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CAJAMARCA
INTRODUCCIÓN
Los hombres que llegaron con Pizarro y los que ulteriormente lo hicieron
no fueron precisamente miembros de la clase intelectualmente esclarecida, y si
a esto agregamos el pensamiento dominante en la Europa de ese entonces, es
fácil comprender el rico material mágico que trajeron. De esta suerte, la
mentalidad supersticiosa del indio se conjugó con la mentalidad supersticiosa
del español, para dar como resultado una expresión folclórica peculiar, con
rasgos diferenciales en las distintas zonas del país.
Y podemos incluso decir que las almas, los bultos, las brujas voladoras,
los penitentes, los muertos, el diablo, la duende y otros personajes de este
mundo fabuloso tenían una vida tan real y presente como la de los vivos, hasta
tal punto que la conciencia no solamente abarcaba a los vivos sino que ella im-
plicaba la presencia de estos personajes o seres mitológicos con quienes, en
forma muy natural, se participaba y se actuaba en la vida cotidiana.
LA MAGIA
Malinowski, en su libro The Art of Magic, citado por Caro Baroja, sustenta la
tesis de que "la magia no es más que una sola respuesta a la sensación de
desesperanza que tiene el hombre o la mujer en el mundo que no puede
controlar"2. Este criterio fue propugnado también por Michelet, al afirmar que
"en el mundo angustiado del medioevo, en que el hombre no era más que un
juguete de altos e inescrutables designios, la bruja no hizo más que encarnar
ese sentimiento desgarrado y horrorizado, pues a través de su personalidad, de
los poderes con los que la dotó el hombre, encontró un escape a su impo-
tencia, única persona con poderes capaces de desafiar a esas leyes inflexibles
y ciegas que regulaban la vida del hombre”.
1
Caro Baroja, Julio. Las brujas y su mundo, Alianza Editorial de Madrid, p. 35, 1966.
2
Ob. cit., p. 49.
El hombre se vio forzado a dar una explicación del mundo en el que vivía
y de su propia vida y destino. Su escenario geográfico y su rol como
protagonista le iban planteando preguntas acuciosas que debía resolver para
apaciguar la angustia en medio de la cual desenvolvía su existencia,
"El punto de vista del africano –dice Nassay, siempre que algo insólito se
le presenta, es el de la hechicería. Sin buscar una explicación que los
civilizados llamaríamos las causas naturales, su pensamiento se vuelve
inmediatamente hacia lo sobrenatural. De hecho, lo sobrenatural es un factor
tan constante en su vida que le brinda una explicación tan rápida y tan
razonable de lo que ocurre, como nuestro llamado a las fuerzas desconocidas
de la naturaleza".
Con razón, Bruhl dice: "Las influencias invisibles por las cuales la
mentalidad primitiva está constantemente preocupada se pueden distribuir
sumariamente en tres categorías: los espíritus de los muertos, el espíritu –
tomada esta palabra en el sentido más amplio, es la que designa lo que anima
los objetos naturales animales, vegetales y los seres inanimados (ríos, rocas,
montañas, objetos fabricados, etc.), y por último los encantamientos o
sortilegios por la acción de los hechiceros".1
Y prosigue: "En general, el mito es más que una fútil especulación acerca
de los orígenes de las cosas. Justifica mediante precedentes el orden existente
y proporciona una visión retrospectiva de los valores morales de las
discriminaciones y cargas sicológicas y de la creencia mágica. El mito de la
magia o de cualquier otro cuerpo de costumbres, o de una simple costumbre,
es ciertamente una garantía de su veracidad, la ejecutoria de su filiación, una
carta de sus derechos a la validez. La creencia en los mitos es algo más que el
autoengaño infantil; es también confianza social, un sistema de educación y
enseñanza de conservación de la cultura".2
"Y lo más frecuente es –dice Levy Bruhl– que no sea una fe más o menos
intermitente, como la de muchos fieles europeos, que tienen días y lugares
especiales para dedicarse a sus ejercicios espirituales. Entre este mundo y el
otro, entre la realidad sensible y el más allá, el primitivo no hace distinciones.
Verdaderamente vive con los espíritus invisibles y con las fuerzas impalpables.
Estas realidades son para él las más reales. Su fe se expresa tanto en los
actos más insignificantes como en los más importantes. Toda su vida, toda su
conducta está impregnada de ellos".1
Este aspecto nos está revelando otra faceta del pensamiento mítico
condensado en el folclor, y es que no únicamente cumple el papel de aliviar la
tensión anímica que el hombre siente ante lo desconocido o ante la angustia de
la muerte, sino que, además, sirve como elemento aglutinante del grupo social,
proporcionándole unidad mental y confundiéndolo a sus miembros en una
sólida creencia social, capaz de hacerlos actuar como un todo ante las distintas
contingencias históricas.
LA BRUJERÍA Y LA HECHICERÍA
Aparece así la figura del brujo, del hechicero, del chamán, del augur, de la
pitonisa, etc., como intermediarios entre los seres mágicos y los hombres.
Estos recipiendarios de las voluntades ocultas, capaces de conocer o
interpretar los designios ocultos y en ocasiones, incluso, imponer su voluntad
sobre la de los seres invisibles, generalmente son aquellos miembros de la
sociedad que se distinguen por rasgos físicos o psicosomáticos no comunes a
la generalidad, como el ser cojo, tuerto, jorobado, epiléptico, etc.
RELATOS
Una noche, como a eso de las once, cuando el informante del centro de la
ciudad se dirigía a su domicilio, ubicado en la calle Unión, escuchó, al llegar a
la calle Huanuco, como si un pato se estuviera bañando en el pozo. Algo
temeroso por lo que le habían contado sobre el lugar, y teniendo en cuenta la
hora, se fue aproximando lentamente al pozo, y cuando ya más o menos se
encontraba a una distancia de quince metros, vio que en realidad se trataba de
una mujer desnuda de largos cabellos, que se bañaba chapoteando en el agua,
de idéntica manera que los patos.
Desde entonces, ya nunca más se volvió a ver a las mulas recorrer las
calles, infundiendo pavor entre los tranquilos moradores, y se dice que al poco
tiempo las dos hermanas murieron sin poder recobrar sus artes diabólicas.
LA HECHICERÍA
Material y procedimientos
2. Clases. Atendiendo a los fines por los que se tiende la mesa, esta
puede ser blanca si el objeto es realizar curaciones o esclarecer robos o
pérdidas, y negra si lo que se busca es hacer el daño, causar el mal o producir
desgracias.
5. Términos propios
g. Choro. Caracol pequeño con que el brujo recoge el shaire del landapoto
para absorberlo por la nariz, ocasionándose el éxtasis que le ha de permitir ver
el mal, seguir el rastro o adquirir el suficiente poder para hacer el daño.
l. Las trancas. Las trancas limitan a la mesa del mundo exterior. Son
carrizos que rodean al mantel y tienen la virtud de avisar al brujo la proximidad
o la presencia de alguna persona que trata de perturbar la tendida.|
n. Los polvos. Entre estos citaremos la pásac, que puede ser blanca,
amarilla o morada o las tres juntas, el azúcar candi, el azúcar blanca, etc.
r. Lavar mate. Conchas grandes que se usan para ver la suerte. A este
efecto, luego que se ha tendido la mesa, el brujo hace que el interesado le dé
su aliento a dos conchas, y a continuación las arroja al aire. Si quedan boca
arriba, al interesado le irá bien en su empresa; en caso contrario, la mala suerte
lo acompañará.
RELATOS
Una vez un brujo tendió su mesa para curar, pero después de concluida
su operación no observó las recomendaciones que para estos casos se
aconseja, y antes de que vencieran los siete días de ayuno comió alimentos
con manteca.
Una vez, una mujer que había perdido el ánimo por acción del hechizo
que contra ella había ejercido un contrario, acudió a un brujo para que la librara
del mal. Efectivamente, el maestro tendió la mesa y vio que el ánimo de la
mujer había sido entregado a un cerro, de quien se encontraba embarazada,
origen de todos los males y dolores que sufría.
Este hombre, a medida que pasaban los días, comenzó a sentir que las
piernas le temblaban, hasta que finalmente se le encogieron y quedó baldado,
sin poder ya moverse de la casa de la querida.
Una vez llegados a la casa del patrón, el muchacho llamó a los partidarios
y les dijo: “Búsquenme inmediatamente un gallo blanco para curar al patrón”, lo
que cumplieron inmediatamente. Luego que hirvió el gallo hasta que se
deshizo, le dio el caldo al patrón. Una vez que este concluyó de tomarlo, sufrió
un vómito en el que arrojó las espinas del "peje" que se le habían atracado en
la garganta. Desde ese momento comenzó a experimentar mejoría.
Pasó así como una hora, cuando los presentes (la enferma y numerosos
familiares y amigos que habían ido a acompañarle) vieron que el brujo
ingresaba nuevamente al cuarto, todo bañado en sudor, con el rostro
completamente rasguñado, y les dijo: “Ya está. Acabo de vencer al enemigo.
Desde ahora, la niña descansará tranquila, pues ya no volverá a fastidiarla”.
Por aquel entonces, un padre, por tener otras ocupaciones, mandó por
primera vez a su hijo, de muy corta edad, a que segara y llevara la alfalfa para
los cuyes. Efectivamente, el niño se fue a la chacra, que quedaba algo retirada
de la casa. Al poco rato se le presentó un caballero montado en un hermoso
caballo, quien dijo al niño que lo acompañara, subiéndolo al anca de su
cabalgadura. Cuando pasaba una acequia, le dijo: “Cierra tus ojos”, y cuando
los volvió a abrir, el niño se encontró en el seno de un cerro, en donde pasó
toda la noche.
Los padres del niño, alarmados por su tardanza, fueron a verlo a la chacra
de alfalfa y no lo encontraron. Se fueron a preguntar a la casa de sus vecinos si
habían visto a su hijito y nadie dio razón. Todos afligidos y llorosos regresaron
a su casa, sin esperanza ya de encontrar al pequeño, suponiendo que algún
bandido lo había secuestrado.
Al día siguiente, cuando ya iba a salir el niño del cerro, una mujer blanca y
muy gringa le dijo: “¿Cuál de estas bancas quieres que te regale?”, pues ante
la vista del pequeño se ofrecían dos bancas, una de maleros, toda de chingos
negros, y otra para hacer el bien, llena de cristales blancos y un perrito del
mismo color. Entonces el niño escogió la mesa blanca o curandera, y la mujer
gringa la amarró a la esquina de su ponchito, dejando luego al pequeño en el
mismo sitio en donde lo había recogido el caballero el día anterior.
En vista de que el viaje anterior les había ido muy bien, luego de hacer
entrega de sus limosnas a favor de San Sebastián, emprendieron nuevamente
viaje a la costa, para hacer otros negocios así como también curar. Ya estaban
por llegar a San Pablo, cuando, por indicación de la contraparte, fueron
cercados y apresados sorpresivamente por la policía, la misma que los condujo
a la cárcel, en donde les aplicaron una feroz palizaa, acusándolos de maleros;
después los depositaron en una celda oscura, durante tres días, sin
proporcionarles ningún alimento. Al cabo de los tres días les dieron de comer
papas con abundante manteca y cebollas. Además, desataron la mesa que
llevaban y, regando las cosas por el suelo, se orinaron sobre ellas en cruz,
echándoles finalmente manteca.
Además, les dijeron que los iban a quemar vivos para que ya no siguieran
haciendo males a la gente, pan cuyo efecto mandaron encender un horno de
hacer pan. Ya faltando pocas horas para ser sacrificados, entró al cuarto un
señor gringo, desconocido en el lugar, el mismo que, después de mirar por
breves minutos a los maestros, les preguntó la razón por la que se hallaban
detenidos. Entonces los presos le manifestaron al extraño señor que ellos no
eran brujos maleros sino que simplemente curaban a los enfermos que los
solicitaban, que se estaban dirigiendo a la costa con el objeto de hacer algunos
negocitos y procurarse algún dinero para pasar el año próximo la fiesta de San
Sebastian, del que eran muy devotos, y que, al mismo tiempo, pensaban
aprovechar de su viaje para curar a algunos pacientes.
Vivía en esta ciudad una simpática señorita que después de algún tiempo
de enamoramiento se había ennoviado con un apuesto joven moyobambino
que por razón de su trabajo radicaba, desde hacía algún tiempo, en nuestra
ciudad. Los padres veían con buenos ojos este noviazgo, por cuanto com-
prendieron los buenos sentimientos del pretendiente y que se trataba de una
persona honrada y trabajadora, con lo que aseguraba la felicidad de su hija.
Así transcurrió algún tiempo hasta que uno de esos días el joven
manifestó su intención de viajar a Moyobamba, tanto para visitar a sus padres
como para pedirles su consentimiento para la celebración de la boda. La
despedida fue triste, pero el joven manifestaba a su novia que pronto
regresaría y que no llorara, pues lo hacía precisamente para poder casarse
pronto y así vivir juntos en matrimonio.
Pasaron los tres meses que el novio había fijado como fecha de su
retorno, e incluso algunos meses más, y el novio no daba señales de vida,
cuando uno de esos días una vecina llegó a manifestarles que unos conocidos
suyos que habían estado en Moyobamba le habían contado que su novio se
iba a casar con una señorita de ese lugar y que, por consiguiente, no lo
esperaran, pues la boda se iba a realizar dentro de un mes. Faltarían ya como
ocho días para que su ex novio se casara en Moyabamba, cuando llegó a
visitar a la joven otra de sus vecinas, la misma que al encontrarla tan triste y
afligida le preguntó por la causa de su congoja, a lo que esta le contó todo lo
que le había sucedido.
Después de escuchar el relato de la señorita entre llantos y suspiros, la
señora le dijo que no se preocupara, que hiciera una carta para su novio y que
ella se encargaría de que llegara a su destino. La joven, aun cuando no muy
segura de que cumpliera con lo prometido, escribió la carta y se la entregó
a su vecina, la misma que cobró por sus servicios veinte soles, pidiéndole diez
por adelantado y la diferencia para cuando pudiera.
Una noche, como a eso de las doce, cuando un señor se dirigía a su casa,
ubicada en la calle de San Pedro, encontró en medio de la calle una pava que
intentaba volar sin poder lograrlo; entonces, medio sorprendido y jubiloso, el
señor agarró a la pava, agradeciendo a Dios por su buena suerte. Llegó a su
casa y dejó encerrada el ave en la cocina, y más tarde le contó a su mujer del
hallazgo, indicándole que al día siguiente se levantara temprano para matar a
la pava.
La curiosa entrega al paciente una vela para que con ella se frote y, luego,
encendida, la coloque sobre un altar en donde se han distribuido litografías de
algunos miembros del santoral cristiano, un crucifijo y una Virgen María en
bulto.
Una vez que todos han "movido" el remedio, regresan a la sala grande y
prosiguen los cánticos y rezos, y cada uno de ellos zapatea sobre su mismo
sitio, dando vueltas por la derecha de cuando en cuando e implorando a Dios.
Después de un tiempo prudencial, la curiosa comienza a llamar, indistinta-
mente, a uno por uno y les habla de su enfermedad y de sus problemas,
dándoles consejos y sugerencias. La señora, para el efecto, va observando
atentamente las huellas que ha dejado cada paciente en su sitio, durante la
operación del zapateo, y además ve en dichas huellas el rostro de la persona
que ocasionó el mal o que pretende hacerlo.
Así pasó algún tiempo, resignada a su infausta suerte. Pero uno de esos
días, una vecina que fue a visitarla le aconsejó que fuera a ver a un curandero
famoso que vivía por los Baños del Inca. La enferma, considerando que nada
perdía con ver al brujo, aunque sin mayores ilusiones, un día de esos se fue a
consultar con el brujo, con quien quedaron sobre el día en que debía iniciar la
curación.
El día mismo del santo se había preparado una abundante comida con
gallina, cuyes, sopa de fideos, todo tan bien sazonado y tan generosamente
servido, incluso con yapa, que todos tenían que hablar de la cocina de la dueña
de la casa. Pero como el trabajo era abrumador y las muchachas no se daban
abasto para servir a tanto comensal, la comadre de la dueña de casa, con
quien tenía mucha confianza, se prestó solícitamente a ayudarle a servir, e
incluso mandó a la señora para que se sentara a la mesa y haga el brindis con
los invitados.
Terminada ya la reunión, muy entrada la noche, los comensales se
retiraron a sus hogares llevando en la barriga la excelente comida y en las
cabezas los humos del abundante licor libado a lo largo de casi todo el día. La
señora, después de hacer acostar al marido embriagado, completamente
agotada, se tendió a dormir; pero, al poco momento, sintió un fuerte dolor de
barriga, por lo que tuvo que levantarse para preparar una taza de manzanilla,
pues supuso que la comida le había caído mal o que, a lo mejor, las cóleras
que nunca faltan con la servidumbre la habían afectado.
Mas el dolor no cedió, y toda la noche no pudo pegar los ojos. Al día
siguiente se dirigió al médico, quien, después de examinarla, le recetó varios
remedios que consideró adecuados. Sin embargo, como no experimentaba
mejoría alguna, se fue a consultar a otros médicos y, posteriormente, incluso
tuvo que internarse en el hospital; pero todo fue inútil, el dolor no cedía y, al
contrario, cada vez era más intenso.
Una vez producido el diagnóstico y cortado el mal con un puñal que tenia
en la mesa, el maestro recetó un brebaje que él mismo preparó. La señora
tomó el remedio por espacio de quince días, al cabo de los cuales desapareció
la enfermedad.
Esta era una señora muy sana y robusta, y siempre decía que ella no
tenía tiempo para enfermarse, que sólo los haraganes se enferman por no
tener en qué pensar. Y, efectivamente, ni la gripe le daba a la señora, no
obstante que desde muy temprano se ponía a hacer sus cosas.
Pero uno de esos buenos, días y sin ningún pretexto, la señora resultó
con un extraño dolor a la cintura que le comprometía el vientre. Los remedios
caseros que ella misma se prescribió y otros que le aconsejaron sus amigos,
vecinos y parientes no le hicieron nada. Después pasó a utilizar los remedios
de botica que le daban los médicos, pero todo fue inútil, porque el dolor no se le
iba. De esta manera, su antigua fortaleza física se vio minada, y de lo sana y
gorda que era se fue volviendo flaca, "garabincha"; ya casi ni andar podía, y la
mayor parte del tiempo lo pasaba en su cama o cobijada, abrigándose al sol.
Los hijos quisieron llevarla a la costa para que la vieran los mejores médicos,
pero la señora no aceptaba, pues pensaba que el mal ya no la iba a dejar y no
quería irse a morir a tierra extraña, lejos de sus parientes y amigos.
Así las cosas, y comprendiendo que ya nada perdería y que era lo mismo
morir antes que después, un día se fue a ver a un brujo muy mentado de
Porcón. El maestro convino en curarla y comenzó el tratamiento recetándole
una severa dieta, en la que estaba terminantemente prohibido el uso de la sal,
de las grasas y de las carnes. Luego, un viernes por la noche, delante de la
mesa tendida, le dio un vaso con un brebaje de color verde, preparado con el
zumo de diversas hierbas que sólo el maestro conocía. Al concluir de ingerirlo,
la señora cayó en un fuerte sopor, y entre sueños vio a una mujer que le daba
las golosinas que siempre tanto le gustaban y que en algunas oportunidades
había recibido de regalo para su cumpleaños, por parte de sus parientes, que
sabían de su debilidad por los dulces.
En sus sueños trato de ver bien la cara de la mujer que le ofrecía los
regalos, pero no lo consiguió, pues esta se tapaba el rostro con una manta
negra y se negaba a darle la cara. Así transcurrió algún tiempo, y cuando pasó
el efecto del brebaje, la señora relató al maestro todo lo que había visto en sus
sueños. Entonces el maestro le explicó que esa mujer a la que no había podido
ver el rostro era, precisamente, la que le había dado la cochinada en los
dulces, y que nunca más debía recibir regalos de ninguna persona, pues era un
pariente cercano quien le había hecho el daño.
Mas fue breve esta felicidad y armonía conyugal. Comenzaron las riñas,
las acaloradas disputas. Las cosas llegaron a deteriorarse tanto que
terminaban yéndose a las manos. El marido pateaba a la mujer y esta le
arrojaba con las cosas que encontraba a la mano. De nada sirvió la mediación
de los suegros, que, desesperados y no queriendo que sus otros hijos se
enteraran de estos problemas, dieron al marido plazo para que abandonara el
hogar. El hombre, en el infierno en que vivía, pues su hogar se había
convertido en un "acabadero" de vida, sin pensarlo más decidió abandonar a su
mujer y a su hijita. Primero viajó a la costa, pero al poco tiempo, sin poder
soportar la angustia y la incertidumbre, regreso a Cajamarca; fue a ver a su
mujer pero esta no lo quiso recibir, y sus suegros lo botaron de la casa.
Desengañado, se dedicó a la bebida hasta convertirse en un pobre borrachín
despreciado por todos.
Pasados los tres días, en los que el paciente no vio la luz y únicamente se
alimentó con caldito "chuya", sin manteca, cebollas ni aderezo alguno, el amigo
fue a ver al enfermo y lo condujo a la tiendita en la que vivía. Pasó de esto
algún tiempo y se curó completamente. La bebida le daba asco, y cuando en
alguna oportunidad libaba una copa le daba náuseas. Recobró su antigua
lozanía, pues todavía era joven, y sintiéndose curado fue a ver a su mujer,
quien, sabedora de su curación, lo recibió muy contenta y reanudaron su vida
con toda normalidad.
PRÁCTICAS AMATORIAS
Esta es también la razón por la cual se tenga que convenir que un hombre
de éxito en su vida amorosa lo sea por estar investido de una facultad
extraordinaria proporcionada por amuletos, huayanches, etc. En el caso de la
mujer que llega a dominar o mantener fiel a su marido, se supone, asimismo,
que ha obtenido este resultado por medio de procedimientos ocultos, ex-
traordinarios y nunca naturales.
Estas actitudes nos revelan que al no ser estas prácticas utilizadas por to-
dos, late un temor, una actitud de rechazo, a causa del hecho de considerar
que siempre las personas que por una u otra razón acuden a estas prácticas a
la larga se convierten en súbditos del diablo, el mismo que se posesionará de
su alma una vez acaecida su muerte. De alguna forma surge un pacto o ligazón
con el espíritu demoníaco, aun en el caso de que se haya acudido a santos, a
rezos, ofrendas, velaciones, etc., puesto que para la mentalidad folclórica
mágica, lo extraordinario, lo sobrenatural están siempre dominados por el
maligno.
La mujer, que no lleva prenda íntima, pasa cruzando las piernas por tres
veces consecutivas sobre el plato. Verificado este procedimiento, se recoge el
plato y cariñosamente se le ofrece al hombre, quien por supuesto no ha visto la
preparación ni la operación hecha sobre la comida que se le sirve.
Se puede dar de tomar los polvos azules mezclados con cualquier bebida,
a la persona cuyos amores se quieren conquistar. Estos polvos son preparados
por el brujo utilizando diversas plantas. Es más efectivo el brebaje cuanto
mayor empeño haya puesto el maestro.
El DEMONISMO
Mas si el diluvio fue el triunfo punitivo del bien, esta victoria sólo fue
transitoria y en el fondo inútil, porque muy pronto el diablo, por medio de sus
malas artes y su extraordinario poder, volvió a tentar a los descendientes del
elegido.
Pero hay que precisar que el duende de los puquios puede seducir a las
mujeres para convivir con ellas, robándoles la voluntad, y en algunos casos
hasta puede conducirlas a vivir en su ergástula. Además, en general, el duende
puede robar el ánima a las criaturas, que si no son curadas a tiempo morirán
posesos.
Por eso podemos afirmar que si bien el duende del folclor cajamarquino
tiene similitud con el duende de la mitología grecorromana, no son, como estos,
simples genios traviesos de la naturaleza, sino que en algunas de sus variantes
pueden perder al hombre.
El compacto
Modos de compactarse
NARRACIONES
Hace mucho tiempo, vivía en Cajamarca una famosa agiotista, que sin
compasión de ninguna clase extorsionaba a sus clientes. Pero además se
decía que la indicada mujer estaba compactada con el diablo, puesto que su
fortuna se la suponía inmensa, por las joyas y trajes suntuosos que
continuamente ella y sus hijas se ponían.
Los allí reunidos quedaron sin habla, sin atinar a tomar ninguna iniciativa,
mientras veían horrorizados que por la puerta entraban seis hombres alados y
con enormes cuernos, los que se apoderaron del cadáver y desaparecieron con
el caballero de negro, dejando un fuerte y penetrante olor a azufre que duró
muchos días.
Maneras de compactarse
Este ritual dura hasta el momento en que aparece por la cueva el demonio
en forma de un caballero vestido de hacendado, listo para suscribir el convenio,
el mismo que debe firmarse con la sangre del interesado. Concluido el contrato,
el hombre regresa a su casa, y el próximo viernes debe ir a la cueva llevando
una alforja o costal para recoger el oro que le envía el enemigo.
Si lo viera por conveniente, y para asegurar al máximo el resultado
requerido, el interesado puede concurrir al cerro en compañía de un brujo
malero. En este caso, es el maestro quien llama al diablo –que aparece
haciendo temblar al cerro– y le hace presente las pretensiones del hombre. Si
el diablo acepta, hace firmar al interesado el pacto con sangre.
Cuando esta señora murió, botando espuma por la boca, sus familiares la
amortajaron y la pusieron a velar en la sala de la casa. A eso de la
medianoche, los circunstantes que estaban acompañando en el velorio oyeron
el ruido de un fuerte viento y el tropel de varios caballos que se acercaban a la
casa en donde se estaban velando los despojos mortales.
8. El duende de Chontapaccha
Días después, fueron noticiados por unos vecinos de que los viernes en
noche de Luna llena habían visto que una criatura al borde del puquio se ponía
a llorar, pero que cuando se aproximaban para ver lo que le pasaba, se
sumergía en él. Con esta información, los padres esperaron el día propicio y en
compañía de varios vecinos se dirigieron al sitio indicado, portando sogas y
rosarios para romper el maleficio.
La duende vestía con una cushma o larga camisa de color azul, por lo que
le pusieron el nombre de Caruacushma. Y no obstante su excepcional belleza,
los hombres tenían miedo contemplarla, e incluso pasar cerca del puquio,
porque sabían que era una duende que andaba en pos de las almas de los
hombres para llevarlas al infierno.
Intrigada, la mujer, una de esas veces, envió al mayor de sus hijitos para
que viera lo que su padre hacía en Cajamarca. Efectivamente, el muchacho
llegó a la casa y sorprendió a su padre con una mujer gringa en la cama.
Con esta novedad regresó a donde su madre, a quien contó lo que había
visto. La señora decidió constituirse personalmente a la ciudad de Cajamarca, y
ella misma vio, desde una casa vecina, que por las noches ingresaba, después
de su marido, una mujer muy blanca y rubia, pero al día siguiente sólo salía de
la casa el marido y no la mujer. Un día decidió ingresar al domicilio para ver
qué se quedaba haciendo la mujer, mas con gran sorpresa no encontró a
nadie, y más bien percibió cierto olor a azufre, y que de la pared se habían
descolgado las estampitas.
1
Despertado.
Alarmada, contó del hecho a una comadre, la misma que le dijo que
probablemente su marido estaba ya compactado con la duende, aconsejándole
que tan luego viera que la mujer se metía a la casa ella también se presentara
portando un crucifijo de acero, del que no debía desprenderse en ningún
momento. En efecto, al día siguiente esperó el momento oportuno e ingresó a
la casa, sorprendiendo a su marido y al duende echados en la cama. Entonces
ella, mostrando el crucifijo, le dijo: "Si no ha de ser mío, no ha de ser de nadie",
y dio muerte al hombre, que no atinó a defenderse.
Una noche en que su tío con su mujer y sus hijos se dirigían de la ciudad
de Cajamarca a su casa, ubicada en el pasaje de Bellavista, al pasar por el
callejón del antiguo Colegio San Ramón, en donde existían varias plantas de
higo, observaron con gran sorpresa que de una de estas plantas descendía un
muchacho de talla baja, blanco, sonrosado y de pelos rubios, que colocándose
en medio camino les interceptó el paso, dejándolos paralizados por el miedo.
Tan mal le fue en el juego, que como a las 4 de la mañana perdió toda la
parada. Pidiendo mil disculpas por su presencia sorpresiva, se despidió de
todos los concurrentes y abandonó la sala, dejando tras de sí, entre los
tahúres, una estela de misterio, de algo indefinible y cierta preocupación, no
obstante que se quedaban con el dinero jugado por el desconocido.
A medida que se aproximaba, pudo distinguir que el jinete no era otro que
el caballero con quien habían estado jugando, por lo que ingresó
precipitadamente a la trastienda y contó tal hecho a sus amigos, los mismos
que, viendo la posibilidad de ganar más dinero, salieron en conjunto a la
puerta, y cuando el jinete sobrepasaba el establecimiento le formularon la
invitación para que pasara a tomar un trago. Al principio, el desconocido se
negó, arguyendo tener que viajar con urgencia, pero luego accedió, y bajando
de la mula un enorme zurrón con monedas de oro, lo depositó en la tienda y se
instalaron en la mesa de juego.
Uno de ellos pidió la tanda de licor y un plato más de caldo, y otro,
esperando volver a ganar, propuso jugar una mesa o más de pinta. El invitado,
manifestando tener premura en su viaje, no aceptó, pero, después de un
momento de insistencia de los otros, terminó por decidirse, siempre y cuando
se jugara todo el dinero que poseían en 2 vueltas, propuesta que
inmediatamente recibió aceptación. Así pues, cada uno de ellos fue sacando su
dinero, y una vez que el invitado constató la cantidad que tenían los amigos, se
dirigió al lugar donde había dejado su zurrón y extrajo una cantidad suficiente
de monedas de oro, no sin antes permitir que los otros se dieran cuenta que se
hallaba lleno de oro.
Concluidas las dos rondas, se dio por finalizado el juego con la victoria
absoluta del forastero, quien, después de despedirse muy cortésmente, se
retiró de la mesa de los atónitos contertulios y, montando su mula, tomó rumbo
hacia el Arco. Los amigos salieron a la puerta de la calle para verlo alejarse,
notando, sorprendidos, que la mula iba echando chispas, mientras todo el aire
se llenaba de un ligero olor a azufre.
Cuando tal actitud se nacía manifiesta, el perro corría bajo el puente que
quedaba en la esquina de las calle Junín e Islay, y al poco rato salía por el otro
extremo, pero ya convertido en un enorme perro negro que echaba chispas por
los ojos y desprendiendo un fuerte olor sulfuroso, causando pánico e impresión
en el incauto transeúnte, que comenzaba a botar espuma por la boca y luego
se desmayaba, situación en que era encontrado al día siguiente.
Una noche, como a eso de las doce, pasaba el abuelo del relatador por la
portada de la casa de los Santolalla, circunstancia en la que se le aproximó un
perro negro, que él supuso era uno de los animales de propiedad de la indicada
familia, pero en previsión de que pudiera morderlo sacó el estoque que llevaba
enfundado en el bastón, y cuando el perro quiso cogerlo por la levita, el abuelo
lo asustó con el estoque.
1) Amores demoníacos
Allá por el año de 1949, Juan Quispitongo, indio recio de unos 22 años, se
paseaba una tarde algo nublada por la orilla de la laguna de San Nicolás (que
queda en el distrito de Namora), en busca de sus animales, cuando de pronto
se le apareció una mujer gringa, de ojos azules, rubia, de cabellos muy largos
que le llegaban hasta la cintura, y completamente desnuda.
2) El duende de la mina
3) El Duende de Chontapaccha
4) Otra versión
Así pasaron los años, y cuando ya grande, esta rara criatura mantuvo
relaciones sexuales con su madre, la misma que quedó embarazada de su
propio hijo.
5) El sauce fatídico
6) El duende de Huacariz
Cuentan los moradores del lugar que todas las tardes, del cerro Yanac
Orco, en donde hace muchísimos años vivían los gentiles, sale una luz resplan-
deciente del pantano del cerro, y que esta luz se pone a vagar por los campos.
Las personas que en su camino tropiezan con la luz, cuando son buenas, se
asustan tremendamente, desmayándose algunas veces; pero cuando la
persona es mala, la luz se transforma en una mujer gringa, alta, blanca, muy
bella, de largos cabellos rubios, que se aparece desnuda.
8) El hombre encantado
Pero con el correr del tiempo, los vecinos vieron con extrañeza que, poco
a poco, se iba haciendo de terrenos, de casas y de otros bienes materiales, de
modo que la antigua pobreza se iba lentamente transformando en riqueza. Este
hecho preocupó e intrigó grandemente a los vecinos, que no llegaban a com-
prender la prosperidad del pobre Manuel.
Cuenta una señora que vive por los alrededores de la ciudad, que un
vecino suyo veía continuamente, por los alrededores de su cocina, una cabeza
de borrego que al menor descuido penetraba a la habitación a comer carbón
del fogón, y que cuando sucedían estas apariciones, que se presentaban en las
noches de Luna llena, llamaba a sus vecinos para que también presenciaran
esta rara aparición. Pero daba la coincidencia que tales personas, por más que
el señor les indicaba el sitio preciso en que se encontraba, no podían ver la tal
cabeza de borrego.
Pero el señor no solamente veía apariciones sino que, incluso, por las
noches soñaba a la cabeza, quien le manifestaba que debía entregarle a una
persona joven para que ella, a cambio, le proporcionara mucha riqueza y
comodidades en esta vida. Y fue tanta la insistencia con la que la cabeza le
hacía sus solicitudes en el sueño, que el señor, venciendo su natural
resistencia y llevado por la ambición de la riqueza, decidió probar suerte
haciendo lo que la demoníaca aparición decía.
Por engaños consiguió llevar al cerro a una muchacha joven, vecina suya,
y la entregó a la cabeza. Luego, de la noche a la mañana se volvió millonario,
si bien es cierto que por haber vivido siempre pobre no sabía disfrutar de su
nueva fortuna. Los vecinos notaron el cambio que se había producido en el
señor, y asimismo observaban que cada cierto tiempo desaparecía, y algunos
afirman que lo veían entrar por las noches a una cueva del cerro vecino.
Uno de esos días, un señor vecino de la calle del Batán (ahora Arequipa)
tuvo que asistir a una fiesta que daba un amigo vecino del barrio San
Sebastián. De la fiesta salió más de las 11 de la noche. Arrebujándose en la
capa que llevaba, se dispuso a atravesar la quebrada Romero, cuando escuchó
el llanto de una criatura que, por lo visto, había sido abandonada con malas
intenciones, tal como iba pensando el señor.
Pero con el correr de los días, los vecinos vieron sorprendidos que, de la
noche a la mañana, compraba casas, terrenos, joyas y otras riquezas que no
se explicaban por su pobreza, por lo que comenzaron a suponer que la señora,
agobiada por la pobreza o llevada por su ambición, se había compactado con
el diablo.
Así pasó el tiempo, hasta que la viuda murió. Sus parientes y pocos
amigos fueron al velorio. Como a la medianoche sintieron un fuerte viento que
abrió de par en par las ventanas que daban a la calle, y luego escucharon el
ruido del galopar de varios caballos, infundiendo pavor en los presentes que
sabían de la fama de la difunta. Esto duró un buen rato y pasó.
Hacía poco tiempo que habían concluido las festividades del carnaval en
las que se eligió como reina del barrio San Sebastián a una hermosa
cajamarquina de nombre Catita, de cuya belleza andaban prendados todos los
sansebastianeros, sobre todo un herrero que tenía su taller en la esquina de
Belén, apellidado Cerdán. Este trataba de demostrar su encendido amor por
cuanto medio podía, a pesar de que la bella Catita no le correspondía, lo
mismo que tampoco correspondía a ninguno de los demás admiradores.
Auxiliado por algunos vecinos que a esa temprana hora acudían a la misa
de las monjas, atendieron a la señora, pero pocas horas después murió, no sin
antes relatar a su esposo lo que le había pasado y pidiéndole perdón por sus
celos.
De esto hace ya mucho tiempo, cuando una familia extranjera llegó a vivir
en una hacienda que queda junto al cerro de Pilcay, famoso por sus en-
cantamientos y cuevas grandes que, se asegura, son el camino de los seres
sobrenaturales.
En una oportunidad, los padres tuvieron que viajar a la ciudad, por lo que
dejaron a sus dos pequeños hijos al cuidado de una sirvienta. Ese mismo día,
cuando los niños se hallaban jugando cerca de la casa, se les presentaron dos
criaturas desnudas, de ojos azules y tez muy blanca y sonrosada. Los niños
trabaron amistad y estuvieron jugando por el bosque aledaño hasta el momento
que la muchacha los llamó para que almorzaran.
Para salir pidió un látigo porque, según dijo, los duendes tienen miedo al
látigo, y con esto emprendió la marcha en dirección a las cuevas del Pircay. Al
poco tiempo, regresó con los niños, que fueron recibidos con gran alegría.
Ambos contaron que estuvieron con otros dos niñitos en una cueva grande, y
que les habían dado golosinas y frutas.
El joven, sin pensarlo más, pues todavía estaba bajo los efectos del licor
ingerido en la fiesta, agarró al animal y se dispuso a llevarlo a su casa. Con el
chancho en brazos, prosiguió su camino, pero al poco rato notó que el chancho
iba creciendo y cada vez pesaba más. Entonces comenzó a dar de gritos
pidiendo auxilio, y el chancho, escapándose, comenzó a rodar por la pendiente,
botando chispas y dejando una estela de azufre. A los gritos desesperados del
joven, ningún vecino se atrevió a abrir sus puertas, ya que sabían que a esas
horas era muy peligroso salir a las calles. Se decían muchas cosas misteriosas
del cerro, como que había servido de residencia a los gentiles, que estaba
poseído por el diablo y que, probablemente, el túnel que allí existía era el
camino para los infiernos.
Cuentan las personas mayores que en las noches claras de Luna sale del
Cerro Alto (Contumazá) un toro de plata refulgente. Emerge de una cueva
honda y comienza a recorrer las faldas del cerro hasta una parte plana, en
donde se encuentra con otro toro de oro refulgente que sale del cerro Pan de
Azúcar, con el que se traba en una feroz pelea, rodándose entre las peñas,
desangrándose por todas partes del cuerpo y haciendo temblar a los cerros con
sus fuertes mugidos.
Estos toros encantados aparecen una vez al año entre las manadas del
ganado vacuno que pasta en los cerros, en donde los sorprendidos pastores
los pueden ver en toda su extraña belleza.
Es creencia, entre la gente del lugar, que cuando aparece el toro de plata
entre la manada, el año será bueno y los animales se reproducirán en
abundancia, pero que cuando aparece el torito de oro, el año será malo, habrá
sequías y pestes.
Cuentan los moradores del lugar que del cerro Callac Puma, cerca de
Llacanora, sale una procesión de la misma boca de la cueva que en ese lugar
existe. Sale esta procesión durante las noches de Luna nueva, ya sea de
martes o viernes, acompañada de una gran cantidad de fieles. Dicen, además,
que los concurrentes a tan extraña ceremonia portan, en una litera que llevan
en hombros, la imagen de un toro confeccionado en madera. Aseguran que el
cortejo se dirige al pueblo de Llacanora, y que luego de recorrer todo el
perímetro de la plaza principal retorna a la cueva. Durante el trayecto, los
acompañantes van entonando una serie de cánticos sin que nadie pueda
entenderlos, y cuando la gente sale a ver el paso de la procesión sólo ven
bultos negros, sin poder distinguir la cara de ninguno de ellos, todos los cuales
portan una vela cada uno.
Por eso también aseguran que es malo pasar por la gran cueva del Callac
Puma, porque por ella salen los diablos.
Había caminado un buen trecho cuando sintió que la criatura pesaba cada
vez más, y para ver lo que sucedía lo destapó, no observando nada raro.
Cuando quiso arroparlo nuevamente, escuchó que la criatura le decía, con voz
ronca: “Taita, mira mis ojos”. Esa voz lo alarmó, y viendo los ojos del niño com-
probó que estaban rojos como brasas. Sobrecogido de terror, lo arrojó al suelo
y vio que al tomar contacto con la tierra la criatura reventaba botando chispas,
fundiéndose en una masa de fuego.
Hace ya mucho tiempo llegó al distrito de San Juan un joven párroco que
al comienzo desempeñaba con mucha rectitud y santidad su ministerio, ha-
ciéndose acreedor de la estimación y general respeto de la feligresía. Pero con
el correr del tiempo dejó entrever su proclividad a las cosas sexuales,
hablándose de que en repetidas oportunidades había quebrantado el voto de
castidad hecho al recibir las órdenes sacerdotales.
Las cosas siguieron así hasta que la muchacha, venciendo sus naturales
aprehensiones, accedió a los requerimientos amorosos del cura. Poco
después, la joven quedó embarazada, por lo que salieron a vivir en casa
aparte, en medio de las murmuraciones y condenación unánime de todos los
vecinos, que apodaron a la mujer como la lavandera del cura.
Dicen que de ese puquio, en las noches de Luna llena, salía una mujer
blanca, gringa, muy buenamoza, a sentarse en la orilla, en procura de
conquistar a los jóvenes y hombres, los cuales, después de caer en su red de
amores, aparecían completamente locos, idos o atontados.
Últimamente, la duende se enamoró de un joven perteneciente a la familia
Chunque, el mismo que después de gozar un tiempo de esos amores empezó
a dar muestras de locura y de estar muy enfermo. Dicen que la duende, por las
noches, llegaba a la casa de Chunque y golpeaba su pared. Entonces, cuando
el joven salía, lo jalaba del brazo y lo llevaba hasta el puquio.
Los vecinos se dieron cuenta de que el joven había sido tentado por la
duende, por lo que, para salvarlo, pidieron autorización a sus padres y,
acompañados de un maestro, dejaron en el puquio, a cambio del joven, un
bollo de azúcar blanca que habían preparado. Desde entonces, la duende ya
no fastidia al joven, y este, poco a poco, ha recobrado su salud y su razón.
Cuando llegó la Fiesta de las Cruces, que es festividad religiosa del lugar,
la señorita fue invitada a las noches de novena, pero, disculpándose por la
larga distancia desde la escuela hasta donde se rezaba, decidió no asistir. Sin
embargo, el Teniente Gobernador, deseoso de que la profesora por lo menos
asistiera a los rezos de la víspera, insistió en ello, comprometiéndose a
acompañarla al regreso. Finalmente, la señorita aceptó. Concluido el rezo, la
acompañó no sólo el Teniente Gobernador, sino también los familiares de éste,
que la dejaron en la escuela.
Como pensó que los vecinos no iban a dar crédito a lo sucedido, viajó de
inmediato a su casa y consiguió que una tía mayor la acompañara, luego de
informarle del caso. Cuando pasaban la primera noche juntas en la escuela,
ocurrió nuevamente el mismo caso, aunque esta vez, si bien percibió el olor a
estiércol, la tía no vio que la cama se elevara. Para corroborar el hecho, la
maestra pidió que la tía pasara a su cama, mientras que ella dormiría en la
otra. Así lo hicieron, pero de nada sirvió el cambio, pues la señorita volvió a
sentir lo mismo, mientras rogaba a la tía que la ayudara para que no la
llevasen. Mas la tía no vio que la cama volara.
Por el gran horror que vivía durante las noches, la maestra informó de los
hechos al Gobernador, quien dispuso que unas mujeres del lugar acompañaran
a la maestra, mientras tres hombres cuidarían la puerta por fuera. A pesar de la
numerosa compañía, entre la una y dos de la madrugada, a la misma hora que
en las ocasiones anteriores, ocurrió lo mismo. A gritos, la joven pedía que la
auxilien y que no dejaran que se la lleven, pero todos veían la cama en el
mismo sitio.
Así pasaron tres días, al final de los cuales, como a las cinco de la tarde,
el presunto desertor se hizo presente en el cuartel, pero ya con todos los
indicios de una grave alteración mental. El pobre hombre estaba como loco, y
entre incoherencias logró relatar, más o menos claramente, la extraña aventura
que le sucedió, la misma que nadie creyó. Por las noches, el seducido hablaba
solo, como dirigiéndose siempre a una gringa, a una mujer muy bella.
Esta es la razón, se asegura, por la cual ahora los jefes del Batallón han
adoptado la costumbre de poner dos soldados en cada puesto de centinela
nocturno.
Ese día se le hizo muy tarde a un agricultor que tenía su fundo más allá
de San Pablo, por terrenos de la comunidad de Unanca, por lo que decidió
quedarse a pasar la noche en la casa de su compadre, temiendo que algo le
ocurriera en el camino. Antes de que rompiera la aurora, para llegar temprano a
su casa, ensilló su mula y a paso ligero tomó el camino de las alturas. Al pasar
por la quebrada que siempre traía agua, pero en pequeña cantidad, vio
sorprendido que ahora era enorme el caudal, no obstante que aún no era
tiempo de lluvias.
Según la versión popular, los duendes se forman del cuerpo de los niños
que no pudieron nacer por causas naturales o que fueron abortados. Como en
tales circunstancias no pueden ser bautizados, se transforman en duendes, los
mismos que, si bien es cierto son seres encantados y algunos malignos, no
llegan a ser diablos.
Por esta clase de posesión, todos estos lugares o árboles son malos y hay
que andar prevenidos contra la acechanza del duende, que indiscutiblemente
es demoníaca, aunque no muy claramente en el caso de los árboles lechosos o
solitarios, o en el de las plantas trepadoras. En principio, todos los lugares
soledosos, inquietantes o peligrosos son poseídos por estos espíritus de la
naturaleza, contradictorios con el espíritu del hombre. En esta forma,
pensamos, se resuelve la dialéctica que opone el hombre a la naturaleza en la
lucha por la vida, ya que el hombre, en esta dimensión mágica, se apodera de
la naturaleza, pero, al mismo tiempo, la naturaleza busca también apoderarse
del hombre a través de sus emisarios, que son los duendes.
Los duendes de horno persiguen a las criaturas que aún no han sido
bautizadas, a las que pretenden raptarlas o robarles el ánimo, dejándolas con
mal de espanto. Para ahuyentarlos, se debe bautizar el horno y colocar en la
parte superior una cruz o hacer una ventana en forma de cruz.
Las caídas de agua en cataratas o los remansos de los ríos tienen duenda
o súcubo, la que se presenta como mujer muy bella, rubia, blanca, de cabellos
muy largos, y desnuda. Con cantos, esta duende trata de seducir a los
hombres en procura de mantener con ellos trato carnal y así encadenarlos a
sus designios demoníacos.
Por lo general, a los duendes de árbol y de molino se los puede ver en las
noches de Luna llena, cuando salen al campo a jugar como los niños.
Afirma la gente que este señor acudía los viernes por la noche al cerro
Tolón, cercano a la ciudad, y que este cerro malo se abría a las 12 de la noche
para permitir el ingreso del señor, quien, ya dentro del cerro, se sentaba en un
gran sillón a presenciar cómo unos hombres, cruelmente castigados por los
diablos, daban vueltas a un molino de caña de azúcar. Se dice que el
compactado se deleitaba viendo cómo los diablos hacían restallar su látigo
sobre las espaldas y las nalgas de los infelices esclavos del demonio, de cuyos
cuerpos martirizados, a cada latigazo, salían como rayos o chispas.
Se cuenta que una vez pasaba por el cerro Punta, casi en la oración, una
señora con su hijito, cuando de pronto una piedra se abrió como puerta y por
ahí desaparecieron ambos. Sus familiares, al ver que no regresaban pasados
los tres días, los buscaron intensamente, pero al fracasar en su intento de
hallarlos, recurrieron a los servicios de un brujo.
El brujo requerido fue Manuel Huaccha, hoy muerto, el que les pidió le
llevaran un cuy negro y una canasta de tamaño regular llena de dulces de
diferentes clases, junto con frutas y golosinas. Luego, el maestro, en compañía
de 4 hombres fuertes, se dirigió al cerro a las 12 de la noche, y frente a una
cueva empezó a llamar a los desaparecidos: la señora Natividad Sandoval y su
hijo. Cuando Natividad contestó, el brujo le dijo que quería hablar con su
patrón, y al poco rato salió por la boca de la cueva una mula botando chispas
por la boca y desprendiendo fuerte olor a azufre. Estando fuera, la mula le pre-
guntó al brujo qué quería, y el maestro te dijo que a Natividad Sandoval y su
hijo, y que a cambio le dejaría la canasta con todos los dulces y golosinas.
Entonces el diablo, que aparecía como mula, aceptó el cambio y recibió las
cosas traídas.
Una vez pasaba por Shultín un campesino que entre sus vecinos y
familiares tenía fama de ser muy guapo, de mucho ánimo. Este hombre divisó
al torito y sin tenerle miedo llegó a agarrarlo, pero el torito se le escapó de las
manos. Al poco tiempo, el hombre murió botando sangre por la nariz y el curso,
sin que nada le hiciera bien, ni siquiera los remedios que le dio un brujo.
FANTASMAS Y APARECIDOS
Otra de las causas por las cuales el alma puede no abandonar su antigua
morada es la de haber dejado una deuda que sus parientes no han saldado, no
obstante haber dejado los medios para hacerlo. En fin, lo mismo puede suceder
en el caso de que sus deudos se nieguen a hacerle ofrendas, como misas,
limosnas y otras obras pías que la paz eterna de su alma reclama.
Esa noche, Jesús Salazar, que tal era el nombre del semanero, asustado
y temeroso, se fue a dormir a la puerta del cuarto de sus patrones, a quienes al
día siguiente contó sus sobrenaturales experiencias.
Don José Valencia, todavía joven y fornido albañil, retornaba a eso de las
dos de la mañana a su casa, que quedaba en Lucmacucho, después de haber
estado bebiendo en la casa de sus compadres por el Dos de Mayo.
Eran más o menos las doce de la noche, cuando a don Manuel B., que
reposaba su avanzada embriaguez en la esquina de la Iglesia de la Recoleta,
se le acercó un cura, sin que se diera cuenta por donde había venido, y le pidió
que por favor le ayudara a celebrar la misa como sacristán, ofreciéndole una
jugosa propina.
6. El penitente
Actual solar en donde antes se levantaba la casa de la familia española cuya leyenda
contamos bajo el nombre de "El hombre vestido de negro". Se encuentra en la intersección de
las calles Guadalupe y Silva Santistevan.
13. El aparecido
Para poder regar su huerta, ubicada en el barrio San José, el dueño tenía
que ir a traer el agua desde Chontapaccha, aprovechando el canal que captaba
las aguas del río Mashcón. Así, un día, ya algo tarde, se dirigió al sitio
convenido y con su palana se puso a tapar la compuerta para llevar el agua.
Una niñita que vivía en el fundo de sus padres era muy afecta a los
animalitos del campo. Un día persiguió a una mariposita, internándose por su
tras, insensiblemente, en lo espeso del bosque. Finalmente, cansada, se sentó
en un tronco, junto al sitio en donde también se había posado la mariposa. De
repente, se abrió el tronco y la niña, intrigada y curiosa, bajó por el hueco,
siguiendo el cual llegó, por un túnel, a una casa donde una cabra se
encontraba descansando. De pronto, la niña se halló con la cabra en medio de
las tinieblas, quedando prisionera de la cabra.
Sería como la medianoche cuando la esposa escuchó una voz que decía:
"¡Huajo, huajo!", y suponiendo que era su marido, lo llamó, yendo también a su
encuentro. Le ayudó a pasar los cargadores hasta que llegaron a la casa,
donde descargaron los costales, pero muy preocupada por cuanto el hombre
no pronunciaba ninguna palabra y, con la cabeza agachada, tapaba su cara
con el ala de su sombrero.
Pasado un momento, el hijo vio que de su cara caía tierra al plato. Le dijo
esto a su madre, quien rápidamente le quitó el sombrero, horrorizándose
ambos cuando comprobaron que se trataba de un esqueleto, del mismo que
salió una voz que decía: "Agradece, desgraciada, la presencia de esta criatura,
si no, ahora mismo te llevaría al otro mundo porque andas engañando con otro
hombre a tu marido". La mujer, entonces, cayó desmayada al suelo, situación
en la que la encontraron al siguiente día, botando espuma por la boca.
17. El mujeriego
18. El rompe cincha. Hay algunos ancianos que cuentan que, hace
tiempo, a la medianoche, de la casa de las señoritas Rojas, actualmente
ocupada por el Jardín de Infancia Nº 52, salía un hombre arrastrando cadenas.
Este aparecido salía con frecuencia y los vecinos lo llamaban el "rompe
cincha", quizá por el ruido que hacía al arrastrar las cadenas.
Entonces, el "rompe cincha" le dijo suplicante que cargara con los huesos.
El apostador, ya pasándole poco a poco los humos del alcohol que había
tomado para darse valor y cumplir con la apuesta, y algo atemorizado, hizo lo
que le indicaba y de allí siguieron caminando hasta el cementerio viejo, donde
volvió a cavar otra fosa para enterrar allí los huesos. Terminada su faena, el
hombre ya no pudo con sus nervios y se desmayó, botando espuma por la
boca, y allí lo encontraron al siguiente día. Cuando recobró el conocimiento,
contó lo sucedido, y desde esa fecha ya nunca más se oyó el tétrico sonar de
las cadenas arrastradas por un alma en pena que buscaba enterrar sus huesos
en el camposanto.
Pasaron los días, cuando una tarde la mina se derrumbó y tapó a los que
allí estaban trabajando. Por eso, los del lugar piensan que el anciano
campesino había sido probablemente Dios, quien quiso probar la obediencia de
los hombres.
22. La apuesta
Esa misma noche, a las 12, como estaba convenido, doña Rosa fue a la
morgue, apostándose el retador a tres cuadras del lugar para cerciorarse de
que efectivamente la señora cumpliera. Doña Rosa, sin titubear ni un momento,
con paso seguro, ingresó, cortó un pedazo de la camisa del difunto y con toda
serenidad fue a mostrarlo a don Juan, que, satisfecho, pagó la apuesta y
acompañó a doña Rosa a su casa, donde la dejó.
Hecho aquello, retornó para entrar por la puerta por donde había entrado
su compadre, pero la halló cerrada y la casa a oscuras, por lo que se dio
allamar insistentemente. Tanta bulla hizo, que despertó a la dueña de la casa,
la misma que bajó a recibirlo; pero grande fue la sorpresa del visitante cuando
la vio toda de luto. Preguntándole el motivo, le contestó que su marido había
muerto, lamentando que no se vieran por tanto tiempo.
Por supuesto que su elección no fue bien recibida por las dos marginadas,
una de las cuales llegó al extremo de suicidarse, ahorcándose en un árbol y
jurando no dejar tranquilo a su antiguo enamorado mientras viviera. Este hecho
conmovió al pueblo, porque la suicida era bien querida por todos.
Pasados unos días, el recién casado sintió, una noche, que su catre se
elevaba por los aires, al mismo tiempo que le quitaban las frazadas, le jalaban
los pies y le hacían otras cosas que no lo dejaban tranquilo. En cuanto prendía
la luz, no veía nada raro. Mientras tanto, su esposa seguía durmiendo
profundamente, sin sentir nada.
Años más tarde, cuando el último de los criminales estaba por morir en
medio de atroces sufrimientos y después de haber tenido terribles pesares en
su vida, al igual que sus compañeros de fechoría, que ya habían muerto,
confesó que él era el asesino, junto con otros dos vecinos cuyos nombres dio.
Después de declarar y de penosísima agonía, murió. A partir de ese día, las
apariciones del fantasma del cura terminaron. Por esa misma circunstancia se
supo que los criminales habían sido del mismo pueblo, y no extraños, como en
principio todos creyeron.
Por ese entonces existía en el barrio San José una casa que gozaba de
muy triste fama, pues, según decían, por las noches penaban las almas en ese
lugar. Por este motivo, se hallaba desocupada a pesar de que los dueños
querían darla gratuitamente a que viva alguien con objeto de que la cuide para
que no se deteriorara más.
En ese tiempo llegó a Cajamarca un policía en busca de casa donde vivir,
y terminó por arrendar ese inmueble, a pesar de haberse informado de lo que
pasaba. Se instaló, pues, con su familia, confiando que nada pasaría
Otros que lo han visto agregan que todos los muertos van premunidos de
un cirio encendido, y que en las noches de Luna llena, por la claridad, puede
verse los rostros cadavéricos.
33. Los huesos castigados
Aseguran que hace algún tiempo vivía por un paraje algo alejado de la
ciudad un bandido que asaltaba a todos los transeúntes que frecuentaban esa
zona llevando sus mercaderías a la ciudad de Bambamarca. En tales casos,
luego de matarlos y arrebatarles todo lo que llevaban de valor, los enterraba en
un sitio oculto de su casa. Así vivió por muchos años, hasta que, para
tranquilidad de todos, murió, pero después de sufrir enorme soledad. Su velorio
ni siquiera se hizo, porque nadie acudió a verlo. Por eso allí penaba, y los
vecinos afirmaban que sería también por el entierro cuantioso que habría
dejado el bandido a su muerte, lo mismo que por todo lo malo que hizo.
Mientras hacía esto, desaparecieron los otros huesos, pero sin darle
importancia, el hombre se volvió a acostó para seguir durmiendo. Al amanecer,
se levantó y encontró el hueso en un rincón de la casa, donde empezó a cavar
hasta encontrar un fabuloso entierro que guardó en sus alforjas. Luego,, sin
decir nada, siguió su camino junto con los demás arrieros. Al término del viaje,
dejó el arrieraje, pues se vio dueño de una gran fortuna que le permitió vivir
cómodamente por el resto de su vida. Se asegura que desde entonces ya no
penan en la casa abandonada del bandido.
Pasó ese día, y al siguiente, en la tarde, sin aceptar ya ni el café que sus
hermanas quisieron darle, se encerró en su cuarto diciéndoles a todos que por
fin iba a descansar de sus sufrimientos, que ya no se preocuparan por él.
Cuando pasaron como tres horas sin que volviera a salir, su familia se
preocupó y juntos ingresaron al dormitorio, donde lo encontraron vestido como
el día de su boda, limpio y arreglado, tendido en su cama. No pudieron
despertarlo porque, simplemente, estaba muerto. El médico certificó que, sin
ninguna duda, era muerte natural.
Cuentan los mayores que una vecina del actual barrio Dos de Mayo tenía
un hijo único en quien había depositado toda su ternura, chocheándolo y
mimándolo en demasía, a tal extremo que el hijo, faltándole el respeto, en
varias oportunidades le había pegado a su madre, sin que esta impusiera
sanción al malcriado.
Esa misma noche, la señora soñó a su hijo, que le decía que estaba
siendo castigado por Dios debido a que ella no supo o no quiso castigarlo como
madre, y que seguiría sufriendo en los infiernos por haber sido mal hijo. Le hizo
saber también a la madre que la única forma de ponerle fin a ese sufrimiento
en el más allá era castigando duramente la mano con una correa, hasta hacerla
sangrar.
Hace algún tiempo vivía en el barrio San José una señorita ya entrada en
años que solía oir misa todos los días a las 5 de la mañana en la iglesia San
Francisco. No faltaba nunca a los quinarios, novenarios y a cuanta reunión de
esta laya se ce-Iebraba, razón por la cual la conocían como "la beata".
Cierto día, por haberse equivocado de hora, llegó a la iglesia antes de las
4, y la encontró todavía cerrada. En espera de la hora de la misa, se sentó bajo
un ciprés, de los varios que adornaban el ingreso al templo. De pronto se dio
cuenta de que el templo estaba ya abierto, todo iluminado, sin que ella hubiera
escuchado el menor ruido. Sorprendida y con cierta aprensión, ingresó y se
prosterno junto al altar mayor. Pocos instantes después ingresó un sacerdote,
listo para oficiar la misa, como en efecto lo hizo, celebrándola como se hacía
entonces, de espaldas al pueblo.
Hace 4 años habían comprado la casa de una familia "ricacha" que ahora
vivía en Lima. La casa era grande, con patio, corredores, zaguán, traspatio y
corral. La construcción era antigua pero buena, de dos pisos, con 3 balcones y
2 ventanas a la calle. En esos 4 años nunca pasó nada, y los dos esposos con
sus hijos vivían tranquilos.
43. La Cuda
Según la tradición, la Cuda es una mujer blanca, alta y muy hermosa que,
elegantemente vestida, recorre distintos lugares de la ciudad a partir de las 11
de la noche, en que se la puede ver paseándose toda vestida de negro.
Dicen que cuando algún hombre era tentado por sus provocaciones, en
unos casos se convertía en esqueleto para que no la aprovechen, y en otros
casos, tras tener relaciones con ella, compactaba al hombre con el diablo, pues
no otra cosa es la Cuda, la misma que se apoderaba del alma del infeliz mortal,
que a su muerte era conducido a los infiernos para pagar su pecado carnal.
Una noche oscura y fría, un señor se hallaba transitando por el jirón Silva
Santisteban, con dirección a La Recoleta, cuando, por el frío y la soledad, tuvo
ganas de fumar un cigarro. Efectivamente, se detuvo y sacó el cigarro, pero no
pudo prenderlo, pues comprobó que no tenía fósforos. Contrariado por ello,
reanudó su camino. Luego de recorrer un trecho, al pasar frente a la antigua
morgue, vio que un señor se hallaba recostado contra la pared, fumando, por lo
cual se acercó para pedirle que le prestara su "lumbre" o fósforo.
El fumador le dijo que no tenía ya ningún fósforo, pero que podía darle el
"pucho" de su cigarro para que con él pudiera prender el suyo. Satisfecho,
recibió la colilla y se dispuso de inmediato a prender su cigarro, pero en el
momento de acercarlo a su cara se dio cuenta de que no se trataba de ninguna
colilla sino de un hueso; asustado, volvió la mirada para mirar a quien le había
jugado tal broma, pero el señor había desaparecido sin hacer ningún ruido.
Don Cirilo era un hombre trabajador y honrado que gozaba del aprecio de
sus vecinos, en las cercanías de Cajamarca. Con sus hijos se dedicaba al
trabajo agrícola y, aunque enviudó joven, no había vuelto a casarse. Sin
embargo, había voces que aseguraban que mantenía relaciones sexuales con
su comadre espiritual, pero nadie pudo probarlo. Después de unos años, don
Cirilo murió y algunos vecinos sostenían que por esas relaciones con su
comadre murió en pecado mortal.
Después que falleció don Cirilo, algunos vecinos decían haber visto a un
monstruo que en las malas horas de la noche recorría los campos e incluso
algunas calles apartadas de la ciudad. Lo describían como mitad hombre y
mitad burro, que a su paso dejaba una estela teñida de azufre. Todos los que
lograban verlo se desmayaban botando espuma por la boca, pero hubo uno de
espíritu fuerte que pudo comprobar que el monstruo se "asomaba" en la casa
de don Cirilo.
Por la noche, cuando nadie estaba junto a su lecho, la señora vio llena de
espanto que por la ventana entraba un bulto negro que después tomó la forma
de un hombre, el mismo que le decía: "Ya falta muy poco para que dejes este
mundo, y tus pecados son grandes, pero el que más te atormentará en la otra
vida es haber enterrado tu riqueza. Revela a tus familiares dónde la enterraste,
y encontrarás alivio en la vida eterna". Ante tal hecho, inmediatamente que el
hombre desapareció, la señora llamó a sus familiares y les reveló el sitio donde
estaban sus riquezas, luego de lo cual murió casi enseguida.
De pronto vio que poco a poco, como pequeña nube, se iba formando
cerca de la mesa un fantasma que tomó la forma humana, el mismo que, tras
acercarse a besar los potajes de uno en uno, luego se esfumaba como el
viento. El incrédulo, entonces, salió asustado del cuarto y llamó a sus
parientes, a quienes contó los extraños sucesos que había presenciado. Pero
desde aquel día comenzó a enflaquecer y debilitarse hasta que se "secó" y
murió, sin que los remedios y las limpias le hicieran ningún bien. Dice la gente
que ese fue su castigo por no creer en las almitas.
REFERENCIAS
3. La tostada de ojos
Para descubrir al ladrón, se colocan en un tiesto dos huaylulos, y a
medianoche se les fríe en aceite de gato negro. Al ladrón se le reventará un
ojo.
Esta práctica puede incluso tener efecto sobre los animales que pudieran
haber comido el objeto buscado, como sucede en el siguiente relato
(informante: Antonio Chilón).
9. Para evitar que los ladrones se escapen, se dejan en una esquina del
corral ramas de bejuco, previamente preparadas por el brujo, de tal manera
que los ladrones que han entrado al corral se enreden en las ramas y ya no
puedan salir.
10. Para tener una noche auspiciosa en cualquier actividad –lícita o ilícita–
, se colocan las icllas1 al costado derecho de la chacra.
11. Para que aumente el ganado, en una esquina del redil se colocan las
icllas en forma de cuernos.
12. A fin de evitar el robo de los animales, se puede solicitar los servicios
del brujo para que "componga" a los animales. A este efecto, el maestro ejerce
sus poderes mágicos sobre la sal y sobre las ramas de trenza, cóndor y
orlambo blanco o amarillo, y luego se les da de comer a los animales.
13. Para preservar la casa de los robos, se entrega al brujo una calavera
de gentil para que la arregle. Una vez ejecutado este procedimiento, se coloca
la calavera en un sitio estratégico. Cuando ingresa un ladrón o persona des-
conocida al domicilio, la calavera silba, llama o hace cualquier otra clase de
ruido, avisando de esta manera a los dueños.
1
Fósiles pequeños o pedazos de cristal de color.
14. Para obtener una buena cosecha, se coloca una cruz sobre el montón
del grano ya trillado, la misma que es adorada por todos los presentes. El más
viejo de ellos, al momento de colocarla encima del montón dice: "Te ponemos
para… (tantas) cargas, y si no te cosechas, a la candela".
15. Siempre hay que colocar una cruz sobre el montón del grano
cosechado; de no hacerlo, al año próximo se perderá la siembra.
18. Para obtener el mismo resultado anterior, el árbol debe ser sembrado
por una mujer.
19. Hay que colocar en la cumbrera de la casa una yunta de arcilla para
atraer la prosperidad y la buena suerte.
20. Hay que arrojar al camino los pelos o las plumas de los animales que
se han matado, para que aumenten los animales de la misma especie que los
sacrificados.
21. Para que haga viento y se pueda realizar el venteo durante las trillas,
el más anciano de los presentes debe entonar canciones.
24. Para secar el caudal del puquio, se debe echar un poco de sal al ojo
mismo de la vertiente.
30. Cuando se desea que la persona odiada muera, se coloca una vela en
la fosa orbital de una calavera humana y se le reza oraciones especiales.
35. Para conseguir que mueran los animales de una persona enemiga, se
arrojan al corral hojas de coca, de orlambo, trenza y otras utilizadas por los
brujos.
37. Si se desea que una persona nunca más regrese a nuestra casa, se
debe barrer la habitación en donde estuvo la persona no deseada, tan luego
esta se retire.
38. Para evitar que los muchachos se orinen en la cama, se les hace
coger el arnero y a cinchazos se les da una vuelta por toda la casa.
39. Para que el brujo asegure el éxito de sus prácticas, debe rezarle a San
Cipriano.
40. Para que las prácticas del brujo tengan éxito, debe poner velas, cantar
y rezar ante las pictografías, sobre todo si se trata de hacer el daño.
Más tarde, los familiares de mayor edad, como los padres o abuelos,
guardando en la joijona o un mantel el resto de la comida, se dirigen a la ciudad
para concluir la ceremonia de la ofrenda. Antes se encaminaban a la Iglesia, en
donde tendían nuevamente las ofrendas y obtenían la contribución de un re-
zador para que elevara algunas oraciones en recuerdo de las almas de sus
difuntos. En la actualidad, ya no se permite esta clase de ceremonias en los
templos, por lo que se dirigen al cementerio en donde reposan los restos de
sus deudos.
Una vez terminadas las ofrendas, las mismas que han sido trocadas por
los rezos salvatorios, y concluido el fiambre que han portado para alimentarse
junto con el almita, y avanzada la tarde, retornan a sus casas, contentos y
satisfechos de haber contribuido con su fe a la salvación eterna del alma de
sus difuntos, y con la esperanza de volver a repetir la ceremonia el próximo año
y así sucesivamente, hasta cuando Dios les preste vida.
Esta práctica se enseña celosamente a los hijos, para que hagan lo propio
con sus padres, cuando estos sean llamados por Dios para rendir cuenta de
sus actos.
Con esta finalidad, las calaveras son puestas tras de las puertas de calle,
bajo las escaleras o en otros sitios estratégicos para que cumplan su cometido.
Es obligación de los dueños de casa rendirles culto o veneración todos los
lunes por la noche, encendiéndoles una velita y rezándoles oraciones espe-
ciales para el caso. Este culto no puede ser en otro día, porque el lunes es el
día dedicado a las almitas buenas que protegen a los cristianos de las
asechanzas venidas de personas malas.
EL AYAPUMA
Pero conociendo la natural repugnancia de este ser fatídico por los malos
olores, principalmente los desprendidos por el excremento humano, se puede
utilizar de esta circunstancia para librarse de la maldición. La persona pasiva
del maleficio puede aprovechar el momento en que la cabeza se desprende de
su hombro por no poder soportar la fetidez que desprende cuando realiza el
acto fisiológico, para pasarse con presteza ají por el hombro; entonces, cuando
el Ayapuma regrese ya no podrá reintegrarse al sitio que le sirve de estancia, y
otra vez ha de recorrer sediento de venganza los campos en busca de nuevas
víctimas
RELATOS
(Una variante de este mismo relato es el que dice que el marido degolló
de un hachazo a la mujer.)
Padre e hija, cada cual por su lado, se cubrieron con las mantas hasta la
coronilla. El padre, con los cabellos crispados de terror, no encontraba una
salida a su espanto. Con un poco de esfuerzo recordó algunas versiones del
Ayapuma a las que no quiso dar crédito hasta ese momento, calificándolas de
"abusiones de viejas". Pero ahora él estaba allí, frente a un hecho paténte; y
entonces se decía: “Esto sí que será tapia”. Posha, en cambio, pensaba: “Lia
arrancao su cabecita, ónde se habrá iu pué, acacaucita", y rezaba al mismo
tiempo.
Amaneció y todos se pusieron de pie. Más tarde, Casimira sorbía con gran
apetito el caldillo de huevos. "Ojalá pue que te sanes, mamita, cati pue lo
acabas tu caldito". Una sonrisa de aceptación se dejó dibujar en el rostro
demacrado de la Casimira.
“Vua volver, hija”, gritó Polo, marchando para las faenas del campo con
una alforja sobre el hombro. Caminos chillosos y zigzagueantes hacían su
compañía, con ellos bajaba y subía. “¡Dios pue lo permitirá esto? –se
preguntaba–; quién sabe pue faltará poco paque muera mi mujer. Dicen que
nuestra cabeza se arranca pa recoger nuestros pasos dos años antes paque
muramos; gueno, ¿por qué no se pegaría su cabeza al primer golpe, o en el
segundo, y jue tuavía a las tres veces. No sería porque lo toqué pue; quién
sabe pue será celosa pa no tocarlo”.
LEYENDAS
Leyendas cosmogónicas
Hace ya mucho tiempo que hombres del valle, diezmados por la terciana,
que inclementemente azotaba esos lugares, decidieron invadir Cajamarca
ingresando por distintos puntos que dan acceso a la ciudad, hecho que de
consumarse hubiera significado la extinción de la población afincada
florecientemente en el valle cajamarquino.
Hace más de cien años, la actual laguna de Chamis era una inmensa
pampa en la que vivían los Cueva, familia rica y principal del lugar. Junto a la
casa había huertas de lúcumas, y más allá se extendían las plantaciones de
maíz, cebada y otros cultivos. En la familia había dos hijas jóvenes y muy
bellas, las que, no obstante estar ya en edad de casarse, vivían solteras y sin
ningún compromiso.
Uno de esos días en que los padres tuvieron que acudir a la ciudad de
Cajamarca para hacer diversas compras, el hombre del puquio, aprovechando
la soledad de las hermanas, las invitó para que entraran al puquio diciéndoles:
"Entren nomá, bajo el puquio hay un río y pronto la pampa se va a convertir en
laguna". Efectivamente, las hermanas accedieron gustosas a la invitación que
se les formulaba y, juntamente con el caballero, se introdujeron al puquio, para
nunca más volver a salir.
Las aguas que formaron la laguna no dejaron pasar a los hombres que
hicieron el fuego, y a las pastoras las tragó para llevarlas a sus entrañas, de
donde las pudieron rescatar utilizando varías "reatas" piezadas, pero tan luego
salieron a la superficie, murieron instantáneamente.
Las aguas de la laguna así formada eran muy bravas y de sus entrañas
salía el duende en forma de un hombre vestido todo de blanco, de piel
alabastrina y cabellos rubios, que enamoraba a las mujeres, las mismas que
morían o quedaban embarazadas. A estas mujeres en el alumbramiento, debía
asistirlas el brujo, y daban a luz un animal que raudamente se escapaba sin
que se le pudiera capturar. Pero todos estos fenómenos desaparecieron
cuando un cura bendijo la laguna.
Hace ya mucho tiempo había una loma en cuya parte central existía un
pequeño puquio, del que salía un hilo de agua. En cierta oportunidad, un arriero
llevaba una recua de mulas con odres de plata provenientes de una mina
cercana.
Una de las mulas, la que llevaba los odres más grandes, desviándose del
camino al tratar de pasar sobre el puquio, comenzó a hundirse lentamente, sin
que los arrieros atinaran a hacer nada para salvar al animal, que daba
lastimeros relinchos y manoteaba desesperadamente.
Dicen que en las montañas del Carachugo (el cerro más alto de
Cajamarca) vivía Dios con su hermano. Durante el día, Dios hacía de barro los
animalitos útiles al hombre y los dejaba en el sol, y por las noches estos se
convertían en seres verdaderos.
Así también le dijo: "No has de ser envidioso, a todos les has de enseñar
a trabajar, a los que te ayuden les has de dar dos o tres bolitas de oro” (en ese
tiempo no se conocía la plata).
El Inca, faltando un año para que llegue el juicio, hizo su casa, moliendo
cantería, moliendo piedritas, tal como le había enseñado el Señor, y cuando
terminó, comenzó a llover por cuarenta días con sus noches. Empezó con una
niebla negra que vino por "onde" sale el Sol. La casa del Inca, que la hizo sobre
una piedra redonda, tal como le dijo el Señor, comenzó a subir conforme
subían las aguas.
Los otros hombres, los españoles, que supieron de los tesoros que habían
en Cajamarca, vinieron en montoneras, mandados por el Gerónimo, el
Pacundio, el Felipe, el Santiago y San José; los españoles tenían intención de
llegar a Cajamarca el día 28 de julio por la mañana, pero la víspera, como a las
cinco de la tarde, San José, el Huangrashanga y el Pitar, que mandaban los
ejércitos, ordenaron que se quedaran a dormir en las faldas del cerro
Gallocantana o Gallitorume (situado en la antigua hacienda de Llullapuquio).
Muy de madrugada, el Pitur llamó a San José por tres veces para que se
''recuerde", y le dijo: “Ya va a cantar el gallo negro o gallítorume”, pero nadie le
hizo caso, y más bien entre los soldados comenzaron a robarse sus bastones,
sus espadas, sus capas. Tarde ya, se quedaron dormidos, y cuando cantó el
gallitorume por tercera vez, ya no pudieron levantarse. Entonces San José y los
otros jefes discutieron si siempre seguían para Cajamarca o si mejor
regresaban, pues como era de día, seguramente el Inca ya debía saber de su
llegada y ya no podrían entrar tronando a Cajamarca, como habían dicho.
Por eso, cuando por segunda vez llegaron los españoles, el Inca ya no
supo de su venida. Como se había vuelto malo, el Señor ya no le ayudó. En
esta segunda vez, los españoles entraron por la Shicuana, porque un
hombrecito que habían cogido en el temple les enseñó el camino. A este
hombrecito lo agarraron porque se quedó en el temple comiendo miel, pues era
muy hambriento y en eso lo agarraron los españoles, y para que no lo maten
les enseñó el camino, pero luego regresó con los españoles a España.
La gente que vio venir al ejército español dio aviso al Inca, mas este no
les hizo caso, y dijo: “Yo soy amito y nada me va a pasar”. Cuando el Inca vio a
los españoles por el Santa Apolonia, se fue a los Baños del Inca a
atrincherarse, pero después se vino a Cajamarca, en donde lo encontró el
padre Valverde, a quien le decían el padre Checlla. El padre Checlla le dio al
Inca un libro, pero como no sabía leer, lo botó al suelo, y entonces el padre
levantó una banderita y comenzó el tiroteo. Cuando apresaron al Inca, este,
para pagar su rescate, mandó que trajeran los tesoros del Cajamarcorco, del
Carachugo, del Huangrashangra y de otros lugares, pues el Inca sabía dónde
estaban enterrados los tesoros de los gentiles.
Pero los españoles siempre mataron al Inca. Entonces sus hijos, que eran
unos "fregados", robaron el cadáver y nadie sabe en qué sitio lo enterraron.
Desde allí, un día ha de volver, cuando otra vez sea bueno y oiga las órdenes
del Señor.
En los tiempos antiguos, antes de los Incas, los muertos salían de sus
tumbas aprovechando que no los veía la gente. Su objeto era hacer mal a sus
enemigos, asustándolos hasta que se morían secándose.
Para evitar esta acción vengativa de los muertos, les separaban la cabeza
del resto del cuerpo; enterraban las cabezas en la parte alta del cerro, y el
cuerpo, en la pampa; pero a pesar de eso, las cabezas salían a buscar a su
cuerpo para proseguir con su venganza. Muchas veces, estas cabezas
quedaban enredadas en las zarzas, cuando iban a tomar agua, y así enre-
dadas las encontraban. Por eso, buscando que la cabeza no consiguiera su
propósito de volver a unirse al cuerpo, las tumbas las hacían en lo alto de los
precipicios, para que cuando salieran de su tumba se rodaran y se hicieran
daño, ya no pudiendo entonces continuar en su empeño vengativo.
En los primeros tiempos, cuando todo era humo, el Sol acarreaba la tierra
sobre las piedras, lo mismo que el agua, porque al Sol lo tenían amarrado los
gentiles y lo utilizaban como luz. En esos tiempos, le decían Inti. Cuando se
liberó, subió al cielo a defender al niño Jesús.
Y para que aparezcan los hombres, le indicó al Señor Celestial que haga
olfatear una rosa a la Virgen María, esposa de José. Y José le dijo: "¿Cómo
apareces encinta sin que yo te ofenda?”. A los 6 meses salió el Niño y se fue al
río a jugar con el barro, y a las 2 de la tarde regresaba al vientre de la Virgen.
Salió después a los 8 meses, pero no tenía resuello ni dientes. Después, a los
9 meses, ya tenía forma humana y ya nosotros también teníamos forma, y salió
del río Herodes y dijo: "¿De dónde salieron?, yo también lo voy a adorar", y era
para matarlo.
Hace muchísimos años, el comenzar los tiempos del mundo, varios frailes
acompañados de soldados viajaban por las alturas del Cumbemayo, y siendo
ya tarde, decidieron pasar la noche en esas jalcas. Con ese objeto
desmontaron de sus cabalgaduras, acomodando cada uno sus alforjas y
demás pertenencias. Pero en plena noche, unos a otros comenzaron a sus-
traerse sus pertenencias, participando todos sin excepción de este común y
recíproco robo, ante el asombro de los cerros Pitura y Carachugo.
Los cerros, que en ese tiempo eran como señores y reyes, al ver tanta
flaqueza humana, dieron cuenta de los sucesos al cérro de Huangrashangra,
que, dicen, era el jefe de todos ellos, Huamani dicen que era. El
Huangrashangra, enojado y dando grandes voces, despertó a los viajeros, los
que, confundidos, pretendieron vestirse rápido para huir, pero como no encon-
traban sus cosas decían: "¡Dónde está mi capa, dónde está mi bastón, dónde
están mis alforjas!", y así entre todos se reclamaban sus cosas.
Y conforme lo dijo el Dios, llovió "a cántaros" hasta que el agua llenó todos
los valles y tapó los cerros, matando a los pobladores y sus animales,
quedando sólo la balsa del cacique Corinay. Después de estar flotando por tres
días, las aguas comenzaron a bajar hasta que llegó el momento en que la
balsa encalló en el cerro Rosario Orco. Pasaron dos días más hasta que el sol
secó la tierra y Corinay y los suyos pudieron bajar.
LOS ENTIERROS
La excesiva ambición por apoderarse del tapado puede ocasionar que los
tesoros que este encierra se conviertan en polvo, piedras o ceniza, y en vez del
oro, plata y piedras preciosas, sólo se encuentra ruin materia, como castigo al
desbordado apetito.
RELATOS
La tierra estaba floja, lo que hizo suponer a los socios que estaban en el
acertado camino para encontrar el entierro, por lo que juzgaron conveniente
decidir la forma en que habrían de repartirse el tesoro por encontrar, llegando a
acalorarse en la discusión, al no ponerse de acuerdo en la forma del reparto.
Pera como a los dos meses, una noche, aproximadamente a las dos de la
mañana, sintió pasos por el corredor, y un ruido como si chocaran cadenas o
arrastraran una barreta. Alarmado, cogió su revólver y salió a ver quién había
entrado a la casa, suponiendo que se trataba de ladrones. Caminando en
puntas de pie, llegó hasta la puerta y salió bruscamente, pero no encontró a
nadie. Dio una vuelta por toda la casa y, pensando que quizás había estado
soñando, regresó a su cuarto para seguir durmiendo.
En esta misma casa, y con fecha posterior al último hallazgo, la mujer del
chino Chiong oía siempre unos ruidos extraños que surgían en el patio, e
incluso la empleada le había comunicado que siempre por las noches, cuando
se retiraba a su cuarto a descansar, veía un bulto que lentamente se desplaza-
ba desde el callejón que desembocaba al gran patio principal hacia la puerta de
la calle, en donde tan misteriosamente como había aparecido se esfumaba,
indicando, además, que el bulto tenía la forma de una mujer vestida de negro
con falda de amplios vuelos, muy almidonados, según deducía por el ruido que
hacía al desplazarse. De estos ruidos y apariciones, la mujer del chino no
comunicó en absoluto a su marido.
Las personas mayores de la casa, hijos del señor que construyera la casa,
en vista de estos acontecimientos que habían sumido a la familia, sobre todo a
las mujeres, en una honda depresión y miedo, supusieron que probablemente
su padre había dejado algún entierro, y que desde ultratumba expresaba su de-
seo de que el tapado fuera descubierto para lograr su descanso eterno en la
otra vida.
Se dice que las personas que llegaron a vivir en la casa eran de origen
muy humilde, pues el padre se dedicaba a la zapatería de remiendo y la madre
a lavar ropa, pero encontraron un rico entierro que les permitió darse una vida
de boato y más tarde dirigirse a la costa, en donde se radicaron
definitivamente.
Sabedores de que por esos parajes habían vivido los gentiles, supusieron
que quizás había algún entierro, por lo que procedieron a cavar en el sitio en
donde habían visto salir las chispas. Efectivamente, a poco de haberse
entregado afanosamente a su tarea, encontraron una botija grande llena de
plata blanca brillante.
Mas cuando llegaron las otras personas, el tesoro se esfumó y sólo quedó
la botija llena de espuma.
LUGARES ENCANTADOS
Los cementerios, las "malas muertes"1 o los lugares en que habitaron los
gentiles, que no habían abrazado la religión cristiana y, por lo tanto, alcanzado
su salvación eterna, son lugares encantados, en donde se verifican hechos
sobrenaturales, como apariciones, luminosidades, ruidos, etc. que pueden oca-
sionar graves daños como el pachachare, la pérdida del ánima e incluso, en
ocasiones, la muerte.
Los niños de corta edad también pueden ser raptados por el duende del
puquio, cuando se encuentran solos por sus inmediaciones y sin la protección
de sus padres. Ya se trate de infantes o de doncellas, aun cuando
posteriormente fueran rescatados, quedarán bajo la impronta demoníaca,
hechizados y sojuzgados por el duende.
REFERENCIAS
8. Las cuevas de los cerros. Son sitios generalmente malos porque allí
vive el diablo.
10. Las pacchas. Son sitios malos porque se hallan poseídos por los
súcubos, que salen a tentar con su hermosura a los hombres.
11.l Los hornos. Son sitios malos porque están poseídos por los
duendes.
12. Los molinos. Son sitios malos porque están poseídos por los
duendes.
13. El panteón. Es sitio malo porque allí siempre ronda el diablo para
llevarse a las almas malas.
15. Los cerros Picuyo, Polulo, San Cirilo y Campanario. Rodean las
lagunas de Porcón por el lugar denominado Negritos. Conversan entre sí. El
Picuyo le dice al Polulo “Buenos días Cipra”, y luego le avisa el paso o tránsito
de algún "cristiano", con el objeto de que proceda a robarlo. Esto sucede en
tardes de mucha neblina y por las noches.
Cuando el hombre pudo escapar de las entrañas del Antibo, relató lodo el
mundo fabuloso que había visto y luego se quedó loco.
A partir de las seis de la tarde de esos días martes, los raros transeúntes
que se arriesgan a pasar por el lugar escuchan una voz de mujer que canta y
que llora. Si en estas circunstancias pasa algún cristiano, queda
automáticamente encantado o, en el mejor de los casos, la cueva le roba el
ánima, por lo que luego cae con el mal de espanto, enfermedad que solamente
se puede curar haciendo ofrenda a la cueva de la cuda, que consiste en dejar
en dicho lugar cualquier animal, de preferencia ovejas.
Tan abstraído se hallaba el guardia con estos raros sucesos, que cuando
clareó el día, se dio cuenta de que se hallaba por un camino distinto al que
debía seguir. Paso mucho tiempo, tras el cual, lleno de temor, pudo dar con el
sendero verdadero para continuar su viaje y salir de la quebrada. Cuando
consiguió este objetivo, le sobrevino una fuerte hemorragia nasal que lo dejó
aturdido por varios días.
En el Guitarrero, los días viernes, se reúnen los brujos para realizar sus
ritos mágicos, aprovechando las cuevas pequeñas que existen en dicho cerro y
que antes las verificaban ante las pictografías.
Dionisia Medina
Emiliano Flores
Víctor Arrivasplata
A poca distancia del distrito de Ninabamba, existe una zona boscosa conocida
con el nombre de la Montaña de Santa Rosa, que se encuentra poseída por el
diablo, razón por la que a ella acuden las personas que quieren compactarse.
Así mismo se dice que en esta cueva vive el Inca y que en las noches de
luna sale una "china"1 a bailar. Siempre al pasar por el Pungorume se debe
arrojar una cruz de palo; en caso de no hacerlo, el omiso sufrirá el mal de la
terciana.
27. El Gavilán. El cerro más alto que se tiene que coronar para llegar a la
ciudad, viniendo de la costa. A partir de las 12 de la noche, nadie puede pasar,
pues una luminaria impide el paso y además salen los diablos y un inmenso
bulto negro.
En este lugar, que queda en una hondonada, hay una huaylla o terreno
permanentemente húmedo y con ojo de agua. Los que conocen su fama tienen
miedo de pasar por allí en las noches de luna porque aparece un señor
elegante montado en una mula "enjatada", con las riendas y todo el apero
profusamente adornado con piezas de plata; en otras ocasiones, aparece un
fantasma parecido a un cura, por la vestimenta, pero sin cabeza.
a) Todos los cerros conversan por las noches y poseen mucha plata, más
que los hombres. Cuando los cerros se abren dejan salir la plata para que los
hombres la recojan.
b) Los cerros malos se abren por las noches para tragar a la gente y
llevarla a las entrañas de los infiernos.
Si, por desgracia, sin saber, algún cristiano se encuentra por las faldas del
Huamani en esos ratos, lo traga para siempre, pero sólo si no tiene plata; a los
que llevan plata no les pasa nada y pueden seguir tranquilos su camino.
La gente dice que ese gallito es guardián de los tesoros que los gentiles
han dejado enterrados en el cerro Cose, y que castigará a las gentes
ambiciosas que quieran sacarlos.
f) En los cerros malos caen los rayos, y lo mismo sucede en los lugares
donde hay gatos negros de monte (pumas).
Todas las cuevas son sitios malos, y cuando una persona penetra en
ellas, resulta con enfermedades graves como llagas y torceduras de cara, así
como con el susto, sordera, aire y el entecamiento (enflaquecimiento).
40. Lagunas
Las lagunas que tienen patos con las alas azules y muy brillantes son
lagunas encantadas y los cristianos no deben acercarse a estas dentro de las
horas malas.
Los vecinos del cerro Tolón cuentan que un día, a uno de los campesinos
más pobres del lugar se le perdió su única yunta, que era prácticamente toda
su riqueza, razón por la cual la buscó desesperadamente por todos los sitios
posibles, sin poder hallarla. En la noche del tercer día que estaba en plena
búsqueda, brilló en todo su esplendor la Luna llena, lo que aprovechó también
para seguir buscando a sus animales.