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El PP se
califica como liberal-conservador (o de centro derecha). Pero suele suceder que la parte
progresista y conservadora se comen a la liberal en ambos. Los conservadores porque
quieren apuntalar las bases morales tradicionales de la sociedad aunque estas hayan
quedado obsoletas. Los progresistas porque tratan de poner unos pilares sociales nuevos
por imposición.
Lo que no es solo una falacia, dado que no hay ninguna contradicción entre la presunción
de inocencia y el derecho a la vida, sino una declaración del carácter oprobioso del
progresista, capaz de realizar los medios más abyectos para conseguir fines
pretendidamente benéficos. Por eso el conflicto entre el liberalismo y el progresismo es
inevitable y lleva a una contradicción insalvable.
Un liberal, por tanto, puede ser progresista en unos aspectos y conservador o reaccionario
en otros pero siempre desde una óptica liberal: aumentar la libertad y la igualdad entre
todos los seres humanos independientemente de sus características peculiares. Porque lo
que más importa es la optimización de la la autonomía individual, así como la justicia social
y la equidad moral compatibles con aquellas.
Por el contrario, los progresistas tienen la mirada tan fija en su idealizado futuro que no
conciben que se puedan dar “pasos atrás”, negando cualquier tipo de debate sobre sus
postulados que elevan a la condición de dogmas. Por ello en cuanto llevan a cabo sus
políticas tratan de “blindarlas” de manera que se sustraigan al debate, convirtiéndolas así en
“líneas rojas” que nadie puede traspasar. Y si alguien osa cuestionarlas, entonces trazan
“cordones sanitarios” alrededor del disidente para convertirlo en un apestado social.
Mientras que los liberales pueden ponerse de acuerdo con conservadores y progresistas
para remediar la desigualdad de oportunidades, por ejemplo dando becas (aunque
discutirán las condiciones de las mismas), los progresistas querrán cambiar la sociedad
entera yendo a lo que consideran las “causas” de dicha desigualdad. De esta manera, los
fondos y los recursos irán destinados a los activistas sociales y no tanto a los que podrían
beneficiarse realmente de las ayudas. De esta manera, el progresista contribuye a
aumentar al Estado entendido como un “ogro filantrópico”. Así en los alrededores de la Ley
de Violencia de Género han prosperado asociaciones de activistas, observatorios “de
género”, “formadores y educadores”, bufetes… todo un negocio “de género” que usa a las
mujeres maltratadas como “escudos humanos” para defender sus intereses espurios.