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CRITICÓN, 86, 2002, pp. 73-96.

Sobre la problemática relación


entre Heliodoro y el Persiles y Sigismunda
de Cervantes: el motivo
de la comunicación lingüística

Máximo Brioso Sánchez


Universidad de Sevilla

Héctor Brioso Santos


Universidad de Alcalá de Henares

El redescubrimiento de la novela griega antigua en el siglo xvi y en particular el del


texto de Heliodoro representó una conmoción no sólo entre los teóricos sino también
entre los propios fabuladores literarios, y todavía durante el xvu se pueden seguir las
huellas de la influencia de esas obras. Es más, en una literatura como la española, la
presencia de Heliodoro en concreto alcanza su mayor peso durante las primeras
décadas de dicho siglo, seguramente porque la estructura y el lenguaje de su novela
podían inspirar todavía con más vigor a los creadores barrocos que a los renacentistas.
Se está de acuerdo en que la influencia de Heliodoro en el Persiles y Sigismunda o su
resonancia en varios momentos de obras diversas de Lope de Vega por esos mismos
años son, entre otros, indicios suficientes de esa boga de Teágenes y Cariclea. No cabe
hoy la menor duda de que esta novela satisfacía a principios del siglo xvu los gustos de
una minoría refinada y selecta1, que además se creía portadora de la verdad literaria

1 Éste es un punto en el que debe insistirse siempre y así lo hace, rectificando a quienes hablan de un
número muy elevado de citas, González Rovira, 1996, pp. 27 sq. Incluso entre los preceptistas del tiempo las

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por el hecho de que se apoyaba en una recta interpretación de la Poética de Aristóteles


elaborada a lo largo del xvi y con la que coincidía la práctica narrativa de Heliodoro,
que venía a sumarse así a modelos tan venerables como Hornero y Virgilio. Por ello no
puede sorprender, por ejemplo, que en el Persiles confluyan los ecos tanto de Virgilio
como de Heliodoro. La emulación simultánea del novelista Heliodoro, tenido por la
mayor excelencia de la épica en prosa, y de la Eneida es extremadamente coherente con
todos estos hechos y representa un empeño indudablemente dignificador en el texto
cervantino2.
Pero esta relación entre las Etiópicas de Heliodoro y Los trabajos de Persiles y
Sigismunda no deja de ser, a pesar de ello, muy problemática. En todo caso, la
emulación de Heliodoro por parte de Cervantes no debió parecer tan evidente ni mucho
menos muy lograda a un contemporáneo como Lope de Vega, el cual, en carta de 1626,
escribía que «[a] Heliodoro... no se le ha parecido ninguno de quantos le han
imitado»3. Y ha sido sobre todo la celebrada frase del propio Cervantes en el prólogo
de sus Novelas ejemplares de que su Persiles «se atreve a competir con Heliodoro, si ya
por atrevido no sale con las manos en la cabeza» uno de los elementos más
determinantes para la orientación de la crítica, persuadida de la realidad de esa
emulación y para cuya prueba ha tratado de acumular argumentos, de calidad científica
bastante desigual. Rudolph Schevill, en un ya viejo y todavía muy celebrado artículo4,
analizó el tema y sentó las bases de esa demostración. Schevill partió del hecho
incontestable de que la novela de Heliodoro representó para Cervantes un patrón de
relato largo de amor idealizado que no podía sino suplantar a los otros posibles pero
endebles modelos que había dado el relato de amor castellano del xvi. Aportó también
la observación, que parece en principio atinada, de que los influjos de Heliodoro sobre
el Persiles se circunscriben, en lo que se refiere al aparato de las aventuras y «roughly
speaking», a su primera mitad, al ser la sección de viajes por tierras ya bien conocidas
mucho menos susceptible de ello, por tratarse de una realidad más familiar tanto al
autor como al lector y en la que «the spirit ot its narrative finds a better parallel in the
Novelas exemplares, or in parts of the Galatea and of the Don Quixote than in
Heliodorus» (p. 15), una observación que coincidía plenamente con la ya anticipada
por otros estudiosos de que el texto cervantino ofrece dos mitades bastante bien
diferenciadas5. Schevill, en fin, trazó todo un cuadro de influencias, algunas de ellas

menciones son escasas y están limitadas «básicamente a dos cuestiones, poesía en prosa y principio in medias
res» (p. 28). En las pp. 27-44 se catalogan esas menciones con un intento de clasificación.
2
Como escribe Forcione, «in conceiving his epic in prose, Cervantes was attempting to solve the basic
aesthetic problems preoccupying contemporary theorists and to créate a masterpiece according to their
envisoned ideal of the hightest literary genre, the epic» (1970, p. 3).
^ Véase González de Amezúa, 1935-1943, vol. 4, carta 479, p. 89. No costaría nada imaginar que Lope
aún respiraba su animadversión habitual contra Cervantes, incluso años después de fallecido éste; pero en el
contexto de esa cita, donde la referencia a Heliodoro es muy apresurada y lateral, lo que le importa es el
elogio del poema del destinatario.
4
Schevill, 1907, pp. 677-704.
5
Lozano Renieblas apunta sin embargo que esa división en dos grandes secciones es más bien el
producto de un fracaso de la crítica, al no poder dar cuenta satisfactoriamente del problema del tiempo en el
relato (1998, p. 12). Una tesis que nos parece bastante discutible. No hay duda de que Cervantes planteó su
obra con este contraste, con dos geografías y otros muchos rasgos diferenciales. Otra cuestión es que algunos

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muy generales y más de una, como veremos, francamente dudosa. Y mucho nos
tememos que la autoridad del gran hispanista y el carácter aparentemente decisivo de su
trabajo hayan asentado la idea de que el tema estaba definitivamente zanjado o, a lo
sumo, sólo requería ciertos retoques o añadidos de tono menor. Así, un artículo como
el de Martín Gabriel6, que en su día pudo ser una especie de programa para un examen
más profundo del influjo de Heliodoro en nuestras letras y que, en realidad, se limita a
unas generalidades, cuando no introduce como hechos probados pormenores muy
discutibles, apenas resiste una mínima lectura crítica, y desde luego nos muestra un
camino que debemos evitar. Pero aún es más discutible, según nuestro parecer, la
ocurrencia de un autor como Stanislav Zimic, el cual apunta en referencia al Persiles (y
también, de paso, a El amante liberal) que Cervantes habría practicado una «detenida y
sutil crítica» respecto a «las debilidades y tendencias más cuestionables de la novelística
bizantina y sus limitaciones modernas», siendo la primera de esas dos obras, en
concreto, «una sistemática emulación y, a la vez, parodia de ese género literario»7. Al
parecer, Zimic no tiene muy claras las bases sobre las que se sustenta la emulación
clásica, que Cervantes en cambio muestra conocer muy bien y que presuponen, por
inspirarse en un modelo antiguo, la puesta al día de ese modelo, como hace Virgilio
respecto a Hornero en su tratamiento de una épica romana8. Además, si quisiéramos
apurar las consecuencias de la visión de Zimic, se daría un muy hipotético paralelismo
entre la relación del Quijote y los libros de caballería, de un lado, y, de otro, el Persiles
y su modelo griego, entendiendo por éste ese mundo tan confuso para muchos
hispanistas de la mal llamada novela bizantina9.
De vuelta a Schevill, éste no tiene la menor duda de que Cervantes leyó una
traducción al castellano de Heliodoro, más probablemente la primera, la anónima de
Amberes (1554), y tal vez en su reimpresión de Salamanca (1581), conocida tras su
regreso del cautiverio, aunque naturalmente no puede descartar que tuviese acceso ya
de joven a aquella más antigua (p. 696)10. Acorde con estos postulados, Schevill señala
una influencia temprana de Heliodoro en La Galatea11, lo que es más que dudoso. Pero

estudiosos hayan exagerado esas diferencias, y esto atañe, como se verá, al tema de la propia influencia de
Heliodoro.
6 Martín Gabriel, 1950, pp. 215-234.
7 Zimic, 1989, p. 141. Véase igualmente del mismo autor 1970.
8 También yerra en su interpretación Martín Gabriel al escribir que en la tan traída y llevada expresión
«competir con Heliodoro» de Cervantes «no hay ironía que valga, sino un sincero deseo de aventajar al que
era considerado entonces maestro en el difícil arte de la novela» (1950, p. 226). Sobre el concepto de
emulación tal como era practicado por Cervantes puede encontrarse una visión mucho más ajustada en
Lozano Renieblas, 1998, pp. 16 sq., aunque nosotros sustituiríamos también su término «superar» por «estar
a la altura». Su comparación con la postura de Núñez de Reinoso es muy ilustrativa.
9 De hecho, para la época que nos ocupa, los más antiguos novelistas griegos conocidos (Caritón y
Jenofonte de Éfeso) no deben contar aún; en cuanto a Longo, su influencia era todavía más que discutible. El
ámbito, pues, de la novela griega en el momento de Cervantes se reducía prácticamente a Aquiles Tacio y
Heliodoro.
10
Un estudioso reciente como Close zanja este tema, aunque sin argumentación alguna y a favor de ¡a
traducción de Fernando de Mena: véase 1998, vol. 1, p. LXIX. Y lo mismo hace, por citar otro ejemplo, Riley,
1997, p. 54, con un «probablemente».
1
' Y lo repetirá con su vaguedad habitual Martín Gabriel, que ve en el episodio de Timbrio, en el libro V,
«una novela bizantina en pequeño, de puro corte heliodoriano» (1950, p. 233). La cita de Mayáns y Sisear

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ahora nos importan más las dependencias que Schevill cree observar en el Persiles,
dependencias que concentra en unos pocos aspectos principales que de modo
esquemático y resumido son los cuatro siguientes: la entrada in medias res, lo que
conlleva el carácter enigmático de una parte del relato, cuyas claves sólo se irán
revelando al avanzar la narración; el encadenamiento de episodios, típicos de las
novelas griegas, en los que héroe y heroína logran siempre salir airosos de riesgos y
desventuras; la contraposición entre individuos que, unos, representan el bien y, otros,
el mal, lo que significa un corte maniqueo de una realidad transida de idealismo y de
rígida moral; y, por último, pero de retorno de hecho al punto segundo, el propio
aparato de las aventuras. Lo cierto es que en buena parte estamos ante aspectos muy
genéricos, en consecuencia bastante débiles, y que a nadie se le oculta que igualmente
pueden llevar a rastrear influjos de otros textos, de la tradición literaria castellana en
concreto12. El mismo Schevill reconoció que esto era así y, además, que, en los detalles,
la inventiva cervantina o esas otras posibles influencias suponen una claro
distanciamiento respecto al supuesto modelo griego. Hechos como el encadenamiento
episódico citado y el aparato aventurero son, ciertamente, un hábito de las novelas
griegas, y no sólo de Heliodoro, pero se encuentran también en otros géneros en la
prosa de ficción del siglo xvi. Y reservas semejantes cabe oponer también a muchos de
los catorce puntos del catálogo de cuestiones de pormenor que Schevill expone en un
apéndice y que son de valor francamente muy desigual.
Respecto al comienzo in medias res, por referirnos a un ejemplo muy señalado,
de todos es sabido que no es raro en la épica clásica (ejemplos que acuden a la memoria
de todos son la Odisea y la Eneida) y es frecuente en la novela pastoril, por lo que a
nadie le sorprende hallarlo en La Galatea del mismo Cervantes, sin que haya de
achacarse en ésta a la influencia particular de Heliodoro13. De hecho, ese tipo de
comienzo abrupto había sido elogiado por los teóricos italianos (Escalígero, Tasso...)
en el xvi 14 , usualmente en relación con Heliodoro, y practicado en concreto por el
mismo Tasso en algún momento de su Gierusalemme liberata. Por tanto, Cervantes, en
rigor, pudo tomar la idea de cualquier fuente y no de modo directo de Heliodoro. Algo

que alega (de su Vida de Miguel de Cervantes (de 1737, reeditada en 1972]: «Lo que merece más alabanza es
que trató de amores honestamente, imitando en esto a Heliodoro») es una sentencia tan desorientadora como
para hacernos creer que la pastoril previa a La Galatea fue toda ella literatura de moral sospechosa.
12
Y no digamos nada de los rasgos que, en su afán de completar, pero a la vez de rectificar a Schevill,
expone Martín Gabriel y que, según él, irían más allá de lo puramente formal: «Además de la maquinaria
novelesca, los cambios escénicos, el modo de presentar los personajes y la total ausencia de análisis
psicológico de los caracteres, existe el fino idealismo de que hablamos. Coinciden también en su indulgencia
al discurrir sobre la vida humana, en el esmero por evitar los finales demasiado violentos, en la moral pura
que emana de la conducta de sus protagonistas y en la intención genial del final simbólico» (1950, p. 230).
13
Por citar otros casos, también tienen un inicio abrupto un texto como la Historia de los amores de
Clareo y Florisea de Núñez de Reinoso y ese otro de tan difícil clasificación que es El peregrino en su patria
de Lope, en el que también se ha creído ver influencias de Heliodoro, con escasos argumentos en nuestra
opinión, pero que a su vez influyó en el Persiles: véase Osuna, 1970, sobre todo pp. 421-427. Que, por otra
parte, en el comienzo del Persiles, según han apuntado algunos, haya una reminiscencia o incluso una mayor
semejanza con la historia de Ingenia entre los Tauros y su encuentro con su hermano Orestes, que Aristóteles
utiliza como ejemplo en su Poética (ver Riley, 1981, p. 292), nos parece otra relación literaria etérea y no
alegable en serio.
14
Véanse citas en Forcione, 1972, pp. 17 sq.

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distinto es que, como en Heliodoro, el inicio in medias res sea la base para la estructura
entera de la obra, además de otras varias semejanzas que pueden hallarse articuladas
con ese comienzo, como se ve, en el Persiles, por ejemplo, con el episodio de la lucha
entre los bárbaros, que se narra en el capítulo cuarto del libro primero, confrontada con
la batalla que se entabla entre los piratas en Heliodoro y que se narra por boca de
Calasiris en 5.31 sg.15. Pero este paralelismo escapó al atento ojo de Schevill, que se
detiene en cambio en aspectos mucho más discutibles, a diferencia de lo que sucede con
• Forcione, que escribe al respecto: «A glance at the Persiles reveáis that Cervantes' major
debt to Heliodorus and the theorists who analyzed his methods lies in his use of delayed
.exposition both through the in-medias-res beginning in his introduction of individual
narrative threads and in the subséquent fragmentation of their development by the
introduction of other threads. The process is visible both in the major Une of narration,
the adventures of the protagonists, whose identity and motives are not fully disclosed
until the final chapters of the work, and in the numerous secondary Unes of narration,
the épisodes»16.
De otra nota concreta tan llamativa, dentro del catálogo citado, como la de que
ambos héroes pasen por hermanos en el texto cervantino, el mismo Schevill en su
edición admitió ya que podía provenir, por ejemplo, de La isla bárbara, una comedia
compuesta probablemente en torno a 1589 y cuyo autor, Miguel Sánchez, sabemos
además que Cervantes conocía17. Del mismo modo, añadimos, su origen podría estar
tanto en Heliodoro18 como en Ñúñez de Reinoso, en cuyo Clareo y Florisea (1552) no
sólo sus dos protagonistas pasan por tales (pp. 97 y 109 sq.), sino que incluso la
narradora Isea se hace pasar por hermana de Clareo (pp. 135 y 137)19. Y rasgos como
la hermosura incomparable de las mujeres, los relatos intercambiados entre los
personajes sobre sus andanzas y desventuras, las señales o prendas que servirán para un
futuro reconocimiento, la existencia de hechicerías y magias, las mentiras en situaciones
más o menos apuradas, etc., son demasiado vagos y de muy vieja raigambre como para
que no puedan tener procedencias muy diversas entre la herencia literaria accesible para
Cervantes. En cambio Schevill, curiosamente, no reparó, por ejemplo, en la relevancia
del papel de la heroína Sigismunda-Auristela, con una gran diferencia en este aspecto
frente a una tradición como la de los libros de caballerías, lo que bien podría derivarse
de Heliodoro, al menos en opinión de Riley20; tampoco lo hizo con el acusado contraste
'5 Es esa hábil y compleja construcción, que va más allá de los esquemas iniciales de la Odisea y de la
Eneida, la que convirtió a Heliodoro en el «óptimo exemplari», en palabras de Tasso citadas por González
Rovira (1996, p. 83), pero el principio estructural, según se apuntó, está ya en la Odisea, probable modelo de
Heliodoro, y en el poema virgiliano, así como en la teoría horaciana.
'6 Forcione, 1972, p. 19.
17
Schevill y Bonilla, 1914, p. xxxv, n. 2. En este mismo lugar se lee que en esa comedia «hay asimismo
naufragios, borrascas, islas despobladas, amantes que pasan por hermanos, un padre que busca a su hija,
peregrinaciones y otros lances...».
18
Zimic, 1974-1975, ha defendido esta solución en particular (pp. 43 sq.).
" Citamos por la edición de Jiménez Ruiz, 1997. Una cuestión distinta es aceptar una influencia
importante del texto de Núñez de Reinoso en el Persiles. Ya Osuna argumenta con buenas razones contra ella
(1970, p. 61).
20 1997, p. 56. Schevill sólo señala que, en la delincación de los personajes «Auristela falls behind
Chatiklea: for, while the latter is alive and interesting, the former is hardly more than beautiful, modest, and
long suffering, all of which are qualities both flimsy and conventional» (1907, pp. 692 sq.). Por nuestra

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entre la moralidad positiva de la historia principal y la frecuentemente negativa de los


relatos intercalados y de otros elementos obstaculizadores en el proceso hacia el
desenlace, lo que también puede tener sus raíces en la novela griega y muy en especial
en Heliodoro21.
Sea como sea, más allá de lo discutible de muchos de los paralelismos propuestos
entre el Persiles y la novela de Heliodoro, cualquier lector conocedor de ambos relatos
no puede resistirse a la impresión de que existe una relación innegable entre ellos. Es
más, la popularidad de Heliodoro, cuya cima el propio Schevill sitúa hacia las fechas de
la redacción del Persiles22, haría, como punto de partida e incluso sin la mencionada
alusión en la edición de las Novelas ejemplares, bastante inconcebible que Cervantes
desconociese ese texto, cuya lectura era obligada, no ya como la de unas páginas de
entretenimiento o de fina moral, sino como lección para todo interesado en la técnica
del relato de ficción en prosa, lo que nadie duda en el caso del alcalaíno. Pero, a la vez,
Cervantes ha rehuido todo servilismo, y ya la traslación de su geografía a dos ámbitos
(el Norte y la Europa occidental cercana) totalmente ajenos a Heliodoro es muy
significativa de su posición, que además, para una mayor dificultad en el análisis
comparativo, incluye un afán de combinar fuentes muy diversas. En esa línea de
pensamiento, hemos de entender su frase del prólogo de las Novelas ejemplares como el
reconocimiento de una deuda, interpretable como la emulación clásica, es decir, el
reconocimiento explícito o implícito de un modelo. La cuestión que debe plantearse es
si realmente existen en el Persiles algunos elementos tan relevantes, en su posible
vinculación a Heliodoro como tal modelo, que refuercen esa relación admitida por el

parte, creemos que ese relieve del papel de la heroína, inferior desde luego en peso al de Cariclea, puede
derivarse tanto de Heliodoro como de la propia novela pastoril, en la que los roles femeninos pasan a un
primer plano con alta frecuencia. Sobre la figura de Persiles-Periandro y su base también en Heliodoro véase
Cruz Casado, 1995. Sin embargo, no vemos en este artículo argumentación alguna a favor de unas supuestas
afinidades «en no menor medida» con el Clitofonte de Aquiles Tacio (p. 66), a no ser que se trate de los
mismos rasgos, lo que sería un error, puesto que Clitofonte como héroe esencialmente burgués es un
personaje bastante divergente del tipo representado por Teágenes. Nosotros al menos no vemos ningún
aspecto en que en particular se puedan asociar Clitofonte y Persiles.
2
' Véanse las ideas desarrolladas por De Armas Wilson, 1991. Otras observaciones sobre contrastes
semejantes, si bien desde una perspectiva distinta, pueden leerse en la introducción de la versión de Molho,
1994. Schevill se limitó a señalar y muy de pasada que «in both novéis there is an occasional opposition
between the powers of virtue and vice, of good and evil, personified in people who hazily cross the scène and
leave little impression on the reader» (1907, p. 693), loque no es sino una visión muy superficial del tema.
22
El erudito citado sitúa en torno a 1615 y, más en general, entre los finales del xvi y las primeras
décadas del xvn la etapa culminante de esta popularidad: menciona datos tan significativos como la relevante
cita en La dama boba de Lope de Vega, de aquel mismo año, o Las fortunas de Diana, que se escribe hacia
1620 (aunque editada en 1621), o el drama de Montalbán de pocos años después (1907, pp. 677-679, véase
también p. 684). Digamos de paso que esa apreciación, muy justificada, de Schevill coincide con los datos
que leemos en Beardsley, 1986: durante el xvi Heliodoro es, en lo que se refiere a ediciones de versiones al
castellano y posibles reediciones, un autor bastante secundario, a pesar incluso del auge de la literatura de
imaginación en la segunda mitad de ese siglo; en cambio, hay una sucesión de reediciones entre 1614 y 1616
(por el contrario, la versión de Aquiles Tacio de 1617 no se reeditará), que muestra, como escribe Beardsley,
«a burst of enthusiasm» (p. 22) en torno a esta novela, lo que no debe dejar de ponerse en relación con el
empeño de Cervantes en reiterar por esos mismos años las referencias a su redacción del Persiles, a su
vinculación con Heliodoro y a su inminente impresión. Convendría a pesar de todo revisar otras influencias
de Heliodoro en los diversos géneros cultivados tardíamente en el xvii: véase ya en esta línea Barella, 1994.

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propio Cervantes y que a la vez signifiquen, como dato clave de la emulación, un


enriquecimiento de su texto y no una simple imitación. Así, la citada entrada in medias
res, pero no como dato aislado, sino por su consecuencia fundamental, la inversión,
sobre la base de las sucesivas rememoraciones, del orden del relato, del mismo modo
que su natural y bien buscada repercusión en el carácter enigmático que domina en el
argumento de ambas novelas, serían elementos estructurales de ese orden. La pregunta
es, por tanto, si es posible descubrir todavía algún otro indicio que, por su propio peso
y consecuencias en el texto cervantino, nos conduzca de modo bastante razonable a un
nivel semejante de emulación. Y creemos que sí existe este indicio.
Este hecho al que nos referimos es mucho más concreto y objetivo que la mayoría de
los apartados que enumerara Schevill. No estamos, debemos insistir, ante un motivo
anecdótico o, por ejemplo, un episodio suelto, cuya relación con Heliodoro pueda ser
debatida. Se trata de un hábito contraído por Cervantes en el Persiles y que desde luego
figuraba también ya, y muy llamativamente, en Heliodoro23. En ambos autores está,
además, evidentemente facilitado por el dato común de la larga peregrinación de sus
personajes y el contacto con gentes de diversos orígenes. Y arranca justamente de ese
concepto del viaje aventurero convertido en peregrinación, también coincidente en
ambos textos, y que lleva a experiencias diversas y a multiplicados encuentros y
pruebas.
La cuestión, en líneas generales, es la frecuente aparición de referencias al problema
de la dificultad comunicativa de los personajes que se expresan en lenguas distintas.
Este hecho, que con Canónica llamaremos «poliglotismo implícito», es bien diferente
del poliglotismo explícito en los textos literarios24: en nuestro caso simplemente se
alude a esa dificultad, sin que tengan por qué aparecer expresiones en la lengua que
hace de nexo o de barrera comunicativa o, más en general, en las lenguas que se
mencionan. El poliglotismo explícito está excluido de la novela griega, desde luego
también de Heliodoro, en tanto que el implícito apenas se plantea, o sólo muy
esporádicamente, en las novelas griegas previas a la de Heliodoro, que, en cambio, hace
de él un uso nutrido. Heliodoro es, pues, un profundo innovador en este aspecto. Los
héroes en esas otras novelas viajan igualmente por tierras extrañas y contactan con
gentes diversas, pero raramente se menciona que no haya comunicación verbal o que
ésta resulte problemática porque sus lenguas sean distintas. La hipotética dificultad
suele resolverse del modo más convencional posible, no aludiéndose a ella. Y es
Heliodoro el que precisamente convierte aquellas menciones, muy esporádicas y nada o
apenas señalables en sus antecesores en el género, en un fenómeno de presencia en
cambio muy abundante y, lo que es todavía más relevante, capaz de ser utilizado como
un sistema con muy diferentes funciones en el relato. En ese mismo artículo25 se
analizan las teorías que han tratado de explicar la presencia de este hecho particular en
el relato de Heliodoro y se aportan algunas precisiones en una discusión que aquí no es
preciso recordar. Lo único que debe destacarse ahora es que en Heliodoro este recurso,

23
Uno de nosotros ha estudiado este recurso en la novela griega y particularmente en Heliodoro en un
artículo de próxima publicación al cual remitimos al lector para una comprensión más amplia del tema:
Brioso Sánchez, 2003.
24 Véase Canónica, especialmente 1994.
25
Brioso Sánchez, 2003.

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en su origen, representa seguramente la expresión de un trasfondo más cultural que


literario y que tiene mucho que ver con la reivindicación en cierto momento, dentro del
Imperio Romano, de algunas diferencias entre las distintas colectividades que lo
integraban. Digamos, para simplificar, que de algún modo subyace ahí una
reivindicación nacionalista, que hacía que lenguas marginadas por el empuje del latín,
pero, sobre todo, del griego en Oriente, aflorasen o pretendiesen al menos aflorar en
modesta pero real competencia.
Una explicación de este tipo podría parecer que, en principio, no atañe al
comportamiento de Cervantes en el Persiles (y en algunos otros textos cervantinos
tardíos): de ahí que una primera interpretación corra el riesgo de reducir el fenómeno a
puro recurso literario o, incluso, a mera imitación de Heliodoro, un tanto vacía de
sentido propio. Tampoco creemos que sea válido el argumento de que se trata de un
hecho simplemente equiparable al del poliglotismo explícito, que a su vez se puede
explicar, por ejemplo, como un elemento de ornato pedante y que quizás por ello es
empleado tan parcamente por el alcalaíno incluso en su teatro, por contraste, en
especial, con su contemporáneo Lope de Vega26. No hay duda de que Cervantes, con el
recurso del poliglotismo implícito, revela en esos textos un grado de concienciación
lingüística distinta justamente de la expresada en el tópico del poliglotismo explícito y
bastante nueva en comparación con la literatura española que le precede (luego nos
referiremos sin embargo a algunos posibles antecedentes), por lo que precisa de alguna
justificación propia. Su situación, pues, no es muy diferente de la de Heliodoro, como
caso aislado respecto a sus antecesores novelescos. Y por ello cabe preguntarse si existe
esa justificación, que no excluiría desde luego la de la influencia de Heliodoro. Si es así,
éste habría actuado sólo como acicate mimético, despertando en Cervantes la necesidad
de la insistencia en el hecho lingüístico y precisamente por la vía implícita, frente al
artificio de la explícita o la pura convencionalidad del silencio. Nosotros no
pretendemos sentar cátedra en este punto nada fácil, sino sólo recomendar la relectura
de unos pasajes del Erasmo y España de Bataillon27, en los que se recalca cómo, por
esos años en que Cervantes escribe emulando a Heliodoro, el tema de las lenguas y en
concreto de las vernáculas es ya de extraordinaria importancia, en un mundo en que el
luteranismo y el erasmismo, la cuestión de las traducciones de la Biblia, etc., eran
materias pendientes y relevantes focos de atención. Y todo ello no quita para que el
instinto literario de Cervantes le advirtiese del valor de este recurso que, bien utilizado y
en contextos idóneos, permitía dar un color peculiar a un tipo de relatos en que el
horizonte geográfico fuese dilatado28. Ese color revela a su vez y en este punto concreto

26
Véase el exhaustivo estudio de Canónica, 1991.
27
Véanse pp. 621 sq., 692 sq., 779, etc.
28
De los pocos estudiosos que han concedido alguna importancia a este rasgo llamativo del Persiles,
aparte de Canónica, hemos de citar, en fecha anterior, a Morón Arroyo, el cual, dentro de su teoría del todo
o la universalidad extensiva en el Persiles, dedica a la preocupación cervantina por las lenguas un breve
espacio (1976, pp. 168 sq.), pero sin profundizar en la cuestión y desde luego sin relación alguna con
Heliodoro; e igualmente a Moner (1990), que lo toca sólo de paso y en relación con su interés por el tema de
la traducción; en fecha posterior, a De Armas Wilson ( 1999, en particular pp. 49 sq.), donde también muy de
pasada se alude al carácter «transnacional» del texto y la internacionalidad de los personajes del Persiles, así
como al multilingüismo de su protagonista masculino. Más adelante mencionaremos algunas otras
publicaciones referidas asimismo de modo pasajero al tema. Sin embargo, mucho más recientemente, Hegyi le

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LA COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA EN CERVANTES 81

una pretensión de realismo, el empeño en una pormenorización escrupulosa, típica de


un modo de narrar en el que los detalles se cuidan hasta el extremo y la verosimilitud de
lo contado se acrecienta. Pero, y no hace falta advertírselo al lector del Persiles,
Cervantes, en el uso de este motivo y en esta obra, incurre también en un abuso
barroco. No le bastan unas pinceladas esporádicas para mostrar su preocupación por el
tema lingüístico; riega partes enteras del texto de nutridas referencias, en tanto que en
otras, quizás fatigado de la atención prestada o temeroso de hastiar al lector, se
comporta de un modo mucho más convencional. Esto ocurre también, según se verá, en
ciertas circunstancias en que la alusión lingüística hubiera complicado demasiado el
propio relato y en que, por el contrario, el silencio al respecto aportaba una mayor
comodidad para el narrador y, por de contado, para el lector. Heliodoro, por su parte,
es mucho más moderado en el empleo de este recurso, siendo también cierto que el
peregrinaje de sus héroes es mucho más limitado que el de los cervantinos y sus
contactos con gentes diversas igualmente mucho menos frecuentes y variados. De ahí
que en Teágenes y Cariclea el uso del motivo tenga una mayor naturalidad que en el
Persiles, y esto se percibe del mismo modo en una casi total exclusión de esa
convencionalidad que en el texto de Cervantes representa una pausa bienvenida y
relajante.
Si bien, como veremos, existen algunos pocos textos previos en la literatura española
(e italiana) que conocen el citado motivo, y que cabría por ello pretender que pudieran
haber servido de modelos en este punto a Cervantes en lugar de Heliodoro, en nuestra
opinión la hipótesis de que el autor del Persiles lo toma precisamente de éste es mucho
más razonable y convincente. La verdad es que no se ha llevado a cabo un estudio
detenido del poliglotismo implícito en esa literatura previa, pero algunas observaciones
permiten un cierto nivel de confianza frente a cualquier propuesta en aquel otro
sentido. En los tres tipos de relatos de ficción más practicados durante esa etapa
precervantina, la novela pastoril no merece tenerse en cuenta puesto que su geografía
limitada descarta los grandes viajes y la posibilidad de encuentros lingüísticamente
significativos (después veremos alguna excepción y precisamente en La Galatea); la
novela sentimental tampoco es, en general, un testimonio relevante; y desde luego en la
de caballerías, salvo muy raras excepciones, a pesar de su geografía dilatada y variable
pero que a la vez tiende a una presentación imaginativa e idealizante, no suele
encontrarse interés alguno en reseñar qué lengua hablan sus personajes. Los caballeros
pueden, por ejemplo, emprender el tópico viaje a Constantinopla o visitar tantas islas o
regiones donde enfrentarse a otros semejantes o a criaturas extraordinarias, pero se
desplazan sin preocuparse de si serán entendidos o no en esos parajes. Hay, sin
embargo, un caso excepcional, el del Amadís de Gaula de Rodríguez de Montalvo, que,
precisamente por escapar a esta tendencia negativa, merece que le dediquemos un breve
espacio.
A decir verdad, esta posición aparte del texto de Rodríguez de Montalvo revela ser
bastante limitada. Las alusiones a las lenguas se concentran esencialmente en el libro III,

ha consagrado un artículo e incluso ha apuntado a la influencia de Heliodoro, por lo que en adelante


habremos de referirnos de modo especial a este trabajo (1999). Estas páginas estaban ya bastante elaboradas
cuando llegó a nuestro conocimiento el artículo de Hegyi, que no es sino una aproximación a nuestro asunto
y con el que mostraremos nuestro desacuerdo en ciertos puntos concretos.

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82 M. BRIOSO S Á N C H E Z Y H . BRIOSO S A N T O S Criticón, 86, 2002

justamente en la ida y vuelta de Constantinopla, pero, o bien se reducen a términos muy


generales, o son simplemente referencias las más de las veces muy aisladas. En el
capítulo LXVIII de ese libro leemos que en una tropa «havía muy estraños hombres y de
lenguajes desvariados» (II, p. 81)29, y en el LXXV Amadís igualmente habla de «passar
por muy estrañas tierras y gentes de lenguajes desvariados» (II, p. 200). Una mención
concreta y aislada se da en el capítulo LXXII, donde Rodríguez de Montalvo escribe: «El
cavallero del Enano, comoquiera que el lenguaje de la doncella era alemán, entendióla
luego muy bien, porque él siempre procurava de aprender los lenguajes por donde
andava» (II, pp. 146 sq.)30. El mayor número de alusiones se acumula en el largo
episodio que termina con la liberación de Oriana y en el que Amadís adopta un nuevo
papel, el del «cavallero Griego», que le obliga a ciertas simulaciones. Así, en el capítulo
LXXVIII se presenta al conde Argamón como capaz de entender el griego, porque, según
se explica, había vivido en Grecia un tiempo (II, p. 255), y es que Amadís, ya en su
nuevo papel, hablará efectivamente en esa lengua (p. 259). En los preparativos de la
justa el rey Lisuarte no le entenderá desde luego, pero sí Argamón. La situación se
repite en pp. 261 sq., con Argamón de obligado traductor, y a lo largo de la justa, en el
capítulo LXXIX, en que Amadís fingirá no entender lo que se le dice. Y todavía en el
capítulo LXXVIII de ese mismo libro y dentro de esa misma táctica engañosa se envía a
una joven «que era buena y entendida y sabía ya cuanto del lenguaje francés, lo cual el
rey Lisuarte entendía. Y diéronle un escrito en latín ... y mandáronla que no fablasse ni
respondiese sino por el lenguaje francés» (p. 249), todo ello como parte de la
simulación citada, con una función de engaño que precisamente, según veremos, no se
puede decir con propiedad que sea practicada también por Cervantes en el Persiles,
aunque sí lo es por Heliodoro. Dentro de esa táctica engañosa tiene una parte relevante
esa joven embajadora que, en los capítulos LXXVIII-LXXX, por dos veces (pp. 263 y 278)
expresará en francés, de modo que sólo Lisuarte la comprenda, los recados de Amadís.
En esta obra, sin embargo, el viaje de Constantinopla, como era lo usual, no representa
dificultad lingüística alguna, sujetándose el refundidor al tópico del silencio. Y desde
luego hay casos de clara convención, como el referido al conocimiento, no justificado,
del francés por parte de Esplandián (capítulo LXXVIII, p. 250). Y no hace falta decir que
las alusiones a inscripciones como las que lleva Esplandián en su pecho o se leen en una
ermita, unas y otras en griego y latín31, representan una cuestión diferente y desde luego
otro hecho aislado en la novela. No obstante, se ha de resaltar ese novedoso empeño en
hacer del caballero protagonista un lingüista avezado, según se insiste en p. 657: «Y
Amadís comencó a leer. Que en el tiempo que anduvo por Grecia aprendió ya cuanto
del lenguaje y de la letra griega, y mucho dello le mostró el maestro Elisabad cuando
por la mar ivan, y también le mostró el lenguaje de Alemana y de otras tierras. Los
cuales muy bien sabía, como aquel que era gran sabio en todas las artes y avía andado
muchas provincias». No es imposible en absoluto que Cervantes haya recordado estas

-9 Citamos por la muy accesible edición de Avalle-Arce, 1991.


30
Avalle-Arce, que en varias ocasiones señala en las notas de su edición esta curiosidad del texto de
Rodríguez de Montalvo, comenta exageradamente este pasaje: «El obsesionante interés por la lingüística del
refundidor ahora se ha contagiado al propio Amadís». No hay desde luego tal obsesión ni referencias
sistemáticas en la obra.
31
Véase vol. 2, pp. 54, 137, 142 y 267, para las primeras, y pp. 657-660, para las segundas.

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LA COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA EN CERVANTES 83

notables dotes lingüísticas de Amadís al imaginar la figura de Persiles, pero se debe


insistir en que la presencia de las lenguas y del problema de su comprensión no es, a
pesar de lo que pueden hacer pensar esas citas, un hecho de relieve en este extenso
relato caballeresco y menos un sistema complejo y nutrido de referencias, como sí io es
en Heliodoro y en el Persiles. Se trata, por el contrario, de un fenómeno raro y aislado,
y un indicio suficiente de esto es que, cuando terminan con el final del libro III las
simulaciones de Amadís, et motivo lingüístico deja de tener una función. La distancia,
pues, respecto al Persiles es muy grande y, aunque a la atenta mirada de Cervantes
pudo no escapar esta originalidad de un libro de caballerías que él conocía bien 32 , es
muy improbable que imitase precisamente un motivo como el lingüístico de un texto en
el que estaba tratado tan esporádicamente. La excepción del Amadís es, por tanto, un
hecho que debe contemplarse en su propia limitación, coherente ésta con la perspectiva
con que se escriben los relatos de ficción en prosa a lo largo del siglo xvi. Los tres
géneros novelescos citados concuerdan, en efecto, y en líneas generales, en su
despreocupación respecto a un hecho de franco pragmatismo como es éste. Los tres
tienen en común, a diferencia de lo que ocurre en la novela griega antigua, un carácter
muy escasamente urbano, y de ahí tal vez la mínima o nula posibilidad de la presencia y
desarrollo de este elemento que, en el caso griego, termina cuajando en Heliodoro. Pero
creemos que es mucho más decisivo el que los tres géneros mencionados representaban
verdaderas instituciones literarias, con sus propias normas y convenciones muy
arraigadas, por lo que la introducción de un elemento nuevo como el que estudiamos
era trabajosa e improbable.
Otro texto digno de señalarse, pero que no es nada verosímil que Cervantes pudiera
conocer, puesto que permaneció inédito varios siglos, es el del Viaje de Turquía3*, en el
cual, en una atmósfera preñada de elementos muy realistas, no son raras las referencias,
explícitas e implícitas, al motivo de las lenguas. Sin embargo, aparte de esa grave
dificultad aludida, las diferencias abismales entre este libro tan particular y el Persiles
hubieran hecho tal vez aún más improbable, de conocer Cervantes el Viaje, el que éste
fuese modelo de aquél. Ambas obras, el Amadís de Montalvo y el Viaje de Turquía, son
llamativamente excepcionales en este tema, pero incluso así no bastan para permitir una
defensa del origen del motivo en el Persiles y en otros textos cervantinos que deje fuera
de nuestra atención a Heliodoro.
Por otro lado, aunque aquí no se trate sino de un hecho muy secundario, tampoco
está de más que señalemos que el mismo poliglotismo explícito es un factor de escasa
presencia en la prosa previa al Barroco. Canónica, en la Introducción a su libro de
1991, muestra el contraste entre este comportamiento de la prosa y el muy receptivo del
teatro. Y sólo puede citar como excepciones (p. 18) algunos textos en los que «el
recurso a las lenguas extranjeras tiene casi siempre una función evocatoria de los
ambientes exóticos», como ocurre de nuevo en El viaje de Turquía, en la Segunda
Celestina de Feliciano de Silva (de 1534) o en El cortesano de Luis Millán (de 1561).
Por su parte, Hegyi, sin referirse en absoluto a un caso tan interesante como el del

32
Y del que ¡mita diversos aspectos: véase, por ejemplo, de la edición citada de Schcvill y Bonilla,
pp XXIX-XXXI, pero donde no se alude a esta otra posibilidad de imitación que señalamos
33 Aunque no debe dejarse de lado la circulación que tenían en la época los textos manuscritos: ver
Bouza, 2001.

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84 M. BRIOSO SÁNCHEZ Y H . BRIOSO SANTOS Criticón, 86, 2002

Amadís, aduce unos pocos relatos del Decamerón «as a précèdent», en particular los
cuentos 7 y 2 de las jornadas Segunda y Quinta respectivamente34, pero de las funciones
a las que aludiremos luego ni en Heliodoro ni en Cervantes existen apenas rastros
excepto de la más común, que es la de la incomunicación lingüística. Y el motivo tiene
desde luego en Boccaccio un uso muy simple, y está demasiado esporádica y
pobremente tratado como para poder haber servido de digno precedente para su uso en
el Persiles.
La comunicación/incomunicación lingüística es un hecho complejo porque afecta
inapelablemente al intercambio de ideas y a la expresión de los sentimientos, y no debe
sorprender que en algunos textos literarios haya sido aprovechada como motivo en bien
de la dramatización o de determinados aspectos arguméntales. Así, en otro relato
cervantino tardío, La española inglesa, es esencial que su protagonista, Isabela, a la vez
que aprende una nueva lengua mantenga el conocimiento de su antiguo idioma, en
tanto que en el relato de Heliodoro ocurre lo contrario, al adquirir la joven Cariclea el
dominio del griego y perder el de su nativo etíope. En el caso del Persiles las lenguas
que con frecuencia sorprendentemente comparten los personajes, hasta crear un
entramado de poliglotismo implícito muy complejo, son un elemento de relación que
permite la existencia de una microsociedad errante por un mundo vario y extraño, que
deja así de ser extraño en virtud precisamente de ese dominio común de lenguajes
diferentes. Véase, por ejemplo, la facilidad con que se incorporan al grupo peregrino
unas damas francesas, simplemente porque hay de por medio una cómoda relación
comunicativa (p. 368)35. Si la humanidad del mundo es viable, parece decirnos
Cervantes, es porque las gentes, incluso a través de una geografía diversa y entre muy
diversos intereses, pueden comunicarse. Con lo cual se nos hace evidente que el motivo
lingüístico no es un tema accidental en la planificación del Persiles. A ello apunta
también la pintoresca academia de las lenguas en el monasterio de Santo Tomás (p.
470), sobre la que volveremos y que explica el origen de esa facilidad comunicativa en
los personajes principales, y lo confirma el que sólo los bárbaros queden excluidos de
esa sociedad, porque pertenecen a un ámbito marginal e incivilizado con el que apenas
cabe comunicación lingüística sino por la vía de un intérprete o a través del pobre
lenguaje de las señas. En el caso de Heliodoro, también existen colectivos marginados,
como los bandidos del Delta del Nilo (véase 1.3.2) o el vulgo etíope, por el que vela
comunicativa e ideológicamente una minoría privilegiada que domina el griego, los
monarcas y los sacerdotes, que son su luz espiritual y sólo a través de los cuales pueden
participar de los sorprendentes acontecimientos que se producen en el último libro y
entenderlos, pero únicamente en la medida en que se lo conceda y lo tenga a bien dicha
minoría dominante. El arma de las lenguas es, en fin, un fenómeno social y cultural que
la literatura puede aprovechar como un medio expresivo e ideológico, por lo que no es
extraño en modo alguno que haya que esperar a que se revele en su plenitud en textos
tan madurados como el Persiles o, en el mundo antiguo, la novela de Heliodoro. En
ambos contribuye a ofrecernos una visión del mundo.

34
1999, pp. 226 sq.
35
Utilizamos la edición de Avalle-Arce, 1969.

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LA C O M U N I C A C I Ó N LINGÜISTICA EN CERVANTES 85

Ahora bien, el lector del Persiles, si repara en la presencia de este hecho en el texto,
tal vez lo atribuya simplemente a la variedad geográfica por la que discurre el relato. Si
se nos lleva a estar entre bárbaros, es comprensible que se escriba que éstos hablan en
un lenguaje propio de bárbaros; si se encuentran personas de distintos orígenes, puede
aludirse también lógicamente a que hablan lenguas distintas. Todo ello es muy simple y
esta interpretación podría ser satisfactoria, llevándonos a descartar que haya ahí
problema alguno y menos una cuestión de intertextualidad novelesca. Pero ésa deja de
ser una solución convincente cuando se recuerda que lo usual en los relatos de ficción es
el mero y cómodo recurso a una convención, según la cual las distintas lenguas no
suelen ser un problema que haya de mencionarse (a no ser en casos muy concretos y
con algún fin particular, como se ha visto en el del Amadís de Gaula) y mucho menos
una cuestión que los novelistas mencionen con frecuencia, tomada como un elemento
básico del horizonte social del relato. Heliodoro y Cervantes en el Persiles sí lo hacen,
de un modo además especialmente nutrido y escrupuloso, bien que ambos en diferentes
grados, y por tanto se convierten en practicantes de una misma anomalía. Y el
paralelismo entre el comportamiento de ambos autores queda resaltado por el hecho
mencionado de que uno y otro contrastan en esta práctica con sus predecesores
literarios. Como, por otra parte, es un dato reconocido que el Persiles debe parte de su
inspiración a Teágenes y Cariclea, es legítimo sospechar que esa anomalía cervantina
tiene igualmente su raíz en Heliodoro36.
El tema del poliglotismo implícito, a pesar de su evidente interés, apenas ha sido
estudiado, y no ya sólo en cuanto a la relación que analizamos entre Cervantes y
Heliodoro. Pero lo más sorprendente del caso es que incluso un excelente filólogo como
Canónica, autor de una obra monumental sobre el poliglotismo en Lope de Vega y que,
como excepción, estudiara casi exhaustivamente el tema del poliglotismo implícito en
Cervantes, no reparase en la posible filiación de su tratamiento en el alcalaíno respecto
a Heliodoro. Canónica publica, en efecto, un trabajo sobre el tema en un volumen
colectivo con el expresivo título «La conciencia de la comunicación interlingüística en
las obras dramáticas y narrativas de Cervantes»37. Ahí analiza lo que él llama un
«estilema» cervantino, con el que el autor «hace manifiesta, a través de fórmulas
metalingüísticas, su aguda conciencia de los problemas acarreados por la comunicación
lingüística entre personajes de distintas lenguas maternas, aunque evidentemente todos
hablen en castellano» (p. 19). Demos por bueno este intento de definición del estudioso
cervantino, pero subrayemos que de inmediato Canónica advierte que, en la producción
de Cervantes, «dicha atención no es constante y puede coexistir al lado de situaciones
en las que los posibles conflictos interlingüísticos se resuelven de manera convencional,
es decir sin ninguna alusión de tipo metalingüístico», de suerte que el interés debe
recaer también en la «posible evolución cervantina en el tratamiento de este recurso»
(p. 19 igualmente). Pues bien, una vez planteada así la cuestión y sin pretender en lo
que sigue repetir ni aun extractar la información que proporciona el estudio de

36
Esta rareza no es desde luego exclusiva, en la producción del alcalaíno, del Persiles, por lo que el tema
se torna algo más problemático, puesto que también se complica con otro interrogante: el de a partir de
cuándo se detecta en Cervantes la influencia de Heliodoro, lo que comporta además otros problemas de
cronología, que replantearemos en otro momento y lugar.
" 1994.

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86 M. BRIOSO SÁNCHEZ Y H . BRIOSO SANTOS Criticón, 86, 2002

Canónica, sí creemos que es interesante recoger algunos datos y señalar también ciertos
aspectos que parecen haber escapado a tan respetable hispanista y mostrar nuestro
desacuerdo en algunos otros.
Lo primero de todo, debemos señalar que en el Persiles, como en la obra de
Heliodoro, hay un desigual reparto de las referencias lingüísticas a lo largo del texto, lo
que en principio no tiene nada de notable. En la obra cervantina hay bastantes páginas
seguidas sin mención alguna, en tanto que en otros lugares las citas se acumulan. Este
hecho podría atribuirse a las propias circunstancias del relato, pero no es así en
bastantes ocasiones. La explicación obvia y ya apuntada es que la atención del autor se
ha relajado en ese punto y recurre a la convención literaria más habitual, es decir, al
silencio sobre el tema, aunque también en otros momentos concretos este silencio pueda
deberse justamente a la gran dificultad que conllevaría el mencionar el motivo cuando,
por ejemplo, se da una reunión numerosa de personajes que son en parte hablantes de
lenguas distintas. Algunos ejemplos en que pueden alegarse estas razones son un
discurso de Cloelia en el que se dirige consecutivamente a un jefe bárbaro y a Auristela
(p. 66), sin que en ningún lugar del texto se advierta al lector sobre una transición de
una lengua a otra; o también, entre los extensos grupos de páginas en que apenas hay
alguna mención del motivo, el prolongado silencio al respecto entre los últimos
capítulos del libro primero y los iniciales del segundo, o en la historia narrada por
Periandro en el libro II o, más adelante, en buena parte de los capítulos del peregrinaje
por España, Francia e Italia; en lugares, en fin, en que, aunque en muchas ocasiones el
grupo viajero es variadamente políglota, todos parecen entenderse sin problema alguno,
por lo que puede confirmarse la lógica sospecha de que es esa misma multiplicidad
lingüística la que fuerza al narrador al silencio, pasándose de la cuidadosa práctica de
otras partes del relato a una convencionalidad manifiesta. O, dicho de otro modo, si en
general en el Persiles tiende a prevalecer el poliglotismo implícito, el recurso a la típica
convención se puede justificar, o por cansancio del empleo del motivo, o, sobre todo,
porque éste introduciría una grave complicación en el relato. Cervantes, como narrador
puntilloso, puede forzar a veces la presencia del tema que comentamos, pero debió de
ser consciente de que en otras ocasiones esta práctica quitaría agilidad a su narración y
complicaría demasiado las relaciones entre los personajes. Por ello, sobre todo cuando
se dan concentraciones de un alto número de éstos (por ejemplo, en la Corte del rey
Policarpo), esas concurrencias aparecen como un inconveniente grave para la práctica
del tópico. Y es claro que ante el riesgo de verse desbordado por un motivo, en otros
momentos síntoma de pulcritud autorial, era preferible descartarlo como un
instrumento engorroso.
Heliodoro, en cambio, muestra una constancia mucho mayor, aunque las referencias
a la diversidad de lenguas se acumulen preferentemente en los libros inicial y finales. Es
sin duda porque su empleo del motivo es con mucho más restringido, sin el
desbordamiento barroco con que Cervantes llega a proceder, y sobre todo en el libro
primero de su novela. Si, en efecto, en ambos novelistas la referencia a las lenguas
forma parte del entramado narrativo, Cervantes ha forzado el recurso hasta convertirlo
más de una vez en un dato puramente exótico y didáctico, por no decir un tanto
ornamental. Por ejemplo, la mención en varias ocasiones de la lengua polaca se revela
como un ingrediente superfluo y pintoresco en el relato. O el hecho de que un lobo no

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LA COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA EN CERVANTES 87

sólo hable, sino que lo haga en español (p. 77). Pero lo que es particularmente
innegable como rasgo común es la obsesión por este motivo en los dos autores, que
llegan a presentarlo como un auténtico sistema informativo, y éste es, en nuestra
opinión, un hecho distintivo que vincula aún más claramente ambos textos.
Veamos ahora más en detalle este aspecto en el Persiles, con una clasificación de sus
distintos planteamientos ilustrados con ejemplos pertinentes y que nos permitirá
establecer una útil comparación con la conducta de Heliodoro al respecto38. Conviene
también resaltar de paso y frente al nutrido recurso a este tópico que, como contraste,
sólo en un lugar de esta obra Cervantes procede a ejercer el poliglotismo explícito, al
citar unas supuestas palabras turcas (p. 435).
Hay al menos cuatro apartados que nos parecen especialmente reseñables. El
primero es el del juego entre la comprensión y la incomprensión de las lenguas que
podría llevarnos a reflexionar sobre la importancia que pudo tener para Cervantes,
zarandeado viajero, la dificultad de la comunicación oral humana, y que le hace
sentenciar, por boca de la morisca Cenotia, que la comprensión de un lenguaje «suele
engendrar amistad entre los que no se conocen» (p. 200). Hay situaciones en que, por
ejemplo, sólo una parte de los oyentes entiende lo que se está diciendo: así en p. 51,
cuando únicamente Cloelia comprende la lengua del bárbaro; o en que hay una
comunicación sólo parcial y precaria, como en p. 70, cuando se dice de Periandro «que
aunque no muy despiertamente sabía hablar la lengua castellana». El que un personaje
pueda conocer una lengua de modo insuficiente, lo que introduce un elemento de
puntilloso realismo en el texto, se reencuentra en otras varias ocasiones. Así se dice del
cantor portugués Manuel de Sosa, o, acerca de Rutilio, que aprendió «mucha parte» de
la lengua de los bárbaros (p. 95), y, en otro lugar, de los versos de Feliciana se escribe
que son por parte de la lingüísticamente desvalida Auristela «más estimados que
entendidos» (p. 312). Un detalle más de este nivel de precariedad se lee en p. 280,
donde se dice que Antonio el padre «leyó casi en castellano» el epitafio en portugués de
Manuel de Sosa, con una expresión cuya necesidad por cierto se nos escapa y que nos
lleva a pensar que estamos ante uno de esos casos en que la escrupulosidad lingüística
va más allá de lo que sería razonable en el texto.
También se da, por supuesto y dentro del mismo apartado, la pura y simple
incomprensión de una lengua, como en pp. 52 sq., con la relación entre Periandro y los
bárbaros, hasta el punto de que uno de éstos habrá finalmente de tranquilizar al héroe,
de modo que «por señas, como mejor pudo, le dio a entender que no quería matarle».
Una situación que se repite cuando se nos dice que Periandro no puede entender a la

38 Hegyi en su artículo mencionado estudia algunas de estas funciones, con diversos ejemplos, pero ni
ofrece un panorama satisfactorio y adecuadamente sistemático, ni distingue tampoco entre el poliglotismo
implícito y el explícito. Además de referirse a cuestiones que no hacen al caso (así, sus citas de Las mil y una
noches, etc.), llevado por un empeño biografista, que creíamos ya desusado, hace más hincapié en las
experiencias vitales cervantinas, en concreto en el cautiverio argelino, que en los influjos literarios. Un
ejemplo significativo de su posición es que ni siquiera alude a La española inglesa, en tanto que se concentra
en obras como Don Quijote (!), La gran sultana, El amante liberal y naturalmente el Persiles, es decir,
«particularly in his works dealing with the Islamic Orient» (1999, p. 229), lo que a todas luces y con esos
títulos es una generalización abusiva. Es más, el recurso del poliglotismo implícito se da muy escasamente en
textos dramáticos como La gran sultana o Los baños de Argel y en absoluto en El trato de Argel, tan ceñidos
todos al tema «autobiográfico» del cautiverio.

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bárbara intérprete (p. 65) o cuando el «bárbaro español» Antonio narra su primer
encuentro con la bárbara que será luego su fiel compañera (pp. 80 sq.), de suerte que
habrá de reiterarse el recurso a las señas para un mínimo intercambio de información.
Y aún se puede leer un pasaje en el que se combinan la incomprensión y la convención
más franca. Nos referimos a aquel en que, en Badajoz, un cómico pretende tentar a
Auristela para convertirla en actriz «sin reparar si sabía o no la lengua castellana» (p.
284), a lo que la joven «respondió que no había entendido palabra de cuantas le había
dicho, porque bien se veía que ignoraba la lengua castellana» (p. 286), con lo que se
remata para nuestra sorpresa este singular e irónico episodio con la más pura
convención lingüística, puesto que Auristela difícilmente podría haber entendido por sí
sola la situación y dado esa respuesta39. Pero todavía, con un recurso al engaño poco
usual, como dijimos, en el Persiles, la comprensión/incomprensión de la lengua puede
convertirse en un juego de simulaciones, y, así, el náufrago Rutilio relata que,
disfrazado de bárbaro, ha de fingirse «mudo y sordo» para convivir entre los bárbaros
sin que perciban que desconoce su lengua (p. 94).
Un segundo aspecto es el del lenguaje como ingrediente de misterio o sorpresa, en
ocasiones tanto para los personajes como para el lector, y que conviene diferenciar bien
del motivo del engaño. Ya nos hemos referido al elemento exótico que suponen las
menciones de lenguas como el polaco y, añadamos ahora, el noruego. Sorprende, por
ejemplo, la inesperada presencia entre los bárbaros de unos supuestos «bárbaros» que
hablan lenguas conocidas y comprensibles: es el caso, en particular, de la mujer bárbara
que habla en lengua polaca (p. 62), a la que sin el menor titubeo entiende el danés
Arnaldo, y también del «bárbaro mancebo» que «en lengua castellana» sorprende a los
atribulados protagonistas (p. 69) y que los guía a donde vive la familia del «bárbaro
español» Antonio. Sorprende igualmente que el italiano Rutilio, el «bárbaro italiano»,
que viaja por un medio mágico hasta Noruega, encuentre allí a quienes le respondan en
perfecto toscano (p. 91). El propio narrador comenta como «milagro estraño» el que en
la misteriosa Golandia un marino se exprese «en lengua española» (p. 107), y también,
en una confusa geografía lingüística, es notable que en los dominios helados del rey
Cratilo de Bituania se escuche una vez más la lengua polaca (p. 255). Se nos asombra de
nuevo como lectores cuando la morisca Raíala habla «en lengua aljamiada» a Auristela
y Constanza, que la comprenden sin problema alguno (p. 354)40, y, otra vez sin mayor
justificación, cuando en su encuentro con la guardia del Pontífice, en Roma, Periandro

• " Moner subraya con razón cómo en el pasaje hay una contradicción intencionadamente humorística,
que relaciona con la actitud cervantina respecto al fenómeno de la traducción (1990, p. 517).
40
«Aljamía» en el Tesoro de Covarrubias «vale tanto como lengua peregrina, confusa y bárbara, que no
se deja entender». Pero, en cambio, el Diccionario de Autoridades entiende precisamente «aljamía» como «la
lengua o idioma que para entenderse en sus tratos y comercios hablaban los Árabes que estaban en España
con los Cristianos Españoles», lo que coincide mejor con el sentido que parece deducirse de ese lugar del
Persiles. Es un sentido no idéntico pero cercano al que deduce Colón (1993) respecto a la «algemia» de este
personaje de Martorell como lengua cristiana vulgar (en concreto, la rural valenciana) por oposición a la
algarabía o árabe. De todos modos, bien sabemos que Auristela-Sigismunda ignora el castellano, lo que
significa que difícilmente podría entender la aljamía o lengua aljamiada. Es una cuestión de todos modos
diferenciable aquí del tema de la escritura aljamiada, correspondiente a «textos redactados en aljamía por los
moriscos», y por tanto con grafía árabe: véase, por ejemplo, Kontzi, 1970 (la cita se lee en p. 197), y también
Hegyi, 1983.

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LA COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA EN CERVANTES 89

«dijo a los tudescos en su misma lengua...» (p. 447). El mismo protagonista se pasmará
al oír en las afueras de esa ciudad hablar en noruego (p. 464), lo que sí tendrá luego su
debida explicación. Y, en fin, todo este trasiego de personajes por parajes muy diversos
y de lenguas inesperadas da lugar a denominaciones paradójicas como las citadas del
«bárbaro español» y el «bárbaro italiano», con etiquetas que dependen precisamente de
la lengua que utilizan estos personajes.
Un tercer elemento y desde luego obligado en este panorama multilingue es la
presencia de diversos individuos bilingües o políglotas y que eventualmente hacen de
intérpretes que facilitan la comunicación entre los caracteres, en esta
internacionalización usual del relato que aquí practica Cervantes. Esta función está muy
ligada a otra que veremos después, la del aprendizaje de lenguas, y se asocia a ciertos
personajes: principalmente la «mujer bárbara», que, como ya se citó, le habla en polaco
a Arnaldo (pp. 62-71), y que primero queda anónima, hasta que después cobra nombre
y biografía como Transila, y el llamado «bárbaro» Antonio (p. 171). Éste se puede
permitir incluso verter en castellano lo que canta «en su lengua» la princesa Policarpa
(p. 171), un hecho que no puede menos también de sorprender al lector, ya que la Corte
del rey Policarpo reside en «una de las islas que están junto a la de Ibernia» (p. 149). El
bilingüismo y el poliglotismo entre los personajes en general son hechos muy destacados
en el relato, como engarce de extremas necesidad y utilidad en esa sociedad
internacional que desfila por el texto. Están provistos al menos de un doble o triple
instrumento lingüístico seres como Transila, Antonio y los suyos, Rutilio, Ortel
Banedre, el enamorado cantor que se expresa «en medio portugués y en medio
castellano» (p. 97), la morisca Cenotia, y desde luego Periandro, cuyo poliglotismo es
de tan grande utilidad en el relato como el de Calasiris en Heliodoro. Justamente,
Cervantes ha vinculado esta sabiduría en lenguas de Persiles a su papel de joven héroe
de un modo muy novedoso, aunque tenga el antecedente citado de Amadís. Periandro
no en vano fue alumno aventajado de la extraordinaria academia monástica que se
menciona cerca del término de la novela, genial ocurrencia del autor y donde «hay
religiosos de cuatro naciones: españoles, franceses, toscanos y latinos», los cuales
«enseñan sus lenguas a la gente principal de la isla», allá en el remoto Norte41. Sería
ceguera no ver alguna relación de dependencia de esta academia con el uso entre los
etíopes de Heliodoro del aprendizaje del griego como lengua de cultura por parte de la
gente principal, es decir, de la casa real y de la sabia y piadosa cofradía de los
gimnosofistas, lo que en su país los convierte en una casta culturalmente privilegiada.
Periandro-Persiles es también un privilegiado, por contraste sobre todo con su amada
Auristeia-Sigismunda, que disfruta sólo precariamente de la comunicación que
continuamente se establece en la ruta de los peregrinos. Es más, el ya notado

41
Es sabido que la idea de este monasterio en el remoto Norte procede de una de las fuentes reconocidas
del Persiles, el Dello ¡coprimento dell'isole Frislanda, Eslanda... de los hermanos Nicole y Antonio Zeno
(Venecia, 1558); pero no así el motivo de la enseñanza en él de diversas lenguas, que debe ser invención
cervantina y subraya el extraordinario interés del autor por este tema. No está, por lo demás, fuera de lugar
citar otro pasaje en el que también Cervantes se permite un detalle humorístico en un nivel semejante, en este
caso en la dedicatoria de la Segunda Parte de Don Quijote: la simpática e imaginativa propuesta que le hace
el Emperador de China para que le envíe un ejemplar de esta obra, «porque quería fundar un colegio donde
se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de Don Quijote».

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conocimiento sólo relativo del español de Persiles no es obstáculo alguno para que se
maneje perfectamente en esta lengua, con lo que el personaje se ciñe a la convención
narrativa ya aludida, y hasta sea un buen conocedor de Garcilaso (p. 327). Esta
proliferación de lenguas, así como de intérpretes e individuos multilingues parece un
recurso que funciona en sentido contrario al de la existencia de una lengua franca, tal
como se da en cambio en textos como el episodio intercalado del cautivo en la Parte
Primera del Quijote, La gran sultana y El amante liberal. No hay nada semejante en el
Persiles, en que, al contrario, se trata de lenguas variadas y habladas o entendidas y
citadas por su nombre.
En cuarto lugar está el tema del aprendizaje de las lenguas, en el que Cervantes
insiste muchas veces como justificación de un conocimiento que de otro modo no
podría razonablemente explicarse. Casi siempre se especifica con detalles cómo se ha
producido este aprendizaje, con lo que se muestra de modo complementario ese
particular interés en la cuestión lingüística en el Persiles. Ya nos hemos referido al
poliglotismo de Periandro, que, aunque no sea perfecto, le vale para desenvolverse
cómodamente por el mundo. Es más, como hemos visto, va incluso más lejos que lo que
permitía imaginar el programa de enseñanzas del famoso monasterio nórdico de Santo
Tomás, puesto que comprende lenguas como el polaco o, según vimos, el tudesco. Se
nos narra también cómo la bárbara Riela y Antonio se enseñaron recíprocamente sus
lenguas (p. 82), cómo un antepasado italiano del interlocutor de Rutilio enseñó la suya
a sus hijos allá en el remoto Norte y tal conocimiento se transmitió en la familia
generación por generación (p. 93), cómo el mismo Rutilio durante tres años aprende lo
esencial de la lengua bárbara (p. 95) y Transita lleva a cabo idéntica tarea (p. 115); el
modo en que el aventurero polaco Ortel Banedre aprende español (p. 316), el
conocimiento del castellano por parte de unas damas francesas, explicable porque «en
Francia, ni varón ni mujer deja de aprender la lengua castellana» (p. 368), en tanto que
hemos de deducir que en su estancia en Noruega Rutilio aprendió también la lengua de
esta tierra, lo que le permite luego conversar en noruego en Roma (p. 464), etc.
Y todavía se puede añadir, al hilo de la mención de las damas francesas, cómo el
continuo planteamiento del tema lingüístico ofrece pretexto para diversos elogios de
idiomas y sobre todo del español, como ocurre en boca de Antonio (»la dulce lengua de
mi nación»: p. 107), o el indirecto que supone el que, según acabamos de recordar, los
franceses aprendan con toda asiduidad nuestra lengua, y, eventualmente, el de la
«graciosa lengua» de las mujeres valencianas, en un juego paralelo a los elogios que
también se leen de España (pp. 297 y 316). Para nosotros este aspecto tiene mucho
menor interés, aunque es evidente que refuerza la importancia de los otros precedentes.
Si ahora pasamos a comparar la práctica de Cervantes con la de Heliodoro, debemos
comenzar por señalar que éste aplica sus referencias lingüísticas también repartidas
entre varias funciones42. Pero ante todo debe resaltarse que las continuas alusiones al
tema de las lenguas se inscriben en su obra en una cuestión más amplia, que es la del
poder de la palabra (más adelante volveremos sobre esta cuestión), perfectamente
comprensible en una época en la que no sólo existía la conciencia del dominio que
poseía el griego como lengua de la alta cultura, sino una hegemonía indiscutible de la

42
Para los detalles, véase Brioso Sánchez 2003.

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LA C O M U N I C A C I Ó N LINGÜÍSTICA EN CERVANTES 91

formación retórica. Frente al simple esquema tradicional de la contraposición entre los


griegos y los bárbaros, afloraba entonces sin embargo en diversos lugares del Imperio
Romano, como hemos recordado, el sentimiento del valor de la recuperación de ciertas
lenguas vernáculas y desde luego del sentido de una comunicación con mayores grados
de complejidad. En Heliodoro, por tanto, las referencias a las lenguas expresan esa
conciencia madura del valor de la palabra y, por consiguiente, del lenguaje. La palabra
es en él una fuente de sabiduría, un componente esencial del poder, así como un eficaz
instrumento para el equívoco, la simulación y el engaño, por lo que el conocimiento y el
desconocimiento de las lenguas tienen una extraordinaria importancia. Es más, la
palabra es también un instrumento de revelación, como ocurre con el mensaje escrito en
caracteres coptos que la protagonista Cariclea ha llevado desde niña en su parco
equipaje sin poderlo leer, y que sin embargo encierra el misterio de su vida. Y, ya más
en concreto, en el nivel de las diversas funciones que corresponden a las alusiones a la
cuestión lingüística, además de la ya citada de la capacidad que conlleva el
conocimiento o desconocimiento de las lenguas para la sorpresa, incluso para la
simulación y el engaño, así como para la revelación del misterio, Heliodoro insiste
también de modo bastante frecuente y particular en el proceso del aprendizaje de las
lenguas; en la dificultad que representa para sus personajes la ignorancia de éstas,
ignorancia que los sitúa en una posición de inferioridad o indefensión, y en los diversos
grados posibles de su conocimiento, con el papel representado en diversas ocasiones por
los intérpretes como intermediarios imprescindibles, hasta llegar a la categoría superior
del individuo que, como el sabio sacerdote Calasiris, domina varias lenguas y, entre
ellas, el griego, poderoso medio cultural. Éste recibe, aunque indirectamente, un
encomio, en 9.25.2 sq., cuando el rey etíope Hidaspes elogia a Grecia como país que
nutre «a tantas personas honradas y de bien» y se insiste en que el griego, como ya
vimos, era lengua bien conocida entre los gimnosofistas y la realeza etíope, lo que
evidentemente constituye un reconocimiento de la calidad superior de la cultura
helénica. De un modo paralelo, el conocimiento del etíope también supone el acceso a
una sabiduría piadosa y excepcional, cuyos atesoradores son los gimnosofistas.
Las coincidencias entre Heliodoro y Cervantes son, pues, bastantes, aunque, en un
sentido relativamente negativo, se haya de recordar que la insistencia de Heliodoro en el
nivel del engaño se corresponde en Cervantes con una práctica más frecuente de la
sorpresa. Una matización que se puede explicar perfectamente por la distinta intención
con que están redactadas ambas obras, aunque la intriga sea un elemento visiblemente
común. Sea como sea, cualquier duda que pueda surgir sobre la filiación con Heliodoro
en lo que se refiere a este motivo y su tratamiento en la novela de Cervantes tendría que
ser argumentada con el hallazgo de un modelo alternativo y preferible, que nosotros al
menos no hemos podido encontrar. Una cuestión distinta será que, incluso seguramente
antes de que la emulación de Heliodoro se le plantease como proyecto, Cervantes
tuviese en su propia concepción de la literatura una fuerte y propia inclinación a
percibir el valor de la palabra y un «instinto idiomático» notable43, que le llevase a
percibir de inmediato en su lectura de Teágenes y Cariclea el alcance que el recurso al

43 Tomamos la expresión de las sabias páginas que Lázaro Carreter escribiera en su «Estudio
preliminar», 1998, sobre todo pp. XXVII-XXIX.

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tema de las lenguas tenía en Heliodoro y la validez para un relato propio. Ahí
coincidían, como en tantos otros aspectos, ambos autores, y de sus afinidades nace,
entre otros resultados, el peso que el juego de las lenguas tiene en ambas novelas.
Cervantes, y esto ha sido observado por diferentes estudiosos, no sólo muestra muy
variados registros en su uso de la lengua literaria, sino incluso ese sentido ya citado del
valor de la palabra como forma de dominio y también su relación con el sentido ético
de la vida. Como escribe Checa, que ha tocado esta cuestión en el Persiles, «dominar
racionalmente la palabra, en suma, conlleva en la novela una dimensión social tendente
a afirmar el poder y la influencia del hablante sobre su interlocutor. Desde semejante
perspectiva, el lenguaje, junto a un don natural entregado gratuitamente al hombre, es
un instrumento artificioso y, por ello, susceptible de perfeccionamiento»44. De ahí que
haya podido insistirse en que el estar dotado de habla es un rasgo que afecta incluso a
seres inanimados (un lobo o la fama, como ejemplos)45 y haya podido definirse el papel
de héroe de Persiles no por proezas al modo épico o caballeresco tradicional, sino por
su uso de la palabra46. Y de ahí también que el reparto de las lenguas tenga vinculación
con una visión del mundo, en la que los polos contrapuestos serían «the linguistic
fragmentation of the northern world (Lithuanian, Polish, English, the brutish tones of
the barbarians), which recalls the confusion of Babel...», y el latín como «the language
of a redeemed humanity united under the Church...», según observara Forcione (1972,
p. 91). Las lenguas, en fin, forman parte de la organización del mundo, de su
complejidad y de su orden47. Todo lo cual no debe confundirse en modo alguno con
una simple explicación biografista como la pretendida por Hegyi y que, según nuestro
modo de ver, empobrece su indagación.
Otra cuestión que se deriva de los datos que hemos expuesto es la de que, al estar
repartidas por todo el Persiles las menciones del tema de las lenguas, si bien con

44
1985, pp. 148 sq. (la cursiva es del propio Checa). El análisis llevado a cabo por Carilla (1970),
aunque muy ilustrativo y pormenorizado, pertenece a un nivel muy diferente, el de los propios recursos
lingüísticos del escritor, por lo que no es relevante para nosotros, a no ser en todo caso porque revela el
especial cuidado (por utilizar un término del mismo Carilla, ver pp. 4 sq.) que puso Cervantes en la escritura
de esta obra. En cuanto al reciente libro de Deffis de Calvo (1999), que alude de paso al mismo concepto del
valor de la palabra en el Persües, no va más allá de verlo en un pormenor como es el del mantenimiento de
una promesa en el episodio de Ortel Banedre (p. 85).
45
Estas obvias observaciones se leen en De Armas Wilson (1991, p. 190), pero tampoco debe olvidarse
que Cervantes maneja tópicos, como el de «las lenguas de la fama» (p. 114), que tiene ciertamente una
venerable antigüedad.
46
«Persiles's brand of heroics is différent in kind from the typical heroics of chivalry because he does not
carry a sword. In fact, Persiles is never reported to wound or kill anyone. What is his mode of défense then?
Words. Persiles deals with his foes only through persuasion. In Persiles y Sigismunda, Cervantes reformulates
the modas opcrandi of the chivalric hero, trading the characteristic sword-wielding hero for an éloquent and
prudent orator», en palabras muy acertadas de Lukens-Olson, 2001, p. 52. Lukens-Olson no obstante no ha
reparado en el hecho complementario del dominio idiomático de Persiles, que sin duda confirma su tesis.
47
Tampoco se puede dejar de mencionar el libro de Casalduero (1975), donde se ha señalado también en
el Persiles el tema del valor de la palabra (y del silencio): ver sobre todo pp. 106-110. Casalduero, al
comentar el episodio del encuentro del español Antonio con la bárbara que va a ser su leal compañera, ve la
caracterización de las lenguas en el texto cervantino como «una manifestación más de la realidad, separando
a la humanidad que tiende con toda la fuerza de su espíritu a la unidad», y, por tanto, como un «medio
babélico» (p. 35). Pero, a la vez, debe observarse que en el dominio de esa fuerza disgregadora hay, como se
ve en el ejemplo notable del políglota Persiles, una solución civilizadora en sentido contrario.

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LA COMUNICACIÓN LINGÜÍSTICA EN CERVANTES 93

diferente densidad, debemos poner en duda algunas afirmaciones que se han publicado
no ya sobre una disminución de la influencia de Heliodoro en los dos últimos libros, lo
que es razonable, sino sobre la inexistencia de esta influencia en esa segunda mitad del
texto de Cervantes. Es sabido que la división en dos partes del Persiles y las grandes
diferencias entre ambas, perceptibles para cualquier lector atento, fueron ya señaladas
desde hace bastante tiempo, si bien han sido autores como Tarkiainen48 y Osuna49 los
que han profundizado más en este tema. Éste último, sin embargo, pasa de constatar ese
influjo menor en la segunda mitad a negar influencia alguna, sobre la base de una
creciente independencia cervantina50 y sin tener en cuenta que es el propio Cervantes el
que recordará en el prólogo de las Novelas ejemplares, en 1613, su empeño en
«competir con Heliodoro», cuando, según el mismo Osuna, al menos ya habría escrito
bastantes capítulos del libro III (redactados entre 1606 y 1609, siempre de acuerdo con
sus conclusiones). Así, su afirmación, en el mismo artículo, de que es
«extraordinariamente significativo el hecho de que tanto Heliodoro como Virgilio se
encuentren sólo en la primera parte» (p. 405) entra abiertamente en contradicción con
el dato, que hoy por hoy nos parece demostrado, de que Cervantes hasta el último
momento de la redacción del Persiles tuvo presente a Heliodoro y, además, en un
aspecto tan sistemático y notable como el del recurso al poliglotismo implícito. Es más,
es al final de su texto cuando, por citar un caso ya subrayado, aporta una clave esencial
de este sistema y del extraordinario caso de multilingüismo de su protagonista
masculino: la academia monástica de Santo Tomás.
Cervantes, en fin, muestra en este aspecto de su novela un punto de originalidad
respecto a la tradición de las letras españolas. En nuestra opinión, lo hace sobre el
modelo representado por Heliodoro y sobre la base de unas razones históricas si no
iguales, sí parecidas a las que llevaron al propio Heliodoro a incorporar este motivo, de
un modo sistemático, en su relato. Por otra parte, el tema de las lenguas es un
argumento de peso a favor de la cara realista que presenta el Persiles, junto a otros
factores de idealismo que en buena parte también son coincidentes con los que exhibe la
obra de Heliodoro. Contra la tan frecuentada oposición de textos realistas e idealistas,
este tema, en una obra como el Persiles, orientada hacia el didactismo moral
idealizante, revela, entre otros elementos, una inclinación realista, en general más
détectable en la segunda mitad del texto. Estamos, pues, bastante de acuerdo con
Lozano Renieblas cuando escribe que «no se ha sabido ver que el Persiles también
realiza una importante contribución a la construcción del realismo desde el género de la
novela de aventuras»51.

4
» 1921.
"9 1970.
50
En la segunda mitad del Persiles Cervantes habría «desarrollado su personalidad hasta librarse del
maestro, con el que ya ni siquiera trata de competir» (1970, p. 404).
5
' 1998, p. 189.

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94 M.BRIOSOSÁNCHEZYH.BRIOSOSANTOS Criticón, 86, 2002

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Resumen. A pesar de la ya considerable bibliografía acerca de la influencia de Heliodoro sobre el Persiles y


Sigismunda de Cervantes, la mayor parte de los argumentos esgrimidos son de escaso peso. Es más, un
motivo con tan evidente presencia en ambas novelas como es el del poliglotismo implícito (por contraste con

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96 M. B R I O S O S Á N C H E Z Y H. BRIOSO SANTOS Criticón, 86,2002

el explícito) apenas ha llamado la atención, si se exceptúa algún estudio reciente, que lo ha estudiado sólo de
modo bastante superficial Aquí se examina este motivo en detalle y se confirma así, en un nivel de mayor
objetividad, la influencia de Heliodoro sobre todo el texto cervantino, quedando de paso en entredicho la
vieja tesis de la limitación de esa influencia básicamente a los dos primeros libros del Persiles.

Resume. Malgré l'étendue de la considérable bibliographie consacrée à l'influence d'Héliodore sur Je Pe/s/les
y Sigismundo de Cervantes, on n'y trouve que peu d'arguments de poids. Un motif aussi évident, dans les
deux romans, que celui du polyglotlisme implicite (par opposition à l'explicite) n'a, à titre d'exemple, fait
l'objet d'aucune attention, si l'on excepte une publication récente, assez superficielle d'ailleurs. C'est
précisément ce motif qui sera étudié ici, et qui, de façon beaucoup plus objective que d'autres, confirme
l'influence d'Héliodore sur l'ensemble du texte cervantin, et non plus seulement, comme le voulait une théorie
ancienne, sur les seuls deux premiers livres du Persiles.

Summary. In spite of the already considerable bibliography about Heliodorus' influence on Cervantes'
Persiles y Sigismundo, inost of the lines of argument handled in this issue seem of little consistency.
Moreover, a motiv as visible in both novéis as the iniplicii (as oppossed to the expliát) poliglotism has not
yet been taken into account, except for a récent but not very thorough analysis. This motiv is examined hère
in détail in order to confiim, as objetively as possible, Heliodorus' influence on the cervantino text as a
whole, contradicting the traditional thesis of the influence of the Greek author only on the first two books of
Persiles.

Palabras clave. CERVANTES, Miguel de. Heliodoro (influencia de). lenguaje. Persiles Poliglotismo.

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