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“Cuando los niños nazcan con los ojos abiertos,

se aproximará el fin del mundo”.

Hesíodo
A los que luchan hasta el final,
sin esperar nada,
sólo porque su honor
se llama lealtad.

A los que nacieron


junto al fin del mundo,
en el Kaliyuga.

Y a mi perro Thor,
que nació y murió perro,
porque su honor también
se llamaba lealtad.

Miguel Serrano

Valparaíso
12 de Enero
del Año 113

LA CATASTROFE
Hoy es el día 25 de diciembre del año 2002, de la Era
Judeo-Cristiana. Los católicos celebran el nacimiento
de un Niño-Dios, al que llaman Jesús y que será luego
el “Kristos”. Por casi veinte siglos esto se ha venido
imponiendo, insistiendo, creyendo. Para los que
nacieron y vivieron en esta creencia, parecería
imposible pensar que no fue cierto, que nada de esto
sucedió, que ese edificio-templo milenario se
construyó sobre una mentira cuidadosamente
elaborada en sus comienzos y luego modificada y
proyectada por el Arquetipo.

Y es precisamente ahora, después de dos mil años de


haber impuesto al mundo ario de Occidente el más
terrible sentido de culpa por el asesinato de un
“Hombre-Dios” y, en su nombre, haber destruido
viejas culturas y civilizaciones paganas, aquí en
América y en todo el Orbe, que esos mismos
manipuladores, que esclavizaron el alma de casi toda
la tierra, anuncian que nada fue cierto, porque los
fundamentos de esa historia, de ese “cuento”, nunca
existieron. Y para ello se apoyan en las
investigaciones arqueológicas y antropológicas más
recientes.

Ni Abraham, ni Moisés vivieron de verdad; ni David y


Salomón fueron reyes. Jamás hubo cautiverio en
Egipto, mucho menos existió el cruce del Mar Rojo, ni
el derrumbe de las murallas de Jericó. Es decir, todo el
Antiguo Testamento es una invención, o una
falsificación. No hubo doce tribus de Israel, ni nada
semejante. Ahora bien, si el Antiguo Testamento es un
cuento, una historia imaginada, el Nuevo Testamento,
los Evangelios –que por fundamento tienen el
Antiguo-, también lo son. Si no existió Abraham, ni
Moisés, ni las Tablas de la Ley, ni los Diez
Mandamientos, menos habrán existido José, María ni
Jesús de Nazareth. Los evangelistas fueron los autores
de una “telenovela”, como se diría hoy; o bien, unos
hábiles “políticos”, conspirando para derrumbar los
imperios egipcio, persa y romano, pudiendo así
imponer una minoría, una tribu como de gitanos,
sobre el resto de los “animales de dos patas”,
valiéndose de la astucia y la mentira.
LOS RABINOS

Nos cuenta la prensa que la Sinagoga Unificada al


Judaísmo Conservador de los Estados Unidos de
América, en un documento oficial, cuestiona las
aseveraciones del Antiguo Testamento. David Lieber,
de la Universidad Judía de Los Angeles, en una
publicación llamada Etz Hayim (“Arbol de la Vida”),
basada en los últimos descubrimientos arqueológicos,
filológicos y antropológicos, cambia la versión de la
Biblia, página por página, y da a conocer cuarenta y
un ensayos de rabinos y académicos sobre los
pergaminos de la Tora. Lee Levine, un profesor de la
Universidad Hebrea de Jerusalén, declara que no
existen documentos egipcios que se refieran al
cautiverio de los judíos y que el Exodo nunca se llevo
a efecto, ni la conquista de Canaan, ni una Jerusalén
de David y Salomón. Por su parte, Robert Wexler,
Presidente de la Universidad del Judaísmo de Los
Angeles, autor de Mitología del Cercano Oriente,
sostiene que el Génesis no nace en Palestina,
pudiendo tener su origen en Mesopotamia (hoy Irak) y
en la epopeya de “Gilgamesh”. Así, tampoco nunca
existió Noé.

A todo esto también ha hecho referencia The New


York Times, en un artículo de Michael Massing, del 13
de marzo del 2002. Asimismo, un periódico de Canadá
publicó, en 1988, una crónica de Eliezer Oren, de la
universidad Ben Gurión, declarando que las
excavaciones realizadas en ochenta sitios de Jerusalén
contradicen las afirmaciones de la Biblia. Y en Der
Spiegel, de Alemania, en tres páginas, aparecidas en
junio de 1987, se llega a la conclusión que los libros
de Moisés son de “ciencia ficción”.

Podríamos continuar dando nombres de autores y de


publicaciones sobre este tema extraordinario que, sin
embargo, pareciera haber pasado desapercibido para
la mayoría de la gente, aunque no así, de seguro, para
una minoría de estudiosos y una élite de gobernantes,
que sustentan el poder en el mundo y que son los que
en verdad cuentan.

Tengo la esperanza de que alguien que lea estas


líneas, y para quien estoy haciendo el esfuerzo de
escribirlas, comprenda la inmensa gravedad de lo
sucedido. Por cerca de dos mil años se ha mantenido
al mundo viviendo, soñando, sufriendo, gozando,
matando y muriendo, construyendo sus vidas y sus
muertes sobre una mentira, sobre algo que no existió
nunca, sobre una leyenda y un mito cuidadosamente
elaborados. Y ahora, de pronto, los mismos que la
inventaron y sostuvieron en el tiempo, de la noche a la
mañana declaran que todo eso no existió, que fue
falso. ¿Qué los ha llevado a producir esta catástrofe,
casi simultánea y mucho peor que el derrumbe de las
Torres Gemelas de Nueva York?

Se piensa que las investigaciones científicas de los


arqueólogos y antropólogos del Medio Oriente puedan
haber inducido a los rabinos a apoyarlos con sus
declaraciones para no aparecer contrariando
irracionalmente las afirmaciones de la ciencia. Sin
embargo, no nos parece creíble, pues, con el enorme
poder en sus manos, bien podrían rebatir esos
argumentos arqueológicos, ignorarlos y hasta hacerlos
desaparecer, como en los siglos del pasado, con otras
certezas. ¡No! ¡Aquí hay algo más, mucho más terrible
y tenebroso!

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