ninabamba. En la


parte central del flanco que mira al caserío indicado hay una cueva en cuyas
profundidades, según se dice, vive el diablo, por lo que se supone debe
encontrarse con el infierno.

El cerro mismo tiene la forma de una copa de sombrero, y su cima se


halla rematada por una planicie, flanqueada por pretiles de piedras muy bien
pulimentadas, a donde sólo se puede subir dificultosamente por unas gradas
también de piedra.

La cueva del Tacamache es espaciosa y al centro existe un perolito lleno


de agua, que muchas veces se convierte en sangre. De esta agua, los días
martes, suele tomar una mujer encantada, a quien los lugareños denominan "la
cuda", la que luego de aplacar su sed se pasea por el contorno de la cueva.

A partir de las seis de la tarde de esos días martes, los raros transeúntes
que se arriesgan a pasar por el lugar escuchan una voz de mujer que canta y
que llora. Si en estas circunstancias pasa algún cristiano, queda
automáticamente encantado o, en el mejor de los casos, la cueva le roba el
ánima, por lo que luego cae con el mal de espanto, enfermedad que solamente
se puede curar haciendo ofrenda a la cueva de la cuda, que consiste en dejar
en dicho lugar cualquier animal, de preferencia ovejas.

21. La Quebrada de los Malos Espíritus. (informante: Germán


Salcedo)

En el distrito de Ninabamba, cerca del puente natural de piedra de


"Ushcopishgo", existe una quebrada de cierta profundidad, por donde es
peligroso pasar, ya sea a las seis de la mañana o a las seis de la tarde, porque
allí moran los espíritus malignos que extravían a los viandantes.

En cierta oportunidad en que un guardia transitaba por este paraje a las


seis de la mañana, vio de improviso la presencia de un hombre vestido de
poncho, a quien quiso hablarle, mas este se fue alejando paulatinamente sin
contestarle, hasta desaparecer definitivamente. Al poco rato se le apareció un
perro negro que delante del guardia iba jugando y haciendo cabriolas, hasta
que de súbito también desapareció.

Tan abstraído se hallaba el guardia con estos raros sucesos, que cuando
clareó el día, se dio cuenta de que se hallaba por un camino distinto al que
debía seguir. Paso mucho tiempo, tras el cual, lleno de temor, pudo dar con el
sendero verdadero para continuar su viaje y salir de la quebrada. Cuando
consiguió este objetivo, le sobrevino una fuerte hemorragia nasal que lo dejó
aturdido por varios días.

22. El cerro del Guitarrero.

A la salida de Cajamarca, y siguiendo la carretera a Chilete, como a unos


cinco kilómetros, se encuentra un cerro que, mirado de perfil y desde alguna
distancia, tiene la forma de un hombre echado tocando guitarra, de donde
proviene su nombre.

En este lugar existen algunas hendiduras naturales, y antes había una


pared pétrea formada por grandes lajas. Aprovechando esta superficie, los
moradores prehispánicos del valle de Cajamarca grabaron acciones de caza.
Lamentablemente, estos pictograbados, no hace muchos años, fueron
destruidos con dinamita por modernos e iconoclastas extirpadores de idolatrías,
que pensaron desterrar la superstición destruyendo estas imágenes que los
campesinos utilizaban para sus prácticas de brujería

En el Guitarrero, los días viernes, se reúnen los brujos para realizar sus
ritos mágicos, aprovechando las cuevas pequeñas que existen en dicho cerro y
que antes las verificaban ante las pictografías.

En cierta oportunidad, el autor, en compañía del señor Agustín


Mondragón, por entonces alumno de la Universidad de Cajamarca, y del señor
Feliciano Reyna, el día sábado por la mañana encontraron, en una pequeña
cueva, restos de una vela que había ardido ante una cruz muy pequeña,
confeccionada de ramas y amarrada con hilo de lana blanca. Al pie de la cruz
se encontraron unas figuras de azúcar y un paquetito que luego se determinó
que contenía azúcar candi.

De este mismo lugar se ha conseguido un extraño y curioso documento,


redactado en el anverso de una cajetilla de cigarros de marca "Inca", cuyo
tenor literal es el siguiente:

Guitarrero Diablo Mayor

aquí te entrego a mis enemigos

Carlos Medina Martínez


Olinda Herrera Vásquez

Dionisia Medina

Segundo Abraham Medina

Eudocia Medina Huaccha

Antonio Medina Huaccha

Emiliano Flores

Rosenda Ocas Llanos

Víctor Arrivasplata

Lucifugote traigo a estos carneros

con bastante rabo

y estos borregos para tu pascua

y si cumples seguiré viniendo

a regalarte muchos más.

Por esta concurrencia habitual de los brujos, se considera que el


Guitarrero está poseído por el diablo, lo que hace peligroso transitar por él.

23. La Montaña de Santa Rosa (informante: Germán Salcedo A.)

A poca distancia del distrito de Ninabamba, existe una zona boscosa conocida
con el nombre de la Montaña de Santa Rosa, que se encuentra poseída por el
diablo, razón por la que a ella acuden las personas que quieren compactarse.

24. El Saparume (informante: Alberto Mas)

Formación monolítica, en forma de sapo, ubicada dentro de la antigua


hacienda Chamis. Cuando los viajeros pasan por ese lugar en las noches o se
quedan a dormir en él, la piedra avanza sobre ellos y hasta puede devorarlos,
si no se despiertan oportunamente.

25. Pungorume (informante: Segundo Ortiz)

Cerro ubicado entre las antiguas haciendas de Amilllás y La Viña, por


cuya parte baja pasa la carretera que une Cajamarca con la costa. Casi sobre
el borde del camino, existe una cueva profunda, de donde a partir de las 12 de
la noche salía una cuadrilla de diablos, profusamente iluminados, que no deja-
ba pasar a los peatones o automovilistas.

Así mismo se dice que en esta cueva vive el Inca y que en las noches de
luna sale una "china"1 a bailar. Siempre al pasar por el Pungorume se debe
arrojar una cruz de palo; en caso de no hacerlo, el omiso sufrirá el mal de la
terciana.

26. El Mal Nombre. (Informante: Segundo Ortiz)

Cerro muy alto, situado a 25 kilómetros de la ciudad de Cajamarca,


siguiendo la carretera a la costa. Después de las 12 de la noche, nadie puede
pasar por ese lugar, porque salen los diablos. Hay que colocarle una ofrenda,
para evitar la terciana.

27. El Gavilán. El cerro más alto que se tiene que coronar para llegar a la
ciudad, viniendo de la costa. A partir de las 12 de la noche, nadie puede pasar,
pues una luminaria impide el paso y además salen los diablos y un inmenso
bulto negro.

28. La Peña de los Loros. Situado en el sitio denominado el Mirme. De


este lugar, a las 12 de la noche, salen los diablos, y de la quebrada situada
cerca de este lugar emerge un fuerte tañido de campanas.

29. El Tingo. Sitio encantado, a 210 kilómetros más o menos, en la


carretera a Chilete, en donde hace ya algún tiempo desapareció una mujer. El
agua que discurre por la quebrada está poseída por el diablo, quien en las
noches ya no deja recoger el líquido y los que lo intentaron fueron encontrados
desmayados, botando espuma.
1
Campesina.

30. Los Naranjos. Sitio malo, ubicado sobre la carretera a la costa, en el


que existe un puquio de donde se abastecían de agua los carros. A las 12 del
día salía el diablo, y por la noche, una mujer vestida de negro, portando un
balde muy brillante, interrumpía a los viajeros en su tránsito, y a los que se
quedaban dormidos les arrojaba agua y barro, al mismo tiempo que el árbol de
naranjo se sacudía violentamente.

31. Samanacruz. Paraje ubicado a 3 kilómetros de la ciudad, siguiendo la


carretera a Bambamarca, donde a las 12 de la noche sale una yunta de oro.

32. Alejandro Saravia. Fundo situado en la parte baja del antiguo


canchón de San Ramón. En este lugar existe un puquio al que de noche llega
una manada de chivos que se echan alrededor del pozo.

33. Laguna Seca. Fundo situado a 7 km de la ciudad, junto a los Baños


del Inca. En este lugar se encuentra la vertiente de agua caliente denominada
El Tragadero, en donde, según la tradición, fue sumergida la litera de oro de
Atahualpa. Se cuenta que de este sitio, en las noches de Luna nueva, sale un
pato de oro para bañarse en las aguas calientes del Tragadero.

34. El Castillo (informante: Jaime Bazán Becerra)

Son ruinas preíncas situadas en el distrito San Silvestre de Cochán,


provincia de San Miguel. Se llama así porque fue utilizado por los gentiles
como fortaleza militar. Hacia la parte del valle, donde está la población del
distrito, es casi cortado "a pico", y, por lo tanto, de difícil acceso; por los otros
lados tenía hasta tres murallas concéntricas de defensa. Hoy se observan los
restos de las murallas y de la misma población.

El mirador de este Castillo tiene la forma de una cabeza degollada, de


líneas perfectas y muy bien definidas, mirando al cielo, y cuyo perfil se puede
observar perfectamente desde casi todo el contorno, desde muchos kilómetros
de distancia. La cabeza ha sido hecha artificialmente con enormes bloques de
piedra, entre los cuales hay un estrecho pasaje por donde se puede subir hasta
la cima, que es la nariz de esta ciclópea cabeza.

En los días de neblina, los viajantes ven jardines muy hermosos y se


escucha un ruido aterrador, como si este ruido viniera de otro mundo. Muchos,
a pesar de conocer la ruta, han extraviado el camino en pleno día. También
roba el ánimo de las criaturas. Todos los ancianos del lugar aseguran que allí
hay muchos tesoros enterrados.

35. El Muyo (informante: Jaime Bazán Becerra)

Cerro por el que pasa el Río Grande (distrito de San Pablo). En la


madrugada se oye el cántico de un gallo. Los que lo han visto afirman que este
gallo es de color blanco y mucho más grande de lo normal. Todo aquel que por
mala suerte lo ha visto, ha terminado desmayándose, botando sangre por la
boca. Para evitar que aparezca el gallo, los viajantes que utilizan esa ruta del
Muyo deben arrojar, como ofrenda, un puñado de azúcar blanca.
36. La Tiza. (Informante: Jaime Bazán Becerra)

Es un lugar ubicado en lo que era la hacienda "El Carmen", en el distrito


de San Silvestre de Cochán, provincia de San Miguel de Pallaques. Se le llama
"La Tiza" porque tiene una mina de arena blanca, muy fina, que los lugareños
utilizan para enlucir las paredes, para lo cual se la mezcla con guano molido de
caballo. Cuando se seca este enlucido, queda blanco y ya no se hace
necesario pintar las paredes, dando la apariencia de que se ha utilizado tiza
molida.

En este lugar, que queda en una hondonada, hay una huaylla o terreno
permanentemente húmedo y con ojo de agua. Los que conocen su fama tienen
miedo de pasar por allí en las noches de luna porque aparece un señor
elegante montado en una mula "enjatada", con las riendas y todo el apero
profusamente adornado con piezas de plata; en otras ocasiones, aparece un
fantasma parecido a un cura, por la vestimenta, pero sin cabeza.

37. El cerro malo.

Shangoloma es una pequeña colina que queda al borde de la quebrada


de Chilalá, a unos 2 km del distrito de Jesús, en donde hasta ahora se
encuentran fragmentos de ceramios preíncas, así como algunas piezas de
cobre pertenecientes a las primitivas culturas caxamalcas. Probablemente, se
trata de una huaca, y se afirma que es un cerro pesado porque allí habitaron
"gentiles", circunstancia que determinó que no se lo utilizara con fines
agrícolas.

Pero hace unos 30 años, un vecino de Jesús compró Shangoloma,


aprovechando que su dueño fijó un precio bajo. En la parte alta construyó su
casa y en el resto sembró maíz, luego de "rozar" el terreno, desempedrarlo y
prepararlo.

Sin embargo, pasando el tiempo, en forma misteriosa los sembrados se


malograban, además de que su hijo se enfermó, ya que el viento maligno del
lugar le robó el ánimo. De este mal de espanto tuvieron que hacerlo curar con
un curioso, gracias a lo cual hasta hoy sigue viviendo, a pesar de que ya
estaba muy seco y casi se muere. Por estos motivos, el señor decidió
abandonar esa su propiedad.
Es cosa sabida entre la gente del lugar que el cerro Shangoloma atrae a
las personas en las horas malas y les quita o roba el espíritu, mal que si no lo
tratan a tiempo puede ocasionar la muerte, y no son pocas las personas que
han sufrido esto a causa del Shangoloma.

38. Lugares encantados

a) Todos los cerros conversan por las noches y poseen mucha plata, más
que los hombres. Cuando los cerros se abren dejan salir la plata para que los
hombres la recojan.

b) Los cerros malos se abren por las noches para tragar a la gente y
llevarla a las entrañas de los infiernos.

c) El Cuycarana, que queda en el paraje de Huayrapongo, distrito de


Baños del Inca, es un cerro malo. En las noches de Luna llena, de este cerro
salen a pastar unos cuyes de oro, muy refulgentes, como si desprendieran
candela. Se dice que la gente que los agarra, al poco tiempo se aloca y se
muere.

d) El Huamani. Es un cerro que se encuentra en la antigua hacienda de


Porcón. Este cerro se abre para la Semana Santa, a las 12 de la noche, y
cuando lo hace, los perros aúllan, las vacas mugen y los gallos cantan, todos
nerviosos.

Si, por desgracia, sin saber, algún cristiano se encuentra por las faldas del
Huamani en esos ratos, lo traga para siempre, pero sólo si no tiene plata; a los
que llevan plata no les pasa nada y pueden seguir tranquilos su camino.

e) El cerro de Cose. De este cerro, ubicado en Namora, sale un gallito de


poca alzada pero de vistoso plumaje, y cuyo canto atrae a las personas
débiles, a las que les roba el ánimo.

Se dice que una vez un señor Villanueva oyó cantar un gallo y,


sorprendido y curioso, se acercó al sitio donde lo escuchaba, logrando ver al
gallito aparecido. Cuando quiso cogerlo no le fue posible, por muchos intentos
que hizo.

La gente dice que ese gallito es guardián de los tesoros que los gentiles
han dejado enterrados en el cerro Cose, y que castigará a las gentes
ambiciosas que quieran sacarlos.

f) En los cerros malos caen los rayos, y lo mismo sucede en los lugares
donde hay gatos negros de monte (pumas).

39. Las cuevas

Todas las cuevas son sitios malos, y cuando una persona penetra en
ellas, resulta con enfermedades graves como llagas y torceduras de cara, así
como con el susto, sordera, aire y el entecamiento (enflaquecimiento).

La cueva de Pumaushco. Siguiendo el túnel de la cueva de Pumaushco,


se llega a una laguna rodeada de flores y árboles frutales que seducen a las
personas que se aventuran a entrar en esta cueva encantada. Se cuenta que
una vez ingresó un hombre, y que salió después de varios días pero
completamente loco y con el cuerpo cubierto de cerdas.

40. Lagunas

Las lagunas que tienen patos con las alas azules y muy brillantes son
lagunas encantadas y los cristianos no deben acercarse a estas dentro de las
horas malas.

41. El encanto del cerro Tolón

Los vecinos del cerro Tolón cuentan que un día, a uno de los campesinos
más pobres del lugar se le perdió su única yunta, que era prácticamente toda
su riqueza, razón por la cual la buscó desesperadamente por todos los sitios
posibles, sin poder hallarla. En la noche del tercer día que estaba en plena
búsqueda, brilló en todo su esplendor la Luna llena, lo que aprovechó también
para seguir buscando a sus animales.

En estos afanes se hallaba cuando, casi a la medianoche, se halló por las


faldas del cerro Tolón, logrando ver una gran luz que salía de la cueva más
grande del cerro, de las muchas cuevas que hay allí. Pensando que eran los
abigeos, se acercó con todo sigilo y se "asomó", descubriendo con sorpresa
que al fondo de la cueva, iluminada con una luz azul verdosa, se encontraba un
señor (muy conocido en Celendín por su filantropía y su inmensa fortuna)
arando una chacra muy grande, justamente con la yunta que se le había
perdido.

Atemorizado, pero sintiendo en lo más íntimo enorme alegría por haber


dado con sus animales, le dijo al señor: "Qué asuste con mis animalitos, pa'
qué lu'a sacau de mi corral; ¡jué, un hombre rico comusté y anda robando sus
animales a los pobres prójimos...!". Entonces, el señor le contestó: "No los he
robado, sino que, como necesitaba arar esta chacra, los he traído; pero, en
pago del trabajo que han hecho, te voy a pagar con ese carbón que está en la
entrada y ya más tarde llevaré tu yunta a tu casa". El campesino, no obstante
que comprendía la estafa de que estaba siendo objeto, muerto de miedo y
pensando sólo en salir lo más pronto posible, aceptó. Para "sus adentros", se
repetía que a lo mejor la cueva era la entrada a los infiernos, por la fama que
tenía el señor y por lo inusitado del lugar; por eso, para no enojarlo, agarró tres
trozos de carbón y salió presuroso, como alma que lleva el diablo. Al llegar a su
casa, como a las 5 de la mañana, sorprendido porque su yunta ya se hallaba
pastando en el rastrojo, junto a su casa. Acordándose del carbón, con el ánimo
de botarlo, sacó los trozos de su alforja y pudo comprobar que se habían
convertido en trozos de oro muy brillante.

No quiso revelar los sucesos vividos, probablemente con la intención de


regresar a la cueva para sacar más oro en la próxima luna llena. Sin embargo,
a los pocos días se enfermó de un extraño mal y murió. Dicen los vecinos que
varios gatos negros rondaron su ataúd, asegurando que eran los diablos, que
se hicieron presentes para recobrar el carbón que el difunto había recogido de
la cueva.

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