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Josd Revueltas

Dios en Ia tierr.a

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Ediciones Era

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INDICE

,/Dios en la tierra, 9 i
El coraz6n verde, 17
iLa conjetura, 35
Barra de Navidacl, 49 .

El quebranto, 55
Una mujer on la tierra, 73
Preferencias, 83
La venadita. 89
El hijo tento, 93
La soledad, 105
,El abismo, 119
Verde es el color de la esperanza, 129
La acusaci6n, 137
El dios vivo, 145
La caida, 151
iCuänta serä la oscuridad?, 163

Edici6n original: 1944 [Ediciones El lnsurgenre] Apöndice bibliogrdfico, 17l


Obras completas de Jos6 Revueltas
Primera edici6n: 1979
DR O 1979, Ediciones Era, S. A.
Avena 102, M6xico 13, D. F.
lmpreso y hecho en M6rico
I'ritttul und h[ade in Mexico

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DIOS EN LA TIERRA
. . . y, sin embargo, estoy seguro de que el
hombre nunca renunciari a[ verdadero su-
frimiento; es decir, a la destrucci6n y al
caos'
Dostoievski

La poblaciön estaba cerrada con odio y con piedras. Cerra-


da completamente como si sobre sus puertas y ventanas se
hubieran colocado läpidas enonnes, sin {imensi6n de tan
profundas, de tan gruesas, de tan de Diogl Jamäs un emp€-
cinamiento semejante, hecho de entidades incomprensibles,
inabarcables, que venian..., lde d6nde? De La Biblia, del
G6nesis, de las tinieblas, antes de la luz. Las rocas se mue-
ven, las inmensas piedras del mundo cambian de sitio, avan-
zan un milimetro por siglo. Pero esto no se alteraba, este
odio venia de lo mäs lejano y lo mäs bärbaro. Era el odio
de Dios. Dios mismo estaba ahi apretando en su pufio la
vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos, entre sus
descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un descrei-
do no puede dejar de pensar en Dios. Porque, ;qui6n si no
El? ;Qui6n si no una cosa sin forma, sin principio ni fin, sin
medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las
puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la
terquedad del mundo en nombre de Dios. Dios de los ej6r-
citos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible,
hostil y sordo, de piedra ardiendo, de sangre helada. Y eso
era ahi y en todo lugar porque El, segün una vieja y enlo-
quecedora maldici6n, est6 en todo lugar: en el silencio si-
niestro de la calle; en el col6rico trabajo; en la sorprendida
alcoba matrimonial; en los odios nupciales y en las iglesias,
subiendo en anatemas por encima del pavor y de la conster-
naciön. Dios se habia acumulado en las entrafias de los hom-
bres como s6lo puede acumularse la sangre, y salia en gri-
tos, en despaciosa, cuidadosa, ordenada crueldad. En el nor-
te y en el sur, inventando puntos cardinales para estar ahi,
para impedir algo ahi,, para negar alguna cosa crn todas las
fuerzas que al hombre le llegan desde los mäs oscuros siglos,

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puds un grito como un aullido de lobo perseguido, de fiera
rabiosamente triste:
Cristo Rey!
-3Viva

Los hombres entraban en sus casas con un delirio de eter-


nidad, para no salir ya nunca y tras de las Puertas aglome-
raban impenetrables cantidades de odio seco, sin saliva, don-
de no cabian ni un alfiler ni un gemido.

da. La, tomaron en prdstamo qui6n sabe dönde y prefieren


morir, como si fueran de paso por todos los lugares y les
diera un poco de vergüenza todo. Llegaban a los pueblos
s6io con cierto asombro; corno si se hubieran echado enci-
ma todos los caminos y los trajeran ahi en sus polainas de
lona o en sus paliacates rojos,, donde, mudas, arin queda- iCuändo llegarian?
ban las tortillas crujientes, como matas secas. Los oficiales Eran aguardados con ansiedad y al mismo tiempo con
rabiaban ante el silencio; los desenfrenaba el mutismo hos- un temor lleno de cdlera. lQue vinieran! Que entraran por
til, la piedra enfrente, y tenian que ordenar, entonces, el sa- el pueblo con sus zapatones claveteados y con su miserable
queo. bues Ios pueblos estaban cerrados con odio, con lä- color olivo, c_O_n las cantimploras vacias y hambrientos. iQue
-con cntraran! Nadie haria una sefial, un gesto. Para eso eran las
ririnai Oe odio, mares petrificados. Odio y s6lo odio,
como montaflas. se. Y el pueblo, repleto de habitantes,
federaies! federalesl do, como un pueblo de muertos, pro-
ll-os
-1los
Y ä esta voz era cuando las calles de los pueblos se orde-
naban de indiferencia, de obstinada frialdad y los hombres i,Cuändo y de qr6 punto aparecerian aquellos hombres
se morian provisionalmente, aguardando dentro de las ca-
de uniforme, aquellos desamparados a quienes Dios habia
maldecido?
sas hermdticas o dispalando sus carabinas desde ignorados
rincones.
El oficial descendia con el rostro rojo y golpeaba con el
cafi6n de su pistola la puerta inm6vil, bärbara.
coner!
-iQueremos todo!
-lPagaremos
La respuesta era un silencio duradero, donde se paseaban
los afios, donde las manos no alcanzaban a levantarse. Des- trataba de una saliva gruesa, innoble, que ya sabia mal,

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pensar, no tenia en el cerebro otra cosa que la sed.
-.1Si, mi. teniente, 6l
ahi'staba. .
nos mand6 aviür que con seguro

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E_ I profesor estaria, no cerca ni lejos del pueblo, para lle-
"""1fl1i"trä1H",,fff'H"r:1:
vados al agua, al agua buena, a la que bebian los hijos de
Dios.
De pronto aquellos hombres como que detenian su mar- ;Cuändo llegarian? ;Cuändo
cha, yä sin deseos. Pero siempre hay algo inhumano e ilu- opuestas, enemigas, diversamente
sorio que I voces, eterntmente, Y allä: una masa nacida en la furia
I no deja int Y entonces Ia peque-
fia tropa ac nte, en contra de Dios.
I
De Dios que habia tomado la forma de la sed. Dios. lEn
todo lugar! Alli entre los cactosn caliente, de fuego infernal
I
en no lo olvidasen nunca, nunca, pa-
ra
an en la frente de Medina y baja-
ba las sienes, hasta los brazos y la El teniente balanceaba la cabeza mirando c6mo las ore-
punta de los dedos: "a. . .gua, o. . .guä, a. . .gua. . .". lPor
qu6 repetir esa palabra absurda? ;Por qu6 tambi6n los ca-
ballos, en sus pisadas. . . ? Tornaba a mirar los rostros de

Entonces el grito de Ia tropa se dej6 oir, ensordecedor,


.rmpetuoso:
.- -iJaj-ajajay...!-y retumbd por el monte, porque aque-
llo era el agua.

dificiles.
. . cre€s que el profesor. . .?
.banEnenlalasperiferia de la masa, entre los hombres que esta-
-L.
Toda la pequefia tropa sinti6 un alivio, como si viera el casas fronteras, todavia se ignoraba qu6
era aque-
agua ahi enfrente, porque no podia discurrir ya, no podia llo. Voces s6lo, dispares:
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EL CORAZON VERDE
--iSi, si, si!
no, no!
-iNo,
1Ay de los vencidos! Aqui no habia nadie ya, sino el cas-
tigo. La Ley Terrible que no perdona ni a la vigdsima ge-
neracidn, ni a la centesima, ni al gdnero humano. Que no
perdona. Que jur6 vengarse. Que jur6 no dar punto de re-
poso. Que jur6 cerrar todas las puertas, tapiar las ventanas,
oscurecer el cielo y sobre su azul de lago superior, de agua
a6rea, colocar un manto pürpura e impenetrable. Dios est6
aqui de nuevo, para que tiemblen los pecadores. Dios estd
defendiendo su iglesia, su gran iglesia sin agua, su iglesia de
piedra, su iglesia de siglos.

I
täneo" salia.
Viva Cristo Rey. . .!
-lGrita
Los ojos del maestrb se perdian en el aire a tiempo que
repetia, exhausto, la consigna:
Cristo Rey!
-lViva
Los hombr-es de la periferia ya estaban enterados tambi6n.
Ahora se les veia el rostro ennegrecido, de animales duros.
dio agua a los federales, el desgraciado. . .!
-1l-es
lAgua! Aquel liquido transparente de donde se form6 el
mundo. ;Agua! Nada menos que la vida.
lTraidor!
-lTraidor!
Para quien lo ignore, la operaci6n, pese a todo, es bien
sencilla. Brutalmente sencilla. Con un machete se puede afi-
lar muy bien, hasta dejarla puntiaguada, completamente pun-
tiaguda. Debe escogerse un palo resistente, que no se guie-
bre con el peso de un hontbre, de "un cristiano", dice el
pueblo. Luego se introduce y al h de
las piernas, hacia abajo,, con vigor,
De lejos el maestro parecia un su
cstaca, agitändose como si lo moviera el viento, el viento
que ya corria, llevando la voz profunda, cicl6pea, de Dios,
que habia pasado por la tierra.

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