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Autismo, enunciación y alucinaciones (*)

Jean-Claude Maleval.
Psicoanalista. Miembro de la École de la Cause Freudienne.
Profesor de psicología clínica en la Universidad Rennes 2

Interrogado imprevistamente acerca del autismo, en una discusión que sigue a la


Conferencia de Ginebra concerniente al síntoma, Lacan parece buscar la especificidad en
un disfuncionamiento de la pulsión invocante. Considera que el término mismo de
autismo, en su connotación de repliegue sobre sí, implica que ellos “se oyen a sí mismos”.
Agrega: “Oyen muchas cosas. Eso desemboca normalmente en la alucinación, y la
alucinación tiene siempre un carácter más o menos vocal. Todos los autistas no oyen
voces, pero articulan muchas cosas”1. Esas indicaciones son sorprendentes ya que
ninguno de los once niños presentados por Kanner en su artículo fundador presentan
alucinaciones2. En una búsqueda ulterior, efectuada con Eisenberg, basada en cuarenta y
dos niños autistas estudiados entre ocho y veinticuatro años, los autores notan que en
ningún momento estos niños dieron signo de delirio o alucinación 3. Los trabajos de
Asperger confirman esa constatación. Se apoyan en una muestra más importante: siguió
a más de doscientos niños en un período que sobrepasa los diez años. No evoca nunca la
presencia de alucinaciones. Introduce la noción de psicopatía para designar su tipo clínico
precisamente porque busca desmarcarlo de la esquizofrenia. Afirma haber observado solo
una vez la evolución hacia la psicosis, “en todos los otros casos, agrega, entre los cuales
algunos fueron seguidos durante veinte años, nunca hubo esta alteración de la psicopatía
en verdadera psicosis”4. El término alucinación en relación al autismo no aparece bajo su
pluma. Será lo mismo a continuación para muchos especialistas del autismo. Desde
entonces, en 1964, en una labor que hace referencia al campo anglosajón, Rimland afirma
que la ausencia de alucinaciones constituye uno de los elementos que permite diferenciar
al autismo de la esquizofrenia. En este aspecto, comenta: “La falta de alucinaciones
relatadas estimuló a los autores imaginativos hasta proponer una explicación ingeniosa,
pero desprovista de fundamento -la alucinación negativa, según la cual los niños que

1 LACAN, J. “Conférence en Geneve sur ‘Le symptóme’’’. 4 Octobre 1975. Bloc-note de la


psychanalyse, editorial Georg, Genéve, 1985, 5, págs. 5-23.
2 KANNER, L. “Autistíc disturbances of affective contact”, Neruous Child., 1942-1943,3,3, pág.

217-230. Traduction française en Berquez G. L “autisme infantile, PUF, París, 1983, pág. 217-264.
3 KANNER, L.; EISENBERG, L.: “Notes of the follow-up studies of autistic children”,

Psychopathology of Childhood, Grune & Stratton, New York, 1955, págs. 227-239.
4 Asperger, H. “Les pshychopathes autistiques pedant l’enfance” `[1944], Les empecheurs de

tourner en rond, Synthélabo, Le Plessis-Robinson, 1988, pag. 138.

1
sufren de ellas pretenden que nada existe”5. Esta alusión crítica concierne a M. Malher.
Intentando determinar el autismo por un narcisismo primario absoluto, induciendo “una
ausencia de conciencia del agente maternal”, postula la existencia de una “conducta
alucinatoria negativa”, manifestada por una “oreja sorda hacia la madre y hacia el
universo entero”6. Hoy en día, no dudaríamos en pensar que no es nada de esto. Sería más
exacto describir el comportamiento de los niños autistas diciendo que la mayoría de ellos
no quieren remarcar su interés hacia su entorno. Sellin escribe en su computadora: “Ve
todo, oye todo”7, cuestión que muchos otros testigos confirman.

Las alucinaciones visuales


Sin embargo, sucede que ciertos autistas tengan en cuenta fenómenos alucinatorios. Sellin
relata:
“…un día estaba por error petrificada de terror porque tomaba gotas de agua que caían
por seres vivientes mirando más cerca solamente reconocí las gotas de agua
aún hoy me pasa a veces de tener tales alucinaciones sensoriales pero eso no me asusta
tanto como antes”8
A pesar del término utilizado por Sellin, se trata allí, no de una ~alucinación, sino de un
trastorno de la percepción que es clásicamente ubicado, desde Esquirol, en el registro de
las alucinaciones, es decir de un error de los sentidos que no pone en cuestionamiento la
presencia real del soporte de la percepción. Algunos fenómenos alucinatorios más
auténticos, en cambio, parecen haber sido relatados. Uno de los clínicos más atentos a
éstos fue sin duda Bettelheim. Lo tiene en cuenta con respecto a dos niños que presentan
un repliegue, autista afirmado: Laurie y Marcia. Al término de su estadía en la Escuela
ortogénica de Chicago, Laurie todavía está en vísperas de la palabra, también sus
alucinaciones están inferidas por los clínicos. “Laurie empezó a alucinar, afirma
Bettelheim. Lo hemos deducido por su mirada perdida, dada vuelta preferentemente hacia
el techo, enteramente preocupada por lo que pasaba en su psiquismo y olvidando
completamente lo que pasaba alrededor de ella. Después de estos períodos alucinatorios,
que fueron primero breves y luego aumentaron en duración y en intensidad, ella volvía a

5 Rimland, B. Infantil autism. The syndrome ans its implications for a neural theory of behavior,
Meredith Publishing Company, New York, 1964, pag. 72
6 Malher, M. Psychose Infantile [1968], Payot, París, 1973, pag. 69.
7 Sellin, B. La solitude du déserteur [1955], Laffont, París, 1988, pag. 99.
8 SELLIN, B. Une ame prisonniere [1933], Laffont, Paris, 1994, pág. 108.

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su ocupación del momento”9. La observación de Marcia es más convincente: no deja lugar
para la duda en lo concerniente a la existencia de fenómenos alucinatorios, ya que ella es
capaz de declarar por sí misma: “Parecía, escribe Bettelheim, que tenía alucinaciones
particularmente espantosas cuando miraba hacia el techo. A veces ponía su mano sobre
su rostro o sobre su nariz. Quizás era para asegurarse límites de su cuerpo ya que,
alucinando, tenía sin duda la impresión de que se extendía hasta las imágenes que
proyectaba sobre el techo, O quizás era para formar una pantalla entre ella y el mundo
que percibía oscuramente (o que alucinaba como estando allá afuera). Mucho más tarde,
cuando alucinaba de esta manera, decía: “veo a mamá” [see mom], y suplicaba
desesperadamente: “llévense a mamá” [take mom I away]10. Por consiguiente, Marcia
manifiesta alucinaciones visuales espantosas, pero no alucinaciones verbales, de hecho
se protege de ellas poniendo sus manos sobre sus ojos y no sobre sus orejas. A partir de
la observación de Marcia, y de algunos otros, Bettelheim intenta una teorización de la
alucinación del niño autista. Aprehende clínicamente por la actitud de observar fijamente
al techo, y hace la hipótesis de que esos niños alucinan la fuente de vida: “la persona
responsable de la comida, la persona que ellos no alcanzan jamás afectivamente, la
persona que buscan y, al mismo tiempo, de la que se quieren deshacer” 11. Esta hipótesis
no parece poder ser generalizada; en cambio, que las alucinaciones visuales sean
inherentes a los estados de auto sensualidad, resaltados por Tustin, parece bastante bien
establecido.
Cuando Williams intenta recordar su pequeña infancia, se acuerda primero de “la vista
cautivadora que tenía de la nulidad”, discernía manchas en las cuales buscaba dejarse
absorber entera12. Un poco más tarde, declara haber tenido dos amigos, “filamentos
mágicos” y “un par de ojos que se escondían bajo su cama”. Los primeros “eran casi
transparentes, pero bastaba con no mirarlos directamente y llevar su mirada más allá para
que se volvieran más presentes [ ... ] las partículas que yo percibía erigían un primer plano
hipnótico que hacía perder toda su realidad y su resplandor al resto del mundo”13. Durante
mucho tiempo, cultivó esos estados durmiendo con los ojos abiertos o también
apretándose los ojos hasta ver colores. Constatamos de nuevo que Williams atrae la

9 Bettelheim, B. La forteresse vide [1967], Gallimard, Paris, 1969, pág. 159.


10 Ibid. pág. 213.
11 Ibid., pág. 263.
12 WILLIAMS, D.: Si on me touche, je n existe plus, Robert Laffont, Paris, 1992,

pág. 20.
13 Ibid., pág. 28.

3
atención sobre alucinaciones visuales. Ninguna duda, sin embargo, de que para algunos
la música pueda también tener un lugar en sus estados de goce autoerótico. Una autista
de alto nivel de trece años dice que hasta los cinco años, antes de que empiece a abrirse a
los demás, su mundo era magnífico. “Estaba lleno de colores y de sonidos”14. Los
testimonios son concordantes en cuanto a la frecuencia de la atracción ejercida por
sonoridades melodiosas, particularmente música y canciones; en cambio, buscamos en
vano sujetos para quienes el diagnóstico de autismo no sea dudoso, y que tengan en cuenta
la percepción de voces alucinadas.

La larga experiencia de terapias de niños autistas acumulada por Frances Tustin no la


llevó para nada a subrayar la presencia de alucinaciones en esos sujetos. Cuando evoca la
manifestación, muy raramente, y sin precisión, parece confirmar la eventual presencia de
alucinaciones visuales. “Durante las primeras entrevistas, escribe en 1981, los niños
confusionales pueden presentar alucinaciones. No es caso de los niños con caparazón,
pero, en clase de psicoterapia, estos pueden tener alucinaciones que atestiguan su
capacidad mental para retener imágenes”15. Donna Williams describe haber sufrido en su
infancia alucinaciones visuales bastante consistentes en relación con estados de
sonambulismo. “Una vez fue un lindo gatito de ojos azules que me había mordido después
de bruscamente haberse metamorfoseado en rata el momento en que iba a acariciarlo.
Durante la pesadilla había bajado al living y había actuado toda la escena antes de
despertarme al prender la luz. Al ver la sangre chorrear sobre mi mano, me puse a gritar,
pero la sangre desapareció como por arte de magia y todo en habitación volvió al orden.
Otra noche, me desperté en el armario del pasillo, paralizada de miedo al ver una muñeca
vuelta a su estado normal. Algunos segundos antes la había visto con las manos tendidas,
los labios articulando palabras siniestras que no podía oír, como en una escena de
resucitados de una película macabra”16. Conviene constatar en este episodio que la
comunicación verbal misma, “las palabras siniestras”, se hace bajo una forma visual: ella
no es oída, sino percibida bajo la articulación de los labios. Retengamos lo que subraya
aquí Williams: no podía oírlos. En otra circunstancia angustiante, percibe una voz que
efectúa una especie de comentario de sus actos, cuestión que no deja evocar un
automatismo mental. Sin embargo, precisa: “escuchaba mentalmente mi propia voz

14 WILLIAMS, D. Quelqu´n, quelque part [1994], J’ai Lu, 1996, pág. 269.
15 TUSTIN, F. Les états autistiques chez l’enfant [1981], Seuil, Paris, 1986, pág. 55.
16 WILLIAMS, D. Si on me touche, je n ‘existe plus, op. cit., pág. 80.

4
comentar el desarrollo de las cosas”17, lo cual recalca que para ella el fenómeno no era
xenopático, su enunciación no se le escapa, sabe que se trata de su “propia voz”. Así como
le puede pasar de escuchar: “las emociones son ilegales”, pero allí también afirma que es
“una voz interior”18 que le lanza esta sentencia.
No obstante, un testimonio reciente de un artista de alto nivel parece ser falso respecto a
lo precedente. Daniel Tammet en su obra autobiográfica, “Born on the blue day”,
publicada en Londres en el 2006, relata haber escuchado la voz de un compañero
imaginario, creado alrededor de los diez años para compensar su falta de amigos. Es aún
capaz, cuando cierra los ojos, de acordarse claramente del día en que pudo ver su rostro
desecado, el de una mujer vieja, muy grande, y muy anciana, de más de cien años. Esta
imagen le dice llamarse Anne”. Le pasó seguido, al pasear alrededor de 1os árboles del
terreno de juego, durante los recreos, de pasar el tiempo hablando larga y profundamente,
de manera que ella era solitaria, y apreciaba la compañía de Daniel. Notamos que dos
soledades se reflejan y se consuelan en esta creación que participa de reflejos especulares.
Él apreciaba mucho poder hablar con ella de todo lo que le interesaba. “Gran parte de lo
que me decía, escribe, tenía como intención tranquilizarme, y siempre tenía este efecto,
ya que cada vez que la dejaba me sentía feliz e interiormente tranquilizado”. Sin embargo
un día le anunció su partida con una voz muy dulce y lenta, su muerte estaba cerca. Le
afectó mucho. Apres-coup, le pareció que Anne había sido la personificación de sus
sentimientos de soledad y de incertidumbre. “Ella era, constata, el producto de esa parte
de mí que quería tomar la medida de mis límites y empezar a liberarme. Concediendo a
su partida, yo tomaba la decisión de abrirme mi camino en un mundo más amplio y de
vivir en él”19. Desde entonces está manifiesto que la voz de Anne no presenta los
caracteres de una alucinación verbal. Un psicótico puede escuchar un diálogo de voces,
pero se desarrolla fuera de su control, no tiene el sentimiento de ser un actor del
intercambio. En regla general, las voces son inquietantes para el sujeto, tienden a
insultarlo y a atormentarlo; la de Tammet, al contrario, se comprueba como
tranquilizadora y calmante. Él mismo percibe apres-coup que Anne emanaba de su
propensión a hablarse a sí mismo y que ella constituía una complejización de ese
fenómeno. Su partida le parece traducir la puesta en imagen de una decisión subjetiva. Se
trata de un sueño diurno persistente, salido de la imaginación del sujeto, que no presenta

17 Ibid., pág. 103.


18 WILLIAMS, D. Quelqu ‘un, quelque part, op, cit., pág. 46.
19 TAMMET, D.: Born on 11 Born on a blue day, Hodder, London, 2006, págs. 99-101.

5
la característica xenopática propia de los fenómenos de automatismo mental.
El síndrome autista aparece entonces compatible con raras alucinaciones visuales, quizás
aún con algunas alucinaciones sonoras (murmullos, campanas, músicas, etc.), pero no con
auténticas alucinaciones verbales. Remarcamos por añadidura que si Lacan considera que
la alucinación es de naturaleza verbal, es decir atestiguando la emergencia de un
significante en lo real, su fenomenología no se restringe al fenómeno de las “voces”:
puede también manifestarse por percepciones olfativas, gustativas, cenestésicas o
genitales. Ahora bien, es remarcable que tales alucinaciones estén muy rara vez descritas
en la clínica del autismo.

La carencia de significante amo (división a-S1)


Si se confirma que es así, la profundización de la lógica del fenómeno debería poder
orientarnos a alcanzar aquello que diferencia, estructuralmente al autismo de las psicosis.
Era la vía que tomaban los Lefort cuando consideraban que en el autismo “el doble no
deja ninguna posibilidad de alucinación”20. A través de esto comprenden que la relación
con el Otro del significante, al estar siempre mediatizada por un doble real y
omnipresente, levanta un obstáculo para la alienación del significante 21. Los Lefort
resaltaban la ausencia o la pobreza del parloteo en los niños autistas para insistir sobre la
no función del ensamblaje de lo simbólico en lo real por el significante-amo. En efecto,
una de las quejas mayores de esos sujetos, cuando declaran sufrir por no conseguir reunir
el pensamiento y la emoción, parece poder ser relacionado con una deficiencia de la
función del significante-amo. Su entrada en el lenguaje se hace la mayoría de las veces
por conductas ecolálicas manifiestamente cortadas de su sentir. Algunos atestiguan haber
puesto mucho tiempo en comprender que “las producciones sonoras de sus cercanos
servían para comunicar. Hacia la edad de catorce años, un autista de nivel alto como
Barron, no era capaz de expresar lo que sentía por medio de palabras. “La idea de
preguntarle a mi madre por qué yo era tan extraño, decirle que necesitaba ayuda, nunca
se me había ocurrido. Ignoraba que las palabras podían servir para eso. Para mí el lenguaje
no era más que una extensión de mis obsesiones, un instrumento al servicio de mi gusto

20 LEFORT, R et R.: “Sur l’autisme. Travaux et recherches en cours. Entretien avec F. Ansermet”,
en L’enfant “prêt-à-poser”, Agalma, París, 1988, pág. 37.
21 El doble autista, según los Lefort, excluye toda presencia del objeto causa del deseo, de manera

que éste “no es alucinable en la ausencia del Otro”. [LEFORT, R. y R: “L’autisme, spécificité”, en
Le symptóme-charlatan, Seuil, París, 1988, pág. 316].

6
de la repetición”22. Donna Williams tiene en cuenta una relación similar con el lenguaje
en su infancia: “Mientras que podía memorizar e imitar conversaciones enteras,
retomando todos los acentos, no reaccionaba cuando me hablaban. Ni siquiera pestañaba
cuando mis padres armaban un alboroto al lado de mi oreja. Ellos pensaban que yo era
sorda. No lo era. Escépticos, a pesar de mi rico vocabulario, me hicieron volver a hacer
audiogramas a la edad de nueve años. Se ignoraba el principio de la “sordera al sentido”.
En la vida, esto equivalía a una casi-sordera. Usted no está privada del sentido, sino del
sentido del sonido”23. En resumen, les hace falta un tiempo más o menos largo para
descubrir que las palabras sirven para comunicar, después de esto, algunos parecen
capaces de un aprendizaje intelectual de la lengua. ¿Cómo podrían escuchar
verbalizaciones alucinatorias expresivas durante el período en que la palabra del Otro les
llega bajo la forma de una ambientación insensata? Todo lleva a pensar que aquel que
está privado del “sentido del sonido” se encuentra dentro de la incapacidad de percibir
voces alucinatorias.

La carencia del significante-amo ancla un obstáculo en la construcción misma de la


alucinación verbal en la estructura autista. Hay que resaltar que esta última no es una
ambientación cualquiera, sino la manifestación de una “voz” que atestigua una presencia
enunciativa afirmada, humana o divina. Muchas veces es portadora de imperativos
exigentes contra los que el sujeto debe gastar mucha energía para resistir a su
cumplimiento; lo conduce a veces a realizaciones extremas: suicidio, asesinato, incendio,
etc. La alucinación verbal se basa en una condición previa: la inscripción del significante
unario sobre la sustancia gozante. Cuando ésta se ha operado puede hacerse oír el S1 bajo
la forma de los mandamientos del superyó feroz. Su tendencia a los insultos y a las
obscenidades manifiesta el desencadenamiento en lo real de un goce desenfrenado, ante
el cual los S2 no se detienen, a pesar de ya estar tomado en el lenguaje. Desde entonces
no hay “voces” sin Bejahung primordial; la misma que Lacan notaba en la ausencia
concerniente a Dick, niño tomado en cura por M. Klein, con respecto al cual da algunas
indicaciones precisas concernientes a la estructura del autismo. Dick, afirma en 1954,
vive “en un mundo no-humano” porque “no puede ni siquiera llegar al primer tipo de
identificación que ya sería un inicio del simbolismo [...] ya tiene cierta aprehensión de los

22 BARRON, J. y S.: Moi, 1 ‘enfant autiste [1992], Plon, París, 1993, pág. 222.
23 WILLIAMS, D.: Quelqu´un, quelque part, op. cit., pág. 71.

7
vocablos, pero no hizo la Bejahung de estos vocablos -no los asume”24. Los niños autistas
viven en un mundo interior en el cual el significante no introdujo sus cortes. Lacan señala
que Dick “está todo en la indiferencia”, de manera que pueden encontrar muchas
satisfacciones cuando no se los molesta. Un principio del autismo es que una relación
fundamental del ser con la palabra no sea asumido. Esas intuiciones de Lacan son
confirmadas y desarrolladas por los Lefort en los años ochenta cuando teorizan la
ausencia del Otro del significante en el autismo. Sin duda, sin embargo, hay que matizar
esta afirmación. Nadie puede seriamente discutir que el sujeto autista esté en el lenguaje,
es lo que demuestra además la producción de los objetos a. Lo que es característico
de lalengua del autista no es tanto ser pobre sino el rechazo del sujeto a aislar
significantes-amos. El sujeto autista no es indemne a toda alienación, pero rechaza lo que
experimentó, no “lo asume” resalta Lacan. ¿Cómo hace esto? Es empleándose para cortar
el significante del goce vocal que consigue que ninguno de ellos pueda llevar la función
de significante-amo. El autista moviliza sus esfuerzos para nunca tomar una posición de
enunciador, esta estrategia defensiva solo se encuentra desbordada en momentos de
extrema angustia. La permanencia raramente tomada en falta del rechazo a tomar una
posición de enunciador es lo que funda la ausencia clínica de la alucinación verbal, ya
que ésta es una enunciación desviada, ante la cual el sujeto es inmanente25. A pesar de las
apariencias, el sujeto psicótico se muestra profundamente implicado en sus alucinaciones,
es lo que demuestra la fuerza persuasiva de alguno de ellos, que sabemos que pueden
conducirlo a seguir sus insultos, a cometer actos gravísimos. Desde entonces, ya que ni
la identificación primordial, ni los significantes-amos están asumidos, parece inherente a
la estructura autista el no permitir la producción de voces alucinatorias.
Aquellos para quienes la palabra no puede servir para el llamado, aquellos que rechazan
hacerse escuchar, ¿no estarían sin embargo obstruidos de un goce que los conduciría a
muchas cosas interiormente? Nada indica que ese sea el caso. En efecto, son muchas
veces niños cuya vida interior es rica, se hablan mucho a sí mismos, algunos se recitan
interiormente poemas y noticias, voluntariamente se rememoran canciones, melodías y
emisiones de televisión, otros manejan números, o se plantean muchas preguntas, etc. Sin

24 LACAN, J.: Le Seminaire, Livre I, Les écrits techniques de Freud, Seuil, París. 1975, págs. 81-
83.
25 LACAN, J.: Le Séminaire, Livre XI, Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse,

Seuil, París, 1073, pág. 232.

8
embargo, todo lleva a Sellin a creer, cuando, interrogado sobre ese punto, responde que
no hay nada allí muy excepcional, escribiendo en su computadora:
“[...] interiormente hablo con abundancia como todos los pequeños terrícolas”26, Cuando
se le pregunta si escucha una frase hablada, una o varias veces interiormente, una vez más
da a conocer que considera en ese aspecto no ser diferente a otros:
“es aberrante pensar que repito interiormente todo lo que es dicho está esencialmente
titulado y almacenado en el misterioso cerebro loco a la espera de ser llamado”27.
No obstante, escuchamos a veces en los autistas verbales, una repetición murmurada de
la frase que acaba de serles dicha, como si la saborearan, o la examinaran con atención.
Williams indica que ese fenómeno se ancla en su dificultad para alcanzar inmediatamente
la significación, un trabajo reflexivo suplementario a veces les es necesario para que la
significación advenga. “Hacia la edad de diez años, confiesa, empecé a escuchar
fragmentos que tenían directamente un sentido. Descubrí una estrategia: decir
interiormente las frases de otro. Así, podía dar un sentido a toda una frase. Con el pasar
de los años, manejaba este arte al punto de poder dialogar con un retraso prácticamente
imperceptible”28.

Los alaridos
Más característico del síndrome autista es un fenómeno poco estudiado, el de las crisis de
alaridos, a menudo muy pregnante, y que constituyen la manera más frecuente de
reaccionar a las contrariedades. Es notable que los terrores de los niños autistas se
traducen por alaridos no verbales, y no por gritos tales como “El lobo”, que probarían una
presencia del sujeto de la enunciación. Son inicialmente enfrentados a un Otro real
inhumano, que no habla, cuestión que advierte Lemay cuando constata que el niño autista
no transforma sus angustias en “miedos designables ligados a potencias animadas. No
hay fantasmas, brujas o personajes mortíferos en sus relatos. No nos dicen, como muchos
niños hacen, sus temores de la “cortina que se mueve”, del desconocido que puede entrar
en su habitación por la ventana o de una presencia misteriosa bajo su cama. Estamos
entonces siempre en repeticiones donde lo sensorial y lo inanimado lo arrastran hacia
configuraciones humanas”29. Del mismo modo, las angustias del niño autista se expresan

26 SELLIN, B.: La solitude du déserteur, op. cit., pág. 180.


27 lbid., pág. 178.
28 WILLIAMS, D.: Quelqu ‘un, quelque part, c.o., pág. 136.
29 LEMAY, M.: L’autisme aujourd’hui, O. Jacob, París, 2004, pág. 159.

9
de este lado de la humanización producida por la asunción del lenguaje. Sellin vuelve
muchas y muchas veces en sus escritos al sufrimiento que le procuran sus alaridos
incoercibles:
“los gritos chiflados son accesos sobre los que no tengo toma nada me es más odioso que
esos repugnantes alaridos de rabia que inflan y mugen”30.

Se da cuenta que tales gritos lo aíslan y hacen obstáculo a sus esfuerzos de socialización,
él quisiera deshacerse de ellos, pero se le imponen. Lamenta su ignorancia de las razones
de sus gritos infames31. En efecto, los alaridos no son propios a la clínica del autismo.
Sabemos cuánto Schreber da cuenta de ellos, pero concebimos inmediatamente que no
son del mismo tipo, cuando remarcamos que el Presidente conoce las razones de ellos.
Sus alaridos están articulados en su delirio, se producen siempre en la misma
circunstancia: cuando Dios cree poder retroceder ante él, desde que lo deja ir hasta no
pensar en nada. Gritos de ese tipo son denominados “milagro”: son producidos por el
Dios inferior (Ariman) cuando acciona los “músculos que convergen en el mecanismo
respiratorio”32. En esos momentos en que sobrevienen, cuando los rayos hablantes que
unen a Schreber con Dios se rompen, el Presidente se presenta como “un texto
desgarrado”33, entre los S2 que se esconden, y el S1 del alarido. En éste, constata Lacan,
se manifiesta “una función vocal absolutamente a-significante, y que sin embargo
contiene en ella todos los significantes posibles, es algo que, agrega, nos hace estremecer
en el alarido del perro delante de la luna”34. En contra de los alaridos de Sellin, que califica
él mismo como “bestiales, repugnantes, imbéciles, odiosos, muertos-vivos”, que le son
insoportables, y le parecen firmar su exclusión de la humanidad, por el horror que inspiran
a los otros; aquellos de Schreber son, al contrario, muy humanos, expresan el inefable
dolor del lenguaje que se esconde, dolor que creemos escuchar en el alarido del perro que
hace estremecer, cuando le damos a éste una expresión casi humana.
Los alaridos de Sellin son, según su propia expresión, “absurdos sonidos
archiprimitivos”35. Solo permiten escuchar, en el horror, la voz del sujeto, antes de toda
alienación significante. Williams los confirma: “En el vacío de la Gran Nulidad Negra,

30 SELLIN, B.: La solitude du déserteur, op. cit., pág. 20.


31 Ibid., pág. 137.
32 SCHREBER, D.P.: Mémoires d‘un névropathe [1903], Seuil, París, 1975, pág. 171.
33 LACAN, J.: Présentation des Mémoires d’un névropathe [1966], en Auttres Ecrits, Seuil, Paris,

2001, pág. 215.


34 LACAN, J.: Le Séminaire, Livre IlI, Les psychoses, Seuil, Paris, 1981, pág. 158.
35 SELLIN, B.: La solitude du déserteur, op. cit., pág. 128.

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escribe, no había ningún pensamiento [...] En el vacío, no hay ningún lazo. El alarido no
les pertenece ni siquiera ya que ustedes no existen y no hay voz”36. Una voz tal no es ni
siquiera reconocida como suya por falta de ensamblaje con el significante-amo. Los
alaridos de Schreber no son del mismo tipo: participan de un milagro divino. El Presidente
está atravesado por el Otro, su grito demuestra por medio de una articulación mínima de
lo sonoro con el lenguaje, si bien nos hace escuchar la voz humana, que el objeto de la
pulsión invocante se presentifica. El autista, en cambio, queda obstruido por un goce
sonoro, que no es tomado del significante-amo, que surge para él en lo increíble, lo bestial,
lo no-humano. En todos los casos, el alarido demuestra la angustia masiva de un ser
tomado por su desamparo. Schreber sufre de la retirada del Otro, a quien se esfuerza por
remediar, mientras que el autista es más radical: trabaja por el rechazo de la alienación.
Desde entonces Sellin no tiene ninguna toma sobre sus alaridos, mientras que Schreber
está menos desprovisto. Puede prevenirlos manteniendo la coherencia de la cadena
significante, “mientras que continúe contando, escribe, no hay riesgo de que se declare
una crisis de alaridos”; o poniéndose a hablar en voz alta y “a pronunciar algunas palabras
preferentemente sobre Dios, la Eternidad, etc…, que no deben dejar de llevar a Dios a
reconocer su error…”. En la época de la redacción de sus Memorias, llegó a cierto control
del fenómeno, los alaridos se redujeron, afirma, “lo que los otros toman como ruidos de
pequeñas toses, carraspeo de garganta o bostezo más o menos desplazados, poca
naturaleza para afectar a cualquiera”37. Su torna tenue al significante no hace fenómenos
totalmente desubjetivados, aún si demuestran una no-extracción de la voz.
La puesta en juego de ésta, conectada al significante-amo es tan dolorosa para los autistas
que muchos prefieren quedar mudos. Otros recurren al compromiso de la verborrea, al
del lenguaje de señas, o a diversos tipos de enunciaciones artificiales.
Algunos consiguen dar una frágil base a su enunciación por medio de una captación
imaginaria de la voz operada gracias al rodeo por un doble. La adquisición de la palabra
se hace para el autista primero por una ecolalia retrasada, que imita el comportamiento
verbal de un doble, luego por un aprendizaje intelectual que memoriza palabras
conectadas a imágenes de cosas, y frases asociadas a situaciones precisas. La enunciación
guarda siempre cierta extrañeza, que sugiere algo de una base artificial.
La apropiación del lenguaje se opera, no por ensamblaje del significante a la voz, sino
por asimilación de signos referidos a imágenes. Entre las consecuencias que resultan de

36 WILLIAMS, D.: Quequ’ un ‘, quelque part, op. cit., pág. 142.


37 SCHREBER, D. P.: Mémoires d’ un névropathe, op. cit., págs. 280-281.

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ellos hay que resaltar la fragilidad del montaje simbólico que estructura la percepción.
Los autistas de alto nivel dan cuenta de su desorganización repentina en momentos de
angustia. Para ellos, lo sonoro como lo visual, a falta de estar habitados por un goce
regulado, nunca dejan de ser difíciles de tratar. Sellin describe muy bien que “la
percepción acústica y visual” le es “increíblemente penosa”, ya que es “caótica” 38. Le es
necesario un esfuerzo de concentración para hacer orden.

La división entre el mensaje y la melodía


Ciertos ruidos anodinos, como aquellos de aparatos domésticos, son a menudo fuente de
alaridos, mientras que otros, más fuertes, o más inquietantes, como una explosión, pueden
dejarlos indiferentes. A falta de regulación de la voz por el significante, parecen operar
una división en lo sonoro muy diferente de aquel de su entorno. Esa división varía según
los sujetos; pero presenta una constante remarcable cuando concierne a la audición de la
palabra.
Con respecto a esto, Lacan llamaba nuestra atención desde 1959 sobre el hecho de que
“el acto de oír no es el mismo, según si aspira a la coherencia de la cadena verbal,
especialmente su sobredeterminación a cada instante por el apres-coup de su secuencia,
como también la suspensión a cada instante de su valor en el advenimiento de un sentido
siempre listo a devolución -o según si se acomoda en la palabra a la modulación sonora,
con el fin de análisis acústico, tonal o fonético, incluso de potencia musical” 39. Uno
apunta a la significación de mensaje, el otro se retrasa sobre las sonoridades. El primero
es doblemente difícil para el autista, por un lado, en razón de la precariedad de la función
fálica, aún cuando es compensada en algunos por el aprendizaje, por otro lado, y
sobretodo, porque la comprensión del mensaje implica una atención a la enunciación y al
significante-amo que la funda. Ahora bien, que los autistas tengan mucha dificultad para
tomar en cuenta la enunciación es constante: cada uno concuerda en subrayar su
comprensión literal, su dificultad en interpretar la entonación y en alcanzar el humor. En
cambio, su interés por la música y las canciones se comprueba remarcable. Una teoría del
autismo debe poder dar cuenta del hecho de que son las competencias musicales las más
frecuentes entre los autistas llamados sabios40. La división en el tratamiento de la palabra

38 SELLIN, B.: La solitude du déserteur, op. cit., pág. 185.


39 LACAN, J.: “D’ une question préliminaire à tout traitement possible de la psychose”, en Écrits,
Seuil, París, 1966, pág. 533.
40 (40) TREFFERT, D. A.: Extraordinary people, Black Swan, London, 1990, pág. 33.

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entre el rechazo del mensaje llevado por una enunciación afirmada, y la sorprendente
atracción por la melodía, constituye un elemento de la clínica del autismo. Muchos
clínicos subrayaron la importancia para quien trabaja con ellos.
La separación entre la oreja y la voz no operó para el autista, de manera que oye en efecto
“muchas cosas”, muchas otras cosas, cuando la palabra se hace expresiva y singular.
Williams confía sentir un temor por la extrañeza de su voz cuando expresa palabras que
ella eligió41. Ese momento en que oye su voz, la asocia con el miedo de la “Gran Nada
Negra”, término que utiliza para designar momentos de angustia extrema. Recalquemos
que ella no oye su voz cuando su palabra es verbosa; solo se presentifica con una
enunciación singular, cuando se expresa verdaderamente. Convocar el significante unario
para unirlo momentáneamente a lo sonoro, y hacer así surgir la voz, constituye para el
autista una experiencia supremamente angustiante, sin duda al fundamento mismo de su
posicionamiento subjetivo. La frecuencia del mutismo en los niños autistas puede allí
esclarecerse cuando se sabe que no es raro que pronuncien a pesar de ellos una frase
expresiva, en circunstancias vividas como particularmente inquietantes, mientras que
asustados por lo que han hecho, por una experiencia tal de mutilación vocal, vuelven a un
mutismo obstinado. Desde 1946, Kanner nota ese fenómeno. Entre veintitrés niños
autistas observados, el “mutismo” de ocho de ellos, dice, fue interrumpido en raras
ocasiones “por la emisión de una frase integral en situaciones de urgencia”42. Esas frases
tienen por característica afirmar fuertemente la presencia enunciativa. “Devuélveme mi
pelota” dice Sellin a su padre que acababa de tomar uno de sus objetos autísticos 43. “No
es cuestión de cambiar un iota” exclama un autista particularmente silencioso, delante de
sus padres pasmados que acaban de concluir una conversación sobre los trabajos a
efectuar en la casa familiar44. A los diez años, Jonny no hablaba, dice Rothenberg, sin
embargo había dicho una vez: “Vete al diablo”45 y “No puedo”46. Por otro lado, esta fina
clínica señala: “Mirando y escuchando a Jonny, comprendí que quería escapar al sonido

41 WILLIAMS, D.: Quelqu ‘un, quelque part, op. cit., pág. 161.
42 KANNER, L.: “Le langage hors-propos et métaphorique dans l’autisme infantile précoce”
(Traducción G. Druel-Salmane y F. Sauvagnant), American Journal of Psychiatry, sept. 1946, 103,
págs. 242-246, en Psychologie clinique, L’harmattan, París, 2002, 14, pág. 204.
43 SELLIN, B.: Une âme prisonniere [1993], Robert Laffont, París, 1994, pág. 24
44 TOUATI, B.: “Quelques repères sur l’apparition du langage et son devenir dans l’autisme”, en

TOUATI, B.; JOLY, F.; LAZNIK, M -C La gage, voix et parole dans l‘autisme, PUF, París, 2007,
pág. 19.
45 “Go to hell”.
46 ROTHENBERG, M.: Des enfants au regard de Pierre [1977], Seuil, Paris, 1979,

pág. 37.

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de su propia voz, así como antes había intentado huir de las voces de su entorno” 47. Los
Brauner hacen una constatación muy similar cuando subrayan la angustia que procura a
los autistas “la voz humana directa”48. Esas notaciones son remarcablemente pertinentes,
sin embargo, necesitan ser esclarecidas por la noción lacaniana de voz, en tanto que objeto
a, para ser precisadas y generalizadas a la estructura del autismo. Todos los autistas no
son mudos, muchos pueden movilizar el sonido de su voz para hablar, y aceptar escuchar
el sonido de la voz del prójimo. Pero hacen falta ciertas condiciones. La más manifiesta
es que la enunciación esté borrada. La palabra verbosa, y el acto de oír orientado hacia la
melodía, se emplean con cierto éxito. Es la presentificación del goce vocal lo que angustia
al autista, ahora bien, este último habita la palabra en grados diversos. Es lo que hay de
viviente en ésta, es presencia del enunciador. Fuertemente afirmado en “Devuélveme mi
pelota”; casi totalmente borrado en la recitación de un texto redactado en una lengua
ignorada por el locutor49. Niños autistas que nunca se dirigen a sus cercanos pueden sin
embargo aceptar recitar un índice enciclopédico o “las preguntas y respuestas del
catecismo presbiteriano” que no son aparentemente para ellos, según Kanner, más que
una “serie de sílabas sin sentido”50. No oponen obstáculo a verbalizaciones de este tipo,
ya que no escuchan en absoluto su voz.
Muchos clínicos constataron empíricamente que para hacerse escuchar por el autista,
conviene hacer callar su voz. Asperger ya se sorprendía por esto: “Observamos en
nuestros niños, escribía en 1944, que si les damos consignas de manera automática y
estereotipada, con una voz monocorde como ellos mismos hablan, tenemos la impresión
de que deben obedecer, sin posibilidad de oponerse al orden”, de manera que preconizaba
presentarles toda medida pedagógica “con una pasión apagada” (sin emoción)51. Confiar
la emisión de la palabra a una máquina constituye una manera más radical aún de cortarla
de la enunciación. Constatamos entonces, con cierto asombro, que ciertos niños autistas
“ejecutan órdenes confiadas a la banda magnética, mientras que quedan indiferentes y
pasivos ante las mismas palabras dichas en frente”52. De ahí la frecuencia del aprendizaje
de la lengua pasando por ecolalias cuyo contenido es resultante de grabaciones sonoras y

47 Ibid., pág. 36.


48 BRAUNER, A y F.: Vivre avec un enfant autistique, PUF, París, 1978, pág. 57.
49 Salvo, claro está, si intenta animar el texto jugando sobre entonaciones para darle un semblante

de significación.
50 KANNER, L.: “Autistic disturbances of affective contact”, en Berquez G. L‘autisme infantile, op.

cit., pág. 255.


51 ASPERGER, H .: Les psychopathes autistiques pendant l’enfance, op. cit., págs. 69-70.
52 BRAlJNER, A Y F.: Vivre avec un enfant autistique, op. cit., pág. 190.

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sobretodo de emisiones televisadas. Williams subraya que las palabras son mejor
comprendidas cuando son transmitidas por un disco, por la televisión o por un libro53.
La separación operada por los autistas en el tratamiento de la palabra es netamente
expresada por Hébert. A menudo, dice, cuando hablan, “lo hacen con una voz átona,
mecánica, como si [...] la parte musical de la lengua estuviera disociada del sentido, como
si tuvieran la elección entre hablar sin música o hacer sonidos sin sentido: sentido bruto
o sonido bruto, código informativo o emoción sensitiva, pero nunca los dos articulados”54.
Su dificultad para expresarse en su nombre propio se comprueba en efecto frecuentemente
unida a una inclinación hacia el canto y la música. La misma separación se discierne en
su escucha: un mensaje demasiado directo los vuelve sordos, en cambio están atentos a
éste cuando está insertado en la melodía.
Los padres de Elly habían constatado que “esta extraña niña, incapaz de asimilar la
palabra más simple, era capaz de retener una melodía y de relacionar una idea [...] las
melodías de Elly tenían un contenido relacionado al lenguaje. Durante años, -relatan-, no
supimos por qué Elly, de cuatro años, nos cantaba Alouette cuando la peinábamos,
después de haberse lavado el pelo. Fue recién a partir de su sexto año, cuando ya hablaba
mucho mejor, que descubrimos la relación. Alouette igualaba a all wet (todo mojado),
palabras que a los cuatro años no decía y no parecía comprender. Sin embargo, era claro
que había alcanzado los sonidos y establecido a través de la música una relación que no
quería o no podía hacer verbalmente”. Otras anécdotas parecidas los conducen al
sentimiento de “que la barrera erigida por Elly para defenderse contra las palabras cedía
delante de la música”55. Williams describe el mismo fenómeno cuando se produce, no en
su palabra, sino en el acto de audición: “Para mí, dice, las palabras formaban parte de la
melodía. Provenían de ella. Cuando escucho discursos únicamente bajo la forma de
motivos sonoros, mi mente, de alguna manera, lee la significación global del motivo
(¿quizás inconscientemente, o por un proceso físico?), y respondo a menudo como lo
escuchamos de mí, haya o no comprendido lo que se me pregunta” 56. Confirma lo que
Asperger ya había observado en su trabajo con los autistas: no solo el mensaje puede así
llegarles, como en eco, sino en aumento, son particularmente receptivos. La sugestión
siempre inherente a la palabra del otro toma entonces un peso acentuado, sin duda porque

53 WILLIAMS, D.: Si on me touche, je n‘existe plus, op. cit., pág. 299.


54 HÉBERT, F.: Rencontrer l ‘autiste et le psychotique, Vuibert, París, 2006, pág. 208
55 PARK, C. C.: Histoire d’Elly. Le siegè [1967], Calmann-Lévy, Paris, 1972, 82 págs. 98-100.
56 WILLIAMS, D.: Si on me touche, je n ‘existe plus, op. cit., pág, 300.

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la ausencia de separación en la escucha entre el enunciado y la enunciación no permite al
autista interrogarse sobre el deseo del Otro, de manera que el mensaje puede entonces ser
recibido, según la expresión de Asperger, como “una ley objetiva impersonal”57.
Todo clínico familiarizado con los autistas constató empíricamente la división que ellos
operan fácilmente en su palabra y en su escucha. En un trabajo reciente sobre “Lenguaje,
voz y palabra en el autismo”, los autores, psicoanalistas, parecen concordar en lo esencial
sobre los hechos siguientes: los autistas tienen una dificultad específica en habitar
subjetivamente y afectivamente una palabra dirigida, su desmutización pasa a menudo
por canciones, un disfuncionamiento de la pulsión invocante constituye un elemento
mayor, y se muestran más receptivos a palabras lúdicas y mimosas, notablemente
al “motherese”, que a entonaciones imperativas58. Esas bases clínicas, conformes a lo
que precede, solo se ordenan a partir de la hipótesis según la cual nada es más angustiante
para el autista que el objeto del goce vocal. Su demasiada presencia los vuelve sordos y
mudos; mientras que su borramiento les permite una expresión átona y una escucha de la
melodía sonora. La voz, tal como la plantea Lacan, como objeto a, no pertenece al registro
sonoro de la palabra, no es identificable ni a la entonación, ni a la voz materna59, además
en el alarido autista, no se percibe más que en la alucinación verbal, cuando la cadena
significante se rompe, y que el sujeto escucha su propia enunciación producirse
independientemente de su voluntad. Desde entonces, como lo subraya Jacques-Alain
Miller, Lacan hace casi equivaler la voz y la enunciación60. La remarcable apetencia de
los autistas hacia las canciones y la música, así como la prevalencia de los músicos entre
los autistas-sabios, encuentran su lugar cuando se subraya que melodía, canción y música
pueden atraerles en lo que ellos borran la voz. Así como el cuadro del pintor domina la
mirada, la música estetiza el goce obsceno de la voz, tan rápido a la injuria cuando se
hace escuchar, tan horrible cuando se evoca en el alarido que hace estremecerse. En
cambio, todo mensaje fundado en una enunciación implica que el sujeto haya cedido
sobre su goce vocal para aceptar localizarlo en el campo del Otro, lo que lo falifica y lo

57 Asperger nota que los niños autistas tienen el sentimiento de que deben obedecer cuando se les
presentan las consignas, ya sea con una voz monocorde, ya sea bajo una forma “de una ley objetiva
impersonal”. [ASPERGER, H.: Les psychopathes autistiques pendant l’enfance, op. cit., pág. 70].
58 TOUATI, B., JOLY, F., LAZNIK, M.-C.: Langage, voix et parole dans l’autisme, PUF, Paris,

2007.
59 Trabajos efectuados en neuropsicología, que piden confirmación, parecerían establecer que el

cerebro de los autistas no trata a la voz humana, aunque la perciben como los otros ruidos. Esta
idea sería perfectamente compatible con un rechazo inicial de la enunciación tanto en su
recepción como en su emisión.
60 MILLER, J.-A.: Jacques Lacan et la voix. Actes du colloque d ‘Ivry, Lysimaque, París, 1989, pág.

182.

16
atempera. El rechazo de la enunciación y el rechazo del llamado al Otro se anclan en la
misma retención del goce vocal.
El objeto vocal, al no ser extraído, queda en permanencia amenazante para el autista,
arriesgando hacerse escuchar en su palabra, o surgir en la del otro si es demasiado
habitada por la presencia enunciativa. Ese rechazo del acoplamiento entre la voz y el
significante, sumamente angustiante cuando se opera, da al autista su unidad estructural.

Le debemos a los Lefort haber conseguido formularlo a partir de la cura de Marie-


Françoise61. Encontramos la confirmación de lo que una niña de treinta meses les enseñó,
que la mutación de lo real al significante no se opera, en una aprensión del autismo
fundada, por una gran parte, sobre el estudio de testimonios de autistas adultos de alto
nivel.
Elementos recientemente sacados del estudio retrospectivo de videos familiares de bebés
convertidos en autistas, mostrados por M.-C. Laznik, vienen a confirmar
remarcablemente la precocidad del rechazo de la voz en el sentido como lo entiende
Lacan. “Esos bebés, dice, que en las actividades cotidianas de baño, de nutrición, no
miraban al padre que se ocupaba de ellos, podían, de golpe, no solo mirar sino ponerse
también a responder entrando en una verdadera “protoconversación”. Un ejemplo
sorprendente, continúa, se encuentra en la grabación del pequeño “Marco”. Este bebé, por
entonces de dos meses y medio de edad, que puede mantener una perfecta indiferencia al
mundo humano que lo rodea, se muestra capaz de mirar a su madre y de responderle
balbuceando, cuando ella le tararea una canción. Su interacción sostenida dura casi tres
minutos. Ese fragmento de video, mostrado, sin precisar el contexto, por Sandra Maestro
y Filippo Muratori, suscita fuertes reacciones por parte de colegas en diversos países del
mundo. ¿Cómo aceptar la idea de que un niño tal pueda devenir autista? […] Pero,
prácticamente en todo el resto de ese video familiar, el estado de cierre de ese bebé es
fácilmente detectable”62 Retendremos que desde los dos meses y medio un
funcionamiento autista se comprueba detectable en ese bebé: se abre a la palabra del Otro,
como sus hermanos mayores, a condición de que la voz esté borrada, en ocurrencia
gracias a la canción. Siguiendo sus búsquedas a partir de otros videos de bebés vueltos

61LEFORT, R y R. Naissance de 1’Autre, Seuil, París, 1980.


62LAZNIK, M.-C.: “La prosodie avec les bébés à risque d‘autisme: clinique et recherché”, en
TOUATI, B.; JOLY, F.; LAZNIK, M.-C. Langage, voix et parole dans l ‘autisme, op. cit., págs. 196-
197.

17
autistas, M.-C. Laznik establece que ellos reaccionan a menudo favorablemente,
sonriendo, o interesándose en el otro, cuando el adulto les habla en lo que los
psicolingüistas anglosajones nombran el “mot-herese” o el “baby-talk”.
Ese“mamanais” o “hablar bebé” posee cierto número de características lingüísticas que
lo vuelven objetivamente identificable: exagera la prosodia valorizando la estructura
fonética y rítmica de las palabras y de las frases. El contenido de los temas sostenidos
en “motherese” consiste principalmente “en comentarios sobre las sensaciones que
podría sentir el niño y sobre sus estados internos” 63. Un poeta creó el
neologismo “pétel” para designar a esta lengua, la delimita menos rigurosamente que los
lingüistas, pero se muestra más sensible a su resonancia subjetiva, definiéndola como “la
lengua mimosa por medio de la cual las madres se dirigen a sus hijos pequeños, que
querría coincidir con aquella por medio de la cual se expresan estos últimos”.64 Es este
descentramiento de la enunciación que conviene subrayar: el “baby-talk” consiste
esencialmente en hacer semblante de hablar en el lugar del bebé. En efecto, éste no lo
entiende, pero cuando es autista percibe en la entonación del’ “hablar-bebé” que la voz
del locutor se ha ausentado, aquel que le habla no afirma su presencia enunciativa. Es por
eso que el “mot-herese” no lo angustia. A la inversa, un llamado desgarrador de la madre
manifiesta demasiado el goce vocal y no puede hacer más que incitar a un bebé autista a
darse vuelta. Es exactamente lo que pasa en las secuencias siguientes estudiadas por M-
C Laznik en otro video familiar.
Una madre intenta entrar en contacto con su hijo de algunos meses que presentará más
tarde un síndrome autista. “¿Pedro? ¿Pedro? ¿Pedro?”. Ella se acerca, mientras que el
bebé mira ostensiblemente para el otro lado. El tono de la voz materna se vuelve cada vez
más suplicante: “¡Mírame! ¡Mírame! ¡Mírame!”. Ella pega su rostro sobre la panza del
bebé y grita su desamparo: “¡Mi bebé! ¡Mi bebé! ¡Mi bebé!”. Ese fragmento de discurso,
en el cual la enunciación está muy afirmada, se sitúa sobre ese punto exactamente opuesto
del “hablar-bebé”. En cambio, en otro fragmento de video, mientras que Pedro acaba de
reaccionar de vuelta desviándose, a un intento de contacto de su madre, se observa que la
voz de su tío viene a arrancarle su postración, sonriendo, empieza a mirarlo, y a vocalizar
con él, como un bebé totalmente normal. En el análisis lingüístico, la voz del tío prueba

63BOYSSON-BARDIES, B. : Comment la parale vient aux enfants, O. Jacob, París, 1996, pág. 102.
64 ANZOTTO, A.: Elégie du pétel, Arcanes, 1986, 17, citado por BOYSSON¬BARDIES, B.
Comment la parole vient aux enfants, op. cit., pág. 99.

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presentar ciertas características del “motherese”65. Este no es nunca portador de una
enunciación imperativa, que haría resonar demasiado la voz, se trata por el contrario, de
una lengua mimosa y musical, es por esto que el autista no se encuentra obligado a
protegerse de ella.
La ausencia de división entre la oreja y la voz hace a la manifestación de esta última
siempre amenazante para el sujeto autista; cuestión que lo conduce muy temprano a
aplicar una defensa original, que opera una división en su palabra y en su audición, con
el fin de siempre esforzarse a depurarlas de la voz. Que esta defensa eficaz, que el
acoplamiento a-S1 esté obstinadamente barrado, se constata por mediación de ese hecho
clínico mayor que es la ausencia de alucinaciones verbales. No obstante, persiste, aún en
los autistas de alto nivel, un disfuncionamiento de la pulsión invocante, que les permite
en efecto expresarse, pero que se les hace difícil hacerse escuchar. Lo consiguen por
mediación de una relación con el lenguaje mediatizada por el doble, dando nacimiento a
una lengua de signos, que procede a una inmersión de lo simbólico en lo imaginario.
Ahora bien, la alucinación verbal descansa sobre una alienación significante, sin
separación, que opera una inmersión de lo simbólico en lo real. Está en el principio de la
estructura autista que el sujeto haga obstáculo.

Traducción al castellano: Geraldine Triboulard

Notas:
(*) Artículo publicado en el libro Psicoanálisis con niños y adolescentes 2, Grama
Ediciones, Buenos Aires, 2009. Agradecemos a los editores la autorización para su
publicación en nuestra revista.

65 Ibíd., págs. 201-204

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