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(Editor)
América en diásporas
Instituto de Historia
FACULTAD DE HISTORIA, GEOGRAFÍA
Y CIENCIA POLÍTICA
325.283 Valenzuela Márquez, Jaime
V América en diásporas. Esclavitudes y migraciones
forzadas en Chile y otras regiones americanas (siglos xvi-
xix)/ Editor: Jaime Valenzuela Márquez. – – Santiago :
RIL editores - Instituto de Historia, Pontificia Universidad
Católica de Chile, 2017.
542 p. ; 23 cm.
ISBN: 978-956-01-0320-8
1 esclavitud. 1. chile-emigración e inmigración-histo-
América en diásporas.
Esclavitudes y migraciones forzadas en Chile
y otras regiones americanas (siglos xvi-xix)
Primera edición: enero de 2017
Sede Santiago:
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cp 7511055 Providencia
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ISBN 978-956-01-0320-8
Derechos reservados.
Traslados de indígenas
de los archipiélagos patagónicos
occidentales a Chiloé
en los siglos XVI, XVII y XVIII*
*
Este artículo es fruto del proyecto Fondecyt Regular n° 1120704, «La Patagonia
Insular en el período colonial: exploraciones, interacción europeo-indígena,
imagen y ocupación del territorio» (2012-2013).
1
El concepto «Patagonia insular occidental», para referirse al territorio aquí
tratado, lo recojo del antropólogo Daniel Quiroz, 1985.
2
Chapanoff, 2003.
3
Urbina Burgos, 2007: 337-338.
4
Todorov, 1987.
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5
Vázquez de Acuña, 1993.
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Figura 1
Mapa del territorio entre Chiloé y el estrecho de Magallanes
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tropezaba con una dalca cuyos ocupantes huían a esconderse entre los
recovecos de la orografía, sin embargo, no faltaron las ocasiones en que ma-
nifestaron su hostilidad ante los extraños con gritos y lanzándoles piedras.
La condición de insularidad, el mar y las mareas, la poca elevación
del fondo del mar en los canales, el viento, la temperatura, la lluvia y
la ausencia de alimentos de la tierra, presentaban dificultad de acceso
e imposibilidad de permanencia a los españoles e hispanocriollos de
Chiloé. Todo eso era la antítesis de la geografía española y del modo
de vida hispánico, y actuaba como una frontera natural o barrera geo-
gráfica para su poblamiento, el que solo se concentró en el archipiélago
de Chiloé.
Esta provincia insular, por su parte, quedó escindida del resto del
reino de Chile como consecuencia del alzamiento mapuche y huilliche
que se inició en 1598, y que estableció –en la práctica– un Chile de paz
y uno de guerra, cuyo límite era el río Biobío. Chiloé quedó aislado no
solo por su lejanía de todo centro poblado, su altura en latitud y su
condición insular, sino también por la oposición de los indígenas llama-
dos juncos, que impedían la comunicación terrestre con Chile. A raíz
de esto, en Chiloé se fue conformando, en los siglos XVII y XVIII, una
sociedad particular, casi sin comunicación con otro centro español salvo
el barco, teóricamente anual, que llevaba el real situado desde El Callao
a la isla y que conducía otros efectos del comercio. Las encomiendas
de indígenas se mantuvieron hasta avanzado el siglo XVIII porque de
sus tributos en tablas de alerce, comerciadas por los vecinos con Lima,
se mantenía principalmente la provincia6. Los jesuitas se instalaron a
comienzos del siglo XVII para atender espiritualmente a unos indígenas
–veliches, payos, «chilotes» en general– que se consideraban «dóciles»,
y fundaron en las islas del mar interior lo que ellos llamaban «el jardín
de la Iglesia», representado por las numerosas capillas de madera que
se fueron construyendo en ese espacio7. Todo ello fue haciendo que la
existencia de esta «periferia meridional indiana» estuviese marcada por
la pobreza y el asilamiento8.
Los indígenas canoeros de los que hablamos habitaban todo el
ámbito patagónico occidental, al sur de Chiloé, lugares que nunca fue-
ron poblados por españoles. Era un amplio territorio, que aunque de
derecho pertenecía a España, de hecho era una inmensidad desconocida.
6
Urbina Burgos, 2004.
7
Moreno, 2008.
8
Urbina Burgos, 2012.
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El interés desde Chiloé por esa zona estuvo motivado por tres aspectos:
capturar individuos para ser vendidos –como «piezas» o esclavos–
en Chile; trasladar a otros a Chiloé para evangelizarlos; y, en tercer
lugar, desplegar un patrullaje de motivación geopolítica, destinado a
mantener cierta presencia en el territorio y averiguar sobre posibles
establecimientos extranjeros en él –particularmente ingleses–, temor
que iba aparejado con la sospecha de una posible alianza entre estos y
los indígenas patagónicos9.
Nunca, por lo tanto, hubo una política de ocupación del territorio
y de sometimiento general o sistemático de los indígenas, pues durante
todo el período colonial, e incluso en el siglo XIX, este espacio fue vis-
to como una frontera geográfica y cultural, un verdadero límite, en la
medida en que no era un territorio intermedio periférico entre dos áreas
centrales –como la frontera misional del Paraguay, por ejemplo10– y, por
lo mismo, solo comparable a la frontera norte de la Nueva España, la
cual se proyectaba, más allá de la gran Chichimeca, hacia vastedades
desconocidas11.
Ante la falta de atractivos económicos que justificaran la imple-
mentación del sistema colonizador castellano, la manera española o
hispanocriolla de comportarse frente a este territorio fue la de explotar
sus recursos en la medida de lo posible; y dentro de estas posibilidades
estaba, por cierto, el beneficio que se podía obtener de sus habitantes
al ser vendidos como «piezas». Por lo demás, esta modalidad de explo-
tación económica sin ocupación sistemática del territorio se prolongó
hacia el siglo XIX, que fue el período de la extracción de riquezas como
el alerce, el ciprés o la caza de la ballena y el lobo marino. El siglo XX
ha sido también de explotación de recursos, como la implementación de
la industria de la oveja o de los salmones, o las centrales hidroeléctricas,
aunque el proceso estuvo acompañado por la fundación de ciudades
y pueblos que responden más bien a una política de marcar presencia
por parte del Estado chileno en la región de Aysén, cuando se discutían,
a fines del siglo XIX y comienzos del XX, los límites con Argentina12.
Si se tiene que ser esquemático, diríamos que dentro de aquellos
«canoeros» estaban los grupos denominados chonos, quienes –según
los documentos coloniales– habitaban los archipiélagos de los Chonos
9
Urbina Carrasco, 2011.
10
Lockhart y Schwartz, 1992 (cap. 8: «Los márgenes»); Weber,1998.
11
Giudicelli, 2009.
12
Martinic, 2005.
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y de las Guaitecas, al sur de Chiloé. Más al sur del Golfo de Penas, era
el ámbito de una etnia que los españoles reconocían como distinta, la
caucahué –llamados «gaviotas» en el siglo XVII–, pero que era muy
similar a la de los chonos en términos de su cultura material y modo de
vida, definido, como hemos dicho, por la dalca. Sin embargo, es lógico
pensar que ambos grupos no tenían sectores de movilidad bien precisos,
y que probablemente también los chonos transitaban más al sur del
Golfo de Penas y los caucahués hacia el Canal Moraleda; y lo mismo
otros grupos de los que solo tenemos el nombre, como los guapastos,
huillis, taijatafes y calenches. Como pudo comprobarse con ocasión
del naufragio de la fragata inglesa Wager, en 1741, el archipiélago de
Guayaneco era un área de confluencia entre chonos, caucahués y quizás
otras etnias. El rector del colegio jesuita de Castro explicaba en 1744 la
movilidad de «los chonos o guaiguenes, [los que] han estado yendo y
viniendo toda la vida y todo este año yendo y viniendo, y proseguirán
yendo y viniendo»13.
Las etnias bordemarinas a las que nos referimos se movían por una
geografía más extensa que la prevista por las clasificaciones tradiciona-
les segmentadas que ha dado la historiografía. Los chonos coloniales,
incluso cuando se dice que están asentados en las islas del mar interior
de Chiloé, mantenían su forma de vida móvil, porque «el ir los chonos a
Guayaneco les es y ha sido siempre lícito –subraya el rector del colegio
13
«Carta de Pedro García, rector del colegio jesuita de Castro, al gobernador
de Chiloé Juan Martínez de Tineo» (Chacao, 7 de mayo de 1744), fj. 18. El
documento está contenido en el expediente –de 52 fjs., en papel sellado– sobre
un conflicto entre el gobernador de Chiloé y el colegio jesuita de Castro, de ese
mismo año, que se encuentra en el Archivo del Arzobispado de Santiago, Fondo
«Varios». Se trata de un expediente levantado por el gobernador de Chiloé
para hacer averiguaciones sobre el despacho de una embarcación tripulada por
caucahués, que los jesuitas de Chiloé hicieron al sitio del naufragio de la fragata
inglesa Wager, en el archipiélago de Guayaneco. Este despacho contravenía
la orden dada por el gobernador para que nadie fuese al sitio del naufragio a
coger el metal del barco, razón por la cual se hicieron dichas averiguaciones.
El documento no tiene clasificación en el Archivo del Arzobispado; se conoce
porque su antiguo encargado se lo facilitó al padre Gabriel Guarda O.S.B.,
presidente de la Comisión de Bienes Culturales de la Iglesia Católica, para que
conociera su valor, dada la rareza de su existencia. Después de su valoración se
hizo una copia del documento, con autorización del Archivo, la que fue utilizada
por el Dr. Rodrigo Moreno –colaborador del P. Guarda–, en su tesis doctoral
sobre los jesuitas en Chiloé, y la compartió posteriormente conmigo. Dado
que el documento no tenía clasificación y se desconoce la que pueda tener en
la actualidad, en adelante lo citaremos como «Expediente AAS».
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jesuita–, porque aunque no son tierras suyas, son confinantes a las su-
yas, y siempre se han comunicado estos indios con aquellos, como que
son indios todos, aunque de distintos idiomas, y siempre han andado
revueltos», agregando que el recorrido de los chonos a Guayaneco es
«antiguo y anual»14.
Con el nombre de «chono» se aludía, entonces, al grupo de habitan-
tes de los archipiélagos de los Chonos y de las Guaitecas, pero además se
les llamaba indistintamente como guaiguenes, al menos para mediados
del siglo XVIII15. Era un grupo poco numeroso y también poco visible.
Sin embargo, también se les llamó así, por extensión, a los indígenas
que se encontraban en el área del Golfo de Penas y Canal Messier, si
bien se les consideraba distintos. Es decir, el concepto «chono» –tanto
para los «nuevos», conocidos a mediados del siglo XVIII a propósito
del naufragio de la Wager (los caucahués y otras etnias), como para los
conocidos desde antes– aludía a todas las individualidades étnicas del
desdibujado rompecabezas que existía desde Chiloé hasta Magallanes16.
Por lo mismo, se puede conjeturar que a los «nuevos» chonos también
se les considerase, por parte de los españoles de Chiloé, como objeto
de las razzias y sus consecuencias de esclavitud y sujeción.
Es muy probable, también, que los chonos hubieran ocupado antes
la isla de Chiloé y espacios circundantes, hasta que la entrada de los hui-
lliches, en sentido norte/sur, los desplazara hacia las islas meridionales,
pero también confinando una parte de ellos en el sur de la isla grande.
A la llegada de los españoles, este sector mostraba características dis-
tintas a la zona norte y centro de Chiloé, donde habitaban indígenas a
quienes se les llamó veliches, y cuyo lugar fue conocido como la «costa
de los Payos». A pesar que tenían otra lengua y diferente cultura que los
huilliches o veliches de Chiloé, los payos fueron encomendados y evan-
gelizados; con ello fueron perdiendo su fisonomía al estar en contacto
con los españoles que reconocían sus autoridades como «caciques» –ha-
bía «gobernadorcillos»– y a quienes prestaban servicios como aliados,
por ejemplo17. Este desplazamiento forzado de los chonos hacia el sur,
motivado por la intromisión de otra etnia, fue un proceso previo a la
llegada de los españoles. En adelante, los chonos –y, en general, los gru-
pos canoeros australes– van a ser desplazados forzosamente en sentido
14
Ibidem.
15
Cooper, 1946.
16
Álvarez, 2002.
17
Urbina Burgos, 2004.
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21
Hanisch, 1981; Jara, 1971, cap. VIII.
22
Urbina Carrasco, 2009: cap. 1.
23
Contreras (et al.), 1971: 15.
24
Casanueva, 1982: 20.
389
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25
Mariño de Lobera, cit. en ibidem.
26
Lozano, 1755, vol, 2: cap. IV: 35.
27
Quiroz y Olivares, 1988.
28
Urbina Burgos, 2012: 210.
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29
«Vida del celosísimo apostólico padre Juan del Pozo, fundador de la misión de
Chile» [1629-1639], Rosales, 1991 [c.1670]:137.
30
Rosales, 1989 [c.1670], II:1335-1336.
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Durante la segunda mitad del siglo XVII, también los chonos na-
vegaban hacia el norte para atacar las islas del mar interior de Chiloé
y hacer daño a los indígenas hispanizados. La reacción desde Chiloé
fue atacarlos a su vez en sus islas, con la consecuencia de la captura de
«piezas» y su venta. Por ello, los ataques a los chonos eran amparados
y hasta fomentados por las autoridades de la provincia. Abraham de
Silva y Molina, autor de un manuscrito llamado «Historia de Chiloé»,
de 1899, cita documentos del Archivo Histórico Nacional de Santiago
en que consta que las «correrías» a los chonos eran fuente de méritos
para acceder a encomiendas de indios y otras mercedes, tanto por quie-
nes las ejecutasen como por sus descendientes. Es decir, las incursiones
«a los chonos» en la segunda mitad del XVII eran una actividad muy
valorada en Chiloé.
El jesuita Miguel de Olivares dice, refiriéndose a fines del siglo XVII,
que estas entradas al sur eran casi siempre en represalia por los ataques
que los llamados, genéricamente, chonos o «guaitecos» hacían en contra
de los indígenas sometidos por los españoles, los tributarios veliches,
que habitaban las islas más apartadas de la provincia, con el propósito
de cautivar mujeres y robar instrumentos de fierro, ponchos, dalcas,
alimentos diversos y ganado ovejuno, lo que tenía a toda la provincia
con «cuidado e inquietud»32. Por su parte, las malocas españolas les
«volvían la vez», llegaban a sus islas para castigar a sus habitantes, to-
mar a los «muchachitos» y conducirlos a Chiloé para servirse de ellos33.
En el juicio de residencia al gobernador de Chiloé Antonio Man-
ríquez de Lara (1680-1683) se le acusa de haber maloqueado a los
chonos sin justificación, lo que indica que estas acciones bélicas eran
valoradas si se hacían como respuesta a los ataques chonos. De orden
31
Contreras (et al.), 1971: 39, nota 49.
32
Abraham de Silva y Molina, «Historia de la Provincia de Chiloé bajo la domi-
nación española», ANH.FV, vol. 141, fj. 69. Silva y Molina refiere este asunto
cuando cita documentación de AHN.CG, vol 527 (sobre la oposición a la
encomienda de Nercón, en Castro, 1725).
33
Olivares, 1874 [1736]: 373.
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[…] persiguió a los chonos hasta sus islas, sin dejar una sin
recorrer hasta cerca de Tierra del Fuego, rompiendo y talando
por muchas partes la Sierra Nevada, pasando hambres y fríos,
34
«Juicio de Residencia al exgobernador Antonio Manríquez de Lara, tomado
por su sucesor Antonio Ibáñez de Echeverri» (Castro, 30 de mayo de 1684),
ANH.FV, vol. 139, fj. 22.
35
Silva y Molina, «Historia de la Provincia…», op. cit., fj. 58. Silva y Molina cita
este documento en relación a la oposición a la encomienda de Henupuquén que
hizo Alonso de Asenjo en 1724, y lo refiere de ANH.CG. vol. 487.
36
Ibid., fj. 69, passim (sobre la oposición a la encomienda de Nercón, en Castro,
1725).
37
Olivares, 1874 [1736]: 373. También cit. por Casanueva, 1982: 20.
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38
Guarda, 2002: 239.
39
Urbina Burgos, 2007: 329.
40
Emperaire, 2002: 88.
41
Casanueva, 1982: 20.
42
«Carta annua de 1610» (5 de abril de 1611), en AA.VV., 1927 [1609-1614],
XIX: 108.
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51
Urbina Burgos, 2012: cap. 6. Desde 1740 esta misión fue atendida desde la
residencia de Achao.
52
La Compañía tenía cuatro estancias en Chiloé: Lemuy, Meulín, Chequián y
Chonchi.
53
«Carta de don Bernardo Cubero, presbítero misionero, al Papa» (Lima, 22 de
septiembre de 1722), Archivo Storico Della Sacra Congregazione de Propaganda
Fide (Roma), Scritture riferente nei Congressi, America Meridionale, vol. II, fjs.
107v-110, cit. por Casanueva, 1982: 21.
54
Urbina Burgos, 2007: 339.
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otro lado, lo que se pretendía con ello era evitar que estos «nuevos»
indígenas se aliaran con enemigos ingleses y les prestaran auxilio para
apoderarse del reino de Chile, sobre todo considerando que fueron los
mismos ingleses quienes advirtieron de su existencia. Dejar el territorio
despoblado era, por lo tanto, dejarlos sin apoyo logístico vital en el caso
de recalar en aquellas costas, como había quedado demostrado con el
naufragio de la Wager.
El primer grupo de trasladados a Chiloé por el jesuita Flores y los
indígenas de la expedición –remeros, guías y mujeres buzas–, desde el
sur del golfo de Penas, entre marzo y mayo de 1743, estaba constitui-
do por treinta indígenas distribuidos en seis dalcas63. Este grupo era
valorado como «preciosas margaritas» y se reconoció como cacique
a «don Ignacio Assilacui», quien, sin comprender el sentido del acto,
rindió «obediencia y vasallaje» al rey en la persona del gobernador de
Chiloé, en Chacao64. Se les asentó en la isla de Chaulinec, en el sector sur
del mar chilote, alejados de Castro u otro centro poblado español para
que no les pasara lo mismo que a los chonos de Guar, dos décadas atrás.
Eso sí, en Chaulinec había ya chonos asentados, parte de los antiguos
de la isla Guar, que –según se desprende de la corta documentación–
fueron considerados como intermediarios ante los nuevos habitantes
y, suponemos, también en la labor de facilitar su ambientación en un
modo de vida sedentario y agrícola. Advertimos, por lo tanto, el uso
que se da a unos indígenas para «atraer» a otros indígenas, tanto en
la socialización como en las razzias esclavistas y correrías misionales65.
En el verano siguiente, desde fines de 1743 hasta febrero de 1744,
se llevó a cabo la expedición del sargento mayor de Chiloé Mateo Abra-
ham Evrard, compuesta por 160 personas y 11 piraguas, y destinada
a recuperar la artillería del barco inglés naufragado en Guayaneco.
Si bien se ha perdido el diario y el mapa de la expedición, y hay solo
breves menciones de ella, podemos constatar que al llegar a su destino
el grupo interactuó pacíficamente con los indígenas locales66, e incluso
Evrard hizo una nueva toma de posesión y recibió el juramento al rey
de su parte67. Se sabe que estos «parlamentos» se hicieron cuando entró
63
Urbina Carrasco y Chapanoff, 2010.
64
«Expediente AAS», fj. 19, loc. cit.
65
Ibidem.
66
Amat y Junient, 1928 [1760]: 418. Dice: «celebró un parlamento con todas
aquellas naciones».
67
Juramento «de ser leales vasallos a Su Majestad Católica, y que por ningún
caso saldrán de la Corona de Castilla y León bajo de cuyo amparo y patrocinio
400
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71
Urbina Carrasco, 2010.
72
«Expediente AAS», fj. 41v, loc. cit.
73
Ibidem.
74
Informe del obispo de Concepción sobre el estado de su diócesis (1757), AGI.
Ch, vol. 150. En la «Instrucción y noticia hecha por el gobernador Ortíz de
Rozas a su sucesor Manuel de Amat», se lee que el grupo condujo a Chiloé 40
personas: BN.BM.Mss, vol. 188, fjs. 4-5, cit. en Urbina Burgos, 2012: 213.
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75
Informe del obispo de Concepción… (1757), ibid.
76
«Informe de Nepomuceno Walter» (Santiago, 9 de enero de 1764), AGI.Ch,
vol. 240.
77
Ibidem.
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78
De esto habla Nepomuceno Walter: Ibidem.
79
García, 1811 [1766-1767].
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piloto que con seguridad les condujese a aquellas remotas islas». Como
marineros de las piraguas, «diligenciaron de los naturales de Chiloé los
que contemplaron más útiles» para tal trabajo. Regresaron a esta isla
desde el área del canal Messier, con 11 individuos, de un grupo de 33
con los que habían mantenido contacto80. Al año siguiente, en 1780,
fray Francisco Menéndez y fray Ignacio Vargas regresaron a Chiloé con
indígenas que encontraron en el área del golfo de Penas, donde «nos
desembarcamos [–dicen los frailes–] y habiéndoles obsequiado dieron
palabra de venir con nosotros. Eran 31 los que se juntaron en 4 dalcas,
dos eran de los del año anterior y los otros habían venido del sur»;
aunque, como en El Desecho, una mujer dio a luz, por lo que los que
llegaron finalmente a Chiloé fueron 3281.
Fuera de la documentación anterior no hay más datos de búsquedas
misionales, por lo que podemos suponer que, debido al corto número,
los franciscanos desistieron del esfuerzo. Suponemos también que los
trasladados nunca se acomodaban a su nueva situación y volvían a sus
islas o iban muriendo. Moraleda, en 1790, vio 22 familias chonas en
la isla de Apiao, la cual era más poblada que Chaulinec. Y estos son
los últimos datos, excepto el que aporta Ortíz-Troncoso, citando a
John Cooper para un siglo más tarde, en que «un navío encontró una
familia aparentemente del mismo grupo en 1875, entre la isla Ascensión
y las Guaitecas, información imposible de verificar en cuanto a que se
trate realmente de representantes de esta etnia»82. Podríamos hacer un
intento de conjetura haciendo alusión a la información que nos aporta
Annette Laming-Emperaire para 1940, donde habla cómo los kaweskar
colocados en Puerto Edén, y al amparo de una base militar donde se les
prestaba asistencia, morían de contagios, se iban, o eran abusados por
los chilotes83. Si eso ocurría en una fecha tan distante de nuestra época
de estudio, y en un contexto donde nadie les exigía cumplir con ritos
religiosos ni trabajar, es de suponer que a fines del XVIII, y conviviendo
80
«Fr. Benito Marín y Fr. Julián Real. Expedición de estos misioneros del colegio
de Ocopa a los archipiélagos de Guaitecas y Guayaneco en solicitud de los
indios gentiles, 1778-1779», ANH.VG, vol. 7, pza. 8 (1), fjs. 389-420.
81
«Expedición hecha a los archipiélagos de Guaitecas y Guayaneco por los re-
ligiosos misioneros padres Fray Francisco Menéndez y el padre Fray Ignacio
Vargas, en solicitud de la reducción de gentiles a fines del año 1779 y principios
del de 1780, según consta de la carta escrita al Padre Fray Julián Real por el
citado Fr. Francisco Menéndez, que es como sigue», ANH.VG, vol. 7, pza. 8
(2), fjs. 421-427.
82
Ortíz-Troncoso, 1996: 142.
83
Laming-Emperaire, 2011.
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Conclusiones
La provincia insular de Chiloé actuó presionando a las poblaciones
indígenas de sus márgenes o fronteras para contener posibles ataques
y obtener recursos económicos. Hacia el sur, en una geografía pobla-
da de islas, canales y fiordos, los españoles de Chiloé no ocuparon el
territorio sino que se proyectaron en expediciones marítimas durante
todo el período colonial, lo que hace posible hablar de los archipiélagos
australes como una «frontera móvil» de Chiloé84.
Esta proyección hacia la Patagonia occidental insular significó la
explotación de sus recursos, que durante los siglos coloniales –pero
sobre todo en los siglos XVI y XVII– se tradujo casi exclusivamente
en la provisión de indígenas para ser vendidos como «piezas». Las
distintas individualidades étnicas que poblaban el mundo bordemarino
austral –varios grupos, de los que solo tenemos alguna descripción para
los chonos y caucahués– fueron visitados y trasladados a Chiloé, ya
sea para ser vendidos como esclavos –contraviniendo la legislación– o,
en el siglo XVIII, trasladados como sujetos de misión. No se pensó en
ocupar el territorio insular, fundar villa, fuerte o misión e incorporar
in situ a los indígenas «canoeros» a la cristiandad, sino sacarlos de lo
que se consideraba lejanía y geografía hostil, y trasladarlos a Chiloé.
La desnaturalización, traslado y relocalización fue la modalidad de
relación con los indígenas bordemarinos del sur.
La provisión de «piezas» era a través de malocas que, desde la
segunda mitad del siglo XVI y durante todo el siglo XVII, cada tantos
años se hacían a las islas del sur de Chiloé, con la ayuda de los indios
ya hispanizados, para coger individuos y venderlos en los puertos de
Chiloé. Esto era una práctica ilegal, por cuanto la esclavitud había
quedado prohibida por las Leyes Nuevas de 1542, y porque la Real
Cédula de 1608, que permitía la esclavitud de los indios de las provincias
alzadas de Chile, no comprendía a los del sur de Chiloé. Esta práctica
se sostenía en el supuesto de las entradas punitivas como forma de
mantener quietas las fronteras con indígenas no sometidos, y donde el
84
Hanisch, 1982.
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85
La venta de indígenas «de Chiloé» no diferencia entre huilliches, juncos, puel-
ches, poyas o chonos, salvo excepciones: Díaz Blanco, 2011.
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Documentación manuscrita
AAS, Archivo del Arzobispado de Santiago (Santiago de Chile), Fondo
varios: expediente sin clasificación.
AGI.Ch, Archivo General de Indias (Sevilla), Chile: vols. 98, 150 y 240.
AMNM, Archivo del Museo Naval de Madrid, Colección Fernández Na-
varrete, Ms. 199.
ANH.CG, Archivo Nacional Histórico (Santiago de Chile), Capitanía
General: vols. 487 y 527.
ANH.FV, Archivo Nacional Histórico (Santiago de Chile), Fondo Varios:
vols. 139 y 141.
ANH.G-M, Archivo Nacional Histórico (Santiago de Chile), Gay-Morla:
vol. 17.
ANH.RA, Archivo Nacional Histórico (Santiago de Chile), Real Audiencia:
vol. 1691.
ANH.VG, Archivo Nacional Histórico (Santiago de Chile), Vidal Gormaz:
vols. 7 y 9.
ARSI.Ch, Archivum Romanum Societatis Iesu (Roma), Chile: vol. 6.
BN.BM.Mss, Biblioteca Nacional (Santiago de Chile), Biblioteca Medina,
Manuscritos: vol. 188.
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Traslados de indígenas de los archipiélagos patagónicos occidentales...
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María Ximena Urbina Carrasco
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Traslados de indígenas de los archipiélagos patagónicos occidentales...
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