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Se sentía a menudo, colérico, con los nervios vívidos, volviéndose cada vez más

frecuente la incertidumbre en la casa donde pasaba los últimos cuatro meses, donde
dormía muchísimo, y muy poco. Esto último es difícil de explicar, sin embargo, para nada
imposible. Cuando un hombre duerme más de lo normal, no quiere decir, en ningún caso,
que descanse más de la cuenta; muchas veces, empero, pasa todo lo contrario. Al
despertar se siente más fatigado, angustiado, apático. Pasa igual cuando se duerme muy
poco; por esto último, es necesario conocer el punto indeleble; el momento idóneo para
sentirnos vivos y no naufragar en el mar del fracaso, cada vez que despertamos.
James F. a sus veintisiete años, jamás conoció esta premisa fundamental. Su cuerpo se
comportaba de una manera muy extraña en las últimas semanas, y no poseía dinero
suficiente para consultar a un médico –como si acaso de algo sirviera-, y así no volverse
loco hasta el tuétano. Luego de estudiar tres años en la universidad estatal de “…” se
volvió sin remedio a la bebida y a los alucinógenos; fue sustituyendo raudamente, los
textos de literatura y los códigos penales por la cerveza, la marihuana, el dmt y los hongos
alucinógenos. Conocía la prosa de Burroughs y la de Poe; se maravillaba siguiendo a
Rimbaud y se interesaba semanas completas en pequeños extractos de los poemas de
Baudelaire. Sin embargo, muy a menudo estas pequeñas mentes hirsutas, e incómodas
de la literatura, nos muestran una verdad que se nos presenta como innegable. Aquella
no se entremezcla con las grandes premisas filosóficas, ni con los insondables avances
de la ciencia. Pues, aunque admiraba, sin reserva, a los filósofos del derecho, y se
contentaba pasando horas completas releyendo el the cive de Thomas Hobbes, no
lograba dar con la corpulencia mental, capaz de administrarle una estabilidad sin zozobrar
ante la amenaza.
La premisa por excelencia, es aquella que sobreviene luego de la catarsis. La muerte,
como fuerza quejumbrosa y vagabunda, nos interpela cual sombra obesa sobre nuestras
cabezas. Aterradora, lívida, nos conmueve y quebraja como los surcos en el árido
desierto; luego del encuentro, se nos revela la vida, sincera e irrevocable. Entendemos
luego, que el santiamén profuso de nuestro espíritu al despertar, no es más que un
pliegue impotente en un destino infalible. Hasta allí somos humanos, luego somos el
huerto pétreo que obsequia el invierno volcánico; mas muerto, que vivo.
Y en estos últimos doce meses aquellas ideas se trastocaron cual bailarina de burdel,
hasta volverse mera apariencia. En los últimos doce meses, James F, se transformó en
un borracho, y naufragó como la espuma, ante el incansable sopor del mar contra la
arena, volviéndose furibundo y psicótico.
Al volver del bar ubicado en la esquina “L.”, supo que sería una noche fatal y que, para el
resto de su semana, debía buscárselas, de modo que reuniera el dinero suficiente y así
pagar el alquiler. Hacía un tiempo, gracias a la infatigable acción de su madre, logró dar
con un empleo de media jornada, en el que, con suerte, enmendaría parte de las enormes
deudas que había |

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