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Albert Bregman llamó análisis auditivo de escenas al proceso que permite reunir
en una unidad perceptiva el conjunto de datos provenientes de una fuente
acústica externa (Bregman, 1994). Una fuente acústica es una entidad física
que genera ondas en el aire. Un agregado auditivo es un percepto causado por
un grupo de elementos sonoros que se experimenta como un todo y que parece
emanar de una única fuente acústica externa. Normalmente, las propiedades
emergentes que definen cada agregado están correlacionadas con las propie-
dades de los objetos físicos asociados.
Resulta interesante comparar las estrategias de agrupamiento y segrega-
ción de datos que operan en los sentidos de la visión y de la audición. Existe
una diferencia crucial en el modo en que usamos la energía acústica y la lumí-
nica para obtener información del mundo exterior. Cuando analizamos audi-
tivamente un espacio hacemos uso de la energía emitida por ciertos objetos
físicos (las fuentes acústicas) y casi no tomamos en cuenta la energía reflejada
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en otros objetos físicos. En una situación normal existe la misma cantidad
de agregados auditivos, que podríamos denominar también objetos sonoros,
y de fuentes acústicas físicas. Las reflexiones –que cambian en función del
contexto espacial– degradan la información que nos llega de cada una de las
fuentes. En consecuencia necesitamos atenuar la información que llega por
reflexión y colocar en primer plano la que nos llega directamente (en una sala
de conciertos situamos auditivamente el piano en el escenario, aun cuando
gran parte de su energía nos llega por reflexión desde las paredes y el cielorraso
de la sala). Por el contrario, la información visual está causada principalmente
por la reflexión de la luz en los objetos de interés. Encendemos una lámpara
no porque nos interese mirarla, sino para ver por reflexión los objetos de la
sala. A diferencia de la gran cantidad de fuentes acústicas que nos acompañan
desde siempre, hubo una sola fuente de luz a la vez a lo largo de gran parte
de nuestro recorrido evolutivo. En resumen, los datos auditivos y visuales son
diferentes y se complementan para brindarnos un panorama verosímil del
mundo exterior.
Las características acústicas del ambiente, que pueden tomar la forma
de reflexiones discriminables o de reverberación difusa, pueden percibirse
separadas de la fuente acústica o pueden integrarse alterando de algún modo
su calidad sonora. El efecto de precedencia describe las circunstancias que
determinan la emergencia de una de estas dos alternativas.
Efecto de precedencia
62
Figura 1. Región de validez del efecto de precedencia
región superior de la figura 1 las reflexiones superan los límites del efecto de
precedencia –llegan muy retrasadas o con demasiada intensidad con relación
a la señal directa– y se las percibe como ecos aislados; en la parte interme-
dia las reflexiones aportan información del entorno acústico en la forma de
ensanchamiento de la imagen auditiva o de sensación de espacialidad; y en la
región inferior las reflexiones se vuelven inaudibles.
El efecto de precedencia se usa, entre otras aplicaciones, para preservar
la localización espacial de la fuente física cuando se emplean varios altavoces
separados por distancias significativas (Basso, 2006).
Perspectiva auditiva
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el infinito. Si continuamos desarrollando la analogía con el sentido de la vista,
se podría decir que la sonoridad disminuye con la distancia tal como ocurre
con el tamaño aparente de los objetos, y que la definición tímbrica se atenúa
de modo similar al gradiente de color en la visión. La distancia aparente de
la fuente acústica que define la perspectiva auditiva compone una importante
dimensión psicoacústica, aunque no siempre es reconocida como tal. Los
investigadores que desarrollan dispositivos acústicos para cine y sistemas mul-
timedia han concentrado gran parte de su interés en el perfeccionamiento de
modelos virtuales de perspectiva auditiva.
En el dominio de la audición la constancia de la sonoridad funciona de
modo análogo a la constancia de tamaño para el sentido de la vista. Si una
fuente acústica de intensidad constante se aleja de nosotros, la intensidad físi-
ca que nos llega disminuye proporcionalmente con el cuadrado de la distan-
cia. No debe sorprendernos entonces que una fuente cuya intensidad decrece
parezca alejarse. Sin embargo, también podemos experimentar la sensación de
oír una fuente acústica que disminuye de intensidad sin alejarse –un instru-
mento musical en decrescendo–, cuyo equivalente en el campo visual podría
ser un globo que se desinfla.
La figura 2 sintetiza los trabajos de John Chowning a partir de una gran
cantidad de experimentos sobre la perspectiva auditiva (Chowning, 1999).
Representa una generalización del cambio de la composición espectral de una
señal de banda ancha en función de la altura tonal, la dinámica y la distancia.
A causa de la gran cantidad de dimensiones necesarias para describir los datos
físicos se han incluido espacios bidimensionales (espectros de potencia) den-
tro de un espacio tridimensional cerrado.
Una fuente de información adicional sobre la distancia aparente de
la fuente la proporciona la reverberación del recinto. La percepción de la
reverberación de un campo acústico se puede considerar un caso especial
de integración auditiva. El tiempo de reverberación de un espacio –abierto
o cerrado– aporta información sobre sus características generales: mate-
riales, forma, volumen, distancia a la que se encuentra la fuente acústica,
etcétera.
La relación entre la intensidad de la onda directa y la de la reverbe-
ración es interpretada por el oyente como un índice de distancia. En un
espacio cerrado típico la intensidad del campo reverberante no varía con
la distancia a la fuente, mientras que el sonido directo sí lo hace. Sabemos,
por experiencias previas, que el nivel del campo reverberante depende de
la intensidad de la fuente que lo excita y usamos este conocimiento para
evaluar la intensidad y distancia de las fuentes acústicas en recintos cerrados
(Basso, 2006).
64
Figura 2. Espacio distancia-intensidad-frecuencia según Chowning
Acústica de salas
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salas no había progresado y el tratado de Vitruvio seguía siendo la referencia
obligada. Los intentos por reunir teoría y práctica llevaron a la creación
de complicados sistemas de imposible realización. El maravilloso tratado
Musurgia Universalis, editado en 1650 por Athanasius Kircher, es el mejor
ejemplo que nos ha llegado del intento moderno por derivar la acústica de
salas de principios geométricos simples.
En forma paralela, la construcción de espacios destinados a representacio-
nes teatrales y líricas seguía las reglas empíricas que permitieron el desarrollo
que va desde el teatro circular medieval hasta el teatro de ópera en herradura,
una de las tipologías arquitectónicas más exitosas de la historia. Pero, mas allá
de dichos procedimientos empíricos, no existía una comprensión profunda de
los principios que rigen la acústica de salas. Vale a modo de ejemplo la con-
clusión de Charles Garnier, el arquitecto que diseñó la Ópera de París en la
década de 1870. Luego de revisar casi por completo la literatura sobre acústica
de salas de su época, declaró que la acústica le resultaba una “ciencia extraña”,
en la que las reglas y los principios se contradecían entre sí.
A fines del siglo xix se habían consolidado dos tipologías arquitectóni-
cas que llevaron a la creación de las dos grandes formaciones instrumentales
dominantes durante el período: la orquesta sinfónica romántica y la combina-
ción de orquesta y canto en la gran ópera.
En el caso de la ópera la tipología arquitectónica provenía en línea direc-
ta de los teatros en herradura italianos del siglo xviii (Alla Scala de Milán,
La Fenice de Venecia), con algunas variantes locales como en los casos de la
planta circular de la ópera de París o el ejemplo solitario del teatro del festival
de Bayreuth diseñado por Richard Wagner.
En cuanto a la música sinfónica, la necesidad de albergar la mayor canti-
dad posible de espectadores –convertida en exigencia a partir de la revolución
francesa– determinó la tipología estándar de los auditorios. El ancho quedaba
determinado por las vigas transversales de madera más largas necesarias para
sostener el techo –entre 20 m y 24 m–, el largo por la distancia máxima desde
la que se pueden ver con un tamaño razonable los músicos en el escenario. La
altura debía permitir la renovación del aire por convección. Nació así la “caja
de zapatos” característica de la mayoría de los auditorios del siglo xix y de alguna
de las salas del siglo xx. Si a esta caja le agregamos las características de estilo
propias de la época, como casetones, nichos, alto y bajo relieves, esculturas
y otros ornamentos de texturas difusoras, tenemos los elementos básicos que
definen, por ejemplo, al Konzerthaus de Berlín, inaugurado en 1821.
En la actualidad se ha retomado esta tipología arquitectónica, hecho que
no debe sorprendernos. La orquesta sinfónica romántica –pensemos en las
sinfonías de Brahms o de Tchaikovsky– nació y se ajustó en su interior. El
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Figura 3. Konzerthaus de Berlín
El estudio científico de la acústica de salas para música nació con los trabajos
realizados por Wallace Clement Sabine (1868-1919) a fines del siglo xix. En
67
1895, Sabine, entonces un joven físico de Harvard, fue comisionado para
corregir la acústica deficiente del salón de lectura del Fogg Art Museum.
Tras dos años de estudio y experimentación pudo mejorar considerablemente
la sala. En el año 1900, a raíz de este logro, fue contratado como consultor
acústico para la construcción de un nuevo music hall en la ciudad de Boston,
la primera sala en la que se aplicaría desde el comienzo una teoría acústica
cuantitativa. El diseño de Sabine fue un gran éxito, y el Boston Symphony
Hall es considerado desde entonces como una de las mejores salas del mundo
para música sinfónica.
Durante los años de investigación dedicados tanto al Fogg Art Museum
como al Boston Symphony Hall, y los que le siguieron en los Riverbank
Laboratories, Sabine pudo establecer la relación que existe entre el tamaño
del recinto, la cantidad de material absorbente y la calidad acústica del mismo.
Introdujo el concepto de tiempo de reverberación, definido como el tiempo que
tarda el sonido en extinguirse al cesar la fuente acústica.4 El tiempo de rever-
beración se constituyó, a partir de ese momento, en el principal parámetro
a considerar en el proyecto de una sala para música. Los trabajos de Sabine,
consolidados por el éxito alcanzado con el Symphony Hall de Boston, dieron
inicio a una nueva era en el diseño científico aplicado a la arquitectura.
Modelo de Sabine
El modelo de Sabine establece que la calidad acústica de una sala para música
depende de solo tres parámetros independientes: la sonoridad, el balance y la
reverberación (Sabine, 1922). La sonoridad está relacionada directamente con
la cantidad de energía acústica puesta en juego en el sistema y depende de
la potencia de la fuente y de las características físicas del recinto. El balance
involucra a un conjunto de condiciones temporales y espectrales que tienen
que ver con la preservación del timbre de los sonidos. La mayor contribución
de Sabine fue, sin duda, su teoría de la reverberación.
Según la definición clásica, el tiempo de reverberación (tr) es el tiempo,
medido en segundos, que tarda el nivel de presión sonora en caer 60 dB a par-
tir del momento en que cesa la fuente de señal. Sabine dedujo una fórmula de
cálculo a partir de una hipótesis estadística que supone que la distancia media
entre reflexiones es de 4 V/S, expresión en la que V es el volumen cúbico del
recinto y S la suma de sus superficies interiores. Aunque queda claro que no
todas las posibles geometrías cumplen con esta condición estadística, sí lo
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hacen las salas estándar en las que ninguna dimensión supera ampliamente a
las otras dos. Por ejemplo, no se la puede aplicar a salas muy largas y angostas,
o con cielorrasos excesivamente bajos.
A partir de esta hipótesis estadística Sabine definió el tiempo de rever-
beración:
Autor tr óptimo
Mozart 1,5 s
Brahms 1,8 s
Stravinsky 1,4 s
El trabajo del consultor acústico nunca fue tan sencillo: solo había que
establecer el tipo de música que se interpretaría en la sala, seleccionar el tr
5La anterior es la fórmula de Sabine para calcular la reverberación. Existen otras fórmulas
diferentes, entre las que se destacan las de Eyring, Millington, Fitzroy y Poujoule.
69
óptimo de tablas como la de Kuhl y aplicar la fórmula de Sabine al diseño
arquitectónico definitivo. El resultado, tal como aseguraban los textos de
época, no debería diferir mucho del logrado por Sabine en Boston.
Figura 4. Decaimiento exponencial teórico del nivel de presión sonora en una sala de alta
difusión
70
Figura 5. Medición del nivel de presión sonora en una sala de difusión media
71
comentó que la impresión general era que la sala sonaba como “un gran
limón amarillo de 16 millones de dólares”. George Szell, director estable de la
Orquesta de Cleveland, se mostró francamente desanimado. Los juicios más
frecuentes hablaban de la falta de bajos, del sonido plano y de la dificultad de
ejecución instrumental en el escenario. En la actualidad, Beranek admite que
el caso resultó una enorme humillación profesional, pero que algo de respon-
sabilidad les cabe a los arquitectos que modificaron el diseño original.7
Aunque la sala se rediseñó en la década de 1980 –a cargo de Cyril Harris–
y hasta cambió su nombre original por el de Avery Fischer Hall, se la sigue
considerando insatisfactoria. En la actualidad existen nuevos proyectos de
modificación.
Sin embargo, el Philharmonic Hall cumplía todos los requisitos exigidos
por la teoría de Sabine. La crisis fue tan grande que hasta se habló de una
“catástrofe de la acústica clásica”. Sin embargo, el fracaso del auditorio no
fue infecundo: de su autopsia se obtendría nuevo y valioso conocimiento, al
brindar a otros acústicos la gran oportunidad de testear sus propias teorías para
explicar qué fue lo que estuvo mal.
Los fracasos registrados en gran cantidad de auditorios a lo largo del siglo xx,
algunos de ellos resonantes como el caso del Philharmonic Hall, convencie-
ron a un grupo de investigadores sobre la necesidad de revisar por completo
la teoría de Sabine. A fines de la década de 1960 varios autores intentaron
corregir el modelo de Sabine incorporando nuevos parámetros temporales
complementarios. En la figura 6a se puede ver un esquema que representa la
energía acústica que le llega a un oyente desde una fuente acústica impulsiva
en el interior de una sala. La distancia entre emisor y receptor, la geometría
de la sala y las características acústicas de las superficies determinan el retardo,
la intensidad y la composición espectral de cada reflexión. En el reflectograma
de la figura 6b se ve que la señal directa es la primera en llegar, luego aparecen
las señales que se han reflejado unas pocas veces en las superficies, y al final
llega una gran cantidad de reflexiones apenas separadas entre sí. Solamente en
esta porción tardía del reflectograma, en la que la cantidad y la distribución
estadística de las reflexiones permiten aproximar la curva a un decaimiento
exponencial, es posible definir un tiempo de reverberación como el de Sabine.
El patrón total de reflexiones, sin embargo, es claramente no exponencial.
7En la década de 1990 Beranek retomó la investigación en acústica y diseñó las salas del
Tokyo Opera City.
72
a)
b)
Figura 6. Esquema del patrón de reflexiones en una sala típica y reflectograma en un sector
de la platea
73
acústica promedio de las superficies. En teoría pueden realizarse modifica-
ciones en cualquier lugar de la sala con idénticos resultados. En cambio, la
reverberación temprana (edt) es muy sensible a la variación en las primeras
reflexiones que ocurren en la zona próxima a la fuente acústica. A partir del
edt el campo acústico de una sala para música se polarizó definitivamente y
la zona cercana a las fuentes adquirió entidad propia.
Una enumeración de los parámetros acústicos temporales que se utilizan
en el diseño acústico contemporáneo debería incluir el tiempo de reverberación
(tr) (Sabine, 1922; Eyring, 1930); la reverberación temprana (edt) (Atal,
Schroeder y Sessler, 1965; Jordan, 1970); el retardo de la primera reflexión
(Beranek, 1962); la función de crecimiento de la energía; la definición (Thiele,
1953); la relación señal /ruido (Lochner y Burger, 1961); la claridad a 80 ms
y a 50 ms (Reichardt, 1974); el centro de tiempo (Dietsch y Kraak, 1986); y
muchos otros que, aunque resultan útiles en diferentes contextos, poseen una
característica común: son monofónicos.9
74
Este método permitió la casi instantánea comparación entre la acústica
de dos salas diferentes –o de dos butacas de la misma sala– con la misma fuente
acústica y la misma pieza de música. Los sujetos podían comparar las salas con
su memoria de corto término, cosa imposible de realizar con las salas reales.
Si se utiliza el método de elección forzada entre dos alternativas, en el que el
oyente está obligado a elegir una sala de cada par que se le presenta, es posible
establecer un orden de preferencia perceptual. Es decir, se puede construir una
escala de calidad acústica comparativa.10
Los datos obtenidos fueron sometidos al análisis de factores multidi-
mensionales, y los resultados de las preferencias perceptuales (“subjetivas”
según Schroeder) se correlacionaron con diferentes parámetros acústicos
físicos (“objetivos” según Schroeder). En la conclusión del estudio los autores
propusieron la utilización de un parámetro binaural –no monofónico– como
principal criterio para la evaluación de las bondades acústicas de una sala. Este
parámetro, el coeficiente de correlación cruzada interaural (iacc), cuantifica la
diferencia entre las señales que llegan a los dos oídos del oyente y se relaciona
con la impresión espacial que este percibe.11 Schroeder propuso al iacc como
el parámetro más destacado para la evaluación de la calidad acústica de una
sala, aun por encima del tiempo de reverberación clásico. A partir de ese
momento el tr dejó de ocupar la posición de privilegio que había mantenido
desde los trabajos iniciales de Sabine.
El iacc da una medida de las diferencias entre las ondas que llegan a los
dos oídos. Si estas son iguales toma el valor 1, y si las dos ondas son estadísti-
camente independientes vale 0. A partir del iacc, Leo Beranek (1996) definió
el factor de espacialidad (1–iacc) que se emplea en la actualidad. Cuando un
oyente está inmerso en un campo acústico de alto factor de espacialidad se
siente “rodeado” por el sonido, y dicha sensación de inmersión en un ambien-
te –que incluye tanto a la fuente como a su entorno cercano– es uno de los
factores más apreciados a la hora de evaluar la calidad acústica de una sala
para música.
A modo de ejemplo, en la figura 7 se pueden ver las respuestas al impulso
presentes a los oídos derecho e izquierdo de un oyente situado en la segunda
bandeja de la Sala Ginastera del Teatro Argentino de La Plata.
10 Se pueden realizar varias críticas al método, que soslaya el juego dinámico establecido
durante la ejecución de música en vivo al eliminar la sensibilidad de la fuente frente al
flujo de información proveniente del recinto. Sin embargo, su capacidad para enfrentar casi
simultáneamente dos salas diferentes constituye un mérito imposible de negar.
11 La descripción matemática de este parámetro se encuentra en el apéndice de este capí-
tulo.
75
Figura 7. Ecogramas simulados en computadora para la segunda bandeja de la Sala
Ginastera del Teatro Argentino de La Plata
Figura 8. Correlación cruzada entre dos señales y definición del iacc. En abscisas se indica
el tiempo de retardo de la señal entre ambos oídos
76
El iacc da cuenta de las pequeñas diferencias entre ambas señales. En el caso
de la figura 7, el iacc de la segunda bandeja del Teatro Argentino resultó de
0,26 y el factor de espacialidad (1–iacc), de 0,74. Como referencia, el criterio
de Ando, Barron e Hidaka establece que el factor de espacialidad debe ser
mayor que 0,60 en una buena sala.12
No hay que confundir este verdadero parámetro espacial con la fracción
lateral de energía (le) (Barron, 1971) que, aunque correlacionado con el
iacc, es un parámetro monofónico que compara la salida de un micrófono de
diagrama bidireccional (con lóbulos en forma de 8) con la de un micrófono
omnidireccional (Ando et al., 1997).13
Desde la llegada de los criterios espaciales se incorporaron al diseño de
salas gran cantidad de elementos difusores de sonido entre los que se des-
tacan los estocásticos y los basados en la teoría de los residuos cuadráticos
(Schroeder, 1979 y 1980). En las salas construidas durante los siglos xviii y
xix la profusión de estatuas, columnas y adornos de gran tamaño contribuía al
establecimiento de campos acústicos difusos.
Las señales que llegan desde el plano medio (las diferencias interaurales de
tiempo Δt y de intensidad ΔI son nulas) son las que generan mayores valores
de iacc y menores factores de espacialidad. Las salas simétricas con cielorrasos
planos, que suponen diferencias Δt y ΔI ≅ 0 son, en consecuencia, las de peor
comportamiento en ese sentido. Sin embargo, aumentar el factor de espacia-
lidad (1–iacc) no significa simplemente “correr” la señal de un oído al otro.
Por ejemplo, si la señal llega antes y con mayor intensidad al oído derecho –en
cuyo caso las diferencias interaurales de tiempo Δt y de intensidad ΔI no son
nulas–, no implica necesariamente que esté decorrelacionada. Como el tiem-
po máximo de desajuste τ permitido entre las señales es de 1 ms, el iacc podría
tomar un valor cercano a 1.14 Es decir, si las dos señales son muy parecidas y
están solo desfasadas el factor de espacialidad no aumenta necesariamente.
Sacar provecho de estos principios teóricos no es sencillo. La aplicación
práctica de los criterios acústicos espaciales se puede dividir para su estudio
en dos grupos: los que se basan en el diseño geométrico del recinto y los que
parten de la eliminación de las reflexiones especulares.
77
Factor de espacialidad y geometría
78
La orientación relativa de las paredes, por otra parte, incide notablemen-
te sobre el valor del factor de espacialidad. En la figura 11 las paredes paralelas
contribuyen significativamente al total de energía que le llega lateralmente
al espectador.
En cambio, en una sala con paredes que se abren hacia el fondo –carac-
terística de muchos auditorios y cines construidos en las décadas de 1950 y
1960–, las paredes no aportan energía lateral. El factor de espacialidad en esta
clase de salas es, de no mediar algún factor compensatorio, muy bajo.
79
Figura 12. Energía lateral en una sala con planta en forma de abanico
Reflexiones difusas
80
Una superficie difusora devuelve la energía en un abanico de direcciones
diferentes. En general, la modulación volumétrica de una superficie difunde
las señales que posean longitudes de onda del orden de su tamaño. Cuanto
más grandes las irregularidades –molduras, casetones, columnzas, esculturas,
altorrelieves, etc.–, más baja será la frecuencia a partir de la cual la superficie
comienza a comportarse como difusora.
Los estilos arquitectónicos de los siglos xviii y xix presentaban gran canti-
dad de elementos difusores. En contraste, durante gran parte del siglo xx pre-
valecieron las grandes superficies lisas. Al descubrirse la gran importancia de la
difusión espacial en la calidad acústica de una sala, los arquitectos reclamaron
el diseño de elementos difusores compatibles con las nuevas concepciones
estéticas. Por ejemplo, las formas cilíndricas de la figura 15 difunden acepta-
blemente las ondas acústicas.
En el año 1979, Manfred Schroeder publicó un artículo en el que proponía
el desarrollo de superficies difusoras de gran rendimiento. Basadas en secuencias
matemáticas específicas (números primos, residuos cuadráticos, etc.) permiten
un control detallado tanto de las características espaciales como del rango de
frecuencias útiles. En la figura 16 se puede ver la estructura de un difusor de
Schroeder.
La respuesta en frecuencia de esta clase de difusores se puede controlar en
la fase de diseño: la frecuencia de corte inferior, a partir de la que se muestran
efectivos, depende de la profundidad de las celdas. La frecuencia de corte supe-
rior, por su parte, es función del ancho de las celdas.
81
Figura 16. Difusor de Schroeder basado en la teoría de los residuos cuadráticos
82
a)
b)
83
Figura 18. Planta del auditorio de Kirishima
84
Figura 19. Cielorraso del auditorio de Kirishima
85
Figura 21. Reflectores que aportan energía lateral en el Christchurch Town Hall
86
las señales cuya longitud de onda resulte menor que el tamaño del reflector
serán afectadas por este. En otros términos, cada reflector actúa como un filtro
pasaaltos cuya frecuencia de corte es función de su tamaño. Es posible com-
binar varios reflectores pequeños en forma de red de difracción para obtener
frecuencias de corte más bajas que las que se consiguen con un único reflector
de gran tamaño.
Agregado de difusión
87
Figura 24. Agregado de difusión al cielorraso de la Beethovensaal de Bonn
Como conclusión de este capítulo vamos a comparar dos auditorios para músi-
ca sinfónica muy diferentes que se destacan por su gran factor de espacialidad.
El primero es un exponente clásico de la arquitectura del siglo xix, el Grosser
Musikvereinsaal de Viena, diseñado por Theophil Ritter von Hansen e inau-
gurado en 1870, que se puede ver en la figura 27.
Las paredes paralelas, la profusión de ornamentos de una amplia variedad
de tamaños, el cielorraso alto y de gran difusión, nos indican la presencia de un
gran factor de espacialidad. Lo anterior, unido a un tiempo de reverberación
óptimo, ubica al Musikverein entre los tres mejores auditorios del mundo.
Sabine siguió este modelo, junto al del antiguo Gewandhaus de Leipzig, al
diseñar el Boston Symphony Hall.
El segundo ejemplo que vamos a presentar es la Philharmonie de Berlín
(figura 28). Producto de la colaboración entre Hans Scharoun y Lothar
Cremer, se inauguró en 1963 y es un claro ejemplo de la mejor arquitectura
de su tiempo.
88
Figura 25. Difusores de Schroeder en el estudio de grabación del Conservatorio Gilardo
Gilardi de La Plata
89
Figura 27. Grosser Musikvereinsaal de Viena
90
En este caso el gran factor de espacialidad se obtiene con elementos total-
mente diferentes a los del Musikverein. La sala presenta una profusión de
pequeñas paredes y frentes de bandejas, reflectores sobre el escenario y un
cielorraso de difusión de banda media que arman un campo acústico mucho
menos difuso y más determinístico que el de su par en Viena, pero de similar
efectividad.
El desafío de la acústica actual consiste en obtener los campos acústicos
apreciados por los oyentes al margen de la forma y del estilo arquitectónico
propuesto en cada caso. Quizá en un futuro no muy lejano se diseñe primero el
campo acústico y, sobre él se monte la arquitectura que mejor se le adapte.
91
Apéndice
Descripción de los parámetros citados
Es el tiempo, en segundos, que tarda la energía acústica de una sala en caer los
primeros -10 dB desde el valor existente al interrumpirse la fuente de señal,
multiplicado por 6 (Atal, Schroeder y Sessler, 1965; Jordan, 1970).
Respuesta al impulso
92
fd (t) = pn (t) * gd (t)
∞
∴ f(d, i) (t) = ∑ pn (t) * An w n (t − Δt n ) * hn (d, i) (t)
n= 0
Esta expresión es la base de casi todos los cálculos que se emplean en el pro-
cesamiento digital de señales o dsp.
[∫ ∞
]
1/ 2
h 2 (t) dt
0,05
A=
[∫ h (t) dt]
0,05 1/ 2
2
0
93
Fracción lateral de energía (LE)
⎡ 0,08 h 2 (t) dt ⎤
∫ 8
LE = ⎢ 0,005 ⎥ 100%
⎢ 0,08 ⎥
⎣ ∫ 0 h 0 (t) dt ⎦
2
∫
t0
h d (t) h i (t + τ) dt
0
Φd, i (τ ) = 1/ 2
{∫ t0
0
2
h d (t) dt ∫
t0
0
2
h i (t) dt }
IACC = máximo Φd, i (τ) para τ ≤ 1ms
τ
ERF (τ )= ∫ 0 h 2 (t) dt
94
D50 =
[∫0
0,05
h 2 (t) dt ] 100 %
[∫ ∞
0
h 2 (t) dt ]
Claridad a 80 ms y a 50 ms (Reichardt, 1974)
C 80 = 10log
[∫ 0
0,08
]
h 2 (t) dt
dB
[∫ ∞
0,08
h (t) dt ]
2
C50 = 10log
[∫ 0
0,05
h (t) dt ]
2
dB
[∫ ∞
0,05
h (t) dt ]
2
S /R = 10log
[∫ 0,095
0
a(t)⋅ h 2 (t) dt ] [ dB ]
[∫ ∞
0,095
h 2 (t) dt ]
⎧ 1 0 ≤ t ≤ 35ms
⎪ 1
a (t) = ⎨ − (t −95) 35ms ≤ t ≤ 95ms
⎪ 60
⎩ 0 t ≥ 95ms
95
τ
t c (τ) = ∫ t ⋅ h 2 (t) dt
tc =τlim
→∞ t c (τ)
0
τ
;
∫ 0
h 2 (t) dt
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96
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