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Ruiz de la Peña
Teología
de la creación
Sal Terrae
Juan Luis Ruiz de la Peña
TEOLOGIA
DE LA CREACIÓN
6.a edición
HKY7-C75-TTU1
I
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© 1988 by Editorial Sal Terrae
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Índice
Pags.
A L L E C T O R ......................................................................................... U
Siglas y a b revia tu ra s............................................................................ 15
B ibliografía g e n e r a l.............................................................................. 17
1.a PARTE:
LA DOCTRINA DE LA CREACION
l.-L A CREACION EN EL ANTIGUO TESTAMENTO .............. ........21
1. Antecedentes de la fe bíblica en la creación............................. 23
2. De la fe implicita a la fe explicita:
los profetas del exilio................................................................... 27
3. El relato bíblico de la creación: Gn 1.1 -2.4a............................ 31
5. Cuestiones complementarias...................................................... 59
5.1. ;,Es Gn 1 un mito? ........................................................... 59
5.2. La discusión sobre la exégesis de Schm idt.................... 61
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6
Págs.
2.—CRISTO Y LA C R E A C IO N : £L NUEVO TESTAMENTO ....___ 63
4. Consideraciones finales...................................................... 83
4.1. Creación y salvación en C risto ....................................... 83
4.2. Fe en la creación y praxis cristiana...................... 85
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7
Págs.
1.4. La creación, misterio de f e .............................................. 128
L5.__ La versión secular del misterio de la creación .............. ......130
2.a PARTE:
CUESTIONES FRONTERIZAS
5. - L A FE EN LA CREACION
Y LA EXPERIENCIA DEL M A L .................................................. 157
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8
Págs.
2.3. La extenuación de los rec u rso s....................................... 184
2A __La carrera arm am entista.................................................. .... 186
U h __ La interacción de los factores.......................................... ......Ififi
7.—RELACIONES FE CIENCIA:
CONSIDERACIONES G E N E R A L ES.......................................... 2Q1
1 C ip n r in v ersu s c rp p n c in '
La mentalidad positivista............................................................ 201
1.1. Origen del positivismo vulgar.......................................... 203
1.2. Las secuelas del p o s itiv is m o ................................................... 204
3. Fe-ciencia: de la beligerancia
a la coexistencia pacífica ........................................................... 214
3.1«__ La razón de la f e ......................... ........... ............................... 215
3.2. Una fe reconciliada con la r a z ó n .................................... 216
8.—RELACIONES FE-CIENCIA:
CUESTIONES PUNTUALES ........................................................ 219
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9
Págs.
2. El dilema determinismo indeterminismo.................................. 225
9.—RELACIONES FE-CIENCIA:
MATERIALISMO Y C R E A C IO N ISM O ........................... ...............249.
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Al lector
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12 Al lector
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Al lector 13
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SIGLAS Y ABREVIATURAS MAS USADAS
B ibi................. Biblica.
BiblZeits ........ Biblische Zeitschrift (Neue Folge).
C F T ................ Conceptos Fundamentales de Teología (I-IV), Madrid
1966 ss.
Conc .............. Concilium.
D .................... H. DENZINGER, El magisterio de la Iglesia, Barcelo
na 1963\
D S ................... DENZINGER-SCHOENM ETZER, Enchiridion Svmbo-
lorum, Barcelona-Freiburg-Roma 1965.
D T C ................ Dictionnaire de Théologie Catholique.
E stE c l............ Estudios Eclesiásticos.
JT h S T ............ The Journal o f Theological Studies.
L T K ................ Lexikon fü r Theologie und Kirche (2.a ed.).
M T h Z ............ Münchener Theologische Zeitschrift.
NTD .............. Das Neue Testament Deutsch, Göttingen 1932 ss.
N R T h ............ Nouvelle Revue Théologique.
R ...................... M. J. ROUET DE JOURNEL, Enchiridion Patristicum,
Barcelona-Freiburg-Roma 19 5 820.
RevBibl........... Revue Biblique.
R S cR .............. Recherches de Science Religieuse.
R T hA M ......... Recherches de Théologie Ancienne et Médiévale.
R T hL .............. Revue Théologique de Louvain.
S alm ................ Salmanticensis.
SM ................... Sacramentum Mundi, Barcelona 1972 ss.
ST ................... Sal Terrae.
TW N T ........... Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament.
T h Z ................. Theologische Zeitschrift (Basel).
VD ................. Verbum Domini.
W A ................. M. LUTHER, Werke. Kritische Gesamtausgabe, Weimar
1883 ss.
ZThK ............ Zeitschrift fü r Theologie und Kirche.
Para los libros de la Biblia se utilizan las abreviaturas de
la Biblia de Jerusalén.
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BIBLIOGRAFIA GENERAL
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18 Bibliografia
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1.“ Parte
La doctrina de la creacion
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1
La creación en el
Antiguo Testamento
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22 1.a Parte: La doctrina de la creación
1 Haes (p. 160) resume muy bien el ensayo de concordismo más célebre: el de
bido a Cuvier y De Serres, que entendía los dias de la creación como otros tantos
periodos geológicos.
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La creación en el A. T. 23
1. Antecedentes de la fe
bíblica en la creación
Como ocurre en el credo cristiano («creo en Dios... creador»),
también en la Biblia el contexto propio de la fe en la creación es la fe
en Dios. La pregunta por el origen de la fe creacionista está, pues, in
separablemente unida al modo como Israel concibió a Dios. De aqui
hay que partir, por tanto, cuando se indaga en las premisas de la doc
trina bíblica de la creación.
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24 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 25
I. 2. Un poder ilimitado
al servicio de la alianza
Yahvé es un dios celeste, idea muy primitiva y común a muchas
religiones6; el cielo es a la vez el espacio sagrado y el punto de partida
idóneo para una acción eficaz sobre la tierra: Gn 28,12-13; Sal 2,4;
20,7; 115,3. De allí desciende para irrumpir en la historia: Gn 3,8;
II, 5; Sal 18,10-11.14-15. Así pues, el poder de Yahvé no se deja es
pecializar por su localización espacial; él no es el dios del trueno o de
la lluvia o de los astros; su carácter celeste le confiere una potestad
tan fundamental, incondicionada e inexpugnable que, en rigor, no
precisa para manifestarse de exhibiciones espectaculares; puede ha
cerse presente no ya en el huracán o en el temblor de tierra o en el
fuego, sino en la brisa (1 Re 19,11-13).
Con otras palabras: Yahvé no se identifica pura y simplemente
con ninguno de los poderes cósmicos. Cuando se le pregunta quién
es, da una respuesta enigmática («yo soy el que soy»: Ex 3,14) que re
mite en última instancia a la historia de salvación, no a la naturaleza.
Pero precisamente por eso su poder se ejerce sin restricciones de lu
gar o de instrumentos naturales; Yahvé puede intervenir en cualquier
6 ELIADE, M., pp. 115 ss; BEAUCAMP, E., La Biblia..., pp. 68 ss.
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26 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 27
2. De la fe implícita a la fe explícita:
los profetas del exilio
Si, como se sostiene comúnmente, las tres doxologias de Amos
(Am 4,13; 5,8-9; 9,5-6) en las que se menciona el hecho creador son
adiciones posteriores, introducidas para el uso litúrgico,101Jeremías
sería el primer profeta que habla explícitamente de creación: Jer
32,17; 33,25-26.11 Pero va a ser el Deuteroisaías quien desarrolle sis
temáticamente la idea como elemento conductor de su mensaje profè
tico: el «libro de la consolación» (Is 40 ss.). El destierro ha desencade
nado una profunda crisis de fe y confianza entre los israelitas: ¿acaso
Yahvé es impotente para salvar ahora a su pueblo como lo salvó una
vez en Egipto? ¿Será que su poder es, después de todo, limitado? El
profeta responde a estos interrogantes con una enfàtica proclam ación
de confianza: la fuerza de Yahvé no conoce limites; lo mismo que li
beró al pueblo de la esclavitud de los egipcios, volverá a salvarlo aho
ra; lo mismo que se creó un pueblo de la nada, lo recreará de nuevo.
Ello es posible y cierto porque Yahvé es el todopoderoso, el creador
de cielo y tierra.
10 OSTY, E., Amos. Osee, Paris 1953, p. 16; ALBERTZ, R., Wellschöpfung
und Menschenschöpfung. Untersucht bei Deuterojesaja, Hiob und in den Psalmen,
Stuttgart 1974. p. 157.
11 BEAUCAMP. E., p. 89.
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28 1.a Parte: La doctrina de la creación
12 HAES, P. de, pp. 61-63; RAD, G. von, Estudios..., pp. 131-132: «el profeta
habla de la gracia saivifica de Dios, pero tiene que luchar con hombres de poca fe y,
para despertar la confianza en el ilimitado poder de Dios, el profeta se remonta al
hecho de la creación»; «no hay en todo el libro de Isaías II ni un solo lugar en el que
la fe en la creación aparezca de un modo independiente; en ninguna parte es tema
principal de una alocución...; en el empleo que de ella hace el profeta y en la argu
mentación desempeña un papel de senñcio» Cf. RENDTORFF, R., «Die theologis
che Stellung des Schöpfungsglaubens bei Deuterojesaja», en ZThK (1954), pp. 3-13
(a matizar con las observaciones de WESTERMANN, C., Genesis, pp. 89-95, y
ALBERTZ, R., pp. 1-6, para quien habria en el Dtls dos órdenes de textos a distin
guir: los que se refieren a la creación del mundo y los que hablan de la creación del
hombre).
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La creación en el A. T. 29
que trocó las honduras del mar en camino para que pasasen los res
catados? Los redimidos de Yahvé volverán, entrarán en Sión entre
aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas». En este tex
to singular convergen los tres grandes momentos de la historia: crea
ción (con las alusiones al combate mítico con el caos personificado),
liberación de Egipto, restauración del pueblo; protologia, soteriologia
y escatologia se dan cita en un pasaje que discurre sin transición de
lo cosmológico a lo histórico, de la creación a la alianza. El Dios de
la gracia lo es también de la naturaleza; entre ésta y aquélla no hay
oposición, sino continuidad; el acto creador anticipa la gesta libera
dora, y ambas acciones garantizan lo que está todavia por realizar.
El mismo y único Dios ejecuta el mismo y único plan de salvación,
del pasado al futuro. Lo ya ocurrido no interesa en sí y por sí, sino en
cuanto acreditación de lo que está aún por ocurrir.
c) Además de servir para sostener la confianza decaída, la po
testad creadora de Yahvé se esgrime como argumento para superar
la tentación de idolatria; mientras que los dioses de los gentiles son
hechura de hombres, los hombres y el resto de los seres son hechura
de Yahvé: Is 46,1-10. (El tono sarcástico del texto no tiene preceden
tes, dado que Jer 10,1-16, de estilo muy parecido, suele considerarse
comúnmente como inautèntico y redactado precisamente al hilo de
pasajes análogos del Dtls). Los dioses son tohu (=caos=nada): Is
41,29; 43,10; la razón es que no actúan ni salvan (cf. 1 S 12,21: «no
os apartéis en pos de los que son como nada, que no sirven ni salvan;
no son nada»). La realidad de un ser viene dada por su operatividad;
un ser que no obra, pasivo, inerme, es como si no fuese, es nada. El
mundo, por el contrario, creación de Yahvé, es lo no-tohu (=lo no
caótico), algo realmente existente: Is 45,18.
d) Para denotar la acción creadora exclusiva de Dios se emplea
un término técnico: es el verbo bara.12 El Dtls lo utiliza abundantísi-
mamente: la tercera parte de las más de cuarenta veces que aparece
en la Biblia. De notar que se trata de un verbo estrictamente teo-lógi
co: su sujeto, siempre y sólo, es Yahvé y nunca se menciona una ma-13
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30 1.“ Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 31
3. El relato bíblico de
la creación: Gn 1,1-2,4a
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32 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 33
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34 1.“ Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 35
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36 1.* Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 37
3.4. La redacción de P
El autor de Gn 1 ha asumido en principio esta maqueta mítico-
popular. A él no le interesan los datos cosmológicos o biológicos;
quiere ofrecer una doctrina sobre la relación del m undo con un Dios
que no es el héroe de las cosmogonías paganas ni un ser ensimismado
y lejano, ajeno y extraño a nuestra historia, sino el Dios de Abraham,
Isaac y Jacob, que ha creado y elegido a Israel para la alianza y del
que todo —no sólo la historia, sino también la naturaleza—depende.
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38 1.* Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 39
SCHMIDT, W. H., p. 186; STECK, O. P., pp. 226 s.; LORETZ, O. (pp.
83 s.) prefiere leer beresit en estado constructo.
39 STECK, O. H., pp. 234-236, que remite a Sal 33, 6 («por la palabra de
Yavhé han sido hechos los cielos, por el aliento —ruaj— de su boca sus ejércitos»),
donde se asocian el ruaj y la palabra creadora; cf. BEAUCHAMP, P., pp. 168 ss.
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40 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 41
diente de los astros —que serán creados más tarde—, pues se despren
de del mismo Dios; «no será para ti ya nunca más el sol luz del dia, ni
el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a
Yahvé por luz eterna» (Is 60,19). Por ello, P puede desconocer delibe
radamente lo que se apunta en el v. 4b: que la luz haya surgido por
decantación (por separación) de las tinieblas. He aqui un nuevo caso
de la tensión, antes señalada, entre tradición (v. 4: la luz procede de
un separarla de las tinieblas; creación por la acción) e interpretación
(v. 3: la luz procede del decir de Dios; creación por la palabra).
A partir de aqui, el autor va a anteponer sistemáticamente a to
das las obras este crear con sólo la palabra; la primitiva versión-ac
ción (Tatbericht) se confronta con una versión-palabra (Wortbe
richt). Se significa asi, muy expresivamente, que Dios crea sin lucha,
sin esfuerzo, con absoluta libertad e independencia de cualquier con
dicionamiento. Introduciendo cada una de las obras con este «y dijo
Dios», el hagiógrafo ratifica una y otra vez lo que ya se habia dicho
sintéticamente en el v. 1: el actuar de Dios es único, soberanamente
transcendente; todo procede de él y él no precisa de nada para confe
rir el ser a las cosas.
Otro aspecto significativo del crear por la palabra ha sido ya alu
dido más arriba: es el carácter dialógico que recibe asi la relación
creador-criatura. Esta es respuesta a una interpelación, y no mero
efecto de una causa impersonal. Se patentiza de este modo que la
creación es ya revelación, alocución comunicativa de Dios, comienzo
de la historia salvifica y punto de partida del proceso de autodona-
ción divina a sus criaturas. Entre Dios y el mundo está la palabra, se
parando a ambos (n> el mundo es divino ni Dios es mundano), pero
también relacionándolos; el mundo viene a ser «expresión» de Dios,
lo que resulta de su «dicción». No hay por qué excluir que en el origen
de esta idea de crear diciendo las cosas haya influido el poder mágico
que se atribuía en algunas culturas vecinas a la palabra.4445Pero, ajui
cio de Schmidt, la influencia determinante en P no es tanto este pre
cedente mítico cuanto la propia tradición profética de Israel, con su
valoración especifica del poder de la palabra divina.43
parte, señala (Dogmatique II1/1, p. 129) que, asignando a la luz un origen distinto de
los astros, el autor anticipa la ofensiva antiastral de los vv. 14-18.
44 RAD, G. von, Teología..., p. 194; Id., El libro..., p. 61; BULTMANN. R.,
Creer y comprender I, Madrid 1974, pp. 233 ss.; SCHMIDT, W. H., pp. 173 s.
45 ' SCHMIDT, W. H., p. 177.
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42 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 43
50 WESTERMANN, C., ( Schöpfung, p. 62) observa que en los vv. 4-5 se con
tiene un rasgo genial; la categoría tiempo (dia-noche) es privilegiada respecto de la
categoría espacio (arriba-abajo), que aparecerá luego en los vv. 6-9. Una nueva for
ma de primar el tiempo sobre el espacio asoma en 2,3: en vez de un lugar sagrado (el
cielo como domicilio de la divinidad no aparece nunca en el texto), se reconoce un
tiempo sagrado, el sábado. NEHER, A. («Concepto del tiempo y de la historia en la
cultura judía, en VV. AA., Las culturas y el tiempo, Salamanca 1979, pp. 169-190)
insiste: es la cultura judia la que ha descubierto el primado del tiempo sobre el espa
cio, a diferencia de otras culturas circunvecinas. Neher llega a decir, (ibid., p. 172)
que «el Génesis contiene una repulsa del espacio» (?).
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44 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 45
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46 1.a Parte: La doctrina de la creación
33 Sobre los problemas exegélicos de 2, 1-3, vid SCHMIDT, W. H., pp. 154
159: LORETZ, O., pp. 60 63; STECK, O. H., pp. 178-199. Merece recordarse la
sagaz observación de G. von RAD {El libro..., p. 74): «como el dia último de la
creación, el sabbat carece de limite; la fórmula conclusiva (y atardeció y amane
ció...) falta intencionadamente, como intencionado es todo este capitulo». Véase
también el genial comentario de BARTH, K. a Gn 2, 1-3, lleno de intuiciones tan
profundas como sugestivas {Dogmatique, pp. 228-244).
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La creación en el A. T. 47
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48 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 49
RAD, G. von. Teología..., p. 192; Id., El libro..., pp. 58. 60; SCHMIDT, W.
H., pp. 95, 164-167; BARTH, K., p. 16 {«bara define la creatio ex nihilo») Los es
crúpulos al respecto de LORETZ, O. (pp. 78 ss., 85) parecen excesivos; al menos, y
como afirma JACOB, E. {Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969, p. 139),
debe decirse que «la creatio ex nihilo era la única consecuencia posible del pensa
miento del Antiguo Testamento» sobre la creación.
59 La fórmula es de BLOCH, E., Atheismus im Christentum, Frankfurt a.M.
1968, p. 291 (hay trad. cast.).
60 BALTHASAR, H. U. von, Ensayos teológicos. Verbum Caro, Madrid
1964, pp. 90 ss.
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50 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 51
62 Sobre la creación en los salmos, vid. ALBERTZ, R., pp. 90-131; BEAU
CHAMP, P„ pp. 128-141, 346-352, 354-356, 358-361; RAD, G. von. Estudios...,
passim.
63 RAD, G. von. Estudios..., 136, 274.
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52 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 53
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54 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 55
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56 1.* Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 57
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58 1.a Parte: La doctrina de la creación
7A HAES, P. de. pp. 243 ss.; vid. una evaluación critica del texto en SCH
MUTTERMAYR, G., «Schöpfung aus dem Nichts in 2 Makk 7, 28». en BiblZeits
(1973), pp. 203-288; cf. LORETZ. O.. pp. 81 s. y RAD. G. von. Teología.... p. 195.
Cerca de 2 M 7, 28 se sitúan algunos textos del Nuevo Testamento: Rom 4,
17 (Dios llama tá nté ónta -las cosas que no son— para que sean) y Hb 11. 3 (lo que
se ve deviene, por la palabra de Dios, de lo que no aparece —me ek phainoménon—).
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La creación en el A. T. 59
5. Cuestiones complementarias
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60 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La creación en el A. T. 61
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62 1.a Parte: La doctrina de la creación
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2
Cristo y la creación:
el Nuevo Testamento
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64 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 65
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66 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 67
2. La creación en Pablo7
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68 1.a Parte: La doctrina de la creación
el ser a las criaturas nos promete ahora la resurrección (es «el vivifi
cador de los muertos»); ese mismo Dios, que creó la luz entonces, se
parándola de las tinieblas, ilumina hoy nuestros corazones con la luz
de Cristo. El acto creador no es, pues, un gesto realizado y agotado
en el pretérito remoto, sino la presencia continua y operativa de la
salvación. Una salvación creíble porque quien la anuncia es alguien
que puede hacer pasar del no ser al ser, o transformar las tinieblas en
luz con sólo su palabra.
Ese mismo Dios creador es también el que mantiene permanente
mente en el ser a todo: «de él, por él y para él son todas las cosas»
(Rm 11,36); él es quien «da vida a todo» (1 Tm 6,13). Detrás de estos
dos textos está no sólo la sabiduría veterotestamentaria, sino también
la filosofía helenista; el panteísmo estoico conoce expresiones análo
gas8. Con todo, este Dios de Pablo nada tiene que ver con el principio
impersonal de la Stoá; como se ha mostrado más arriba, es el ser per
sonal, paternal y transcendente que lo mismo llama a las cosas para
que sean que a los m uertos p a ra que resuciten. El inm anentism o pan-
teísta está tan lejos de la mente del apóstol como el pensamiento de
un transcendentalismo divino que haga de Dios un ente absoluta
mente extraño al mundo y, por ende, rigurosamente incógnito e inac
cesible.
En Sb 13 hemos encontrado la tesis de la posibilidad de llegar al
conocimiento del creador partiendo del conocimiento de las criaturas
y sirviéndonos de la analogía. Rm 1,19 ss. insiste en la misma tesis:
«lo invisible de Dios se deja ver a la inteligencia desde la creación del
mundo (apó ktiseos kósmou) a través de sus obras». La expresión
apó ktiseos kósmou puede significar que Dios es cognoscible desde
que el mundo creado existe (el acto creador es también revelador) o
tomando como premisa de su conocimiento el de las criaturas: am
bos sentidos no se excluyen necesariamente (el Dios invisible es «vis
to» como al trasluz mediante la visión de lo hecho por él).
Sin embargo, Pablo no puede ocultar que estas huellas que la ac
ción divina ha impreso en el mundo han sido deformadas: la creación
está actualmente «sometida a la vanidad»; yace bajo «la servidumbre
de la corrupción» (Rm 8,20-21); no refleja con fidelidad la armonía y
el orden divinos. El camino hacia Dios desde las criaturas discurre,
pues, a través de la dialéctica semejanza-desemejanza. La deforma
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Cristo y la creación: el N. T. 69
ción del orden inicial està reclamando una restauración, una «nueva
creación». Y es aquí donde Pablo va a introducir el hecho-Cristo en
la temàtica de la creación.
9 Además de las obras ya citadas, vid. REY, B., Créés dans le Christ Jésus,
Paris 1966. pp. 202-230; LAMARCHE, P., Christ vivant, Paris 1966, pp. 55-82.
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70 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 71
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72 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 73
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74 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 75
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76 1.* Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 77
21 Vid. LAMARCHE. P., pp. 73-82; BE1NERT. W., pp. 36 42; SCHLIER.
H., Der Brief an die Epheser. Düsseldorf 1962\ pp. 63 ss.
22 LOISY. A., Les livres du Nouveau Testament. Paris 1922. p. 161.
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78 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 79
de ellos tiene poder para esclavizar al hombre (Ga 4,3.9-11; cf. Col
2,8.20-22). Puesto que el único Señor del mundo es Cristo, los cristia
nos, que proclaman su fe en este señorío exclusivo, deben vivir libres
del sometimiento a los elementos de la naturaleza que otrora los es
clavizaron. La vocación cristiana es vocación a la libertad (Ga
5,1.13: «para ser libres nos liberó Cristo»; «hermanos, habéis sido lla
mados a la libertad»); la fe en la creación entraña, como se advirtió a
propósito de Gn 1, un desencantamiento del cosmos y, consiguiente
mente, una real liberación, tanto frente a las prescripciones rituales
del judaismo como ante las sacralizaciones cósmicas del paganismo.
El creyente se hace así partícipe del señorío de Cristo sobre todo:
«todo es vuestro..., el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro,
todo es vuestro; y vosotros de Cristo y Cristo de Dios» (1 Co 3,
21-23).23
3. La creación en Juan
El prólogo del cuarto evangelio es una de las cumbres de la cris-
tología neotestamentaria. Pero es también un testimonio clave de la
fe cristiana en la creación.24 Jn 1 quiere ser, en efecto, un nuevo Gé
nesis a la luz del acontecimiento-Cristo: la fórmula inicial «en el prin
cipio» (en arché), que transcribe literalmente el arranque de Gn 1 en
la versión griega de los LXX, la alusión explícita a la creación por la
palabra (v. 3), la referencia a la luz y las tinieblas (vv. 4-5), son otros
tantos indicadores de esta intención del autor. Cabria añadir todavía
que el resto del capítulo reproduce el esquema semanal de Gn 1, con
una enumeración de dias (vv. 29.35.43; 2,1) que describirían la obra
recreadora del Verbo, culminando en «la manifestación de la gloria»
de Jesús y el nacimiento de la fe —el nuevo principio vital—de los dis
cípulos (2,11).
D e notar, sin em bargo, que el en arché de Jn 1 tiene un significa
do distinto al de Gn 1,1; si aqui se denotaba el primer momento de la
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80 1.a Parte: La doctrina de la creación
25 BOISMARD, M. E., pp. 106 ss. La estructura propuesta dista de ser unáni-
mente aceptada por los comentaristas; para la discusión al respecto, vid. FEUI
LLET. A., pp. 137-162; BROWN, R. E., pp. 196-198; SCHNACKENBURG. R.,
pp. 245 249.
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Cristo y la creación: el N. T. 81
26 BULTMANN, R., Das Evangelium..., pp. 8 ss.; FEUILLET, A., pp. 180
ss., 220 ss.; SCHNACK.ENBURG, R., pp. 249-251, 296-308; NEYRAND, G.,
«Le sens de ‘logos' dans le prologue de Jean. Un essai», en NRTh (1984), pp. 59-71,
con puntos de vista que se apartan notablemente del consenso común (el término lo
gos en toda la extensión del prólogo, incluso en los vv. 1-2, designaría al Jesús histó
rico en cuanto revelador de Dios).
21 BULTMANN, R., Das Evangelium..., p. 20; NEYRAND, G. (pp. 61, 67
s.). en el extremo opuesto, sostiene que es «imposible ver en estas palabras la idea de
una creación llevada a cabo por el Logos».
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82 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 83
4. Consideraciones finales
4.1. Creación y salvación en Cristo
Una mirada retrospectiva a la trayectoria biblica de la fe en la
creación permite extraer, como primera conclusión importante, que
dicha fe no impone una determinada imagen física del mundo. Y ello
porque el marco bíblico del discurso sobre la creación es la soteriolo
gia, no la cosmología o la ontologia. Esta apreciación, verificable ya
en el Antiguo Testamento, se hace de todo punto evidente en el Nue
vo Testamento, que opera una sistemática concentración cristológica
de todos los asertos relacionados con la creación.
De ahi se sigue también que la fe cristiana en la creación no es
identificable sin más con la fe judia en la creación: a ésta le falta el
elemento decisivo, el hecho-Cristo. El documento base de la doctrina
creacionista no es Gn 1, sino Jn 1; es el prólogo de Juan lo que expli
ca el relato sacerdotal, y no viceversa. Si la exégesis y la teología hu
biesen tenido siempre presente este orden de prelación, se habrían
ahorrado muchos y muy dolorosos conflictos entre fe y ciencia, cris
tianismo y cultura.
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84 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Cristo y la creación: el N. T. 85
4.2. Fe en la creación y
praxis cristiana
La unidad en Cristo de los dos órdenes, el de la creación y el de la
salvación, no es una tesis puramente especulativa o teórica; surte
efectos en el terreno de la praxis, es éticamente operativa. La trans
cendencia teológica de la dimensión cósmica de Cristo y sus repercu
siones en la praxis están espléndidamente sugeridas en unas páginas
antológicas de Bonhoeffer sobre el problema de las relaciones
mundo-gracia, redactadas al hilo de Col 1,15 ss.:
«El lugar donde recibe respuesta la cuestión acerca de la realidad
de Dios, asi como la que se refiere a la realidad del mundo, está indi
cado exclusivamente por el nombre: Jesucristo. En este nombre está
incluido Dios y el mundo. En él tiene todo su consistencia (Col 1,16).
30 Cf. a este respecto SEYBOLD, M., «Schöpfung und Erlösung. Einheit und
Differenz», en MThZ (1982), pp. 25-43
31 BULTMANN, R., La comprensión..., pp. 61 s.
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86 1.a Parte: La doctrina de la creación
32 BONHOEFFER. D.. Etica, Barcelona 1968. pp. 135 ss. Como complemen
to de estas reflexiones de Bonhoefler, véase lo que piensa, aproximadamente por los
mismos años, BULTMANN, R., (La comprensión..., p. 68) a propósito de la impo
sible renuncia por parte del cristiano a la tradición griega. El rechazo bonhoefTeria-
no de la alternativa «o Cristo o el mundo» es paralelo al rechazo bultmaniano de la
alternativa «o cristianismo o cultura».
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Cristo y la creación: el N. T. 87
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3
Desarrollo histórico de la
doctrina de la creación
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90 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 91
1. La Patrística
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92 1.a Parte: La doctrina de la creación
mo, que exigían una clara afirmación del alcance universal del acto
creador.
La polémica antidualista es aún más evidente en la fórmula del
Niceno (DS 125 = D 54): «visibilium et invisibilium factorem»; el
mismo Dios crea lo visible (la materia) y lo invisible (el espíritu). En
este símbolo se recupera además la dimensión crístológica de la crea
ción («et in... Christum... per quem omnia facta sunt»). Se introduce
una distinción capital, contra los arríanos, entre creación y genera
ción7: el Hijo es «engendrado, no creado»; el mundo, en cambio, es
creado, no engendrado. O lo que es lo mismo: hay una diferencia ra
dical y originaría entre lo divino y lo mundano; la creación está refe
rida a Dios por una relación de libertad, no de necesidad; sólo el Hi
jo, pero no el mundo, pertenece al orden de lo eterno y necesario. El
mundo pertenece al orden de lo temporal y contingente. Dios está
completo desde siempre en la distinción de las divinas personas; el
mundo no es un momento de su génesis.
Finalmente, el segundo concilio de Constantinopla (DS 421 = D
213) distingue la doble función del Padre y el Hijo con vistas a la
creación («ex quo omnia..., per quem omnia»), y cierra asi el desarro
llo de este dogma en las profesiones de fe.
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Desarrollo histórico de la doctrina 93
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94 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 95
9 MAY, G., Schöpfung aus dem Nichts. Die Entstehung der Lehre von der
creatio ex nihilo, Berlin-New York 1978.
10 TRESMONTANT, C., L a métaphysique... et la naissance..., pp. 150-189;
SCHEFFCZYK, L., pp. 38 ss. (con bibliografia); BOUYER, L., pp. 167-172; SCH
LIER, H., art. «Gnosis», en CFT II, pp. 173-185; H AARDT, R., arts. «Gnosis»,
«Gnosticismo», en S M III, pp. 291-306.
96 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 97
" SCHEFFCZYK, L., pp. 46 ss.; G1SEL, P., pp. 128-137; BOUYER, L„ pp.
174-176.
12 DAN1ELOU, J., Message évangélique et culture hellénistique, Tournai
1961, pp. 385-390.
13 SCHEFFCZYK. L., pp. 57-62 (con bibliografía); GISEL, P., pp. 137-144.
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98 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 99
sin embargo «non de Illo sunt» (De nat. boni, 1). Se llega así a un
equilibrio entre dualismo y monismo, pero al caro precio de abando
nar la perspectiva bíblica por un enfoque filosófico; la idea de una
historia de salvación que se abre con el acto creativo retrocede ante el
empuje de las especulaciones ontológicas, que a partir de ahora, y
con raras excepciones, dominarán toda la teología de la creación.
2. De la teología medieval
a la Edad Moderna
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100 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 101
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102 1.a Parte: La doctrina de la creación
|g HHNDRICKX. F., «Das Problem der Aeternitas mundi bei Thomas von
Aquin», en R ThA Af (1967). pp. 219 237: SARANYANA. J. J., «La creación ‘ab ae
terno'. Controversia de Sto. Tomás y R. Marti con S. Buenaventura», en Scripta
Theologien (1973). pp. 127-174; TRESMONTANT, C., La métaphysique... el la
crise..., pp. 234 ss.
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Desarrollo histórico de la doctrina 103
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104 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 105
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106 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 107
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108 1.a Parte: La doctrina de la creación
3.2. El Vaticano I
Tanto Hermes como Günther fueron condenados por Roma (DS
2738-2740 = D 1618-1621; DS 2828-2831 = D 1655-1658), pero
no como heréticos; a lo más a que se llega en estos documentos ro
manos es a calificar las opiniones de Hermes de «haeresim sapientes»
(DS 2740 = D 1620). Será tarea del Concilio Vaticano / definir dog
máticamente la libertad del acto creador y el fin de la creación.
Los textos conciliares que nos interesan son los contenidos en el
capitulo primero de la sesión tercera (DS 3001-3003 = D 1782
1784) y sus cánones correspondientes (DS 3021-3025 = D 1801
1805). Consta que también el capitulo —y no sólo los cánones—con
tiene doctrina de fe; la solemnidad de la fórmula introductoria
(DS 3001: «sancta catholica apostólica romana Ecclesia credit et
confitetur...») no deja lugar a dudas.
El párrafo primero de nuestro capitulo (DS 3001 = D 1782) defi
ne a Dios como creador de todo; mas la novedad aportada ahora es
la precisión «real y esencialmente distinto del mundo», obviamente di
rigida contra cualquier panteísmo.
El segundo párrafo (DS 3002 = D 1783) define: a) el fin de la
creación; contra Hermes y Günther se aclara que, en efecto, Dios no
busca ni adquiere nada creando; crea «para manifestar su perfección
a través de los bienes impartidos a las criaturas»; el canon correspon
diente (DS 3025 = D 1805) precisa que esto es lo que significa la fór
mula «Dios crea para su gloria», b) Igualmente contra los semirra-
cionalistas, se define la absoluta libertad de Dios al crear («con libé
rrimo designio»); vid. DS 3025 b, que hace referencia al error de
Günther (creación como momento necesario de la autoconciencia y
autorrealización de Dios), c) Se recoge finalmente la definición del
Lateranense IV, pero con un apreciable cambio de matiz: si en éste la
creatio ex nihilo se esgrimía contra un ideario dualista, aquí se opone
a toda concepción panteísta, como se advierte en los cánones segun
do, tercero y cuarto (DS 3022-3024 = D 1802-1804), donde se con
denan separadamente todas y cada una de las formas de panteísmo
(el materialista, el espiritualista, el emanatista...): criatura y creador
no son consustanciales, los entes espirituales no son parcelas de la
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Desarrollo histórico de la doctrina 109
30 SCHEFFCZYK, U p. 142.
31 Como, por lo demás, se dirà del conocimiento natural de Dios, apelando
también al texto conciliar (DS 3004, 3026 = D 1785, 1806).
32 En el próximo capitulo se expondrá el punto de vista opuesto: la creación ha
de ser considerada, ante todo, como misterio de fe.
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110 1.“ Parte: La doctrina de la creación
3.4. El Vaticano II
Los descubrimientos de los géneros literarios, con la consiguiente
renovación de la hermenéutica de los textos bíblicos creacionistas, ya
no son historia, sino actualidad. Como lo es la integración en la teo
logía de la visión evolutiva del mundo, tarea en la que no se puede si
lenciar el mérito inmenso de Teilhard. Desembarazada de tales preo
cupaciones, la actual teología de la creación orienta sus esfuerzos a
desarrollar y profundizar el concepto bíblico de la misma y a com
prenderla en el marco histórico-salvífico que le es propio.31 Pues ésta
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Desarrollo histórico de la doctrina 111
EsiEcl ( 1981), pp. 867-933. Cf. también FLICK, M., «La struttura del trattato‘De
Deo Creante'», en Greg ( 1955), pp. 284-290.
'* Un análisis detenido de los textos conciliares que se citan a continuación
compete a la antropologia teológica. Vid., para cuanto sigue, MAYER, C., «Dieu
créateur—l’homme créateur», en NRTh (1979), pp. 39-54; ARM ENDARIZ, L. M.,
«Fuerza y debilidad de la doctrina del Vaticano 1 sobre el fin de la creación». EstEcl
(1970)'. pp. 359-399 (por lo que toca a nuestro tema. pp. 392 ss.).
" Cf. también GS 59", AA 7.
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112 1.a Parte: La doctrina de la creación
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Desarrollo histórico de la doctrina 113
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4
La reflexión teológica
1. El hecho de la creación
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116 1.a Parte: La doctrina de la creación
primera vez por Leibniz,1 la fe cristiana responde con una tesis bási
ca: el mundo ha sido creado por Dios. Con ella, y según hemos cons
tatado ya, el cristianismo elige un término medio, absolutamente ori
ginal, entre el dualismo y el panteísmo. Frente al primero, la tesis sig
nifica: todo procede de Dios; en cuanto tal, todo es bueno. Frente al
segundo se afirma: Dios transciende infinitamente el mundo; éste po
see una realidad propia, distinta de la de Dios. La dignidad de los se
res mundanos queda asi salvaguardada tanto del pesimismo dualista
como del ilusorio optimismo panteísta.12 Contra éste se rechaza la va
loración del mundo como bien absoluto; contra aquél se rechaza la
devaluación del mundo (material) como mal absoluto. El mundo es
un valor, pero relativo.
La originalidad de la idea de creación y su desconocimiento fuera
del ámbito bíblico se pone de relieve con la simple comprobación de
la inexistencia de un término especifico para denotarla en las dos
grandes lenguas de la antigüedad clásica. En efecto, ni el griego ni el
latín, los dos vehículos expresivos de la tradición filosófica y cultural
de occidente, poseyeron un vocablo que recogiese con precisión la
idea. Para significarla, hubo que echar mano de términos aproximati-
vos, que los escritores cristianos cargaron con la especificidad de que
adolecían.3
Por lo demás —y también de esto se ha hablado ya en capítulos
anteriores—, nuestra tesis no pretende ser tanto una teoría sobre el
origen del mundo cuanto una interpretación religiosa de lo mundano
en su última raíz: el mundo es, es realmente, no aparentemente, pues
Dios le ha conferido el ser. Y justamente por eso, el mundo es como
criatura; no tiene en si mismo su razón de ser, no es una magnitud
absoluta. Si no fuese porque existe de hecho, no sería fácil sospechar
que pueda existir, dado que ya existe el infinito, que basta y se basta.
El ser del mundo, en cambio, en cuanto ser finito, implica esencial-
1 JUNGEL. E., Dios como misterio del mundo, Salamanca 1984. pp. 50 s.;
PEREZ DE LABORDA. A.. «Leibniz y la innecesariedad mundanal de Dios», en
Cuad. Salm. de Filos. (1985). Vid. también EBELING. E., (Dogmatik des christli
chen Glaubens 1, Tübingen 1979, p. 291), quien nos recuerda que la pregunta leibni-
ziana ha sido reactivada últimamente por Heidegger.
3 BENZ O. M., Hombre profano-hombre sagrado. Tratado de antropología leo
lógica, Madrid 1978, p. 38: «el panteísmo es una bella y cruel ilusión: nos salva a
cambio de que aceptemos que no existimos» Cf. BARTH, K.. Dogmatik.., pp. 69-71.
•' MARIAS. J., Antropología metaßsica, Madrid 1970, pp. 33 ss. Cf. KERN.
W.. pp. 566 s.: BRUNNER. E„ pp. 11 ss.
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La reflexión teològica 117
4 LADARIA. L. F., p. 45. TILLICH, P., (p. 324) dice lo mismo cuando escri
be que la doctrina de la creación es «la descripción fundamental de la relación exis
tente entre Dios y el mundo» y responde al interrogante planteado por la fínitud de
lo mundano, patentizando que el significado de tal finitud es la creaturidad. Vid. re
flexiones análogas en EBELING, E., p. 304.
i MONOD, J., El azar y la necesidad. Barcelona 197l \ p. 188.
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118 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 119
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120 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 121
16 Las reflexiones precedentes se deben a RAHNER, K., Das Problem der Ho
minisation, Freiburg i.B. 19632 (cf. Id., Escritos de Teología V, Madrid 1964, pp.
188 ss.), y han sido aceptadas por la práctica totalidad de los tratadistas del tema:
Schoonenberg. Flick Alszeghy, Kern, etc.
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122 1.a Parte: La doctrina de la creación
17 Vid. infra, cap. 9. Allí se discutirán detenidamente los diversos modelos on-
tológicos hoy vigentes, desde el monismo fisicalista hasta el pluralismo emergentista,
pasando por el singular emergentismo de ciertos monistas materialistas.
18 Vid. THORPE, W. H., Naturaleza animal y naturaleza humana, Madrid
1980. p. 365: «entre las religiones de todo el mundo, solamente el cristianismo mues
tra signos de ser capaz de satisfacer las demandas de una visión científica del mun
do. consciente de la biología evolutiva». Thorpe cita un expresivo pasaje de Dobz-
hansky en el mismo sentido. Por ello no deja de resultar embarazoso ver cómo cien
tíficos y filósofos acreditados dictaminan con toda tranquilidad que evolucionismo y
creacionismo son incompatibles. Sirva de ejemplo RUFFIE, J., De la biología a la
cultura. Barcelona 1982, p. 192: «el mito de la creación murió con Darwin» (cf.
ibid., pp. 35 ss.). Podrían añadirse al de Ruffié los nombres de Bunge, Monod, Sa
gan. etc. Si la cultura científica de los teólogos deja mucho que desear, ¿qué decir de
la cultura teológica de los científicos?
19 SCHOONENBERG, P., p. 34.
10 Vid. infra, cap. 9, nota 40. con citas de Monod, Popper, Dobzhansky y
otros que comparten esta apreciación. Nótese que establecer un orden cronológico
para los fenómenos no significa, sin más, asignarles una razón suficiente: la confu
sión entre el post hoc y el propter hoc no ha sido nunca de recibo en buena lógica. El
que B sea después de A, y C después de B, y D después de C, etc., no significa que
A sea la causa de B, que B lo sea de C, C de D, etc.
21 RATZINGER, J.. Dogma und Verkündigung, München 1973. pp. 147-160.
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La reflexión teológica 123
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124 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 125
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126 1.a Parte: La doctrina de la creación
tencia. Dios, como diría Bonhoefifer, no está «allá arriba», sino tam
bién «aquí abajo»; está «en lo alto», mas también «en lo profundo».
Asi entendida ¿es la conservación del mundo una acción divina
realmente distinta de la creación? Nos encontramos aqui ante una de
las contadisimas cuestiones disputadas en la actual teología creacio-
nista. La opinión mayoritaria se inclina por identificar de hecho con
servación y creación. Así pensaba ya Santo Tomás,29 y en nuestros
dias sostienen lo mismo Semmelroth,30 Ladaria («las nociones tradi
cionales de concurso, providencia, etcétera, han de verse como una
explicitación de la idea de la creación, no como algo distinto de
ésta»),31 Bonhoeffer («crear y conservar son las dos caras de una mis
ma acción divina»),323Moltmann («la teología tiene que hablar de la
creación no sólo al comienzo, sino también en la historia y al final...
La creación no es entonces un factum, sino un fieri»),n Tillich (quien
propone que, además de la «creación originante», se hable de la «crea
ción sustentante», o conservación, y de la «creación dirigente», o pro
videncia),34 etcétera.
A esta opinión mayoritaria se opone con inesperada vehemencia
Brunner: «quien no admita una conservación de lo creado distinta de
la creación, no toma en serio el hecho de que la creación ha sido (ya)
creada. La relación de Dios con lo que ha creado no es la misma que
su relación con lo que está aún por crear». Brunner parece temer
—sin que acierte a explicar muy bien por qué— que la abrogación de
la diferencia entre creación y conservación conlleve la abrogación de
la diferencia entre creador y criatura y desemboque, consiguiente
mente, en el panteísmo.35
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La reflexión teológica 127
36 El Vaticano II recoge esta ¡dea con atinada sobriedad: «creatura enim sine
creatore evanescit» (GS 36).
31 SEMMELROTH, O., pp. 56 s.
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128 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 129
40 BRUNNER. E., (p. 13). quien por ello deplora que Barth haya dado a su
teología de la creación la forma de un comentario al primer capitulo del Génesis
(ibid., p. 48). Sin embargo, Barth se cuida muy bien de advertir que «toda la Biblia
habla de Jesucristo... cada vez que habla de la creación, del creador y de la criatura»
(Dogmatique. p. 24).
41 GUARDINI, R., p. 48; BARTH, K., Dogmatik... pp. 67, 87.
42 MERSCH. E., La théologie du Corps Mystique 1, Bruges 1954. p. 163.
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130 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 131
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132 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 133
2. El modo de la creación
En el capitulo primero hemos notado repetidamente la inhibición
de la Escritura sobre la forma concreta en que Dios crea: los textos
50 BLOCH, E., Atheismus im Christentum, Frankfurt a.M. 1968, pp. 148 ss.,
190 ss.; cf. en Id., Ei principio esperanza III Madrid 1980, pp. 341 ss., la exaspera
da contraposición entre el Dios del Génesis y el Dios del Exodo, entre el Deus crea
tor y el Deus spes. Sobre la leo logia de Bloch, vid. RUIZ DE LA PEÑA, J. L..
«Ernst Bloch: un modelo de cristologia antiteista», en Rev. Cal. Intern. Communio
(julio-agosto 1979), pp. 66-77.
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134 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 135
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136 1 / Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 137
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138 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 139
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140 1.a Parte: La doctrina de la creación
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L a r e fle x ió n t e o ló g ic a 141
64 M OUROUX. J., El misterio de! tiempo, Barcelona 1965, pp. 85-183; RAH
NER, K., «Theologische Bemerkungen zum ZeitbegrifF», en Schriften zur Theologie
IX, Einsiedeln 1971, pp. 303 ss.
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La reflexión teológica 143
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144 1.“ P a r t e : L a d o c t r in a d e la c r e a c ió n
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146 1.a Parte: La doctrina de la creación
3. El fin de la creación
En la pregunta acerca del fm de la creación late una cierta ambi
güedad: por fin de la creación, en efecto, puede entenderse bien el fin
de Dios creador (finis operantis), bien el del mundo creado (finis ope-
ris). La ambigüedad es, en este caso, deliberada: habida cuenta de la
absoluta dependencia del mundo respecto de su creador, el finis ope-
ris no puede ser realmente distinto del finis operantis. La criatura no
existe por si misma, sino por el acto creador. Análogamente, no exis
te para sí misma: no teniendo en si la razón de su existencia, su ori
gen, tampoco tiene en sí su fin. «No hay teleología autónoma de la
criatura»;71 su destino pende, pues, de lo que su creador disponga.
La cuestión del fin de la creación puede, por tanto, formularse en
estos términos: ¿por qué o para qué crea Dios?; ¿por qué o para qué
existe el mundo? Ambos interrogantes han de tener una misma y úni
ca respuesta, porque el fin del mundo coincidirá infaliblemente con el
motivo que impulsa a Dios a crear. En todo caso, la importancia de
estos interrogantes es evidente; estam os ante la eterna p regunta sobre
el sentido último de la realidad.72
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L a r e fle x ió n t e o ló g ic a 147
74 En Contra Gentes (3, 18), Sto. Tomás observa que Dios no es el fin de las co
sas en el sentido de que logre algo para sí, sino en el sentido de que él mismo se logra
para las cosas. Y en De Potentia (5, 4) afirma: «idem est dictu quod Deus omnia
propter seipsum fecerit et quod creaturas fecerit propter earum esse».
148 1.a Parte: La doctrina de la creación
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La reflexión teológica 149
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150 1.* Parte: La doctrina de la creación
4. Cuestión complementaria:
Teilhard y la doctrina de la creación
Probablemente nadie ha hecho más que P. Teilhard de Chardin
por aclimatar el evolucionismo en el recinto de la fe cristiana. Aun
que sólo fuese por ese titulo, la teologia católica habría contraído con
el sabio jesuíta francés una deuda impagable. A su clarividencia de
bemos un lúcido ensayo de conciliación entre la ciencia y la fe, exen
to de todo trivial concordismo, asi como la vigorosa reivindicación
78 Vid. en R los indices teológicos 194 (creación para la gloria de Dios) y 193
(creación como comunicación de la bondad divina).
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I
L a r e fle x ió n t e o ló g ic a 151
79 Cf. SAHAGUN LUCAS, J. de, «La acción creadora vista por Teilhard de
Chardin», en Verdad y Vida (1970), pp. 493-518; Id., «Teilhard de Chardin y el pan
teísmo», en Pensamiento (1970), pp. 213-230. ,
80 TEILHARD DE CHARDIN, P., Escritos del tiempo de guerra, Madrid
1966, p. 146.
81 Ibid., p. 227. Incluso los comentaristas más simpatizantes de Teilhard lo cri
tican en este punto: TRESMONTANT, C., Introducción al pensamiento de Teil
hard de Chardin, Madrid 1958, pp. 81-85; RIDEAU, E., La pensée du Pére Teil
hard de Chardin, Paris 1965, pp. 335-339; LUBAC, H. de, El pensamiento religio
so de Teilhard de Chardin, Madrid 1967, pp. 333-343.
152 1.a Parte: La doctrina de la creación
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L a r e fle x ió n t e o ló g ic a 153
Cuestiones fronterizas
5
La fe en la creación
y la experiencia del mal
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158 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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F e en la c r e a c ió n y e x p e r ie n c ia d e l m a l 159
i. £1 mal “i *WTrr>Pfl‘ /
* de la escolaridad/
Aun a riesgo de simplificar, las reacciones del pensamiento secu
lar ante la cuestión del mal pueden clasificarse en .dos respuestas-ti-/
el mal como proteodicea. Veamorf
cómo se articulas « b ife s/
3 Para la problemática filosófica del mal, vid. WELTE, B., Über das Bóse,
Freiburg i.B. 1959; JOURNET, Ch., L e mal, Bruges 1962; HAAG, H., E l proble
ma del mal, Bercelona 1981; FLICK, M.—ALSZEGHY, Z .,11 mistero..., pp. 57-79;
Sobre las insuficiencias de las explicaciones exclusivamente metafísicas, cf. VETO,
M .,passim; BUSTO, J. R., pp. 616 s.; GEVAERT, J., «Mal», en Diccionario Teoló
gico Interdisciplinar III, Salamanca 1982, pp. 382-394. Decir que el mal es una li
mitación inherente a la finitud de lo creado puede ser todo lo irreprochable que se
quiera desde el punto de vista metafisico, pero no resuelve nada desde el punto de
vista existencial.
160 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
4 Los hermanos Karamozov, en Obras Completas III. Madrid 1966, pp. 202 s.
Será instructivo leer el comentario a esta página de BLOCH, E., Geist der Utopie
(vol. XVI de la Gesamtausgabe), Frankfurt a.M. 1970. pp. 440 s.
5 La peste, Paris 1947, p. 179.
6 Sobre héroes y tumbas, Barcelona 1978, pp. 299 s.
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161
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164 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
1J Dialéctica..., p. 401.
14 A la búsqueda del sentido, Salamanca 1976, pp. 65 ss.
15 «Esperanza judia y esperanza secular», en (VV.AA.) El futuro como pre
sencia de una esperanza compartida, Santander 1969, p. 100.
16 Dialéctica..., p. 401.
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Fe en la creación y experiencia del mal 165
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166 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
2. El mal en el horizonte
de Jesús de Nazaret
Antes de contestar a estas preguntas o, mejor dicho, para poder
contestarlas, hemos de detenernos en una historia muy singular. La
fe cristiana sostiene que Dios ha proferido su palabra última, definiti
va y supremamente reveladora en Jesús. Para decirlo con más juste-
za: la fe cree que ese Jesús es, él mismo, la palabra de Dios en perso
na. La respuesta divina al misterio del mal y del dolor no va a ser,
pues, un discurso, como parecía esperar Job, sino toda una vida; la
vida de su palabra hecha carne. Por consiguiente, la cuestión que nos
ocupa, formulada cristianamente, podría enunciarse asi: ¿cómo ha
vivido Jesús la experiencia del mal?
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Fe en la creación y experiencia del mal 167
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168 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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F e e n la c r e a c ió n y e x p e r ie n c ia d e l m a l 169
3. El Dios cristiano
y la experiencia del mal
¿Es posible creer desde la experiencia del mal?, nos venimos pre
guntado. Ahora podemos responder: si, puesto que Jesús creyó. Pero
con esto no está dicho aún lo más decisivo que la fe cristiana puede
decir al respecto, a saber, que todo cuanto acabamos de afirmar so
bre Jesús y su experiencia del mal se puede y debe qfirmar de Dios.
Aqui se emplaza el escándalo más insoportable del cristianismo;
el que, amén de repugnar a judíos y gentiles, horrorizó a Arrio y a
Nestorio: que en Getsemaní sufrió Dios, que en el Gólgota murió
Dios. Jesús creía en Abbá, el Dios Padre. Nosotros creemos en Jesús,
el Hijo de Dios, el Dios Hijo. «Este es el Dios verdadero» (1 Jn 5,20),
el único creíble para la fe cristiana; no un Dios apático, y tanto me
nos un D ios M oloch, sino el Dios que com padece y consufre.
«La SS colgó a dos hombres judios y a un joven delante de todos
los internados en el campo. Los hombres murieron rápidamente, la
agonía del joven duró media hora. Alguien detrás de mi preguntaba:
‘¿dónde está Dios?, ¿dónde?'. Cuando, después de un buen rato, el
joven continuaba sufriendo colgado de la soga, oi otra vez al hombre
decir: ‘¿dónde está Dios ahora?'. Y en mi mismo escuché la respues
ta: ‘¿dónde está? Aquí... Está ahí, colgado de la horca'». Este episo
dio, recogido por un superviviente de Auschwitz,24 es el eco de una
sentencia de Jesús: «lo que a uno de éstos hicisteis, a mí me le hicis
teis». El hombre situado detrás del narrador, que pide a Dios que in
tervenga, no sabe que está interviniendo. Pero como sujeto paciente,
no como deus ex machina. Como victima, no como espectador o ver
dugo. La teología que exige la intervención de Dios en este momento
para evitar este mal no es teología cristiana, pues ignora que el Dios
verdadero es un Dios sim-pático, con-sufriente, no apático, y ya está
en escena, no causando, enviando o permitiendo el mal, sino sufrién
dolo en mi y conmigo; tampoco suprimiéndolo, sino mostrándolo
asumióle, desvelándome que incluso en ese mal hay sentido o, mejor,
24 WIESEL. E., Night; citado por MOLTMANN, J., El Dios crucificado. Sa
lamanca 1975, p. 393; también en METZ, J. B., «Teología cristiana después de
Auschwitz», en Concilium 195 (1984), p. 215.
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Fe en la creación y experiencia del mal 171
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172 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Fe en la creación y experiencia del mal 173
presente, desarman al que sufre hoy y lo dejan sin recursos ante la fa
talidad de un sufrimiento todavía no superable.
Las cosas no mejoran si nos pasamos al campo de la teodicea.
Mientras operemos con el Dios deísta, la pregunta sobre el mal no
tiene respuesta. No tiene una respuesta; tiene dos, como hemos visto,
y las dos son pertinentes, lo que deja el interrogante en suspenso. Por
su parte, el ateísmo tampoco es respuesta. No por decir «existe el
mal, luego no existe Dios» se ha avanzado un palmo en el esclareci
miento de la cuestión que se ventila, del mismo modo que destituir al
funcionario responsable de una catástrofe no es reparar la catástrofe.
La fe cristiana imprime al tema un sesgo rigurosamente inédito.
El mal no es problema a solucionar antes de creer en Dios; el mal es
la situación en que Dios se nos ha revelado tal cual es; como aquel
que lo vence asumiéndolo solidariamente y transmutándolo en semi
lla de resurrección. El mal deja asi de ser un problema soluble teóri
camente para convertirse en un misterio a esclarecer vivencialmen-
te.29 Desde esta óptica nueva, el cristiano afronta el mal animado por
una doble certidumbre:
a) Creer desde la experiencia del mal es creer desde la esperan
za en una victoria sobre el mal. Formulado cristológicamente: creer
desde la cruz es creer desde la esperanza en la resurrección. No es
posible la fe sin la esperanza. Si el horizonte último de la realidad y
del proceso histórico fuese el señorío inexorable del mal, la idea de
Dios, y por ende la fe, resultaría o imposible («existe el mal, luego no
existe Dios») o sencillamente odiosa («existe Dios, pero es un cana
lla»). Porque existe el mal, sólo es creíble como Dios un crucificado.
Pero porque el mal no puede ser la última palabra, ese crucificado
convalida su credibilidad en tanto en cuanto es también, y para siem
pre, «aquél a quien el Padre resucitó de entre los muertos».30
b) Creer desde la experiencia del mal es alinearse contra el mal
experimentado. Formulado cristológicamente: creer desde la cruz es
alinearse contra toda forma de crucifixión. La aleación fe-esperanza
instaurada por la tesis a) podría dar pie a la objeción de evasionismo;
29 JUAN PABLO II, Salvtfici Doloris, 14-18. RAHNER, K.t («Warum lässt
uns Gott leiden?», en Schriften zur Theologie XIV, Einsiedeln 1980) nos ha dejado
bellísimas páginas sobre la incomprensibilidad del dolor humano como fragmento
de la inconprensibilidad de la esencia divina.
30 Salrtfici Doloris, 20: «la elocuencia de la cruz y de la muerte es completa
da... por la elocuencia de la resurrección».
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174 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
11 Ibid., 28: «la paràbola del buen samaritano pertenece al evangelio del sufri
miento»; ibid., 30: «la parábola del buen samaritano ... testimonia que la revelación
por parte de Cristo del sentido salvifico del sufrimiento no se identifica de ningún
modo con una actitud de pasividad».
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6
La fe en la creación
y la crisis ecológica
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176 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
con las cosas. ¿Será ésta también la linea de respuesta idónea a los
interrogantes planteados hoy por el debate ecológico?
1. La intervención de la teologia en el
diálogo sobre la ecologia
En todo caso, la teología se interesa por dicho debate y lo afronta
como un diàlogo, necesario y urgente, entre las ciencias de la fe y las
ciencias de la naturaleza. No puede ser de otro modo, porque lo que
en él se cuestiona es la realidad del mundo y el futuro del hombre,
cosas ambas que importan a la razón teológica tanto al menos
como puedan importarle a la biología, la sociologia, la economía o la
ecologia.
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Fe en la creación y crisis ecológica 177
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178 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Fe en la creación y crisis ecológica 181
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182
2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
2.1. La contaminación
La civilización industrial está convirtiendo nuestro planeta en «un
vertedero de desperdicios».10*Si es verdad que la naturaleza tiene la
capacidad de encajar y digerir los subproductos de la actividad hu
mana, no lo es menos que tal capacidad es limitada y que, a partir de
cierta tasa, emergen síntomas inequívocos de saturación y de recha
zo. Las cosas se agravan notablemente cuando no sólo se incrementa
la cantidad de los desechos, sino que se modifica su calidad (el ca
rácter tóxico de los residuos radiactivos, por ejemplo). Todos los in
dicadores ecológicos coinciden en señalar que estamos en el umbral
de la saturación; más aún, que tal umbral se ha franqueado ya a nive
les locales. Dicho de otro modo, se registran ya situaciones de dete
rioro irreversible, si bien localmente circunscritas, del medio ambien
te.
Este factor de la contaminación ambiental es quizá el que más di
rectamente impacta a la opinión pública, entre otras razones porque
incide en los dos elementos más indispensables para la vida: el aire y
el agua. Las cifras al respecto son realmente impresionantes; se ha
escrito que «el dossier de la polución es un auténtico museo de horro
res».11 Veamos algunos ejemplos ya tópicos. Cada suplemento domi
nical del New York Times consume un bosque de 74 has., con lo que
esto representa de pérdida de oxígeno. Las fábricas de Milán arrojan
anualmente a la atmósfera 100.000 toneladas de ácido sulfúrico. En
Nueva York la atmósfera contiene 40 toneladas de elementos quími
cos en suspensión por km2. En cuanto a las aguas, París vierte diaria-
2.2. La superpoblación
En los últimos quince años, la población de la tierra se ha incre
mentado en mil millones de personas, «una proporción increíble», «la
más vertiginosa de la historia de nuestro planeta».14 Se ha hecho ya
de uso común hablar de «la explosión demográfica». Desde sus oríge
nes hasta el siglo XV la población humana tardó 50.000 años en du
plicarse; se duplica de nuevo de 1600 a 1800; dos nuevas duplicacio
nes se producen de 1800 a 1900 y de 1900 a 1965. A partir de esta
fecha, se calcula que bastarán 35 años para doblar una vez más la
población mundial.
El factor 2 aparece, pues, en períodos cada vez más cortos. Un
dato inesperado, que agrava notablemente el cuadro: las previsiones
hechas por las estadísticas de población están sufriendo constantes
correcciones al alza, incluso en países como Estados Unidos, Gran
Bretaña y Francia, en los que parecía que los cálculos podrían resul
tar más fiables.15
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188 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Fe en la creación y crisis ecológica 189
Puesto que ellos saben cómo producir conciencia, serán ellos los que
decidan qué clase de conciencia producir. Asi, y sólo asi, habrá sido
a la postre conquistada la naturaleza, toda la naturaleza, incluida la
humana. «La conquista final del hombre es la abolición del hombre»,
concluye Lewis.
Despachar esta lúgubre predicción con el fácil trámite de decla
rarla fruto de la histeria anticientifica seria una necedad. Ante todo,
porque no es Lewis el único en ver las cosas de este modo. A los cua
renta años de la aparición de su ensayo, está logrando récords de
venta el último libro de Konrad Lorenz, cuyo título reproduce casi li
teralmente el del pensador británico.3435Un divulgador solvente como
Asimov constata que no existen civilizaciones avanzadas, porque to
das acaban suicidándose.33 Delibes se muestra escépticamente resig
nado a ser testigo de un desastre inevitable.36 García Bacca se pre
gunta «qué esclavitud será comparable con la que nos caerá en suerte
o en desgracia frente a un Señor y Dueño de la energía atómica».37 Se
excusan, por consabidas, las citas de los inevitables Huxley (Un mun
do feliz) y Orwell (1984), la incontable legión de los glosadores de
este último en este año emblemático38 y, en fin, la pseudoutopía de
Skinner (Walden Dos).
Pero además, y esto es lo realmente importante, la figura de los
Controladores, tan magistralmente anticipada en el plano literario
por estos autores, ha tomado cuerpo al conjuro de la crisis ecológica.
Así, se sugiere con mayor o menor explicitud (eso va en gustos) que
el remedio ha de consistir en una bárbara operación quirúrgica: los
cibernéticos del Club de Roma no excluyen la conveniencia de catás
trofes locales para evitar la catástrofe planetaria:39 una especie de vo
ladura controlada del edificio en ruinas para salvar el resto de la
manzana. Aún con más brutal franqueza, se sostiene que la ayuda a
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190 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
los países en desarrollo debe limitarse, para que resulte eficaz, a sólo
aquellos que tienen todavía posibilidades de remontar el colapso de
mográfico. Lo que significa, dicho lisa y llanamente, que hay nacio
nes ya irrecuperables, a las que debe darse por perdidas y en las que
cualquier inversión seria un derroche reprobable.
El libro de los Paddock es, a este respecto, de un impudor modéli
co; países como la India tendrían que ser desheredados por la co
munidad internacional, al ser reos confesos del pecado de prodigali
dad demográfica; en ellos sólo cabe dejar que la naturaleza siga su
curso. 40
De ahi a ponderar las virtudes terapéuticas de una conflagración
atómica (eso si, cuidadosamente circunscrita a determinadas regiones
del globo) no hay más que un paso. Que además —para colmo de sar
casmo— se presenta como un gesto misericordioso: «las minorías
afortunadas deben actuar como si fueran depositarías de una civiliza
ción que está bajo la amenaza de las buenas pero desinformadas in
tenciones. ¿Cómo podemos ayudar a un pais extranjero para que no
llegue a la superpoblación? Sin duda, lo peor que podemos hacer es
enviarle alimentos. El niño salvado ahora se convertirá mañana en un
reproductor. Movidos por nuestra compasión les enviamos alimen
tos, pero ¿no es verdad que es ésta la mejor manera de aumentar la
miseria de una nación superpoblada? Las bombas atómicas serían
más benevolentes».*'
Si el despiadado cinismo de estas tomas de postura subleva la
conciencia de cualquier biennacido, no se olvide cómo se puede llegar
hasta ahí; el proceso mental seguido es el que anticipaba Lewis:
cuando a la degradación ecológica se suma la desertización ética, los
resultados no pueden ser sino éstos: la conquista del hombre por el
hombre, el «acabemos con el hombre antes de que el hombre acabe
con la naturaleza», la «abolición de lo humano» como anticipación
del final «sálvese quien pueda».
4,1 W. y P. PADDOCK, op. eil.; EHRLICH. P.. The Population..., (pp. 160 s.)
se muestra de acuerdo: «en mi opinión no hay elección racional que no sea la de
adoptar alguna forma parecida a la estrategia de los Paddock en cuanto concierne a
la distribución de alimentos*.
41 HARDIN, G., citado por FEENBERG. A., p. 75 (el subrayado es mió).
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Fe en la creación y crisis ecológica 191
42 HARDIN, G., The Tragedy..., pp. 133 s. Este texto fue publicado en 1973;
desde entonces, los hechos han confirmado el pronóstico.
En (Daly, H. E., ed.) Toward..., pp. 283, 299-301.
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192
2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
del presente y la del futuro». El criterio ético que sugieren los autores
es: «ni los hombres ni las instituciones de nuestra sociedad pueden
ejercer acciones que recorten las opciones económicas y sociales de
aquellos que vivirán en nuestro planeta más allá de los próximos cien
años». Y añaden: «quizá sólo la religión organizada tiene fuerza mo
ral suficiente para conseguir la aceptación de esta norma, pero quizá
ello pueda lograrse también con un ilustrado y unánime programa de
educación pública».
La posición de Birch es igualmente inequívoca:44 «el mundo es un
Titanic en trance de colisión»; resulta estúpido pretender seguir via
jando y pagar más adelante, porque «el tiempo de pagar ha llegado...
El desastre sólo puede evitarse cambiando de rumbo». Para efectuar
este viraje no basta la técnica: «hay problemas que la ciencia y la tec
nología no pueden resolver». Entre otras cosas, porque están al servi
cio del mundo opulento. Además, porque las salidas que proponen
pueden paliar de momento el desastre, mas al precio de arrojamos a
«un paraíso de locos, del que ya no habría escapatoria». De esta for
ma, «el arreglo tecnológico deviene la trampa tecnológica. Actuar
como si la solución de todos los males de la tecnología consistiera en
añadir más tecnología es seguir a sus flautistas hasta el precipicio...
Es un modo de pensar lastrado de mitos pseudorreligiosos» En reali
dad, la tecnología «tiende a crear más problemas de los que puede re
solver». La única vía de salida es, en suma, la edificación de «una so
ciedad viable», basada en criterios de igualdad y justicia. Y como la
ciencia «no prescribe por si misma lo que es bueno» ni es competente
para señalar los fines, los «objetivos de valor», ha de intervenir «la de
cisión ética» que regule las posibilidades científicas y guíe su utiliza
ción para el bien de la entera humanidad.
A decir verdad, ya la propuesta en favor del crecimiento-cero im
plicaba unos postulados éticos. Birch glosa esa propuesta concretán
dola en los siguientes puntos: a) crecimiento-cero de la población; b)
crecimiento-cero del consumo de bienes; c) crecimiento-cero de la
contaminación; d) interdependencia y solidaridad entre todos los
pueblos; la supervivencia de la humanidad es inseparable de la justi
cia distributiva. Puesto que todos estamos embarcados en la misma
(y única) nave, si se hunde un costado terminará por hundirse el bar
co entero.
44
A rt. cit., pp. 67, 7Í-74, 76.
F e e n la c r e a c ió n y c ris is e c o l ó g ic a 193
45 Así piensa DUMONT, R., L ’utopie ou la mort!, París 1973. (A estas altu
ras, el atento lector habrá sin duda reparado en la utilización recurrente del signo de
admiración en los títulos de las publicaciones ecológicas).
46 MESAROVIC, M .-PESTEL, E., L 'humanité à la croisée des chemins: vers
un développement plus juste de la société mondiale, Paris 1974; RUFFIÉ, J., p. 394:
«las exigencias están claras: más justicia, más cooperación, más conciencia; ...
adoptar ... un comportamiento altruista especificamente humano».
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196 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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202 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
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208 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
11 HÜBNER, K., passim (las citas están tomadas de las pp. 7, 11, 126, 37-44,
57 y 147; los subrayados son míos); BROWN, H., p. 102; PEACOCKE, A. R„ n a
19-22.
12 MONOD, J., E l azar y la necesidad, Barcelona 19713, p. 190.
1 KUHN, T. S., L a estructura de las revoluciones científicas, México 1975,
p. 244.
SKOLIMOWSKI, H., Problemas..., pp. 278-283; Id., Racionalidad...,
p. 12.
Relaciones fe-ciencia: Consideraciones generales 209
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212 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Relaciones fe-ciencia: Consideraciones generales 213
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214 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
3. Fe-ciencia: de la beligerancia
a la coexistencia pacífica
La refutación del dogmatismo positivista, la postulación de una
nueva alianza entre ciencia y filosofía, el reconocimiento del carácter
velado, enigmático, de la realidad y, consiguientemente, de la perti
nencia de lecturas no exclusivamente científicas de la misma, despeja
el camino para la convalidación del discurso religioso como capaz de
verdad e inteligibilidad, como posible fuente de esclarecimiento del
misterio del mundo, como logos razonable y significativo en orden a
la confección de un universo de sentido.
Hay, en efecto, una dimensión de lo real que es la profundidad (o
la transcendencia, si se prefiere); hay todavía, y habrá siempre, una
térra incógnita en la que el discurso científico no puede penetrar, por
que su utillaje no está hecho para explorarla, y de la que proceden los
interrogantes que planean crónicamente sobre el hombre, también so
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Relaciones fe-ciencia: Consideraciones generales 215
3.1. La razón de la fe
De ese género es la razón de la fe cristiana. La fe tiene la preten
sión, por cierto bien audaz, de contar con una palabra que no disuel
ve el misterio del mundo, pero lo ilumina; de anunciar un mensaje
significativo, portador y comunicador de sentido. Cualquiera puede
pensar, si le apetece, que su plazo de validez ha caducado y que los
creyentes son una especie en trance de extinción. Pero sólo podrá
pensar asi honestamente a condición de tomar a su cargo la respon
sabilidad de las últimas preguntas. Acaso por esto Bloch afirma que
es necesaria, hoy más que nunca, una meta-religión que recoja y pro
longue la herencia de la religión: Garaudy asume nociones tan ine
quívocamente cristianas como transcendencia y resurrección; Ma-
chovec piensa que hay que afrontar el estudio de la realidad con un
sentimiento de piedad cósmica; Horkheimer sostiene que el dilema
justicia-injusticia sólo teológicamente puede despejarse y que la nos
talgia del Absoluto es irreprimible; Kolakowski concluye uno de sus
libros desvelando el fondo teológico de las cuestiones hoy más apa
sionadamente debatidas.29
En todo caso, y aunque los párrafos precedentes parezcan suge
rirlo, no creo que la relación fe-ciencia pueda ser pensada según el
modelo de la compartimentación de saberes y el reparto de compe
tencias, como si la fe entrase en juego allí donde acaba la ciencia, o se
interesase sólo por lo que no le interesa a la ciencia. Esta óptica nos
llevaría a una concepción residual de la fe, que es precisamente lo que
hay que evitar a todo trance. A la fe le atañe lo central, no lo subur-
bial; hay que implantarla en el meollo, no en el margen, de la reali
dad. Aunque, como es obvio, hay cuestiones especiñcamente científi
cas y cuestiones específicamente religiosas, a la fe le importa lo mis
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216 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Relaciones fe-ciencia: Consideraciones generales 217
* * *
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8
Relaciones fe-ciencia:
Cuestiones puntuales
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222 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
4 CLOUD, P., E l cosmos, la tierra y el hombre, Madrid 1981, p. 39: «de dónde
puede haber provenido la bola [cuya explosión dio origen al universo]... es una cues
tión que transciende los límites de la ciencia... Pertenece a la metafísica y a la teolo
gía» (El subrayado es mío).
5 Cosmología..., pp. 9, 65, 85-98, 187-210; WEINBERG, S., pp. 16-20. Resul
ta altamente instructiva una anécdota al respecto: cuando el canónigo Lemaitre ex
puso a Einstein su teoría del big bang, éste le replicó: «Eso recuerda demasiado al
Génesis; ¡se nota que es usted sacerdote!» (PRIGOGINE, I., ¿Tan sólo una ilu
sión?, Barcelona 1983, p. 143).
6 Cosmología..., pp. 202 s.
R e la c io n e s fe - c ie n c ia : C u e s t io n e s p u n tu a le s 223
mación fiable les parece a muchos, entre ellos a Einstein, «una espe
ranza ilusoria»7: la distribución de masas en el conjunto del universo
observable es tan irregular que invalida cualquier extrapolación del
cálculo del sector visible al resto del cosmos; e incluso en el sector vi
sible no es fácil ponerse de acuerdo sobre el carácter de materia de
ciertos fenómenos.
Otro procedimiento para optar entre los modelos 1 y 2 consiste
en calcular a qué ritmo se está desacelerando el universo. Como la
fuerza expansiva es mayor cuanto más cerca se está del momento de
la explosión, la velocidad de alejamiento ha de ser mayor en las gala
xias más lejanas que en las más próximas, puesto que la visión que
tenemos de aquéllas es centenares de años-luz más antigua que la que
tenemos de éstas. Parece que la velocidad de separación es sustan
cialmente mayor en las galaxias lejanas que en las cercanas, lo que
depondría en favor del modelo 1. Con todo, tampoco aquí cabe afi
nar la prueba, porque la exactitud de las observaciones de las gala
xias más distantes es escasa y arroja un ancho margen de incertidum
bre.
2. El dilema determinismo-indeterminismo
En uno de sus trabajos más sugestivos,17 Popper se pregunta cuál
es la parábola más apropiada de nuestro mundo, si el reloj o la nube.
¿Vivimos en un mundo de relojes (estructuras físicas inflexibles que
funcionan de modo tan inexorable como predecible), de suerte que,
conocida exhaustivamente la situación inicial (t = O), puede preverse
con exactitud matemática cualquier situación posterior (t = O + n)?
¿O más bien habitamos un mundo de nubes (entidades fluidas, cam
biantes, imprevisibles), dotado de una inagotable reserva de sorpresas
emocionantes?
29 UA, pp. 65, 70-78. Podría acaso argiiirse que con este argumento —que
Popper estima «el argumento filosóficamente más fundamental en contra del deter
minismo científico» (UA, p. 78)— se refuta la predictibilidad, pero no el determinis
mo propiamente dicho, supuesta la distinción entre ambos establecida por algunos
(vid. nota anterior). Adviértase, con todo, que Popper está hablando de la incapaci
dad connatural de la ciencia para dar razón de todo lo real, y no de una limitación
transitoria y superable de nuestros conocimientos. Vid., sobre todo ello, supra, capí
tulo 7.
30 El determinismo de Einstein era más metafisico que científico; recuérdese su
célebre «Dios no juega a los dados», con el que se distanciaba del punto de vista de
Born (cf. POPPER, K. R., Conocimiento objetivo, Madrid 1974, p. 173, nota 32).
La frase completa reza así: «Usted (Born) cree en un Dios que juega a los dados, y
yo en la absoluta regulación que introduce la ley en un mundo compuesto por una
realidad objetiva». La idea de una «ley de la naturaleza», de «la racionalidad o inteli
gibilidad del mundo», era en Einstein casi obsesiva, y nacia no tanto de razones cien
tíficas cuanto de un «sentimiento religioso cósmico», cuasi panteísta; vid. EINS
TEIN, A., M is ideas.... pp. 33, 234; HÜBNER, K„ pp. 92, 102, 164-167; WEIZ-
SÁCKER, C. F. von, pp. 206-211; PEREZ DE LABORDA, A., ¿Salvar lo real?.
pp. 422 ss.; PEACOCKE, A. R., p. 95.
31 1X4, pp. 78 s., 112 s.
230
2 .a P a r t e : C u e s tio n e s f r o n t e r iz a s
Mozart, los lugares del papel en que Mozart iba a poner su pluma.
Aún más..., deberían ser capaces de anticiparse a la acción de Mo
zart y escribir su sinfonía antes incluso de que Mozart la concibiera
conscientemente». Tanto la ética como la creatividad estética o cien
tífica demandaban como premisa ineludible la no constricción de su
sujeto, la no predictibilidad de las acciones en que se plasma; supone,
en suma el indeterminismo.
34 U A , pp. 60 s.
” POPPER, K. R., C o n o c im ie n to ..., p. 207.
38 U A . p. 152.
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232 2 .“ P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
3. ¿Azar o finalidad?
Con el dilema determinismo-indeterminismo tiene cierto aire de
familia el dilema azar-finalidad, vivamente controvertido en la biolo
gía actual. Ya antes de que Monod publicase su best-seller sobre el
asunto,4J era notable la cantidad —y calidad—de científicos alérgicos
a la idea de finalidad. Pero el libro del gran biólogo francés popula
rizó tal alergia e impuso en el vasto círculo de sus lectores el llamado
«postulado de la objetividad», según el cual la naturaleza es objetiva,
y no proyectiva; habría, pues, que repudiar toda interpretación de
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Relaciones fe-ciencia: Cuestiones puntuales 235
51 Materialismo..., pp. 84 s.
52 Ibid., p. 88.
53 PRIGOGINE. I.—STENGERS, I., La nueva alianza. Metamorfosis de la
ciencia, Madrid 1983, pp. 166-187, 188-204; cf. PEACOCKE. A. R., pp. 69-72,
86 - 111.
M EFB, pp. 452 s.
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236 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
55 lbid., p. 313.
-b Robots, Men and Minds, New York 1967, pp. 82 ss.
57 EFB, p. 200.
58 lbid., p. 271; cf. PEREZ DE LABOR DA, A., ¿Salvar lo real?, pp. 437 ss.
59 JACOB, F., La lógica de lo viviente, Barcelona 19772, p. 334: «el tiempo y
la aritmética niegan que la evolución se deba a una sucesión de microacontecimien-
tos y mutaciones sobrevenidas al azar».
60 RUFFIE, J., De la biología a la cultura, Barcelona 1982, pp. 123 ss.; 155
ss.: «desgraciadamente, todo el razonamiento de J. Monod está construido sobre el
esquema mutacionista clásico, ...cuyas insuficiencias ya conocemos».
61 El universo inteligente, pp. 11-18, 218 ss., 242 ss. La validez de los cálculos
de Hoyle no ha sido impugnada, lo que hace presumir que son sustancialmente co
rrectos.
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Relaciones fe-ciencia: Cuestiones puntuales 237
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238 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s f r o n t e r iz a s
75 E l azar..., pp. 158-160. Hoyle matizaría que el fenómeno es hasta tal punto
improbable que seguramente no se habrá dado por azar ni una sola vez.
76 THORPE, W. H., en EFB, p. 161.
77 DOBZHANSKY, T., en EFB, pp. 262, 394.
78 PRIGOGINE, I.—STENGERS, I., p. 23.
79 E l cosmos..., p. 156.
80 VA, pp. 169-171, 174. En EFB, p. 346, Popper emplea, a propósito del ori
gen de la vida, la expresión «enigma turbador».
R e la c io n e s fe - c ie n c ia : C u e s tio n e s p u n tu a le s 241
4. ¿Cosmocentrismo o antropocentrismo?
«Cuando contemplo el cielo, hechura de tus dedos, la luna y las
estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de
él, el hijo de Adán para que de él te cuides?» (Sal 8,4-5). El estupor
que acometía al salmista cuando cotejaba la inmensidad del universo
con su propia pequeñez es una de las invariantes de la experiencia
mundanal del hombre. El mismo estupor cobra forma actualmente en
el debate sobre el llamado «principio antròpico», que viene a prolon
gar cuanto acaba de decirse sobre la dialéctica azar-finalidad: ¿es la
realidad cosmocéntrica o antropocéntrica? El fenómeno humano ¿es
un simple epifenómeno, la espuma de la marea cósmica? ¿O es el ob
jetivo perseguido por la colosal deriva genesíaca? Aut kósmos aut lò
gos: la vieja divisa continúa siendo el blanco de apasionadas indaga
ciones.
81
WEIZSÀCKER, C. F. von, p. 166.
242 2.“ Parte: Cuestiones fronterizas
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R e la c io n e s fe - c ie n c ia : C u e s tio n e s p u n tu a le s 243
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Relaciones fe-ciencia: Cuestiones puntuales 245
99 CLOUD, P.. pp. 276 s.; TAYLOR, J., en Cosmologia..., pp. 239-241.
100 PEACOCKE; A. R., pp. 67 ss.; MORREN, L., «De la loi d’entropie au
principe anthropique», en RThL (1984), pp. 160-183; GALE, G., «El principio
antròpico», en Investigación y Ciencia (febrero 1982), pp. 94-103; DAVIS, P., Oíros
mundos, Barcelona 1983, pp. 137-158; BARROW, J.-TIPLER, F., The Anthropic
Cosmological Principle, Oxford 1986.
,0‘ HOYLE, F., pp. 223 ss., 235-239, 244.
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246 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
Sin embargo, y operando con una hipótesis límite, ¿no podría in
vertirse la famosa frase de Einstein y aventurar que, en este universo,
Dios si ha querido jugar a los dados, es decir, dejar a la materia ex
plorar las diversas posibilidades y desarrollar una? Fenomenològica
mente, el mundo sería el resultado de procesos aleatorios; fenome
nològicamente porque, en último análisis, el curso y la desembocadu
ra factuales de la cosmogénesis estarían previstos y queridos por la
inteligencia divina. Contra esta conjetura-limite no se podría argüir
que en ella Dios deviene innecesario, la «hipótesis inútil» de Laplace,
porque en esta objeción late una comprensión reduccionista de Dios
como simple tapaagujeros o deus ex machina, propia de los idearios
deístas de corto alcance.
No; si la conjetura no parece convincente, es porque resulta alta
mente sofisticada, casi nominalista. Recordemos, en todo caso, que el
destino cristológico de la creación es un dato irrenunciable de la fe
cristiana: «todo fue creado por él y para él». Y ese destino cristológi
co conlleva necesariamente la instancia antropológica. Sostener que
Cristo es un elemento ineludible de la realidad mundana, cuando se la
contempla con ojos cristianos, equivale a sostener que también el
hombre es un elemento ineludible de dicha realidad. Entendido en
este sentido, el principio antròpico forma parte de la fe creacionista.
Más aún: según se consignaba en un capitulo anterior,102 la fe
cristiana cree que el hombre no puede abdicar de la posición central
en su mundo; la realidad a la que se extiende el radio de acción de lo
humano es realidad cristocéntrica y, por ende, antropocéntrica. El
mundo del hombre está enseñoreado por el hombre; en el àmbito de
lo mundano, no hay otro valor superior a éste ni otro fin de éste.
Estamos hablando del mundo del hombre. En efecto, no se ve por
qué la fe cristiana deba oponer un veto categórico a la existencia de
vida (incluso inteligente) en otros espacios o tiempos del universo,
con tal, claro está, que de esa vida se afirme su carácter creatural y
su referencia constitutiva a Dios como fin último. Pero, aun en ese
caso, la teologia no puede precisar el marco concreto de esa referen
cia: ¿se da, fuera del mundo del hombre, y en la hipótesis de otros se
res inteligentes, una economía de gracia? A extramuros de la historia
humana, la capitalidad cósmica de Cristo ¿implica necesariamente
una capitalidad salvifica de carácter estrictamente sobrenatural?
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Relaciones fe-ciencia: Cuestiones puntuales 247
5. Reflexiones conclusivas
¿Universo infinito o universo finito? ¿Determinismo o indetermi
nismo? ¿Azar o finalidad? ¿Cosmocentrismo o antropocentrismo?
Las exposiciones precedentes han mostrado que estas preguntas, tan
importantes para los científicos como para los teólogos, no pueden
ser respondidas sólo en base a los conocimientos dispensados por las
ciencias de la naturaleza. Lo que significa que la fe en la creación no
está expuesta, en estas cuestiones, a ningún voto de censura suscribi
óle por la racionalidad científica.
Se confirma asi, en estos cuatro casos críticos, cuanto se había
avanzado en el capítulo anterior acerca de la compatibilidad de los
discursos científico y teológico sobre la realidad. Más concretamente,
ninguna de las tesis en que se articula la doctrina cristiana de la crea
ción entra en conflicto con las convicciones comúnmente admitidas
hoy por los cultivadores de las ciencias de la naturaleza.
Podría aún añadirse que, sea cual fuere la evolución de las ideas y
de los conocimientos en la comunidad científica, resulta harto difícil
imaginar que ésta convenga algún dia en un enunciado que pugne
con la fe creacionista. Este pronóstico se funda en la persuasión —ve
rificada a lo largo de estas páginas—de que las cuestiones fronterizas
entre ciencia y fe ni son ni pueden ser, por su propia naturaleza, es
trictamente científicas, exclusivamente solubles por la via del saber
empírico; todas ellas hunden sus raíces en el subsuelo filosófico,
103 Sobre las posibilidades de vida, y de vida inteligente, en otros puntos del
universo, vid, de nuevo HOYLE, F., pp. 140 ss.
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248 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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9
Relaciones fe-ciencia:
Materialismo y creacionismo
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250 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s f r o n t e r iz a s
1 HEISENBERG, W., Más allá de la fìsica, Madrid 1974, pp. 25 ss.; la esci
sión de las partículas produce... ¡partículas!
Materialismo y creacionismo 251
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252 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Materialismo y creacionismo 253
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254 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Materialismo y creacionismo 255
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256 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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M a t e r ia lis m o y c r e a c io n is m o 257
23 Materialismo..., p. 45.
24 POPPER, K. R., «La reducción científica y la incompletitud de toda cien
cia», en (VV.AA.) EFB, pp. 334 ss. Una versión revisada del mismo estudio aparece
en VA, pp. 153-183; cf. ibid., «Más observaciones sobre la reducción» (1981), pp.
184-195.
25 AYALA, F. J., en EFB, pp. 13 s.
26 EFB, p. 22.
27 Ibid., p. 31.
28 Ibid., p. 115.
29 Ibid., pp. 154 ss., 237 ss.
30 Ibid., p. 274.
31 Ibid., pp. 274 s.; RUSE M., La filosofía de la biología, Madrid 1979, pp.
251 ss.
258 2.a Parte: Cuestiones fronterizas
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Materialismo y creacionismo 259
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260 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
37 En Actas... (p. 40) dice Bunge: «Dijo usted si para mí los fenómenos menta
les son fenómenos físicos. ¡No! No me parecen físicos... El materialismo que defiendo
no es un fisicismo, sino un emergentismo. Reconoce la existencia de propiedades
nuevas que no sonjlstcas ni químicas ni biológicas comunes» (el subrayado es mío).
31 Para el análisis crítico de la antropología emergentista, vid. RU1Z DE LA
PEÑA, J. L., Las nuevas antropologías..., pp. 156 ss., 211 ss.'
39 Actas..., pp. 154 ss. Este juicio había sido ya emitido por su autor hace
años: BUENO, G., Ensayos materialistas, Madrid 1972, p. 335.
Materialismo y creacionismo 261
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262 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s fr o n t e r iz a s
3.1. El dualismo
El concepto de «dualismo» es tan ambiguo y equívoco como he
mos visto que era su antílogo el monismo. A fuerza de valer lo mismo
para un roto que para un descosido, acaba vaciándose de contenido.
Se han rotulado como dualistas doctrinas tan diversas como el plato
nismo, el gnosticismo, el tomismo, el cartesianismo... El común deno
minador de todas ellas sería la aserción de dos géneros de realidad:
materia y espíritu (o cuerpo y alma). Pero, amén de las diferentes ma
neras de concebir los dos polos de este binomio, los dualismos discre
pan además en el distinto modo de entender la relación entre ambos.
Y así, del (presunto) dualismo de Tomás de Aquino46 al dualismo
cartesiano de la res cogitans y la res extensa media un abismo meta
fisico. Todavía más; entre el dualismo interaccionista de Eccles y el
de Popper se interponen disensiones en puntos tan neurálgicos como
el origen, la naturaleza y el destino de la realidad inmaterial llamada
«mente» (lo otrora designado por el término «alma»), lo que no es óbi
ce para que ambos autores —el neurólogo y el filósofo—hayan escri
to un libro en común sobre la mente.47
Originariamente, el dualismo ha nacido de una preocupación no
ontològica, sino ética. La pregunta que lo ha generado versa no sobre
el origen del mundo, sino sobre el origen del mal. El mal, y no el ser,
es la preocupación nativa de la tesis dualista. Ante todo, porque es
demasiado distinto del bien para que pueda subsumirse junto con él
en una realidad única y omnicomprensiva. Además, porque hay tal
cantidad y calidad de mal en el mundo, el mal posee un tal espesor,
que por fuerza tiene que ser producto de un supremo principio, tan
supremo como el que originó el bien. A partir de aquí, el problema
ético accede al nivel ontològico: hay dos órdenes y dos principios de
ser, irreductibles y mutuamente hostiles.
He ahí el fianco vulnerable del dualismo: el desgarramiento que
opera en la contextura de lo real. La realidad dualista es esquizofréni
ca; en los antípodas de monismo y su continuismo de niveles, el dua
lismo nos presenta una realidad no sólo escindida sino irreconcilia-
3.2. El pluralismo
El embarazo ante el monismo y el consiguiente deslizamiento ha
cia el pluralismo está muy bien representado por J. Ferrater Mora.
Tras advertir que su punto de vista no es «en ningún caso dualista»
(faltaría más), Ferrater concede que parece más razonable el pluralis
mo que el monismo, para apostillar acto seguido que, no siendo de
recibo un «pluralismo radical» (pues las realidades plurales son inter
dependientes), «es legítimo preguntar si, al fin y al cabo, no se desem
boca en alguna forma de monismo». Ferrater reabsorbe finalmente
sus perplejidades proponiendo «un monismo sui generis» y recono
ciendo al tiempo que «la expresión es poco afortunada». Poco hace,
en verdad, nuestro pensador para sacar a sus lectores del atolladero
en que les ha sumido esta trayectoria en zig-zag. Dos páginas más
adelante, en efecto, y cuando se esperaría que definiese con menos
vacilaciones su posición, se nos propina el párrafo siguiente: «el mo
nismo sui generis de que hablé anteriormente es, pues, una especie de
‘continuismo* de niveles, y es incompatible con el dualismo o con
cualquier pluralismo radical». El párrafo no puede ser más expresivo;
en él se refleja tanto la escasa viabilidad del monismo estricto como
el terror que acomete a ciertos ensayistas ante la eventualidad de ser
tildados de dualistas. Lo que finalmente termina deparándonos Fe
rrater es algo muy afin —si no idéntico— al emergentismo bungeano,
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Materialismo y creacionismo 265
49 FERRATER MORA, J., De la materia..., pp. 21-27, 31 ss., 83 ss., 204 ss.
El par de páginas que Moulines dedica a Ferrater (ESQU1VEL, J. [ed.], pp. 95 s.)
no tiene desperdicio: «lo que me desconcierta en la posición de Ferrater Mora es
que, a pesar de reconocer las graves dificultades de cualquier doctrina monista,... a
renglón seguido nos comunica que ‘persistirá en el empeño' de adscribirse a una es
pecie de monismo paramaterialista».
50 Vid supra, nota 48. Añádase todavía una última autodefinición: «yo no soy
un monista, sino un pluralista» ( (JA. p. 138)
51 Conocimiento..., pp. 106 ss., 150 ss.; El yo..., pp. 44 54; VA, pp. 136 ss.,
175 ss.
J2 Materialismo..., p. 212; The Mind-Bodv..., pp. 169-173.
VA, pp. 152, 167.
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266 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s f r o n t e r iz a s
54
Exploraciones..., p. 364.
55
Ayala, Dobzhansky, Thorpe, Montalenti, etc., cf. supra, notas 25 a 32.
M a t e r ia lis m o y c r e a c io n is m o 267
59 Vid. la explicación que del axioma hace RAHNER, K., Das Problem der
Hominisation, Freiburg, i.B. 19632, pp. 62 ss.
60 Materialismo..., p. 11.
61 PUTNAM, H., Mind, Language, Reality, New York 1975, pp. 295-302.
62 ESQUIVEL, J., (ed.), p. 152.
63 JACOB, F., Le jeu des possibles, Paris 1981, p. 83; SKOLIMOWSKI, H.,
en EFB, pp. 276 s.
64 De la recurrencia de los dualismos bajo diversas formas hablan BUENO, G.
y DOU, A., en Actas..., pp. 47 s., 98.
272 2 .a P a r t e : C u e s tio n e s f r o n t e r iz a s
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276 Indice onomástico
C amus, A., 160, 239. F eenberg . A., 175, 182, 184, 188,
C haisson . E., 220. 221. 223, 24.2. 190.
C lark . W., 185. F eigl . H., 258.
C loud . P., 222, 240, 242, 245. F errater M ora . J., 251, 252, 255,
C obb. J. B., 179. 197. 264. 265.
C oenen , L., 62* F euillet . A., 79, 80, 81, 82. 83.
C ommoner . B., 187. F euerbach . L., 106, 130, 131, 132,
C o ngar . Y.-M., 89. 91. 137.
C onzelmann .R ., IL F ichte . J. G ., 107.
C onstantinopla II (Concilio de), F ilón de A lejandría . 73.
92* F lick . M., 89, 1_1_1_, LLL 121, 135,
C ook . E., 184, 185. 146, 157, 159, LZ2*
C opernico . 104, 210, 245. F oerster . N ., 64*
Cox. H.. 48. F orrester . J. N ., 177, 178.
C respy.C ., 82. F raile . G ., 99, 104.
C ullmann .O ., 70, 144.
G adamer . H , G ., 144.
D aly, H. E., 184, 186, 188, 191, G ale . G ., 245.
197. G alilei. G ., 1 0 4 ,2 1 7 ,2 7 2 .
D aniélou , J., 97. G anoczy . A ., 189.
D arwin. C. R-, 122, 239. G araudy . R ., 215.
D avis, P., 245. G arcía B acca . J. D., 189.
D elibes. M., 189. G esché , A ., 268.
D emocrito , 141. G evaert . J., 159.
D 'E spagnat . 212, 213, 217, 272. G iono . J., 167.
D iaz .C ., 169, 186, 202. G iordano B runo . 104, 106.
D obzhansky , T., 122, 237, 238, G isel. P., 89, 90,97, 101, 103, 105,
240, 257. 26L 266. 148.
D ostoiewski. F., 160. G ismondi. G ., 201.
Dou. A., 271. G nosticismo . 95-99.
D uhem . P., LL8. G odel . 224.
D umas. A., 183, 185. G onzález de C ardedal . O ., 149,
D umont . R., 193. 163.
G onzález F aus. J. I., 167.
E beling . G., 115. 116, 117, 126, G rillmeier . A ., 73.
128. G uardini. R.. 115, 124, 125, 129,
E ccles . J., 212, 256, 263, 264. 130.
E hrlich . P., 183, 187, 190. G uerra . R., 189.
E instein , A., 209, 210, 212, 213, G ünkel , H„ IL
217, 223, 224, 229, 230, 232, G ünther . A., 107, 109, 147.
237, 246.
E liade . M., 23, 25, 59. 60. 144. H aag . H., 159.
E ngels . F., 105, 132. H aardt . R., 95*
E scoto E riugena .9 9 , 102. 106. H aes, P. de, 21, 22, 24, 26, 28, 34,
E squilo , 144. 38, 42, 48, 53, 56, 58, 63, 64,
E squivel . J., 249, 252, 262. 265, 65, 66, 75, 79, 82.
271. H aldane . J. S., 229.
E sser . EL H., 63, 64* H ardin . G., 186, 190, 191.
H awley . A. H ., 183.
F ackre . G., LZ9* H egel . G. W F., 1ÛI*
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Indice onomástico 277
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278
In d ic e o n o m á s t ic o
ISBN: 8 4 -2 9 3 -0 7 3 6 -2
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